Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
- 03 Enero 2015
- 03 Enero 2015
- 03 Enero 2015
Papa alegre
"La Curia puede perder la paciencia de un momento a otro"
Jorge Costadoat: "Bergoglio es un gobernante, un monarca, pero se comporta como un profeta"
"Algunos creen que todo andaría mejor si Francisco fuera más Papa que profeta"
Francisco es un sacerdote que vulnera la distancia entre lo sagrado y lo profano
(Jorge Costadoat sj).- Este Papa no parece Papa. ¿Qué es? Muchos son los confundidos. Desde temprano sus comportamientos fueron desconcertantes.
Salían de protocolo. Francisco es sencillo. Es cercano. Saluda de beso. Da la impresión de desconocer su investidura. ¿Quién es?
Es un sacerdote que vulnera la distancia entre lo sagrado y lo profano. ¿Pero no es este el quicio de la religión? Para unos sí. Para otros no. Los cristianos se miran de reojo. ¿Qué esto? Es un Papa con una manera muy peculiar de entender el sacerdocio. En vez de marcar distancia, superioridad, se avecina, está siempre más cerca. ¿Y lo sagrado qué? ¿Terminará con los cálices de oro y el incienso ceremonial? Nadie se extrañe si lo hace. Como si con gestos muy pensados quisiera indicar por dónde van las cosas. Y por dónde no.
¿Está apurado? ¿Qué le pasa?
Bergoglio es un gobernante, un monarca, pero se comporta como un profeta. Extraño. Normalmente los profetas andan en las periferias refunfuñando contra los dirigentes, los presidentes, cualquier tipo de autoridad. Es cosa de tomar la biblia y ver sus comportamientos. Los profetas eran temidos por los grandes.
Elías prometió a Ajab que los perros se comerían a sus hijos. El rey, de puro miedo, hizo penitencia por su pecado. Herodes le tenía pavor a Juan Bautista.
Los profetas podían ser incluso muy impopulares. También la gente común solía esquivarlos.
El profeta al tirano le dice “tirano”. Habla más de la cuenta. Se le pasa la mano. Exagera. Remueve las conciencias. Es odioso, insoportable. Suele terminar mal. No así el falso profeta. Así se lo llama en el Antiguo Testamento. Dice “paz, paz”, cuando es necesario decir “guerra”. Adulador del príncipe. Amigo de cortesanos.
Pero Francisco es un profeta en el puesto de un papa. Todo al revés. ¿En qué terminará esta historia? Hay inquietud. ¡Qué hace un profeta de rey! Los obispos y otras autoridades siempre han debido aguantar a grandes y pequeños profetas que de tanto en tanto les están arrojando piedrecitas o peñascos.
Ahora es el mismo Papa que les tira las orejas a ellos y a plena luz del día. Basta leer el Observatorio Romano. A cada rato Bergoglio lanza un dardo en contra de los curas o de los mismos obispos. Ahora último le ofreció un examen de conciencia en público a la Curia romana. ¿Cómo es posible gobernar así? La Curia puede perder la paciencia de un momento a otro. Si el Papa no frena a los profetas, ¿quién lo hará? Si el Papa aleona a los profetas, ¿quién frena a la Papa? En todas partes de la Iglesia el espíritu profético está en auge.
En una homilía Francisco arremetió contra los sacerdotes que ponen precio a los sacramentos. Un bautizo, tanto. Un matrimonio, tanto. “¡No puede ser!”, brama el Papa. Pero, ¿de qué van a vivir los curas?, dice la gente común. Al Papa le importa un bledo herir a inocentes y pecadores. A él le parece que esta situación contradice el Evangelio, y basta. El Papa-profeta enrostra a los funcionarios eclesiásticos su avidez por el dinero. A la gente le duele que se le niegue un sacramento, una bendición, por motivo de dinero. El Profeta-Papa golpeó la mesa. Al que le gusta, le gusta. Él está en línea con la praxis profética de Jesús. Nadie alegue. Todo calza.
Sin embargo, Francisco ha metido los dedos en el ventilador. ¿Cuántas pueden ser las relaciones entre el dinero y la religión? ¿Quién financia qué cosa? ¿Cuánto vale una misa? ¿Y un cura cuánto vale? La misa es gratis, el cura es gratis. Esto es lo que Bergoglio quiere enfatizar. El cristianismo es la religión del amor gratuito de Dios por los que nunca han merecido nada: los pobres y los pecadores. Es a estos que el reino de los cielos pertenece. Los ricos, diría Jesús, van camino al infierno no por ser ricos sino por poner tarifas a la salvación para luego comprar ellos, solo ellos, además de la tierra, el paraíso.
Los profetas están en peligro. Siempre se los quiere eliminar. El dinero es un ídolo de muerte. Benedicto XVI tuvo que renunciar cuando no pudo hacer más, entre otras cosas, contra los líos de platas de gente su entorno. El actual Papa ha querido identificarse con Francisco de Asís para reformar la Iglesia por la vía de la pobreza. ¿Lo logrará?
Debe recordarse -porque el mismo Papa se ha referido al episodio- que Jesús echó a latigazos del Templo a quienes habían convertido la religión en un negocio. El comercio chico era con palomas. El grande, con impuestos que iban en beneficio de la clase sacerdotal. ¡La bendición de Dios no se vende! Lo que Francisco no dice, pero lo afirman los estudiosos del Nuevo Testamento, es que este hecho desafiante de Jesús fue la gota que rebalsó el vaso. Se puede soportar casi todo. No que un profeta desenmascare el vínculo entre la religión y el dinero.
La Iglesia es gratis. No es normal que un profeta esté en el lugar de un monarca; no es corriente que un Papa diga que quiere una “Iglesia pobre y para los pobres”.
A algunos parecerá que todo andaría mejor si Francisco fuera más Papa que profeta. Más sacerdote al menos. No. Es profeta. Profeta de un cristianismo cansado, falto de rabia y de imaginación.
Evangelio según San Juan 1,29-34.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios".
San Juan Crisóstomo (345?-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia. Homilías sobre el evangelio de Juan, n° 18
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
Juan Bautista dice: He aquí el Cordero de Dios. Aquí nada dice Cristo sino que Juan lo dice todo. Así suele proceder el Esposo. Nada dice él a la esposa, sino que se presenta callando. Son otros los que lo señalan y le entregan la esposa. Se presenta ella, pero tampoco la toma directamente el Esposo, sino que es otro el que se la entrega. Pero una vez que la han entregado y el Esposo la ha recibido, se aficiona a ella de tal manera que ya para nada se acuerda de los paraninfos. Así sucedió en lo de Cristo. Vino El para desposarse con la Iglesia, pero nada dijo, sino que solamente se presentó. Pero Juan, su amigo (Jn 3,29), le dio la mano derecha de la esposa, procurándole con sus palabras la amistad de los hombres. Y una vez que El los recibió, en tal forma los aficionó a su persona que ya nunca más se volvieron al paraninfo que a Cristo los había entregado. (…)
Solamente Juan lo proclamó ahí presente abiertamente y delante de todos. Por esto Jesús lo llama el amigo del esposo, pues sólo él estuvo presente a las nupcias. El lo preparó todo y lo llevó a cabo. El dio principio al negocio. Y fijando la mirada en Jesús que se paseaba, dice: He aquí el Cordero de Dios, demostrando así que no solamente con la voz sino también con los ojos daba testimonio. Lleno de gozo y regocijo, se admiraba de Cristo. Tampoco exhorta al punto a los discípulos, sino que primero solamente mira estupefacto a Cristo presente, y declara el don que Cristo vino a traernos, y también el modo de purificación. Porque la palabra Cordero encierra ambas cosas. Y no dijo que cargará sobre sí o que cargó sobre sí: Que carga sobre sí el pecado del mundo, porque es obra que continuamente está haciendo. No lo cargó únicamente en el momento de padecer; sino que desde entonces hasta ahora lo carga, no siempre crucificado (pues ofreció solamente un sacrificio por los pecados), sino que perpetuamente purifica al mundo mediante este sacrificio.
Santísimo Nombre de Jesús
Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor.
Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius, "De festo SS. Nominis", ix).
Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús. Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: "En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones". El Nombre de Jesús, invocado con confianza: Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz.
En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre." (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc.
Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Fil 2, 10).
Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo, quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones. Pero los promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San Juan Capistrano.
Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad. Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf. Seeberger, "Key to the Spiritual Treasures", 1897, 102). Debido a que la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma. El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre.
Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de "Jesús Hominum Salvator" (Jesús Salvador de los Hombres).
Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella.
Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una "V", y que el monograma significaba "In Hoc Signo Vinces" (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312)-
También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, "Psal. Christi et Mariae", i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, "Quodlibet", v; Colvenerius, "De festo SS. Nominis", x).
Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: "Jesús Christus" (ventris tui, Jesús Christus).
Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de cincuenta días a la jaculatoria: "¡Bendito sea el Nombre del Señor!" con la respuesta "Ahora y por siempre", o "Amén".
En el sur de Alemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa. Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia plenaria al momento de la muerte.
Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII, el 5 de septiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María ("¡Jesús!", "¡Maria"!) podremos ganar una indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904. Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.
Oremos: ios nuestro, que quisiste que en el parto de la Santísima Virgen María la carne de tu Hijo no quedase sometida a la antigua sentencia dada al género humano, concédenos, ya que por el nacimiento de Cristo hemos entrado a participar de esta renovación de la criatura, que nos veamos libres del contagio de la antigua condición. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Francisco, en la diana de algunos periodistas católicos
Sorrentino les acusa de arrojar "sospechas" sobre Francisco
El obispo de Asís, contra los periodistas que se dicen católicos y critican al Papa
"Han colocado enseguida al papa Francisco en el saco de los papas herejes"
Todo ello motivado también por los presuntos límites del magisterio del actual Pontífice, puestos en contraste con las bondades del Papa emérito
(Domenico Sorrentino, obispo de Asís).- Estamos en plena "post-modernidad". A nuestras espaldas los grandes sistemas. En los escaparates del mercado global, opiniones infinitas, pero solo opiniones. Es el tiempo del "a mi medida". Sucede también con la religión. La última declinación de esta psicología se refiere al Papa. Sí, precisamente al papa Francisco. Aunque no en el banco de los imputados, también él ha acabado en el banco de los opinionistas. Le examinan y califican: y no todo son buenas notas. Era de esperarse, después del primer baño de multitudes y de consensos.
Paso por alto el hecho de que, desde los primeros compases del pontificado, al escucharlo reivindicar en tonos vibrantes la causa de los pobres - en realidad en el surco de la más clásica doctrina social de la Iglesia -se han alzado lobbies de la finanza mundial torciendo la nariz, y... los periódicos. Con todo el respeto, semejante reacción acaba por ser casi una garantía de la bondad evangélica del producto.
No sorprende además - habría sorprendido lo contrario - que algunos grupos católicos ultrancistas, militantes del anti-Vaticano II, hayan colocado enseguida al papa Francisco en el saco de los papas herejes. Más aún, de los "antipapas", en óptima compañía por otro lado de papas que ya honramos como beatos, ¡y uno, Juan Pablo II, santo! Con buena paz de todos.
La última novedad viene, sorprendentemente, de los periodistas católicos, algunos de los cuales beneméritos de testimonio cristiano, que se sienten en el deber de tomar distancias con el papa Francisco. Hacen de ello una cuestión de conciencia, y esta, se sabe, es siempre respetable. Pero no por esto es la verdad. Estos siguen haciendo profesión de fe incluso acogiendo el Concilio y los papas del post Concilio. Pero hasta Benedicto XVI. Francisco - argumentan - con sus medias palabras y (presuntas) estrategias casi subliminales de renovación (véase sínodo de la familia, etc.)estaría llevando a la Iglesia a la confusión. Es hora por tanto de dar pábulo a la profecía para denunciar este peligro.
Y se propaga incluso la sospecha, con mal disimuladas ganas de exclusiva periodística, de que Francisco no sea el verdadero papa. El Papa Benedicto XVI estaría aún al timón de la Iglesia, aunque en "standby". Y esto sobre la base del título conservado por él de Papa emérito y la sospecha de que el cónclave que eligió al papa Bergoglio habría sido "irregular".
Que semejante tesis tan desestabilizante no tiene fundamento, no es algo difícil de probar por cualquier buen canonista. Más que nada, en lo que respecta a la elección, la sospecha está "en el aire", fruto de conjeturas periodísticas sobre un hecho, el conclave, sobre el que las severísimas normas de secreto impiden hacer comprobaciones.
La tesis - o la hipótesis insinuada como verosímil - está expuesta con el arte del periodismo consumado, y con un cierto pathos de héroes de la verdad pura y dura, con el evidente intento de suscitar el rechazo del papa Francisco (o al menos la perplejidad hacia él). Todo ello motivado también por los presuntos límites del magisterio del actual Pontífice, puestos en contraste con las bondades del Papa emérito. Ambos - se dice - están en contradicción.
Nosotros que amamos a ambos, de contradicciones, en sustancia, no vemos ni una huella (aunque los estilos de ambos papas, es verdad, no podrían ser más distintos). Quien sigue atentamente, no a trancas y barrancas, el magisterio del papa Francisco, y conoce mínimamente su temple evangélico, encuentra de verdad increíble que se le acuse de hacerse una platea de fans diciendo cosas que todos quieren oír. Es exactamente al contrario. Recuerdo la bofetada saludable que nos dio en la visita a Asís: nos dijo no lo que queríamos oír, ¡sino cosas que ponen en crisis! Si acaso, se hace acoger por la sencillez y la amabilidad con las que las dice, también las más difíciles de creer y de practicar. Adopta, sí, expresiones cautivadoras, que se concentran en el anuncio de la misericordia de Dios.Pero es puro Evangelio.
Atendiendo al conjunto del magisterio producido hasta ahora, no se olvida nada de lo que constituye la verdad que no cambia y los deberes irrenunciables de una buena conciencia. Que si después, en el mercado de la religión "a mi medida", hay quien toma solo lo que le interesa, se puede, y se debe, deplorar. Pero es difícil que tenga títulos para hacerlo quien, en nombre de la profecía, practica el "a mi medida" incluso eligiéndose al Papa. Por mons. Domenico Sorrentino, Obispo de Asís (Italia)
Actualidad del Bautista
¿Por qué la liturgia dedica a Juan Bautista dos de las cuatro semanas del Adviento? Vivimos en un mundo descreído, o, por decirlo con una expresión muy de moda, “agnóstico”. Hay quien piensa que si Dios colaborara un poco y nos apoyara con algunos milagros espectaculares, todo el mundo se convertiría. Mentira. Más milagros y más espectaculares que los que obró Jesús, no nos los podemos ni imaginar, y sin embargo ya vemos cómo acabó. El evangelista Juan, cundo al final de la vida pública de Jesús, antes de la Pasión, hace un balance del resultado, concluye: “A pesar de haberle visto hacer tantos milagros, no creían en él” (Jn 12,37).
Puede que sus milagros despertaran entusiasmo en las muchedumbres, pero era momentáneo. Al principio del evangelio de Juan se nos dice que cuando Jesús subió a Jerusalén en una fiesta de Pascua, muchos, viendo sus milagros, creyeron en él, “pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que nadie le dijera qué son los hombres; bien sabía él qué hay en el corazón de cualquiera” (Jn 3,133-15).
Del “hosanna” del domingo de Ramos al “¡crucifícale!” del Viernes Santo no median más que cuatro días. En cambio cuando Jesús, amenazado de muerte pero sabiendo que aún no ha llegado su hora, huye de Judea y se retira al otro lado del Jordán, donde Juan el Bautista había estado predicando, dice el evangelista Juan que muchos fueron al encuentro de Jesús y decían: “Juan (el Bautista) no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo de él (Jesús) era verdad.
Y entonces muchos creyeron en Jesús” (Jn 10,40-41). El mundo moderno, decíamos, se muestra escéptico ante la religión, pero también es escéptico ante los milagros.
Nos abruma el torrente de informaciones que los medios de comunicación descargan sobre nosotros, y como cuentan tantas mentiras, ante un hecho insólito queda siempre la duda de si será verdad. Además, la ciencia y la técnica modernas hacen unos progresos y crean tales inventos que hasta parecen superar a los milagros clásicos y hacen dudar de los que se aducen para las canonizaciones.
En cambio, ante tantas manipulaciones y mentiras de la propaganda (la comercial y la política), a lo que no estamos inmunizados y lo que nos impacta siempre es la honradez y la autenticidad. Juan Bautista es un gran ejemplo. No realizó ningún milagro, pero dejó el recuerdo de su honradez, de que no buscaba ganancias de ningún tipo, ni siquiera la popularidad fácil, y de que era fiel hasta la muerte a la verdad y a la justicia, sin temor a los poderosos, y por eso después de su martirio muchos, recordando el testimonio que había dado de Jesús de Nazaret, se lo creyeron.
El Bautista es un modelo del testimonio de Jesús que todos los cristianos, pero sobre todo los sacerdotes, los religiosos y los catequistas, hemos de dar de Jesús. El mundo no espera de nosotros que obremos milagros, que a lo más suscitarían una curiosidad momentánea, sino la autenticidad, la honradez, la predicación del ejemplo.
Ojalá se pueda decir un día de cada uno de nosotros: “El Padre tal, la Hermana cual, aquel catequista, no hacía milagros, pero lo que decía de Jesús se veía que se lo creía, y era en su obrar consecuente con lo que predicaba”.
Madre del Redentor
Un sábado más, vamos a escuchar buena, buenísima música dedicada a la Virgen. Y vamos a hacerlo con la antífona mariana que toca para este tiempo litúrgico de Navidad. Y el maestro que nos va a acompañar durante los próximos cinco minutos es uno de los representantes más importantes de finales de la Edad Media comienzos del Renacimiento. ¿Te apetece estar con él?
Se trata de Jean de Ockeghem (c1410-1497), maestro franco-flamenco nacido en Saint Ghislain, también conocido como Johannes Ockeghem. Cuando el maestro murió, muchos colegas e intelectuales de la época se hicieron eco de este hecho. Incluso el mismísimo Erasmo de Rotterdam escribió un poema que luego fue puesto en música. Era considerado un gran maestro (en el sentido de la enseñanza musical) y un cantor con unas cualidades fabulosas.
Tinctoris lo situó entre los compositores más importantes de su época, destacando su dulzura y belleza.
Muchísimas obras se basaban en obras suyas, como chansons. También aparecieron diversos arreglos de sus famosas canciones "Au travail suis" y "Fors seulement". De especial importancia en conexión con los Países Bajos eran los préstamos de obras suyas que hicieron Jacob Obrecht o Pierre de La Rue. Un maestro en los sentidos estricto y amplio de la palabra.
De este gran hombre te traigo su motete Alma Redemptoris Mater, a 4 voces. Antes de describirla algo te diré que fue citada por la obra del mismo nombre del mismísimo Josquin. Es uno de los pocos motetes que escribió el maestro Ockeghem. El cantus firmus está presentado en el altus. La obra en general es de una sencillez pasmosa, pero que solo los grandes maestros pueden conseguir. Está escrita con la técnica del motete del siglo XIV pero mirando ya al Renacimiento. Usa, por ejemplo, el "tempus perfectum", que es la división de la breve en tres semibreves, simbolizando la perfección divina de la Virgen; aunque la segunda parte está escrita en "tempus imperfectum". La obra, más allá de complejidades técnicas, es una verdadera belleza.
La partitura de este monumento la puedes conseguir aquí.
La interpretación es del conjunto Laudantes Consort.