Dichosos los pobres en el espíritu

Jacinto de Polonia, Santo

Patrono de Polonia, 17 de agosto

Martirologio Romano: En Cracovia, en Polonia, san Jacinto, presbítero de la Orden de Predicadores, que fue designado por santo Domingo para propagar la Orden en aquella nación y, teniendo por compañeros al beato Ceslao y a Enrique Germánico, predicó el Evangelio en Bohemia y Silesia (1257).

Fecha de canonización: 17 abr 1594 por el Papa Clemente VIII

Etimológicamente: Jacinto = Aquel que se parece a un Jacinto (tipo de flor), es de origen griego.

Breve Biografía

La Iglesia está en plena era feudal propia de la época. Los obispos y abades son grandes señores con mucho poder e influencia incluso en las decisiones políticas de los nobles y reyes. También un Francisco de Asís habla a las aves y un Domingo está convirtiendo herejes. Roma ha conseguido centralizar la disciplina y liturgia y se ve en la obligación de atender a todos los asuntos; hace mucho por arreglar las complicadas cosas de los reinos y algunas se escapan a su control.

Jacinto en hijo de los condes de Konskie; nació en el castillo de Lanka, fortaleza que domina la villa polaca de Gross-Stein. Estudió en Praga, hizo derecho en Bolonia y cursó teología en París. Con tal curriculum es nombrado canónigo de Cracovia.

Un viaje a Roma va a influir de modo decisivo en su vida. Iba a la Ciudad Eterna acompañando con otros clérigos a su tío Yvon Odrowaz, entonces obispo de Cracovia, para hacer visita reglamentaria al Papa; ésta es la ocasión para conocer a Santo Domingo de Guzmán que está allí cumpliendo encargos de Honorio III. El encuentro del buen obispo con el santo fundador tuvo lugar con ocasión de un milagro reciente. Y el motivo fue la súplica y el ruego esperanzado de conseguir religiosos misioneros para Cracovia que estaba necesitada de sacerdotes y de instrucción. No cuenta Domingo con predicadores polacoparlantes. Pero cuatro de los acompañantes del obispo polaco se muestran dispuestos a ser recibidos por el fundador entre los dominicos; como son ya sacerdotes, reciben una formación específica intensiva: corto noviciado, retoques de espíritu y ¡a predicar y fundar conventos!. Han aprendido unas normas sencillas: alabar a Dios, dar doctrina y estar dispuestos a sellar con su sangre su verdad.

Cracovia está situada en una planicie ondulada, bañada por el Vístula y cercada de bosques de pinos. La ciudad está defendida por fuertes murallas. El día de todos los santos del 1222 llegó Jacinto ya dominico y misionero. Se va haciendo conocer por los labriegos y artesanos. Tiene fama de taumaturgo. Construye un primer convento de madera y luego le llegan donaciones hasta que Cracovia se llega a convertir en cuna de predicadores del norte de Europa.

La frontera oriental limita con Prusia, aún un país pagano, semibárbaro e idólatra. Allí va Jacinto a ser su misionero. Y le sigue la fama de los milagros. Luego será la gran Rusia, con sus estepas heladas y desiertas, la que recorrerá Jacinto, llegando hasta Kiev.

Por aquellas tierras sí que conocen las gentes a Jesús; pero son cismáticos quienes han predicado el Evangelio. La Iglesia católica occidental que obedece a Roma no tiene nada que hacer; pero una curación milagrosa de la ceguera de la hija del príncipe Wladimiro le abre la posibilidad de fundar el primer monasterio occidental en Rusia.

Vienen las invasiones tártaras con Batou, hijo de Gengis-Kan, al frente de sus implacables y demoledoras huestes que llegaron a las mismas puertas de Hungría, Polonia y Austria, haciendo temblar a todo el occidente; hicieron que Jacinto hubiera de interrumpir sus quehaceres apostólicos y replegarse al interior del continente hasta que pudiera volverse a reemprender la siembra.

La leyenda áurea lo hace fundador de conventos en Noruega, Suecia, Finlandia, Escocia, Irlanda, Bulgaria, Hungría y no se sabe por cuántos sitios más. No se dispone de datos históricos con los que puedan apoyarse todas estas correrías del santo. Más bien parece que son producto de la imaginación o que intentan afirmar que fueron sus inmediatos discípulos quienes llegaron a hacer lo que materialmente él no pudo.

Muere Jacinto (o Jacek, como debió ser su genuino nombre) en su convento de Cracovia, el 15 de Agosto de 1257, dejando sembrada Polonia de innumerables conventos y de frailes. No extraña por ello que los polacos lo tengan como patrón principal. Hizo irradiar el Evangelio hasta los confines de Europa con éxitos apostólicos en ocasiones no muy duraderos, pero que afianzaban la fe en su patria, siempre que la proyectaba hacia el exterior de sus fronteras.

El camino a la vida eterna

Santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22. Lunes XX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Abre, Señor, mi corazón para ser totalmente generoso contigo. Que el amor que ya tengo por ti pueda crecer y llevarme a estar siempre dispuesto a darlo todo por ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un joven y le preguntó: “Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la vida eterna?” Le respondió Jesús: “¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno: Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos”. Él replicó: “¿Cuáles?”.

Jesús le dijo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

Le dijo entonces el joven: “Todo eso lo he cumplido desde mi niñez, ¿qué más me falta?" Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Llega un momento de la vida en que nos encontramos en un punto decisivo, crucial, como si estuviéramos en un camino que tiene dos vertientes y preguntáramos qué tenemos que hacer para llegar a donde queremos. En una ciudad que no conocemos le preguntamos a alguien de ahí pues conoce los caminos porque camina por ellos todos los días. Para encontrar el camino a la vida eterna y la felicidad le preguntamos a quien sabe y ha ido por ese camino.

En cierto sentido es muy simple ver qué hacer para alcanzar la vida eterna porque se han escrito muchas cosas que son, hasta cierto punto, obvias. Los mandamientos son formas de vivir de acuerdo a la ley de nuestro Padre común, al igual que en toda casa los papás ponen unas reglas por el bien de los hijos y de toda la familia. No es que sean autoritarios o que no amen a sus hijos y les guste verlos sufrir, por el contrario, los aman y quieren lo mejor para ellos, aunque sea difícil. Así es Dios con nosotros que nos da los mandamientos para mostrar las reglas de la casa y en cierta forma, si bien difícil de ver, nos mostrará su amor a través de esto.

Una de las preguntas con las que me quedo es, si toda la gente puede seguir los consejos de Cristo o hay algunos que no pueden, ya que parece que el joven rico los cumple, pero le falta algo. Me lo imagino como subir de nivel, primero los mandamientos, después los consejos de Cristo que cuestan más, pero nos acercan a Él y nos hacen ser parte de sus amigos más íntimos o familia.

La invitación que le hace Cristo al joven es dejar lo que tiene de más porque es lo que necesita, y después viene el hecho de poder donarlo a los demás.

«El que sigue a Cristo lo hace dando la vida; no es un seguimiento parcial. El pobre joven rico quiso hacer un seguimiento parcial y no pudo. Esto nos pone ante la verdad medular de nuestra consagración religiosa. Fiarse del Señor significa entregarnos a Él sin guardarse nada en el bolsillo; no solo dando lo material y lo superfluo, sino darle todo lo que consideramos como propio, hasta nuestros gustos y opiniones. La entrega de la propia vida no es algo opcional, sino que es la consecuencia de un corazón que fue “tocado” por el amor de Dios».

(Discurso de S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ayudar a alguien que vea en necesidad o dar de mi tiempo a alguien.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La vida temporal y la vida eterna

La muerte es una separación del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. Durante la vida temporal, el hombre debe prepararse para la eterna.

Por: Arbil | Fuente: Catholic.net

El cristianismo, una religión de milagros y de misterios.

Hay dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

El milagro prueba el señorío de Dios sobre el orden de la naturaleza por El creado, que rompe o interrumpe.

El misterio prueba el señorío de Dios sobre la Verdad, que, sin dejar de serlo, el hombre, por sí solo, no puede ver en muchas de sus parcelas, necesitando que El se las revele.

Centrando nuestra atención en lo mistérico, para percibir y percatarse de la Verdad que oculta, hace falta, con la Revelación, una fuente de conocimiento más alto que la de los sentidos, y aún más alto que la que nos proporciona la razón. Esa fuente más elevada de conocimiento se llama la fe.

Si la luz de Dios -Lumen Dei- permite al bienaventurado contemplar intuitivamente, hacienda innecesaria la luz de los sentidos, la luz de la razón y la luz de la fe el hombre, en tanto esa bienaventuranza no llegue, aquí, en el tiempo y en el espacio, necesita para su andadura correcta, para no tropezar o para rehacerse del tropiezo, alumbrarse con la llama triple de los sentidos, de la razón y de la fe.

También el cristianismo, por ser mistérico, aunque parezca contradictorio no lo es, porque lo contradictorio no puede concordarse, mientras que lo paradójico explica y concuerda en su contexto lo que, en principio, es decir, a primera vista, se presenta como discordante, inconciliable y antinómico.

Hay , así , paradoja y no contradicción en frases conocidas como éstas: "los últimos serán los primeros", "el que se humilla será ensalzado"·, "mi paz os dejo, pero he venido a traer la guerra", "dichosos los que padecen", "el que quiera salvar su vida la perderá,...."

La suprema paradoja -y no contradicción, como veremos- no está en unas palabras, sino en un hecho clave. Cristo, Maestro de la Verdad, dice de Si mismo: «Yo soy la Vida»; y sin embargo, la Vida encarnada muere en la Cruz.

A este hecho clave hemos de llegar si con la luz de los sentidos, de la razón y de la fe, nos acercamos a la vida y a la muerte, como problema esencial de todo hombre; y, como un derivado, al derecho a vivir de coda hombre en su etapa histórica en la que vosotros y yo nos encontramos.

La muerte, como destrucción orgánica, es un fenómeno psicosomático, que transforma el cuerpo animado en cadáver, al estar desprovisto de animación. Un cadáver, durante algunas horas, como por inercia, mantiene la configuración corporal; y hay cadáveres que, artificialmente -embalsamamiento y momificación- o sobrenaturalmente -cadáveres incorruptos de algunos santos-, la conservan por tiempo indefinido. Pero, en cualquiera de los casos, allí no hay cuerpos, sino cadáveres.

Pero la muerte, en el hombre, es algo más que un fenómeno psicosomático, que puede homologarse con la muerte de otros seres vivos creados. la muerte en el hombre es un fenómeno metafísico, sobrevenido porque el hombre, siendo naturaleza creada, es sobrenaturaleza. El hombre, enmarcado en, y fruto de la tarea creadora genesíaca, aparece como un ser sobrenatural en un doble sentido: por una parte, se le proclama rey de la creación, destinado a dominarla -por lo que está sobre ella-, y por otra, el aliento de vida que le da el ser es un aliento divino eternizante y, por ello cualitativamente distinto e infinitamente superior al del resto de todo lo creado.

El hombre, criatura-eternizada, no fue, ni siquiera originariamente, criatura glorificada, pero el aliento divino de vida, que al espiritualizarle lo eternizó, hizo tránsito a su envoltura corporal, que de suyo, de por sí, hubiera estado sujeta a la muerte. El hombre del paraíso era un hombre inmortalizado. la muerte en el hombre es un acontecimiento metafísico sobrevenido. la muerte de la carne es el fruto de la desobediencia de su espíritu libre, el Haftuag que dirían los alemanes, la responsabilidad hecha castigo por la Schuld, es decir, por la culpa.

Por eso, yo acojo con ironía el esfuerzo de algunos defensores, incluso en el campo católico, de la teoría de la evolución, con su lista más o menos imaginaria de los antropoides intermedios. Para mí, lo que teológica e históricamente se ha producido en la humanidad es, en cierto modo, una involución, una degradación, un retroceso. No es que el antropoide, en un momento y en un lugar indeterminados, se haya convertido en hombre, con la posición erecta -bípedo implume- y el ensanchamiento de su ángulo facial, sino que el hombre inmortalizado, con inteligencia diáfana y voluntad firme, al rebelar libremente su espíritu contra Dios, privó a su alma, no de su eternización -porque el espíritu no perece-, pero Si de su glorificación, y a la carne de su inmortalidad. Reducida la carne a sí misma, inutilizada por el pecado la fuerza inmortalizante del espíritu, el cuerpo del hombre quedó aprisionado por el deterioro y el desfallecimiento de la naturaleza creada que, en principio, iba a dominar. Por el pecado, la naturaleza le dominó y sometió la carne -sólo naturaleza de por sí- a su propia ley de finitud.

A luz de la fe proyectada sobre la muerte del hombre, sobre su reencuentro con la tierra, de cuyo barro se formó su carne, sobre la reconversión en polvo de lo que no era más que polvo, nos conduce desde la promesa del Paraíso que se perdió al cumplimiento histórico y metahistórico de la misma promesa. El vástago de José anunciado en el Génesis, próximo para Isaías, recordado en el Adviento que acaba de comenzar, vine a destruir el pecado y con el pecado su fruto, que es la muerte.

Esa victoria la consigue la Vida encarnada muriendo, y muriendo en la Cruz. A partir de ese instante, la muerte cobra, con significado distinto, otra valencia sobrenatural. No deja de ser un fenómeno psicosomático, no deja de ser salario del pecado, no deja de ser guadaña segadora, pero es, al mismo tiempo, para el hombre en gracia, que ha escondido su vida en Cristo y muere en El y con El, llave del Paraíso y janua coeli, puerta del cielo. Pero hay algo más. En el Símbolo de la Fe decimos que "creemos en la resurrección de los muertos",. la conversión de la guadaña en llave del muro que cierra en pórtico que se abre, es una realidad esperanzada para el cuerpo, que recobrará su incorruptibilidad y será inmortalizado y glorificado. Cuando se consume la victoria sobre la muerte, victoria que tuvo su principio y tiene su garantía en Cristo resucitado, con los ojos del cuerpo, que ahora no pueden ver a Dios, traspasados por el lumen gloriae, se podrá contemplar en Dios lo que El ha preparado para el gozo del hombre.

Todo esto nos lleva a lo que podríamos llamar una nueva visión de la muerte, de la vida y del status viatoris que discurre desde que la vida temporal se inicia hasta que la vida temporal concluye.

Nueva visión de la muerte: Aunque la muerte en el hombre no deje de ser la obra del Maligno, que por odio a la vida la introdujo en la humanidad; aunque la muerte vaya despertando como vivencia acosadora conforme transcurren los años y se advierta su cercanía; aunque la vivencia de la muerte produzca pánico, por lo que pueda implicar de dolorosa y de tránsito a lo desconocido, repugnancia por instinto de conservación, rebeldía ante lo que puede interpretarse como inhumano, tristeza amarga como frustración del ser, resignación estoica ante la imposibilidad de evitarla, todo ello en el cristianismo es superable, porque su visión de la muerte, sin ignorar esas reacciones, las supera.

Para el cristiano, que mira la muerte no sólo con la luz de los sentidos y de la razón, sino con la luz de la fe, la muerte no aniquila el ser. La muerte es una separación, una despedida del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. La despedida no es para siempre. No es un adiós, sino un hasta luego. Lo tremendo del hombre no es que muera de verdad, sino que, aun deteriorándose y pulverizándose el cuerpo, el hombre -su yo personal identificante- no muere nunca.

Nueva visión de la vida: la vida del hombre es lineal, pero ascendente. En ella hay, no uno, sino dos alumbramientos; y ambos son dolorosos, porque la redención del hombre y la vida histórica del hombre están signadas por el dolor. El primer alumbramiento es el parto. Por el parto, el hombre ve la luz del mundo. Por el parto se da a luz en el tiempo; y la separación del claustro materno es dolorosa para la madre y para el hijo; y dolorosa hasta el derramamiento de sangre. Por el segundo alumbramiento, se pasa a la luz de la eternidad. Este nuevo dar a luz es también separación dolorosa, porque hay dolor en el cuerpo, que siente su desanimación progresiva, y en el alma, que, al irse desprendiendo de la nebulosa de los sentidos, con todas sus potencias en vigor, tiene conciencia nítida del desgarro. El dolor de este alumbramiento es más profundo que el del primero, porque incide en la más íntima radicalidad del ser. De alguna manera podría recordarlo la separación de la uña de la carne, a que se refería doña Jimena al separarse del Cid, o la frase de Antonio Rivera, nuestro "Angel del Alcázar": «¡Me estoy muriendo!»

Ahora bien; si la muerte es otro alumbramiento, como el del trigo que se pudre para hacerse espiga, o el gusano de seda que, luego de hacer su capullo, lo rompe y, alado, se hace mariposa, o el del hierro que, en la fragua, incandescente y cincelado y forjado, se convierte en obra de arte, la muerte no es una pérdida, sino una ganancia, como dice San Pablo, y todas aquellas reacciones, pánico, repugnancia, rebeldía resignación, se hacen deseo. Nadie como Teresa de Jesús manifiesta ese deseo, no de morir como huida, como olvido o como descanso, sino como anhelo de usar la llave y de abrir la puerta de la Vida, de morir precisamente para vivir. El desasosiego de morir por no morir florece en los versos famosos: "Y en tal alto Vida espero, que muero porque no muero."

Nueva visión del status viatoris: En el aquí y ahora de la primera etapa vital, el hombre, a la luz de la fe, no contempla lo que ha de sucederle como una prolongación sino dio de aquélla; como un estirón sin final del tiempo; como un tiempo con prórroga interminable. El tiempo de la eternidad ya no es tiempo. Y el parto segundo de la muerte no es una prolongación longitudinal, sino una ascensión cualitativa.

En el itinere histórico el hombre transcurre en él ahora-tiempo, y, como señala Zubiri, desde un instante hacia un algo. El «ahora temporal» navega sobre el «siempre eterno»; y ese ahora comprende para el hombre desde su concepción hacia y hasta su muerte corporal. En ese ahora, el hombre se va configurando, conformando, definiendo y haciéndose definitivo, de tal forma que configurado, conformado y definido, es decir, consumado definitivamente, llega con su alma, al morir el cuerpo, a la eternidad.

La Parusía, que es la exaltación jubilosa, del triunfo final de Cristo, supone la absorción del tiempo por la eternidad, la inmortalidad gloriosa del cuerpo humane y la transformación de la naturaleza en una tierra y en un cielo nuevos.

Siendo esto así, para un cristiano la etapa histórica de su vida es una preparación y una provisionalidad. Durante ella ha de procurar ir definiéndose, es decir, preparándose y equipándose para la eterna. El ahora ha de estar en función del siempre, y el camino y el quehacer del camino han de concebirse en función de la meta.

Caben aquí, sin embargo, dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

Con esta perspectiva, debemos asomarnos a la cuestión actualísima como ninguna de la muerte y de la vida temporales. Una y otra se contemplan desde la luz de los sentidos y de la razón, pero, sobre todo, a la luz de la Verdad revelada y, por tanto, de la fe: la fe objetiva, como haz de verdades, y la fe subjetiva, como virtud teologal.

La vida y la muerte temporales, en función de la Vida o de la muerte eternas, se contorsionan en la ley, en las costumbres y en la conciencia individual y colectiva. Ahí donde la vida está amenazada, allí el cristiano ha de comparecer para dar testimonio de la verdad, aunque el testimonio conlleve persecución y sacrificio.

Presentar nuestra historia al Señor y decir «¡Señor, si quieres, puedes curarme!»

Ángelus del Papa, 16 de agosto de 2020

En su alocución previa al rezo mariano del Ángelus, el Papa recordó que en el Evangelio de hoy, la mujer cananea "nos enseña: el coraje de llevar su historia de dolor ante Dios, ante Jesús; de tocar la ternura de Dios, la ternura de Jesús".

El encuentro de Jesús con una mujer cananea
El Pontífice recordó el Evangelio de este domingo que describe el encuentro entre Jesús y una mujer cananea. Mientras está con sus discípulos alejados de las multitudes, se le acerca una mujer que le implora ayuda para su hija enferma, le suplica a Jesús que tenga piedad de ella.  Al respecto Francisco dijo que este grito, es el grito que nace de una vida marcada por el sufrimiento, por el sentido de impotencia de una madre que ve a la hija atormentada por el mal.

El Santo Padre, describiendo el pasaje, dijo que ante la insistencia de la mujer, Jesús, al principio la ignora, pero a un cierto punto decide ponerla “a prueba citando un proverbio: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Y la mujer responde enseguida: «Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos».

"¡Señor, si tu quieres, puedes curarme!"
Al invitar a los fieles a pensar en la propia vida, Francisco afirmó: "Siempre hay cosas malas en una historia, siempre. Vayamos a Jesús, llamemos al corazón de Jesús y digámosle: "¡Señor, si puedes curarme! Y podremos hacerlo si siempre tenemos el rostro de Jesús con nosotros, si entendemos cómo es el corazón de Cristo, cómo es el corazón de Jesús: un corazón que tiene compasión, que trae sobre sí nuestras penas, que trae sobre sí nuestros pecados, nuestros errores, nuestros fracasos". Recordó que Dios "nos ama tal como somos, sin maquillaje: nos ama así".

Evangelio de bolsillo
Finalmente, el Pontífice exhortó: "Y siempre vuelvo al consejo que les doy: lleven siempre un pequeño Evangelio de bolsillo y lean un pasaje cada día. Y allí encontrarán a Jesús tal como es, tal como se presenta; encontrarán a Jesús que nos ama, que nos ama tanto".

¿Cuándo haces oración te distraes mucho? Esto es para ti

Aunque las distracciones siempre lleguen a tu puerta y te hagan perder por un momento la concentración en tu oración, no decaigas

En muchas ocasiones me ha pasado que cuando estoy haciendo oración me distraigo mucho, mi mente comienza a pensar en otras cosas y dejo de prestarle atención a lo que estoy haciendo en ese momento. Incluso, he pensado que es mejor no seguir y abandonar la oración. ¿Te ha pasado? ¿Qué debemos hacer? Vamos a ver.

Primero habrá que distinguir si nuestras distracciones son voluntarias o involuntarias. Las últimas llegan solas, nacen en nuestra mente en cualquier momento; ya sea cuando hacemos oración, al rezar el rosario o al participar de la Eucaristía. Éstas no se pueden evitar y experimentarlas no significa pecar. Por otro lado, las voluntarias, son aquellas a las que nosotros les abrimos las puertas, queremos experimentarlas y las buscamos. No llegan por sí solas y como tal sí nos apartan de Dios, por lo que llevan consigo una falta.

La Iglesia, a través del Catecismo en el número 2729, nos comparte algunos consejos para poder combatir nuestras distracciones:

1.-No las persigas: Dice textual: “Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus redes”. Si nos proponemos analizar el porqué de su presencia y profundizamos más y más en su origen, sin darnos cuenta habremos caído en la trampa, pues nuestra mente terminará por centrarse totalmente en la distracción y no en Dios.

2.-Vuelve a tu oración: Si caímos presas de la distracción será suficiente con re direccionar nuestra mente y nuestro corazón a nuestra oración, a ese momento de encuentro con el Señor.

El artículo que citamos del Catecismo también dice: “La distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado”. Será bueno entonces preguntarnos, cuando hacemos oración, ¿la hacemos con el corazón y la mente puestos en el Señor o sólo tenemos la mente más no el corazón? Podemos caer en el error de que nuestra oración sea solamente repetir y repetir palabras como si fuera un monólogo aprendido. Debemos también reconocer que en muchas ocasiones damos más importancia a las cosas del mundo que a las de Dios.

Propongámonos fortalecer nuestro amor por Dios, que se encuentre libre de toda preocupación o pensamiento que pueda apartarnos del encuentro con Él. Antes de comenzar a orar, pidamos con humildad que nos ayude a centrarnos en su presencia con la mente y el corazón. Con nuestras propias palabras, las palabras del alma.

San Alfonso María de Ligorio escribe que “si tienes muchas distracciones durante la oración, puede ser que al diablo le moleste mucho esa oración”, y ya lo creo, pues la intención del enemigo es que nuestro encuentro con el Señor no se lleve a cabo, que por las distracciones y pendientes del mundo nos olvidemos de nutrir nuestra alma de Dios.

San Juan XXIII decía: “el peor rosario es el que no se reza”. Aunque las distracciones siempre lleguen a tu puerta y te hagan perder por un momento la concentración en tu oración, no decaigas, vuelve a comenzar tu diálogo y aprovéchalas. Si quizás te distraes por alguna situación de dolor o tristeza que estás viviendo, pídele con mayor intención al Señor, que te haga experimentar la paz que tu corazón necesita.

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