Un sí que ocasione la presencia de Dios en nuestro ser
- 08 Diciembre 2020
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La Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María
Solemnidad, 8 de diciembre
SOLEMNIDAD
Martirologio Romano: Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la bienaventurada Virgen María, que, realmente llena de gracia y bendita entre las mujeres, en previsión del nacimiento y de la muerte salvífica del Hijo de Dios, desde el mismo primer instante de su Concepción fue preservada de toda culpa original, por singular privilegio de Dios. En este mismo día fue definida, por el papa Pío IX, como verdad dogmática recibida por antigua tradición (1854).
Todo lo que se refiere a la Santísima Virgen María es un maravilloso misterio. Como la primera y más importante de las prerrogativas suyas es su condición de ser Madre de Dios, todo lo que deriva de ello-el caso de ser Inmaculada, por ejemplo- es una consecuencia de su especialísima, impar e irrepetible situación en medio de los hombres.
De hecho, en un tiempo concreto, justo en 1854, el papa Pío IX, de modo solemne y con todo el peso de su autoridad suprema recibida de Jesucristo, afirmó que pertenecía a la fe de la Iglesia Católica que María fue concebida sin pecado original. Lo hizo mediante la bula definitoria Ineffabilis Deus donde se declaraba esa verdad como dogma de fe.
Poco a poco fue descubriéndolo en el andar del tiempo y atendiendo a los progresos de la investigación teológica, al mejor conocimiento de las ciencias escriturísticas, a lo que era realidad viva en el espíritu y vida de los católicos y después de consultado el sentir del episcopado universal.
No es en ningún momento un gesto debido al capricho de los hombres ni a presiones ambientales o conveniencias económicas, políticas o sociales por las que suelen regirse las conductas de los hombres. No; es más bien la fase terminal y vinculante de un largo y complejo proceso en que se va desarrollando desde lo más explicito y directo hasta lo implícito o escondido y siempre al soplo del Espíritu Santo que asiste a la Iglesia por la promesa de Cristo. Por tanto, la definición dogmática no es la creación de una verdad nueva hasta entonces inexistente, sino la confirmación por parte de la autoridad competente de que el dato corresponde al conjunto de la Revelación sobrenatural. Por eso, al ser irreformable ya en adelante, asegura de manera inequívoca las conciencias de los fieles que al profesarla no se equivocan en su asentimiento, sino que están conforme a la verdad.
El libro del Génesis, la Anunciación de Gabriel trasmitida en el tercer evangelio, Belén donde nace el único y universal Redentor, El Calvario que es Redención doliente y el sepulcro vacío como triunfante se hacen unidad para la Inmaculada Concepción.
Los Santos Padres y los teólogos profundizaron en el significado de las palabras pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya reveladas y en los hechos; relacionaron las promesas primeras sobre un futuro Salvador, descendencia de la mujer, que vencería en plenitud al Maligno con aquellas palabras lucanas llena de gracia salidas del ángel Gabriel. Compararon a la Eva, madre primera de humanidad pecadora y necesitada de redención, con María, madre del redentor y de humanidad nueva y redimida. Pensaron en la redención universal y no podían entender que alguien -María- no la necesitara por no tener pecado. Con los datos revelados en la mano se estrujaron sus cabezas para entender la verdad universal del pecado original transmitido a todo humano por generación.
Jugaron con las palabras Eva -genesíaca-, y Ave -neotestamentaria-, ambas del único texto sagrado, viendo en el juego maternidad analógica por lo común y lo dispar. Vinieron otros y otros más hablando de la dignidad de María imposible de superar; el mismo pueblo fiel enamorado profesaba la conveniencia en Ella de inmunidad, pero aún quedaban flecos sin atar. Salió algún teólogo geniudo diciendo ¡imposible! y otro sutil, que hilaba muy fino, afirmó que mejor es prevenir que curar la enfermedad para afirmar que la redención sí era universal y María la mejor redimida.
Solucionadas las aparentes contradicciones de los datos revelados que ataban todos los cabos sueltos y comprendido cuanto se puede entender en la proximidad del misterio, sólo quedaba dar la razón de modo solemne a la firme convicción de fieles y pastores en el pueblo de Dios que intuía, bajo el sereno soplo del Espíritu, que por un singular privilegio la omnipotencia, sabiduría y bondad infinitas de Dios habría aplicado, sin saber cómo, los inagotables méritos del Hijo Redentor a su Santísima Madre, haciéndola tan inocente desde el primer instante de su concepción, como lo fue después y para siempre, por haberla amado más que a ninguna otra criatura y ser ello lo más digno por ser la más bella de todo lo que creó. Así lo hizo, aquel 8 de diciembre, el papa Pío IX cuando clarificó para siempre el significado completo de llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.
Mientras los teólogos estudiaban y discutían todos los pormenores, los artistas les tomaron la delantera, sobre todo los españoles Murillo, Ribera, Zurbarán, Valdés Leal y otros; también no españoles como Rubens o Tiepolo. Ponían en sus impresionantes lienzos a la Inmaculada con túnica blanca y manto azul, coronada de doce estrellas, que pisaba con total potestad y triunfo la media luna y la humillada serpiente.
Dar un "sí" como el de María
Santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38.
Inmaculada concepción de la Santísima Virgen María
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de poder escucharte hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.
María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuántas veces, durante el día, decimos sí o no a Dios? ¿Cuántas veces decimos sí cuando realmente queremos decir no? ¿Qué diferencia hay entre mi sí y el si de María?
Y es que el sí de María no es simplemente un sí a la voluntad de Dios; no es un sí sumiso a Dios Todopoderoso. El si de María es un acto de amor hacia Dios. Es un sí que ocasiona la presencia de Dios en ella, porque es un sí de total entrega, un sí al Amor.
Porque no se ama la voluntad de Dios, sino se ama solamente a Dios y ese amor a Él nos hace querer su voluntad. Nuestra Madre es esclava del Señor, no porque fue sumisa sino porque amaba. Sólo un amor libre y real a Dios es lo que nos va a llevar a ser esclavos de amor.
Nosotros, como hijos de María, hemos heredado esa esclavitud de amo; no amamos las cosas que nos da Dios o las cosas que no nos da, sino amamos a Dios. Un amor que ha de ser libre y real, un amor que empuja nuestra alma a que nuestro sí sea un acto de amor.
Digámosle un sí a Nuestro Señor, un sí de amor. Un sí que ocasione la presencia de Dios en nuestro ser, un sí que acoja a ese Dios que quiere nacer en nosotros.
«El “sí” de María abre la puerta al “sí” de Jesús: “Yo vengo para hacer tu voluntad”. Y este “sí” va con Jesús durante toda su vida, hasta la cruz: “Aparta de mí este cáliz, Padre, pero hágase tu voluntad”. Es en Jesucristo que, como dice Pablo a los corintios, se encuentra el “sí” de Dios: Él es el “sí”. Hoy es un día bonito para dar gracias al Señor por habernos enseñado que este camino del “sí”, y también para pensar en nuestra vida. Todos nosotros, cada día, tenemos que decir “sí” o “no”, y pensar si siempre decimos “sí” o muchas veces nos escondemos, con la cabeza hacia abajo, como Adán y Eva, para no decir “no”, fingiendo no entender “lo que Dios pide”. Hoy es la fiesta del “sí”». (Cf Homilía de S.S. Francisco, 4 de abril de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a decir «sí» a todo el bien que hoy se me pida hacer, consciente del amor que voy a poner en todo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
¿Qué significa Inmaculada Concepción?
Este título se refiere a que desde el inicio de su existencia ella estuvo libre del pecado original
El nombre de Concepción o María de la Concepción es dado a muchas niñas en honor a la inmaculada concepción de Nuestra Señora.
Concepción es el acto de ser concebido o engendrado en el seno de una mujer. Inmaculada significa: sin mancha. Muchos piensan que cuando la Iglesia usa estos términos está refiriéndose a la pureza inmaculada de la concepción de Jesús en el seno de María.
Es cierto que Jesús no nació de la relación de María con un hombre, sino por obra del Espíritu Santo. Es lo que afirmamos en el Credo diciendo: Nació de María virgen. Pero no es por causa de su virginidad que la Iglesia da a Nuestra Señora el título de "Inmaculada Concepción".
Este título se refiere a la concepción de la propia María en el seno de su madre. No significa, sin embargo, que su concepción fue virginal como la de Jesús. Ella nació, como las otras personas, de la relación conyugal de un hombre y una mujer, que la Iglesia llama de San Joaquín y Santa Ana. Pero la concepción inmaculada de María no tiene nada que ver con sus padres. Es un don de Dios a María. Significa que desde el inicio de su existencia ella estuvo libre del pecado original.
La fe nos enseña que toda la humanidad participa del pecado de los primeros seres humanos, que la Biblia denomina Adán y Eva. Es como una tara hereditaria que una persona transmite a todos sus descendientes.
El Privilegio
Todos nosotros experimentamos que somos pecadores. Si somos sinceros, debemos reconocer que no seguimos siempre a nuestra consciencia. La familia humana quedó marcada por esta mancha. Solo Jesucristo puede librarnos del pecado y sus consecuencias. Por la fe y el bautismo nos reconciliamos con Dios y volvemos a vivir como sus hijos e hijas.
Pero María tuvo un privilegio especialísimo. Porque en el plan de Dios estaba destinada a ser la madre de Jesucristo, el Salvador, ella fue liberada de la mancha del pecado desde su concepción. Jamás estuvo separada de Dios. Y al tornarse consciente de su existencia, confirmó con un "sí" su voluntad de pertenecer a Dios y obedecer sus mandamientos. Es esta santidad de María, llena de gracia, que la Iglesia proclama cuando habla de su inmaculada concepción.
¡¿Cómo?! ¿Jesucristo no es el Salvador de todos?
¿Cómo la Iglesia enseña que Nuestra Señora fue concebida sin pecado, si, según la Biblia, Jesús murió en la cruz para salvar a toda la humanidad del pecado?
Es verdad que Jesucristo es el Salvador de todos, incluso de las personas que vivieron antes de su nacimiento. Fue previendo la encarnación y muerte de su Hijo que Dios comunicó a Abraham y a todos los justos del Antiguo Testamento la gracia de la fe en su promesa de salvación. Como Hijo de Dios, hecho hombre, Jesús es el único que no precisa ser salvado del pecado, que afecta a toda la familia humana. María también fue salvada del pecado por la gracia que Cristo, su hijo, iría merecer con su pasión y muerte. Ella pertenece a la humanidad pecadora. No podría librarse de esa situación por sus propios méritos. No sería capaz de agradar a Dios, sin la fuerza del Espíritu Santo que Cristo ofrece a todos.
La diferencia
Pero, al mismo tiempo que afirma esta verdad, la Iglesia Católica, acogiendo la palabra de Dios en la Biblia, cree también que María, madre de Jesús, estuvo libre del pecado desde el primer instante de su existencia. En eso consiste su inmaculada concepción.
La gran diferencia entre María y nosotros, es que nosotros por la gracia de Cristo somos liberados del pecado, que ya existe en nosotros, tanto el pecado original como los pecados personales. María, al contrario, fue preservada de cualquier pecado desde que fue concebida, porque recibió en aquel instante al Espíritu Santo de Dios. Por eso, ella ya es "llena de gracia", como dice el mensajero del cielo, antes del momento de la encarnación. Este nuevo nombre dado a María significa que Dios la amó de un modo todo especial, no permitiendo que ella estuviese separada de él en ningún momento de su existencia.
Este privilegio de María se fundamenta en su elección para ser madre del propio Hijo de Dios. Para cumplir esta misión ella precisaba ser perfectamente santa, no oponiendo la mínima resistencia al plan de Dios. De hecho, María aceptó sin ninguna restricción la invitación de Dios, cuando dijo: "He aquí la sierva del Señor. Que él haga de mí lo que dicen tus palabras". Pero esta entrega incondicional de María a la voluntad de Dios no sería posible si en su vida hubiese habido cualquier sombra de pecado.
Por eso, la Iglesia alaba a María santísima como Isabel, que, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu seno!".
El Papa Francisco vuelve a viajar: irá a Iraq del 5 al 8 de marzo
Visitará Bagdad, la llanura de Ur, Erbil, Mosul y Qaraqosh.
Un viaje de cuatro días a Iraq: después de quince meses durante los cuales suspendió las peregrinaciones internacionales debido a la pandemia, Francisco reanuda excepcionalmente los viajes. "Aceptando la invitación de la República de Iraq y de la Iglesia Católica local, el Papa Francisco realizará un Viaje Apostólico al citado país del 5 al 8 de marzo de 2021, visitando Bagdad, la llanura de Ur, ligada a la memoria de Abraham, la ciudad de Erbil, así como Mosul y Qaraqosh en la llanura de Nínive. A su debido tiempo se publicará el programa del viaje, que tendrá en cuenta la evolución de la emergencia sanitaria mundial".
Ciertamente el viaje representa un gesto concreto de cercanía a toda la población de ese martirizado país. Francisco había expresado claramente su intención de visitar Iraq el 10 de junio de 2019, durante la audiencia con los participantes en la Reunión de las Obras de Ayuda a las Iglesias Orientales (Roaco). "Un pensamiento insistente me acompaña pensando en Iraq", decía, compartiendo la voluntad de ir en el 2020, "para que pueda mirar adelante a través de la pacífica y compartida participación en la construcción del bien común de todos los componentes también religiosos de la sociedad y recaiga en tensiones que provienen de los jamás aplacados conflictos de las potencias regionales".
Una posibilidad que pareció cada vez más concreta, cuando el 25 de enero de 2020, el Papa recibió a Barham Salih, Presidente de la República de Iraq, en el Vaticano. El Jefe de Estado también se reunió con el Cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin y con Monseñor Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados. Habían sido abordados los desafíos del país, como el de "fomentar la estabilidad y el proceso de reconstrucción -señalaba una nota de la Oficina de Prensa vaticana-, alentando el camino del diálogo y la búsqueda de soluciones adecuadas a favor de los ciudadanos y en el respeto a la soberanía nacional". Central "la importancia de preservar la presencia histórica de los cristianos" y "la necesidad de garantizarles la seguridad y un lugar en el futuro" del país.
En Iraq, de hecho, antes del 2003, año del conflicto que llevó a la caída de Saddam Hussein, los cristianos eran alrededor de 1 a 1,4 millones . El horror de la guerra y la ocupación de la Llanura de Nínive por el autodenominado Estado Islámico, entre 2014 y 2017, los redujo a unos 300-400 mil. El Presidente Salih ha subrayado repetidamente el valor de los cristianos y su papel en la construcción. En la misma línea el Primer Ministro, Mustafá Al-Kazemi, que ha invitado a los cristianos, que huyeron de Iraq a causa de las violencias, a volver para contribuir a la reconstrucción. Sin embargo, las obras de construcción de la paz, la seguridad y la estabilidad siguen abiertas. La crisis económica, el desempleo, la corrupción y la tragedia de los aproximadamente 1,7 millones de desplazados internos están poniendo a dura prueba los proyectos de desarrollo. El Unicef estima que más de 4 millones de personas necesitan asistencia humanitaria, la mitad son niños. En este contexto, en el que faltan hospitales y medicamentos, la pandemia del Covid-19 ha matado a miles de personas.
En primera línea, en todos los frentes, la Iglesia local, que espera ahora la llegada del Sucesor de Pedro que pondrá en marcha el proyecto, concebido en el 2000 por San Juan Pablo II. "El Papa Francisco es un hombre abierto, un buscador de paz y de fraternidad. Todos en Iraq, cristianos y musulmanes, lo estiman por su sencillez y cercanía - dijo el Cardenal Louis Raphael Sako, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, en la agencia SIR hace un año -. Sus palabras tocan los corazones de todos porque son las de un pastor. Es un hombre que puede traer paz. Muchos millones de musulmanes siguieron la visita del Pontífice a Abu Dhabi. Será así también en Iraq".
La visita a Iraq, en la llanura de Ur de los Caldeos, debía ser la primera etapa de la peregrinación jubilar de Juan Pablo II para el año 2000. El viaje del Papa Wojtyla había sido programado del 1° al 3 de diciembre de 1999. Pero no se realizó, porque Saddam Hussein, después de negociaciones que duraron varios meses, decidió posponerlo. Veinte años después, el sueño de Juan Pablo II se hace realidad para su segundo sucesor.
Puedo Perder la Fe
En la mayoría de los casos la fe se pierde por problemas de conducta: vida superficial, lecturas poco recomendables, indiferencia
todo se puede prevenir al frecuentar los sacramentos y tener una buena dirección espiritual.
Incumpliré el mandamiento de amor a Dios si, voluntariamente, mi fe flaquea, se hace vacilante o la pongo en peligro de perderla. El primer pecado contra la fe es el pecado de apostasía. Un apóstata es aquel que abandona su fe. La forma más común de apostasía es, en la sociedad de hoy, el postcristiano: aquel que dirá que fue cristiano, pero que ya no cree en nada. Muchas veces la apostasía es consecuencia de un mal comportamiento. Por ejemplo, cuando un católico vive en unión libre. O cuando uno de los cónyuges se une civilmente con un divorciado. Al excluirse del flujo de la gracia divina, la fe del católico se angosta y muere, viéndose al final del proceso sin fe alguna.
Además del rechazo total de la fe en que consiste el pecado de apostasía, existe el rechazo parcial, que es el pecado de herejía, y quien lo comete se llama hereje. Un hereje es el bautizado que rehusa creer una o más verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia Católica. El conjunto de verdades -o dogmas- forman el tapiz de la fe católica. Pero es un tapiz tan especial que si un hilo se desprende acaba por quedar deshilachado del todo. Rechazar un dogma significa rechazarlos todos. Si Dios, que habla por su Iglesia, puede errar en un punto de la doctrina, no hay razón alguna para creerle en los demás. Así que como en el fondo todo hereje es apóstata, resultará indistinto, a efectos prácticos, referirnos a uno o a otro.
Una manera de inclinarse a la apostasía es la laxitud, o “manga ancha”. Puede haber un católico laxo que cumpla con el precepto dominical sólo esporádicamente. El origen de su descuido será, ordinariamente, pura pereza. “Trabajo mucho toda la semana, y tengo derecho a descansar los domingos”, dirá seguramente. Si le preguntáramos cuál es su religión, contestaría: “Católica, por supuesto”. Generalmente se defenderá diciendo que es mejor católico que “muchos que van a misa todos los domingos”. Es ya una excusa, argumento que todo sacerdote ha oído una y otra vez. Sin embargo, es habitual que la laxitud acabe en apostasía. Uno no puede ir viviendo de espaldas a Dios, mes tras mes, año tras año; uno no puede vivir indefinidamente en pecado mortal, rechazando constantemente la gracia de Dios, sin que al fin se encuentre sin fe, o por lo menos, con la fe muy menguada. La fe es un don de Dios, y llegará el tiempo en que Dios, que es tan infinitamente justo como infinitamente misericordioso, no permita que su don siga despreciándose, su amor rehusándose. Cuando la mano de Dios se retira, la fe muere. Un hombre no puede vivir en continuo conflicto consigo mismo. Si sus acciones chocan con su fe, una de las dos partes tiene que ceder. Si descuida la gracia, es fácil que sea la fe y no el pecado lo que arroje por la ventana. Muchos que justifican la pérdida de su fe por dificultades intelectuales, en realidad tratan de cubrir el conflicto más íntimo y menos noble que tienen con sus pasiones. Los problemas de fe son, en la mayoría de los casos, problemas de conducta: se arreglan con un buen lavado en el sacramento de la confesión.
Las lecturas imprudentes suelen ser terreno abonado para la apostasía. Cualquier talento medio puede ser fácil presa de las arenas movedizas de autores refinados e ingeniosos, cuya actitud hacia la religión es de suave ironía o altivo desprecio. Leyendo tales autores es probable que la mente superficial comience a poner en dudas sus creencias religiosas. Al no saber sopesar las pruebas, al no buscar los apoyos doctrinales sólidos, el lector incauto cambia su fe por los sofismas brillantes y los absurdos paradigmas que va leyendo.
Por eso, el aprecio que tenemos a nuestra fe nos llevará a alejarnos de la literatura que pueda amenazarla. Por muchos premios que un libro reciba, por muy culta que una revista nos parezca, si se oponen a la fe católica, no son para nosotros.
La objeción que algunos suelen oponer a lo anterior es la siguiente: “¿Por qué tienes miedo?”, dicen. “¿Temes acaso que te hagan ver que estabas equivocado? No tengas una mente tan estrecha. Hay que ver siempre todos los aspectos de una cuestión. Si tu fe es firme, puedes leerlo todo sin miedo a que te haga daño”.
A este planteamiento podríamos contestar, con toda sencillez, que sí, que tenemos miedo. No es un miedo a que nos demuestren que nuestra fe es errónea, es miedo a nuestra debilidad. El pecado original ha oscurecido nuestra razón y debilitado nuestra voluntad. Vivir nuestra fe implica negaciones, a veces muchas. Suele Dios pedirnos cosas que a nosotros, humanamente, no nos gustan. El cosquilleo del egoísmo nos inclina a pensar que la vida sería más agradable si no tuviéramos fe. Sí, con toda sinceridad, tenemos miedo de tropezar con algún escritor de ingenio que infle nuestro yo hasta el punto en que, como Adán, decidamos ser dioses. Y sabemos que rechazar el veneno de la mente no es una limitación, exactamente igual que no lo es rechazar el veneno del estómago. Para probar que nuestro aparato digestivo es bueno no es necesario beber un litro de sosa cáustica.
Cada vez se observa con mayor frecuencia otro tipo de herejía especialmente peligrosa: el error del “indiferentismo”. El indiferentismo postula que todas las religiones son igualmente gratas a Dios, que tan buena es una como la otra, y que es cuestión de preferencias tanto profesar una religión determinada como no tener religión alguna. En su base, el indiferentismo yerra al suponer que la verdad y el error son igualmente gratos a Dios; o en suponer que la verdad absoluta no existe, que la verdad es lo que uno cree. Si supusiéramos que una religión es tan buena como cualquier otra, el siguiente paso lógico concluiría que ninguna es de Dios, puesto que Él no se ha pronunciado sobre ella.
La herejía del indiferentismo puede predicarse tanto con acciones como con palabras. Ésta es la razón que desaconseja la participación de un católico en ceremonias no católicas, la asistencia, por ejemplo, a servicios luteranos o ceremonias budistas. Participar activamente en tales ritos es un pecado contra la virtud de la fe. Nosotros conocemos cómo Dios quiere que le demos culto y, por ello, es gravemente pecaminoso dárselo según formas creadas por los hombres en vez de las dictadas por Él mismo. Esto no significa que los católicos no puedan orar con personas de otra fe, como lo hizo Su Santidad Juan Pablo II en el histórico encuentro de Asís, con los líderes de las más importantes confesiones religiosas. Pero una cosa bien distinta es participar en un acto de culto de una religión extraña.
Un católico puede, por supuesto, asistir (sin participación activa) a un servicio religioso no católico cuando haya razón suficiente. Por ejemplo, la caridad justifica nuestra asistencia al funeral o la boda de un pariente, amigo o vecino no católico. En casos de esta índole todos saben el motivo de nuestra presencia allí.
La razón de todo lo anterior es evidente: cuando alguien está convencido de poseer la verdad religiosa, no puede en conciencia transigir con una falacia religiosa. Cuando un protestante, un judío o un mahometano da culto a Dios en su templo, cumple lo que él entiende como voluntad de Dios, y por errado que esté (supuesta la rectitud de su conciencia) hace algo grato a Dios. Pero nosotros no podemos agradar a Dios si con nuestra participación damos a entender que el error no importa.
Oración para pedir trabajo y superar las dificultades económicas
Dios fortalece nuestra fe y ánimo para no decaer ante las dificultades.
La siguiente es una oración para pedir trabajo, pues la falta de empleo es un momento difícil para toda persona y familia. El desempleo y la falta de recursos materiales puede causar desesperación, sin embargo, esta situación también puede ser un aliciente para aumentar nuestra fe en Dios.
Como señala la Biblia: “Pon en manos de Dios todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán” (Pr 16,3).
La oración es de la autoría de monseñor Pedro Agustín Rivera Díaz, coordinador de la Comisión de Liturgia y Espiritualidad de la Arquidiócesis Primada de México.
Oración para el bienestar
Padre mío, A Ti levanto mis ojos y dirijo mis súplicas.
Tú conoces mis necesidades y estado de ánimo,
te pido derrames tu Espíritu Santo en mí,
en mi familia y en todos tus hijos que no tenemos empleo
y padecemos tantas necesidades,
para que tengamos fortaleza, amor y templanza.
Fortalece nuestra fe y ánimo, para no decaer ante las dificultades.
Danos tu amor para poder amar a los que nos rodean.
Danos templanza para que sin lamentar lo perdido, aprovechemos lo que ahora tenemos
y busquemos y encontremos siempre lo mejor, no sólo en lo material sino también en la relación familiar,
con los demás y sobre todo Contigo, mi Señor.
Gracias porque en tu Hijo me muestras cuánto y cómo nos amas.
Él vivió en una familia, trabajó y padeció muchas necesidades,
como nosotros en la actualidad.
En Jesús y en su familia encontramos fortaleza y consuelo y un modelo a seguir,
te pedimos que como a ellos, nunca nos falte lo necesario para vivir,
tengamos buen ánimo y nos mantengamos unidos en la oración.
Gracias Padre mío, sé que escuchas las súplicas
que ponemos en las manos de nuestra madre santa María de Guadalupe para que lleguen a Ti.
Esto y todo lo que guardamos en nuestro corazón
te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
El odio, un mal que no termina
El mal se vence con el bien, la injusticia con la verdad unida a la misericordia.
Existe odio. Se lee en insultos en Internet. Se escucha en comentarios entre conocidos. Se ve en gritos de rabia de unos contra otros.
Ese odio, a veces, entra en la propia vida. Surge ante una injusticia. Se nutre del recuerdo. Se aviva al ver el cinismo de un culpable no castigado.
En sus formas extremas, el odio lanza sus flechas contra grupos enteros de personas, contra nacionalidades, contra clases sociales, contra categorías profesionales, contra todos los miembros de un partido.
Otras veces queda circunscrito hacia personas concretas. Es un odio que al menos evita la injusticia: se concentra hacia aquella persona que nos traicionó, que nos hizo mucho daño. Pero no por ello deja de destruir el corazón de quien lo alberga.
Porque el odio, aunque a veces uno no se da cuenta, corroe a quien lo cultiva, y lo pone siempre en esa pendiente resbaladiza que lleva a los insultos en público, a las agresiones, incluso a la violencia.
No resulta fácil apagar el fuego del odio cuando ha crecido día a día, sobre todo si ha cristalizado en el deseo de venganza y en actitudes internas de rabia insatisfecha. Además, a veces escapa de uno mismo, contagia a otros, y se convierte en un mal que no termina. Muchos conflictos sociales surgen desde el odio y lo alimentan. Conflictos políticos viven del odio hasta “aprovecharlo” para aumentar el número de votos. Incluso llegan a asaltos contra gente inocente o a guerras absurdas. En el “Catecismo de la Iglesia Católica” (n. 2303) leemos: “El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave”. Cristo invita a perdonar, a no dejarse atrapar por esa rabia interior que destruye a quien la acepta y que abre espacio a heridas mayores. El mal se vence con el bien, la injusticia con la verdad unida a la misericordia, la ofensa con la mansedumbre (cf. Rm 12,17-21; Mt 5,43-48).
Ya hay demasiado odio en nuestro mundo. Si empezamos a arrancar sus pequeñas raíces de nuestro corazón, y si pedimos a Dios que nos dé la fuerza de perdonar y de acoger incluso al enemigo, empezaremos a vencer el odio y a irradiar aquello que tanto necesita nuestro tiempo: el amor auténtico.
Celebremos la Inmaculada Concepción
de la Virgen María;
adoremos a su hijo, Cristo nuestro Señor.
Alabad al Señor, todos los pueblos;
cantadle, todas las naciones.
Su amor hacia nosotros
se ha mostrado con gran fuerza;
¡la fidelidad del Señor es eterna!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Solo la Niña aquella, la Niña Inmaculada,
la Madre que del hijo recibió hermosura,
la Virgen que le dice a su Creador «criatura»,
solo esa Niña bella al cielo fue elevada.
Los luceros formaron innumerables filas,
tapizaron las nubes el cielo en su grandeza;
y aquella Niña dulce de sin igual belleza
llenaba todo el cielo con sus claras pupilas.
Nuestro barro pequeño, de nostalgia extasiado,
ardientemente quiere subir un día cualquiera
al cielo, donde el barro de nuestra Niña espera
purificar en gracia nuestro barro manchado.
Amén.
Presentemos nuestras plegarias a Dios por medio de María Inmaculada, a la que el Padre eligió para madre del Verbo encarnado:
R/MPor la Madre de tu Hijo, escúchanos.
Por todos los creyentes en Cristo;
en comunión con María, Madre de la Iglesia.MR/
Por los pastores de la Iglesia;
en comunión con María, Reina de los apóstoles.MR/
Por los que rigen las naciones;
en comunión con María, Reina de la paz.MR/
Por todos los que sufren;
en comunión con María, consuelo de los afligidos.MR/
Por los que vivimos con esperanza;
en comunión con María, estrella de la mañana.MR/
Por nosotros y por quienes más lo necesiten;
en comunión con María, auxilio de los cristianos.MR/
Por los moribundos y por todos los que han muerto;
en comunión con María, la primera redimida.MR/
Padre nuestro…
ORACIÓN
Oh, Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen preparaste a tu Hijo una digna morada y, en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.