Dichoso ese servidor, si al regresar su amo, lo encuentra cumpliendo con su deber
- 27 Agosto 2020
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- 27 Agosto 2020
Memoria Litúrgica, 27 de agosto
Madre de San Agustín
Martirologio Romano: Memoria de santa Mónica, que, muy joven todavía, fue dada en matrimonio a Patricio, del que tuvo hijos, entre los cuales se cuenta a Agustín, por cuya conversión derramó abundantes lágrimas y oró mucho a Dios. Al tiempo de partir para África, ardiendo en deseos de la vida celestial, murió en la ciudad de Ostia del Tíber († 387).
Etimológicamente: Mónica = Aquella que disfruta de la soledad, es de origen griego.
Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Breve Biografía
Hoy celebramos a Santa Mónica, que con su testimonio logró convertir a su marido, a su suegra y a su hijo, San Agustín, quién también, es un gran santo de la Iglesia.
Santa Mónica fue una mujer con una gran fe y nos entregó un testimonio de fidelidad y confianza en Dios, por lo que alcanzó la santidad cumpliendo con su vocación de esposa y madre.
Un poco de historia
Mónica, la madre de San Agustín, nació en Tagaste (África del Norte) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 332.
Formación
Sus padres encomendaron la formación de sus hijas a una mujer muy religiosa y estricta en disciplina. Ella no las dejaba tomar bebidas entre horas (aunque aquellas tierras son de clima muy caliente) pues les decía: "Ahora cada vez que tengan sed van a tomar bebidas para calmarla. Y después que sean mayores y tengan las llaves de la pieza donde está el vino, tomarán licor y esto les hará mucho daño." Mónica le obedeció los primeros años pero, después ya mayor, empezó a ir a escondidas al depósito y cada vez que tenía sed tomaba un vaso de vino. Más sucedió que un día regañó fuertemente a un obrero y éste por defenderse le gritó ¡Borracha! Esto le impresionó profundamente y nunca lo olvidó en toda su vida, y se propuso no volver a tomar jamás bebidas alcohólicas. Pocos meses después fue bautizada (en ese tiempo bautizaban a la gente ya entrada en años) y desde su bautismo su conversión fue admirable.
Su esposo
Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad pero sus padres dispusieron que tenía que esposarse con un hombre llamado Patricio. Este era un buen trabajador, pero de genio terrible, además mujeriego, jugador y pagano, que no tenía gusto alguno por lo espiritual. La hizo sufrir muchísimo y por treinta años ella tuvo que aguantar sus estallidos de ira ya que gritaba por el menor disgusto, pero éste jamás se atrevió a levantar su mano contra ella. Tuvieron tres hijos: dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la hizo sufrir por varias décadas.
La fórmula para evitar discusiones
En aquella región del norte de África donde las personas eran sumamente agresivas, las demás esposas le preguntaban a Mónica porqué su esposo era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, pero que nunca la golpeaba, y en cambio los esposos de ellas las golpeaban sin compasión. Mónica les respondió: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando él grita, yo me callo, para pelear se necesitan dos y yo no acepto entrar en pelea, pues....no peleamos".
Viuda, y con un hijo rebelde
Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande hacia los pobres, nunca se opuso a que dedique de su tiempo a estos buenos oficios. Y quizás, el ejemplo de vida de su esposa logro su conversión. Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en el año de 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo hiciera su suegra, mujer terriblemente colérica que por meterse demasiado en el hogar de su nuera le había amargado grandemente la vida a la pobre Mónica. Un año después de su bautizo, Patricio murió, dejando a la pobre viuda con el problema de su hijo mayor.
El muchacho difícil
Patricio y Mónica se habían dado cuenta de que Agustín era extraordinariamente inteligente, y por eso decidieron enviarle a la capital del estado, a Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero a Patricio, en aquella época, solo le interesaba que Agustín sobresaliera en los estudios, fuera reconocido y celebrado socialmente y sobresaliese en los ejercicios físicos. Nada le importaba la vida espiritual o la falta de ella de su hijo y Agustín, ni corto ni perezoso, fue alejándose cada vez más de la fe y cayendo en mayores y peores pecados y errores.
Una madre con carácter
Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez más preocupantes del comportamiento de su hijo. En una enfermedad, ante el temor a la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad abandonó su propósito de hacerlo. Adoptó las creencias y prácticas de una la secta Maniquea, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el diablo. Y Mónica, que era bondadosa pero no cobarde, ni débil de carácter, al volver su hijo de vacaciones y escucharle argumentar falsedades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa y cerró las puertas, porque bajo su techo no albergaba a enemigos de Dios.
La visión esperanzadora
Sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que se vio en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo, Se le acercó un personaje muy resplandeciente y le dijo "tu hijo volverá contigo", y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró a su hijo el sueño y él le dijo lleno de orgullo, que eso significaba que ello significaba que se iba a volver maniquea, como él. A eso ella respondió: "En el sueño no me dijeron, la madre irá a donde el hijo, sino el hijo volverá a la madre". Su respuesta tan hábil impresionó mucho a su hijo Agustín, quien más tarde consideró la visión como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437. Aún faltaban 9 años para que Agustín se convirtiera.
La célebre respuesta de un Obispo
En cierta ocasión Mónica contó a un Obispo que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió: "Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas". Esta admirable respuesta y lo que oyó decir en el sueño, le daban consuelo y llenaban de esperanza, a pesar de que Agustín no daba la más mínima señal de arrepentimiento.
El hijo se fuga, y la madre va tras de él
A los 29 años, Agustín decide irse a Roma a dar clases. Ya era todo un maestro. Mónica se decide a seguirle para intentar alejarlo de las malas influencias pero Agustín al llegar al puerto de embarque, su hijo por medio de un engaño se embarca sin ella y se va a Roma sin ella. Pero Mónica, no dejándose derrotar tan fácilmente toma otro barco y va tras de él.
Un personaje influyente
En Milán; Mónica conoce al santo más famoso de la época en Italia, el célebre San Ambrosio, Arzobispo de la ciudad. En él encontró un verdadero padre, lleno de bondad y sabiduría que le impartió sabios. Además de Mónica, San Ambrosio también tuvo un gran impacto sobre Agustín, a quien atrajo inicialmente por su gran conocimiento y poderosa personalidad. Poco a poco comenzó a operarse un cambio notable en Agustín, escuchaba con gran atención y respeto a San Ambrosio, desarrolló por él un profundo cariño y abrió finalmente su mente y corazón a las verdades de la fe católica.
La conversión tan esperada
En el año 387, ocurrió la conversión de Agustín, se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.
Puede morir tranquila
Agustín, ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra, en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, mientras madre e hijo admiraban el cielo estrellado y platicaban sobre las alegrías venideras cuando llegaran al cielo, Mónica exclamó entusiasmada: " ¿Y a mí que más me amarra a la tierra? Ya he obtenido de Dios mi gran deseo, el verte cristiano." Poco después le invadió una fiebre, que en pocos días se agravó y le ocasionaron la muerte. Murió a los 55 años de edad del año 387.
A lo largo de los siglos, miles han encomendado a Santa Mónica a sus familiares más queridos y han conseguido conversiones admirables.
En algunas pinturas, está vestida con traje de monja, ya que por costumbre así se vestían en aquél tiempo las mujeres que se dedicaban a la vida espiritual, despreciando adornos y vestimentas vanidosas. También la vemos con un bastón de caminante, por sus muchos viajes tras del hijo de sus lágrimas. Otros la han pintado con un libro en la mano, para rememorar el momento por ella tan deseado, la conversión definitiva de su hijo, cuando por inspiración divina abrió y leyó al azar una página de la Biblia.
Oración
Santa Mónica, te pedimos en este día que nos ayudes a vivir nuestra vocación cerca de Dios, confiando siempre en que la oración constante y sencilla es un instrumento eficaz para transformar los corazones de quienes nos rodean.
Amén.
Velad, estad preparados
Santo Evangelio según san Mateo 24, 42-51. Jueves XXI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ayúdame a buscar tu voluntad. Que te sea fiel en los momentos felices y en los momentos de dificultad. Llena mi vida con tu luz, llévame de la mano hacia el puerto seguro.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 24, 42-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre.
Fíjense en un servidor fiel y prudente, a quien su amo nombró encargado de toda la servidumbre para que le proporcionara oportunamente el alimento. Dichoso ese servidor, si al regresar su amo, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que le encargará la administración de todos sus bienes.
Pero si el servidor es un malvado, y pensando que su amo tardará, se pone a golpear a sus compañeros, a comer y a emborracharse, vendrá su amo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará severamente y lo hará correr la misma suerte de los hipócritas. Entonces todo será llanto y desesperación".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A lo largo de los evangelios Jesús habla de estar «despierto» y prestar atención. ¿Estoy tan preocupado por la actividad de la vida y mis preocupaciones particulares que a veces me olvido de mirar y rezar?
Nos enfrentamos a la tentación constante de correr en el presente, como si no hubiera cambios significativos que hacer en nuestro estilo de vida. Podemos sentirnos cómodos con la forma en que están las cosas, o molestos y cínicos con el pobre estado del mundo, pero ¿hacemos algo para mejorarlo? Jesús nos insta a adoptar una visión más larga; a creer que Dios está a cargo de la historia humana y quiere que nosotros juguemos nuestro papel para llevarla a cabo. Debemos ser «fieles y sabios» y vivir como si el Hijo del Hombre estuviera a punto de venir.
La idea de que Dios pueda venir a cualquier hora hace que algunas personas se pongan nerviosas y tengan miedo. Si dejo que Jesús me lleve a un amor más profundo de Dios, me doy cuenta de que no tengo nada porque temer porque soy capaz, en cualquier momento, de decirle a Dios, «Mira, Señor, aquí estoy, confío en tu misericordia».
«¿Qué somos nosotros? Somos «casi un nada», dice otro salmo; nuestros días pasan rápido: aunque si viviéramos cien años, al final nos parecería todo un suspiro. Muchas veces he escuchado ancianos decir: “La vida me ha pasado como un suspiro...”. Así la muerte desnuda nuestra vida. Nos hace descubrir que nuestros actos de orgullo, de ira y de odio eran vanidad: pura vanidad. Nos damos cuenta con pesar de que no hemos amado suficiente y de que no hemos buscado lo que era esencial. Y, al contrario, vemos lo bueno que realmente hemos sembrado: los afectos por los cuales nos hemos sacrificado, y que ahora nos tienen de la mano».
(Audiencia de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ofrecer hoy un pequeño sacrificio a Dios y pedirle la gracia de adquirir la virtud que más necesite. para crecer en el amor a los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Quién es capaz de comprender la eternidad?
Es hermoso saber que cada acto de amor que hacemos queda, al final del día, «ensobretado y sellado» para la eternidad.
¿Quién es capaz de comprender la eternidad? Pedirle a un hombre explicaciones es como pedirle a un ciego que describa el arcoíris. Al no tener experiencia de ella, la conceptualizamos de modo superficial como un «tiempo infinito», que sólo imaginarlo causa tedio. Algunos teólogos hablan, en cambio, de un «instante perpetuo», lo cual seguramente es más acertado, aunque no menos misterioso.
Según el Evangelio, toda la creación –y la humanidad con ella– «entrará» en la eternidad cuando Jesús venga por segunda vez. La tradición bíblica y teológica ha llamado «parusía» (del griego: “venida, llegada”) a ese momento, que Jesús describe en tono apocalíptico, con tremendas repercusiones cósmicas. El sol, la luna, las estrellas, el universo entero participará, a su modo, de ese momento culmen de la historia.
Al describir así su segunda venida, ¿quiere Jesús asustarnos? ¿Quiere que «no queramos» que venga Él algún día por segunda vez? Las palabras de Jesús en el texto paralelo del evangelio de san Lucas muestran la actitud correcta: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc. 21, 28). Por lo mismo, y sin diluir para nada su carácter dramático –que cambiará profundamente el estado actual de las cosas– la parusía y la eternidad deberían aleccionarnos y motivarnos a relativizarlo todo, a valorar el tiempo y a estar siempre preparados.
Todo es pasajero. San Pablo escribe: «pasa la apariencia de este mundo» (1 Cor 7 – 31). La etapa de estudios es pasajera, el puesto de trabajo es pasajero, la juventud es pasajera, los éxitos son pasajeros, la belleza es pasajera, la diversión es pasajera, cualquier pena o dolor también es pasajero –aunque durara toda la vida–. Todo tiene un final. «Nada te turbe; nada te espante; todo se pasa…», decía santa Teresa. El saber que tarde o temprano tendremos que levar anclas y partir le quita presión a nuestra vida, aunque, por otro lado, le dé también urgencia.
Por otra parte, el cristianismo ha enriquecido y redimido el tiempo dándole un significado nuevo y esperanzador. El tiempo es el «espacio de oportunidad» que Dios nos concede en pequeñas dosis de un día, de una hora, de un instante fugaz, pero decisivo, para tender a nuestra madurez como personas. Y esta madurez sólo se alcanza en la práctica del amor. «To Live is To Love» (vivir es amar), suele decirse; pero amar con prisa, porque el tiempo es poco. De nuevo san Pablo, que sentía y vivía esta urgencia en su corazón de apóstol, escribía: «el amor de Cristo nos apremia –nos urge–» (2 Cor. 5, 14). Es hermoso saber que cada acto de amor que hacemos queda, al final del día, «ensobretado y sellado» para la eternidad.
Finalmente, la perspectiva de la eternidad nos enseña a estar siempre preparados. «Nadie sabe el día ni la hora», dice Jesús. De hecho, ninguna de las reiteradas «profecías» que le han puesto fecha al fin del mundo se ha cumplido. Esto no significa que el fin del mundo no llegará algún día. Sólo no sabemos cuándo. Esta incertidumbre tiene su valor. Ante todo, marca el límite de nuestra condición de creaturas. Le da seriedad a nuestra vida, que un día tendrá que confrontarse con «la hora de la verdad». Y nos motiva a «estar siempre en vela»; es decir, a vivir en estado de gracia, manteniendo la paz con Dios y con los demás, y dando lo mejor de nosotros mismos.
María aparece en el libro del Apocalipsis como una mujer «vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). María recoge, en plena conmoción apocalíptica, el esplendor y la belleza del universo que se apaga. Con ella aparecen de nuevo el sol, la luna y las estrellas. Se presenta así como el lugar seguro al cual acudir cuando se nos apaga la vida o se nos oscurece el mundo. Que Ella nos alcance la gracia de aprender de la eternidad para relativizarlo todo, valorar el tiempo y estar siempre preparados.
Una economía enferma produce el virus de la desigualdad
Catequesis del Papa Francisco, 26 de agosto de 2020
Al comienzo de la Audiencia general del miércoles 26 de agosto, el Papa Francisco invitó, “en este tiempo de incertidumbre y de angustia”, “a acoger el don de la esperanza que viene de Cristo”, con la seguridad que “Él nos ayuda a navegar en las aguas turbulentas de la enfermedad, de la muerte y de la injusticia, que no tienen la última palabra sobre nuestro destino final”.
Desigualdad
Desde la Biblioteca del Palacio Apostólico, continuado con las catequesis sobre cómo sanar el mundo después de la crisis sanitaria, el Santo Padre subrayó que “la pandemia ha puesto de relieve y agravado problemas sociales, sobre todo la desigualdad”, poniendo como ejemplo la realidad de los trabajadores, los niños, e incluso de las naciones.
“Algunos pueden trabajar desde casa, mientras que para muchos otros esto es imposible. Ciertos niños, a pesar de las dificultades, pueden seguir recibiendo una educación escolar, mientras que para muchísimos otros esta se ha interrumpido bruscamente. Algunas naciones poderosas pueden emitir moneda para afrontar la emergencia, mientras que para otras esto significaría hipotecar el futuro”.
Una economía enferma
“Estos síntomas de desigualdad –continúa el Pontífice- revelan una enfermedad social; es un virus que viene de una economía enferma”. Como subraya Papa Francisco, la desigualdad es el fruto de un crecimiento económico injusto, que prescinde de los valores humanos fundamentales, y que es indiferente a los daños infligidos a la casa común. “La desigualdad social y el degrado ambiental van de la mano y tienen la misma raíz: la del pecado de querer poseer y dominar a los hermanos y las hermanas, la naturaleza y al mismo Dios”, aseguró.
Cultivar y cuidar
Sin embargo, este no es el diseño de la creación. Como relata el libro del Génesis, “Dios nos ha pedido dominar la tierra en su nombre, cultivándola y cuidándola como un jardín, el jardín de todos”. Pero esta no es una “carta blanca para hacer de la tierra lo que uno quiere”, sino que hay una relación de reciprocidad responsable entre la humanidad y la naturaleza.
Una tierra para todos
Citando el Catecismo, el Santo Padre recuerda que “la tierra nos precede y nos ha sido dada, ha sido dada por Dios a toda la humanidad”, por tanto “es nuestro deber hacer que sus frutos lleguen a todos, no solo a algunos”. A la luz de la Constitución pastoral Gaudium et Spes, Papa Francisco subraya que “el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás”.
Destino universal de los bienes
Para asegurar que lo que poseemos lleve valor a la comunidad, es derecho y deber de la autoridad política “regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad”, porque “la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes [...] es una ‘regla de oro’ del comportamiento social y el primer principio de todo el ordenamiento ético-social” expresó el Santo Padre.
Homo economicus
Las propiedades y el dinero son instrumentos que pueden servir a la misión, sin embargo “los transformamos fácilmente en fines, individuales o colectivos” socavando los valores humanos esenciales. De este modo, señala el Papa Francisco, “el homo sapiens se deforma y se convierte en una especie de homo œconomicus – en un sentido peor – individualista, calculador y dominador”.
“Cuando la obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que lacera el tejido social; y cuando la dependencia de un progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos mirando. No, esto es desolador”.
Un solo corazón y una sola alma
“Con la mirada fija en Jesús –continua el Pontífice- y con la certeza de que su amor obra mediante la comunidad de sus discípulos, debemos actuar todos juntos, en la esperanza de generar algo diferente y mejor”. Recordando las primeras comunidades cristianas, que también vivieron tiempos difíciles, “conscientes de formar un solo corazón y una sola alma, ponían todos sus bienes en común, testimoniando la gracia abundante de Cristo sobre ellos”, Papa Francisco exhorta a las comunidades del siglo XXI a “recuperar esta realidad, dando así testimonio de la Resurrección del Señor”.
Por último, aseguró que “si cuidamos los bienes que el Creador nos dona, si ponemos en común lo que poseemos de forma que a nadie le falte, entonces realmente podremos inspirar esperanza para regenerar un mundo más sano y más justo”.
“Pensemos en los niños. Lean las estadísticas: cuántos niños mueren hoy de hambre por una mala distribución de la riqueza, por un sistema económico como dije antes; y cuántos niños no tienen hoy derecho a la escuela por la misma razón. Que sea esta imagen, de niños necesitados por el hambre y la falta de educación, la que nos ayude a entender que después de esta crisis debemos salir mejor”.
Juegos de azar ¿son inmorales?
Las conductas adictivas o dependientes generan una situación problema con importantes implicaciones sociales
Desde que se ha permitido el juego en algunos países, éste se ha convertido en un vicio nacional. La ludopatía es una enfermedad social. Lo que se gasta en juegos de azar en un año es una atrocidad. España es el país del mundo que más gasta en juegos de azar, por persona, después de Filipinas.
De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales de la American Psychiatric Association: "La sintomatología esencial de este trastorno consiste en un fracaso crónico y progresivo en resistir los impulsos a jugar y en la aparición de una conducta de juego que compromete, rompe o lesiona los objetivos personales, familiares o vocacionales" (...) "Los problemas característicos suponen un aumento extraordinario de las deudas personales e incapacidad consiguiente para pagarlas y hacer frente a otras responsabilidades financieras, con lo que se alteran las relaciones familiares y la atención al trabajo, recurriendo a actividades financieras ilegales para poder pagar".
Estamos, pues, ante una enfermedad mental de carácter social. El juego patológico, al igual que el resto de conductas adictivas o dependientes, genera una situación problema con importantes implicaciones sociales.
La capacidad del jugador para el desenvolvimiento normal de su vida diaria se ve gravemente afectada, de tal manera, que se presentan alteraciones en las relaciones familiares, irregularidades en el trabajo y actividades financieras ilegales.
En mayor o menor grado, la desestructuración familiar está presente en el entorno de los jugadores patológicos, que se traducen en un deterioro progresivo de la convivencia, no sólo conyugal, sino también paterno-filial. Esto puede verse agravado por problemas de índole económica que aparecen en no pocos casos. Sin olvidar que un entorno conflictivo no es el lugar más adecuado para la formación en los valores humanos y cristianos de los miembros más jóvenes de la generación.
El ámbito laboral es otro espacio social a considerar. Cuando el nivel de adicción al juego es considerable, resulta fácil encontrar excusas para distraer parte del tiempo que debería dedicarse al trabajo, o simplemente, el estado anímico del sujeto le impide desarrollar su labor de manera satisfactoria y algo puede empezar a fallar. La situación puede complicarse si se delinque, accediendo de manera ilegal a bienes económicos de la empresa, o de clientes. Aparecen los problemas legales e incluso el despido laboral.
No podemos olvidar al ama de casa. La mujer jugadora que se dedica a las tareas domésticas también tiene su ámbito laboral: el hogar. Normalmente, el ama de casa está sola, los niños en el colegio, el marido en el trabajo... ¿quién le impide entonces dar una escapadita al bingo o a las máquinas de azar? ¿o la ciberadicción a jugar en la red?
Puede que no emplee grandes sumas de dinero, pero tendrá que hacer verdaderas maravillas para tener el trabajo a punto. El deterioro de la economía doméstica, las tensiones en el seno de la familia, discusiones, etc., terminan por desestabilizar la convivencia.
Respecto al ámbito grupal-relacional, es factible que sea afectado en un sentido u otro. No es raro que el jugador pida prestado dinero. Así es que los amigos pasan a ocupar el status de acreedores, por lo que se procura evitarlos, sobre todo, si las posibilidades de devolver el préstamo son escasas o nulas.
El jugador patológico no es un jugador social. Generalmente juega siempre solo. Por otra parte, cada vez emplea más tiempo en el juego, y consecuencia de ello es un aislamiento social cada vez mayor.
En definitiva, la vida del jugador patológico pierde calidad, abarcando un amplio espectro: desde el grave deterioro de la convivencia familiar, hasta el desarraigo familiar, laboral y social, que ya supone una verdadera marginación.
El juego en sí, no es nocivo. Resulta evidente que la actividad lúdica es importante para el equilibrio emocional del ser humano: el juego infantil, en su concepción evolutiva, los juegos de pasatiempos que favorecen la interacción social.
En vitud de la justicia social, gastar el dinero irresponsablemente es moralmente inaceptable. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2413) que:
Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo.
La utilización de los juegos de azar o de apuestas en sí misma, no es inmoral. Sí lo es, el uso inadecuado de los mismos. Son actividades que necesitan de un riesgo, normalmente económico y es en ellas donde las personas que presentan conducta dependiente o adictiva, no tóxica, encuentran su infierno particular.
Hay personas que se gastan en el bingo lo que necesitan en su casa. Esto es una inmoralidad. Y si lo que gastan es lo que les sobra, que lo den de limosna a personas que lo necesiten. Pero el dinero no es para jugárselo a no ser que sea en pequeñas cantidades, aunque el juego es un vicio en el que se empieza por cantidades pequeñas y a veces se termina jugándose lo inconcebible. La ludopatía (adicción al juego) es un problema tan grave como las drogas. Los ludópatas experimentan una necesidad de jugar como la que tiene un heroinómano de pincharse. Es una enfermedad que esclaviza.
Cuando el corazón está frío como el hielo
Sembrando Esperanza I. Anímate ya a suavizar tu corazón rodeándolo de amor y esperanza perdonando a quienes te ofendieron.
Afuera hace frío, mucho frío. Se ve el aliento de las personas al respirar, mientras caminan envueltos en abrigos y bufandas y las manos en los bolsillos.
Quizá las crestas de los montes estén cubiertas de nieve o de hielo, pero hay gente que tiene su corazón caliente, y no importa el frío de las calles; personas que tienen una razón para vivir, gente feliz y que sabe amar, que sabe convertir todas las cosas duras de la vida en algo bueno, algo positivo; tienen esperanza, confían en Dios, aman a su prójimo y se esfuerzan por mantener un clima de paz y calor en sus hogares, en su trabajo. Pero, ¡qué duro debe ser que ahí afuera haga frío y que el corazón esté congelado, hecho hielo!, frío por fuera y frío por dentro.
Hielo es la desesperanza, dejarse arrancar día a día los restos de confianza a los que uno se agarra para seguir viviendo. Hielo es el rencor y el odio que va pudriendo poco a poco de modo irremediable tantos corazones. ¡Qué hielo tan duro, es el miedo a la vida, al futuro, a la vejez, a la enfermedad y a la soledad, a que no te reconozcan! Necesitamos que salga el sol dentro de nosotros mismos, el sol de la esperanza, del amor, del optimismo, de la paz interior; tenemos que forzarnos a nosotros mismos y, antes que nada, obligarnos a creer que el sol puede salir en nuestra vida.
Hace un tiempo compré un bote de helado, y como no lo comí todo, decidí guardarlo en el congelador. Durante varios días estuve pensando en comerlo, pero luego lo olvidaba y lo seguía guardando para otro día.
Finalmente, se llegó el momento de comerlo, pero para mi sorpresa, el helado estaba totalmente congelado, a tal grado, que ni siquiera un cuchillo podía penetrarlo. Apenas podía creer que en tan poco tiempo se hubiera endurecido tanto. Así que tuve que esperar más de veinte minutos para empezar a comerlo.
Lo que le ocurrió a mi helado, me hizo pensar en las personas que se enojan con Dios, con la vida, con sus amigos y familiares, que pierden las esperanzas y sus corazones y sus vidas se congelan. Son personas que no han sabido enfrentar las dificultades y situaciones difíciles, que dicen frases como "Algún día los perdonaré"; pero lo que en verdad hacen, es poner sus corazones en el congelador.
Conforme pasa el tiempo, sus corazones se vuelven cada día más duros, no pueden perdonar a quienes en algún momento les ofendieron. No logran acercarse a Dios y reconfortarse en Su Amor y Su Misericordia; y cada día se alejan más y cada día se vuelve todo más difícil.
Si te sientes así, recuerda lo que le pasó a mi helado, no esperes mucho tiempo. Anímate ya a suavizar tu corazón rodeándolo de amor y esperanza perdonando a quienes te ofendieron, y todo lo demás vendrá por añadidura.
No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, recuerda que nadie sabe en qué momento puede ser llamado a rendir cuentas. El que desespera de todo, puede tener muchas razones y excusas, pero también algo de culpa, porque penas, sufrimientos, apuros económicos, contratiempos, están repartidos en la vida de todos; pero ahí está también la mente, nuestra mente, para buscar soluciones a los problemas, y unos la usan y otros no.
Ahí están nuestras manos para trabajar, y unos les dan uso y otros no; ahí está Dios que sí ayuda a los que confían, pero unos le rezan a ese Dios y otros le dan la espalda; ahí están las oportunidades que ofrece la vida, pero unos las buscan y otros se excusan diciendo que nada se puede hacer.
El sol de la esperanza puede salir, y de hecho sale, en la vida de todos los que se fuerzan a sí mismos a creer en Dios y en sí mismos; que se fuerzan a esperar lo mejor, a luchar por salir adelante a pesar de todo, yo no puedo controlar el clima de afuera, pero sí el interior de mi espíritu.
Los problemas lo pueden quebrantar a uno, si se deja; pero pueden fortalecerlo, si los enfrenta como retos magníficos.
Los Mandamientos, el camino que Dios nos muestra
Pequeño resumen que ayuda a saber si vamos por el camino correcto
Hoy en día, muchas personas han eliminado a Dios de su vida. Como que en ocasiones nos estorba y preferimos borrarlo, en vez de sentarnos a reflexionar por qué nos pide ciertas cosas. Unas de las cosas que Dios nos pide es cumplir con los mandamientos que Él nos entregó. Los Mandamientos son un camino para llegar al Cielo y ser felices. Cuando los cumplimos, vivimos en paz.
Los tres primeros mandamientos de la ley de Dios nos enseñan cómo debe de ser nuestra actitud para con Dios y los siete siguientes nos enseñan nuestra actitud hacia el prójimo, con los que nos rodean.
Los mandamientos de la ley de Dios son los siguientes:
1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
Este mandamiento nos dice que Dios debe ser lo más importante en nuestras vidas, debemos amarlo, respetarlo y vivir cerca de Él. Esto lo podemos hacer a través de la oración y los sacramentos.
Debemos creer, confiar y amar a Dios sobre todas las cosas:
1. Creer en Dios que es mi Padre, me ha dado la vida y me ama.
2. Confiar en Dios porque es mi Padre y me ama infinitamente
3. Amar a Dios más que a nada y a nadie en el mundo.
Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿Estoy amando a Dios como un hijo ama a un padre?
• ¿Vivo sólo para las cosas temporales, de la tierra?
2. No tomarás el nombre de Dios en vano.
Este mandamiento nos manda respetar el nombre de Dios y todas las cosas sagradas.
Para cumplir este mandamiento, debemos usar el nombre de Dios con mucho amor y respeto. Debemos de cuidar y respetar todas las cosas que tienen que ver con Dios, así como respetar al sacerdote y a las personas consagradas a su servicio.
Para saber si cumplimos con este mandamiento nos podemos preguntar:
• ¿Uso el nombre de Dios de una manera cariñosa y con respeto, sin jurar en vano el nombre de Dios?
• ¿Respeto las cosas de Dios (capilla, Biblia, rosario, etc.)?
• ¿Trato de manera respetuosa a los sacerdotes y personas consagradas al servicio de Dios?
• ¿He cumplido con las promesas que he hecho?
• ¿He jurado en falso?
• ¿He cumplido las promesas que he hecho a Dios?
3. Santificarás las fiestas.
Este mandamiento nos manda dedicar los domingos y los días de fiesta a alabar a Dios y a descansar sanamente.
Para cumplir con este mandamiento, debemos ir a Misa todos los domingos y fiestas que la Iglesia e indique y celebrar el amor de Dios y todo lo que ha hecho por nosotros. Debemos aprovechar los domingos para rezar más y estar cerca de Dios, así como para descansar sanamente y ayudar a que otros descansen. También, debemos dedicar este día a las cosas de Dios y a la familia.
Para saber si cumplimos bien con este mandamiento, podemos preguntarnos:
• ¿Voy a Misa los domingos y fiestas que manda la Iglesia?
• ¿Hago un esfuerzo por estar muy cerca de Dios durante la Misa y escuchar lo que me quiere decir?
• ¿Pienso en Dios los domingos?
• ¿Ayudo a los demás para que puedan descansar?
Los días en que se debe de asisitr a Misa, además de los domingos, son marcados por la Conferencia Episcopal de cada país.
4. Honrarás a tu padre y a tu madre
Este mandamiento nos manda honrar y respetar a nuestros padres y a quienes Dios le da autoridad para guiarnos y ciudarnos en nuestras vidas.
Para cumplir este mandamiento, debemos escuchar, respetar y amar a los padres y a aquellas personas que tengan autoridad sobre nosotros (abuelos, tíos, sacerdotes, maestros, autoridad civil).
Esto no quiere decir que los padres deben de olvidarse de sus deberes y obligaciones para con los hijos.
Para saber si cumplimos con este mandamiento podemos preguntarnos:
• ¿Ayudo material o espiritualmente a mis padres?
• ¿Soy agradecido con mis padres?
• ¿Los acompaño en su vejez?
• ¿Les demuestro amor?
• ¿Soy agradecido con ellos?
• ¿Los acompaño en sus enfermedades?
5. No matarás
Este mandamiento nos manda respetar nuestra propia vida y la del prójimo, cuidando de la propia salud, porque la vida humana es sagrada. Se trata de no lastimar ni atentar contra la vida propia o ajena, física o moral.
Para cumplir este mandamiento, debemos servir a la vida cuidando nuestra salud, para no caer en vicios como el alcoholismo o la drogadicción. El suicidio es un atentado contra la propia vida.
Con respecto a la vida de otros, debo evitar las críticas y el dar a conocer a todos los defectos ajenos, es decir, las calumnias. El maltratar físicamente a las personas, atenta contra la vida ajena. El aborto es dar muerte a una vida en el vientre de la madre.
Para saber si estoy cumpliendo con este mandamiento me puedo preguntar:
• ¿He hablado mal de los demás?
• ¿He maltratado a alguien físicamente?
• ¿He caído en algún vicio?
• ¿He atentado contra mi salud?
6. No cometerás actos impuros
Este mandamiento nos manda conservar la pureza del cuerpo y del alma.
Para cumplir con este mandamiento, debemos procurar la limpieza interior de nuestro cuerpo y de nuestra alma ya que es un tesoro muy grande que debemos conservar. Nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo.
Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿He cometido adulterio o fornicado?
• ¿He visto algún tipo de pornografía?
• ¿Me he permitido tener pensamientos y deseos morbosos? ¿He dominado mis pasiones?
• ¿He practicado la homosexualidad?
• ¿He practicado la masturbación?
7. No robarás
Este mandamiento nos manda respetar las cosas de los demás y utilizar las nuestras para hacer el bien. También, nos manda respetar y cuidar la Creación.
Para cumplir este mandamiento, no debemos apropiarnos de lo que no sea nuestro y debemos evitar causar daño a lo que tienen los demás. Respetar la Creación y usar las cosas para hacer el bien. Pagar lo justo a las personas que empleo y cuando soy empleado cumplir con el trabajo para el que fui contratado.
Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos preguntamos:
• ¿Devuelvo las cosas que encuentro y no son mías?
• ¿Cuido las cosas que me prestan?
• ¿Cuido las cosas que tengo?
• ¿Cuido y respeto la creación?
• ¿Comparto mis cosas con la gente necesitada?
8. No mentirás
Este mandamiento nos manda ser sinceros y no mentir. Nos pide decir siempre la verdad. Mentir es decir algo falso, es engañar.
Para cumplir este mandamiento, debemos decir la verdad y no engañar a los demás ni hablar mal de ellos.
Para saber si cumplimos con este mandamiento, me puedo preguntar:
• ¿Estoy acostumbrado a ser sincero?
• ¿Acostumbro resolver mis problemas sin mentir?
• ¿Hablo bien de las demás personas?
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
Este mandamiento nos dice que no debemos pensar ni desear cosas inmorales. Nos pide pureza de corazón para ver todas las cosas con los ojos de Dios. Pureza de corazón, sea yo soltero(a) o casado(a).
Para poder vivir este mandamiento, necesitamos vivir la virtud de la pureza. Esta virtud nos lleva a respetar el orden establecido por Dios en el uso de la capacidad sexual a fin de vivir un amor humano más perfecto. Practicar la castidad, cuidando lo que vemos, lo que oímos, lo que decimos, etc. Cuidar el corazón de todo aquello que lo pueda manchar.
Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿He tenido pensamientos inmorales?
• ¿He vivido la virtud de la castidad en mi vida?
• ¿He cuidado la pureza de mi corazón?
• ¿He propiciado situaciones que me pongan en peligro para tener pensamientos y deseos impuros?
10. No desearás los bienes ajenos
Este mandamiento nos manda ser generosos y no dejar lugar a la envidia en nuestros corazones.
Para poder cumplir este mandamiento debemos ser felices con las cosas que tenemos y no tener envidia si alguien tiene más que nosotros. Disfrutar y agradecer lo que tenemos.
Para saber si estamos cumpliendo con este mandamiento, nos podemos preguntar:
• ¿Soy feliz con las cosas que tengo?
• ¿Agradezco y cuido las cosas que tengo como un regalo de Dios?
• ¿Me pongo feliz por mis amigos cuando consiguen algo que yo no tengo?
• ¿Me pongo feliz cuando a los demás les pasan cosas buenas?
¡Al cumplir los mandamientos vamos a estar cerca de Dios y vamos a vivir más felices! Los Diez mandamientos son el mejor camino para llegar al Cielo.
Recuerda que para ser feliz nos conviene cumplir con los Diez Mandamientos que Dios le entregó a Moisés. No olvides que seguir las huellas de Cristo es imitarlo en su perfecto cumplimiento de las leyes de su Padre. Los católicos, además, seguimos el mandato de Cristo: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo y, predicar el Evangelio a todas las personas.