Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Felipe Benizi (o Benicio), Santo

Sacerdote , 23 de agosto

Martirologio Romano: En Todi, de la Umbría, san Felipe Benizi, presbítero de Florencia, varón de gran humildad y propagador de la Orden de los Siervos de María, que consideraba a Cristo crucificado su único libro ( 1285).

Fecha de beatificación: Culto confirmado el 8 de octubre de 1645 por el Papa Inocencio X
Fecha de canonización: 12 de abril de 1671 por el Papa Clemente X.

Breve Biografía

El hijo más ilustre y el más ardiente propagador de la congregación de los servitas en Italia nació en el seno de una noble familia de Florencia el 15 de agosto de 1233. A los 13 años fue a vivir a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua donde a los 19 años obtuvo el grado de doctor en medicina y filosofía, regresando a su ciudad natal y ejerciendo por un año su profesión. Durante ese tiempo, estudió las Sagradas Escrituras y, frecuentaba las iglesias de su ciudad natal, especialmente La Anunciata, que estaba a cargo de la Orden de los Servitas (siervos de María), así llamados por la gran devoción que tenían a nuestra Señora, que allí era particularmente reverenciada.

Una epístola de la semana de pascua refiere que uno de los discípulos y diácono de la primitiva comunidad de Jerusalén, llamado FeIipe, recibió de Dios el encargo de acercarse al carruaje del mayordomo de la reina de Etiopía e intentar convertirla a la fe católica. Dijo el Espíritu Santo: "Acércate y sube a este carro".

Pues bien, estando Felipe Benicio, el l6 de abril de 1254, jueves de pascua, oyendo la misa conventual en la cercana ciudad de Fiésole, al proclamarse aquellas palabras: "Felipe, acércate y sube a este carro", tomadas de los Hechos de los apóstoles, interpretó que iban dirigidas a él. Y después en su casa, orando, tuvo una visión en medio de un éxtasis: vio venir a su encuentro a la Virgen, Madre de Dios, quien mostrándole el hábito negro de los servitas, le sonrió diciéndole: "Felipe, acércate y sube a este carro". Comprendió entonces que la reina del cielo lo invitaba a ponerse bajo su protección.

Ocultando su condición de noble y su profesión, Felipe pidió la admisión en Monte Senario y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de los hermanos lego. Los superiores le ordenaron trabajar en el huerto, pedir limosna y algunas faenas duras y difíciles del campo. El santo se entregó por completo a dichas labores, orando incansablemente durante todas ellas.

En 1258 fue enviado al convento de Siena, y durante el camino intervino en una polémica discusión sobre los dogmas de la fe, en la cual Felipe supo intervenir brillantemente aclarando y dando el verdadero sentido sobre lo dicho. Dos miembros de su congregación, que viajaban con él, dieron cuenta al prior general, quien al constatar la sabiduría del santo, lo ordenó sacerdote, y en 1262, fue nombrado maestro de novicios del convento de Siena, y Vicario asistente del prior general. En 1267, por voto unánime, el santo fue elegido prior general de la orden religiosa. Como primera labor, visitó todos los conventos de la orden que estaban en el norte de Italia invitando a las gentes a convertirse y someterse a la protección de la Virgen Madre. Luego, y al finalizar un intenso y largo retiro espiritual, San Felipe decidió visitar los conventos de Alemania y Francia.

En el Concilio de Lyon, San Felipe impresionó a todos por su sabiduría y don de las lenguas, don que fue utilizado por el santo para la conversión de los pecadores y reconciliación de los cismáticos de muchos lugares del mundo a donde iba a predicar el Evangelio; sin embargo, toda su fama no era suficiente para obtener la aprobación pontificia para la Orden de los Siervos de María.

En 1284, San Alejo puso bajo la dirección de San Felipe a su sobrina Santa Juliana, la cual fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo se encargó también de enviar a los primeros misioneros servitas al oriente, algunos de ellos, derramaron su sangre por mantenerse firmes en su fe a Cristo.

Cuando comprendió que se acercaba la hora de su muerte, en el año 1285, San Felipe decidió retirarse descansar al convento más sencillo y humilde de la orden religiosa, donde pasó sus últimos días, orando y postrado ante la imagen de la Virgen María. Falleció durante el angelus vespertino, y en 1761 fue canonizado. Su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.

Tú, ¿quién dices que soy yo?

Santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20. Domingo XXI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, voy a meditar en tu nombre. Dime quién eres. Sé que todo el que te ve, ve también al Padre. Quiero verte, quiero escuchar cuál es tu nombre. Descúbreme algo de la riqueza inagotable de tu nombre.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo. Todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Vamos a dedicar la oración de hoy al nombre de Jesús. En la antigüedad, el nombre quería significar dos cosas: pertenencia e identidad. Ahora, vamos a enfocarnos en la identidad de Jesús a partir de su nombre.

«Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: ‘tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo». Tenemos a nuestra disposición tres términos: Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Nuestro Señor es todo lo que estos términos significan. Por un lado, Jesús significa Salvador. Por otro, el término Mesías significa ungido del rey. Por último, Hijo de Dios designa el origen del hombre que cumple la ley del Señor.

Jesús es salvación, esperanza de los que creen en Dios. Somos salvados gracias a la presencia de Dios entre nosotros, presencia que se encuentra en la persona de Jesús. Jesús es el Mesías. El descendiente de David, ungido para regir al pueblo de Dios con justicia en mansedumbre y humildad. Este Rey eligió por trono la cruz, por cetro los clavos, por corona un trenzado de espinas. Es Hijo porque conoce al Padre. Toda su vida la dedicó a darnos a conocer a la persona que Él más ama y que tanto nos ama, a tal punto de dar a su Hijo para redimirnos de nuestros pecados. Por eso Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

«No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios. Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar, y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo. Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: “Jesucristo es Señor”».

(Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Cristo: Querida alma, ahora que conoces algo de lo que mi nombre significa, quiero preguntarte algo.
El alma fiel: Habla, Señor, te escucho.
Cristo: ¿Puedo salvarte? ¿Puedo ser el Rey de tu vida? ¿Puedo ser el Dios en el que quieres creer?
El alma fiel: Señor, claro que puedes. Tú eres Dios, nada es imposible para ti.
Cristo: Yo sé que puedo. Mi pregunta es, ¿me dejarías salvarte? ¿Me permitirías hacer de tu corazón mi sede real? ¿Me dejarías ser tu Dios?
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Daré gracias a Dios por el don de la fe y por los dones que me ha concedido en este día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Tener los mismos sentimientos de Cristo

El amor a la voluntad del Padre y el amor a los hombres son los dos principales sentimientos de Cristo.

“Tener los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,5). Este era el consejo que San Pablo daba a la primitiva comunidad cristiana de Filipos y del cual se puede sacar mucho provecho para vivir la Semana Santa.

¿Cuáles son esos sentimientos, esos motivos que Cristo guarda en su corazón? Ante todo, un profundo amor al Padre por el que hace todo. El “GPS” que dirigió su vida fue siempre ese: “¡He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad!” (Hb 10,7).

Los evangelios son testimonios de esta entrega plena de Jesús a la voluntad de su Padre. “No viene a hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30). O cuando Cristo dijo: “el que me ha enviado está conmigo no me ha dejado solo pues siempre hago lo que le es de su agrado (Jn 8, 29).

El Jueves Santo lo veremos, en su momento más dramático, volveremos a recordar ese hilo conductor que motivó toda su existencia humana: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).

Jesús es el eterno enamorado de la voluntad de su Padre. No hay nada más para Él que agradar a su Padre y esto significa cumplir su voluntad. Vemos que esto agrada al Padre y muestra esta satisfacción con su Hijo durante la Transfiguración en el Tabor cuando dice: “Este es mi Hijo amado en quien me complazco” (Mt 3,17).

El otro sentimiento que Cristo tenía en su corazón era el amor a los hombres. ¡Los amaba tanto! Sus entrañas se conmovían profundamente al contemplar a los hombres que estaban como ovejas sin pastor (cf. Mt 9,36). Llega incluso a derramar lágrimas y a conmoverse al ver la tristeza de María por la muerte de su hermano Lázaro y es tan evidente su compasión que los mismos judíos exclaman: cómo le quería (cf. Jn 11,33-36).

Ante las tentaciones de riquezas y poderío que el demonio le ofreció a Nuestro Señor, Él no se puso de rodillas para alabarle. Sí lo hace, en cambio, para lavarle los pies a Judas, que está a punto de traicionarle (cf. Jn 13,5). Así es Jesús: un corazón lleno de amor, humildad y ternura para con los hombres. Incapaz de no amar.

Con tal de ganar un alma más para su Reino, estuvo dispuesto a perdonar al buen ladrón minutos antes de pasar de este mundo al Padre (cf. Lc 23,43). Él sabía que valía la pena todo el sufrimiento, todo el dolor, toda la incomprensión, toda la soledad e injuria con tal de conseguir para nosotros la vida eterna en la que estaremos junto a Él en el cielo.

Estos sentimientos de su corazón le movieron a “despojarse de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,6-8).

También nosotros podemos hacer propios estos sentimientos del corazón de Cristo y aplicarlos en nuestra vida. Mostrarle nuestra gratitud a Dios esforzándonos por cumplir su voluntad en las circunstancias particulares de nuestra vida, ya que sean agradables o arduas. Imitar sus sentimientos comprendiendo a nuestros compañeros de trabajo, de colegio, de oficina, sabiendo que todo lo que les hacemos o dejamos de hacer es a Cristo mismo a quien se lo hacemos (cf Mt 25,40)

«Dios no necesita ser defendido por nadie», afirma el Papa Francisco

Tuit del Papa Francisco del 22 de agosto

El Papa Francisco rechazó la instrumentalización de las religiones para promover el odio y justificar actos de violencia: “Dios no necesita ser defendido por nadie”, afirmó con rotundidad.

En un mensaje difundido este sábado 22 de agosto en su perfil oficial de la red social Twitter, el Pontífice aseguró que Dios “no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente y pidió que, aquellos que usan la religión para promover el extremismo y el fanatismo, dejen de hacerlo.

“Dios no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente. Pido a todos que cese la instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo y al fanatismo ciego”, fue el mensaje del Santo Padre.

El Papa Francisco siempre ha rechazado que se emplee la religión y el nombre de Dios para justificar actos de violencia y de terrorismo.

Durante el viaje apostólico que realizó a los Emiratos Árabes Unidos en febrero de 2019, el Papa firmó en la ciudad de Abu Dhabi, junto con el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmed Muhammad Ahmed Al-Tayyib –máxima autoridad religiosa de los musulmanes suníes– la Declaración sobre la Fraternidad Humana, donde se señala que “declaramos irmemente que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre”.

En la Declaración se afirma que las violencias en nombre de la religión “son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado, en algunas fases de la historia, de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los hombres para llevarlos a realizar algo que no tiene nada que ver con la verdad de la religión, para alcanzar fines políticos y económicos mundanos y miopes”.

De hecho, en el mensaje de hoy del Pontífice se acompaña de la etiqueta #FraternidadHumana, en clara referencia a dicha Declaración.

Anteriormente, el 2 de febrero de 2018, el Santo Padre afirmó, durante una audiencia en el Vaticano, que “una de las mayores blasfemias es invocar a Dios como justificación de los propios pecados y crímenes, invocarlo para justificar el homicidio, la matanza, la esclavitud, la explotación en cualquiera de sus formas, la opresión y la persecución de personas y de poblaciones enteras”.

El 3 de noviembre de 2016, en otra audiencia ante representantes de comunidades cristianas, judías, musulmanas, budistas e hinduistas, pidió que nunca más “por culpa del comportamiento de algunos, las religiones vuelvan a transmitir un mensaje fuera de tono o discordante con la misericordia”.

“Por desgracia”, afirmó entonces, “no pasa un día sin que nos lleguen noticias de violencia, conflictos, secuestros, ataques terroristas, víctimas y destrucción. Y es terrible que, para justificar tal barbarie, a veces se invoque el nombre de una religión, o del mismo Dios. Estas actitudes están claramente condenadas, porque profanan el nombre de Dios y contaminan la búsqueda religiosa del hombre”.

¿En dónde encontrar la felicidad?

¿En dónde se debe buscar la auténtica felicidad?

Por: Sebastían Rodríguez, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores

Hubo una vez un gran millonario que ofreció la mitad de su fortuna al que le dijera de corazón que no quería ser feliz. Esperó varios meses y nadie se le acercó. Está claro que todo hombre quiere y busca ser feliz, pues es algo que tenemos por naturaleza. A veces encontramos personas que dicen que son absolutamente felices; algunas de ellas tendrán mucho dinero y otras no tendrán nada. Así nos podemos preguntar ¿qué es la felicidad?, ¿cómo podemos ser felices? y ¿cómo podemos ayudar a otros a ser felices?

Muchas veces hemos escuchado que la verdadera felicidad se puede encontrar sólo en Dios, pero a veces no sabemos el porqué. Sin ser muy filosófico se puede explicar sencillamente lo que Sto. Tomás de Aquino dijo en su Suma de Teología(I-II q.2) sobre ¿qué es lo que hace al hombre ser feliz? Es importante entender la felicidad como aquello que satisface plenamente al hombre; y “plenamente” es una palabra clave. Cada día veremos a muchas personas que buscan la felicidad en las riquezas, pues teniendo dinero podrán comprar todo. Esto último es lo que hace imposible a las riquezas el dar la felicidad, pues si se tiene dinero es para conseguir algo más, y por lo tanto, el dinero en sí no nos satisface plenamente.

Otros dirán que la felicidad está en el honor y la gloria. Sabemos que se honra a alguien cuando posee alguna excelencia (por ejemplo, un premio académico). Pero como somos imperfectos, nunca podremos tener una excelencia completa y por lo mismo siempre estaremos buscando cosas para conseguir más y más honor, lo que nos llevará a la insatisfacción. En relación a la gloria, se da al que sabe algo, pero al igual que el honor, el hombre siempre buscará y podrá saber más y más, pues al ser creaturas imperfectas, tenemos una participación en la inteligencia de Dios y por lo mismo, inventamos o descubrimos cosas que en la mente divina ya habían sido creadas.

Por otro lado, hay personas que buscarán la felicidad en el poder, pero sabemos que por mucho poder que tenga, nunca se librará de los peligros o dificultades en su vida. Esto le llevará a preocuparse por ello, y no se satisfarán plenamente sus necesidades. Otros pensarán que la felicidad está en los bienes del cuerpo (la salud, por ejemplo). El hombre está compuesto de alma y cuerpo; y este último necesita el alma para vivir. Entonces, si los bienes del cuerpo satisfarían plenamente nuestra felicidad, no necesitaríamos nuestra alma; lo que es simplemente absurdo. Lo mismo se podría decir de los placeres, pues ellos son bienes del cuerpo, y como tales, necesitan de algo más para satisfacerse (el alma).

Finalmente tenemos otras dos posibilidades: algún bien del alma o algún bien creado. Lo primero no puede ser, pues el alma está en acto sólo cuando tiene al cuerpo (para darle vida), y por lo tanto, lo que en sí mismo es potencia, no puede dar la plenitud de felicidad, pues la potencia busca algo más, que es la actualización. Y si el bien del alma no puede ser, menos será un bien creado, pues por ser creado, quiere decir que depende de otro y por lo mismo es imperfecto.

Todo esto nos lleva a pensar que el único camino de felicidad es lo que es absolutamente perfecto, eterno, lo que es actualidad pura y es lo que llamamos Dios. Por lo tanto, podemos definir felicidad como la acción de estar con Dios, que es lo que alcanzaremos en el cielo. Por eso es muy importante conocer, amar y saber transmitir a Dios en esta vida, pues mientras más cercanos estemos de Él, más felices seremos. Ahora lo único que nos falta es preguntarnos ¿qué haré concretamente para ser feliz?

 Sobre "Monjitas"

¿Sorprende escuchar que una persona religiosa ha caído en la depresión?

Suavemente diré que me parece benevolente y paternalista escuchar la palabra "monjitas" en boca de algunos fieles. La cosa empeora en manos de esos calamitosos cristianos que llevan la cuenta de cuántas religiosas y cuántos religiosos se van muriendo. Sabéis que los hay. Ellos se ríen de las vidas entregadas y añaden "el último que apague la luz", "si no se hubieran quitado el hábito...", "con Trento otro gallo nos cantaba..." Cuando leo tales  artículos -nada infrecuentes- dedicados a levantar acta de defunción de órdenes y congregaciones me sienta como una patada en salva sea la parte.

Lo escribiré de forma más amable: alguien que sigue a Cristo y ama a su Iglesia no puede albergar en su corazón tanta insensibilidad.

La vida religiosa, amigos, cambia. Y la femenina, especialmente. No se puede pretender que florezcan algunas comunidades indefensas intelectualmente, infantilizadas, dependientes de la presencia puntual de beneméritos capellanes. No me temblará el pulso al constatar que también algunas religiosas se consideran a ellas mismas como "monjitas". ¡Pues sepan que las mujeres a las que llama Jesús no son marionetas! ¡Muy al contrario, son los valladares firmes del Evangelio y las necesitamos!

Yo tengo estas opiniones: basta de hacernos esclavos de edificios y monumentos, y menos a costa de las mucho más valiosas vidas de nuestras hermanas en la fe. La defensa del patrimonio de siglos que no ahogue fértiles vocaciones. Si hay que reestructurar, se hace. Afortunadamente la Iglesia es creativa.

Tampoco ha de soportarse que los problemas de salud mentales no sean tratados a tiempo dentro de los conventos por falta de orientación adecuada. ¿Sorprende escuchar que una persona religiosa ha caído en la depresión, por ejemplo?Para alguno será una decepción, dado que "nuestras monjitas" son tan buenas y seráficas que nunca enferman y están protegidas por sus altos muros y dietas frugales.

Es penoso también pretender que el mundo seglar quede relegado a, simplemente, llevarles huevos en las bodas, pedirles una novena, comprar repostería...O, no solo que los padres sientan que han perdido una hija, sino que ese dolor lógico se corresponda con la realidad.

Resulta injusto que cuando alguien decide salir del monacato, convento o vida activa, se encuentre en incertidumbre, sin apenas bagajes, dependiente de familiares y algún caritativo obispo. Que haya abandonos en la exigentísima vida religiosa -seamos claros- es lo más normal del mundo. ¿Acaso quien se ve en la dolorosa decisión de dejar los votos pierde de paso la condición de hijo de Dios? ¿Quizás pensamos que ya está condenada a la mediocridad frente a la excelencia de lo espiritual? Entonces, ¿para qué porras sirve el discernimiento de la vocación?

Ante tanta ignorancia y ceguera -o algo peor- no me callo. No, que no me callo. Me leí a ese tal san Pablo cuando dice: "A tiempo y a destiempo". Y traigo anuncio, no solo denuncia.

Porque, frente a todo esto, aviso que el Espíritu sopla de verdad. Insisto: los profetas del apocalipsis eclesial nos asustan con sus fórmulas huecas. Preguntan teatralmente: "¿dónde está la primavera? ¿Dónde están los frutos del Concilio?" Pues no les escuchéis, amigos. Elegid si queréis plañir o renacer.

Yo ya lo he hecho. Por cierto, que en ese renacer no encuentro espíritus sutiles, melifluos, espiritualoides, azucarados...¡no son monjitas, no! Son personas con una gran formación, capaces de hablar en público con elocuencia. Soportan el dolor y sostienen la esperanza, de veras. Acogen los jirones del alma de los muchos que acuden a ellos. Y ríen, bailan, tocan instrumentos, pintan, escriben, cultivan, gestionan, construyen, alimentan, enseñan, testimonian,...¡Ah, y por si acaso alguno lo duda: siguen a Cristo en su Iglesia!

Es verdad que hay que volver a lo esencial. Solo que lo esencial no tiene que ver con regresar al siglo XIX, ni a las tocas de almidón, ni la huida de ese mundo 'tan peligroso que nos come'. Lo esencial es el amor a Dios, la comunión, la vida en común, la celebración litúrgica bellamente celebrada, la conversión, el respeto a las peculiaridades de cada carisma, -con su clausura o no, según-, no ser melindres en el trato y el sano equilibrio y presencia de sacerdotes y laicos en las comunidades.

Aun voy a ser más concreto: los últimos documentos de la Congregación Vaticana para la Vida Religiosa, han ido en una clara linea. Me congratula que haya quien lidere con criterio este proceso. Es de bien nacidos reconocerlo, aunque suene a peloteo.

No me encontraréis a mí donde se dedican a tirar piedras a la orden, congregación o instituto de enfrente. Yo no diré que sea tramposo o erróneo acoger a jóvenes de otros países para repoblar conventos. A mí me parece, humildemente, que esto de seguir a Jesús es luminoso, radical y transformador. Y es que Cristo vive. Ante eso nada podrán  hacer los profetas de las webs, esos especuladores que dicen saber tanto. A los que, por supuesto, seguiré leyendo para no dormirme en mis complacencias.

15 minutos en compañía de Jesús Sacramentado

Visitas al Stmo. Sacramento, 1. ¿Qué podemos platicarle a Jesús Sacramentado?

Por: San Alfonso Mª de Ligorio

No es menester, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta que me ames con fervor. Háblame sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, o a tu madre, o a tu hermano.

I. ¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos: dime al punto qué quisieras hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho; no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos para atender a las necesidades ajenas. Háblame con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos una palabra de amigo, entrañable y fervorosa. Recuérdame que prometí escuchar toda súplica salida del corazón, ¿y no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón ama especialmente?
II.Y para ti ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades y léela en mi presencia.

Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez, egoísta, inconsciente, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.

No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad..., y poco a poco se vieron libres de ellos.

Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darlo, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer en tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte! ¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿Qué piensas? ¿Qué deseas? ¿Qué quieres haga por tu hermano, hermana, por tu amigo, por tu superior? ¿Qué desearías hacer por ellos?

¿Y por mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho y que viven quizá olvidados de mí? Dime qué cosa solicita hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y Yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.

III. ¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿Quién lastimó tu amor propio? ¿Quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Cuéntamelo todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.

¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías que, no por ser infundadas, dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi Providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.

¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora, olvidadas, se alejan de ti sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.

IV. ¿Y no tienes tal vez alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella a fuer de buen amigo?

Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá viste disipados negros recelos, quizá recibiste faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y Yo te lo he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme sencillamente, como hijo a su padre: ¡Gracias, Padre mío, gracias! El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.

V. ¿Tampoco tienes alguna promesa que hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente, a Dios no; háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a la ocasión aquella de pecado? ¿De privarte de aquel objeto que te dañó? ¿De no leer más aquel libro que avivo tu imaginación? ¿De no tratar más a la persona que turbó la paz de tu alma? ¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado como enemiga?

Ahora bien, hijo mío: vuelve a tus ocupaciones habituales; al taller, a la familia, al estudio...; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda en cuanto puedas silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón hallarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, consuelos nuevos.

Papa Francisco: La caridad cristiana no es simple filantropía

Ángelus, el Pontífice exhortó por una nueva educación de la fe El papa Francisco abogó hoy por una educación de la fe que no se desvíe de las obras de solidaridad y de caridad, pero tampoco del “contacto con el Señor Jesús”.  

“La caridad cristiana no es simple filantropía sino, por un lado, es mirar al otro con los mismos ojos que Jesús y; por el otro, es ver a Jesús en el rostro del pobre”, dijo el Papa en su reflexión de introducción al Ángelus del domingo 23 de agosto de 2020. 

“Es indispensable y loable que la pastoral de nuestras comunidades esté abierta a las muchas pobrezas y emergencias. La caridad es siempre la vía maestra de la perfección. Pero es necesario que las obras de solidaridad no desvíen del contacto con el Señor Jesús”, afirmó. 

El Papa basó su reflexión en el Evangelio de este domingo (cfr Mt 16,13-20) que presenta el momento en el que Pedro profesa su fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Los ‘chismes’ de esa época sobre Jesús, no fueron escuchados por el discípulo. 

“Hoy, escuchamos dirigida a cada uno de nosotros la pregunta de Jesús: “¿Y vosotros quién decís que soy yo? Se trata de dar una respuesta no teórica, sino que involucra la fe, es decir la vida, ¡porque la fe es vida!  Una respuesta que nos pide también a nosotros, como a los primeros discípulos, la escucha interior de la voz del Padre y la consonancia con lo que la Iglesia, reunida en torno a Pedro, continúa proclamando.  Se trata de entender quién es para nosotros Cristo: si Él es el centro de nuestra vida y el fin de todo nuestro compromiso en la Iglesia y en la sociedad”. ¿Quién es Jesucristo para ti?, una respuesta que cada uno debe dar.  El Pontífice instó a mirar al otro, al pobre, al necesitado, con los mismos ojos de Jesús: “es ver a Jesús en el rostro del pobre”. 

En este sentido, pidió que María Santísima, beata porque ha creído, sea “para nosotros guía y modelo en el camino de la fe en Cristo, y nos haga conscientes de que la confianza en Él da sentido pleno a nuestra caridad y a toda nuestra existencia”. 

El Obispo de Roma exhortó a pedir la “gracia” de reconocer quien es Jesús.  El Hijo de Dios quiere construir su Iglesia, es decir su Comunidad. El Pontífice se asomó como de costumbre a la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano para presidir la oración dominical y bendecir a los fieles que le clamaban desde la Plaza de San Pedro.

Santa Rosa de Lima

La primera americana canonizada

Nació en Lima (Perú) el año 1586; cuando vivía en su casa, se dedicó ya a una vida de piedad y de virtud, y cuando vistió el hábito de la tercera Orden de santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y de la contemplación mística. Murió el día 24 de agosto del año 1617.

Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de ascendencia española en la capital del Perú en 1586. Sus humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva.

Aunque la niña fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba comúnmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la confirmación el arzobispo de Lima, santo Toribio.

Rosa tomó a santa Catalina de Siena por modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus padres y amigos.

En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela.

Como las gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie.

Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes.

Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos.

Pero Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la oración y el ayuno.

Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.

Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás los desobedeció ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y contradicciones.

Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la comprendían.

El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia.

La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse.

Rosa luchó contra ellos diez años e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor.

Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto.

Llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de Él, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor.

Extraordinarias pruebas y gracias

Dios concedió a su sierva gracias extraordinarias, pero también permitió que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, en tanto que su alma se veía sumida en la más profunda desolación espiritual. El demonio la molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron darle aquellos a quienes consultó fue que comiese y durmiese más. Más tarde, una comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente sobrenaturales. Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño.

Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la joven era: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor».

Dios la llamó a Sí el 24 de agosto de 1617, a los 31 de edad. El capítulo, el senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro.

El papa Clemente X la canonizó en 1671.

Aunque no todos pueden imitar algunas de sus prácticas ascéticas, ciertamente nos reta a todos a entregarnos con más pasión al amado, Jesucristo.

Es esa pasión de amor la que nos debe mover a vivir nuestra santidad abrazando nuestra vocación con todo el corazón, ya sea en el mundo, en el desierto o en el claustro.

De los escritos de santa Rosa de Lima:

El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: «¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación.

Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!».

Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os
aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma.» Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces:

«¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres.»

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