“Aquí tenéis la señal: un recién nacido… acostado en un pesebre”
- 04 Enero 2015
- 04 Enero 2015
- 04 Enero 2015
Bebé en manos del padre
La encarnación de Dios en Jesús es celebrar el valor divino de lo humano
Et incarnatus est: "Carne" de Dios
"Nos cuesta ver a Dios en la carne/historia de la historia, en los niños que nacen, en los pobres"
Decimos sin duda esa palabra (e inclinamos la cabeza cuando se canta en la misa solemne ¡Et incarnatus est!). Pero luego no creemos de verdad en ella
(Xabier Pikaza, teólogo).- Ésta es la palabra más significativa de la historia de occidente, y para nosotros, cristianos, la más importante de la humanidad: Dios se ha "encarnado", se ha hecho vida en la "carne/historia" de los hombres, y así le acogemos con fe, y celebramos su misterio en Jesús de Nazaret, que estos días de Navidad nace en la Liturgia. Así lo muestran las dos imágenes de esta postal:
-- La primera presenta a unos obispos que celebran, arrodillados, ante los fieles alejados, el nacimiento de Dios, representado en la estrella de mármol frío (estrella de David, de los Magos de Oriente) que está en el suelo.
-- La segunda presenta una mano con el niño caliente de vida, la mano del partero/a (o del padre), que recibe al niño del vientre de su madre, ya limpio y sonriente, dispuesto a comenzar la gran carrera de la vida, si le acogemos y amamos como carne de Dios.
Una fe "difícil"
-- Muchos hombres y mujeres no lo entienden, no pueden aceptar esta palabra, pues no creen que haya un Dios que pueda y quiera encarnarse (hacerse humano); no creen quizá en Dios, ni tampoco en el hombre como "capaz de ser Dios". Por eso, un genio de la filosofía como el judío L. Wittgenstein (tan amigo de los cristianos, pero no cristiano) decía que lo más grande que existe es un tipo de filosofía como la de Platón, o un tipo de religión como la de Buda o Mahoma, donde Dios está siempre separado, o no existe, o no se encarna.
-- Tampoco muchos "creyentes" de la Iglesia entienden ni aceptan de verdad esta palabra de la "encarnación" (pues son en el fondo más platónicos que cristianos). Dicen que Dios se ha encarnado, pero después entienden esa encarnación de una forma "espiritualista" (¡como rayo de luz por un cristal!), sin aceptar de verdad la "carne" de María (la madre de Jesús), ni la carne de Jesús. K. Rahner decía que en el fondo somos "monofisitas" (no creemos en el hombre); yo añadiría que somos "gnósticos" (no creemos en la carne de Dios, ni por consiguiente en la carne humana)
Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense. 1er sermón para la Navidad
“Aquí tenéis la señal: un recién nacido… acostado en un pesebre” (Lc 2,12)
“Nos ha nacido un niño” (Is 9,5). Y el Dios de majestad, anonadándose a sí mismo (Flp 2,7) se hizo semejante a nosotros, no tan sólo tomando un cuerpo terrestre de mortal, sino todavía más, en la edad tierna y débil de los niños… ¡Oh santa y dulce infancia que restituyes al hombre la verdadera inocencia! Gracias a ti cualquier edad puede llegar a ser una dichosa infancia (Mt 18,3) y ser conforme al Niño-Dios, no por la pequeñez de sus miembros, sino por la humildad del corazón y la suavidad de sus costumbres…
Para servirte de ejemplo, Dios ha querido, siendo al más grande de todos, hacerse el más humilde y pequeño de todos. Era poco para él estar por debajo de los ángeles tomando la condición de la naturaleza mortal; ha sido preciso hacerse más pequeño que los hombres tomando la edad y la debilidad de un niño. Que preste atención el hombre piadoso y humilde y se felicite de esta verdad. Que preste atención el hombre impío y orgulloso y sea confundido. Que vean al Dios infinito hecho niño, un pequeño a quien hay que adorar…
En esta primera manifestación a los mortales, Dios ha preferido presentarse bajo los rasgos de un niño pequeño, aparecer más amable que temido. Así, puesto que viene a salvar y no a juzgar, muestra por el momento lo que puede suscitar amor, y deja para más tarde lo que podría inspirar el temor. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de su gracia (Hb 4,16), nosotros que no podemos ni tan sólo pensar sin temblar en el trono de su gloria. Aquí no hay nada terrible ni severo que temer. Por el contrario, todo es bondad y dulzura para inspirar confianza. Verdaderamente, nada hay más fácil de apaciguar que el corazón de este niño; a ti, el culpable, adelanta tus ofrendas de paz y de satisfacción y, el primero, te envía mensajeros de paz para alentarte a una reconciliación.
Sólo necesitas querer lo que te envía, y quererlo verdadera y perfectamente. No sólo te concederá el perdón, sino que te colmará de su gracia. Más aún, apreciando que no es una ganancia despreciable el hecho de haber encontrado a la oveja perdida, celebrará por ello una fiesta con sus ángeles (Lc 15.7).
Acoger a Dios
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».
Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.
Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola. (Juan 1,1-18). 4 de enero 2015
II DOMINGO, DESPUÉS DE NAVIDAD (Ecco 24, 1-4. 12-16; Sal 147; Ef 1, 3-6. 15-18; Jn 1, 1-18)
DIOS SE HA HECHO HOMBRE
La liturgia no sale de su asombro, y durante el tiempo de Navidad, nos reitera la revelación suprema de Dios, el nacimiento de su Hijo, hecho Hombre, nacido de mujer, para rescatarnos a todos.
Dios tenía previsto, desde antiguo, redimirnos a través del don de Sí mismo en su Hijo, Sabiduría divina. “Entonces el Creador del Universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: -Habita en Jacob, sea Israel tu heredad” (Ecco 24, 8).
Dios se ha revelado progresivamente a través de los profetas y de las Escrituras: “Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz”(Sal 147). El Creador, a través de su Palabra, lo hizo todo: “El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1, 11), pero muchos no lo reconocen, y plantean su vida de manera independiente, con efectos desoladores. Hoy tenemos la posibilidad de acoger la Palabra, de recibir agradecidos la Sabiduría, y de sabernos, por gracia, adoptados por Dios. “Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre” (Jn 1,12). Puede parecernos un simple argumento piadoso, pero es la razón más profunda de nuestra esperanza, porque por propia iniciativa divina, en vez de dejarnos sumergidos en nuestro exilio desolador, el Hacedor de todo “nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado” (Ef 1,4)
Al inicio del Año Nuevo, tenemos el reto de rechazar o de acoger la Palabra, que es la persona del Hijo Amado, Jesucristo. Si decidimos dejarnos acompañar por quien es Dios con nosotros, cambiará toda nuestra percepción de la vida y de la historia, y lo que parecía destinado al caos, se convertirá en una eclosión del amor de Dios, de la ternura de nuestro Criador, como diría Santa Teresa de Jesús.
Es momento propicio de recibir a la Sabiduría, y de iniciar la andadura del tiempo nuevo, acompañados de Jesús, y hasta inmersos en la presencia invisible, pero real de su persona. Santa Teresa de Jesús nos invita a permanecer dentro del castillo que somos cada uno de nosotros, y de aceptar relacionarnos con Aquel que es el Señor del castillo, con quien nos habita.
Segundo domingo – Navidad Sir 24,1-4.12-16; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18
Hermanos y hermanas. La liturgia de la Palabra de estos días reiterando el hecho central de la manifestación de Dios que es Jesús. Repite las palabras de la Escritura a fin de que esta insistencia nos haga "crecer en la comprensión profunda de su revelación; que llegamos a conocer de verdad quién es Él "como nos ha dicho St. Pablo, que oraba para que Dios iluminara los ojos de nuestro corazón para alcanzar el conocimiento de tres cosas: la esperanza a la que somos llamados; las riquezas de gloria que nos tiene reservadas; la herencia que nos da entre los santos. El Concilio Vaticano II al hablar de la revelación se acerca decididamente a y contenido de este misterio que celebramos de una manera especial por la Navidad y nos dice que "Dios ha querido revelarse a sí mismo", no ideas o verdades abstractos, no ideologías y filosofías sino a sí mismo, darse a conocer a sí mismo y de esta manera "manifestar su misterio y el misterio de su voluntad". ¿Qué es lo que Dios nos ha revelado? Primero de todo Él mismo, el Dios personal que existe estimando, en comunión: es amor, y san Juan nos lo dice así: "en el principio (aquel principio de lo que nos habla el primer libro de la Escritura, el Génesis) ya existía el Verbo ", que era Dios con Dios. Cuando comenzó a existir todo lo que no es Dios, sino obra de Dios, "Dios no era un Dios solitario, sino un Dios sintonizado y armonizado por el amor" (S. Tomás de Aquino). En otro lugar san Juan define la esencia divina diciendo que Dios es amor; es decir, plenitud de amor y comunión, experto en amor. San Agustín es quien hará la gran afirmación de que "el amor es algo propio de quien ama, y que por amor a alguien es querido. Por tanto encontramos desde siempre el que ama, el amado y el amor ". Es la revelación del misterio trinitario: el único Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por ello, también afirma san Agustín, "cuando hablas del amor estás hablando de la Trinidad".
También Dios nos revela que Él ha actuado más allá de sí mismo creando por medio del Verbo todo lo que existe. Ha suscitado y puesto delante de él lo que no es ni puede ser Dios, pero que es amado por Él.
Es la criatura, toda criatura. La culminación de la creación es la persona humana, criatura del todo peculiar y hecha para que pueda entrar en diálogo con el mismo Dios y Dios con ella. El "yo" que es Dios ha creado un "tú" capaz de entrar en diálogo, en comunión con Él: es la persona humana, el ser que es capaz de Dios. También nos ha revelado que la Palabra eterna, el Verbo, ha venido a nosotros, a convivir con nosotros; que es el Padre quien nos la ha dado y con ella nos lo ha dado todo; Además, nos lo ha dicho todo. De esta manera el "Dios que había hablado muchas veces y de muchas maneras a nuestros padres, ahora nos ha hablado a través del Hijo". A nosotros nos toca ahora preguntarnos cómo hacer lugar en nuestras vidas al Verbo que vive entre nosotros. Esta debe ser nuestra inquietud, porque podemos no hacerle sitio. "El mundo no lo acogió; sus no le conocieron ", nos dice el evangelista Juan. Hay que recibirlo por la fe. Y fe es creer; fe es acoger; fe es recibir; fe es buscar; fe es escuchar; fe es ser obedientes a su palabra; fe es permanecer en Él. "A todos los que lo reciben les da poder para ser hijos de Dios". Hijos en el Hijo, destinados a la intimidad divina, fue de la familia de Dios; destinados no a la esclavitud (la ley), sino a la filiación (la gracia y la verdad). Hermanos: así por la fe acogeremos Dios que ha venido en Jesús y por Él se ha dado a conocer; pero esta fe debe actuar, y sólo puede actuar por amor. Acoger a Dios sin amar es imposible. Y quien debemos amar? A Él, evidentemente, pero también todo el que es amado por Dios: "el que dice que ama a Dios, y podríamos añadir, el que dice que la acoge, pero no ama a los demás, es un mentiroso". Haremos lugar al Verbo que vive entre nosotros siempre que acogemos de corazón el hermano; no recibimos ni lo conocemos siempre que rechazamos el hermano. Es que todos, hechos como somos, a imagen y semejanza de Dios, somos creados para vivir en una mutua comunión, que manifieste la realidad divina que existe amando. Esto nos habla de la importancia que tienen nuestras actitudes y la necesidad de hacer una conversión. Dios se nos ha revelado y ha manifestado su designio de salvación, lo que nos promete, aquello a lo que nos llama: la esperanza a la que somos llamados; las riquezas de gloria que nos tiene reservadas; la herencia que nos da entre los santos. Realidades en las que debemos creer, realidades a las que debemos ser fieles para ser fieles a nosotros mismos, a nuestra esencia humana hecha para una comunión y manifestar así la imagen que somos de nuestro Creador. Fue por tanto fieles viviendo la fraternidad, la justicia y el amor. Dios ha venido y nos enseña a abandonar la impiedad y los deseos mundanos para vivir de una manera nueva: no esclavizados por la codicia; no en la injusticia que niega los derechos de los demás; no en la impiedad que no quiere reconocer la primacía de Dios.
Así recibimos la revelación que Dios hace de sí mismo; acogeremos el Verbo, la Palabra y pasaremos de la imagen a la filiación. Recibiremos el Espíritu que nos hace hijos de Dios. Así daremos sentido al misterio que celebramos en Navidad. "En el principio ya existía la Palabra, la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios ... A todos los que lo reciben les es dado ser hijos de Dios".
La Epifanía del Señor
Mateo 2, 1-12. Solemnidad Epifanía. Esos magos le llevaron unos regalos al Niño Dios, pero no se dieron cuenta de que ellos fueron quienes recibieron el mayor regalo.
Oración introductoria
Jesús, vengo a este rato de meditación para contemplarte y adorarte, como aquellos magos de Oriente. Ayúdame a encontrarte, como ellos lo hicieron, en los brazos de María.
Petición
Jesús, dame la gracia de buscarte siempre. Que seas Tú la causa de todas mis alegrías.
Meditación del Papa Francisco
Los Magos consiguieron superar aquel momento crítico de oscuridad en el palacio de Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que señalaba Belén como el lugar donde había de nacer el Mesías. Así escaparon al letargo de la noche del mundo, reemprendieron su camino y de pronto vieron nuevamente la estrella, y el Evangelio dice que se llenaron de “inmensa alegría”. Esa estrella que no se veía en la oscuridad de la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa “astucia”. Es también una virtud, la santa “astucia”. Se trata de esa sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros y evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de “astucia” cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino. (S.S. Francisco, 6 de enero de 2014).
Reflexión
Hoy es uno de esos días en que todos quisiéramos de nuevo ser niños. ¡Qué alegría y qué ilusión al habernos ido a la cama pensando: "Esta noche pasarán por casa los Magos de Oriente y dejarán en ella muchos regalos para mí" El ejemplo de estos "magos" (en la actualidad equivaldrían a una especie de astrónomos y no a aquellos que aparecen y desaparecen un conejo de su sombrero) es un ejemplo de fe y de sencillez. Su vida estaba resuelta. Eran felices. Tenían una familia maravillosa. ¿Para qué despeinarse? ¡Vaya ganas de complicarse la vida! Y sin embargo, ven la estrella y no tardan en seguirla.
Tenían fe y supieron descubrir en el brillo de esa estrella diminuta, que a ratos se les escabullía, el paso de Dios por sus vidas. Y es que, hace falta tener los oídos interiores bien limpios para escuchar la voz de Dios. El rey Herodes, a través de estos magos, recibió también una invitación de Dios para sumarse a los que adorarían al Niño. Pero la basura del egoísmo y el ruido del poder acumulado en sus oídos, no le permitieron escuchar. Se quedó en su palacio y se ensució el alma con la muerte de tantos inocentes. La sencillez de los magos, se nos presenta unida a su fe, en el momento del encuentro con el Niño: Y de hinojos le adoraron, abriendo sus cofres, le ofrecieron como dones de oro, incienso y mirra...
Unos hombres venían de oriente. Ellos habían visto una estrella diferente a las demás. Una estrella nacida hacía unos días, lo que equivaldría a un fenómeno extraordinario. Lo comentan con todos los habitantes de la ciudad en donde están. La ciudad se sobresalta por tal anuncio. ¿Qué harías si hoy te preguntaran si has visto la estrella que acaba de nacer? Al menos yo me sentiría confuso, dado que no soy un astrónomo, además las noches las ocupo en otras cosas que en estar mirando el cielo.
Estos hombres los recordamos hoy. Hace más de dos mil años que observaron el fenómeno de la estrella, y aún hoy se observa este milagro. Una estrella ha nacido, y nace en esta Navidad, y nacerá en las siguientes navidades. Esa Estrella la llamamos Jesús. Un Niñito nacido un lejano 24 de diciembre, y que sigue recibiendo la visita de unos magos cada año. Unos magos que eran de oriente y que hoy los niños del mundo quieren muchísimo. Esos magos le llevaron unos regalos al Niño Dios, pero no se dieron cuenta de que ellos fueron quienes recibieron el mayor regalo, el conocimiento de Dios a través de la Fe.
Ojalá que en este día, escuchemos la voz del recién nacido. Y si no la percibimos, lavémonos los oídos, curemos nuestra sordera de alma y no nos quedemos solos y tristes como Herodes.
Propósito
Vayamos al portal de Belén y con fe y sencillez, desde lo más profundo de nuestro corazón, adoremos a Jesús, prometiéndole que seguiremos siempre su estrella.
Diálogo con Cristo
La adoración de los magos me recuerda lo cerca que estás siempre, esperando que me dé el tiempo para contemplar y apreciar el infinito amor que me ofreces. Mi entorno social ofrece tantas falsas alegrías que necesito, como los magos, seguir tu estrella que muestra el camino, que aunque a veces parezca difícil, es el único donde podré encontrar la felicidad verdadera. Señor, ayúdame a salir a predicar tu mensaje de amor, dame la gracia de salir de mí para ejercer una labor de fermento dentro de mi familia y en el círculo de mis amigos, para comenzar a vivir un cristianismo militante, dinámico, lleno de celo, que nunca pierde de vista la estrella de tu amor.
Queridos Reyes Magos ¡Feliz fin de viaje!
Estamos celebrando el día de la Manifestación del Señor, así que ¡ánimo! El día de encontrar lo que están buscando ha llegado.
Queridos Reyes Magos:
Se muy bien que desde que han visto la estrella aparecer en el firmamento y después de consultar sus mapas de astronómicos, y sobre todo sondear su corazón, se han puesto en camino con gran docilidad para ir al encuentro del Rey hecho niño, del Salvador del Mundo.
Y llevan sus regalos, que han elegido de una manera extraordinaria, Oro, Incienso, y Mirra; porque lo reconocen como Rey, como Dios, y como hombre. Y se han puesto en camino dejándose guiar por aquella estrella, que solo se deja ver por las noches… y les va marcando el rumbo y les va orientando sus pasos.
Y ustedes con gran alegría, venciendo el cansancio y la sed de tanto caminar, el calor y el frío del desierto, han continuado su camino y están por llegar. También venciendo innumerables dificultades, como los engaños de Herodes, que sabiamente han podido burlar, siendo obedientes al ángel.
Estamos celebrando el día de la Manifestación del Señor… así que ¡ánimo! El día de encontrar lo que están buscando ha llegado.
Gracias por su fidelidad, por su obediencia, y por esos regalos que llevan en sus manos. Pero más agradezco el signo que nos regalan a toda la humanidad de que la salvación es para todos los pueblos.
Desde que ha empezado el tiempo de Adviento, he pensado en ustedes, y en la carta que habría de escribirles para pedirles, como lo hice cuando era niño, algunos regalos. Pero el tiempo se ha pasado tan rápido, entre posadas, la Fiesta de Navidad, Fin de año, Fiesta de Nuestra Santísima Madre… que es hasta este momento en la solemnidad de su venida que les escribo mi carta. De todas maneras tengo la confianza que les llegará a tiempo porque le pediré a mi Ángel de la Guarda que se las haga llegar en forma prioritaria.
Les pido, con humildad que me compartan:
La sencillez para saber distinguir en los signos de los tiempos la presencia de la Buena Noticia, para saber observar desde la fe todas la realidades tanto de la tierra como del cielo.
Que puedan compartir conmigo la docilidad a las divinas inspiraciones del alma, y seguir el camino que me marque la estrella. A ustedes los ha guiado una estrella en el cielo, para mi esa estrella que me lleva a Jesús es María, por eso pido tener esa docilidad de ustedes para saber descubrirla en todo momento, para no perder el rumbo que conduce al Salvador de todas las naciones, al Rey de todos los Pueblos.
Valentía para hacerme al camino, para saber dejarlo todo y lanzarme a la aventura de un camino, a desinstalarme con frecuencia para vivir de la fe y no de la seguridad de mis reinos, de mis posesiones. Confiar que, dejando todo, es la única forma de encontrar El Todo.
Obediencia a las guías que tengo en el camino, obediencia a lo que se cree, a lo que se espera, a lo que se ama. Obediencia humilde a las inspiraciones y a los ángeles, especialmente a mi Ángel de la Guarda, para que no pierda el camino, y tenga la alegría de que todo se me ha dado como regalo, confiando y dependiendo totalmente en Aquel que me ha llamado a un encuentro.
Alegría de un encuentro, del encuentro que más se desea: encontrarse con Dios, por eso ese encuentro es una Celebración. Porque es el encuentro de la criatura con su Creador, alegría de encuentro porque es la manifestación de Dios hecho hombre como Dios, como Rey, y como hombre. Quiero, tener esa alegría de encuentro que para mi se realiza en cada Eucaristía, en cada sacramento, en cada encuentro con el más necesitado. Alegría de encuentro, que es una gran celebración, porque cuando el encuentro esta tocado por el amor solo puede ser celebrativo, y toda nuestra vida es encuentro y toda nuestra vida es celebración si lo vivimos en la dimensión del amor.
Abusando de su generosidad, pido la paciencia para seguir en el camino, para que el cansancio no me haga desistir, para que las dificultades no resten el ánimo, para que los obstáculos del camino solo sean oportunidades de crecimiento, que sean retos que me permitan crecer como persona, como cristiano, como discípulo del Maestro.
Que no pierda la esperanza del encuentro, que no pierda la esperanza que la promesa se hará realidad.
Que no pierda la esperanza que en el camino no se anda solo, que ángeles, estrellas y hermanos caminamos juntos.
Tener siempre y cada día, la esperanza de que es posible vivir la caridad entre los hermanos que caminamos en comunidad como lo hicieron ustedes, que se acompañaron hasta el final.
Todo lo anterior no lo pido solo para mi, lo pido para poder compartirlo con todos mis hermanos, quiero descubrir en cada hermano a Cristo, quiero descubrirlo especialmente en los más pobres, en los más necesitados, los enfermos, los encarcelados, los que están solos o se sienten solos; quiero reconocer al Rey en aquellos que llevan con humildad la cruz de cada día, en los que se esfuerzan por dar testimonio del amor, en las personas que perdonan y aquellos que se niegan a recibir el perdón, recocerlo en los amigos y también en los enemigos.
Quiero compartir todo lo que les he pedido con todos aquellos que se acerquen a mi vida, y quiero ser yo el que se ponga en camino hacía el encuentro. Me gustaría, ser el primero que tienda un puente por donde el otro se pueda acercar a mi, y por donde yo me pueda acercar a él. Todo lo que les he pedido, también se los pido para todos mis amigos, familiares y benefactores… para que todos seamos instrumentos de paz. Para que todos busquemos el reino de Dios, sabiendo que si Dios reina en nuestros corazones, reinará en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras ciudades, y en nuestras naciones. Les deseo a ustedes queridos Reyes Magos, feliz fin de viaje. Y me despido agradecido por la ilusión que guardaron en mi cuando era un niño. Gracias porque un día los espere con la ilusión de niño y hoy los puedo esperar con la ilusión de sacerdote. Con afecto, en el Señor que buscamos y que encontramos en la Eucaristía.
Portal de belén
El mundo "cristiano" jamás ha conocido la paz
Eirene shalom, ¿una paradoja absurda?
Un día habrá paz en la tierra como logro supremo del corazón humano
Repetir una vez más este augurio angelical, ¿no suena a humor sarcástico, si es que no a estulticia soberana?
(Alfredo Barahona, revista claretiana TELAR)- Hablar de la paz en Navidad parece lugar común. Talvez porque paz ha llegado a ser poco más que una palabra o, a lo sumo, una utopía inalcanzable. La llamada civilización occidental cristiana carga con la vergüenza de jamás en veinte siglos haber proscrito la guerra como supuesta solución de los conflictos.
Se podría meter las manos al fuego sosteniendo que no ha habido siglo, año y ni siquiera un día en la era cristiana sin desgarradores enfrentamientos bélicos. El mundo "cristiano" jamás ha conocido la paz.
Si esto se da por sentado, ¿aquella "noche de paz, noche de amor" en que "todo duerme en derredor", ¿es algo más que un arranque poético dulzón de los austríacos Joseph Mohr y Franz Gruber que dio vida al más famoso villancico navideño?
De seguro ambos se inspiraron en la certeza con que Lucas -el evangelista-periodistaque partiera prometiendo "relatar los sucesos acontecidos" (1,1-3)- cuenta que un ángel anunció a los pastores de Belén una "Gran Noticia", y luego "una multitud" de ellos se le unió para alabar a Dios y presagiar "paz en la tierra a los hombres que El tanto ama".
Pero repetir una vez más este augurio angelical, ¿no suena a humor sarcástico, si es que no a estulticia soberana? Pudiera ser si por paz se entiende únicamente la "ausencia de guerra", traducción paupérrima de lo que tanto Viejo como Nuevo Testamento han entendido por paz. Pero la frustración podría ser aun mayor si se atiende a tal significado.
Porque la cultura hebrea, de la que se nutre la fe cristiana, entiende por paz muchísimo más que la mera ausencia de guerra. El "shalom", concepto y saludo primordial de paz israelita -y en parte el "eirene" asumido de forma similar por la cultura griega-, entiende la paz como la suma plenitud a que puede aspirar el ser humano, en tranquilidad, bienestar, salud, alegría, realización, buena vida... ¡y, por cierto, amor!; el conjunto de cuanto un "amado de Dios" puede ansiar para ser cabalmente feliz; ¡aquí, en este mundo!, como anticipo de una felicidad superlativa en el otro.
Vivir en plenitud se acerca así al sentido auténtico de la paz mucho más que esa mera ausencia de guerra, jamás, al parecer, conocida por el ser humano, a quien los más escépticos -¿o realistas?- definen como violento por naturaleza, porque Natura misma lo habría dotado así para defenderse de los peligros y poder sobrevivir.
La paz, según san Agustín, es "tranquilidad en el orden". No en el orden de los cementerios que las tiranías imponen a punta de metralla, sino en la convivencia armónica de un conjunto social donde todos sus miembros puedan ejercer sus derechos y deberes y aportar así al progreso y desarrollo comunitario. Procurar tal orden social es función primordial de la justicia, sin la cual es imposible la paz. "Fruto de la justicia será la paz", profetizó Isaías (32,17).
La ausencia de paz radica así en la ausencia de orden, cuyo extremo es el caos. Según la rica simbología bíblica que se abre con el libro del Génesis. cuando "al principio" sólo había caos, metió Dios amorosamente su mano y fue poniendo orden. Así "se hizo la luz", se separaron las tinieblas, hubo mares y tierra seca, floreció la vida y, finalmente, un hombre y una mujer se amaron y solazaron en un paraíso.
Sólo allí, por lo visto, reinó la paz. Pero el paraíso se acabó cuando la pareja rompió el orden concordado. Desde entonces los crímenes, abusos, injusticias y violaciones extremas del mandamiento del amor nos han llevado a como estamos.
Si a lo largo no de 20 siglos sino de millones de años, el homo sapiens ha negado ∫su propia esencia comportándose como bestia, ¿cómo no habría de necesitar un Salvador que, metiéndose en su misma envoltura carnal, iluminara su mente y le reorientara el camino hacia el orden, la justicia y la paz?
Si así se entiende el mensaje angelical de Navidad, no parecerá un sarcasmo augurar de nuevo que un día habrá paz en la tierra como logro supremo del corazón humano. ¡A pesar de todo!