Nuestra fe ha de ser predicada con obras incluso antes que con palabras

Teresa de Jesús (de Ávila), Santa

Fiesta Litúrgica, 15 de octubre

Virgen Carmelita

Doctora de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden de los Carmelitas, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha, y en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado, y compuso libros en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia († 1582).

Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, viene del griego

Breve Biografía

Nacida en Ávila el año 1515, Teresa de Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada por Dios por medio de coloquios místicos, y con la ayuda de San Juan de la Cruz (quien a su vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a los Carmelitas descalzos de los calzados). Se trató de una misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como la suya: desde el monasterio de San José, fuera de las murallas de Avila, primer convento del Carmelo reformado por ella, partió, con la carga de los tesoros de su Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el punto que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar otras reformas y de fundar nuevas cases.

Maestra de místicos y directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey Felipe II de España y con los personajes más ilustres de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia”. Por petición del confesor, Teresa escribió la historia de su vida, un libro de confesiones entre los más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación: “Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir mi modo de oración y las gracias que me ha concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio”. Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es una figura cercana, que se presenta como criatura de carne y hueso, todo lo contrario de la representación idealista y angélica de Bernini.

Desde la niñez había manifestado un temperamento exuberante (a los siete años se escapó de casa para buscar el martirio en Africa), y una contrastante tendencia a la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole la percepción de la presencia de Dios y la experiencia de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor de Dios” y “El castillo interior”.

Murió en Alba de Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582, y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia.

Si quieres ahondar más en la vida de Santa Teresa de Ávila consulta:
•    Teresa de Jesus, Fundadora y Orante
•    Una Santa muy Española
•    EWTN
•    Corazones.org
•    Editorial Monte Carmelo
•    Fiesta de santa Teresa de Ávila
•    La Voz de Dios en Santa Teresa de Jesús

Porque a mí, me toca

Santo Evangelio según san Lucas 11, 47-54. Jueves de Santa Teresa de Jesús

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 11, 47-54

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro.

Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar. Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas.

¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso”.

Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Yo tiendo la mano a mi hermano sumergido en la miseria, no porque a mí me toca como un deber social, sino porque a mí, su miseria me toca lo más profundo de mi corazón: es mi hermano y a la vez ¡Cristo mismo quien necesita mi ayuda! Me urge amarlo hoy con mi oración, hechos y palabras, consciente de que mi indiferencia le puede arrebatar una sonrisa de su rostro o peor aún: ¡la propia vida!

Nuestra fe ha de ser predicada con obras incluso antes que con palabras. Hoy encontramos a Cristo quien reclama a los fariseos sus obras. Quizás sería bueno detenernos y preguntarnos en nuestro interior: ¿qué dan a entender mis acciones Señor?

Una vida auténtica en Cristo no es poner en primer lugar a Dios, sino más bien en el centro, dejando así tocar todos los aspectos de nuestra vida. No basta confesarlo rezando el credo y yendo a misa: ¡hay que donarse! Hay que entregarse por el bien de los que nos rodean. Un cristiano auténtico se preocupa de su comunidad antes que de su comodidad. Alguien que es indiferente al sufrimiento de su vecino, no ha encontrado aún a Cristo. Grabémonos bien esto en nuestro corazón: Mi amistad con Cristo se mide por mi caridad con todos.

«Si yo tiro el grano, lo pierdo. Pero esta, es la realidad de siempre: Siempre hay alguna pérdida al sembrar el Reino de Dios. Si yo mezclo la levadura, me mancho las manos: ¡gracias a Dios! ¡Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la ilusión de no mancharse las manos! Estos son guardianes de museos: prefieren las cosas hermosas al gesto de tirar para que la fuerza se desencadene, de mezclar para que la fuerza haga crecer. La tensión que va de la esclavitud del pecado a la plenitud de la gloria. Y la esperanza que no desilusiona incluso si es pequeña como el grano y como la levadura. Alguno decía que es la virtud más humilde, es la sierva. Pero allí está el Espíritu y donde hay esperanza, está el Espíritu Santo. Y es precisamente el Espíritu Santo el que lleva adelante el Reino de Dios. Repensar en el grano de mostaza y en la levadura, al tirar y al mezclar y preguntarse: ¿Cómo va mi esperanza? ¿Es una ilusión? ¿Un “tal vez”? O, ¿creo que allí dentro está el Espíritu Santo? ¿Hablo con el Espíritu Santo?» (Homilía de S.S. Francisco, 31 de octubre de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Puedo limpiar mi corazón?

La confesión un verdadero encuentro con Cristo que purifica cualquier intención.

No hace mucho tiempo escuché en la predicación de unos ejercicios espirituales una frase que por su sencillez, dramatismo y realismo ejemplifica muy bien las consecuencias del pecado en nuestro corazón. “Hacer el mal produce placer. El placer pasa, el pecado queda. Hacer el bien produce dolor. El dolor pasa, el bien queda”.

Al pecar, nuestro corazón queda infectado. No solamente comete la falta, sino que queda herido en su naturaleza. Son huellas que quedan y que de alguna manera, le restan fuerza, claridad y vigor en la lucha constante por hacer siempre el bien, por conseguir la virtud que nos hemos propuesto alcanzar. Querámoslo o no, el pecado va debilitando la fuerza de voluntad. Imagínate tu corazón como esa bomba de amor que constantemente esta haciendo llegar una savia pura y fresca a todas las acciones de tu obrar cotidiano, que te impele a estar siempre obrando el bien con el fin único de alcanzar la santidad, el parecerte a Jesucristo. Los pecados son basuras que se van incrustando en la bomba y que no permiten que circule libremente la savia vivificadora. No es que el corazón se estropee. Es que al corazón se le van adhiriendo basuras, vicios, comportamientos que impiden que en todas las acciones que debe realizar brille la virtud que debes conquistar. Al paso del tiempo podemos muy bien preguntarnos: “... y bien, ¿por qué no soy lo que debo ser? ¿Por qué estoy retrocediendo en lugar de avanzar?”

Cuentan que Leonardo Da Vinci, buscaba modelos para su obra “La última cena”. Fácilmente encontró a Jesús: un joven florentino en la primavera de la vida: fuerte, alto, con la mirada fresca, envolvente y cautivadora. Limpia. Fue fácil invitarlo a posar. Pasó el tiempo y entre las distintas actividades del gran maestro el cuadro no quedaba terminado. Serían diez años desde que había comenzado el cuadro y para dar por terminada la obra faltaba otro de los personajes principales de la escena: Judas, el discípulo que traicionó a Jesús. No era cosa de otro mundo buscar una persona que pudiera servir de modelo, si bien a nadie le agradaba tal empresa, por las heridas que en la susceptibilidad personal pudieran causarse: eso de quedar inmortalizado en la historia como un traidor no era del todo halagador para nadie. Así las cosas, Leonardo buscó entre las peores tabernas a los posibles personajes que pudieran desempeñar el triste papel de Judas Iscariote. Buscando, buscando, lo encontró: un hombre, no muy grande, de unos treinta años pero con una mirada triste, perdida, el ceño fruncido y las espaldas ya algo cargadas por el paso del tiempo. Con todo respeto lo invitó a la osada empresa y el sujeto aceptó. Habría sido en las primeras sesiones cuando nuestro modelo, sin notarlo, comenzó a llorar. Leonardo, tratando de congraciarse con él y admirando su exquisita sensibilidad le dijo:

-Pero hombre. No llores, no es para tanto. Tú no eres un traidor, tan sólo me estás ayudando en esta empresa. Es cierto que te ha tocado jugar un papel muy poco halagador, pero por favor, no lo tomes así.
A lo que el hombre respondió:
-No lloro por lo que tú me estás diciendo. Lloro por mí mismo. ¿Es que no me reconoces? Cuánto habré cambiado que al cabo de diez años tú mismo me pediste que posara como Jesucristo y ahora me invitas a ser Judas Iscariote...

El corazón también ha sido comparado por un gran maestro espiritual del siglo XX como una papa. Comparación poco elegante, ciertamente, pero muy efectiva. Una papa si se la deja en cualquier parte, es capaz de echar raíces ahí en donde se le coloca. Puede ser en la bodega, en la alacena de una casa, en lo oscuro de un diván. Echa raíces. De la misma manera, nuestro corazón se habitúa a actuar de cualquier forma. Si no estamos atentos irá adquiriendo tendencias malas de aquí y allá y al final no nosotros mismos acabaremos por reconocerlo.

Es por ello que debemos hacer de vez en cuando una purificación de nuestro corazón, una limpieza profunda para quitar esas manchas, esos virus que puedan haberse incrustado en el camino diario.

¿Signos con los que podemos detectar que ya necesitamos una purificación de nuestro corazón? Hay varios.

Primero: nos dejamos de doler por nuestras faltas, especialmente aquellas faltas que cometemos por culpa de nuestro defecto dominante. Ya no le damos la importancia necesaria como la solíamos dar al inicio de nuestro programa de reforma de vida. Nos hemos ido acostumbrado poco a poco a esas fallas. Nuestro corazón “ha aprendido a convivir” con esas fallas. Como los virus que ya no son detectados por los anticuerpos. Nuestro cuerpo se ha habituado de tal manera a convivir con ellos que ya no detecta su presencia. En la vida espiritual puede pasarnos algo semejante. No es que no le demos importancia a las fallas, pero ya no nos duelen tanto, no nos movemos tanto hacia una conversión fuerte, eficaz, ya no nos causa tanto dolor el haber cometido esas faltas. El pecado ha “obnubilado” la forma de ver las cosas. Lo que antes nos causaba gran dolor, ahora simplemente nos causa fastidio o flojera y podemos tener expresiones como las de “se ve que yo soy así y me va a ser muy difícil cambiar”. “Lo he intentado todo...” “Total: no es tan malo...” Si una alarma contra incendios no funciona bien, el día menos pensado que necesitemos de sus servicios nos fallará y entonces lamentaremos las consecuencias de no haberle dado un servicio de mantenimiento con la frecuencia con la que se lo habríamos de haber dado.

Otro de los signos con los cuales podemos detectar que las cosas no marchan ya muy bien en nuestro corazón es el hacernos esclavos de las circunstancias. Tengo mi programa de reforma de vida, pero yo mismo hago mis espacios mentales para no cumplirlo, porque las circunstancias indican otras cosa o son desfavorables, según nuestro propio y peculiar juicio. “Una vez al año, no hace daño.” “Ahora estoy con mis amigos.” “En estos momentos me siento tan cansado.” “Era muy difícil no haber caído: la tentación se me presentó en forma tan inesperada...” Y justificaciones similares. Las circunstancias son las que cada día se van enseñoreando más de nuestro corazón hasta dominarlo. Nos convertimos en hombre y mujeres de circunstancias, porque nos fuimos habituando a dejar que ellas fueran dictándonos los comportamientos de nuestro obrar. Y nuestro corazón, si bien seguía bombeando, la savia ya no pasaba porque había sido taponada por las circunstancias.

Confundimos la ilusión con la realidad. Creemos que ciertas cosas pueden hacernos bien y no nos damos cuenta del mal que nos provocan. Hemos trastocado los términos de todo. Lo bueno ya no lo vemos tan bueno y lo malo, por consecuencia, ya no lo vemos tan malo.

Un último signo es la justificación para no obrar el bien con la fuerza y la constancia con la que deberíamos hacerlo. Encontramos una respuesta fácil y cómoda para explicar nuestra falta de virtud. No nos preocupamos por alcanzar las cumbres de la santidad. Nos justificamos con que no somos malas personas y así, vamos tirando en la vida.

Cuando alguno de estos signos se presentan, señal es de que nuestro corazón comienza a atrofiarse, a ensuciarse. Es tiempo de una buena purificación, de una buena limpieza interior. Y esta limpieza debe ser profunda, debe ir a las raíces de las faltas. No quedarnos en la superficialidad, sino ir al fondo. ¿Cómo logra esta purificación? La Iglesia católica nos recomienda la confesión de nuestros pecados. Pero debe ser una confesión profunda íntima, llena de fe. Una confesión que mire más las actitudes por las que hemos cometido las faltas, que las faltas en cuanto tal.

Sabemos que la gracia actúa en el alma, porque la gracia es eficaz, actúa por sí misma. Pero las buenas disposiciones del alma, ayudan a que la gracia actúe con mayor profundidad, porque el individuo se presta para ello: prepara los lugares en donde la gracia puede actuar. Puedes confesarte con mucho sentido de arrepentimiento, con mucho dolor de los pecados, pero si no hay las disposiciones, los medios para cambiar, será difícil que la gracia actúe. Borrará los pecados, de eso no nos cabe la menor duda, pero que actúe en tu corazón, que lo disponga a actuar siempre para el bien, que lo fortalezca, que lo vigorice, eso dependerá de tus buenas disposiciones.

¿Cómo disponernos a una buena purificación de nuestro corazón para que actúe la gracia? ¿Cómo disponernos para que cada confesión sea un verdadero encuentro con Cristo que fortalezca nuestro corazón y lo lance a obrar siempre y de mejor manera el bien para vencer nuestro defecto dominante y alcanzar la virtud que queremos conquistar?

Te invito a conocer y saber cómo hacerlo, en el siguiente artículo. Por mientras, te dejo de tarea el que revises un poco cómo son tus confesiones. No te pido que revises únicamente la mecánica de tus confesiones o de qué pecados te confiesas con mayor frecuencia, sino que analices las actitudes de tus confesiones. ¿Cuál es la actitud fundamental por la que recurres al sacramento de la penitencia? ¿Cómo dispones tu corazón al sacramento de la confesión? ¿Qué pasaría si no pudieras confesarte? ¿Vivirías igual? ¿Cambia tu vida después de cada confesión? ¿O sigue más o menos igual? ¿Es para ti la confesión un verdadero encuentro con Cristo?

México: La Iglesia se encamina hacia el DOMUND 2020 con alegría

Disponer de la creatividad en la difusión del Evangelio en los medios digitales.

La Conferencia del Episcopado Mexicano invita al pueblo de Dios a disponer su creatividad y empeño en la difusión del Evangelio en los medios digitales y de comunicación, aprovechando el espacio que brinda el mundo de internet y sus redes sociales.

Desolación, miedo y confusión

El Presbítero Antonio de Jesús Mascorro Tristán, Director Nacional de las Obras Misionales en México, se dirige a sus hermanos y hermanas misioneros recordándoles que “después de haber transcurrido la mitad del año en un ambiente de desolación, miedo, confusión, y donde en todo el mundo se ha experimentado una situación de incertidumbre, de impotencia, de angustia y de tan lamentables decesos de vidas humanas”, como Obras Misionales Pontificio Episcopales están presentes “para transmitir a todos nuestros hermanos el mensaje más esperanzador que solamente viene de Cristo”.

Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

Al descubierto tras la tormenta

Y recuerda que ante la falta de confianza el Señor Jesús pregunta por qué se tiene miedo, y si acaso no se tiene fe. A lo que agrega:
“La tormenta ha dejado al descubierto nuestras inseguridades e inmundicias. Nos hemos dado cuenta que, como humanidad, habíamos puesto nuestra confianza sólo en nuestras capacidades”

Por esta razón afirma: “La oportunidad de recomponer el camino está delante de nosotros, la fe nos da la maravillosa ocasión de responderle a Jesús y manifestar que podemos ser aquel misionero que reconoce la condición actual en la que se encuentran las personas reales, con sus límites, sus pecados, sus debilidades, y se hace débil con los débiles”.

¡Aquí estoy, envíame!

“¡Aquí estoy, envíame! Es el lema para el DOMUND 2020, y con estas palabras del profeta Isaías comenzamos este año el camino hacia la Jornada Mundial de las Misiones, a celebrarse el próximo 18 de octubre. El discípulo es aquel que ha sido llamado para escuchar atentamente y aprender del Maestro, para luego ser enviado y comunicar aquello que ha visto y ha experimentado en compañía del Señor”:

“Toda vocación implica un compromiso. El Señor nos llama porque quiere que tomemos las riendas de nuestra vida para ponerla al servicio del Evangelio, en los modos concretos y cotidianos que Él nos muestra”.

También indica la necesidad, antes de dar la respuesta, de tener bien presente la voz Dios “para no confundir la misión con nuestros propios intereses, porque vamos en nombre de Él”. Y destaca que Dios los ha elegido y que la respuesta que den debe estar “en sintonía con la gratuidad del mensaje, porque toda vocación nace de la mirada amorosa con la que el Señor vino a nuestro encuentro, quizá justo cuando nuestra barca estaba siendo sacudida en medio de la tempestad”.

“La vocación, más que una elección nuestra, es respuesta a un llamado gratuito del Señor”.

Así pues, se dirige a los estimados misioneros con la esperanza de que el camino hacia el DOMUND 2020 sea un momento de entrega apasionada, y llenos de alegría para anunciar a los hermanos que Jesús es el Señor.

“Pongámonos todos juntos en estado de misión: Ponerse en estado de misión es un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre”.

Guia para el rezo del Santo Rosario

INTRODUCCIÓN

T.- Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

T.- Abre Señor mis labios, para alabar tu nombre y el de Tu Santa Madre.

T.- Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y redentor mío, por ser tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. Quiero y propongo firmemente confesarme a su tiempo. Ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados. Y confío en que en tu bondad y misericordia infinita, me los perdonarás y me darás la gracia para no volverte a ofender. Amén.

G.- Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
R.- Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
G.- Envía tu Espíritu Creador
R.- Y renueva la faz de la tierra.
G.- Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre del bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén

PETICIONES

Ofrecemos este rosario por...

LAS ORACIONES DEL DECENARIO

(Cada Misterio, incluye un Padre Nuestro, diez Avemarías, un Gloria, una jaculatoria a María y la Oración de Fátima )

G.- Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
R.- Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
G.- Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres tú entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre: Jesús
R.- Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores; ahora y en la hora de nuestra muerte.
G.- Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
R.- Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos.
G.- María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia,
R.- En la vida y en la muerte ampáranos Gran Señora.
T.- Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados y líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de tu misericordia. Amén.

Una sencilla flor de campo

Si tú eres maravillosa, estupenda, ¿qué podré decir de la belleza y la ternura que se esconde en cada corazón humano?

Eres así: sencilla, sin pretensiones, sin soberbia, sin hambre de aplausos. Una sencilla flor de campo, sin nombre, sin historia, sin barreras defensivas, sin miedos al viento, a la lluvia, al granizo, al hombre caprichoso.

Brillas, con tu blanco alegre, entre el verde vivo que acaricia el viento. Hablas un lenguaje antiguo y nuevo, fresco y cansado, reflexivo y lleno de entusiasmo. Susurras tu mensaje sin preocuparte por el hoy, sin preguntar si habrá alguien que te alabe, sin soñar en si mañana serás más bella o ya marchita, sin sospechar que tal vez pronto un niño te cogerá entre sus manos para llevarte a su madre, para ponerte ante una imagen de la Virgen.

Hermosa como reina y humilde como pastora, ligera y llamativa, alegre y armoniosa. Abierta a todos: al colibrí y a la abeja, a la esfinge y a la hormiga, al sol y a las gotas del rocío mañanero.

Hablas porque Alguien te dio un lenguaje de belleza. Hablas porque el mundo es la obra de un Dios artista. Hablas aunque los hombres vivamos encerrados en nuestras casas de cemento y de cristal, ajenos a la belleza de tu saludo, esclavos de modas que pasan sin embellecer los cuerpos y sin consolar las almas.

Hoy quisiera escuchar tu voz callada, contemplar de nuevo tus estambres y tus pétalos, dejarte acariciar mi piel sofisticada, oler tu aroma de armonías, de vida fresca y pura.

Salomón no fue capaz de vestirse ni siquiera por un día como tú, sencilla flor de campo. Por eso déjame avanzar, a través de ti, para ir más lejos. Para descubrir que hay un Padre Creador y Bueno. Para no olvidar que el Amor es la palabra más hermosa de la vida. Para ponerme en las manos de ese Dios que vela y cuida cada una de sus maravillas.

Déjame, humilde y blanca flor silvestre, vivir abierto, sin complejos. Con la esperanza de que mi vida vale mucho más que la tuya. Y si tú eres maravillosa, estupenda, ¿qué podré decir de la belleza y la ternura que se esconde en cada corazón humano? ¿Qué podré encontrar en la sonrisa de tantos hombres y mujeres que me acompañan, como tú, en el camino que nos lleva hacia el Dios que nos ama con locura?
 
¿Por qué el Sacerdote se lava las manos en Misa?

Este gesto no es solamente para beneficio del sacerdote, sino que también lo hace a nombre de todos los fieles que participamos de la celebración

Hay un gesto en la Misa que pasa muchas veces desapercibido por los fieles, me refiero al momento en que, después de recibir y preparar las ofrendas del pan y el vino, el sacerdote se lava las manos ¿Qué significado tiene este gesto? ¿Es por mera higiene?

En una ocasión, tuve la oportunidad de asistir al sacerdote en la celebración eucarística, en el momento en que le acerqué la jarra y el manutergio (toalla) para que pudiera lavarse las manos, escuché que dijo en voz baja mientras mojaba sus dedos: “Lávame Señor de todos mis delitos y purifícame de todos mis pecados”, desde allí comprendí que este acto tenía un sentido más allá que un simple momento de aseo.

De hecho, la Instrucción General del Misal Romano establece que: “Después de la oración Humilde y sinceramente arrepentidos, o después de la incensación, el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava del todo mi delito, Señor, mientras el ministro vierte el agua” (IGMR 145).

Por lo tanto, las palabras que el sacerdote pronuncia, quieren manifestar el deseo de obtener por parte del Señor una purificación no solamente exterior, sino también interior. Esta oración está inspirada en las palabras que el Salmo 51 expresa: “Lávame a fondo de mi culpa y de mi pecado purifícame” (Sal 51, 4).

San Cirilo de Jerusalén en una de sus Catequesis nos da una explicación concreta del verdadero sentido de este acto: “Habéis visto cómo el diácono alcanzaba el agua, para lavarse las manos, al sacerdote y a los presbíteros que estaban alrededor del altar. Pero en modo alguno lo hacía para limpiar la suciedad corporal. Digo que no era ése el motivo, pues al comienzo tampoco vinimos a la Iglesia porque llevásemos manchas en el cuerpo. Sin embargo, esta ablución de las manos es símbolo de que debéis estar limpios de todos los pecados y prevaricaciones. Y al ser las manos símbolo de la acción, al lavarlas, significamos la pureza de las obras y el hecho de que estén libres de toda reprensión. ¿No has oído al bienaventurado David aclarándonos este misterio y diciendo: “Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor” (Sal 26,6)? Por consiguiente, lavarse las manos es un signo de la inmunidad del pecado” ( 2, Catequesis Mistagógica V).

Consecuentemente, este gesto no es solamente para beneficio del sacerdote, sino que también lo hace a nombre de todos los fieles que participamos de la celebración. En muchos momentos de la Misa pedimos a Dios su perdón y su purificación para poder así participar dignamente de los sagrados misterios que vamos a celebrar. Asimismo, busca ayudarnos a disponernos interiormente con un corazón puro para recibir al Señor que se nos da en alimento.

De ahora en adelante sería bueno que, cada vez que observemos que el sacerdote lava sus manos en la Misa, digamos en nuestro interior junto con él: “Lávame Señor de todos mis delitos y purifícame de todos mis pecados” y nos preparémonos para recibir a Cristo Eucaristía.

PRECES

Alentados por el ejemplo de santa Teresa, nos dirigimos a Dios diciendo:
R/MSeñor, haznos fuertes en el amor.
Enséñanos a rezar para que nuestra oración sean un tratar de amistad contigo, que sabemos nos amas.MR/
Ayúdanos a descubrir, en medio de las múltiples ocupaciones de nuestra vida, que a quien te tiene a ti nada le falta.MR/
Bendice a todas las consagradas que siguen el carisma de santa Teresa, para que den abundantes frutos de santidad.MR/
Tú, que continuamente ayudas a tu Iglesia a crecer en santidad, suscita almas generosas que nos enseñen a vivir con más perfección el evangelio.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…

ORACIÓN

Oh, Dios, que por tu Espíritu has suscitado a santa Teresa de Jesús, para mostrar a la Iglesia el camino de la perfección, concédenos alimentamos siempre de su celestial doctrina y enciende en nosotros el deseo de la verdadera santidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

11 consejos de santa Teresa para una vida de oración

Claves sencillas y eficaces para quien quiere crecer en la intimidad con Dios

1. Dirige a Dios cada uno de tus actos; ofréceselos y pídele que sea para Su honra y gloria.
2. Ofrécete a Dios cincuenta veces al día, y que sea con gran fervor y deseo de Dios.
3. En todas las cosas, observa la providencia de Dios y Su sabiduría, en todo, alábale.
4. En tiempos de tristeza y de inquietud, no abandones ni las obras de oración, ni la penitencia a la que estás habituado. Antes, intensifícalas, y verás con qué prontitud el Señor te sustentará.

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Las etapas de la vida mística según santa Teresa de Ávila

5. Nunca hables mal de quien quiera que sea, ni jamás lo escuches. A no ser que se trate de ti mismo. Y progresarás mucho, el día en que te alegres de ello.
6. No digas nunca, de ti mismo, algo que merezca admiración, ni sobre tus conocimientos, tus virtudes, tu nacimiento, a no ser para prestar un servicio. Y en este caso, que sea con humildad, y considerando que esos dones vienen de las manos de Dios.
7. No veas en ti sino el siervo de todos, y en todos contempla a Cristo Nuestro Señor; así le respetarás y le venerarás.
8. Respecto a las cosas que no te conciernen, no muestres curiosidad, ni de cerca, ni de lejos, ni con comentarios, ni con preguntas.
9. Muestra tu devoción interior sólo en caso de necesidad urgente. Recuerda lo que decían san Francisco y san Bernardo: “Mi secreto me pertenece a mí”.
10. Cumple con todo como si Él estuviese realmente visible; actuando así, mucho ganará tu alma. 11. Que tu deseo sea ver a Dios. Tu temor, perderle. Tu dolor, no complacerle en su presencia. Tu satisfacción, lo que puede llevarte a Él. Y vivirás en una gran paz.
Santa Teresa es una de las maestras espirituales más influyentes de la historia, un caso único con algunas curiosidades que puedes descubrir en la siguiente galería de imágenes:

«Vuestra soy, para Vos nací»: Háblale a Dios con la pasión de santa Teresa

«Veis aquí mi corazón, yo le pongo en vuestra palma,mi cuerpo, mi vida y alma,mis entrañas y afición…»

Una oración para acercarse a Dios, de la mano de santa Teresa de Jesús, la primera parte de su célebre poesía Para Vos nací. Un consejo: no se conforme con leerlo; póngase en presencia de Dios, encomiéndese a la Santa y rece. El semanario Alfa y Omega no se hace responsable de los efectos (buenos, se lo garantizamos) que esta sección tenga en la vida de sus lectores…

+ En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

Vuestra soy, para Vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
Eterna sabiduría,
Bondad buena al alma mía;
Dios, alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad,
que hoy os canta amor así.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes,
vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
Que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
A este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno, o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Amén.

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