¡Señor, sálvame!

Asprenato, Santo

Obispo, 3 de agosto

Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, san Asprenato, primer obispo de la ciudad (s. II/III).

Breve Biografía

Muchos napolitanos, por la gran devoción para el patrón principal de la ciudad san Genaro y de su espectacular milagro anual de la licuefacción de la sangre, ha olvidado o hasta ignoran que el primer obispo de la naciente comunidad cristiana de Nápoles fue san Asprenato, mientras san Genaro fue obispo de Benevento y mártir en Pozzuoli en las proximidades de Nápoles.

De san Asprenato se sabe que vivió entre finales del siglo I y principios del siglo II, época en que los más recientes estudios arqueológicos, fijan los principios de la Iglesia napolitana, y como confirmación de esto, se sabe que el nombre Asprenato fue muy popular en el período de la república y en los primeros tiempos del imperio romano, luego cayó en desuso.

Varios antiguos documentos comprendidos en el famoso Calendario Marmóreo de Nápoles, certifican su existencia durante los mandatos de los emperadores Trajano y a Adriano y fijan en veintitrés años la duración de su episcopado.

De su vida no se sabe nada cierto, pero una antiquísima leyenda repetida con modificaciones en textos posteriores, cuenta que san Pedro, fundada la Iglesia de Antioquía, se encaminó hacia Roma con algunos discípulos, pasó por Nápoles, aquí encontró una viejecita enferma (identificada luego como santa Cándida La Anciana), quien prometió adherirse a la nueva fe si se curaba.

Pedro hace una oración pidiendo la sanación, a lo que los discípulos de Antioquía contestaron con ¡Amén!, Cándida se sanó, y encomienda cure también a un amigo suyo llamado Asprenato enfermo desde hace tiempo y que si lo curara también ciertamente se convirtiría.

En este instante Pedro también intercede y logra que sea curado, y luego de catequizarlo, lo bautiza. El cristianismo vivía una rápida difusión en Nápoles, y cuando Pedro decidió retomar el viaje hacia Roma, consagro a Asprenato como obispo.

Él hizo construir el oratorio de Santa María del Principio sobre que surgirá la basílica de santa Restituta y fundó la iglesia de san Pedro en Aram donde todavía hoy se conserva el altar sobre el que el apóstol celebró el Sacrificio.

El santo obispo murió rico en méritos, y varios milagros fueron conseguidos por su intercesión; su cuerpo fue llevado al oratorio de santa María del Principio, algunos estudios más recientes dicen que las reliquias están en las catacumbas de san Genaro, en cuyos alas superiores están las imágenes, no bien conservadas, de los primeros 14 obispos napolitanos.

Después de san Genaro es el segundo de los 47 santos protectores de Nápoles, cuyos bustos de plata son custodiados en la capilla del tesoro de san Genaro en la Catedral (el Duomo), aquí también esta conservado el bastón con el que san Pedro lo curó.

En la ciudad, en épocas diferentes, fueron elegidas dos iglesias en su honor y una capilla le es dedicada en la antiquísima basílica de santa Restituta.

Es invocado para calmar la jaqueca, su fiesta litúrgica es recordada en el Martirologio Romano y en el Calendario Marmóreo al 3 de agosto.

¿A quién recurrir?

Santo Evangelio según san Mateo 14, 22-36. Lunes XVIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que imite tu ejemplo de oración, estar a solas con mi Padre quien me mira siempre con amor y me revela quién soy verdaderamente. Ayúdame a sentir tu amor en mi vida y que sepa que, bajo tu cuidado, no me puedo perder. ¡Gracias por ser mi Padre!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-36

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.

Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En un momento de gran dificultad podemos actuar de diferentes maneras, pedir ayuda, tratar de resolver el problema nosotros mismos o no hacer nada. Se vuelve más apremiante la situación cuando nuestra vida está en peligro. ¿A quién recurrir cuando nos sentimos solos y desamparados? Por la fe le pediríamos al Señor que nos ayude; muchas otras veces Dios se sirve de gente para ayudarnos y, humanamente, le pediríamos ayuda a quien sabe.

Una vez un hombre se quedó atrapado en el techo de su casa durante una inundación. Confiando en que Dios mismo lo salvaría tomó la resolución de que se quedaría ahí hasta que Él llegara. Llegaron unos rescatistas en una lancha, pero él les dijo no se iría con ellos porque estaba seguro de que alguien más vendría por él; después llegaron unas personas en un helicóptero porque el agua había subido, pero no quiso ir con ellos tampoco; al final vio una rama que flotaba cerca de donde él estaba que le ayudaría a mantenerse flotando, pero se quedó esperando a Dios. Murió y cuando llegó al cielo no se pudo contener y le recriminó a Dios el hecho de que no había ido a salvarlo, pero Él le dijo que sí había escuchado su oración y que de hecho le mandó unos rescatistas, un helicóptero y una rama de un árbol, pero él no los aceptó.

La tarea de reconocer a Dios en nuestras vidas no es fácil y, sobre todo, en momentos difíciles, hace falta una fe que vea más allá de las apariencias y descubre que hay Alguien siempre presente en nuestras vidas que nos cuida. Cristo sale al encuentro y nos invita a seguirlo en el camino que Él ha tomado. Este camino no se puede recorrer solo, se necesita, antes que nada, confianza en Dios y en uno mismo, porque nos pueden llegar dudas si seremos capaces de ir detrás de Jesús que está ahí para sacarnos de problemas y levantarnos cuando hayamos caído. Con la vista puesta en Cristo, no podemos dudar que seremos capaces de llegar a Él para que descubramos el tesoro escondido que llevamos con nosotros y más aún el tesoro preciado que somos. Estar con Cristo nos ilumina para vernos como nos ve Dios. Dejemos que Cristo entre en nuestras vidas, también a través de las personas que Él quiere.

«Durante este tiempo de pandemia muchos de ustedes me compartieron, por correo electrónico o teléfono, lo que significaba esta imprevista y desconcertante situación. Así, sin poder salir y tomar contacto directo, me permitieron conocer “de primera mano” lo que vivían. Este intercambio alimentó mi oración, en muchas situaciones para agradecer el testimonio valiente y generoso que recibía de ustedes; en otras, era la súplica y la intercesión confiada en el Señor que siempre tiende su mano. Si bien era necesario mantener el distanciamiento social, esto no impidió reforzar el sentido de pertenencia, de comunión y de misión que nos ayudó a que la caridad, principalmente con aquellas personas y comunidades más desamparadas, no fuera puesta en cuarentena. Pude constatar, en esos diálogos sinceros, cómo la necesaria distancia no era sinónimo de repliegue o ensimismamiento que anestesia, adormenta o apaga la misión».

(Carta de S.S. Francisco, 30 de mayo de 2020).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Rezar con todo mi corazón, «Jesús, en ti confío».

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Los sueños, proyectos y metas son el alimento de la vida

Tenemos derecho a desear intensamente que lo que parece imposible suceda; a superarnos, a confiar en nuestras propias capacidades, a tener objetivos

Independientemente de la edad y del estado familiar, de los errores, fracasos y tropiezos o posición social, todos debemos tener sueños y proyectos personales por cumplir hasta el ultimo momento de la vida. ¡Nunca! abandonemos los nuestros, ni por un momento.

Cuando dejamos de soñar, de tener proyectos e ilusiones, comenzara anidar la depresión, la desmotivación, la frustración, el vacío existencial y el fracaso… sin importar la edad.

Ser solteros o casados, viudos, religiosos, adolescentes, jóvenes, maduros o personas mayores etc. Tenemos derecho a desear intensamente que lo que parece imposible suceda; a superarnos, a confiar en nuestras propias capacidades, a tener objetivos. Nuestro estado no nos impedirá jamás buscar ser mejores personas, mejores seres humanos, a superarnos y ser mejor mujer o mejor hombre.

Somos libres y tenemos derechos, pero no para destruirnos y para destruir a los demás, sino para ser mejores, para lograr nuestro bien y el de los demás, Todos tenemos derecho a ese sentimiento de alegría y satisfacción que produce la realización o la esperanza de conseguir algo que se desea intensamente.

Tenemos que vivir la vida, con la satisfacción de ir logrando realizar esos sueños, esos proyectos e ilusiones, de lograr o de que suceda algo que se anhela o se persigue como padres, madres, hermanos, hombre, mujer, esposo o esposa.

¡Nunca debemos perder la fe! A pesar de los problemas y retos que nos asechan, nunca debemos perder la fe en Dios y en nosotros mismos. No debemos tener miedo a ser diferentes, debemos tener miedo a ser como todos los demás. Debemos aprender a vivir, a superar y a vencer las dificultades y revertirlas en positivo.

Los problemas, los retos, las dificultades existen para ser superados, para demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de vencer lo adverso y triunfar.

Para que, en nuestra familia, en el hogar, viva el amor, la paz y la alegría, antes todo esto debe vivir en nuestro corazón y en nuestra vida.

No debemos dejarnos vencer por el pesimismo o las enfermedades físicas cual quiera que esta sea, nada de eso deberá ser obstáculo para nuestra realización humana y personal.

Debemos superar nuestros miedos, romper las barreras que nosotros mismos nos ponemos o que otros nos intentan poner y que nos limitan a no lograr mejores y nuevos objetivos. Cuando más responsabilidades tengamos, mayores deberán ser nuestros sueños, ilusiones y deseos de superación personal y familiar.

La superación personal muestra la capacidad que tiene una persona a través de su inteligencia y de su dedicación para alcanzar sus objetivos y crecer como persona.  (3)

El que sabe amar no frena ni quiere ignorar las aspiraciones profundas del otro: al contrario, las quiere conocer, descubrir y estimular su desarrollo. Amar es jugarse respetuosamente por la plenitud del otro, plenitud vislumbrada, intuida, conocida y amada, porque es el bien máximo del otro. (1)

El que ama, estimula, comparte, apoya y motiva a que el ser amado sea mejor persona y mejor ser humano, logre sus objetivos y se realice. Las ilusiones, los objetivos, sueños, proyectos serán siempre el camino, el andar y luchar significa la meta de la vida misma.

Amar, ser más personas, perfeccionarse, capacitarse para tocar las cumbres en el desarrollo de la propia personalidad. Es perfeccionarse en el amor, cumpliendo el gran mandamiento divino de amar, y poder entrar así a la vida eterna, en la felicidad de todos, cuya condición de entrada en el Reino del amor es “haber amado”. (1)

La vida es un continuo desafío para crecer como personas, para descubrir nuevos horizontes estimulantes. (1) La superación personal remite a ese proceso temporal de cambio en el que una persona sale de su zona de confort para establecer nuevos hábitos y cualidades para mejorar su calidad de vida. (4)

A pesar de los errores y limitaciones personales, nadie tendrá derecho a humillarnos o menospreciarnos, por más cercano que sea esa persona a nosotros.

Los objetivos e ilusiones que podamos tener y esforzarnos para lograr, deben comenzar por hacernos respetar y valer en toda nuestra dignidad, y de la misma forma así respetar a los demás y como personas y como seres humanos.

El que dice que te ama, pero te humilla, te menosprecia, te compara de la forma más degradante, no te respeta, esa persona no te ama…solo quiere hacerte daño.  La mejor muestra de amor, es el respeto absoluto.

Un ser humano también se equivoca porque nadie es perfecto y es importante reconocerlo. De hecho, equivocarse no es siempre un signo de flaqueza, sino a menudo la muestra de que estamos avanzando: nadie ha logrado nunca nada importante sin haberse caído antes (2)

Nos movemos por motivaciones y nos motivamos cuando tenemos ideales. ¿Tú tienes claros los tuyos? (3)

Jesús enseña a vivir en la lógica de Dios, hacerse cargo del otro

Ángelus del Papa, 2 de agosto de 2020

El domingo 2 de agosto, décimo octavo del tiempo ordinario; el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado a la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano ante un grupo de fieles congregados en la Plaza de San Pedro, respetando las medidas de seguridad establecidas en este tiempo de pandemia.

El milagro de la multiplicación de los panes y peces
Profundizando sobre el Evangelio del día, que nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y peces (cfr Mt 14,13-21), el Santo Padre explicó que aunque la escena se desarrolla en un lugar desierto, donde Jesús se había retirado con sus discípulos, igualmente la gente lo alcanza para escucharlo y hacerse curar.

"Sus palabras y sus gestos sanan y dan esperanza. Al caer el sol, la multitud está todavía allí, y los discípulos, hombres prácticos, invitan a Jesús a despedirse de ellos para que puedan ir a buscar comida. Pero Él responde: «Dadles vosotros de comer»", aseveró Francisco invitando a imaginar las caras que pondrían los discípulos ante semejante petición.

En este sentido, el Pontífice afirmó que Jesús "sabe bien lo que va a hacer, pero quiere cambiar la actitud de ellos": "No quiere decir que se las arreglen, sino... ¿Qué nos ofrece la Providencia para compartir?”, dijo Francisco indicando que Jesús, a través de esta situación, quiere educar a sus amigos de ayer y de hoy en la lógica de Dios, "en la lógica del hacerse cargo del otro".

“La lógica de no lavarse las manos, la lógica de no mirar hacia otro lado. La lógica de hacerse cargo del otro. El "que se las arreglen" no entra en el vocabulario cristiano”.

Sin embargo, uno de los Doce respondió al Maestro con realismo: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces».

Jesús manifiesta su poder pero no de forma espectacular
Entonces, Jesús contesta: «Traédmelos aquí» (vv. 17-18).Toma los alimentos entre sus manos, levanta los ojos al cielo, pronuncia la bendición e inicia a partir y a dar las porciones a los discípulos para distribuirlas. Y esos panes y esos peces no se terminan sino que basta y sobra para miles de personas.

El Papa hace hincapié en que con ese gesto "Jesús manifiesta su poder, pero no de forma espectacular, sino como señal de la caridad, de la generosidad de Dios Padre hacia sus hijos cansados y necesitados. Él está inmerso en la vida de su pueblo, comprende los cansancios y los límites, pero no deja que ninguno se pierda o falte: nutre con su Palabra y dona alimento abundante para el sustento".

Asimismo, Francisco recuerda que en este pasaje evangélico es evidente la referencia a la Eucaristía, "sobre todo donde describe la bendición, la fracción del pan, la entrega a los discípulos, la distribución a la gente".

Acercarnos a la Eucaristía con compasión y confianza

"Antes de ofrecerse a sí mismo como Pan de salvación, Jesús se preocupa por el alimento para aquellos que lo siguen y que, por estar con Él, se han olvidado de hacer provisiones", aseveró el Santo Padre señalando que no hay contraposición entre el pan necesario para vivir y el pan que es la Eucaristía.

Para el Pontífice, la clave está en actuar siempre con compasión, como Jesús lo hizo con aquella multitud. Un gesto que no es sentimentalismo, sino la manifestación concreta del amor que se hace cargo de las necesidades de las personas:

“La compasión no es un sentimiento puramente material; la verdadera compasión es sufrir con, tomar sobre sí los dolores de los demás. Tal vez nos haga bien hoy preguntarnos: ¿tengo compasión? Cuando leo las noticias sobre las guerras, el hambre, las pandemias, tantas cosas, ¿tengo compasión por esa gente? ¿Me compadezco de la gente que está cerca de mí? ¿Soy capaz de sufrir con ellos, o miro hacia otro lado o digo... que se las arreglen? No olvides la palabra compasión, que es la confianza en el amor providente del Padre y significa compartir con valentía”.

Recorramos el camino de la fraternidad
Finalmente, el Papa se despidió invitando a todos a pedir a María Santísima que nos ayude a recorrer el camino que el Señor nos indica en el Evangelio de hoy.

"Es el recorrido de la fraternidad, que es esencial para afrontar las pobrezas y los sufrimientos de este mundo, y que nos proyecta más allá del mundo mismo, porque es un camino que inicia en Dios y a Dios vuelve", concluyó.

¿Cómo hacer una buena confesión?

Cuando nos damos cuenta de que tenemos pecados que no podemos vencer o que cometemos muy seguido, nos desanimamos y pensamos que es inútil confesarnos. Lo que sucede es que muchas veces no hacemos un buen examen de conciencia. Te comparto esta guía, basada en los 10 mandamientos y los 7 pecados capitales, que te ayudarán a preparar una buena confesión. No tengas miedo, Dios te espera con los brazos abiertos para regalarte su perdón.

A.- Los Diez Mandamientos

Examina tu conciencia. Se recuerdan los pecados preguntándose sin prisa lo que se ha hecho en contra de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, con plena advertencia y pleno consentimiento.

Primer Mandamiento – Amarás a Dios sobre todas las cosas 

¿He admitido en serio alguna duda contra las verdades de la fe? ¿He llegado a negar la fe o algunas de sus verdades, en mi pensamiento o delante de los demás?

¿He desesperado de mi salvación o he abusado de la confianza en Dios, presumiendo que no me abandonaría, para pecar con mayor tranquilidad?

¿He murmurado interna o externamente contra el Señor cuando me ha acaecido alguna desgracia?

¿He abandonado los medios que son por sí mismos absolutamente necesarios para la salvación? ¿He procurado alcanzar la debida formación religiosa?

¿He hablado sin reverencia de las cosas santas, de los sacramentos, de la Iglesia, de sus ministros?

¿He abandonado el trato con Dios en la oración o en los sacramentos?

¿He practicado la superstición o el espiritismo? ¿Pertenezco a alguna sociedad o movimiento ideológico contrario a la religión?

¿Me he acercado indignamente a recibir algún sacramento?

¿He leído o retenido libros, revistas o periódicos que van contra la fe o la moral? ¿Los di a leer a otros?

¿Trato de aumentar mi fe y amor a Dios?

¿Pongo los medios para adquirir una cultura religiosa que me capacite para ser testimonio de Cristo con el ejemplo y la palabra?

¿He hecho con desgana las cosas que se refieren a Dios?

Segundo Mandamiento – No jurarás el nombre de Dios en vano

¿He blasfemado? ¿Lo he hecho delante de otros?

¿He hecho algún voto, juramento o promesa y he dejado de cumplirlo por mi culpa?

¿He honrado el santo nombre de Dios? ¿He pronunciado el nombre de Dios sin respeto, con enojo, burla o de alguna manera poco reverente?

¿He hecho un acto de desagravio, al menos interno, al oír alguna blasfemia o al ver que se ofende a Dios?

¿He jurado sin verdad? ¿Lo he hecho sin necesidad, sin prudencia o por cosa de poca importancia?

¿He jurado hacer algún mal? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse de mi acción?

Tercer Mandamiento – Santificarás las fiestas

¿Creo todo lo que enseña la Iglesia Católica? ¿Discuto sus mandatos olvidando que son mandatos de Cristo?

¿He faltado a Misa los domingos o fiestas de guardar? ¿Ha sido culpa mía? ¿Me he distraído voluntariamente o he llegado tan tarde que no he cumplido con el precepto?

¿He impedido que oigan la Santa Misa los que dependen de mí?

¿He guardado el ayuno una hora antes del momento de comulgar?

¿He trabajado corporalmente o he hecho trabajar sin necesidad urgente un día de precepto, por un tiempo considerable, por ejemplo, más de dos horas?

¿He observado la abstinencia durante los viernes de Cuaresma?

¿He rezado alguna oración o realizado algún acto de penitencia los demás viernes del año en los que no he guardado la abstinencia? ¿He ayunado y guardado abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo?

¿Cumplí la penitencia que me impuso el sacerdote en la última confesión? ¿He hecho penitencia por mis pecados? ¿Me he confesado al menos una vez al año?

¿Me he acercado a recibir la Comunión en el tiempo establecido para cumplir con el precepto pascual? ¿Me he confesado para hacerlo en estado de gracia?

¿Excuso o justifico mis pecados?

¿He callado en la confesión, por vergüenza, algún pecado grave? ¿He comulgado después alguna vez?

Cuarto Mandamiento – Honrarás a tu padre y a tu madre

(Hijos)

¿He desobedecido a mis padres o superiores en cosas importantes?

¿Tengo un desordenado afán de independencia que me lleva a recibir mal las indicaciones de mis padres simplemente porque me lo mandan? ¿Me doy cuenta de que esta reacción está ocasionada por la soberbia?

¿Les he entristecido con mi conducta?

¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal grave o leve?

¿Me he sentido responsable ante mis padres por el esfuerzo que hacen para que yo me forme, estudiando con intensidad?

¿He dejado de ayudarles en sus necesidades espirituales o materiales?

¿Me dejo llevar del mal genio y me enfado con frecuencia y sin motivo justificado?

¿Soy egoísta con las cosas que tengo, y me duele dejarlas a los demás hermanos?

¿He reñido con mis hermanos?

¿He dejado de hablarme con ellos y no he puesto los medios necesarios para la reconciliación?

¿Soy envidioso y me duele que otros destaquen más que yo en algún aspecto?

¿He dado mal ejemplo a mis hermanos?

(Padres)

¿Desobedezco a mis superiores en cosas importantes?

¿Permanezco indiferente ante las necesidades, problemas y sufrimientos de la gente que me rodea, singularmente de los que están cerca de mí por razones de convivencia o trabajo?

¿Soy causa de tristeza para mis compañeros de trabajo por negligencia, descortesía o mal carácter?

¿He dado mal ejemplo a mis hijos no cumpliendo con mis deberes religiosos, familiares o profesionales? ¿Les he entristecido con mi conducta?

¿Les he corregido con firmeza en sus defectos o se los he dejado pasar por comodidad? ¿Corrijo siempre a mis hijos con justicia y por amor a ellos, o me dejo llevar por motivos egoístas o de vanidad personal, porque me molestan, porque me dejan mal ante los demás o porque me interrumpen?

¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal grave o leve?

¿He descuidado mi obligación de ayudarles a cumplir sus deberes religiosos y de evitar las malas compañías?

¿He abusado de mi autoridad y ascendiente forzándoles a recibir los sacramentos, sin pensar que por vergüenza o excusa humana, podrían hacerlo sin las debidas disposiciones?

¿He impedido que mis hijos sigan la vocación con que Dios les llama a su servicio? ¿Les he puesto obstáculos o les he aconsejado mal?

Al orientarles en su formación profesional, ¿me he guiado por razones objetivas de capacidad y medios, o he seguido más bien los dictados de mi vanidad o egoísmo?

¿Me preocupo de modo constante por su formación en el aspecto religioso?

¿Me he preocupado también de la formación religiosa y moral de las otras personas que viven en mi casa o que dependen de mí?

¿Me he opuesto a su matrimonio sin causa razonable?

¿Permito que trabajen o estudien en lugares donde corre peligro su alma o su cuerpo? ¿He descuidado la natural vigilancia en las reuniones de chicos y chicas que se tengan en casa evitando dejarles solos? ¿Soy prudente a la hora de orientar sus diversiones?

¿He tolerado escándalos o peligros morales o físicos entre las personas que viven en mi casa?

¿Sacrifico mis gustos, caprichos y diversiones para cumplir con mi deber de dedicación a la familia?

¿Procuro hacerme amigo de mis hijos? ¿He sabido crear un clima de familiaridad evitando la desconfianza y los modos que impiden la legítima libertad de los hijos?

¿Doy a conocer a mis hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodándome a su mentalidad y capacidad de comprender, anticipándome ligeramente a su natural curiosidad?

¿Evito los conflictos con los hijos quitando importancia a pequeñeces que se superan con un poco de perspectiva y sentido del humor?

¿Hago lo posible por vencer la rutina en el cariño a mi esposo(a)?

¿Soy amable con los extraños y me falta esa amabilidad en la vida familiar?

¿He reñido con mi consorte? ¿Ha habido malos tratos de palabra o de obra? ¿He fortalecido la autoridad de mi cónyuge, evitando reprenderle, contradecirle o discutirle delante de los hijos?

¿Le he desobedecido o injuriado? ¿He dado con ello mal ejemplo?

¿Me quejo delante de la familia de la carga que suponen las obligaciones domésticas?

¿He dejado demasiado tiempo solo a mi consorte?

¿He procurado avivar la fe en la Providencia y ganar lo suficiente para poder tener o educar a más hijos?

¿Pudiendo hacerlo he dejado de ayudar a mis parientes en sus necesidades espirituales o materiales?

Quinto Mandamiento – No matarás

¿Tengo enemistad, odio o rencor hacia alguien?

¿He dejado de hablarme con alguien y me niego a la reconciliación o no hago lo posible por conseguirla?

¿Evito que las diferencias políticas o profesionales degeneren en indisposición, malquerencia u odio hacia las personas?

¿He deseado un mal grave al prójimo? ¿Me he alegrado de los males que le han ocurrido?

¿Me he dejado dominar por la envidia?

¿Me he dejado llevar por la ira? ¿He causado con ello disgusto a otras personas?

¿He despreciado a mi prójimo? ¿Me he burlado de otros o les he criticado, molestado o ridiculizado?

¿He maltratado de palabra o de obra a los demás? ¿Pido las cosas con malos modales, faltando a la caridad?

¿He llegado a herir o quitar la vida al prójimo? ¿He sido imprudente en la conducción de vehículos?

¿He practicado o colaborado en la realización de algún aborto? ¿He abortado o inducido a alguien a abortar, sabiendo que constituye un pecado gravísimo que lleva consigo la excomunión?

¿He contribuido a adelantar la muerte a algún enfermo con pretextos de evitar sufrimientos o sacrificios, sabiendo que la eutanasia es un homicidio?

Con mi conversación, mi modo de vestir, mi invitación a presenciar algún espectáculo o con el préstamo de algún libro o revista, ¿he sido la causa de que otros pecasen? ¿He tratado de reparar el escándalo?

¿He descuidado mi salud? ¿He atentado contra mi vida?

¿Me he embriagado, bebido con exceso o tomado drogas?

¿Me he dejado dominar por la gula, es decir, por el placer de comer y beber más allá de lo razonable?

¿Me he deseado la muerte sin someterme a la Providencia de Dios?

¿Me he preocupado del bien del prójimo, avisándole del peligro material o espiritual en que se encuentra o corrigiéndole como pide la caridad cristiana?

¿He descuidado mi trabajo, faltando a la justicia en cosas importantes? ¿Estoy dispuesto a reparar el daño que se haya seguido de mi negligencia?

¿Procuro acabar bien el trabajo pensando que a Dios no se le deben ofrecer cosas mal hechas? ¿Realizo el trabajo con la debida pericia y preparación?

¿He abusado de la confianza de mis superiores? ¿He perjudicado a mis superiores o subordinados o a otras personas haciéndoles un daño grave?

¿Facilito el trabajo o estudio de los demás, o lo entorpezco de algún modo, por ejemplo, con rencillas, derrotismos e interrupciones?

¿He sido perezoso en el cumplimiento de mis deberes?

¿Retraso con frecuencia el momento de ponerme a trabajar o estudiar?

¿Tolero abusos o injusticias que tengo obligación de impedir?

¿He dejado, por pereza, que se produzcan graves daños en mi trabajo? ¿He descuidado mi rendimiento en cosas importantes con perjuicio de aquellos para quienes trabajo? materiales?

Sexto y Noveno Mandamientos – No cometerás actos impuros (6) y No consentirás pensamientos ni deseos impuros (9)

¿Me he entretenido con pensamientos o recuerdos deshonestos?

¿He traído a mi memoria recuerdos o pensamientos impuros?

¿Me he dejado llevar de malos deseos contra la virtud de la pureza, aunque no los haya puesto por obra? ¿Había alguna circunstancia que los agravase: parentesco, matrimonio o consagración a Dios en las personas a quienes se dirigían?

¿He tenido conversaciones impuras? ¿Las he comenzado yo?

¿He asistido a diversiones que me ponían en ocasión próxima de pecar? (ciertos bailes, cines o espectáculos inmorales, malas lecturas o compañías). ¿Me doy cuenta de que ponerme en esas ocasiones es ya un pecado?

¿Guardo los detalles de modestia que son la salvaguardia de la pureza? ¿Considero esos detalles ñoñería?

Antes de asistir a un espectáculo, o leer un libro, ¿me entero de su calificación moral para no ponerme en ocasión próxima de pecado evitando así las deformaciones de conciencia que pueda producirme?

¿Me he entretenido con miradas impuras?

¿He rechazado las sensaciones impuras?

¿He visto pornografía? ¿Me he masturbado?

¿He hecho acciones impuras? ¿Solo o con otras personas? ¿Cuántas veces? ¿Del mismo o distinto sexo? ¿Había alguna circunstancia de parentesco o afinidad que le diera especial gravedad? ¿Tuvieron consecuencias esas relaciones? ¿Hice algo para impedirlas? ¿Después de haberse formado la nueva vida? ¿He cometido algún otro pecado contra la pureza?

¿Tengo amistades que son ocasión habitual de pecado? ¿Estoy dispuesto a dejarlas?

En el noviazgo, ¿es el amor verdadero la razón fundamental de esas relaciones? ¿Vivo el constante y alegre sacrificio de no convertir el cariño en ocasión de pecado? ¿Degrado el amor humano confundiéndolo con el egoísmo y con el placer?

El noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento mutuo; ¿mis relaciones están inspiradas no por afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza?

¿Me acerco con más frecuencia al sacramento de la Penitencia durante el noviazgo para tener más gracia de Dios? ¿Me han alejado de Dios esas relaciones?

(Esposos)

¿He usado indebidamente el matrimonio? ¿He negado su derecho al otro cónyuge? ¿He faltado a la fidelidad conyugal con deseos o de obra?

¿Hago uso del matrimonio solamente en aquellos días en que no puede haber descendencia? ¿Sigo este modo de control de la natalidad sin razones graves?

¿He usado preservativos o tomado fármacos para evitar los hijos? ¿He inducido a otras personas a que los tomen? ¿He influido de alguna manera —consejos, bromas o actitudes— en crear un ambiente antinatalista?

Séptimo y Décimo Mandamientos – No robarás (7) y No codiciarás los bienes ajenos (10)

¿He robado algún objeto o alguna cantidad de dinero? ¿He reparado o restituido pudiendo hacerlo? ¿Estoy dispuesto a realizarlo? ¿He cooperado con otros en algún robo o hurto? ¿Había alguna circunstancia que lo agravase, por ejemplo, que se tratase de un objeto sagrado? ¿La cantidad o el valor de los apropiado era de importancia?

¿Retengo lo ajeno contra la voluntad de su dueño?

¿He perjudicado a los demás con engaños, trampas o coacciones en los contratos o relaciones comerciales?

¿He hecho daño de otro modo a sus bienes? ¿He engañado cobrando más de lo debido? ¿He reparado el daño causado o tengo la intención de hacerlo?

¿He gastado más de lo que me permite mi posición?

¿He cumplido debidamente con mi trabajo, ganándome el sueldo que me corresponde?

¿He dejado de dar lo conveniente para ayudar a la Iglesia?

¿Hago limosna según mi posición económica?

¿He llevado con sentido cristiano la carencia de cosas superfluas, o incluso necesarias?

¿He defraudado a mi consorte en los bienes?

¿Retengo o retraso indebidamente el pago de jornales o sueldos?

¿Retribuyo con justicia el trabajo de los demás?

En el desempeño de cargos o funciones públicas, ¿me he dejado llevar del favoritismo, acepción de personas, faltando a la justicia?

¿Cumplo con exactitud los deberes sociales, v. gr., pago de seguros sociales, con mis empleados? ¿He abusado de la ley, con perjuicio de tercero, para evitar el pago de los seguros sociales?

¿He pagado los impuestos que son de justicia?

¿He evitado o procurado evitar, pudiendo hacerlo desde el cargo que ocupo, las injusticias, los escándalos, hurtos, venganzas, fraudes y demás abusos que dañan la convivencia social?

¿He prestado mi apoyo a programas inmorales y anticristianos de acción social y política?

Octavo Mandamiento – No levantarás falsos testimonios ni mentirás

¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿Miento habitualmente porque es en cosas de poca importancia?

¿He descubierto, sin justa causa, defectos graves de otra persona, aunque sean ciertos, pero no conocidos? ¿He reparado de alguna manera, v. gr., hablando de modo positivo de esa persona?

¿He calumniado atribuyendo a los demás lo que no era verdadero? ¿He reparado el daño o estoy dispuesto a hacerlo?

¿He dejado de defender al prójimo difamado o calumniado?

¿He hecho juicios temerarios contra el prójimo? ¿Los he comunicado a otras personas? ¿He rectificado ese juicio inexacto?

¿He revelado secretos importantes de otros, descubriéndolos sin justa causa? ¿He reparado el daño seguido?

¿He hablado mal de otros por frivolidad, envidia, o por dejarme llevar del mal genio?

¿He hablado mal de los demás —personas o instituciones— con el único fundamento de que “me contaron” o de que “se dice por ahí”? Es decir, ¿he cooperado de esta manera a la calumnia y a la murmuración?

¿Tengo en cuenta que las discrepancias políticas, profesionales o ideológicas no deben ofuscarme hasta el extremo de juzgar o hablar mal del prójimo, y que esas diferencias no me autorizan a descubrir sus defectos morales a menos que lo exija el bien común?

¿He revelado secretos sin justa causa? ¿He hecho uso en provecho personal de lo que sabía por silencio de oficio? ¿He reparado el daño que causé con mi actuación?

¿He abierto o leído correspondencia u otros escritos que por su modo de estar conservados, se desprende que sus dueños no quieren darlos a conocer?

¿He escuchado conversaciones contra la voluntad de los que las mantenían?

B.- Los siete Pecados Capitales

1.- La Soberbia:

Opinión demasiado buena que tiene uno de sí mismo. Admiración excesiva del propio yo. El orgullo hace que uno sea su propia ley, su propio juez en cuestiones de moral y su propio Dios. El orgullo engendra la censura, la maledicencia, las frases hirientes y la difamación de la personalidad de otros, que infla más nuestro “EGO”. El orgullo hace que califique uno de imbéciles a quienes no están de acuerdo con uno. Preguntémonos:

¿Asumo actitudes de jactancia o vanagloria?

¿Me produce engreimiento que se hable de mi?

¿Soy acaso hipócrita?

¿Pretendo ser lo que no soy?

¿Soy terco?

¿Rehúso renunciar a mi voluntad o capricho?

¿Nunca doy mi brazo a torcer?

¿Soy voluntarioso/a? ¿Me causa resentimiento todo lo que contraría mi voluntad?

¿Me peleo cada vez que mis deseos son amenazados?

¿Soy desobediente? ¿Soy renuente a someterme a las decisiones de quienes legítimamente son mis superiores?

¿Rehuso someterme a la Voluntad de Dios?

2.- La avaricia:

Apego desordenado a las riquezas. Perversión del derecho que Dios nos ha concedido de poseer cosas.

¿Quiero tener dinero como una finalidad en sí

¿Deseo tenerlo como un medio para lograr una finalidad, como satisfacer necesidades de mi espíritu y de mi organismo?

¿Carezco de honradez? ¿Hasta qué grado y en qué forma?

¿Correspondo con toda honradez, con mi trabajo al pago que por desempeñarlo se me da?

¿Cómo empleo el dinero que gano?

¿Soy tacaño (a) con mi familia?

¿Siento apego al dinero en sí?

¿Hasta qué grado llega mi amor al lujo?

¿En qué forma ahorro dinero?

¿Me valgo de trampas ó no me detiene el hecho de que un negocio no sea limpio con tal de hacer y ganar dinero?

¿Trato de engañarme a mí mismo (a) y cierro los ojos en casos como estos?

¿Le llamo ahorro a lo que sé que es tacañería?

Cuando se trata de negocios que pueden dejarme utilidades considerables, pero que obviamente son de mala fe, ¿trato de justificarme diciendo que “son negocios de gran envergadura”?

¿Confundo lo que es un atesoramiento irrazonable, con lo que es asegurar el porvenir propio y de mi familia?

Si en la actualidad no tengo dinero, ni ningún bien económico, ¿qué me propongo hacer para llegar a tenerlo?

¿Me valdría de medios poco limpios para lograrlo?

3.- La lujuria:

Afición desordenada a los placeres de la carne. Deseo excesivo de los placeres de la carne.

¿Soy culpable de Lujuria en cualquiera de sus formas?

¿Trato de justificarme cuando doy rienda suelta a mi apetito sexual, diciéndome que mis desmanes son “necesarios para la salud” o la expresión de mi individualidad?

¿Tengo relaciones sexuales extra-maritales?

Si soy casado, ¿me conduzco como un hombre o como una bestia? ¿Realmente creo que la lujuria es amor?

¿Sé en el fondo de mí mismo que la lujuria no es amor y que el amor no se reduce al sexo?

¿Creo que la cuestión sexual no es mas que una parte del amor, una de las formas en que se manifiesta y que moralmente se limita al matrimonio?

¿He cometido excesos de lujuria que hayan afectado a mi razón en alguna de las siguientes formas:
a.- Pervirtiendo mi modo de ver y de entender, hasta hacer que no pueda discernir la verdad?
b.- Menguando mi prudencia y por consiguiente dañando mi sentido de los valores, con el resultado de cometer desatinos?
c.- Amando mi egoísmo y como consecuencia, falta de consideración de mi parte?
d.- Debilitando mi voluntad hasta llegar a perder la facultad para tomar una decisión y convertirme en un ser voluble?

¿Es posible que Dios, tal como lo concibo, le conceda lo que le pida a una persona relajada en sus costumbres sexuales, dentro o fuera del matrimonio?

¿Aprobaría Dios mis hábitos sexuales?

4.- La envidia:

Disgusto ó pesar del bien ajeno.

¿Me molesta que otros sean felices o tengan éxitos tal cómo si esa felicidad o ese éxito, fuese algo que me lo hubiesen quitado a mí?

¿Me causan resentimiento aquellos que son más inteligentes que yo, porque envidio que lo sean?

¿Censuro lo que hacen otros porque para mis adentros, quisiera haberlo hecho yo, por el honor o el prestigio que eso trae?

¿Soy envidioso al grado de tratar de menguar la personalidad de alguien intrigando insidiosamente contra él?

¿Propago chismes?

¿Creo que son envidiosos aquellos que llaman hipócritas a quienes aunque sujetos a error como todo ser humano, tratan de cumplir con los preceptos de su religión? ¿ Soy culpable en ese sentido?

¿Califico de presumidos a quienes son bien educados o instruidos, porque les envidio esas ventajas?

¿Es real el aprecio que manifiesto por otros?

¿Envidio a alguien por alguno de los motivos mencionados o por cualquier otro?

5.-La ira:

Cólera, enojo, apetito de venganza. Irritación, movimiento desordenado del alma ofendida. Molestia.

¿Me dejo llevar por la ira?

¿Tengo arranques de cólera?

¿Siento deseos de venganza?

¿Juro que: “esto me lo pagarán”?

¿Recurro a la violencia?

¿Soy susceptible, sensitivo o impaciente con exceso?

¿Me molesto por cualquier cosa?

¿Murmuro o refunfuño?

¿Ignoro que la ira es un obstáculo para el equilibrio de la personalidad y para el desarrollo espiritual?

¿Me doy cuenta de que la ira rompe el equilibrio mental y por consiguiente, impide juzgar acertadamente?

¿Dejo que me maneje la ira, cuando sé que me ciega a los derechos de los demás?

¿Como puedo justificarme ni el más insignificante berrinche, cuando sé que la ira rompe la concentración que necesito para poder cumplir con la voluntad de Dios?

¿Me contagia la ira de otros que por su debilidad se molestan conmigo?

¿Puedo esperar que la Serenidad de Dios llegue a mi alma, mientras ésta está sujeta a mis accesos de ira, motivados a veces por insignificancias?

6.- La gula:

Falta de moderación con la comida o en la bebida. Abuso del placer que Dios ha conferido de comer y beber lo que necesitamos para nuestra subsistencia.

¿Me debilito moral o intelectualmente debido a mis excesos con la comida o con la bebida?

¿Acostumbro a comer con exceso, esclavizándome así a los placeres de la mesa?

¿Creo que el hecho de comer o beber con exceso no afecta a la moral en mi vida?

¿He bebido o comido con tal exceso que haya vomitado, para luego seguir bebiendo o comiendo?

¿Bebo con tal exceso que esto llega a afectarme?

7.- La pereza:

Vicio que nos aleja del trabajo, del esfuerzo. Enfermedad de la voluntad que nos hace descuidar nuestro deber.

¿Soy perezoso (a)?

¿Soy dado a la holganza o indiferente cuando se trata de cosas de orden material?

¿Soy tibio o descuidado en mis oraciones?

¿Desprecio la disciplina?

¿Prefiero leer una novela que algo que requiera un esfuerzo mental?

¿Soy pusilánime para llevar a cabo lo que moral o espiritualmente es difícil?

¿Soy descuidado (a)?

¿Siento aversión por lo que signifique esfuerzo?

¿Me distraen fácilmente las cosas de orden temporal de las que son espirituales?

¿Llega mi indolencia al grado de desempeñar descuidadamente mi trabajo?

Mejor no me hables de Dios, me incomoda y yo ya sé lo que tengo que saber

Unos pocos conceptos que debemos tener claros cuando alguien nos expresa ideas como la del título a este artículo.

El católico que ama a Dios tiene un gran deseo de compartir ese amor con los demás, de evangelizar. Puede ser que muchas veces te hayas encontrado con alguien que no piensa o vive como tú y entonces hayan entablado un debate. En éste puedes encontrarte con dos tipos de cristiano: el no practicante o ateo, que puede tener muy estudiado porque prefiere llevar una vida paralela al Señor y a las enseñanzas de la Iglesia (corrientes de pensamiento distintas, el big bang, inexistencia de una vida después de la muerte, etc.), pero también aquellos que prefieren apartarse, por Dios y por la Iglesia en sí mismos…

Para hablar de ello, les comparto el siguiente video:

Está claro que la humanidad está muy herida: hay grandes injusticias en el mundo que no parecen tener solución y las personas se enfrentan a circunstancias personales cada vez más complejas. En la continua búsqueda de consuelo y descanso, el escuchar de amor y misericordia es lo único que el corazón realmente anhela; pero a veces la dinámica de la libertad del hombre y la bondad de Dios, es muy compleja para el corazón.

Me encanta una de las frases con las que comienza la segunda parte del video: «Mi intención es simplemente que sepas que lo que te han enseñado desde pequeño, no es todo lo que hay». Creo que esa debe ser nuestra actitud al evangelizar.

La Iglesia es Santa y es de Cristo, pero a la vez se encuentra compuesta por personas que se equivocan y pecan. Los horrores que la sociedad a veces “achaca” a la Iglesia se pueden atribuir solo a ciertas personas concretas que están en ella, y suelen tratarse de actos que la misma Iglesia condena como equivocados. Invitar a ver que los errores de ciertos miembros de la Iglesia “no es todo lo que la Iglesia es”, es invitar a conocer a los grandes santos como San Juan Pablo II y Santa Madre Teresa de Calcuta, es invitar a participar de las actividades que organizan las parroquias para atender a enfermos y pobres, es invitar a estudiar las enseñanzas de la Iglesia que iluminan la vida del hombre (p.e. Teología del cuerpo de San Juan Pablo II, Amoris Laetitia del Papa Francisco, etc.).

De la misma forma, respecto de Dios, debemos invitar a ver que el dolor, la muerte y los errores de las personas “no es todo lo que hay”, hay más: hay Amor, Belleza, Bondad. Uno de los mayores errores de los corazones de las personas de nuestro tiempo es identificar a Dios con las personas que lo siguen. Por poca falta que haga decirlo, existe una gran diferencia, Dios es el amor perfecto, mientras que los seres humanos de forma imperfecta intentamos llegar al amor. Dios no se va a equivocar, no te va a herir, literalmente solo quiere amar al mundo entero.

Como apóstoles de Cristo es importante tener estas ideas claras para que sepamos no solo comprender a las personas que no confían en la imagen de la Iglesia o de Dios, pero para también saber llevarles a conocer a Dios verdaderamente, quitando del debate esas  “sombras” que no se les pueden atribuir a Él.

Los Mandamientos, el camino que Dios nos muestra

Pequeño resumen que ayuda a saber si vamos por el camino correcto

Hoy en día, muchas personas han eliminado a Dios de su vida. Como que en ocasiones nos estorba y preferimos borrarlo, en vez de sentarnos a reflexionar por qué nos pide ciertas cosas. Unas de las cosas que Dios nos pide es cumplir con los mandamientos que Él nos entregó. Los Mandamientos son un camino para llegar al Cielo y ser felices. Cuando los cumplimos, vivimos en paz.

Los tres primeros mandamientos de la ley de Dios nos enseñan cómo debe de ser nuestra actitud para con Dios y los siete siguientes nos enseñan nuestra actitud hacia el prójimo, con los que nos rodean.

Los mandamientos de la ley de Dios son los siguientes:

1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Este mandamiento nos dice que Dios debe ser lo más importante en nuestras vidas, debemos amarlo, respetarlo y vivir cerca de Él. Esto lo podemos hacer a través de la oración y los sacramentos.

Debemos creer, confiar y amar a Dios sobre todas las cosas:

1. Creer en Dios que es mi Padre, me ha dado la vida y me ama.
2. Confiar en Dios porque es mi Padre y me ama infinitamente
3. Amar a Dios más que a nada y a nadie en el mundo.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿Estoy amando a Dios como un hijo ama a un padre?
• ¿Vivo sólo para las cosas temporales, de la tierra?

2. No tomarás el nombre de Dios en vano.

Este mandamiento nos manda respetar el nombre de Dios y todas las cosas sagradas.
Para cumplir este mandamiento, debemos usar el nombre de Dios con mucho amor y respeto. Debemos de cuidar y respetar todas las cosas que tienen que ver con Dios, así como respetar al sacerdote y a las personas consagradas a su servicio.

Para saber si cumplimos con este mandamiento nos podemos preguntar:

• ¿Uso el nombre de Dios de una manera cariñosa y con respeto, sin jurar en vano el nombre de Dios?
• ¿Respeto las cosas de Dios (capilla, Biblia, rosario, etc.)?
• ¿Trato de manera respetuosa a los sacerdotes y personas consagradas al servicio de Dios?
• ¿He cumplido con las promesas que he hecho?
• ¿He jurado en falso?
• ¿He cumplido las promesas que he hecho a Dios?

3. Santificarás las fiestas.

Este mandamiento nos manda dedicar los domingos y los días de fiesta a alabar a Dios y a descansar sanamente.

Para cumplir con este mandamiento, debemos ir a Misa todos los domingos y fiestas que la Iglesia e indique y celebrar el amor de Dios y todo lo que ha hecho por nosotros. Debemos aprovechar los domingos para rezar más y estar cerca de Dios, así como para descansar sanamente y ayudar a que otros descansen. También, debemos dedicar este día a las cosas de Dios y a la familia.

Para saber si cumplimos bien con este mandamiento, podemos preguntarnos:
• ¿Voy a Misa los domingos y fiestas que manda la Iglesia?
• ¿Hago un esfuerzo por estar muy cerca de Dios durante la Misa y escuchar lo que me quiere decir?
• ¿Pienso en Dios los domingos?
• ¿Ayudo a los demás para que puedan descansar?

Los días en que se debe de asisitr a Misa, además de los domingos, son marcados por la Conferencia Episcopal de cada país.

4. Honrarás a tu padre y a tu madre

Este mandamiento nos manda honrar y respetar a nuestros padres y a quienes Dios le da autoridad para guiarnos y ciudarnos en nuestras vidas.

Para cumplir este mandamiento, debemos escuchar, respetar y amar a los padres y a aquellas personas que tengan autoridad sobre nosotros (abuelos, tíos, sacerdotes, maestros, autoridad civil).

Esto no quiere decir que los padres deben de olvidarse de sus deberes y obligaciones para con los hijos.

Para saber si cumplimos con este mandamiento podemos preguntarnos:
• ¿Ayudo material o espiritualmente a mis padres?
• ¿Soy agradecido con mis padres?
• ¿Los acompaño en su vejez?
• ¿Les demuestro amor?
• ¿Soy agradecido con ellos?
• ¿Los acompaño en sus enfermedades?

5. No matarás

Este mandamiento nos manda respetar nuestra propia vida y la del prójimo, cuidando de la propia salud, porque la vida humana es sagrada. Se trata de no lastimar ni atentar contra la vida propia o ajena, física o moral.

Para cumplir este mandamiento, debemos servir a la vida cuidando nuestra salud, para no caer en vicios como el alcoholismo o la drogadicción. El suicidio es un atentado contra la propia vida.

Con respecto a la vida de otros, debo evitar las críticas y el dar a conocer a todos los defectos ajenos, es decir, las calumnias. El maltratar físicamente a las personas, atenta contra la vida ajena. El aborto es dar muerte a una vida en el vientre de la madre.

Para saber si estoy cumpliendo con este mandamiento me puedo preguntar:
• ¿He hablado mal de los demás?
• ¿He maltratado a alguien físicamente?
• ¿He caído en algún vicio?
• ¿He atentado contra mi salud?

6. No cometerás actos impuros

Este mandamiento nos manda conservar la pureza del cuerpo y del alma.

Para cumplir con este mandamiento, debemos procurar la limpieza interior de nuestro cuerpo y de nuestra alma ya que es un tesoro muy grande que debemos conservar. Nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿He cometido adulterio o fornicado?
• ¿He visto algún tipo de pornografía?
• ¿Me he permitido tener pensamientos y deseos morbosos? ¿He dominado mis pasiones?
• ¿He practicado la homosexualidad?
• ¿He practicado la masturbación?

7. No robarás

Este mandamiento nos manda respetar las cosas de los demás y utilizar las nuestras para hacer el bien. También, nos manda respetar y cuidar la Creación.

Para cumplir este mandamiento, no debemos apropiarnos de lo que no sea nuestro y debemos evitar causar daño a lo que tienen los demás. Respetar la Creación y usar las cosas para hacer el bien. Pagar lo justo a las personas que empleo y cuando soy empleado cumplir con el trabajo para el que fui contratado.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos preguntamos:
• ¿Devuelvo las cosas que encuentro y no son mías?
• ¿Cuido las cosas que me prestan?
• ¿Cuido las cosas que tengo?
• ¿Cuido y respeto la creación?
• ¿Comparto mis cosas con la gente necesitada?

8. No mentirás

Este mandamiento nos manda ser sinceros y no mentir. Nos pide decir siempre la verdad. Mentir es decir algo falso, es engañar.
Para cumplir este mandamiento, debemos decir la verdad y no engañar a los demás ni hablar mal de ellos.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, me puedo preguntar:

• ¿Estoy acostumbrado a ser sincero?
• ¿Acostumbro resolver mis problemas sin mentir?
• ¿Hablo bien de las demás personas?

9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

Este mandamiento nos dice que no debemos pensar ni desear cosas inmorales. Nos pide pureza de corazón para ver todas las cosas con los ojos de Dios. Pureza de corazón, sea yo soltero(a) o casado(a).

Para poder vivir este mandamiento, necesitamos vivir la virtud de la pureza. Esta virtud nos lleva a respetar el orden establecido por Dios en el uso de la capacidad sexual a fin de vivir un amor humano más perfecto. Practicar la castidad, cuidando lo que vemos, lo que oímos, lo que decimos, etc. Cuidar el corazón de todo aquello que lo pueda manchar.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿He tenido pensamientos inmorales?
• ¿He vivido la virtud de la castidad en mi vida?
• ¿He cuidado la pureza de mi corazón?
• ¿He propiciado situaciones que me pongan en peligro para tener pensamientos y deseos impuros?

10. No desearás los bienes ajenos

Este mandamiento nos manda ser generosos y no dejar lugar a la envidia en nuestros corazones.

Para poder cumplir este mandamiento debemos ser felices con las cosas que tenemos y no tener envidia si alguien tiene más que nosotros. Disfrutar y agradecer lo que tenemos.

Para saber si estamos cumpliendo con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿Soy feliz con las cosas que tengo?
• ¿Agradezco y cuido las cosas que tengo como un regalo de Dios?
• ¿Me pongo feliz por mis amigos cuando consiguen algo que yo no tengo?
• ¿Me pongo feliz cuando a los demás les pasan cosas buenas?

¡Al cumplir los mandamientos vamos a estar cerca de Dios y vamos a vivir más felices! Los Diez mandamientos son el mejor camino para llegar al Cielo.

Recuerda que para ser feliz nos conviene cumplir con los Diez Mandamientos que Dios le entregó a Moisés. No olvides que seguir las huellas de Cristo es imitarlo en su perfecto cumplimiento de las leyes de su Padre. Los católicos, además, seguimos el mandato de Cristo: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo y, predicar el Evangelio a todas las personas.

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