Recíbeme en tu divino corazón
- 19 Junio 2020
- 19 Junio 2020
- 19 Junio 2020
¿Cómo contemplar el Corazón de Jesús y el Corazón de María?
El Sagrado Corazón no es sólo una representación sensible, ni su devoción se queda en un conjunto de prácticas religiosas. La devoción al Sagrado Corazón evoca el amor del Hijo de Dios que se encarnó por amor y que entregó su cuerpo en la cruz mediante un acto de amor. Esta devoción ayuda a centrar la vida espiritual en el amor de Jesús, rico en misericordia.
Si alguien tiene sed que venga a mí y beba (Jn 17, 37)
El buscador de Dios encuentra en la oración una respuesta. La meditación diaria es un momento de gracia en que el Espíritu Santo viene con Su poder y nos cubre con Su sombra (cf Lc 1,35). Allí, el amor se convierte para el sediento en la única ocupación.
Desde el día en que el soldado traspasó el costado de Jesús con su lanza (Jn 19,34), la Iglesia es regada por esa fuente de la que mana la Vida. Por eso ayuda mucho contemplar en la oración la herida en el costado de Jesús. Junto a María, al pie de la cruz, ver cómo brotan el agua y la sangre, figuras del bautismo y de la eucaristía. Es un continuo fluir de la misericordia divina que nos lava y nos nutre y sacia nuestra sed a través de los sacramentos. El costado traspasado de Jesús nos baña con su infinita misericordia que brota del manantial del amor: el Sagrado Corazón.
1. Dios nos ama con un corazón humano
Una dificultad frecuente en la vida de oración consiste en que se ve el mundo espiritual demasiado lejano a nuestra realidad cotidiana. Me gusta imaginar a un bebé buscando desde el suelo la mirada de su padre sin poder alcanzarlo. De pronto el padre se tumba en el suelo, se pone a su nivel y le sonríe. Luego lo carga y lo levanta. Nosotros no alcanzamos a Dios y, de pronto, Él desciende hasta nosotros y nos eleva a Sí. En Cristo, Dios se hace asequible. (cf Jn 1,14) El Corazón de Jesús representa la humanidad de Cristo; lo vemos como uno de los nuestros. Dios se encarnó para amarnos con un corazón humano. Así nos permitió vivir la comunión de vida con Él. Y cuando vemos a Dios amándonos así, con un corazón como el nuestro, nos brota espontáneo decirle: ¡Así te necesito, de carne, sangre y hueso!
2. Contemplar para escuchar
Otra dificultad que se plantea continuamente en la dirección espiritual y en los cursos de oración cuando se explica que orar es sobre todo escuchar, es la pregunta ¿Y qué significa escuchar en la oración? ¿Cómo se hace para escuchar a Dios? Mi respuesta suele ser: si quieres escuchar, contempla.
Contémplalo en la cueva de Belén, contémplalo en la cruz, contémplalo en la creación, contémplalo en el Sagrario, contempla los corazones traspasados de Jesús y de María…. y escucharás que te dice que te ama.
Contemplar los misterios de la vida de Cristo es comprobar la abundancia del amor de Dios a nosotros. "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37; Zac 12, 10). Mirarle con los ojos interiores, mirarle sobre todo cuando estamos dolidos y arrepentidos y escuchar que nos dice una y otra vez: “No pasó nada, te sigo amando igual”.
Así se lo dijo a Sor Faustina: “Has de saber hija mía, que mi corazón es la Misericordia misma. Desde este mar de Misericordia las Gracias se derraman sobre el mundo entero. Ningún alma que se haya acercado a Mí ha partido sin haber sido consolada. Cada miseria se hunde en mi Misericordia y de este manantial brota toda Gracia salvadora y santificante..." (Diario de Sor Faustina # 1777, p. 626)
3. Dejarse amar
¿Quién entiende la pasión de Cristo? ¿Quién entiende la Eucaristía? No tratemos de entender, son misterios que más bien es preciso contemplar y agradecer.
Centra la mirada en las manos de Jesús. No están atadas con cuerdas. Las cuerdas que le atan debe descubrirlas el corazón contemplativo: son las cuerdas del amor a la Iglesia. Se encuentran libres, pero Jesús libremente se somete y se ofrece como manso cordero.
“Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18) “Su no-violencia es la fuerza del amor” (Jean Corbon)
Después de resucitado quiere quedarse con las manos voluntariamente atadas, preso en el Sagrario, para que vaya a visitarle y allí encontrar yo mi descanso: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Él es el preso y sin embargo, cuando voy a acompañarle, soy yo el que sale consolado.
Jesús reclina su cabeza sobre la Madre, significando aceptación. Y María, representándonos a todos nosotros, se une a Jesús llena de compasión. Ese diálogo contemplativo de la mirada de María, nos hace comprender que el quehacer en la oración es dejarse amar y amar. El rostro de Cristo Redentor: manso y misericordioso. En sus ojos cerrados repasa la historia de tu vida y de la suya, deja que te invada de paz y junto con San Pablo concluye sin decir palabra: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20)
Y una vez que has experimentado el grande amor que Dios te tiene: dale amor. El camino nos lo indican las dos manos de María. ¿Hacia dónde están orientadas? Hacia el costado traspasado: así nos muestra ella el camino de la interioridad y la conversión. Conocer el amor, vivir el amor, compartir el amor.
Este icono me dice que la oración, más que actos y técnicas es un tiempo para estar juntos, sin preocuparnos de pasos y de métodos, sino de estar en su presencia, contemplando el rostro de Cristo. Estarse allí, como María: dándole amor, gustando su amor, compartiendo su amor.
Una sugerencia para la meditación personal en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
En la solemnidad del Sagrado Corazón haré mi oración de esta manera, tal vez alguno quiera hacer lo mismo: trayendo a la memoria el icono de los Corazones traspasados estaré rumiando esta expresión de San Agustín que me hace tanto bien en el momento presente de mi vida:
“El pasado ponlo en las manos de la Divina Misericordia.
El futuro en manos de la Divina Providencia.
El presente en manos del Divino Amor.”
¡Sagrado Corazón de Jesús! En ti confío
Un corazón de niño que confía y ama
Santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30. Viernes del Sagrado Corazón de Jesús
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El corazón de Jesús es el corazón de un hijo. Es un corazón que ama a su Padre, con quien vive unido permanentemente. Jesús y el Padre viven unidos en el amor que se tienen.
Cristo ha venido a revelarnos ese amor hacia el Padre. Ha venido a revelarnos su corazón de hijo para transformar el nuestro en el de un hijo amado del Padre. Él quiere revelarnos el amor del Padre. Quiere hacernos experimentar el interés que tiene el Padre por nosotros.
Sólo en el amor del Padre podremos encontrar verdadero refugio y descanso. Pero para poder sentirnos hijos y poder sentirnos amados por el Padre, necesitamos un corazón humilde como el de Jesús, un corazón de niños.
Necesitamos el corazón sencillo de un niño pequeño que se reconoce necesitado de la ayuda de su Padre, no el de un adulto que se cree independiente y capaz de hacer todo por su cuenta. Para poder experimentar el amor del Padre tenemos que ser humildes, a ejemplo de Jesús. Tenemos que ser humildes y reconocer que no podemos solos, que estamos fatigados y agobiados por la carga, que necesitamos la ayuda de nuestro Padre.
Si vivimos unidos al Padre, con un corazón de hijo, jamás nos sentiremos solos y abandonados, porque el amor del Padre siempre estará con nosotros. Entonces jamás nos volveremos a sentir agobiados, porque el amor del Padre nos sostiene.
«Jesús alaba al Padre porque escondió el Evangelio a los sabios y doctos y lo reveló a los pequeños. Los pequeños confiesan sus pecados de forma sencilla, dicen cosas concretas porque tienen la sencillez que Dios les da. También nosotros debemos ser sencillos y concretos y confesar nuestros pecados con humildad y vergüenza concretos. Y el Señor nos perdona: debemos dar el nombre a los pecados. Si somos abstractos al confesarlos, somos genéricos, terminamos en las tinieblas. Es importante tener la libertad de decir al Señor las cosas como son, tener la sabiduría de la concreción, porque el diablo quiere que vivamos en el gris, ni blanco ni negro. Al Señor no le gustan los tibios. La vida espiritual es simple, pero nosotros la complicamos con matices. Pidamos al Señor la gracia de la sencillez, la transparencia, la gracia de la libertad y de conocer bien quiénes somos ante Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de abril de 2020, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una comunión espiritual o visita al Santísimo agradeciendo a Jesús por revelarme el amor del Padre y pedirle que me dé un corazón de hijo como el suyo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Pedir a Dios bendecir una cosa o a alguien, significa pedirle entrar cada vez más dinámicamente en esta espiral de salvación.
Un aspecto importante de la piedad de los fieles, no suficientemente conocido y practicado son las bendiciones.
Las bendiciones están comprendidas dentro de los sacramentales. Para entender el significado de esta palabra vamos a tomar las cosas desde más arriba.
Sabemos que la vida de la Iglesia y de cada cristiano se sostiene por los siete sacramentos. Es decir, sobre siete acciones litúrgicas especiales, capaces, a través de signos, palabras, gestos, elementos naturales como el agua, el aceite, el pan y el vino, de trasmitirnos aquella gracia que brota como continuación de la redención realizada por Cristo que nos sumerge en la salvación, es decir, en la vida divina.
Instituidos por el mismo Redentor, son signos eficaces: es decir, realmente trasmiten aquello que prometen; no ciertamente por la fuerza de los gestos y de las palabras de quien los administra o de los poderes de los elementos naturales empleados, sino más allá de la fuerza de todo esto, en virtud del poder salvífico que Jesús mismo ha unido a estos signos.
Así, por ejemplo, aunque el ministro que realiza la acción fuera indigno, si es válidamente ordenado y respeta el rito esencial de los sacramentos que celebra, éstos serían igualmente eficaces para quien los reciba. Siguiendo las directrices de Jesús mismo a través del lenguaje de algunos signos particulares, la redención se hace disponible para cuantos quieran sinceramente participar.
Los sacramentales, en cambio, han sido instituidos por la Iglesia, como cuerpo que es de Cristo, bebiendo de este manantial de gracia del que se llena continuamente, sobre todo en la celebración eucarística.
En el caso específico de las bendiciones, ellas miran sobre todo a dar gloria a Dios: a bendecirlo y a la vez, a invocar su bendición en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, para que venga a nosotros y al mundo la obra de la santificación.
Toda bendición, por tanto, desde la más solemne a la más privada, es una acción de gracias que nos sumerge siempre profundamente en el misterio pascual. Y juntamente nos recuerda y nos manifiesta como ella penetra profundamente nuestra realidad personal, y la realidad del inundo material que nos rodea, y que como dice San Pablo "gime también él con dolores de parto en espera de la liberación".
Por esto el nuevo "Ritual de las bendiciones", nacido a consecuencia de las disposiciones conciliares, provee de muchas fórmulas para las diversas circunstancias de la vida de las personas. Presenta también otras bendiciones que se extienden hasta abarcar todo lo que acompaña nuestra existencia humana, como por ejemplo la casa, el trabajo, la tierra con sus frutos y los objetos que apoyan nuestra piedad.
Pedir a Dios bendecir una cosa o a alguien, significa pedirle entrar cada vez más dinámicamente en esta espiral de salvación, de tal forma que un mundo sacralizado ayude a su vez al hombre a santificarse. Todo en el seguimiento de Cristo.
Es bello y útil, para un cristiano, por tanto, no sólo participar en las bendiciones más solemnes que organiza su Iglesia local, sino en la óptica que hemos descrito, hacerse promotor en lo posible. Esto se puede hacer de varias formas.
De hecho, el nuevo Ritual de las Bendiciones, dispone que algunas bendiciones solemnes son estricta competencia del Obispo, otras del sacerdote o del diácono y otras de laicos habilitados, como pueden ser los acólitos o los lectores. Pero también simplemente de os padres y las madres de familia, en función de la gracia que desciende del sacramento del matrimonio.
Así, nosotros los laicos debemos continuar pidiendo a los sacerdotes la bendición, por ejemplo de nuestras casas, nuestros lugares de trabajo, nuestros medios de trasporte, la tierra y sus frutos y nuestros objetos de piedad como las imágenes sagradas, las medallas, escapularios, rosarios.
Pero también podemos practicar aquellas bendiciones de las que podemos ser ministros en el ámbito familiar: la bendición de la mesa, los hijos, los novios, nuestros ancianos y enfermos.
Vivimos en un mundo de signos y símbolos. Con ellos Dios inalcanzable se nos hace cercano.
Prefacio e introducción al volumen «Un vocabulario del Papa Francisco».
Aunque las palabras "no podrán jamás describir completamente o definir adecuadamente el corazón humano", todavía "pueden revelar visiones del mundo de otro ser humano". Esta es una de las consideraciones que el Patriarca Ecuménico Ortodoxo Bartolomé I ofrece al lector en el prefacio del volumen "Un Vocabulario del Papa Francisco" (Un vocabolario di Papa Francesco), publicado por LEV y editado por Joshua J. McElwee y Cindy Wooden. De manera similar, el Cardenal Sean O'Malley en la introducción del libro investiga la espiritualidad del Papa, "completamente jesuita, ignaciano en su totalidad, y fascinado por San Francisco", ambos acentos presentes en las palabras y gestos de su Magisterio.
Ambos textos fueron publicados en L’Osservatore Romano, en su edición cotidiana de este 17 de junio de 2020.
Bartolomé I
Con gran alegría nos unimos a esta maravillosa "antología", palabra griega que indica una fascinante selección de reflexiones estimulantes, una colección de interesantes contribuciones sobre uno de los más eminentes líderes religiosos.
Este volumen recoge reflexiones sobre las palabras clave del mensaje y el ministerio de nuestro querido hermano, el Papa Francisco. Las palabras, sin embargo, son mucho más que comentarios, mucho más importantes que las frases comunes. Las palabras son una expresión intrínseca de la vida, nuestro más íntimo reflejo de la divinidad, la identidad misma de Dios: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1,1).
Y, en efecto, tendremos que dar cuenta de cada palabra que salga de nuestros labios (cf. Mt 12,36). Las palabras pueden salvar o destruir (cf. Prob 12,6), ser productivas o destructivas (cf. Prob 8,21), generar benevolencia y edificación (cf. Ef 4,29) o amargura y maldición (cf. Rom 3,14). Sobre todo, debemos estar "siempre listos para responder a cualquiera que te pregunte sobre la esperanza que hay en ti". (1Pt 3, 15)
Durante los encuentros y reflexiones con nuestro hermano, el Obispo de Roma, experimentamos la profunda sacralidad de las palabras. Recordamos y somos conscientes de que las palabras son capaces de construir puentes, pero también muros. Por lo tanto, juntos, hemos buscado promulgar un diálogo de amor y verdad, "actuando según la verdad en la caridad" (Ef 4,15).
Naturalmente, las palabras pueden expresar y describir las emociones humanas, pero nunca pueden contar toda la historia o definir adecuadamente el corazón humano. Sin embargo, pueden revelar visiones del mundo de otro ser humano, dar voz a sus intereses o preocupaciones. Si prestamos atención a la frecuencia con que repetimos ciertas palabras o a cómo las pronunciamos, descubriremos las tendencias y pasiones que dan forma a nuestras propias vidas.
Por esta razón no nos sorprendió demasiado descubrir que los términos seleccionados en este volumen son los que distinguen y evocan los principios fundamentales que el Papa Francisco ha privilegiado y hecho suyos:
- Su ministerio está enteramente dedicado a Jesús y a la Iglesia como el Cuerpo de Cristo, mientras que al mismo tiempo continúa poniendo de relieve los abusos clericales y fomenta una mayor responsabilidad;
- Se esfuerza por relacionar los sacramentos de la Iglesia con la vida concreta del mundo, desde el bautismo hasta las lágrimas
- Dentro de la Iglesia como institución, desea menos clericalismo y más colegialidad, mientras continúa advirtiendo contra la indiferencia y apoyando el discernimiento;
- En las relaciones entre su Iglesia y los demás, promueve el diálogo y el ecumenismo, el encuentro y el abrazo:
- En la comunidad global, se revela la intrincada conexión entre el capitalismo y la creación, la persecución y los refugiados;
- Se preocupa por la familia, las mujeres, los niños y los abuelos.
Pero sobre todo, lo que llama la atención son sus virtudes específicas, que definen su mensaje y dan testimonio de él:
- dignidad y justicia,
- misericordia y esperanza,
- pero sobre todo el amor y la alegría.
Este libro trasciende las meras palabras. Es un espléndido mosaico de elementos coloridos y atractivos que revelan al hombre misericordioso y compasivo que conocemos como el Papa Francisco.
Jesuita y franciscano
Sean O'Malley
Siempre me ha gustado el chiste de que los jesuitas y los franciscanos caminan por la calle un día, cuando de repente se les acerca un joven que les pregunta: "Hermanos, ¿pueden decirme qué novena debo recitar para comprar un BMW? El franciscano dice: "¿Qué es un BMW?" Y el jesuita, "¿Qué es una novena?"
Ahora tenemos un Papa que escapa a estas categorías, reuniendo tanto al jesuita como al franciscano en una sola figura. Creo que el Papa Francisco es el jesuita ignaciano por excelencia. Ha abrazado la vocación de ser un seguidor de Ignacio que quiere ser un santo como San Francisco. Nuestro Papa es completamente jesuita, Ignaciano en su totalidad, y fascinado por San Francisco. Durante su primer año de pontificado, en una entrevista con "La Civiltà Cattolica", el Padre Antonio Spadaro le preguntó por qué se hizo jesuita. El Papa respondió que tres cosas de esta orden le habían atraído: el espíritu misionero, la comunidad y la disciplina, incluyendo la forma en que manejan el tiempo.
Es evidente que el Papa Francisco posee estas características en abundancia. Vive su vocación de jesuita con un intenso celo misionero, amor a la comunidad – que es comunidad en misión – y con una disciplina en la que no se pierde nada, especialmente el tiempo. Poco antes de su ordenación, el joven Jorge Bergoglio, de 32 años, escribió un breve credo, y dio a conocer que aún hoy mantiene ese documento a mano, como un recordatorio de sus convicciones fundamentales. Esto es una clara señal de su hábito de introspección, tan arraigado en la formación jesuita.
El Papa Francisco se dedicó a la introspección, central en la espiritualidad propia de esta orden. La práctica del examen que se realizaría individualmente donde y cuando las circunstancias lo permitieran, fue la forma en que Ignacio propuso mantener a los jesuitas reunidos en Dios, para mantener su concentración a pesar de su estilo de vida activo. El Santo Padre comentó esta atención espiritual en su discurso a los Obispos brasileños durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2013, preguntando: "Si no formamos ministros capaces de calentar el corazón de la gente, de caminar en la noche con ellos, de dialogar con sus ilusiones y decepciones, de recomponer sus desintegraciones, ¿qué podemos esperar para el presente y el futuro?
El Papa Francisco nos recuerda que en el corazón de Dios hay un lugar especial para los pobres. En efecto, es muy elocuente en su defensa de los más necesitados, y nos recuerda que es nuestro deber ayudarlos mediante programas de promoción y asistencia, pero también trabajando para erradicar las causas estructurales de la pobreza.
En Evangelii gaudium el Santo Padre hace uno de sus más apasionados llamamientos en favor de los pobres, subrayando la importancia de proporcionarles asistencia personal: "Deseo afirmar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La gran mayoría de los pobres tienen una apertura especial a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria" (EG 200).
También ha afirmado que el catolicismo no es una "lista de prohibiciones". Nos insta a ser positivos, a exaltar lo que nos une y no lo que nos divide, a privilegiar la conexión entre las personas y el camino compartido, observando que si nos centramos en los aspectos que nos unen, será más fácil superar las diferencias. El Santo Padre sugiere también que toda forma de catequesis proceda por el "camino de la belleza", mostrando a los demás que el seguimiento de Cristo no sólo es bueno y justo, sino también bello, algo capaz de llenar la vida de nuevo esplendor y de profunda alegría, incluso en medio de las dificultades.
El Papa Francisco entiende que las palabras que utilizamos para hablar del pueblo de Dios y de la labor de la Iglesia son de gran importancia y a menudo pueden marcar la diferencia entre estar abierto a una mayor escucha y considerar una vida de fe, o apartarse sintiéndose rechazado, rechazado o marginado por ser indigno. Partiendo de la reflexión espiritual de que todos nuestros dones, talentos y logros son dones de Dios, el Santo Padre nos ha dado un vocabulario en el que aparecen la atención, la preocupación, la inclusión y el servicio. Con la ayuda de Dios y con el apoyo mutuo de cada uno de nosotros podemos tomar estas enseñanzas con el corazón y continuar nuestro camino como discípulos misioneros de Cristo.
Lo que enseña la historia de la Iglesia
Esa historia recuerda que Dios no abandona a su pueblo y que de mil maneras busca atraernos a sus brazos.
La historia enseña cuando los hechos son presentados en su cruda realidad y desde interpretaciones serias y bien elaboradas. También la historia de la Iglesia católica enseña, y mucho, si le dedicamos tiempo, si hay historiadores competentes, si miramos hacia el pasado en toda su complejidad.
En esa historia de la Iglesia caminan juntos la santidad y el pecado, el trigo y la cizaña, la ortodoxia y la herejía. A todos los niveles: desde los obispos hasta el laico que lleva una vida ordinaria.
Por eso duele ver cómo ha habido, y hay también hoy, tantos hombres y mujeres que fallan (que fallamos), que sucumben, que se confunden, que incluso llegan poco a poco o de modo masivo a apartarse de la doctrina verdadera y de la moral auténticamente cristiana.
Incluso en algunos momentos eran decenas, incluso centenas, los sacerdotes y obispos que, poco a poco o de golpe, se apartaban de la doctrina verdadera y defendían ideas sectarias. Basta con recordar cómo en el siglo IV muchos obispos de Oriente se unieron a la herejía de Arrio. O cómo, en el siglo XVIII, miles de sacerdotes en Francia juraron fidelidad al Estado surgido de la Revolución francesa en contra de su auténtica vocación como pastores católicos.
Uno de los grandes engaños de ciertos intérpretes de la historia defiende que esos eran hechos del pasado y que hoy no pueden ocurrir, pues el tiempo nos habría hecho más maduros. Nada más falso. Después de lo que muchos celebran como triunfos de la educación y de la ciencia, ¿no tenemos hoy una terrible corrupción entre los políticos, una enorme apostasía religiosa, y una conciencia adormecida ante algo tan terriblemente injusto como el aborto generalizado?
La historia de la Iglesia nos recuerda esa debilidad íntima que hiere a cada ser humano. En el pasado, con hechos lamentables que recordamos con vergüenza; y en el presente, con un vivir acomodado al mundo en miles de católicos que olvidan lo que significa ser sal y luz.
Gracias a Dios, también esa historia recuerda que Dios no abandona a su pueblo y que de mil maneras busca atraernos a sus brazos. Por eso siempre ha habido santos, héroes, mártires.
¿Por qué fueron fieles en medio de situaciones muy difíciles? Porque se dejaron iluminar por el Espíritu Santo y porque conservaron valientemente el tesoro de la auténtica doctrina católica.
También hoy podemos ser fieles a Cristo hasta el final. Basta con ser humildes, pedir ayuda a Dios, y seguir los pasos de miles de testimonios (mártires) que a lo largo de los siglos nos muestran cómo ser fieles, incluso hasta dar la propia vida por quien murió para salvarnos.
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11, 29)
La Fiesta de “El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. (Mateo 11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será mas transparente y cristalino. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5,8)
El Corazón, símbolo y parábola de nuestra Personalidad
Lucas escribe en su Evangelio: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lucas 2,19), también refiriéndose a María dice que: conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. (Lucas 2, 51). En muchos versículos Lucas se refiere a los sentimientos que tenían los hombres como sentimientos que nacían y se cuidaban en el corazón, es así como también escribe: “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (Lucas 12). Todos estos versículos, nos ayudan de buena manera a comprender de algún modo la interioridad de María y de Jesús, junto con la de los protagonistas de los relatos evangélicos, como por ejemplo en este relato; “Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor. (Lucas 9,47).
En otras palabras, podemos afirmar, que tanto en las Sagradas Escrituras como en los escritos de la vida cotidiana, todo aquel que desee describir como son los sentimientos de alguien determinado, se refiere al corazón, por lo que este órgano humano es todo un símbolo y parábola de nuestra personalidad y allí se atesoran las cosas buenas; “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lucas 12,34), después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia. (Lucas 8,15) o allí se manifiestan nuestros miedo; ¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? (Lucas 24,38)
El Corazón de los hombres
El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, (Lucas 6,45) El corazón representa algo muy importante en el ser humano, podríamos incluso decir que el corazón personifica en su integridad al hombre, y es porque es el centro único y excepcional de la persona humana, un hombre sin corazón, es un ser sin vida de amor, no tiene con que amar y no puede cumplir lo que Jesús nos ha pedido: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Lucas 10,27), por tanto el corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestro temperamento, allí se anida la virtud de la mansedumbre, de la humildad y es el sitio preferido de la misteriosa acción de Dios.
Y por cierto, al Señor le gusta el hombre de corazón puro, porque es un corazón que sabe amar: “Amaos intensamente unos a otros con corazón puro” (1 Pedro 1,2), y no solo le encanta, sino que a los puros de corazón les bendice; Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5,8). No obstante, sabemos también que hay dureza en el corazón y en el puede existir el bien y el mal, es así como los hay traicioneros; Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, (Juan 13,2), “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas”(Marcos 7,21), pero a pesar de estos corazones enrarecidos, Jesús tiene confianza en que los hombres pueden transformarse en hombre de buen corazón y les pone como ejemplo el corazón suyo: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11,29)
El Corazón de Jesús
Al cristiano, le enternece hablar desde el corazón, del Corazón de Jesús. En efecto, a todos nos conmueve y nos emociona profundamente, porque sabemos que esta figura nos habla de un amor dotado de hermosura, porque no nos cabe ninguna duda que el Corazón de Jesús, es para nosotros el mas bello emblema del amor. Su corazón fue colmado de amor total al Padre y a los hombres. Es tan importante en todos nosotros, que para aprender a amar a los demás de gran forma, tratamos de de comprender algo del amor de Cristo Jesús a todos los hombres.
Los Evangelios, nos hablan del corazón de Jesús, mostrándonos un corazón humano y al mismo tiempo con el misterio de un amor humano-divino. El corazón humano de Cristo está unido a su divinidad, es así como podemos decir que el amor de Dios se ha encarnado en el amor humano de Cristo y el nos pide; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Lucas 10,27),porque el es “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor” (Marcos 12,29), y cuando el “escriba” le dijo a Jesús, “El es único y que no hay otro fuera de El, y amarle con todo el corazón, (Marcos 12, 32), le dijo que; “No estás lejos del Reino de Dios”. (Marcos 12, 34)
Con todo, Jesús, tuvo también un corazón muy humano y sensible, como lo demuestra en el relato de la resurrección de Lázaro; “Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente…..y Jesús se echó a llorar. (Juan 11, 33-35). Luego de que Jesús entregó su espíritu en la cruz, el Corazón de Jesús se detuvo y cesó de latir, y luego al resucitar, “no ha cesado nunca, ni cesará ya jamás de palpitar con un apacible e imperturbable latido”. (HA 28). Como lo demuestra Juan, quien sintió su latidos al reposar sobre el pecho (el Corazón) de Jesús, cuando escribe el amoroso dialogo de amor entre Pedro y su Maestro; “dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Juan 21,15)
El Corazón de Dios, amor hacia los hombres
El amor de Dios hacia el hombre existe desde siempre y para toda la eternidad; “De lejos el Señor se me apareció y me dijo; Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”. (Jeremías 31, 2). Es así, como San Juan Evangelista que conoció a Jesús íntimamente descansando sobre el pecho (corazón) de Jesús, tanto que fue el discípulo amado, exclama; “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Juan 3, 16-17), es decir, un amor extremo, que llevo a su propio Hijo a la Cruz por amor a los hombres, revelado el mismo Jesús; “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos” (Juan 15, 12-13).
Esto nos revela el gran corazón de Dios; “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Romanos 5,8) así como también Jesús nos muestra su gran corazón, su sufrimiento y muerte en cruz son una muestra de su amor por nosotros, como lo declara San Pablo; “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gálatas 2,20)
Las fuentes de la fiesta del sagrado corazón de Jesús
Una vez concluida la fiesta de Pentecostés la Iglesia durante un día viernes, después de la fiesta de Corpus, celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta es un fiesta relativamente nueva, no obstante la idea de celebrar tiene muchos años, y la fuente esta en las misma Sagradas Escrituras. Dios nos amado siempre, “Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. (1 Juan 4, 8-10). Por eso, lo que celebramos en esta fiesta, es el amor de Dios revelado en Cristo Jesús y manifestado sobre todo en su pasión. El símbolo de ese amor es el corazón de Cristo herido por los pecados de los hombres.
Es así entonces, que la devoción al Sagrado Corazón es devoción a Cristo mismo, y hacia El se dirige nuestra oración: "Venid, adoremos al corazón de Jesús, herido por nuestro amor".
Una monja, Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en Francia, fue quien impulsó la idea que se concretaría en una nueva fiesta en el calendario litúrgico. Los antecedentes son que entre 1673 y 1675 tuvo santa Margarita María, en su convento de Paray-le-Monial, una sucesión de visiones en las que Jesucristo le habló pidiéndole que se ocupase por la institución de una fiesta del Sagrado Corazón, que debería celebrarse el viernes después de la octava del Corpus Christi. Luego en 1856, el papa Pío IX la hizo extensiva a toda la Iglesia.
La lectura de la liturgia
La liturgia de esta fiesta, en sus tres ciclos de la solemnidad del Corazón de Jesús nos hace contemplar en conjunto desde su clave profunda: “el amor de Dios”.
Ciclo A: “El Señor se prendó de ustedes y los eligió, no porque sean el más numeroso de todos los pueblos. Al contrario, tú eres el más insignificante de todos. Pero por el amor que les tiene” (Deut 7,6-11). Dios no nos ama por lo que somos o tenemos, sino que al amarnos nos regala y nos bendice. Es un amor gratuito y misericordioso, que toma la iniciativa constantemente. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”. (1Jn 4,7-16). “Venid a mí los que estáis cansados”. (Mt 11,25-30). Frente a los fariseos, que cargaban fardos pesados e insoportables sobre la gente, obligándoles a cumplir meticulosamente la Ley, Jesús afirma que su yugo es llevadero y ligero. Acoger a Cristo es recibir su amor, que lo hace todo fácil. Por eso seguir a Jesús no es una carga pesada, sino encontrar en Él nuestro descanso. Él toma nuestro cansancio y alivia nuestros agobios porque en la cruz ha tomado el peso del pecado que nos destruía.
Ciclo B; “Sacarán agua con alegría de las fuente de la salvación”. (Is 12,2-6). La tradición cristiana ha entendido que la antigua profecía de Isaías se ha cumplido en Jesús. Al ser traspasado su costado, “salió sangre y agua”. Jesús muerto y resucitado se convierte en manantial de vida y salvación. Derrama su Espíritu, su amor, su misma vida. Por eso, estamos invitados constantemente a acudir a Él para beber esa agua que sacia su sed y le purifica y para recibir la aspersión de su sangre que le regenera y le embriaga. “Verán al que ellos mismos traspasaron”. (Jn 19,31-37). Desde los apóstoles, todas las generaciones cristianas han descubierto el amor de Dios contemplando a Cristo crucificado. La cruz es la expresión mayor de este amor. Por eso también nosotros somos invitados antes que nada a mirar a Jesús. El apóstol Juan nos enseña este secreto y desea contagiarnos esta mirada contemplativa: para que entendamos hasta qué punto somos amados y aprendamos a amar de una manera semejante.
Ciclo C, “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él”, (Ez 34,11-16). Frente a los malos pastores de Israel, que se aprovechaban de las ovejas, Dios anuncia que Él mismo en persona saldrá en busca de sus ovejas. Es lo que ha hecho en la encarnación de su Hijo. No ha dado por perdidas a las ovejas obstinadas y rebeldes, sino que las ha buscado hasta las puertas mismas del infierno. La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. (Rom 5,5-11), es lo que llena de asombro y gratitud el corazón de Pablo, el haber sido amado siendo pecador, siendo incluso perseguidor de la Iglesia. “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,3-7) Es sorprendente escuchar la alegría de Dios por la conversión del hombre. Jesús no acusa ni reprocha; al contrario, se alegra indeciblemente cuando alguien acepta dejarse encontrar y volver al redil. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La gloria de Dios es que el hombre viva, que se deje vivificar en plenitud, hasta la santidad. ¿Cuántas alegrías estoy dispuesto a dar a Jesucristo que lo ha entregado todo por mí?
La contemplación de este misterio
La contemplación de este misterio, causa en nosotros profundos sentimientos de amor y es una gran invitación a adorar al Señor. Pero también, a compadecernos por los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, que padeció en manos de los hombres. Ciertamente, la reflexión de los sufrimientos de Cristo debería producir en nosotros el dolor de los pecados, de los nuestros propios y de los del mundo.
Pero hay también lugar para el gozo, gozo de conocer que somos tan amados y que ha triunfado el amor, por tanto, nuestra devoción no debe permanecerse solo en el nivel del estremecimiento, sino que además, sea un dulce momento para ayudar a cargarle la cruz a Cristo Jesús.
En efecto, esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, debe hacerse aceptando la invitación de Cristo a tomar nuestra cruz y seguirle como se nos ha pedido en Aparecida, como “discípulos y misioneros de Jesucristo”, seducido por El, por su entrega de amor en la Cruz, por tanto, nos corresponde a todos, los que somos su Iglesia, Obispos, Presbíteros, Diáconos, Religiosos y Fieles Laicos, ponernos en el lugar de Cristo y tomar parte en la obra salvadora de Jesús, con amor mutuo, porque “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu”. (1 Juan 4,11-13)
La Fiesta de “El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. (Mateo 11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será mas transparente y cristalino.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5,8)
Cristo Jesús, viva en sus corazones