Venid a mí..., que soy manso y humilde de corazón
- 09 Diciembre 2020
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María, la Inmaculada Concepción, la mujer más admirada de la historia
Renata Sedmakova | Shutterstock
8 razones que demuestran por qué la Virgen María es icono, la mujer más mujer, la más admirada de la historia.
Estas 8 ideas demuestran que la Inmaculada Concepción, ,la Virgen María es la mujer más admirada de la historia de la humanidad.
1. La mujer, más mujer
Cuando Dios quiso curar a los hombres de sus heridas, soñó con una mujer nueva. Sería la primera mujer del mundo curada de amarguras, rencores, envidias, impurezas; sin rastro de malicia en todo su ser. Sólo ella podría ser la cuna, el alimento, el abrazo de Él mismo. Así, Dios regaló al mundo una mujer nueva, una nueva Eva llamada María, tal y como la había pensado desde siempre, a imagen de la feminidad de Dios, en la que todo era bueno.
2. María, la más libre
María es la mujer más libre, radicalmente libre. Cuando aceptó el reto que Dios le propuso, corrió el mayor de los riesgos y desencadenó la mayor revolución de la historia. Lo llevaba intuyendo esos pocos años de vida, por eso esperaba. Algo grande tenía preparado Dios para ella.
Así, con la inocencia de una niña y con la libertad de la mujer, más mujer, aceptó ser madre muy pronto, así, de repente…..en medio de un misterio: la ausencia de un varón.
Y es que sin malicia, la mirada es clara, la conciencia más real, la decisión más libre. Esa libertad plenamente vivida no podía ser de otra manera que un derroche de entusiasmo vital y sereno, incomprensible para el mundo.
3. La mujer más alegre
¡El Señor ha hecho en mí maravillas! Que mayor explosión de alegría que llevar la alegría en Persona dentro. Él es todo alegría y le hace capaz de ir pronto y rápido al encuentro de quien la necesita.
4. La mujer que ganó todas las batallas
La luz de su humildad y obediencia le hizo merecedora del mayor tesoro, Jesús; y con Él, todos los dones. Ella aplastó el NO con un SÍ hecho vida y así ganó todas las batallas de la historia.
5. Madre por excelencia de la mayor familia del mundo
Si Eva fue madre de la humanidad, María fue la puerta de la humanidad de Jesús y por Él, puerta de la vida eterna para todos los hombres de todos los tiempos. Sin la madre no hay hijo, “sin María no hay Jesús” (Teresa de Calcuta).
Su maternidad ordena todo su ser, está diseñada para ser “La Madre” por excelencia, con un corazón inmenso que a todos cuida para que ninguno de sus hijos se pierda.
María es la madre que espera, que no se cansa nunca de esperar.
6. La mujer que más ha sufrido
No hay dolor comparable a su dolor. Tanto más grande fue la dignidad del hijo, más grande fue el regalo, más grande fue la pérdida. Tanto más grande fue el amor, más grande el dolor. Y así, con Jesús y por Jesús, santificó el dolor de todas las madres por sus hijos.
7. La mujer más gloriosa
María, la mujer nueva. Signo de contradicción de los tiempos; con su servir se hizo Reina, de todo y de todos. Unida a su Hijo entrañablemente comparte con Él toda la vida, lo presente y lo eterno, su misión, su destino y su gloria. Su santidad supera a todos los santos y los ángeles juntos, porque su cuerpo fue lugar del comienzo de una nueva creación.
8. María, el camino seguro para llegar a buen puerto
Si la vida te lleva y te abate…mira a María, camino y modelo de identidad.
“En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No la apartes de tu boca, no la apartes de tu corazón y, para conseguir la ayuda de su oración, no te separes del ejemplo de su vida. Si la sigues, no te extraviarás; si le suplicas, no te desesperarás; si piensas en ella, no te equivocarás; si te coges a ella, no te derrumbarás; si te protege, no tendrás miedo; si te guía, no te cansarás; si te es favorable, alcanzarás la meta, y así experimentarás que con razón se dijo: “Y el nombre de la Virgen era María”.
San Bernardo Abad.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Santo
Memoria Litúrgica, 9 de Diciembre
Vidente de la Virgen de Guadalupe
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)
Fecha de canonización: 31 de julio de 2002 por el Papa Juan Pablo II.
Breve Biografía
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.”
El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.”
El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
Consulta también:
Aprender de Él que es manso y humilde de corazón
Santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30. Miércoles II de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, estoy en tu presencia. Gracias por permitirme estar frente a ti. Aumenta mi fe para que crea que Tú eres mi única esperanza. Aumenta mi esperanza para que espere siempre en tu amor. Aumenta mi amor para amarte con la certeza de la fe.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30
En aquel tiempo, Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿A quién le gustan los lunes? Apenas suena el despertador y comienza el ajetreo. Trabajo o escuela; jefes o profesores; tareas para la semana o proyectos para el mes; parece que el lunes fue hecho para cansarnos y fastidiarnos la vida. Llegamos a nuestra casa, después de una jornada tan agitada, nos ponemos cómodos, sentados en un sillón o tirados en la cama y dejamos escapar el tan esperado ufff… por fin se acabó el día.
Podemos estar viviendo en un eterno lunes espiritual. A veces no nos va bien en el trabajo o en la escuela; nuestros jefes o profesores son injustos con nosotros y nos tratan mal; nuestro futuro no está asegurado y nos causa incertidumbre e intranquilidad y muchas cosas más que nos hacen cansar y rendir espiritualmente. Hoy Jesús nos dice: Vengan a mí todos los que estén fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré.
Todos tenemos piedras en los zapatos: tribulaciones, problemas, situaciones familiares que nos agobian. Dios nuestro Señor quiere cargar con todo eso. Nos invita a acercarnos a Él y dejar correr ese suspiro que tanto anhela nuestro espíritu: ufff… por fin siento paz en el alma.
La clave para liberarnos de todas nuestras cargas nos la da el mismo Jesús: Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso para vuestras almas. Somos tan soberbios que no queremos dejar que nos ayuden. Sólo con la humildad podemos decir: Señor, ya no puedo más. Mira qué pesada es mi carga. ¡Ayúdame!
Pidámosle a María que nos ayude a reconocer nuestra falta de fuerzas, y que nos haga mansos y humildes, como su hijo.
Jesús manso y humilde de corazón
Haz mi corazón semejante al tuyo.
«Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: “Bienaventurados los mansos”. Jesús dice de sí mismo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad».
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una visita al Santísimo, o una comunión espiritual donde ponga delante de Dios con humildad la carga que estoy teniendo.
Despedida
Terminemos nuestra oración con un ave María: Dios te salve María…
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Eucaristía nos prepara para ir al cielo
Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo.
El Cielo es nuestra patria.
En el día de la Ascensión, Cristo subió al Cielo para tomar posesión de su gloria y prepararnos un lugar. Con Él, la humanidad redimida podrá penetrar en el Cielo. Consciente de que el Cielo no nos está jamás cerrado, vivimos en la expectativa del día en que sus puertas se abrirán de para en par para que en él entremos. Esperanza esta que nos anima y por sí bastaría para obligarnos a llevar una vida cristiana digna y sobrellevar con paciencia todas las contrariedades con tal de alcanzar ese Cielo prometido.
Sin embargo, Cristo, como muestra de amor, para sostener esa esperanza del Cielo creó el lindo Cielo eucarístico, pues la Eucaristía es un Cielo anticipado. ¿Acaso en la Eucaristía no viene Jesús, bajando a la tierra y trayéndonos ese Cielo consigo? ¿Acaso donde está Jesús no está el Cielo? Si Jesús está sacramentalmente en la Eucaristía, trae consigo también el Cielo.
Su estado, aunque velado a nuestros sentidos exteriores, es un estado de gloria, de triunfo, de felicidad, exento de las miserias de la vida.
Al comulgar a Jesús en la Eucaristía, júbilo y gloria del Paraíso, recibimos igualmente el Cielo. Se nos da para mantener viva en nosotros el recuerdo de la verdadera patria y no desfallecer al pensar en ella. Se da y permanece corporalmente en nuestros corazones en cuanto subsisten las especies sacramentales. Una vez destruidas éstas, vuelve nuevamente al Cielo, pero permanece en nosotros por su gracia y por su presencia amorosa. Nos deja los efectos de su presencia: amor, pureza, fuerza, alegría y gozo.
¿Por qué es tan rápida su visita? Porque la condición indispensable a su presencia corporal resucitada está en la integridad de las Santas Especies.
Jesús, viniendo a nosotros en la Eucaristía, trae consigo los frutos y las flores del Paraíso. ¿Cuáles son éstas? Lo ignoro. No los podemos ver, pero sentimos su suave perfume.
¿Cuáles son los bienes celestes que nos vienen con Jesús, cuando lo recibimos en la Eucaristía?
- En primer lugar, la gloria. Es verdad que la gloria de los Santos es una flor que sólo se abre ante el sol del Paraíso, gloria ésta que no nos es dada en la tierra. Pero recibimos el germen oculto, que la contiene toda entera, como la semilla que contiene la espiga. La Eucaristía deposita en nosotros el fermento de la resurrección, a causa de una gloria especial y más brillante que, sembrada en la carne corruptible, brotará sobre nuestro cuerpo resucitado e inmortal.
- En segundo lugar, la felicidad. Nuestra alma, al entrar en el Cielo, se verá en plena posesión de la felicidad del propio Dios, sin miedo a perderla o de verla disminuir. ¿Y en la comunión no recibimos alguna parcelita de esa real felicidad? No nos es dada en su totalidad, pues entonces nos olvidaríamos del Cielo. Pero, ¡cuánta paz, cuánta dulce alegría no acompaña en la comunión! Cuanto más el alma se desapega de las afecciones terrenas, tanto más ha de disfrutar de esa felicidad al punto de que el mismo cuerpo se resiente y desea ya el Cielo. Es aquello de santa Teresa: “Muero porque no muero”.
- En tercer lugar, el poder. Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. El águila para enseñar a sus crías a volar hasta las alturas les presenta la comida y se coloca arriba de ellos, elevándose siempre más y más a medida que sus crías se acercan, hasta hacerlos subir insensiblemente a los astros.
Así también hace Jesús, Águila divina. Viene a nuestro encuentro, trayéndonos el alimento que necesitamos. Y luego en seguida se eleva, invitándonos a seguir el vuelo. Nos llena de dulzura para hacernos desear la felicidad celestial y nos conquista con la idea del Cielo.
En la Comunión, por tanto, tenemos la preparación para el Cielo. ¡Qué grande será la gracia de morir después de haber recibido el Santo Viático! Poder partir bien reconfortados para este último viaje.
Pidamos muchas veces esta gracia para nosotros. El Santo Viático, recibido al morir, será la prenda de nuestra felicidad eterna. Llegaremos a los pies del Trono de Dios. Y allí disfrutaremos eternamente de la presencia y del amor de Dios. Que eso es el Cielo.
Orar es estar en espera: hoy o mañana, Dios responderá
Catequesis del Papa Francisco, 9 de diciembre de 2020
No tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar, ni de pedir cuando estamos en la necesidad. Si bien debemos aprender a hacerlo también en los tiempos felices, la oración de petición va a la par de la aceptación de nuestros límites y de nuestra creaturalidad. Lo dijo el Papa en la Audiencia General del 9 de diciembre. La Biblia - recordó - lo repite infinidad de veces: Dios escucha el grito de quien lo invoca. También nuestras peticiones balbuceadas, las que quedan en el fondo del corazón, que tenemos vergüenza de expresar, el Padre las escucha.
Continuando con su ciclo de catequesis sobre la oración, el Papa Francisco habló, en la Audiencia General de este miércoles 9 de diciembre, sobre la oración de petición. La oración cristiana - dijo - es plenamente humana, porque abraza la alabanza y la súplica. Encontramos esta realidad en la oración que Jesús nos enseñó, el “Padrenuestro”, modelo de toda oración. En ella nos dirigimos a Dios como hijos y con confianza filial le presentamos todas nuestras necesidades. Le suplicamos los dones más sublimes, como la venida de su Reino y todo lo necesario para acogerlo, y también los dones más sencillos, como el pan de cada día, que incluye salud, casa, comida, esenciales para nuestra vida corporal, y también la Eucaristía, alimento para nuestra vida espiritual.
La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad
Si bien a veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa, antes o después, señaló Francisco, esta ilusión “se desvanece”. Y en estas situaciones, “aparentemente sin escapatoria”, hay “una única salida: la oración.
La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad. ¡Señor ayúdame!: esto abre el camino.
En nosotros resuena el gemido multiforme de las creaturas
“Ora toda la creación”, afirmó también el Santo Padre citando a Tertuliano: “oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire. También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración”. Y, aunque si bien los seres humanos somos los únicos "que rezan conscientemente", nosotros “compartimos esta invocación de ayuda con toda la creación”.
No somos los únicos que “rezamos” en este universo exterminado: cada fragmento de la creación lleva inscrito el deseo de Dios.
No reprimir la súplica que surge espontánea en nosotros
Por lo tanto, continuó diciendo el Papa, “no tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar”, ni de, cuando estamos en situación de necesidad, de "pedir”. No hay que “tener vergüenza” de rezar: "Señor, necesito esto", "Señor, tengo esta dificultad", "¡Ayúdame!", porque este grito llega al corazón de Dios, que es Padre. Pero además también debemos hacerlo en los momentos felices, no sólo en los malos, pues no debemos dar “nada por descontado o por debido”, dado que “todo es gracia”, gracia de Dios.
Sin embargo, no reprimamos la súplica que surge espontánea en nosotros. La oración de petición va a la par que la aceptación de nuestro límite y de nuestra creaturalidad. […]Se puede incluso llegar a no creer en Dios, pero es difícil no creer en la oración: esta sencillamente existe; se presenta a nosotros como un grito; y todos tenemos que lidiar con esta voz interior que quizá puede callar durante mucho tiempo, pero un día se despierta y grita.
Dios responderá
Sabemos que, hoy o mañana "Dios responderá”, aseguró Francisco, pues “no hay orante en el Libro de los Salmos que levante su lamento y no sea escuchado: Dios responde siempre”.
La Biblia lo repite infinidad de veces: Dios escucha el grito de quien lo invoca. También nuestras peticiones balbuceadas, las que quedan en el fondo del corazón, que tenemos vergüenza de expresar, el Padre las escucha.
Esto porque el Padre "quiere donarnos su Espíritu, que anima toda oración y lo transforma todo". Es cuestión de paciencia - dijo el Santo Padre -, de “soportar la espera”.
Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado.
Por todo ello el Santo Padre animó a “aprender” a estar en espera del Señor. El Señor – hizo presente - viene a visitarnos, no sólo en estas grandes fiestas - Navidad, Pascua - sino que nos visita cada día en la intimidad de nuestros corazones, si estamos a la espera. Sin embargo, “muchas veces no nos damos cuenta de que el Señor está cerca, que llama a nuestra puerta y lo dejamos pasar”. "Tengo miedo de que pase y no me dé cuenta" decía San Agustín. Y el Señor pasa, el Señor viene, el Señor llama. Pero si tienes los oídos llenos de otros ruidos, no escucharás la llamada del Señor. “Estar en espera”, concluyó el Papa: “esta es la oración”.
¿Es malo escuchar cantos protestantes?
No es lo mismo música católica que música cristiana...
Consulta:
A mi me gustan mucho, sobretodo los de Marcos Witt y de Rabito que son evangélicos. Yo creo que no tiene nada de malo porque hablan del mismo Dios y escucharlos es practicar el ecumenismo que el Papa nos esta invitando. Además se siente mas bonito que con las alabanzas católicas.
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Respuesta:
Vayamos por partes, ya que no es así de sencillo, ni fácil, el afirmar que es algo bueno que el católico se la pase escuchando cantos protestantes sin ningun criterio a seguir. En primer lugar, pensando en el catolico común, que normalmente es la mayoría, y en los que están ya en algún grupo pero que no tienen una sólida formación en la fe no es nada recomendable.
Algunas de las razones que nos confirman esto son las siguientes:
1.- Cualquier tipo de canción o canto que lleve "letra" siempre llevará la huella del autor que la compuso. En el caso de los cantos protestantes es igual.
No se puede separar la "teología" o creencias de los hermanos separados de la letra de sus cantos. Pensar así es algo muy ingenuo. En muchas ocasiones el católico canta las alabanzas y al mismo tiempo adquiere "frases" e "ideas" al puro estilo protestante. Un ejemplo de esto es oir repetidamente en algunos laicos católicos "la sangre de Jesus nos cubre", exactamente eso decia Lutero, mientras que nosotros creemos que no solamente nos cubre como algo meramente externo sino que nos transforma interiormente y nos santifica. Estas y otras frases como: "solo Jesús salva"; "somos salvos por la fe" "soy salvo" "no hace falta nada mas que Cristo" "las religiones no salvan" son absorbidas por escuchar cantos protestantes, radio protestante, predicaciones protestantes, Televisión protestante etc.
Esto facilita que poco a poco se pierda la "identidad" del católico. La realidad nos enseña que muchas veces asi fué como algunos empezaron y despues terminaron en una secta pues se crea un ambiente de admiracion, donde la base de la fe es el sentir bonito o la emoción. E incluso hay compositores católicos que tienen alabanzas con errores muy marcados sobre la fe por la influencia evangélica. Hace algún tiempo algo similar a esto lo afirmó el P. Zezinho que es uno de los grandes compositores de música católica y decía que era necesario que se cuidara mas este aspecto y se revisará la letra de los cantos que se componen sin ninguna asesoría.
2.- Desafortunadamente hay católicos "comprometidos" que la razón que usan para decir que "no tiene nada de malo" es que les ‘gusta´ esa musica.
Esta forma de pensar es con criterios muy malos, pues hace a un lado cualquier criterio objetivo y su unica base es el "gusto" o sentimiento, como si lo que importara es que se escuchese bonito. Se parece al católico que escucha la prediciacion protestante porque tambien le "gusta" y siente bonito. Esta actitud no tiene nada que ver con el auténtico ecumenismo sino mas bien se trata de un ecumenismo ingenuo donde se hacen a un lado las orientaciones del magisterio para la aplicación del mismo. Nunca ha leído la "Unitatis Redintegratio" ni la "Ut unum Sint" ni el directorio sobre el ecumenismo y piensa que esta practicando el ecumenismo al oir cantos protestantes. Con razón hay tanta confusión hasta en gente que da un servicio dentro de la Iglesia Católica.
3.- Cuando un catolico comprometido escucha continuamente los cantos evangélicos lo que hace muchas veces es divulgar esas ideas y las divisiones.
Qué le podría contestar a alguien que lo escucha y le dice que donde puede comprar ese cassette? Acaso le va a decir: vaya hermano a una libreria protestante, ellos cantan muy bonito? En realidad sería una falta de coherencia entre lo que predica y lo que cree.
4.- Además, si alguien acepta escuchar los cantos, entonces también tendría que aceptar las predicaciones protestantes y la literatura protestante,
Pues la musica solamente es un medio de transmisión, el lenguaje oral es otro y el impreso otro mas. El resultado es un relativismo eclesial donde ser católico es tener puesta "una camiseta mas" y cambiarla cuando ya no le guste.
5.- San Pablo dice: "todo me es permitido, pero no todo me es provechoso".
Esto es un camino a seguir para la persona que de verdad esta comprometida con el Señor Jesucristo. Hay cosas que aunque no fueran malas dice el apóstol, aun asi, no las haría. La razón es que con tal de ganar gente para Jesucristo lo puede dejar de hacer.
6.- De hecho uno de los ganchos que usan las sectas es precisamente el canto apara traer a la gente. Es como el "quesito" que se le pone al ratón en la trampa.
Normalmente cuando hacen una "secta" nueva lo primero que compran es el "sonido" para la música. Un ejemplo de como se trata de atraer a la gente es Marcos Witt, que se la pasa en congresos de todas las sectas evangélicas, hasta de las mas anticatolicas y antiecuménicas. El Católico despistado va para sentir bonito y termina engrosando las filas de una secta religiosa.
7.- Fonovisa: ¿Musica ´cristiana´ o musica protestante?
De hecho el "truco" ha funcionado muy bien y han logrado engañar a algunos medios de comunicacion, incluyendo a Fonovisa, univision, telemundo... que afiman promover musica cristiana cuando en realidad se trata de musica protestante.
Tambien ´hablan´ que tal artista es cristiano cuando en realidad se trata de un ´protestante´ mas. Hay algunos que incluso, que como buenas sectas que son, afirman que ellos son ´cristianos´ como diciendo que los catolicos no lo son. Se les olvida o no saben que es peor, que ninguna de esas iglesias protestantes existia antes de el año 1517. La verdad es que muchos locutores, entrevistadores... no por salir en los medios de comunicacion se convierten automaticamente en personas preparadas y mucho menos en lo religioso.
Tanta ignorancia hay en algunos medios de comunicacion que hace poco salieron en una premiacion para la mejor musica cristiana y se trataba en realidad de puros protestantes. Ni modo. Como dice el dicho. De que los hay, los hay... y mientras el catolico no proteste, hable y escriba para aclarar las cosas la confusion ira aumentando. Los mismos catolicos que trabajan en los medios de comunicacion deberian de hablar y aclarar la manipulacion y "expropiacion" de la palabra ´cristiano´ que las sectas estan haciendo.
Personalmente hable hace tiempo a fonovisa y una de las encargadas de venta en Estados Unidos era precisamente una protestante interesada en promover a artistas protestantes y no le importaba en absoluto el promover a los autores y artistas catolicos. Protestantes disfrazados e infiltrados diciendo que promueven "musica cristiana". Ojala y el catolico, con este tema, sea mas astuto y listo para no dejarse engañar tan ingenuamente.
¿ Por qué escuchar cosas diferentes a nuestra fe teniendo tesoros espirituales de cantos tan grandes en la Iglesia Católica? (Martín Valverde; Silvia Mertins; Jorge Gomez; Sandy Calderas; P. Zezinho; P. Cesareo Gabaraín. P. Emilio y muhos mas
¿ Por qué en vez de eso no invertimos tiempo y dinero en alabanzas y predicaciones católicas para profundizar en nuestra fe?
¿Qué no sería mejor cantar la fe que recibimos de Nuestro Señor por medio de la Iglesia que El nos dejó?
Cantos católicos hay excelentes. En cualquier libreria los hallarás. Algunos CD´s de alabanzas católicas que te recomiendo los encontraras aqui
Dios te siga bendiciendo en abundancia.
El castigo al crimen en las Escrituras
Ya es Moisés quien sienta las primeras bases punitivas para el crimen. Hasta la venida del Salvador, son muchas formas en que el derecho procuró satisfacer y restaurar la justicia herida por el crimen y el delito
Así como la Escritura santa no constituía un código civil, sistemáticamente ordenado, del tipo del Código llamado Napoleón, tampoco era un código penal; pero, en esta materia, proporcionaba gran número de preceptos, también diseminados en varios libros bíblicos, con los que era fácil formar un todo.
Entre crímenes y delitos, la diferencia no era siempre muy neta: ¿acaso lo es en nuestros días? Una clasificación sumaria podía colocarlos a todos en cinco grandes categorías: los atentados contra la vida humana, donde se distingue perfectamente entre el homicidio voluntario y el homicidio por imprudencia; los golpes y heridas, cuya gravedad estaba cuidadosamente catalogada; los atentados a la familia y a la moral, considerados como particularmente graves en una sociedad donde la familia ocupaba el papel primordial, y cuya lista iba de los casamientos consanguíneos a las costumbres contra natura y a la bestialidad, de la violación de una novia a la maldición pública de un hijo contra el padre; los daños a la propiedad ajena, considerados también como crímenes cuando se trataba de robo a mano armada, o cometido de noche, o empleo de pesas falseadas. En todas esas materias los preceptos bíblicos y las decisiones de los rabíes revelaban mucho cuidado, sentido jurídico y espíritu de equidad. Por ejemplo, matar a un ladrón que entró de noche en la casa no era homicidio, pero sí lo era matarlo si se le sorprendía en pleno día, pues en este caso se le podía detener.
Pero de todas las categorías de crímenes, los más graves ante la Ley, los más irremisibles, eran los que se cometían contra la religión. Lo que es natural, si se tiene en cuenta el carácter sagrado de todas las instituciones judías; para el "Pueblo de Dios" no hay peor falta que rebelarse contra Dios; en un sentido es cometer un crimen muy próximo al que nuestras reglamentaciones laicas califican de atentado a la seguridad del Estado. La represión de esas horrorosas faltas existió desde siempre en Israel: ya los castigaba el Código de la Alianza. Pero debe reconocerse que en el curso de los siglos la lista se había alargado considerablemente, y que, en los últimos tiempos, los doctores de la Ley, como especialistas, multiplicaron los casos en que podían cometerse esos crímenes. De modo que era crimen la idolatría, crimen la magia, la necromancia y hasta la adivinación, crimen la blasfemia, y se entiende por blasfemia el hecho de invocar en vano el nombre sagrado. Violar el Sabat era también un crimen que merecía la muerte; negarse a circuncidar a su hijo, o abstenerse de celebrar la Pascua eran delitos tan graves que el culpable tenía que ser proscrito. En tiempos remotos, interdictos heredados de viejos "tabús" mandaban tratar como criminales a los que tenían relaciones con una mujer indispuesta. Pero en los tiempos recientes la tendencia de los sacerdotes y de los escribas era considerar como ateos y rebeldes a los que desobedecían las menores leyes eclesiásticas, sobre todo las que se referían al pago del impuesto del Templo y los diezmos... Está fuera de duda que en los momentos en que vivía Jesús, puesto que la influencia de los fariseos había aumentado mucho, el judío fiel – diríamos el ciudadano judío – había de tener oportunidades de cometer crímenes y delitos en número considerable.
La represión era severa. Para todos los crímenes cometidos contra la religión, la única pena prevista era la muerte: por ese cargo indagaron a Nuestro Señor hasta lograr culparlo de una pretendida blasfemia por la cual lo condenaron. Lo mismo ocurría con otros muchos que la legislación moderna castiga menos pesadamente, por ejemplo, en las condiciones que hemos visto, el adulterio. También estaba prevista la muerte para todo el que redujera a esclavitud a un judío libre, para todo el que falseara las pesas, para la hija de sacerdote que se prostituía, para la mujer que se casaba ocultando su inconducta... Pero, en el momento en que vivía Jesús, esa severidad de la Ley estaba moderada por la decisión que poco antes tomaron los romanos. "Cuarenta años antes de la destrucción del Templo – dice el tratado Sanedrín del Talmud -, las causas que comportaba la pena de muerte fueron retiradas al tribunal. Otros autores pensaban que las autoridades judías conservaban el derecho de instruir esas causas, pero que en todo caso el procurador se reservaba el derecho de autorizar o no la ejecución.
Para todo lo que se refería a crímenes, golpes y heridas, los muy viejos principios del tiempo e las tribus seguían siempre teóricamente válidos. El más célebre es la ley del talión, que la Biblia formulaba en tres oportunidades: "ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, contusión por contusión, herida por herida" y, naturalmente, "vida por vida". El precepto parece horroroso: en realidad, quizás apuntara, en tiempos remotos, a limitar los excesos de la venganza privada, a impedir que se matara a un hombre por una herida a y un niño por una contusión. Con los siglos habían atenuado la severidad, admitiendo que el talión sólo se aplicara en caso de muerte intencional o herida acarreando incapacidad permanente de trabajo. Es muy dudoso que en la época de Jesús estuviera muy en uso el talión: se atenían al "talión pecuniario". Lo que no quiere decir, lejos de eso, que eran capaces de admitir la gran lección evangélica que, condenando formalmente la vieja costumbre de "ojo por ojo, diente por diente", pedirá a los hombres que perdonen todo y "si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra".
A esa ley del talión se vinculaba el principio de la venganza. Venganza en la comunidad, venganza en la familia, para decir todo, venganza de Dios. El crimen quebranta el orden querido por la divinidad: una pena proporcional restablece ese orden. La Biblia era, pues, formal: "El que derramare la sangre humana, por mano de hombre será derramada la suya". La venganza es un deber sagrado para toda la familia. El más cercano pariente de un hombre muerto debe alzarse en goel, en "vengador de la sangre".
Aquí también parece que la Ley hizo lo mejor que pudo para limitar los efectos de ese desastroso principio: la venganza no debía ejercerse del mismo modo si se trataba de una muerte involuntaria o de un crimen; no había de alcanzar los miembros inocentes de la familia culpable. ¿Existía, como más tarde en el derecho germánico, un "precio de la sangre", es decir, una tarifa de indemnizaciones que el criminal o los suyos tenían que pagar para evitar el castigo? Esto es seguro en materia de golpes y heridas; también es seguro cuando se trataba de la muerte de un esclavo, en este caso la cantidad que debía pagarse era treinta denarios: los famosos treinta dineros que Judas recibió por entregar a Jesús... pero cuando la víctima era un hombre libre, es muy dudoso. En todo caso, parece sumamente improbable que los romanos, amigos del orden, dejaran desarrollar, en un país ocupado por ellos, la "vendetta" en cadena.
El derecho penal, severo, contenía evidentemente sanciones y penalidades pesadas. Las multas por golpes y heridas, por negligencias culpables – por ejemplo, por haber abierto una zanja o cavado una cisterna sin avisar -, por difamación y calumnias, por corrupción de virgen, por robos, estaban cuidadosamente fijadas: por ejemplo, el que robaba un buey tenía que entregar cinco. Las penas físicas infligidas en virtud del talión no estaban precisadas en la Biblia, pero los rabíes indicaban cierto número. La única mutilación prevista en el texto sagrado era la ablación de la mano de la mujer que, en el curso de una reyerta, prestó a su hombre una ayuda demasiado eficaz haciendo al adversario una cogedura de carácter bastante escabroso.... La varea debía practicarse, quizás hasta como simple medida de policía, como se hacía en Egipto con los contribuyentes recalcitrantes, sin decisión judicial, lo que la distinguía de la terrible flagelación. La prisión, que los antiguos hebreos sólo conocieron como preventiva, destinada a asegurarse de un acusado, o como medida política en tiempo de los Reyes, llegó a ser, en la época de Esdras y de Nehemías, una pena represiva, a la que alude constantemente el Nuevo Testamento, aplicada sobre todo a los deudores insolventes. A veces se reforzaba la severidad poniendo cepos en los pies del preso, cosa que ocurrió a Pablo y a su discípulo Silas cuando fueron encarcelados en Filipos. También parece que una forma que muy a menudo se repite en la Biblia: "será borrado de en medio de su pueblo", no significaba la muerte, sino la expulsión, lo que, ipso facto, incluye la excomunión religiosa.
Los suplicios propiamente dichos eran numerosos y variados. El tratado Sanedrín enumera cuatro: la lapidación, la muerte por el fuego, la decapitación y la estrangulación. Este orden de gravedad parecería sorprendente, sobre todo si se piensa que el suplicio del fuego transcurría así: el condenado estaba semienterrado en estiércol, con el busto rodeado de estopas; dos verdugos le abrían la boca a la fuerza, para meterle en ella una mecha encendida; así perecía el hombre que había tenido comercio con madre e hija, o la hija de un sacerdote que se había vendido... La estrangulación infligida a un hijo que había golpeado a su padre, o a un "falso profeta", se hacía con el garrote.
Las penas más usuales, las más célebres, eran la flagelación y la lapidación. La primera constituía, en principio, ya sea un castigo considerado en sí como suficiente, ya sea una pena suplementaria agregada a la de muerte. Parece cierto que los romanos introdujeron en Palestina la costumbre de flagelar a los condenados a muerte antes de ejecutarlos. Pero debía ocurrir a veces que el desdichado muriese por los golpes: por lo cual la Ley judía fijó un número máximo de azotes, cuarenta, y ordenó que se detuvieran al llegar a treinta y nueve, temiendo que el cuadragésimo fuese precisamente fatal, medida humana que la ley romana ignoraba. Sin embargo, los azotes que usaban los verdugos judíos, formados de simples tiras de cuero, triples o cuádruples, eran mucho menos crueles que los de los romanos, que estaban guarnecidos de bolitas de plomo o tabas de carnero que, a cada golpe, se llevaban el pellejo. Este último tipo de suplicio fue sin duda el que sufrió Jesús, atado a una columna baja, entregado al arbitrio de los lictores...
La lapidación era perfectamente un suplicio capital. Era el suplicio israelita típico, clásico, aquel de que sin cesar se trata en la Biblia, el que los acusadores de la mujer adúltera quieren infligirle, el suplicio infligido por la Comunidad; los acusadores y los testigos de cargo tenían que tirar la primera piedra y luego tiraba todo el pueblo. El tratado Sanedrín da una precisión que hace un poco menos bárbara esta ejecución de muerte: el condenado debía ser conducido a un lugar escarpado "de la altura de dos hombres"; uno de los acusadores lo empujaba hacia atrás, evidentemente para matarlo en la caída o romperle los riñones: tras lo cual se le arrojaban piedras, la primera apuntando al corazón.
En cuanto a la crucifixión, que se caería en la tentación de creer que constituía un suplicio normal en Israel, pensando en la muerte de Jesús, era en realidad un suplicio importado por los griegos y los romanos. Originalmente los israelitas no crucificaban ni ahorcaban a los condenados: "suspendían en el madero" los cuerpos de los ejecutados. Originario probablemente de Fenicia, y sin duda reservado primero a los esclavos rebeldes, ese horroroso suplicio – crudellissimum teterrimumque, dice Cicerón – se difundió por todo el mundo antiguo. En Roma se atribuía su introducción a Tarquino el Soberbio. En Judea, Alejandro Janio lo utilizó en grande contra los fariseos por él vencidos. Llevado al lugar de la ejecución fuera de las puertas de la ciudad, donde se hallaban permanentemente maderos levantados, se ataba al condenado por las manos o se las clavaban a un travesaño más pequeño que se izaba con cuerdas hasta que llegase ya sea al tope del palo vertical, ya sea en una muesca prevista para ese fin. Los hombres eran crucificados de cara al público; las mujeres con el vientre pegado al palo. Una especie de cuerno colocado entre las piernas impedía que el cuerpo se desplomara y la muerte llegara demasiado pronto. En realidad ésta tardaba horas y horas en producirse, determinada por la asfixia creciente, la tetanización de los músculos, el hambre y sobre todo la sed, sin hablar de las heridas que le producían los pájaros lúgubres que en aquellos lugares volaban sin cesar. Si tardaba demasiado, como no debía violarse la regla del Deuteronomio que prohibía dejar los cuerpos colgados por la noche, quebraban las piernas al condenado o bien le hundían en los costados una espada o una lanza.
Había en la opinión judía una corriente hostil a estas penas de muerte. El Talmud alude a ello. La ley judía llegaba a prever atenciones como ordenar que cerca del lugar del suplicio se colocara un sistema de guardia a caballo, con relevos, para que si las autoridades judiciales querían detener la ejecución, pudiesen hacerlo hasta el último segundo. También era obligatorio dar al condenado un "licor fuerte", como decía el libro de los Proverbios, verosímilmente un hipnótico, incienso o mirra disuelto en vino o en vinagre, como se le ofreció a Jesús; existían cofradías de mujeres piadosas que se encargaban de ese cuidado, o en su defecto lo hacían las autoridades de la ciudad.
Nuestro Señor sufrió la pena más severa, reservada para escasísimos casos. Pasó por la flagelación, cargó su propia cruz, fue lastimado con espinas y clavado con clavos, y finalmente muerto en la ignominiosa cruz con que se castigaba a los más abyectos de los criminales. Todo esto lo soportó por amor de los hombres. Honremos ahora y reparemos por nuestros pecados. Bendito y alabado sea Su Santo Nombre.
Corrupción y educación moral
El problema de la corrupción es un problema de educación. No de instrucción, sino de educación.
Una de las mayores preocupaciones que tenemos los españoles radica en los casos de corrupción que se destapan un día sí y otro también: EREs falsos en Andalucía, el caso Gürtel, Urdangarín, Pujol… Parece que no hay partido político que no esté salpicado por corruptelas y choriceos de todo tipo.
Y lo que a mí me surge inmediatamente es preguntarme por las causas y las soluciones. Me pregunto cómo se sentirán los padres de esos tipos que se han forrado a base de robar. Yo me sentiría abochornado si fuera el padre de cualquiera de esos ladrones y me preguntaría en qué habría fallado en la educación de mis hijos.
Y los hijos de todos esos delincuentes, ¿qué pensarán de sus padres? Supongo que no se podrán sentir muy orgullosos de ellos. Yo me avergonzaría si supiera que el pan que he recibido de mis padres proviene del robo o de la estafa.
Porque al final, el problema de la corrupción es un problema de educación. No de instrucción, sino de educación. Porque el latrocinio y la mentira no tienen que ver con el grado de estudios de las personas: hay sinvergüenzas en todos los estratos sociales, con carrera universitaria y sin ella; con cinco posgrados o sin estudios. El problema no se soluciona con leyes educativas ni con Bolonia ni mejorando los resultados de PISA. Ni siquiera endureciendo el código penal (que tampoco estaría mal). El problema de la corrupción es un problema de educación moral y en esa tarea, la escuela es subsidiaria de la familia. Un buen colegio puede colaborar en la labor de infundir unos determinados principios éticos a los alumnos, pero la moral y los principios se maman en casa.
Papá y mamá son quienes tienen la obligación de enseñar a los niños a no mentir, a no robar, a no abusar de los compañeros en el patio del colegio (ahora a eso se le llama “bullying”, que queda más fino y más moderno); a ser responsables de sus actos, a reprimir sus deseos caprichosos, a respetar a los compañeros y a ayudarlos siempre que sea necesario. Papá y mamá son quienes tienen que inculcar a los niños desde pequeños la necesidad de sacrificio y esfuerzo para alcanzar las metas que se hayan fijado o para superar los obstáculos que la vida les vaya poniendo por delante. Porque sin sacrificio, sin disciplina, sin esfuerzo, sin fuerza de voluntad no se consigue nada. Pero la voluntad y el carácter hay que forjarlo. El niño tiene que ser capaz de dominarse a sí mismo para no ser títere de sus propios instintos, de la vagancia o de sus pasiones desordenadas.
Así pues, si la educación moral es una de las responsabilidades básicas de los padres, la conclusión inmediata a la que podemos llegar es que el origen de la corrupción radica en buena medida en la crisis de la familia: divorcios, familias desestructuradas; niños desatendidos por padres que trabajan jornadas interminables y delegan sus obligaciones en abuelos, niñeras o guarderías (¿de qué vale ganar el mundo entero si pierdes los más importante?); padres irresponsables que prefieren cumplir todos los caprichos a sus hijos para evitar conflictos o para acallar su mala conciencia por el tiempo que no les dedican. Y en casos extremos, padres impresentables que maltratan, torturan o abandonan a sus hijos.
Hemos cambiado los valores y principios que sustentaron nuestra civilización durante siglos por contravalores que nos están conduciendo de nuevo a la ley de la selva. Pero, ¿cuáles son esos principios que debemos recuperar, que debemos vivir y transmitir a nuestros hijos? Sin ánimo de ser exhaustivo, yo apuntaría los siguientes:
1.- El amor es lo primero. El bienestar, el lujo, el dinero, los viajes, los coches, las casas, no son lo más importante. Lo más importante, lo que nos puede hacer realmente felices, es el amor: amar y sentirse amado. Amar a la esposa, a los hijos, a los padres, a los amigos, a los vecinos… Darse, entregarse, desgastarse por los demás. No hay otro camino hacia la felicidad.
Lo más importante de la vida no se compra ni se vende. Lo que hará felices a tus hijos será el amor que tú les des, no los juguetes que les compres ni los viajes a los parques temáticos. Tus hijos necesitan tu tiempo, tu atención; que juegues con ellos, que les leas cuentos, que les mimes, que los abraces, que los beses. Para vivir con dignidad no hacen falta muchas cosas. Tal vez deberíamos revisar nuestra lista de prioridades y plantearnos vivir con menos cosas, con mayor austeridad, pero con más tiempo para disfrutar de los hijos.
Ello no empece – sobra decirlo – que sea necesario que los padres tengan un trabajo decente y un salario digno con el que llevar el pan a casa honradamente. El paro atenta gravemente contra la dignidad de las personas y pone en riesgo a la familia. No es que el dinero no sea importante: claro que lo es. Pero no es lo más importante: lo realmente determinante es el amor a la esposa o al esposo, a los hijos y al prójimo.
2.- La responsabilidad: somos responsables de nuestra vida y también de la de los demás. Pongámonos en el lugar del otro. Comportémonos con los demás como quisiéramos que los demás se comportaran con nosotros. Los demás también son asunto mío.
Somos responsables de nuestros actos, para bien y para mal; responsables de nuestros errores y de nuestros pecados. Estamos demasiado acostumbrados a buscar culpables y a echarle la culpa de todo a los demás, a la sociedad, al gobierno, a los políticos, a los profesores que le tienen manía a nuestros hijos... Y somos reacios a asumir la propia responsabilidad. Vivimos en una sociedad que exalta la libertad como derecho absoluto. Somos libres, sí; pero también responsables de nuestras decisiones. Aceptemos y afrontemos las consecuencias de nuestras decisiones y enseñemos a nuestros hijos a hacer lo mismo y a vivir su vida sabiendo que sus actos y sus decisiones tienen consecuencias para bien o para mal.
3.- La honradez: no se roba ni se engaña. Es fácil, ¿no? Ni en lo mucho ni en lo poco. No vale enriquecerse de cualquier manera. Además de ser un delito, quedarte con lo que no es tuyo resulta indecente. Recuperar la decencia es una necesidad imperiosa. Y la honradez no debe ser producto exclusivamente del miedo a que te acaben pillando con las manos en la masa. Uno debe ser honrado para estar en paz con su conciencia. Yo no robaría en unos grandes almacenes ni en un banco aunque tuviera todas las facilidades para ello y supiera a ciencia cierta que nadie se iba a enterar. No se roba por principios, por dignidad, por decencia. No se roba ni se traiciona a los demás ni se engaña ni se miente para que uno pueda mirarse en el espejo cada mañana sin que se te caiga la cara de vergüenza; para que uno pueda mirarles a los ojos a los hijos sin sentir el rubor de la culpa en la cara.
4.- La honestidad: no se miente ni se traiciona a los demás. La verdad, sea la que sea, nos perjudique o nos beneficie, es sagrada. El origen de todos los males es la mentira: de la corrupción, del adulterio… Un hombre vale lo que vale su palabra. Educar a nuestros hijos para que no mientan ni engañen resulta primordial. Hemos de recuperar y reivindicar el honor, la coherencia y la autenticidad. Engañar, mentir, traicionar, resulta indigno de una persona como Dios manda. Da igual que sea el presidente del gobierno que el tendero de la esquina. Hoy se tolera y se entiende que la gente mienta: “todo el mundo lo hace”, “es normal”... Pero la mentira y la traición resultan intolerables: más intolerables aún si esas mentiras y esas traiciones de dan dentro del matrimonio.
5.- La fidelidad: el matrimonio se basa en el amor. Pero estamos confundiendo el amor con el sentimentalismo barato de las novelas románticas. El amor no es un mero sentimiento pasajero. El amor implica compromiso y fidelidad. Si no, no es amor auténtico. Las infidelidades – el adulterio – están en el origen de la mayoría de los divorcios. Y las separaciones provocan dolor y sufrimiento en los propios cónyuges y en los hijos. ¡Cuántas vidas dañadas encontramos en los colegios a causa de las separaciones! Una persona que no cumple con la palabra dada no es de fiar.
6.- El respeto. La dignidad de todo ser humano es sagrada desde la concepción hasta su muerte natural. Respetemos la vida – también la del no nacido. Respetemos la dignidad de los ancianos y enfermos; la de los que sufren cualquier tipo de limitación. Respetemos a los niños y a las mujeres.
Enseñemos a los niños a respetar a sus semejantes, a los adultos, a sus propios padres. Enseñémoslos a ser educados: a ceder el asiento en los transportes públicos, a dejar pasar a las señoras delante, a ser corteses y atentos; a no interrumpir a los demás cuando hablan, a comportarse correctamente en la mesa; a vestirse adecuadamente según las circunstancias; a saber hablar en público y a dirigirse correctamente a los demás con el debido respeto (y sin tuteos impertinentes). Enseñemos a nuestros hijos a ser puntuales en sus citas y compromisos; a cuidar su aspecto y su aseo por respeto a los demás.
Enseñemos a nuestros hijos a ser respetuosos con las demás personas, con los animales, con la naturaleza. Enseñémosles a ser respetuosos con quienes piensan diferente, o viven de otra manera; o con quienes profesan otra religión.
Pero enseñemos también a nuestros hijos a ser intolerantes con el mal, con cualquier ideología o con cualquier comportamiento que menoscabe la dignidad de las personas: intolerantes con el terrorismo, con el machismo, con la violencia contra las mujeres o contra los niños (también los no nacidos), con las ideologías totalitarias y populistas que viven de la demagogia y el engaño; seamos todos intolerantes con la explotación laboral, con la trata de seres humanos, con las mafias, con la prostitución y la pornografía, que degradan la dignidad de las personas. Toda persona decente tiene la obligación de combatir el mal y defender a los más débiles.
7.- La cultura. Cultivar el buen gusto, la inteligencia y la sensibilidad es tarea diaria no sólo de los centros de enseñanza, sino también prioritariamente de la familia. El gusto por aprender, por comprender el mundo y por conocerse a sí mismo debe adquirirse desde la cuna. La literatura, la filosofía, las artes plásticas, la música o el conocimiento de la historia contribuyen decisivamente a formar el buen gusto y la sensibilidad. Con ello combatimos la vulgaridad, la zafiedad y la ramplonería. Cuando uno se acostumbra desde pequeño a los manjares, huye de la basura.
El conocimiento de las ciencias, por su parte, contribuye al desarrollo de la inteligencia y nos ayuda a comprender la realidad de cuanto nos rodea: nos acerca a la verdad. Y cuanto más cerca estemos del conocimiento de la verdad, más cerca estaremos de Dios.
Me resulta difícil imaginar a un amante de Bach o de Garcilaso de la Vega o de Velázquez haciendo mal a los demás. Quien ama la belleza y busca la verdad probablemente – a buen seguro – será capaz de llevar una vida más digna y decente.
Para concluir, estoy convencido de que la corrupción no es un problema exclusivamente político o legal. La corrupción forma parte de cada uno de nosotros: es un problema personal. Es consecuencia de ese defecto de fábrica que llamamos pecado original. Todos tendemos a la corrupción y al pecado. Y el único que puede solucionar ese problema es Dios. La crisis que vivimos es una crisis de fe. Y mientras no volvamos a Cristo por el camino de la conversión, no habrá solución. Jesús sacrificó su vida para salvarnos de nuestra propia corrupción personal. Pero nosotros somos libres de aceptar su salvación o no. Cristo es el camino, la verdad y la vida. Nada podemos sin Él, pero con Él nada es imposible. El actual secularismo nos aparta de Dios. Y en la medida en que nos apartamos de Dios, nuestra sociedad degenerará cada día más hacia la podredumbre, el vicio y la corrupción. No hay más camino que la conversión. Yo al menos no encuentro otro. La mejor educación moral se recibe ante el Sagrario, mirando al Señor, cara a cara, a los ojos: “Señor mío y Dios mío: ten compasión de mí, que soy un pobre pecador”.
Jesucristo, por su misericordia no deja de visitarnos. Digámosle con insistencia:
R/MVen aprisa a socorrernos.
Tú que viniste del seno del Padre para revestirte de nuestra carne mortal,
– ayúdanos a ser respetuosos con nuestro propio cuerpo y con el de los demás.MR/
Tú que cuando vengas al final de los tiempos aparecerás glorioso ante tus elegidos,
– danos fuerzas para ser fieles a tus enseñanzas mientras esperamos tu venida.MR/
Bendice a todos los consagrados que dedican su tiempo a la alabanza,
– que sean para nosotros recordatorio de tu misericordia.MR/
Te damos gracias por la tierra que nos has dado, y que es un hogar adecuado para nosotros,
– y también por todas las personas que trabajan por la conservación del medio ambiente.MR/
Ilumina a los científicos e investigadores para que encuentren soluciones más eficaces para los problemas que amenazan a la humanidad,
– y así todos los hombres podamos vivir con mayor seguridad y concordia.MR/
Oración
Dios todopoderoso, que nos mandas preparar el camino a Cristo, el Señor, concédenos, con bondad, no desfallecer por nuestra debilidad a los que esperamos la consoladora presencia del médico celestial. Él, que vive y reina contigo.
El Papa pide a san Juan Diego que presente a la Virgen dolor de América
"Que a través de su intercesión presente a la Virgen de Guadalupe los países de América Latina", pidió el Papa Francisco
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El papa Francisco ha recordado hoy la conmemoración de san Juan Diego, a quien Nuestra Señora de Guadalupe escogió como su enviado. Asimismo, recordó a los damnificados por la pandemia y los desastres naturales, en su saludo a los fieles que seguían a distancia la Audiencia General del Miércoles 9 de diciembre de 2020 en el Palacio Apostólico Vaticano.
«Que a través de su intercesión presente a la Virgen los países de América Latina, damnificados por la pandemia y los desastres naturales, para que ella, como Madre, salga al encuentro de sus hijos y los cubra con su manto. Pidamos además al Señor que infunda en nosotros su Espíritu Santo para que vivifique nuestra oración y transforme nuestro corazón, abriéndolo al servicio de la caridad. Que el Señor los bendiga a todos», afirmó.
En su catequesis, Francisco exhortó a los fieles a aprender a estar «en la espera del Señor. El Señor viene a visitarnos, no solo en estas fiestas grandes — la Navidad, la Pascua —, sino que el Señor nos visita cada día en la intimidad de nuestro corazón si nosotros estamos a la espera.
Y muchas veces no nos damos cuenta de que el Señor está cerca, que llama a nuestra puerta y lo dejamos pasar. “Tengo miedo de Dios cuando pasa; tengo miedo de que pase y yo no me dé cuenta”, decía san Agustín. Y el Señor pasa, el Señor viene, el Señor llama. Pero si tú tienes los oídos llenos de otros ruidos, no escucharás la llamada del Señor».
«Hermanos y hermanas, estar en espera: ¡esta es la oración!», concluyó.
Galería fotográfica
La Virgen de Guadalupe y san Juan Diego
Según la tradición en 1531, del 9 al 12 de diciembre la Santísima Virgen, en su advocación de Guadalupe, se apareció, conversó con san Juan Diego, un indígena, lo buscó cuando pretendía escabullirse para salvar a su tío Juan Bernardino, y lo mandó a que le llevara al obispo (fray Juan de Zumárraga) una señal de que era ella de verdad y que quería que le construyeran una “casita de oración” para acoger a su pueblo, a los indígenas y a todos los hombres.
La señal era un puñado de rosas que, misteriosamente, crecían en diciembre y en la parte pedregosa del cerro del Tepeyac. Esas rosas, dejaron plasmada en la tilma de san Juan Diego la venerada imagen que ahora recibe 22 millones de fieles cada año en la Basílica construida en su nombre en Ciudad de México.
El Papa celebrará la misa en la fiesta de la Virgen de Guadalupe
Aún en tiempos de pandemia, el Papa Francisco celebrará la misa en honor de la fiesta de la Virgen de Guadalupe el próximo 12 de diciembre en el altar de la cátedra de la Basílica de San Pedro a las 11.00 a.m (hora de Roma). Sin embargo, el rito no contará con la participación multitudinaria de fieles debido a las medidas sanitarias por la pandemia.
Francisco profundiza en el Padrenuestro: «La oración ilumina la oscuridad interior que nos angustia»
El Papa habló en esta ocasión sobre la oración del Padrenuestro
Este miércoles 9 de diciembre durante la Audiencia celebrada nuevamente sin fieles en la Biblioteca Apostólica, el Papa Francisco prosiguió con sus catequesis sobre la oración centrándose en esta ocasión en el Padrenuestro, “modelo de toda oración”.
En su mensaje en lengua española, el Santo Padre explicó que con esta oración “nos dirigimos a Dios como hijos y con confianza filial le presentamos todas nuestras necesidades. Le suplicamos los dones más sublimes, como la venida de su reino y todo lo necesario para acogerlo, y también los dones más sencillos, como el pan de cada día, que incluye salud, casa, comida, esenciales para nuestra vida corporal, y también la Eucaristía, alimento para nuestra vida espiritual”.
De este modo, Francisco recalcó que el pedir, el suplicar, “es algo muy humano, ya que como creaturas no somos autónomos, sino que dependemos de la bondad del Señor”.
Prueba de ello –agregó- es la “precariedad de nuestra condición humana, marcada por la enfermedad, las injusticias, la soledad, el sufrimiento. Cuando parece que todo está perdido, sentimos la necesidad de rezar a Dios.
La oración ilumina la oscuridad interior que nos angustia y nos abre a la esperanza”.
Francisco recalcó que “nosotros, seres humanos, compartimos esta ‘invocación de ayuda al Señor’ con toda la creación, que lleva impreso el anhelo de Dios y ansía alcanzar su realización. Y nuestro consuelo es la seguridad de que Él escucha siempre nuestras súplicas y responde a nuestros ruegos como Padre amoroso”.
Por último, el Papa quiso recordar que este miércoles se conmemora a San Juan Diego, a quien la Virgen de Guadalupe eligió como su enviado. “Que a través de su intercesión presente a la Virgen los países de América Latina, damnificados por la pandemia y los desastres naturales, para que ella, como Madre, salga al encuentro de sus hijos y los cubra con su manto. Pidamos además al Señor que infunda en nosotros su Espíritu Santo para que vivifique nuestra oración y transforme nuestro corazón, abriéndolo al servicio de la caridad. Que el Señor los bendiga a todos”, concluyó.