El testigo de Dios
- 14 Diciembre 2020
- 14 Diciembre 2020
- 14 Diciembre 2020
Juan de la Cruz, Santo
Memoria Litúrgica, 14 de diciembre
Presbítero y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Juan de la Cruz, presbítero de la Orden de los Carmelitas y doctor de la Iglesia, el cual, por consejo de santa Teresa, fue el primero de los hermanos que emprendió la reforma de la Orden, empeño que sostuvo con muchos trabajos, obras y ásperas tribulaciones, y, como demuestran sus escritos, buscando una vida escondida en Cristo y quemado por la llama de su amor, subió al monte de Dios por la noche oscura, descansando finalmente en el Señor, en Úbeda, de la provincia de Jaén (1591).
Fecha de beatificación: 25 de enero de 1675 por el Papa Clemente X
Fecha de canonización: 27 de diciembre de 1726 por el Papa Benedicto XIII
Etimológicamente: Juan = Dios es misericordioso, es de origen hebreo.
Breve Biografía
Ávila y concretamente Fontiveros fue su patria chica. Luego lo será Castilla y de modo principal Andalucía la tierra de sus amores.
Se llamó Juan Yepes. Nació en 1542 del matrimonio que formaban Gonzalo y Catalina; eran pañeros y vivían pobres. Su padre muere pronto y la viuda se ve obligada a grandes esfuerzos para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Fue inevitable el éxodo cuando se vio que no llegaba la esperada ayuda de los parientes toledanos; Catalina y sus tres hijos marcharon primero a Arévalo y luego a Medina del Campo que es el centro comercial de Castilla. Allí malviven con muchos problemas económicos, arrimando todos el hombro; pero a Juan no le van las manualidades y muestra afición al estudio.
Entra en el Colegio de la Doctrina, siendo acólito de las Agustinas de la Magdalena, donde le conoció don Alonso Álvarez de Toledo quien lo colocó en el hospital de la Concepción y le costea los estudios para sacerdote. Los jesuitas fundan en 1551 su colegio y allí estudió Humanidades. Se distinguió como un discípulo agudo.
Juan eligió la Orden del Carmen; tomó su hábito en 1563 y desde entonces se llamó Juan de Santo Matía; estudia Artes y Teología en la universidad de Salamanca como alumno del colegio que su Orden tiene en la ciudad. El esplendor del claustro es notorio: Mancio, Guevara, Gallo, Luis de León enseñan en ese momento.
En 1567 lo ordenaron sacerdote. Entonces tiene lugar el encuentro fortuito con la madre Teresa en las casas de Blas Medina. Ella ha venido a fundar su segundo "palomarcico", como le gustaba de llamar a sus conventos carmelitas reformados; trae también con ella facultades del General para fundar dos monasterios de frailes reformados y llegó a convencer a Juan para unirlo a la reforma que intentaba salvar el espíritu del Carmelo amenazado por los hombres y por los tiempos. Llegó a exclamar con gozo Teresa ante sus monjas que para empezar la reforma de los frailes ya contaba con "fraile y medio" haciendo con gracia referencia a la corta estatura de Juan; el otro fraile, o fraile entero, era el prior de los carmelitas de Medina, fray Antonio de Heredia.
Inicia su vida de carmelita descalzo en Duruelo y ahora cambia de nombre, adoptando el de Juan de la Cruz. Pasa año y medio de austeridad, alegría, oración y silencio en casa pobre entre las encinas. Luego, la expansión es inevitable; reclaman su presencia en Mancera, Pastrana y el colegio de estudios de Alcalá; ha comenzado la siembra del espíritu carmelitano.
La monja Teresa quiere y busca confesores doctos para sus monjas; ahora dispone de confesores descalzos que entienden -porque lo viven- el mismo espíritu. Por cinco años es Juan el confesor del convento de la Encarnación de Ávila. La confianza que la reformadora tiene en el reformador -aunque posiblemente no llegó a conocer toda la hondura de su alma- se verá de manifiesto en las expresiones que emplea para referirse a él; le llamará "senequita" para referirse a su ciencia, "santico de fray Juan" al hablar de su santidad, previendo que "sus huesecicos harán milagros".
No podía faltar la cruz; llegó del costado que menos cabía esperarla. Fueron los hermanos calzados los que lo tomaron preso, lo llevan preso a Toledo donde vivió nueve meses de durísima prisión. Es la hora de Getsemaní, la noche del alma, un periodo de madurez espiritual del hombre de Dios expresado en sus poemas. Logra escapar en 1578 del encierro de forma dramática, poniendo audacia y ganando confianza en Dios, con una cuerdecilla hecha con pedazos de su hábito y saliendo por el tragaluz.
En los oficios de dirección siempre aparece Juan de la Cruz como un segundón; serán los padres Gracián y Doria quienes se encarguen de la organización, Juan llevará la doctrina y cuidará del espíritu.
Se le ve presente en la serranía de Jaén, confesor de las monjas en Beas de Segura, donde se encuentra la religiosa Ana de Jesús. Después en Baeza; funda el colegio para la formación intelectual de sus frailes junto a la principal universidad andaluza. Y en Granada, en el convento de los Mártires, continuará su trabajo de escritor. En 1586 funda los descalzos de Córdoba, como los de Mancha Real.
Consiliario del padre Doria, en Segovia, por tres años. ¡Cómo no recordar su deseo-exponente de amor rendido- ante la contemplación de un Cristo doliente! "Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos".
En 1591 la presencia de fray Juan de la Cruz empieza a ser non grata ante el padre Doria. La realidad es que está quedando arrinconado y hasta llega a tramarse su expulsión del Carmelo.
Marcha a la serranía de Jaén, en la Peñuela, para no estorbar y se plantea la posibilidad de marchar a las Indias; allí estará más lejos. Es otro tiempo de oración solitaria y sabrosa. La reforma carmelitana vive agitada por el modo de proceder de Doria; a Juan le toca orar, sufrir y callar. Quizá tenga Dios otros planes sobre él y está preparándolo para una etapa mejor.
Aquella inapetencia tan grande provocada por las calenturas persistentes provocó un mimo de Dios haciendo que aparecieran espárragos cuando no era su tiempo para calmar el antojadizo deseo de aquel fraile que iba de camino, sin fuerzas y medio muerto de cansancio, buscando un médico.
Pasó dos meses en Úbeda. No acertó el galeno. Se presentó la erisipela en una pierna; luego vino la septicemia. Y en medio andaban los frailes con frialdad y era notoria la falta de consideración por parte del superior de la casa. Hasta que llegó el 13 de diciembre, cuando era de noche, que marchó al cielo desde el "estercolero del desprecio". Llovía.
Al final de este resumen-recuerdo de un fraile místico que supo y quiso aprovechar el mal para sacar bien, el desprecio de los hombres para hacerse más apreciado de Dios, y el mismo lenguaje para expresar lo inefable de la misteriosa intimidad con Dios con lírica palabra estremecida, pienso que será buen momento para hacer mención de algunas de las obras que le han hecho figura de la cultura hispana del siglo XVI. Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma que bien pueden considerarse tanto una obra como dos; el Cántico espiritual, Llama de amor viva y algunos poemas y avisos.
Lo canonizaron en 1726. Pío XI lo hizo doctor de la Iglesia en 1926. Su gran conocedor y admirador Juan Pablo II, lo nombró patrono de los poetas
Un fraile de cuerpo entero.
¿Cómo estamos preparando nuestro corazón?
Santo Evangelio según san Mateo 21, 23-27. Lunes III de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ven Salvador. Ven sin tardar. Te espero. Espíritu Santo, dame la gracia de prepararme a la Navidad con un corazón recogido y gozoso. Dame luz para esta oración, y dame la gracia de ocuparme de lo realmente importante.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 21, 23-27
En aquellos días, mientras Jesús enseñaba en el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntaron: "¿Con qué derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?".
Jesús les respondió: "Yo también les voy a hacer una pregunta, y si me la responden, les diré con qué autoridad hago lo que hago: ¿De dónde venía el bautismo de Juan, del cielo o de la tierra?" Ellos pensaron para sus adentros: "Si decimos que del cielo, él nos va a decir: 'Entonces ¿Por qué no le creyeron?' Si decimos que de los hombres, se nos va a echar encima el pueblo, porque todos tienen a Juan por un profeta". Entonces respondieron: "No lo sabemos". Jesús les replicó: "Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago lo que hago".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús acaba de entrar en Jerusalén montado en el pollino, todos le daban la bienvenida como Mesías con ramas de olivos y palmas. Y ahora se encuentra enseñado en el Templo unos días antes de su Pasión. Es una escena de Semana Santa. Entonces, ¿qué pinta este evangelio en la mitad de adviento? ¿Cuál es la razón por la que la Iglesia ha decidido establecer este pasaje para la liturgia de hoy?
En primer lugar, es para recordar el motivo de la venida del Señor. Hoy en día recordamos la Navidad con mucha alegría, calientitos en torno al hogar, con regalos y luces, grandes manjares. Y así debe ser, pues Dios ha bajado a la tierra. Pero Jesús no ha venido a un mundo de rosas y alegrías a que le sirviéramos, viene para redimirnos por su dolorosísima Pasión.
Desde el momento en que nació, ya sufrió el frío y el desahucio, la persecución. Semana Santa y Navidad no deben perder su conexión.
En segundo lugar, este pasaje menciona a Juan el Bautista, el precursor, el que iría delante preparando el camino para Jesús. Los fariseos creían que Juan venía de los hombres y no de Dios, y no prepararon sus corazones para recibir a Cristo. Parece como si lo calificaran de falso profeta y no atendieron sus palabras, pero ¿qué falso profeta se olvida de sí y se desprende de todo para anunciar al Emmanuel?
«¿Cuál es la autoridad que tiene Jesús? Es ese estilo del Señor, ese 'señorío' -digámoslo así- con el que el Señor se movía, enseñaba, sanaba, escuchaba. Este estilo señorial - que es algo que viene de dentro - nos hace ver... ¿Qué hace ver? Coherencia. Jesús tenía autoridad porque era coherente entre lo que enseñaba y lo que hacía, [es decir] cómo vivía. Esa coherencia es la que da la expresión de una persona que tiene autoridad: "Este tiene autoridad, esta tiene autoridad, porque es coherente", es decir, da testimonio. La autoridad se ve en esto: coherencia y testimonio».
(Homilía de S.S. Francisco, 14 de enero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En mis circunstancias (en la pandemia también) haré unas misiones: voy buscar la manera de anunciar que viene el Salvador con espíritu de alegría.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
La autoridad debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración.
Dios quiere que honres a tus padres. El verbo honrar es un verbo amplísimo que implica respetar, obedecer, admirar, agradecer, querer, ayudar.
Tus padres te han dado todo, no sólo la herencia genética o tu ADN, sino también recibiste los cuidados maternos, la alimentación, el vestido, la educación, la fe.
También este mandamiento te pide que respetes la autoridad de tus padres y de quienes ejercen algún mando en tu vida. Al confiar Dios a los padres la vida y la educación del hijo los ha dotado de autoridad para tal fin.
Dicen en inglés: “Authority is the worst form of argument”, es decir, la autoridad es la peor forma de argumentar. Yo diría: según qué entiendas tú por autoridad. Por eso, quiero explicarte lo que es realmente la autoridad. Si entiendes esto, deducirás lo que te pide Dios en el cuarto mandamiento: honrar a tus padres.
Evidentemente que los hijos son fuente de innumerables alegrías. Pero también son causa de permanentes preocupaciones. A medida que crecen los hijos, crecen los problemas que ellos plantean. Problemas de desarrollo, de carácter, de integración, de capacidad, de salud, problemas económicos. Cuando son pequeños, en general, los problemas son pequeños…cuando crecen, los problemas son más graves.
Comienza el natural tira y afloja, entre los padres y los hijos. Éstos, ansiosos por ir estrenando el don de la libertad; aquellos, colocando límites, porque aún “son muy chicos” y pueden seguir caminos equivocados. Llegan momentos difíciles para los padres, quienes frente a diversas situaciones o circunstancias del hijo, se preguntan: ¿qué hacemos? ¿Mandamos y obligamos? ¿O les tenemos paciencia? ¿Castigamos y “mano dura”? ¿O somos comprensivos? ¿Qué hacemos?
Se plantea el problema de la autoridad.
Pero, ¿qué es tener autoridad? Si buscamos en el diccionario, encontraremos que autoridad es tener poder sobre una persona. Pero, ¿qué tipo de poder?
Si realizas una encuesta sobre qué es autoridad, o qué tipo de poder da, la mayoría responderá que es poder para “mandar”. Esta respuesta surgirá de la propia experiencia del hogar, del trabajo, de la política, del gobierno, etc. Es esta misma concepción la que hace que exista, especialmente en las generaciones jóvenes, un rechazo a la autoridad, porque ella aparece como una limitación y amenaza para la libertad.
Sin embargo, los cristianos gozamos de un Dios que tiene poder infinito y ese poder puede utilizarlo para ayudarnos y salvarnos. Cristo, que tiene el poder del Padre, se presenta como el Buen Pastor, mostrando un poder para amar, dar vida y servir a los suyos.
¿Dónde está la clave? Analicemos el vocablo AUTORIDAD. Viene del latín “auctoritas”, que significa garantía, prestigio, influencia. Deriva de “auctor”; el que da valor, el responsable, modelo, maestro; que a su vez se relaciona con el verbo “augeo”, acrecentar, desarrollar, robustecer, dar vigor, hacer prosperar. Entonces, autoridad viene de "auctor" y "auctor" es el que tiene poder para hacer crecer.
Por lo tanto, los padres son verdadera autoridad para sus hijos no en la medida en que los “mandan”, sino en la medida en que son sus autores, por haberles dado la vida y, luego, porque los ayudan a crecer física, moral y espiritualmente. La autoridad está en ayudar a los hijos a desarrollarse como personas, enseñándoles a hacer uso de la libertad, capacitándolos para tomar decisiones por sí mismos y mostrándoles por cuáles valores hay que optar en la vida.
La autoridad debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración. Apoyar y estimular implica la madurez de los padres que descubren que el hijo es persona, por lo tanto distinto de los padres y que, en la medida en que ejerzan su libertad, irán tejiendo su propia realización personal. Protegerla en el proceso de maduración, significa que el hijo aún no está capacitado para caminar solo por la vida.
Hoy, tal vez, sea una de las mayores fallas de los padres. No existe una verdadera protección de la libertad del hijo. Cada vez se desentienden más de los pasos y opciones de los hijos. Los padres están claudicando muy temprano en la protección de la libertad del hijo. ¿Causas? No saber cómo hacer, el desentenderse porque es más fácil, el querer ser padres “modernos”.
No proteger la libertad del hijo es arriesgar el proceso de maduración, y tal vez, conducir a una vida en la cual queden muy comprometidas la felicidad y la realización de aquel que se dice quererlo mucho. ¿Se lo querrá tanto si no se protege el uso de su libertad?
Estarás conmigo al decirte que la autoridad es necesaria, ¿no crees? ¿Qué pasaría si en el mundo no hubiese autoridad? Piensa un poco conmigo.
Sin autoridad no hay sociedad ni disciplina, ni orden... habría caos, anarquía. Y también diré que no puede haber autoridad sin Dios. En un último término, la autoridad legítima viene de Dios.
Sobre la autoridad legítimamente constituida brilla una luz sobrenatural. ¿Cuál? La Voluntad, la Ley de Dios. Por tanto, cuando tú obedeces a la autoridad, no obedeces a un hombre simplemente, sino a Dios que te manda mediante ese hombre, te guste o no, te cueste más o menos.
Tú podrías obedecer por temor, por adulación, por cálculo, por astucia, por afán de lucro... pero estos motivos son indignos del hombre. Eso no sería obediencia a la autoridad, sino servilismo interesado y bajo.
La obediencia consiste en hacer lo que se manda, porque en la persona del superior (papá, mamá, jefe, sacerdote, obispo, Papa, maestro...) se ve la autoridad de Dios y porque eso que se me manda te realiza y te perfecciona. El hijo tiene que ver esa autoridad de Dios en sus padres, el alumno en sus profesores, el ciudadano en el poder estatal, el dirigido en su director espiritual...
¡Qué importante es que los que tienen autoridad lo hagan movidos por el espíritu de servicio, amor y respeto, como Dios quiere!
Creo que algunos de los medios para ejercer la autoridad educadora son éstos:
• El ejemplo: antes que nada, padres que muestren cómo se debe ser. Los hijos no son solamente educados por consejos o lindas palabras. Todo lo que viven y ven en el hogar se transforma en fuerza educadora. Además, cuando ellos no encuentran coherencia entre lo que escuchan de sus padres y lo que ven en éstos, les es imposible realizar una síntesis de lo recibido. Los ejemplos arrastran, las palabras sólo mueven.
• El diálogo: es fundamental en la creación de un clima de amor y confianza en la familia. La actitud de diálogo con los hijos, pasa por sobre todas las cosas en saber escucharlos. Dedicarles tiempo a sus inquietudes. Es necesario que los padres sintonicen con sus hijos, y no decir simplemente: “está mi hijo en la edad del pavo”. Así no se arregla nada. Acércate a tu hijo y pregúntale por sus problemas y anhelos. Hay que dialogar con el hijo y con la hija.
• El estímulo: en todos los órdenes de la vida el ser humano necesita del estímulo, del reconocimiento de la buena acción. Si el papá y la mamá sólo retan y ponen penitencia cuando el hijo ha hecho algo malo, ¿qué clase de autoridad tienen? Y cuando hace algo bien, ¿le felicitan al hijo? Es verdad: el estímulo no debe ser intercambios o acuerdos comerciales, porque estarán creando un hijo interesado: “si pasas de año, te regalamos…”. ¡No! Así formamos interesados y egoístas.
• Insinuar y aconsejar: No todo lo deben decidir los padres. Si fuera así, el hijo buscará su distancia por sí mismo, rompiendo la dependencia. En cambio, cuando para sus opciones encuentra en sus progenitores un punto de referencia a través del consejo o de la insinuación, esto le da seguridades, por lo tanto afianzará la relación de filiación.
• La corrección:Algunas veces es necesario corregir, porque existe en el hombre la tendencia al error, al pecado. Pero si se utilizan los demás medios, seguramente que no habrá que abusar de éste. La corrección es necesaria en la protección de la libertad, en el sentido de ayudar a crecer. Nunca el “reto” debe surgir como desahogo del mal genio de los padres, actitud que conduce, casi siempre, a una injusticia y a una acción negativa en el trabajo educativo.
• Marcar ideales de vida: al hijo hay que ayudarlo a mirar alto. En la vida es necesario tratar de alcanzar grandes ideales, para evitar el conformismo y la mediocridad. Los papás deben transmitir a los hijos y contagiarles elevados ideales. El ideal más grande para un hijo es Jesucristo.
Para terminar este apartado sobre la autoridad, debo decirte cuáles son las actitudes concretas sobre las que debe descansar la autoridad.
• Respeto: los hijos no son propiedad de los padres, sino de Dios. Más aún son personas diferentes de los propios progenitores; por lo tanto, se exige un gran respeto por ellos, por su vida, por sus caminos.
• Desinterés ¿Qué amor debe ser más desinteresado que el de los padres por sus hijos? Los padres son para los hijos y no a la inversa. Por lo tanto, hay que amarlos sin esperar nada de ellos. Además, este desinterés lleva a la madurez de los padres a la hora de la partida del hijo, que encontrará generosidad y apoyo en los padres, y no obstáculos en aquellos, sea por el estudio, para la formación de un noviazgo, para casarse o para la consagración y la entrega a Dios, como sacerdotes o religiosas.
• Humildad: un servicio tan grande, como es el de los padres a los hijos, exige una gran cuota de humildad. Esta humildad implica asumir las propias limitaciones como padres para la tarea educativa, y fundamentalmente tener la capacidad de adaptación de los propios errores ante los hijos. Actitud que llevará a pedir perdón a los hijos cuando las circunstancias lo motiven. Esto les enseñará a pedir ellos perdón cuando sea necesario a los propios padres.
¡Padres, no olvidéis nunca que vuestra autoridad viene de Dios! ¡Sed dignos de vuestra autoridad! No os podéis dejar llevar por la tiranía, el despecho, la impaciencia. No podéis mandar con autoritarismo, pues el autoritarismo impone, humilla, hiere. La autoridad hace crecer, ilumina y motiva al súbdito.
¡Padres de familia, meditad lo que significa ser padre y ser madre!
Ser padre no es sólo trabajar y llevar dinero a casa. La esposa necesita un marido que ame su hogar, y los niños necesitan un padre que sienta preocupación por ellos, que los cuide, que se interese por sus cosas. Así sería llevadera la obediencia.
¿De qué sirve un papá que compra una mejor casa, un mejor auto, si su esposa, de quien no se preocupa, se va alejando de él?
¿De qué sirve que te vaya bien en tus negocios, padre de familia, si no sabes qué hace tu hijo, cómo le va en la escuela, qué amigos tiene, a dónde va?
Ser madre no es sólo cocinar, lavar, planchar... sino dar cariño, amor, ternura; es ser luz y piedad y aliento, y solicitud y paciencia; ser calor y delicadeza, intuición y detalle. Así sería llevadera la obediencia a mamá.
Ser padre es tener una relación de amistad con el hijo, preocuparse por el hijo, ayudar al hijo, dar ejemplo al hijo, dar buenos consejos al hijo, atenderlos material y espiritualmente, vigilar discretamente las compañías de su hijo, alentarlos en sus fracasos y compartir sus alegrías.
¿Qué dirías de ese papá que no asiste a ese campeonato final de su hijo... o que no asiste a su fiesta de egresado donde su hijo recibe su premio o su diploma…porque está en sus negocios? ¿Qué mejor “negocio” que su propio hijo, verle crecer, progresar, alegrarse con sus triunfos?
¿Qué dirían de ese papá o mamá a quienes no les interesa la primera comunión de su hija, que no la acompañan en la catequesis, ni en la participación en las misas, que no les da ejemplo confesándose y comulgando, a quien no le interesa rezar en casa?
¡Qué difícil se hace la obediencia cuando no hay por delante un ejemplo de vida! ¿Cómo va a respetar a su padre de la tierra, cuando su mismo padre no respeta a Dios Padre?
Los papás deberían sentir que Dios les ha encomendado la suerte terrena y eterna de sus hijos, ¡Qué responsabilidad!
La alegría cristiana es descentrarse de uno mismo y poner a Jesús en el Centro
Ángelus del Papa, 13 de diciembre de 2020
En este tercer domingo de Adviento, el Papa afirmó en su alocución previa al rezo del Ángelus, que los que está llamados a “proclamar a Cristo a los demás, sólo pueden hacerlo desprendiéndose de sí mismos y de la mundanalidad, no atrayendo a la gente hacia sí, sino dirigiéndola a Jesús”. Francisco señaló que la primera condición de la alegría cristiana es descentrarse de uno mismo y poner a Jesús en el centro. Esto no es alienación, dijo, porque Jesús es en realidad el centro. “Cuanto más cerca está el Señor de nosotros, más nos alegramos; cuanto más lejos está, más nos entristecemos”. La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento, señaló el Papa Francisco en su alocución previa al rezo mariano, “la expectativa que experimentamos es alegre, más bien como cuando esperamos la visita de alguien a quien queremos mucho, por ejemplo, un gran amigo al que no vemos desde hace mucho tiempo. Y esta dimensión de alegría surge especialmente hoy, el Tercer Domingo, que se abre con la exhortación de San Pablo "Alégrense siempre en el Señor". ¿Y la razón cuál es? Que "el Señor está cerca". Hay que esperar a Cristo con alegría no con caras fúnebres, pues Cristo ha resucitado, yo soy alegre porque Dios está cerca de mí, me ama, dijo improvisando el Papa.
Juan el Bautista
El Evangelio según San Juan hoy presentó la figura bíblica que -a excepción de la Virgen y de San José- “fue la primera y la más experimentada en la espera del Mesías y en la alegría de verlo venir: Juan el Bautista.
Francisco recordó que el Bautista es el primer testigo de Jesús, con la palabra y con el don de la vida. Todos los Evangelios coinciden en mostrar “cómo cumplió su misión señalando a Jesús como el Cristo, el Mensajero de Dios prometido por los profetas”. Juan fue un líder en su tiempo, era famoso en toda Judea y más allá hasta Galilea. “Pero no cedió ni por un momento a la tentación de llamar la atención sobre sí mismo: siempre la dirigió a Aquel que iba a venir”, cuando anunció la venida de Jesús, dijo: "A él no soy digno de desatar la correa de la sandalia".
Alegría cristiana
Aquí está la primera condición de la alegría cristiana: descentrarse de uno mismo y poner a Jesús en el centro. "Esto no es alienación, porque Jesús es en realidad el centro, es la luz que da pleno sentido a la vida de cada hombre y mujer que viene a este mundo. Es el mismo dinamismo del amor, que me lleva a salir de mí mismo, no a perderme, sino a encontrarme como me doy, como busco el bien de los demás".
Y el Papa dijo que Juan el Bautista recorrió un largo camino para venir a dar testimonio de Jesús. El camino de la alegría no es un paseo, advirtió, el Bautista "lo dejó todo, incluso de joven, para poner a Dios en primer lugar, para escuchar con todo su corazón y todas sus fuerzas su Palabra. Se retiró al desierto, despojándose de todo lo superfluo, para ser más libre para seguir el viento del Espíritu Santo. Ciertamente, algunos rasgos de su personalidad son únicos, no están disponibles para todos. Pero su testimonio es paradigmático para cualquiera que quiera buscar el sentido de su vida y encontrar la verdadera alegría". En particular, señaló el Pontífice, el Bautista es un modelo para aquellos en la Iglesia que están llamados a proclamar a Cristo a los demás: sólo pueden hacerlo desprendiéndose de sí mismos y de la mundanalidad, no atrayendo a la gente hacia sí, sino dirigiéndola a Jesús. Improvisando dijo preguntando a los fieles presentes: ¿soy una persona alegre que
sabe transmitir la alegría de ser cristiano o estoy siempre triste como en un funeral?, sin la alegría de la fe no puedo dar testimonio, los demás dirán que si la fe es tan triste mejor no tenerla... Y todo ésta está, dijo, plenamente realizado en la Virgen María: ella esperó en silencio la palabra de salvación de Dios; la escuchó, la acogió, la concibió. En ella Dios se hizo cercano. Por eso la Iglesia llama a María "Causa de nuestra alegría".
El plan de Dios sobre el matrimonio y la familia
El matrimonio es un proyecto de Dios:
El matrimonio y la familia en el plan de Dios
El matrimonio, un proyecto de Dios
25.“Al principio… los creó hombre y mujer” (Mt 19,4). De este modo Jesucristo presenta a sus interlocutores la existencia de un plan que sólo puede ser plenamente conocido y desarrollado por los creyentes y que concierne al matrimonio y a la familia. Jesucristo, al hacer referencia a la creación, manifiesta la unidad del designio de Dios sobre el hombre y se introduce en el modo humano de comprenderse a sí mismo y de construir la propia vida . Con esta respuesta evangélica, la Iglesia sale al paso de las interpretaciones torcidas que de esta realidad han realizado algunas corrientes de pensamiento basadas solamente en los datos sociológicos y psicológicos.
De este modo se establece una relación intrínseca e inseparable entre la Revelación divina y la experiencia humana, que van a ser los dos ejes imprescindibles para el conocimiento completo de la realidad del hombre y el sentido de la misma. El culmen de esta conjunción se realiza en Cristo. En el encuentro con Él entramos en la comunión con Dios Padre que, por su Espíritu Santo, nos capacita para descubrir y realizar “el beneplácito de su voluntad” (Ef 1,5).
El matrimonio, unión de hombre y mujer,
fundamento de la familia
26.“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gén 2,24). Con estas palabras se nos manifiesta una gran verdad: el matrimonio es el fundamento de la familia. La realidad del mutuo don de sí de los esposos es el único fundamento verdaderamente humano de una familia. Se ve así la diferencia específica con cualquier otro pretendido “modelo de familia” que excluya de raíz el matrimonio. De igual modo, el matrimonio que no se orienta a la familia, conduce a la negación propia del don de sí y a la negación de su propia misión recibida de Dios, para sustituirla con un equivocado plan humano.
El matrimonio, en la historia de la salvación
27. El anuncio del “evangelio de la familia” no se puede desvincular del anuncio del
“evangelio del matrimonio”, que es su origen y su fuente . Para penetrar en la verdad y bien últimos del matrimonio es necesario partir siempre de la consideración del mismo en la historia de la salvación. El conocimiento de esta profunda verdad del matrimonio se ofrece al hombre por medio de su propia historia, vivida como una “vocación al amor”.
2. La vocación al amor
Inscrita en el cuerpo y en todo el ser del hombre y la mujer
28. La “antropología adecuada” de la que partimos tiene como afirmación primera el que la persona sólo se puede conocer, de modo adecuado a su dignidad, cuando es amada. “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” .
El plan de Dios que revela al hombre la plenitud de su vocación se ha de comprender entonces como una verdadera “vocación al amor”. Es una vocación originaria, anterior a cualquier elección humana, que está inscrita en su propio ser, incluso en su propio cuerpo. Así nos lo ha revelado Dios cuando dice: “a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gén 1,27). En la diferencia sexual está inscrita una específica llamada al amor que pertenece a la imagen de Dios . Se trata, por consiguiente, de una llamada a la libertad del hombre por la que éste descubre, como fin de su vida, la construcción de una auténtica comunión de personas. De este modo y con estos pasos, la vocación originaria al amor va a permitir la construcción de la vida del hombre en toda su plenitud. El mensaje y la palabra de Dios se insertan en lo más íntimo del corazón del hombre y lo iluminan desde dentro. Es ésta una característica esencial que debe guiar siempre el anuncio del plan de Dios en la Pastoral de la Iglesia.
Llamados al amor
Vocación fundamental e innata
de todo ser humano
29. Como imagen de Dios, que es Amor (cfr. 1 Jn 4,8), la vocación al amor es constitutiva del ser humano. “Dios (...) llamándolo a la existencia por amor, le ha llamado también al mismo tiempo al amor (...). El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano” . La persona llega a la perfección, a que ha sido destinada “desde toda la eternidad”, en la medida en que ama. Cuando descubre que ha sido llamado por Dios al amor y hace de su vida una respuesta a ese fin.
Incluye la tarea de la integración corpóreo-espiritual
30. Ese hombre, creado a imagen de Dios, es todo hombre (todos y cada uno de los seres humanos) y todo el hombre (el ser humano en su totalidad unificada). El hombre es llamado al amor en su unidad integral de un ser corpóreo-espiritual . Nunca puede separarse la vocación al amor de la realidad corporal del hombre. Los espiritualismos, a lo largo de la historia, han sido destructivos y anticristianos. Igualmente se supera todo materialismo: la sexualidad es un “modo de ser” personal, nunca puede reducirse a la mera genitalidad o al instinto; afecta al núcleo de la persona en cuanto tal; está orientada a expresar y realizar la vocación del hombre y de la mujer al amor.
Se trata de una realidad que debe ser asumida e integrada progresivamente en la personalidad por medio de la libertad del hombre. Se da así una íntima relación de carácter moral entre la sexualidad, la afectividad y la construcción en el amor de una comunión de personas abierta a la vida. Ese es el sentido profundo de la sexualidad humana, incluido en la imagen divina.
La diferencia sexual,
ordenada a la comunión de personas
31. La diferenciación del ser humano en hombre y mujer, es decir, la diferenciación sexual, está orientada a la construcción de una comunión de personas (cfr. Gén 1,27). Ni el hombre ni la mujer pueden llegar al pleno desarrollo de su personalidad al margen o fuera de su condición masculina o femenina. Por otro lado, esencial a esa condición es la orientación a la ayuda y complementariedad: el ser humano no ha sido creado para vivir en soledad (cfr. Gén 2,18), sólo se realiza plenamente existiendo con alguien o, más exactamente, para alguien . La sexualidad tiene un significado axiológico, está ordenada al amor y la comunión interpersonal.
Sólo la redención
capacita para vivir el plan de Dios
32. Por el pecado, la imagen de Dios que se manifiesta en el amor humano se ha oscurecido; al hombre caído le cuesta comprender y secundar el designio de Dios. La comunión entre las personas se experimenta como algo frágil, sometido a las tentaciones de la concupiscencia y del dominio (cfr. Gén 3,16). Acecha constantemente la tentación del egoísmo en cualquiera de sus formas, hasta el punto de que “sin la ayuda de Dios el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó ‘al comienzo’” .
La Redención de Cristo devuelve al corazón del hombre la verdad original del plan de Dios y lo hace capaz de realizarla en medio de las oscuridades y obstáculos de la vida. Ese hombre llamado a la comunión con Dios, pecador y redimido, es el hombre al que la Iglesia se dirige en su misión y al cual debe devolver la esperanza de poder cumplir la plenitud de lo que anhela su corazón. “¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia, o del redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que Él nos ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia” .
Necesidad de la Comunidad eclesial
para vivir la vocación al amor
33. En el marco de ese plan de salvación, en el que la iniciativa es siempre divina, la integración de la sexualidad, la afectividad y el amor en una historia unitaria y vocacional es una lenta tarea en la que el fiel, movido por la gracia, debe contar con la ayuda de la comunidad eclesial. La Pastoral familiar debe saber introducirse en los “procesos de vida” en los que cada hombre y cada mujer van configurando su propia vocación al amor, para iluminarlos desde la fe y confortarlos con la caridad fraterna.
Amor esponsal
Libertad del don de sí
34. Esta vocación al amor que implica a toda la persona en la construcción de su historia, tiene como fin el don sincero de sí por el que el hombre encuentra su propia identidad . Se trata de la libre entrega a otra persona para formar con ella una auténtica comunión de personas. Entregar la propia vida a otra persona es expresión máxima de libertad.
Rasgos esenciales del amor esponsal
35. Realizar esta entrega de modo humano exige una madurez de la libertad que permite al hombre no sólo dar cosas, sino darse a sí mismo en totalidad. El fundamento de esta entrega es un amor peculiar que se denomina esponsal .
El amor esponsal es a la vez corpóreo y espiritual. En cuanto amor personal, exige la fidelidad al compromiso y la verdad en su realización; como fundamento de una comunión, requiere la reciprocidad que será el camino específico de su crecimiento y corroboración. Por la totalidad de la entrega que exige va a incluir la corporalidad, que comprende en sí la afectividad y hace de este amor de entrega un amor exclusivo. En esa entrega está inscrita, por la fuerza de la naturaleza del amor, una promesa de fecundidad que revela la generosidad desbordante del amor creador divino del cual el hombre participa por su propia entrega.
Aprender a amar en plenitud
36. Estas características del amor esponsal revelan su valor único en la vida del hombre y tienen un significado del todo central para la vocación al amor. Por eso, el amor esponsal va a ser el fin de todo el proceso de crecimiento y maduración que el hombre ha de realizar como preparación a la totalidad de la entrega.
La fuente: el amor esponsal de Cristo y la Iglesia
37. El cristiano encuentra la última verdad de este amor en Jesucristo crucificado que entrega su cuerpo por amor de su Iglesia. Es la revelación del amor del Esposo -Cristo- que “amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla” (Ef 5,25). Todo amor humano va a ser referido a este “gran misterio” de la entrega de Cristo por la Iglesia, en el que se realiza y transmite la salvación a los hombres. Esta realidad de amor implica de tal modo a la Iglesia que ésta sólo puede realizar su propia misión si la entiende como la respuesta fiel al amor de su Esposo. La pastoral de la Iglesia nace así de un amor esponsal que debe ser, en consecuencia, un amor materno y fecundo. Así, la Pastoral familiar ayudará a mostrar el rostro esponsal y materno de la Iglesia.
Sólo se comprende en su totalidad cuando se vive
38. La entrega de sí es una realidad existencial, y sólo se comprende en su totalidad cuando se vive. No basta, pues, un simple conocimiento abstracto de sus notas; ha de hacerse vida. Una auténtica pastoral matrimonial no puede contentarse con una información de las características del amor conyugal, debe saber acompañar a los novios en un proceso formación hasta la madurez que los haga capaces del “don sincero de sí”.
El matrimonio, modo específico de realizar la entrega de sí que exige la vocación esponsal
39. Un modo particular y específico de realizar la entrega de sí que exige el amor esponsal, es el matrimonio. Con la promesa de un amor fiel hasta la muerte y la entrega conyugal de sus propios cuerpos, los esposos vienen a constituir esa “unidad de dos” por la que se hacen “una sola carne” (cfr. Gén 2,24; Mt 19,5). Por eso se puede decir en verdad que “el matrimonio es la dimensión primera y, en cierto sentido fundamental, de esta llamada” del hombre y la mujer a vivir en comunión de amor . A esta comunión y como expresión de la verdad más profunda de ser “una carne”, está unida desde “el principio” la bendición divina de la fecundidad (cfr. Gén 1,28).
Se perciben así las características propias de la vocación al amor que el hombre va descubriendo en su propia vida, mediante el amor humano, en referencia a la sexualidad como medio específico de comunicación entre un hombre y una mujer. Dios se sirve así de las realidades más humanas para mostrar y realizar su plan de salvación.
Comunión exclusiva e indisoluble
40. Por otro lado, la “unidad de dos”, por la que el hombre y la mujer vienen a ser “una sola carne” en el matrimonio, es de tal naturaleza y tiene tales propiedades que sólo puede darse entre un solo hombre y una sola mujer. El amor conyugal ha de ser signo y realización de toda la verdad contenida en la vocación al amor que ha guiado todo el proceso de descubrimiento del plan de Dios. La fidelidad personal que se sigue a una entrega conyugal, exige que sea para siempre. La interpretación que hace el Señor sobre el matrimonio “en el principio”, habla inequívocamente de la exclusividad y perpetuidad de la unión conyugal: “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (cfr. Mt 19,3-12).
El modo verdaderamente humano de vivir el compromiso conyugal, condición necesaria para que sea sacramento
41. Cuando el Señor “sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio (...), el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y de la maternidad” . El amor humano, inserto en la Historia de Amor que es el plan de salvación de Dios, es testimonio de un amor más grande que el hombre mismo, es imagen real del amor de Cristo por la Iglesia. El “modo verdaderamente humano” de vivir el compromiso y la relación conyugal es condición necesaria para que sea sacramento, es decir, realidad sagrada, signo eficaz del amor de Cristo por la Iglesia.
Vocación a la santidad conyugal,
por la participación en el mismo amor de Dios
42. Entonces la donación de Cristo a su Iglesia “hasta el extremo” (cfr. Jn 13,1) debe configurar siempre las expresiones del amor conyugal. El amor de los esposos es un don, una participación del mismo amor creador y redentor de Dios. Ésa es la razón de que los esposos sean capaces de superar las dificultades que se les puedan presentar, llegando hasta el heroísmo, si fuera necesario. Ése es también el motivo de que puedan y deban crecer más en su amor: siempre les es posible avanzar más, también en este aspecto, en la identificación con el Señor. Y la expresión plena de ese amor de Cristo se encuentra en las palabras de San Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25). El camino de santidad que se abre al hombre por medio del amor esponsal, se vive dentro de la comunión de la Iglesia.
El matrimonio y la virginidad o celibato, vocaciones recíprocas y complementarias
Dos vocaciones al amor esponsal
43. El misterio de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia es, en su unidad indivisible, el misterio originario de amor esponsal, un amor que es a la vez fecundo y virginal. La Iglesia expresa la riqueza del amor esponsal cristiano en una doble vocación al amor: matrimonio y virginidad o celibato por el Reino de los cielos. Ambas son signo y participación de ese misterio de amor y modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona humana al amor .
Por ello, “la estima de la virginidad por el Reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente” . El matrimonio necesita de la luz de la virginidad y, a la inversa, ésta de aquél para comprenderse y vivirse adecuadamente. La virginidad o celibato por el reino de los cielos, recuerda que la vida en este mundo no es la definitiva y hace presente a los esposos la necesidad de vivir su matrimonio con un sentido escatológico. A su vez, el matrimonio hace presente que la donación universal, propia de la virginidad, ha de expresarse en manifestaciones concretas, ya que sólo de esa manera puede hacerse real el amor a las personas.
Belleza y santidad de ambas
44. La excelencia de la virginidad o celibato “por el reino de los cielos” (cfr. 1 Co 7,38; Mt 19,10-12) sobre el matrimonio se debe al vínculo singular que tiene con el Reino de Dios . Expresa mejor el estado definitivo del hombre y de la mujer que tendrá lugar en la resurrección de los muertos cuando, según dice Jesús, “no se casarán los hombres ni las mujeres, sino que serán en el cielo como ángeles” (Mc 12,25; cfr. Lc 20,36; 1 Co 7,31) . Ello, sin embargo, en modo alguno ha de interpretarse como una infravaloración del matrimonio (cfr.1 Co 7,26.29-31). La perfección de la vida cristiana se mide por la caridad o fidelidad a la propia vocación. Todos los cristianos, de cualquier clase y condición, estamos llamados a alcanzar la plenitud de la vida cristiana y llegar a la santidad.
La existencia de una y otra vocación manifiesta la necesidad de vivirlas dentro de la Iglesia; sólo la comunión de ambas vocaciones en la diversidad, manifiesta al mundo la totalidad del amor esponsal de Cristo. El anuncio y el acompañamiento del matrimonio, como una vocación cristiana de santidad, es el eje básico de la pastoral del matrimonio.
3. El matrimonio, vocación cristiana
El matrimonio, realidad social y eclesial
45. La llamada al amor que el hombre descubre y que le pide una totalidad en su entrega, supone la asunción de un estado de vida ante la sociedad y la Iglesia. No se ha de entender nunca como una realidad meramente privada que sólo concierna a los esposos; su vida común es el fundamento de una nueva realidad social. En cuanto tal debe ser reconocida dentro de la convivencia social y protegida por las leyes para que se fortalezca y contribuya a la construcción de la misma sociedad y de la Iglesia.
La institución del matrimonio
Fundada por el Creador, con unas finalidades propias que deben ser reconocidas socialmente
46. “La alianza matrimonial, por la que el hombre y la mujer se unen entre sí para toda la vida” , ha sido fundada por el Creador y provista desde “el principio” de sus finalidades propias que deben ser reconocidas socialmente . El vínculo sagrado que, ciertamente, se establece sobre el consentimiento personal e irrevocable de los cónyuges, no depende del arbitrio humano . El matrimonio es una institución que hunde sus raíces en la humanidad del hombre y de la mujer, en ese misterio de trascendencia de ser creados a imagen del mismo Dios (cfr. Gén, 1,27). Es una realidad buena y hermosa, salida de las manos de Dios (cfr. Gén 1,1-25; 1 Co 7,38).
Razones de la unidad e indisolubilidad
47. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutua y libremente, nace, ante la sociedad , un vínculo tan singular y especial que hace que los casados vengan a constituir una “unidad de dos” (Gén, 2, 24) . Hasta el punto que el Señor, refiriéndose a esa unidad, concluye con lógica coherencia, “de manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19,8). “Tanto la misma unión singular del hombre y la mujer como el bien de los hijos exigen y piden la plena fidelidad de los cónyuges y también la unidad indisoluble del vínculo” . Se trata de una unidad tan profunda que abarca la totalidad de sus personas en cuanto sexualmente distintas y complementarias. Es una unidad que, por su propia naturaleza, exige la indisolubilidad. Responde a las exigencias más hondas de la igual dignidad personal de los esposos, a la naturaleza del amor que debe unirlos, al bien de los hijos y de la sociedad .
Defensa y promoción de la estabilidad matrimonial
48. Nacido de la vocación al amor, el matrimonio es la institución del amor conyugal. La alianza de amor conyugal tiene unas notas esenciales, como la definitividad e incondicionalidad, que transcienden la voluntad de los cónyuges y les han de ayudar superar las crisis y dificultades por las que pase su amor conyugal; no se comprende adecuadamente la verdad del matrimonio como institución si se lo identifica, sin más, con la experiencia psicológica del amor mutuo; remite siempre a un amor anterior a los esposos, del que es manifestación y del que recibe su fuerza. La desaparición del mutuo afecto conyugal no conlleva una disolución del matrimonio. Cuando se dice que el amor conyugal pertenece a la esencia del matrimonio debe entenderse como una exigencia moral de esa original “unidad de dos” que han llegado a ser por el consentimiento matrimonial. Porque se han unido en matrimonio ha surgido entre ellos “una íntima comunidad conyugal de vida y amor” , una comunidad que debe ser de amor, y renovarse y crecer cada vez más con cuidadoso esmero.
De este modo se transparenta, en la vida social, el modo concreto de vivir la vocación al amor y sus características fundamentales. La defensa y la promoción de esta vida fiel de los esposos y de la estabilidad matrimonial son de capital importancia para toda la vida social, y merece un reconocimiento y protección.
Esta realidad de la unión entre un hombre y una mujer, conforme al proyecto del Creador, “es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del Matrimonio” .
La presencia de Cristo: el matrimonio, camino de santidad
Sacramento de la Alianza irrevocable e indisoluble
49. “Cristo el Señor, al hacer nueva la creación y renovarlo todo (cfr. 2 Co 5,7), quiso restituir el Matrimonio a la forma y santidad originales (...), y, además, elevó este indisoluble pacto conyugal a la dignidad de Sacramento, para que significara más claramente y remitiera con más facilidad al modelo de su alianza nupcial con la Iglesia” . La venida de Cristo nos ha revelado la realización plena del plan de Dios y el significado del amor humano. El cristiano, inserto en la vida de Cristo, alcanza un nuevo horizonte de vida. La alianza matrimonial de los esposos queda integrada de tal manera en la alianza entre Dios y los hombres que “su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia” . Los esposos son así expresión de la eterna Alianza de Cristo con la nueva humanidad redimida. Esta alianza indestructible de la que vive la Iglesia es don del Espíritu y los esposos la viven por la indisolubilidad de su vínculo, que manifiesta cómo el don de Dios es completamente irrevocable.
La participación en la Alianza se inicia en el bautismo; el matrimonio, una especificación de la misma
50. Por el Bautismo los esposos cristianos participan ya en la vida de hijos de Dios; se da en ellos, por voluntad del Padre, una identificación con la vida del “Hijo amado” (Mt 3,17) que los inserta, ya en su inicio, con la alianza de amor definitiva entre Cristo y la Iglesia. Esa participación, sin embargo, tiene una especificidad propia por el sacramento del Matrimonio en cuanto tiene lugar a través del vínculo conyugal. “Así su comunidad conyugal es asumida en la caridad de Cristo y enriquecida con la fuerza de su sacrificio” .
El matrimonio, vocación específica a la santidad
51. Como bautizados, los esposos cristianos están llamados a la plenitud de la vida cristiana que alcanzan en su identificación con Cristo. La vocación matrimonial es incomprensible sin su radicación en la vocación bautismal que es, por sí misma, una vocación a la santidad. Desde esta perspectiva no hay diversidad, sino radical igualdad de vocación en todos los que han sido llamados a ser hijos de Dios en Cristo por la iniciativa de Dios Padre. Por consiguiente, la esencia de la misión pastoral de la Iglesia, el fin de todas sus acciones, es conducir a los fieles a la perfección en la caridad que es la santidad.
Existen, sin embargo, caminos o modos diversos de seguir esa vocación. El matrimonio es uno de ellos: señala a los casados el modo concreto como deben vivir la vocación cristiana iniciada en el bautismo. El sacramento del matrimonio no da lugar, en los esposos, a una segunda vocación (la matrimonial) que vendría a sumarse a la primera (la bautismal). Pero sí da lugar a un modo específico de ser en la Iglesia y de relacionarse con Cristo, cuyo despliegue existencial es un quehacer vocacional . El existir matrimonial comporta por consiguiente las exigencias de radicalidad, irreversibilidad, etc., propias de la vocación cristiana.
Dóciles a la acción del Espíritu,
los esposos, protagonistas de su santificación
52. Valorar el sentido vocacional del matrimonio supone penetrar en la “novedad” que significa el bautismo, es decir, la irrupción del Espíritu nuevo de la regeneración bautismal en la existencia humana. El verdadero protagonista de este camino de santidad que es el matrimonio para los cónyuges es el Paráclito, el Espíritu de Cristo . Lo específico del sacramento del matrimonio se inserta en la dinámica de la conformación e identificación con Cristo en que se resume la vida cristiana iniciada en el bautismo.
Dóciles a la acción del Espíritu, los propios esposos son intérpretes y autores de su santificación; y toda la acción de la Iglesia, respecto al matrimonio, alcanza su sentido verdadero como colaboración con esta labor de santificación.
La vida del matrimonio en la Iglesia
Los esposos, a través de su amor conyugal
descubren su identidad y misión dentro de la Iglesia
53. “Los esposos cristianos participan [del amor nupcial de Cristo por la Iglesia] en cuanto esposos, los dos, como pareja (...). Y el contenido de la participación en la vida de Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que todos los componentes de la persona -llamada del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y la voluntad-; apunta a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un solo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad en la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad” .
La específica vocación de los esposos cristianos a la santidad se realiza por medio de su caridad conyugal. Es a través de ella como descubren su ser y su misión dentro de la Iglesia . Es su misma vida conyugal, vivificada en Cristo, la gran aportación que realizan a la vida de la Iglesia.
El crecimiento en el amor mutuo
54. Los medios propios de crecimiento en el amor mutuo, como son el diálogo conyugal, la apertura a la vida, la oración en común, la mutua corrección, el discernimiento de la voluntad de Dios en sus propias vidas y en la educación de sus hijos, van a ser ahora el cauce de su participación del amor de Cristo a su Iglesia. Para ello, nunca pueden olvidar que la expresión más alta de la entrega de Cristo es el sacrificio de la Cruz.
En la conciencia de la vocación a la que han sido llamados está la raíz de la serenidad y la esperanza con que los esposos cristianos han de afrontar las dificultades que les puedan sobrevenir. ¡El amor de Cristo que participan es más fuerte que las dificultades! . La conciencia de esa realidad deberá constituir el hilo conductor de la espiritualidad matrimonial. El sacramento del matrimonio es una expresión eficaz del poder salvífico de Dios, capaz de llevarles hasta la realización plena del designio divino sobre sus vidas.
Crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad
55. La misma vida de los esposos está marcada entonces por ese “mutuo sometimiento” que es el propio de la Iglesia a Cristo (cfr. Ef 5,21). Su vida no puede reducirse a un proyecto privado; el fortalecimiento y crecimiento de su comunión de vida está ligado al crecimiento en fe, esperanza y caridad que conforma la vida de la Iglesia . Es un modo específico de vivir la realidad de la comunión de los santos por la que “todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro, va obrando mesuradamente su crecimiento en orden a su conformación en la caridad” (Ef 4,16).
Vitalidad de los matrimonios cristianos
para la vitalidad de la Iglesia
56. Por todo ello, la vitalidad de la misma Iglesia está en gran medida vinculada a la vida auténticamente cristiana de los matrimonios. De ningún modo se les puede considerar una parte poco significativa de la vida eclesial. El matrimonio como vocación eclesial es todavía una realidad no suficientemente valorada en nuestras comunidades y no pasa muchas veces de ser una afirmación nominal. La pastoral familiar debe comenzar por la revitalización de esta conciencia eclesial de los matrimonios cristianos, para que sean, no sólo miembros activos de propio derecho dentro de la Iglesia, sino también con una misión específica de la que son los responsables y para la que han de contar con la ayuda y los medios necesarios para llevarla a plenitud.
El matrimonio y la vida sacramental
La gracia del sacramento se prolonga toda su vida
57. Como sacramento, el matrimonio, que da razón del “lugar” que corresponde a los casados en el Pueblo de Dios , es fuente permanente de la gracia. Hace que los esposos puedan llevar a su plenitud existencial la vocación a la santidad que han recibido en el bautismo. La gracia sacramental posibilita a los esposos recorrer el camino de la mutua santificación y les capacita para realizar con perfección sus obligaciones como matrimonio y como padres. La alianza matrimonial, en virtud de la relación y pertenencia recíproca que ha surgido entre ellos, los vincula en unidad y los hace “imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo Místico del Señor Jesús” . Así como la Iglesia sólo es ella si está unida a Cristo, su Cabeza, así los esposos sólo viven su condición de tales si están unidos el uno al otro.
Santificación recíproca de los esposos
58. Las realidades que configuran su relación y su vida, como la convivencia familiar, la vida conyugal, el trabajo en relación a la familia, son entonces los cauces propios del vivir el sacramento del matrimonio como expresión real del amor de Cristo que se hace efectivo en su vida. Se concluye, pues, que en la tarea de la propia y personal respuesta a la vocación, los casados han de tener presente siempre su condición de esposos, es decir, al otro cónyuge y a la familia. La fidelidad a la propia vocación, como vía a la santidad, lleva consigo el ser i
Adán, Eva y el Mono
La teoría de la evolución bien entendida no es ninguna prueba contra la acción creadora de Dios
No hace tanto tiempo que la ciencia descubrió triunfalmente que el hombre desciende del mono. ¡Qué alivio! Gracias a Dios (si existe), el hombre no era pues ningún ser especial, ni el rey de la Creación, sino un mono encumbrado. Adán y Eva eran personajes de un cuento de hadas judío, y jamás había existido la Creación. El slogan del siglo era: evolución. Llenos de júbilo alabamos agradecidos a la ciencia que nos había liberado de la idea insoportable de nuestra semejanza con Dios, garantizándonos genealógicamente la semejanza con el mono. La ciencia había reconocido nuestro verdadero valor y nuestra verdadera dignidad. Sólo los beatos retrógrados y supersticiosos continuaban creyendo en las viejas ideas degradantes de la humanidad. Para el espíritu ilustrado se había desenmascarado a la Biblia, había sido destruida, no era más que un cuento infantil. Y hay que reconocer que desde entonces también nos hemos comportado como cinocéfalos en el terreno moral, político y en cualquier otro terreno.
El hecho de que la teoría de la evolución jamás fuese demostrada en este sentido, por lo menos en cuanto a la aparición del hombre, no enturbiaba nuestra satisfacción. No se había hallado el «eslabón perdido» y -como comprobó Chesterson- lo único que sabíamos sobre el eslabón perdido es que seguía perdido. Pero ¿qué importaba esto? Más pronto o más tarde se encontraría esa cosa intermedia entre el mono y el hombre.
Y entonces sucedió lo más increíble: el 1.° de agosto de 1958 unos mineros encontraron a unos 200 metros de profundidad, bajo las colinas de Maremma, en el centro de Italia, un esqueleto que ha sido identificado por el profesor Hörzeler, del museo de Ciencias Naturales y Etnológicas de Basilea, como el del ser más antiguo parecido al hombre. Tiene de diez a once millones de años.
Hasta ahora la ciencia nos había anunciado que el mono no había evolucionado a hombre hasta hace aproximadamente un millón de años. Ahora resulta que somos tan viejos como los monos y posiblemente incluso más viejos. Quizás oigamos dentro de poco que los monos son hombres degradados. No resultaría extraño, si se tiene en cuenta que acaban de incluir en una exposición de arte varias «obras pictóricas » de un chimpancé.
Tenemos que admitir por lo tanto que el mono, en el mejor de los casos, es tan solo nuestro pariente lejano, pero de ningún modo nuestro antepasado. Adán no fue un gorila. Eva no fue una chimpancé. Y cuando nos portamos como monos no podemos alegar con orgullo que así honramos la memoria de nuestros antepasados. No era la Biblia la equivocada, sino la ciencia.
Ya en los primeros siglos del cristianismo, los doctores de la Iglesia sabían qué partes importantes de la Biblia tienen un sentido simbólico; el primero que habla de esto es el apóstol San Pablo. Y por lo que respecta a la cronología de la Biblia, sabemos hace tiempo que no siempre debe tomarse «al pie de la letra». ¿Un ejemplo de ello?: se señala a Jesús con frecuencia como hijo de David. Sin embargo David vivió más de setecientos años antes de Cristo y fue su ...antepasado. «Hijo» significa en la Biblia «descendiente de».
Por lo demás, la teoría de la evolución bien entendida -y hay que aceptarla dentro de ciertos límites- no es ninguna prueba contra la acción creadora de Dios. Evolución no es otra cosa que creación «a largo plazo». Y este plazo sólo es largo para nosotros los pigmeos de lo temporal, pero no para Dios, que vive fuera de todo lo temporal.
Dos actitudes que los fieles debemos tomar en Adviento
Nos las señaló el Papa Francisco durante la meditación del Ángelus
En la meditación del Ángelus del primer domingo de Adviento, 2 de diciembre de 2018, el Papa Francisco señaló dos actitudes que en este tiempo litúrgico debe tener el fiel: salir de sí, para abrirse a los demás y a Jesús que llega, y una actitud de vigilancia y oración.
El Papa recordó qué es el Adviento y cuál es la aplicación en la vida del cristiano de este tiempo litúrgico eclesial: "En Adviento no vivimos sólo la expectativa de la Navidad, sino que estamos invitados a despertar la espera del glorioso regreso de Cristo, preparándonos para el encuentro final con Él con elecciones coherentes y valientes. En estas cuatro semanas estamos llamados a dejar atrás un estilo de vida resignado y rutinario, alimentando esperanzas y sueños para un futuro nuevo".
Estamos llamados también en Adviento, a dejar de vivir encerrados en nosotros mismos: "El sueño interior nace de girar siempre en torno a nosotros mismos y de quedar bloqueados en el encierro de la propia vida, con sus problemas, sus alegrías y sus dolores. Aquí yace la raíz del letargo y la pereza de que habla el Evangelio. El Adviento nos invita a un compromiso de vigilancia, mirando fuera de nosotros mismos, ampliando nuestras mentes y corazones para abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos y al deseo de un mundo nuevo".
Si tenemos que vernos a nosotros mismos, en sobre todo en aquello que debemos cambiar, lo cuál también puede ser meditación en este Adviento: Hablando del Evangelio del día, señaló el Pontífice que "las palabras de Jesús resuenan particularmente incisivas: Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día [ndr. el día de nuestra comparecencia ante Cristo] no caiga de improviso sobre ustedes. [...] Estén despiertos todo el tiempo y oren incesantemente".
La segunda actitud en este Adviento: Vigilancia y Oración
Es claro, no hay preparación adecuada para la venida del Salvador del mundo sin oración.
Dice el Evangelio de San Lucas: "Levántense y alcen la cabeza, porque su liberación está cerca". "Se trata de levantarse y orar volviendo nuestros pensamientos y corazones a Jesús que está a punto de venir. Nos levantamos cuando se espera algo o alguien. Nosotros esperamos a Jesús y queremos esperarlo en la oración, que está estrechamente ligada a la vigilancia", dijo el Papa Francisco.
Preces
En la memoria de san Juan de la Cruz decimos:
R/MSeñor, escucha nuestra oración.
Te pedimos por los contemplativos,
– que, como san Juan de la Cruz, puedan unirse a ti con la oración y el afecto.MR/
Por los poetas,
– que sepan expresar en sus versos la belleza del mundo y nos ayuden a recordar el deseo
de felicidad que hay en nuestro corazón.MR/
Por los que sufren prisión injustamente,
– que no pierdan la esperanza y pronto puedan encontrar la libertad.MR/
Por todos nosotros,
– que en la observación de las criaturas podamos descubrir la huella del Creador.MR/
Por los que pasan por pruebas espirituales,
– que les sirvan de purificación y crezcan más en tu amor.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
Oración
Oh, Dios, que hiciste a san Juan de la Cruz, presbítero, insigne por su perfecta abnegación y amor a la cruz, concédenos imitarle siempre para llegar a la contemplación eterna de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.