Limpiar el interior, que el exterior quedará limpio en consecuencia

Rómulo, Santo

Obispo, 13 de octubre

Martirologio Romano: En Matuta (hoy San Remo), en la costa de la Liguria, san Rómulo, obispo de Génova, que, lleno de ardor apostólico, murió durante una visita pastoral (s. V).

Etimologicamente: Rómulo = fundador de Roma. Viene de la lengua latina.

Breve Biografía

Cristo no vino a la tierra para ejercer un castigo, sino para que todo ser humano sea salvado, reconciliado, y descubra que Dios es amor y sólo amor.

Rómulo fue un obispo del siglo V.

El nombre mítico del fundador de Roma recorre el calendario una docena de veces.

Cuando se va estudiando su biografía, uno cae en la cuenta de que han sido mártires por defender su fe en Cristo el Señor.

El de hoy fue obispo de Génova en el siglo V.

¿Por qué se le conoce?

Hay dos característica en su vida que reflejan toda una vida que giró en torno a dos ejes fundamentales que, por otra parte, son los propios de cada cristiano:

En primer lugar, en todo cuanto hacía, pensaba y meditaba, le guiaba la luz de la fe. Sin esta lámpara encendida en su corazón no habría podido llevar a cabo lo que constituye su segundo eje.

La caridad sin límites. El amor de Dios, que ha venido para ayudar y para que todo el mundo se encuentre alegre y feliz, era el ímpetu que le lanzaba a recorrer la ciudad, las parroquias para tomar nota de las necesidades que padecían los predilectos de Dios, los pobres.

Dicen que agotado de tanto trabajo, murió en la paz de Dios. Y que desde el momento en que enterrado, su tumba comenzó a ser venerada por los genoveses y que incluso se hicieron varios milagros.

Cuando durante la invasión sarracena hubo que trasladar la sede episcopal a Villa Matutiana, se llevaron los restos de san Rómulo.

De su vida lo que ha llegado hasta nuestros dias son leyendas, historias que no se pueden comprobar.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

La importancia del discernimiento

Santo Evangelio según san Lucas 11, 37-41. Martes XXVIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, abre mi entendimiento para conocer las motivaciones de mi corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 11, 37-41

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó que Jesús no hubiera cumplido con la ceremonia de lavarse las manos antes de comer.

Pero el Señor le dijo: “Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior? Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Este pasaje evangélico está imbuido del sentido del discernimiento. Discernir es ponderar algo delante de Dios, meditar qué es lo que más me acerca a Él, descubrir cuál es su plan para mí aquí y ahora. Lo vemos ya en el primer enunciado. Un fariseo ha invitado a Jesús a comer. Pareciera algo sin mayor relieve. Pero ¿qué hay detrás?

Sabemos que Jesús no era bien visto por los fariseos. Ellos eran expertos en la ley, sus fieles observantes. Muchos encuentros poco amistosos se dieron entre ellos y Jesús. Cuando leemos más adelante, caemos en cuenta que probablemente lo invitó para ponerlo a prueba. ¡Ahí está el discernimiento! ¿Qué había en el corazón de ese fariseo? ¿Buscaba conocer a Jesús con corazón abierto, o más bien trataba de hacerlo encajar en lo que él creía que debía ser su comportamiento?

No es de extrañar que le sorprenda que Jesús no observe las tradicionales abluciones judías. Aquí vemos las consecuencias de un espíritu que no ha discernido bien, que se ha dejado llevar por sus intereses y no por los planes de Dios. En vez de permitir a la gracia obrar, ha quedado encerrado en sus categorías humanas.

El llamado de Jesús nos ayuda a entender cómo es que debe llevarse el discernimiento. Limpiar el interior, que el exterior quedará limpio en consecuencia. Dicho de otro modo: hay que despojarse de uno mismo –de nuestras ideas y expectativas– no porque no sean buenas y deseables, sino porque las de Dios lo son más. Quien está lleno de sí mismo, jamás encontrará espacio para acoger la voz de Dios.

«También en este caso existe corrupción, precisamente como aquellos doctores de la ley se vuelven corruptos por resaltar solo la apariencia y no aquello que está dentro. Corruptos de la vanidad, del parecer, de la belleza exterior, de la justicia exterior. Se han vuelto corruptos porque se preocupaban solo de limpiar, de embellecer el exterior de las cosas, no iban dentro: dentro está la corrupción. Como en los sepulcros. Por lo tanto, estos paganos se volvieron corruptos porque cambiaron la gloria de Dios, que habrían podido conocer por la razón, por los ídolos: la corrupción de la idolatría, de tantas idolatrías. Y no solo las idolatrías de los tiempos antiguos, también la idolatría del hoy: la idolatría, por ejemplo, del consumismo; la idolatría de buscar un dios cómodo».(Homilía SS Francisco, 17 de octubre de 2017 en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré acallar el ruido que puede haber dentro de mí, y en un momento de oración pediré a Dios que haga resonar su voz en mi corazón, para gustar su voluntad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Para ser feliz

La felicidad no es el fin del hombre, sencillamente porque es una consecuencia del fin que es amar eternamente

La persona humana quiere y puede ser feliz. Es conocido el dicho de San Agustín de que cualquier hombre al preguntarle si quería ser feliz, inmediatamente respondía que sí.

También son conocidas las respuestas de los griegos para ser feliz desde el epicureísmo con su hedonismo moderado, hasta la mística dionisíaca con el placer desenfrenado, sin importar nada de nada. La mayoría, sin embargo, pretende una moderación. Éticas más depuradas como la de Aristóteles unen la felicidad al bien. Platón muestra una vía de progresión y superación hasta llegar a la contemplación de la Verdad y del Bien que llena de felicidad, como ya había adelantado Sócrates.

En nuestros tiempos no hay diferencias sustanciales. Sin embargo conviene que empecemos diciendo que la felicidad no es el fin del hombre, sencillamente porque es una consecuencia del fin que es amar eternamente. Aldous Huxley en su Mundo feliz, tecnológicamente perfecto, muestra lo profundamente infeliz que puede ser el hombre en la sociedad tecnológica, aunque no se prive de ningún capricho, ni progreso para satisfacer su ego y su sensualidad. Describe ironías desesperanzadas, que a él mismo le llevaron al suicidio años después. Todo lo que no es amor verdadero acaba en insatisfacción y frustración, aunque, si se consigue algo de placer pueda reaccionarse con risas y desprecios, pero el placer siempre es efímero, y la felicidad pide duración, pide que desaparezca la amenaza de acabarse y desaparecer o morir, que de momento, es el signo de lo terreno. San Agustín lo dice en palabras inmortales: “nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Santo Tomás siguiendo la estela de Aristóteles, pero con un conocimiento de Dios muchísimo más profundo, analiza lo que puede hacer feliz al hombre de un modo riguroso y llega a que sólo se encuentra en el Bien absoluto que es Dios.

Sin embargo, es patente que en nuestros tiempos se entrecruzan continuamente dos corrientes, una pesimista y otras que no podemos llamar optimistas, sino desencantadas, que quiere disfrutar ahora y rápido en lo que sea. Equivale al suplicio de Tántalo el hijo de Zeus que incurrió en un acto de locura al ofrecer en un banquete la carne guisada de su hijo, Pélope. Tántalo es castigado en lo más profundo del reino del Hades, está condenado a sufrir terrible hambre y sed, encadenado bajo árboles frutales y junto a un río. Pero los árboles crecen cuando él estira sus manos hacia ellos y el río desaparece cuando se agacha a beber. Algo así ocurre en las propuestas de felicidad imposible de los materialismos o de las éticas sin Dios, ambas actitudes tienen la misma raíz de desconocimiento de lo que es la persona humana.

La corriente pesimista la encabeza Martín Lutero. Es conocido el origen de su, llamémosle, iluminación de la torre el año 1514, cuando atormentado por tentaciones y pecados “descubre” que no puede evitar el pecado porque es simul iustus et pecator, es decir, que haga lo que haga está empecatado y se puede salvar porque la gracia de Cristo no le sana, sino que sólo es un recubrimiento externo, jurídico, que le hace no imputable ante Dios el pecado. Esta visión negativa del hombre, aparte de la cuestión de lo que es la gracia, que ya veremos, lleva a un pesimismo antropológico de gran influencia, y a unas reacciones fuertes en dirección contraria. El pesimismo religioso –el hombre es pecador siempre– lleva al puritanismo, a vivir con temor, a una rigidez, que no halla en el encuentro sacramental la paz y la alegría. Es notorio que los países occidentales más influidos por esta concepción son más tristes que los católicos. Trento afirma que el hombre está herido, pero no radicalmente empecatado. De ahí surge un optimismo antropológico por la acción sanante de la gracia y la práctica, alegría de fondo, aunque la vida sea dura. Hay que añadir que el calvinismo es aún más rígido y pesimista que el luteranismo con su horrible idea de la predestinación al cielo o al infierno, idea blasfema de Dios que crea espíritus u orgullosos o angustiados. Es lógico que en reacción a esta visión del hombre que lleva al puritanismo, cargado muchas veces de hipocresía, surja un descaro libertino y burlón. Por otra parte, los libertinos descubren, antes o después, que el placer, la desvergüenza, la droga etc., esconden una amargura profunda, y cuando llegan los problemas o los dolores, inevitables en la vida, no saben qué hacer. Además la recompensa del egoísta es siempre la soledad, justamente lo contrario de lo que sucede al que sabe amar, que da la sensación de ser feliz , como describe maravillosamente Dostoievski en el Idiota.

En el ambiente católico se dio una corriente semejante a la de Lutero, aunque distinta, el jansenismo. Jansenio, –y muchos católicos rectos en su actuar, reaccionaron ante los libertinos que llenaban los ambientes intelectuales y de alta sociedad de aquella época en la que empieza el enciclopedismo, y, con una interpretación de San Agustín desafortunada–, ven pecado en todas partes. Distingue entre la concupiscencia de lo terreno, que siempre es mala, y el deseo de Dios que es bueno. De este modo, incluso entre los no jansenistas, se da un ambiente de severidad y rigidez semejante al del puritanismo. Se pierden las alegrías humanas, de las que se desconfía (“lo que me gusta o es pecado o engorda”, se dirá con broma que refleja que no se sabe lo que es el amor). El equilibrio es difícil, y las reacciones de muchos que quieren ser felices en el placer llevan al ambiente hedonista en muchos lugares. Se hace necesario el equilibrio intelectual que luego sea capaz de llegar a la cultura y a las masas desconcertadas ante las solicitaciones que les llegan por todas partes.

En ambientes no cristianos, que conozco menos, la situación es mucho menos halagüeña. Los animistas se mueven en el temor, y la hechicería hace estragos, como se puede observar en el vudú y otras supersticiones. En los lugares donde hay castas y la asombrosa creencia de la reencarnación, se deja a multitudes en la indigencia, pues “algo habrán hecho” en su vida anterior. La meta del budismo es la indiferencia, tan lejana al amor. En los panteísmos –la gran tentación del hombre; el materialismo es un panteísmo al revés– el destino es fundirse en un todo, que más bien es nada. El confucianismo en su sentido del deber y del honor tiende también a formas de puritanismo con sus ventajas y desventajas. El irracionalismo tipo New Age oscila entre el desenfreno y el suicidio o amor a la muerte.

Los nihilismos heideggerianos y sartrianos asumen las angustia y el vivir para la muerte como desaparición, lo que no es nada feliz. El nihilismo regocijante del posmodernismo da pie a una nueva forma de los libertinos. Y la mística dionisíaca propugnada amargamente por Nietzsche es también ambivalente. Su vivir alegre es por definición efímero con una máscara de fiesta que esconde inquietud y saberse derrotado antes de empezar; por ello intentan no pensar más que en un “ahora” que continuamente está pasando, dejando ruinas alrededor. La droga sería su fruto necesario, si no fuera por una agradecida incoherencia con el pensamiento.

Los problemas, se quiera o no, se repiten, y cuando no se tiene una idea cabal del hombre como persona, meten en callejones sin salida. Si, además, la noción de Dios es deformada se hace necesaria una regeneración intelectual por la vía del hombre como orante que busca con sinceridad. La esperanza sólo es posible con Dios que llama al hombre a su intimidad y su vida. La confianza en el placer, honor, fama, etc., como fuentes de felicidad es volátil ya que contiene nada más nada; por lo tanto, poner en ellas todo el deseo aleja de la felicidad.

La alegría es conmoción del corazón, gozo en la contemplación, emoción ante la belleza, éxtasis, que, en sus muy diversos grados, permite salir del pozo del yo cerrado del egocentrismo, para paladear el amor de dar, de darse, de dar ser, de vivir en kairós que es preludio de la eternidad como perfecta vida plenamente poseída. ¿Es el cielo? No, ciertamente. Pero lo anuncia. Además, se hace compatible con el dolor en la situación terrena, no se trata de la salud, siempre precaria, sino de superar lo más adverso en su realidad, como veremos, en el ser doliente.

La tristeza es pantanosa, oscurece el alma, paraliza, lleva a decisiones de huída o de ira, es amarga. Cierto que existe una tristeza positiva en cuanto duele el mal objetivo que está ante los ojos, pero ésta es una tristeza amorosa, un dolor de amor, que es como una perfección, una compasión de padecer con quién amo y sufre. En el fondo no hay amargura, sino paz en una paradoja de experiencia constante.

La alegría es fruto de amar y ser amado. Surge de la contemplación de la verdad. Necesita el acompañamiento del cuerpo, aunque no siempre. Es dilatación del alma, es esponjamiento ante la sinceridad. Es necesario vivir en alegría, pero es un fruto y una conquista del hombre verdaderamente libre. Al elevar el alma a Dios comprende la realidad y asume la dificultad, también cuando es dolorosa. La superación de las heridas del alma -resentimientos, rencores, inquietud corporal, torpeza de la mente, ociosidad, se superan por la esperanza que hace vibrar el alma, por la libertad que quiere superarse, por el amor que espera más amor, por la lucha en lo que parece pequeño a los ojos semicerrados por el egotismo.

Las alegrías humanas terrenas pueden ser “vanidad de vanidades” según el Eclesiastés en una mirada a la vida que parece a primera vista egoísta y pobre, pero que deja en evidencia los engaños de las falsas felicidades.

Elegir antes de que sea demasiado tarde

El Papa sobre la crisis climática.

"El sistema económico actual es insostenible. Nos enfrentamos al imperativo moral, y a la urgencia práctica, de repensar muchas cosas: cómo producimos, cómo consumimos, pensar en nuestra cultura del despilfarro, la visión a corto plazo, la explotación de los pobres, la indiferencia hacia ellos, el aumento de las desigualdades y la dependencia de las fuentes de energía nocivas". El Papa Francisco lo afirma en el mensaje de vídeo enviado a los participantes de la "Countdown", un evento digital TED organizado a nivel mundial para encontrar soluciones inmediatas en respuesta a la crisis climática.

El Pontífice cita el momento de dificultad actual, la crisis de la pandemia y la crisis socioambiental. "Esto nos enfrenta a todos a la necesidad de elegir. La elección entre lo que cuenta y lo que no. La elección entre continuar ignorando los sufrimientos de los más pobres y maltratar nuestro hogar común, la Tierra, o comprometernos a todos los niveles para transformar nuestra forma de actuar.

Tras recordar la urgencia de una acción común para evitar las catástrofes venideras, como han dicho los científicos, Francisco habla de la economía, que "no puede limitarse a la producción y la distribución". Debe considerar necesariamente su impacto en el medio ambiente y la dignidad de la persona". El Papa pide una economía "creativa en sí misma, en sus métodos, en su forma de actuar" y propone a quienes le escuchan un viaje "de transformación y acción", con el objetivo de "construir, en el próximo decenio, un mundo en el que se puedan satisfacer las necesidades de las generaciones presentes, incluidas todas, sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras".

"Quisiera invitar a todas las personas de fe, cristianas o no, y a todas las personas de buena voluntad -afirma Francisco- a emprender este viaje, partiendo de su fe o, si no tiene fe, de su voluntad, de su propia buena voluntad. Todos y cada uno de nosotros, como individuos y miembros de grupos -familias, comunidades religiosas, empresas, asociaciones, instituciones- podemos hacer una contribución significativa".

El Papa recuerda la encíclica Laudato sí y ofrece propuestas concretas. El primero es "promover, en todos los niveles, la educación en el cuidado del hogar común, desarrollando la comprensión de que los problemas ambientales están vinculados a las necesidades humanas; una educación basada en datos científicos y un enfoque ético". En la segunda propuesta, hablamos del agua y los alimentos: "El acceso al agua potable es un derecho humano esencial y universal. Es esencial, porque determina la supervivencia de las personas y por ello es una condición para el ejercicio de todos los demás derechos y responsabilidades", y "garantizar una alimentación adecuada para todos mediante métodos agrícolas no destructivos debería convertirse en el objetivo fundamental de todo el ciclo de producción y distribución de alimentos".

La tercera propuesta es la de la transición energética: "Una sustitución progresiva, pero sin demora, de los combustibles fósiles por fuentes de energía limpia. Tenemos sólo unos pocos años, los científicos calculan aproximadamente menos de treinta, para reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esta transición no sólo debe ser rápida y capaz de satisfacer las necesidades energéticas presentes y futuras, sino que también debe estar atenta a los efectos sobre los pobres, las poblaciones locales y los que trabajan en los sectores de producción de energía".

El Papa subraya que "una forma de fomentar este cambio es conducir a las empresas hacia la necesidad ineludible de comprometerse con el cuidado integral de la casa común, excluyendo de las inversiones a aquellas empresas que no cumplan con los parámetros de la ecología integral y recompensando a aquellas que hagan esfuerzos concretos en esta fase de transición para poner en el centro de sus actividades parámetros como la sostenibilidad, la justicia social y la promoción del bien común".

La tierra, concluye Francisco, "debe ser trabajada y cuidada, cultivada y protegida; no podemos seguir exprimiéndola como una naranja. Y podemos decir que esto, el cuidado de la tierra, es un derecho humano". Y "cada uno de nosotros puede jugar un papel precioso si todos nos ponemos en marcha hoy. No mañana, hoy. Porque el futuro se construye hoy, y se construye no solo, sino en comunidad y en armonía".

Católicos en misión

Meditación. Las diferentes formas de evangelizar

Al comenzar el siglo diecinueve moría un santo que había sido un apóstol extraordinario. Hoy lo veneramos en los altares con el nombre del Beato Diego José de Cádiz. Cuando predicaba se llenaban las iglesias, los parques se abarrotaban de gente, y le seguían verdaderas multitudes.

No soñaba sino en predicar misiones populares, porque recogía una enorme cosecha de almas para el Cielo. Y expresó sus sentimientos en una carta que parece escrita por un loco. Oyó la muerte desastrosa de una pecadora pública, y redactó en esa carta las locuras más desatinadas:

La noticia de la muerte de esa pecadora lastimó tanto mi corazón, que ansiaba bajar al infierno para sacar de allí aquella alma. Se deshacían mis entrañas, y no sé qué hacerme por el remedio de esta criatura.

Quisiera ser un santo que lograse de mi Dios mis deseos en orden al bien de las almas.

¡Qué pequeño me parece todo el mundo! ¡Qué ansia de predicar misión en el infierno, en el limbo y aún en el Cielo! Yo confieso que son locuras, pero no puedo irme a la mano.

¡Cuántas veces se me pasan los ratos pensando estos desatinos! Que no quiero morirme hasta el día del Juicio, sin que deje convertido a todo el mundo... Que estando en el Cielo (que por mis culpas no merezco), le diré a Dios: ¿pero, qué hago aquí parado? Déjame, Señor; dame permiso para ir predicar misión; y entonces recorrerlo todo, el limbo, el infierno, y últimamente predicarla a los santos del Cielo.

Menos mal que este santo misionero reconocía que todo esto eran locuras y desatinos...

Pero a nosotros nos hacen pensar en una realidad de nuestra Iglesia, que se siente en misión continua para salvar a tantos hermanos expuestos a su perdición, para dilatar el Reino de Dios y para robustecer a los hermanos en la fe.

Cuando hablamos de la Misión, nos viene a la memoria la imagen clásica del Misionero Sacerdote que, Crucifijo al pecho, entraba en la población, predicaba atronadoramente en la iglesia parroquial, se pasaba horas y horas en el confesionario, y acababa todo con una Comunión general interminable.

Esto eran las famosas Misiones, que, no hay que negarlo, hacían un bien inmenso en los pueblos.

Pero las costumbres sociales modernas han desplazado ese método de Misión, el cual era en otros tiempos un revulsivo fuerte que llevaba muchas almas a Dios. Teniendo esto en cuenta, es como se entienden los desatinos de Fray Diego José de Cádiz en su carta famosa.

Hoy, no; hoy eso ya es raro, aunque no se haya perdido del todo. Hoy se hace de otra manera, sin llamar la atención. Hoy son muchas veces hermanos seglares aunque siempre bajo la dirección del Sacerdote quienes hablan a los otros hermanos, los exhortan, les dan testimonio de vida...

Y se hace esto en Ejercicios Espirituales, en Retiros, en Cursillos, en Encuentros Juveniles o Matrimoniales, en reuniones Catecumenales, en asambleas Carismáticas, o en otras formas nuevas que bajo el impulso del Espíritu han nacido en la Iglesia. Estos apostolados tienden a conseguir lo de las antiguas Misiones: llamar a la conversión y renovar la fe de las parroquias y de los pueblos.

No es extraño, sin embargo, ver todavía cómo las diócesis organizan Misiones generales con equipos voluntarios, que recorren hasta las últimas aldeas llevando el mensaje del Evangelio.

A lo que vamos. ¿Cuál es, cuál debe ser nuestra actitud de católicos ante este hecho de la Misión en formas tan diversas? La Iglesia cambia de métodos, pero no cambia sus metas y sus objetivos. El objetivo final será siempre la salvación eterna.

Dios nos ha creado para su gloria eterna, y la Iglesia no se dejará llevar de las críticas de unos, de los griteríos de otros, de las novedades de muchos, y nos seguirá predicando siempre lo mismo:

Este mundo es provisional;
debemos cumplir nuestro deber del trabajo santificador;
hay que esforzarse en procurar el bienestar de tantos hermanos pobres y necesitados;
hay que hacer muchas cosas..., todas importantes, pero todas ellas subordinadas al objetivo final: la salvación nuestra y de todos los hombres.

Entonces, la actitud que tomamos es doble.

Por una parte, somos los primeros oyentes de la Palabra en esas formas de Misión que hoy nos prodiga tanto la Iglesia.

Por otra parte, nos disponemos a ser agentes activos de apostolado: misioneros seglares, que Jesucristo escoge y la Iglesia delega.

Esto es para nosotros un bien inmenso. Somos beneficiarios del celo apostólico de muchos hermanos nuestros sacerdotes, religiosas, seglares que tienen recibida de la Iglesia la misión de llevar a todos el mensaje de la salvación. Con espíritu de fe, descubrimos en ello un verdadero mimo de Dios que nos ama.

Además, todos nos estimulamos a llevar a los otros esa salvación que así se nos prodiga a nosotros. Los que se preocupan de nosotros con su entrega tan desinteresada, nos están pidiendo a nosotros, callada pero elocuentemente, que nos enrolemos en las obras apostólicas de la Iglesia. Si alguien se ve con cualidades para ser misionero o misionera en una forma u otra, ¿por qué negarse al mismo Jesucristo?...

Como el Misionero santo que escribía aquellas locuras, queremos trabajar por que todos alcancen su salvación. ¿Y sabemos que, actuando así, nos aseguramos de modo indefectible nuestra salvación propia? No hay miedo de que se pierda quien ha encaminado a otros hacia la vida eterna... .

Los Papas y El Santo Rosario

Pío XII
«INGRUENTIUM MALORUM»
SOBRE EL ROSARIO EN LA FAMILIA

Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 15 de septiembre de 1951

(...) Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse ya el próximo mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran acudir con mayor frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a María mediante las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año, Venerables Hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo requieren las necesidades cada día más graves; pues bien conocida Nos es la poderosa eficacia de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el santo Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la oración dominical y la salutación angélica, que son como las flores con que se compone esta mística corona? A la oración vocal va también unida la meditación de los sagrados misterios, y así se logra otra grandísima ventaja, a saber, que todos, aun los más sencillos y los menos instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para alimentar y defender su propia fe. Y en verdad que con la frecuente meditación de los misterios el espíritu, poco a poco y sin dificultad, absorbe y se asimila la virtud en ellos encerrada, se anima de modo admirable a esperar los bienes inmortales y se siente inclinado, fuerte y suavemente, a seguir las huellas de Cristo mismo y de su Madre. Aun la misma oración tantas veces repetida con idénticas fórmulas, lejos de resultar estéril y enojosa, posee (como lo demuestra la experiencia) una admirable virtud para infundir confianza al que reza y para hacer como una especie de dulce violencia al maternal corazón de María.

4. Trabajad, pues, con especial solicitud, Venerables Hermanos, para que los fieles, con ocasión del mes de octubre, practiquen con la mayor diligencia método tan saludable de oración y para que cada día más lo estimen y se familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo cristiano podrá comprender la excelencia, el valor y la saludable eficacia del santo Rosario.

Juan XXIII
«GRATA RECORDATIO»
SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO

Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada el 26 de Septiembre de 1959

Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas [1] que Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del "Pater noster", del "Ave María" y del "Gloria Patri" se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.

Juan Pablo II

Meditar con María los misterios de la Redención rezando el Rosario
(Homilía pronunciada durante la Misa para las Asociaciones y Movimientos marianos en la plaza de San Pedro, 2 de octubre de 1983)

El saludo del arcángel Gabriel a María

1. «Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo aquél...». Hoy, primer domingo de octubre, os saludo a todos los miembros de los Movimientos marianos, devotos del «Saludo del ángel» que estáis en Roma con ocasión del Jubileo extraordinario de nuestra Redención. (�) El Evangelista Lucas dice que María «se turbó» ante las palabras que le dirigió el arcángel Gabriel en el momento de la anunciación y «se preguntaba qué saludo era aquél».

Esta meditación de María constituye el modelo primero de la oración del Rosario. Es la oración de quienes aman el saludo del ángel a María. Lss personas que rezan el Rosario vuelven a tomar con el pensamiento y el corazón la meditación de María y rezando meditan «qué saludo era aquel».

El contenido arcano del mensaje

2. En primer lugar repiten las palabras dirigidas a María por Dios mismo a través de su mensajero.

Las personas que aman el saludo del ángel a María repiten unas palabras que vienen de Dios. Al rezar el Rosario, pronunciamos una y otra vez estas palabras. No es ésta una repetición simplista. Las palabras dirigidas a María por Dios mismo y pronunciadas por el mensajero divino encierran un contenido arcano.

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...» (Lc 1, 28), «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42). Dicho contenido está íntimamente vinculado al misterio de la redención. Las palabras del saludo angélico a María introducen en este misterio y al mismo tiempo encuentran en él su explicación.

Lo dice la primera lectura de la liturgia de hoy, que nos remonta al libro del Génesis. Aquí precisamente, en el trasfondo del primer y al mismo tiempo original pecado del hombre, anuncia Dios por primera vez el misterio de la redención. Da a conocer por vez primera su acción en la historia futura del hombre y del mundo.

En efecto, al tentador escondido bajo forma de serpiente, el Creador habla así:

«Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya: Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar».

La Virgen de Nazaret

3. Las palabras que oye María en la anunciación revelan que ha llegado el tiempo del cumplimiento de la promesa contenida en el libro del Génesis. Del protoevangelio pasamos al Evangelio. Está a punto de tener cumplimiento el misterio de la redención. El mensajero del Dios eterno saluda a la «Mujer»; esta mujer es María de Nazaret. La saluda en consideración a la «Estirpe» que Ella deberá acoger de Dios mismo. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra»... «Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús».

Palabras decisivas ciertamente. El saludo del ángel a María marca el comienzo de las «obras de Dios» más grandes en la historia del hombre y del mundo. Este saludo abre de cerca la perspectiva de la redención.

No es, pues, de extrañar que María se «turbase» después de oír las palabras de este saludo. La cercanía de Dios vivo produce siempre santo temor. Ni es de maravillar que María preguntase «qué saludo era aquel». Las palabras del arcángel la situaron ante un misterio divino inescrutable. Más aún, la implicaron en la órbita de este misterio. No se puede meramente constatar tal misterio. Hay que meditarlo de continuo y con profundidad creciente. Pues tiene fuerza para llenar no sólo una vida, sino también la eternidad.

Y todos los que amamos el saludo del ángel tratamos de participar en la meditación de María. Y tratamos de hacerlo sobre todo cuando rezamos el Rosario.

Gozo, dolor y gloria

4. En las palabras pronunciadas por el Mensajero en Nazaret, María como que vislumbró en Dios toda su vida en la tierra y en su eternidad.

Pues, ¿por qué María, al oír que iba a ser Madre de Dios, no responde con entusiasmo espiritual, sino ante todo con un humilde Fiat: «Aquí está la sierva del Señor, hágase en mí su palabra»?
¿Acaso no fue porque sintió ya desde entonces el dolor acuciante del reinar «en el trono de David» que iba a corresponder a Jesús?
Al mismo tiempo el arcángel anuncia que «su reino no tendrá fin».
En las palabras del saludo angélico a María, comienzan a desvelarse todos los misterios en que tendrá cumplimiento la redención del mundo, misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Igual que en el Rosario.
Al preguntarse María «qué saludo era aquel», parece como que entra en todos estos misterios y nos introduce a nosotros en ellos.
Nos introduce en los misterios de Cristo y juntamente en sus propios misterios. Su acto de meditación en el momento de la anunciación, abre el camino a nuestras meditaciones durante el rezo del Rosario y gracias a éste.

En oración con María

5. El Rosario es la oración en la que, con la repetición del saludo del ángel a María, tratamos de sacar nuestras consideraciones sobre el misterio de la redención partiendo de la meditación de la Virgen. Su reflexión iniciada en el momento de la anunciación prosigue en la gloria de la asunción. Profundamente inmersa en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la eternidad María se une, por ser Madre nuestra, a la plegaria de quienes aman el saludo del ángel y lo expresan en el rezo del Rosario.

En esta oración nos unimos a Ella como los Apóstoles congregados en el Cenáculo después de la ascensión de Cristo. Lo recuerda la segunda lectura de la liturgia de hoy sacada de los Hechos de los Apóstoles. Tras citar los nombres de cada Apóstol, el autor escribe: «Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María la madre de Jesús, y con sus hermanos».

Con esta oración se preparaban a recibir al Espíritu Santo el día de Pentecostés.

Oraba con ellos María, quien el día de la anunciación había recibido al Espíritu Santo con plenitud eminente. La plenitud particular del Espíritu Santo determina en Ella una particular plenitud de oración. Con esta plenitud singular María ora por nosotros y con nosotros.

Preside maternalmente nuestra oración. Congrega sobre toda la tierra inmensas legiones de los que aman el saludo del ángel, y éstas junto con Ella mientras rezan el Rosario «meditan» el misterio de la redención del mundo. De este modo se prepara la Iglesia sin cesar a recibir al Espíritu Santo, como el día de Pentecostés.

La Encíclica de León XIII sobre el Rosario

6. Se cumple este año el primer centenario de la Encíclica del Papa León XIII Supremi apostolatus, con la que este gran Pontífice decretó la dedicación especial del mes de octubre al culto de la Virgen del Rosario. Subrayaba él con fuerza en este documento, la eficacia extraordinaria de esta oración rezada con alma pura y devoción, para obtener del Padre celestial, en Cristo y por intercesión de la Madre de Dios, protección contra los males más graves que puedan amenazar a la cristiandad y a la misma humanidad, y conseguir así los supremos bienes de la justicia y la paz entre los individuos y entre los pueblos.

Con este gesto histórico, León XIII no hacía otra cosa sino sumarse a los numerosos Pontífices que le habían precedido -entre ellos San Pío V- y dejaba una consigna a quienes le iban a seguir en el fomento de la práctica del Rosario. Por ello, también yo quiero deciros a todos: haced que el Rosario sea «dulce cadena que os una a Dios» por medio de María.

Rezar todos juntos a la Madre de Dios

7. Grande es mi alegría por haber podido celebrar hoy con vosotros la solemnidad litúrgica de la Reina del Santo Rosario. De esta significativa manera nos inserimos todos en el Jubileo extraordinario del Año de la Redención. (...) Juntos todos nos dirigimos con gran amor a la Madre de Dios repitiendo las palabras del arcángel Gabriel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo», «bendita tú entre las mujeres».

Y en el centro de la liturgia de hoy escuchamos la respuesta de María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, / porque ha mirado la humildad de su sierva. / Desde ahora me felicitarán todas las generaciones».

El Rosario, plegaria en favor del hombre

(Angelus del 2 de octubre, 1983)

1. En este mes de octubre, consagrado por tradición al Santo Rosario, quiero dedicar la alocución del Angelus a hablar de esta plegaria tan entrañable al corazón de los católicos, tan amada por mí y tan recomendada por los Papas predecesores míos.

En este Año Santo extraordinario de la Redención, también el Rosario adquiere perspectivas nuevas y se llena de intenciones más fuertes y más amplias que en el pasado. Hoy no se trata de pedir grandes victorias. como en Lepanto y Viena, sino que, más bien, se trata de pedir a María que nos haga valerosos combatientes contra el espíritu del error y del mal, con las armas del Evangelio, que son la cruz y la Palabra de Dios.

La plegaria del Rosario es oración del hombre en favor del hombre: es la oración de la solidaridad humana, oración colegial de los redimidos, que refleja el espíritu y las intenciones de la primera redimida, María, Madre e imagen de la Iglesia: oración en favor de todos los hombres del mundo y de la historia, vivos o difuntos, llamados a formar con nosotros Cuerpo de Cristo y a ser, con El, coherederos de la gloria del Padre.

2. Al considerar las orientaciones espirituales que sugiere el Rosario, oración sencilla y evangélica (cf. Marialis cultus, 46), volvemos a encontrar las intenciones que San Cipriano señalaba en el «Padre nuestro». Escribía él: «El Señor, maestro de paz y de unidad, no quiso que orásemos individualmente y solos. Efectivamente, no decimos: "Padre mío, que estás en los cielos", ni "Dame mi pan de cada día". Nuestra oración es por todos; de manera que, cuando rezamos, no lo hacemos por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que con todo el pueblo somos una sola cosa» (De dominica oratione, 8).

El Rosario se dirige insistentemente a quien es la expresión más alta de la humanidad en oración, modelo de la Iglesia orante y que suplica, en Cristo, la misericordia del Padre. Lo mismo que Cristo «vive siempre para interceder por nosotros» (cf. Hech 7, 25), también María continúa en el cielo su misión de Madre y se hace voz de cada hombre y en favor de cada hombre, hasta la consumación perfecta del número de los elegidos (cf. Lumen gentium, 62). Al rezarle le suplicamos que nos asista durante todo el tiempo de nuestra vida presente y, sobre todo, en el momento decisivo para nuestro destino eterno, que será la «hora de nuestra muerte».

El Rosario es oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a los hombres para recibir los frutos de la redención.

En este mes de octubre dedicado tradicionalmente al Santo Rosario, quiero recordar a todos que ésta es una oración del hombre para el hombre; es la oración de la solidaridad humana que refleja el espíritu de María, madre e imagen de la Iglesia. El Rosario se dirige a Aquella que es la expresión más alta de la humanidad

El Rosario, memoria continuada de la redención

(Angelus del 9 de octubre, 1983)

1. Entre los muchos aspectos que los Papas, los Santos y los estudiosos han puesto de relieve en el Rosario, en este Año Jubilar hay que recordar obligadamente uno. El Santo Rosario es una memoria continuada de la redención, en sus etapas más importantes: la Encarnación del Verbo, su Pasión y Muerte por nosotros, la Pascua que El inauguró y que se consumará eternamente en los cielos.

Efectivamente, al considerar los elementos contemplativos del Rosario, esto es, los misterios en torno a los cuales se desgrana la oración vocal, podemos captar mejor por qué esta guirnalda de Ave ha sido llamada «Salterio de la Virgen». Igual que los Salmos recordaban a Israel las maravillas del Exodo y de la salvación realizada por Dios, y llamaban constantemente al pueblo a la fidelidad a la Alianza del Sinaí, del mismo modo el Rosario recuerda continuamente al pueblo de la Nueva Alianza los prodigios de misericordia y de poder que Dios ha desplegado en Cristo en favor del hambre, y lo llama a la fidelidad respecto a sus compromisos bautismales. Nosotros somos su pueblo, El es nuestro Dios.

2. Pero este recuerdo de los prodigios de Dios y esta llamada constante a la fidelidad pasa, en cierto modo, a través de María, la Virgen fiel. La repetición del Ave nos ayuda a penetrar, poco a poco, cada vez más hondamente en el profundísimo misterio del Verbo Encarnado y salvador (cf. Lumen gentium, 65), «a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor» (Marialis cultus, 47). Porque también María, como Hija de Sión y heredera de la espiritualidad sapiencial de Israel, cantó los prodigios del Exodo; pero, como la primera y más perfecta discípula de Cristo, anticipó y vivió la Pascua de la Nueva Alianza, guardando y meditando en su corazón cada palabra y gesto del Hijo, asociándose a El con fidelidad incondicional, indicando a todos el camino de la Nueva Alianza: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5). Hoy, glorificada en el cielo, manifiesta realizado en Ella el itinerario del nuevo pueblo hacia la tierra prometida.

3. Que el Rosario, pues, nos sumerja en los misterios de Cristo, y proponga en el rostro de la Madre a cada uno de los fieles y a toda la Iglesia el modelo perfecto de cómo se acoge, se guarda y se vive cada palabra y acontecimiento de Dios, en el camino todavía en marcha de la salvación del mundo.

Los misterios gozosos del Rosario

(Angelus del 23 de octubre, 1983)

1. El Santo Rosario es oración cristiana, evangélica y eclesial, pero también oración que eleva los sentimientos y afectos del hombre.

En los misterios gozosos, sobre los que nos detenemos hoy brevemente, vemos un poco todo esto: la alegría de la familia, de la maternidad, del parentesco, de la amistad, de la ayuda recíproca. Cristo, al nacer asumió y santificó estas alegrías que el pecado no ha borrado totalmente. El realizó esto por medio de María. Del mismo modo, también nosotros hoy, a través de Ella, podemos captar y hacer nuestras las alegrías del hombre: en sí mismas, humildes y sencillas, pero que se hacen grandes y santas en María y en Jesús.

En María, desposada virginalmente con José y fecundada divinamente, está la alegría del amor casto de los esposos y de la maternidad acogida y guardada como don de Dios; en María, que solícita va a Isabel, está la alegría de servir a los hermanos llevándoles la presencia de Dios; en María, que presenta a los pastores y a los Magos el esperado de Israel, está la coparticipación espontánea y confidencial, propia de la amistad; en María, que en el templo ofrece su propio Hijo al Padre celestial, está la alegría impregnada de ansias, propia de los padres y de los educadores con relación a los hijos o a los alumnos; en María, que después de tres días de afanosa búsqueda, vuelve a encontrar a Jesús, está la alegría paciente de la madre que se da cuenta de que el propio hijo pertenece a Dios antes que a ella misma.

Los misterios dolorosos del Rosario

(Angelus del 30 de octubre, 1983)

En este último domingo del mes octubre, reflexionamos aún sobre Rosario.

En los misterios dolorosos contemplamos en Cristo todos los dolores del hombre: en El, angustiado, traicionado, abandonado, capturado aprisionado; en El, injustamente procesado y sometido a la flagelación; en El, mal entendido y escarnecido su misión; en El, condenado con complicidad del poder político; en El conducido públicamente al suplicio y expuesto a la muerte más infamante: en El, Varón de dolores profetizado por Isaías, queda resumido y santificado todo dolor humano.

Siervo del Padre, Primogénito entre muchos hermanos, Cabeza de la humanidad, transforma el padecimiento humano en oblación agradable a Dios, en sacrificio que redime. El es el Cordero que quita el pecado del mundo, el Testigo fiel, que capitula en sí y hace meritorio todo martirio.

En el camino doloroso y en el Gólgota está la Madre, la primera Mártir. Y nosotros, con el corazón de la Madre, a la cual desde la cruz entregó en testamento a cada uno de los discípulos y a cada uno de los hombres, contemplamos conmovidos los padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a cada hombre como hermano, para estar con Ella junto a las innumerables cruces en las que el Señor de la gloria todavía está injustamente enclavado, no en su Cuerpo glorioso, sino en los miembros dolientes de su Cuerpo místico.

En el Rosario, las esperanzas del hombre

(Angelus del 6 de noviembre, 1983)

En los misterios gloriosos del Santo Rosario reviven las esperanzas del cristiano: las esperanzas de la vida eterna que comprometen la omnipotencia de Dios y las expectativas del tiempo presente que obligan a los hombres a colaborar con Dios.

En Cristo resucitado resurge el mundo entero y se inauguran los cielos nuevos y la tierra nueva que llegarán a cumplimiento a su vuelta gloriosa, cuando «la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado» (Ap 21, 4).

Al ascender Cristo al cielo, en El se exalta a la naturaleza humana que se sienta a la diestra de Dios, y se da a los discípulos la consigna de evangelizar al mundo; además, al subir Cristo al cielo, no se eclipsa de la tierra, sino que se oculta en el rostro de cada hombre, especialmente de los más desgraciados: los pobres, los enfermos, los marginados, los perseguidos...

Al infundir el Espíritu Santo en Pentecostés, dio a los discípulos la fuerza de amar y difundir la verdad, pidió comunión en la construcción de un mundo digno del hombre redimido y concedió capacidad de santificar todas las cosas con la obediencia a la voluntad del Padre celestial. De este modo encendió de nuevo el gozo de donar en el ánimo de quien da, y la certeza de ser amado en el corazón del desgraciado.

En la gloria de la Virgen elevada al cielo, contemplamos entre otras cosas la sublimación real de los vínculos de la sangre y los afectos familiares, pues Cristo glorificó a María no sólo por ser inmaculada y arca de la presencia divina, sino también por honrar a su Madre como Hijo. No se rompen en el cielo los vínculos santos de la tierra; por el contrario, en los cuidados de la Virgen Madre elevada para ser abogada y protectora nuestra y tipo de la Iglesia victoriosa, descubrimos también el modelo inspirador del amor solícito de nuestros queridos difuntos hacia nosotros, amor que la muerte no destruye, sino que acrecienta a la luz de Dios.

Y, finalmente, en la visión de María ensalzada por todas las criaturas, celebramos el misterio escatológico de una humanidad rehecha en Cristo en unidad perfecta, sin divisiones ya ni otra rivalidad que no sea la de aventajarse en amor uno a otro. Porque Dios es amor.

Así es que, en los misterios del Santo Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y gloria de Cristo y su Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas del hombre.

En oración con María, Madre del Señor

(Angelus del 13 de noviembre, 1983)

1. La Iglesia es, ante todo, una comunidad orante. El Pueblo de Dios ha sido liberado para celebrar el culto del Señor. Toda la vida de los redimidos debe ser un acto de culto, una liturgia de alabanza, un sacrificio agradable a Dios.

La transformación de nuestra vida y del mundo en sacrificio de alabanza no es obra nuestra, sino del Señor. Uniéndonos a Cristo-Sacerdote, a su sacrificio y a su oración, nosotros con todo el universo nos convertimos en una ofrenda al Señor.

Los creyentes son esencialmente una comunidad litúrgica: en el templo, en las casas, en la vida ejercitan el oficio sacerdotal. Los Hechos de los Apóstoles, al presentar los rasgos fundamentales de la Iglesia primitiva, ponen de relieve la importancia que en ella tenía la «oración»: «Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles, y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración... Diariamente acudían unánimemente al templo, partían el pan en las casas... alabando a Dios» (Act 2, 42. 46-47). Y también: «Todos éstos perseveraban unánimes en la oración... con María, la Madre de Jesús» (Act 1, 14).

2. En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no sólo en los orígenes de la fe, sino en todo tiempo.

«Así aparece Ella en la visita a la madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el Magníficat, la oración por excelencia de María, él canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exultación del Antiguo y del Nuevo Israel» (Exhortación Apostólica de Pablo VI Marialis cultus, 18). María aparece virgen en oración en Caná, virgen en oración en el Cenáculo. «Presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación. Virgen orante es también la Iglesia, que cada día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, alaba incesantemente al Señor e intercede por la salvación del mundo» (ib. 181).

¿Los desastres naturales son un castigo divino?

La intención de Dios es siempre un misterio y deberíamos abstenernos de hablar en nombre de Dios.

Millones de personas inocentes sufren los efectos de los desastres naturales, como muestran el reciente terremoto en Guatemala y el huracán «Sandy». No sabemos la razón por la que Dios permite los desastres naturales, pero sabemos que Dios no es indiferente al sufrimiento. Sabemos que al principio Dios creó la naturaleza y la bendijo. Cuando Adán y Eva pecaron, el mal entró en el mundo y este desorden también afectó a la naturaleza (creando la posibilidad de que haya desastres naturales). Los desastres naturales no son «obra de Dios» sino el resultado de la corrupción de la naturaleza. Incluso en estas situaciones de desastre, el sufrimiento de Cristo está unido al de su gente, de manera que intenta llevar a todos los hombres y mujeres hacia Él.

Cuando Dios creó la naturaleza, todo era bueno. Pero cuando el pecado entró en el mundo también la naturaleza se vio afectada. La corrupción de la creación perfecta por medio del pecado dio lugar a los desastres naturales.

San Juan Pablo II, en su carta apostólica Salvifici Doloris, usa la historia bíblica de Job para enseñar que el sufrimiento no siempre es un castigo. Explica que Job fue afligido por «innumerables sufrimientos» y que sus amigos decían que «él debía haber hecho algo realmente malo. El sufrimiento -decían estos- siempre es el castigo por un crimen realizado; es enviado por un Dios absolutamente justo, que lo envía por razón de la justicia».

«A sus ojos», continúa San Juan Pablo II, «el sufrimiento tendría sólo el significado de castigo por un pecado realizado; por tanto colocan la justicia de Dios al nivel de alguien que devuelve bien por bien y mal por mal». Sucede lo mismo cuando la gente dice que los desastres naturales «son obra de Dios».

San Juan Pablo II afirma que la historia de Job demuestra que esta afirmación es falsa. Escribe: «Es verdad que el sufrimiento tiene un significado de castigo cuando está conectado con un pecado, pero no es cierto que todos los sufrimientos sean consecuencia de un pecado, y que siempre sean un castigo. La figura del justo Job es una prueba real de esto en la revelación del Antiguo Testamento, que es la misma Palabra de Dios. Se nos presenta el problema de un hombre inocente que sufre sin tener culpa de ello».

A veces Dios nos manda el sufrimiento como castigo por nuestros pecados, pero no siempre. Con respecto a que Dios permite todo tipo de desastres naturales, la intención de Dios es siempre un misterio y deberíamos abstenernos de hablar en nombre de Dios.

PRECES

A Dios, que ha creado todo el mundo con sabiduría y así nos manifiesta su bondad, le decimos:
R/MGrandes y maravillosas son tus obras, Señor.
Bendito seas, Señor, que lo creaste todo de la nada por tu palabra y viste que era bueno,
– haz que el trabajo de nuestras manos te dé gloria.MR/
Bendito seas, Señor, que hiciste al hombre y a la mujer a tu imagen y semejanza,
– que en todos los países se respete la dignidad de las personas.MR/
Bendito seas, Señor, porque el cielo proclama tu gloria,
– haz que no dejemos de admirarnos por tu bondad y sepamos mostrarla a los que nos rodean con nuestras obras.MR/
Bendito seas, Señor, que amas todo lo que has creado,
– te pedimos que crezca nuestro amor a los que nos rodean.MR/
Bendito seas, Señor, porque con tu providencia amorosa gobiernas el universo,
– que también nosotros seamos providentes con los que sufren y los pobres.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…

ORACIÓN

Aumenta, Señor, nuestra fe, para que la alabanza que sale de nuestros labios vaya siempre acompañada de frutos de vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

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