Vengan a ver

DIOXIDO DE CLORO

De lo que se trata es de buscar soluciones alternativas para curar o paliar enfermedades, sobre todo en el caso de enfermos desahu- ciados por la medicina oficial a los que lo único que se les ofrece es prolongar sus vidas unos meses con mucho sufrimiento físico y psí- quico y aliviar determinados síntomas. Incluso en el caso de enfer- mos avanzados de cáncer con un diagnóstico de muerte segura, cuando les plantean a sus médicos utilizar medicamentos o tera- pias alternativas, o dejar de utilizar quimioterapia, se les acusa de temerarios, y se mantiene su vinculación con el tratamiento quí- mico por la técnica de infundir miedo. Y con ello, se lesiona una vez más el derecho fundamental de toda persona a luchar por su super- vivencia bajo decisión propia.

Los ciudadanos y la Administración debemos aunar fuerzas para encontrar las claves de la curación o mejoría de enfermedades a las que la medicina oficial no ofrece solución. El Estado, social y de derecho, tiene el deber de promover y financiar las correspondien- tes investigaciones, sobre todo cuando existen suficientes indicios de la virtualidad curativa de determinada sustancia, testimonios de enfermos debidamente documentados, como ocurre en la aplicación terapéutica del dióxido de cloro. No hay mayor bien social a proteger que la propia vida. Así, el Estado rompería el monopo- lio en la práctica de ensayos clínicos de medicamentos que, en la actualidad, parece patrimonio privativo de las farmacéuticas y su fórmula mágica de no curar pacientes para crear clientes.

Y debo decir que en cierta manera comprendo a los detractores del dióxido de cloro y sus posturas escépticas. Yo mismo soy escéptico por naturaleza, incluso en relación con conceptos y verdades establecidas. También es verdad que hay muchas personas que ven- den „basura alternativa“ con la única finalidad de enriquecerse. Sin embargo, hemos de ser justos y científicamente correctos, investi- gando toda la información existente, a favor y en contra, y dejarnos guiar por el firme objetivo de conocer la verdad, poner todos los datos en una balanza y, solo entonces, formar y expresar nues- tra opinión. Y hay pistas que nos pueden ayudar en esta tarea. En mi opinión, por ejemplo, es adecuada la opción de seguir el rastro que el dinero va dejando. Si somos realistas, llegaremos a la conclu- sión de que el dinero es la energía que mueve el mundo. Este seguimiento suele delatar los intereses escondidos de la industria o de algunos individuos. Hurgando en las bases de datos de patentes, podemos encontrar lo que buscamos, pruebas que demuestran que las empresas farmacéuticas tienen pleno conocimiento de la eficacia del dióxido de cloro en muchas enfermedades, tal y como afirma Jim Humble en su libro. Y las fechas ponen en evidencia que lo saben desde hace mucho tiempo. Una patente no es fácil de conseguir si no se encuentra firmemente avalada con estudios científicos y pequeñas modificaciones en la fórmula básica.

Muchos detractores del uso terapéutico del dióxido de cloro afirman que no existe prueba alguna que avale su eficacia y la ausencia de efectos secundarios.

Antonio, Santo

Memoria Litúrgica, 17 de enero

Abad

Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, abad, que, habiendo perdido a sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres siguiendo la indicación evangélica y se retiró a la soledad de la Tebaida, en Egipto, donde llevó una vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución del emperador Diocleciano y apoyó a san Atanasio contra los arrianos, y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes (356).

Etimológicamente: Antonio = florido, inestimable”. Viene de la lengua griega.

Breve Biografía

Antonio nació en el pueblo de Comas, cerca de Heraclea, en el Alto Egipto. Se cuenta que alrededor de los veinte años de edad vendió todas sus posesiones, entregó el dinero a los pobres y se retiró a vivir en una comunidad local haciendo ascética, durmiendo en un sepulcro vacío. Luego pasó muchos años ayudando a otros ermitaños a dirigir su vida espiritual en el desierto, más tarde se fue internando mucho más en el desierto, para vivir en absoluta soledad.

De acuerdo a los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo, popularizados en el libro de vidas de santos La leyenda dorada que compiló el dominico genovés Santiago de la Vorágine en el siglo XIII, Antonio fue reiteradamente tentado por el demonio en el desierto. La tentación de san Antonio se volvió un tema favorito de la iconografía cristiana, representado por numerosos pintores de fuste.

Su fama de hombre santo y austero atrajo a numerosos discípulos, a los que organizó en un grupo de ermitaños junto a Pispir y otro en Arsínoe. Por ello, se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Sin embargo, y pese al atractivo que su carisma ejercía, nunca optó por la vida en comunidad y se retiró al monte Colzim, cerca del Mar Rojo como ermitaño. Abandonó su retiro en 311 para visitar Alejandría y predicar contra el arrianismo.

Jerónimo de Estridón, en su vida de Pablo el Simple, un famoso decano de los anacoretas de Tebaida, cuenta que Antonio fue a visitarlo en su edad madura y lo dirigió en la vida monástica; el cuervo que, según la leyenda, alimentaba diariamente a Pablo entregándole una hogaza de pan, dio la bienvenida a Antonio suministrando dos hogazas. A la muerte de Pablo, Antonio lo enterró con la ayuda de dos leones y otros animales; de ahí su patronato sobre los sepultureros y los animales.

Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que dominaba la creación.

Reliquias y orden monástica

Se afirma que Antonio vivió hasta los 105 años, y que dio orden de que sus restos reposasen a su muerte en una tumba anónima. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que vino a ser el emblema como era conocido.

Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre bajo el nombre de Saint-Antoine-en-Viennois. La devoción por este santo llegó también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios del siglo XIV.

La orden de los antonianos se ha especializado desde el principio en la atención y cuidado de enfermos con dolencias contagiosas: peste, lepra, sarna, venéreas y sobre todo el ergotismo, llamado también fuego de San Antón o fuego sacro o culebrilla. Se establecieron en varios puntos del Camino de Santiago, a las afueras de las ciudades, donde atendían a los peregrinos afectados.

El hábito de la orden es una túnica de sayal con capuchón y llevan siempre una cruz en forma de tau, como la de los templarios. Durante la Edad Media además tenían la costumbre de dejar sus cerdos sueltos por las calles para que la gente les alimentara. Su carne se destinaba a los hospitales o se vendía para recaudar dinero para la atención de los enfermos.

Unas miradas misteriosas

Santo Evangelio según san Juan 1, 35-42. Domingo II del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Véante mis ojos, dulce Jesús bueno; véante mis ojos, muérame yo luego.
Vea quien quisiere rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines;
Jesús Nazareno, véante mis ojos, muérame yo luego.
No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente; sólo me sustente su amor y deseo;
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno; véante mis ojos, muérame yo luego (Santa Teresa de Ávila).

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?». Ellos le contestaron: «¿Dónde vives, Rabí?» (Rabí significa ‘maestro’). Él les dijo: «Vengan a ver».

Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (que quiere decir ‘el ungido’). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás» (que significa Pedro, es decir, ‘roca’).

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El Evangelio de hoy nos pone en un ambiente contemplativo. En pocas líneas encontramos cuatro miradas: Juan que se fija en Jesús; Jesús mira a los dos que lo siguen; ellos, a su vez, ven dónde vive Jesús; finalmente Jesús que se fija en Pedro. Entremos durante la oración en este juego de vistas. Fijémonos en Jesús, dejémonos mirar por Él, pidámosle que nos mire y que nos permita verlo…

La mirada de Cristo se clava hasta lo más profundo del corazón: el hombre, Jesús de Nazaret, es al mismo tiempo el Dios verdadero, el Dios que nos ha creado con vistas a una vocación y a una misión. Nuestra mirada, en cambio, no llega tan lejos. Al mirarlo, escuchamos las palabras «He aquí el Cordero de Dios», o recibimos un nuevo nombre, como sucedió a Pedro. En un primer momento todo llega desconocido. Aún hay muchas verdades de fe que no percibimos plenamente, así como todavía existen nombres desconocidos dentro de nuestro propio corazón. Un misterio se abre frente a nosotros siempre que entramos en contacto con Dios.

Sin embargo, el misterio de Dios no es como una noche tenebrosa, o como un conocimiento oscuro y reservado a unos pocos «iluminados». Misterio significa una realidad por descubrir, un horizonte que poco a poco va dejando salir el sol… hasta llegar a decir un día como el apóstol san Juan: «En efecto, la Vida se manifestó, y nosotros, que la hemos visto, damos testimonio y les anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos manifestó»” (1 Juan 1, 2) Seguir a Cristo es un descubrimiento diario de una Persona fascinante. «Vengan a ver». ¿Queremos venir hoy a verlo?

«La palabra justa es precisamente compasión: el amor lo lleva a “sufrir con” ellos, a involucrarse en la vida de la gente. Y el Señor está siempre ahí, amando primero: él nos espera, él es la sorpresa. Es precisamente esto lo que le sucede a Andrés cuando va a Pedro y le dice: “Hemos encontrado al Mesías, ¡ven! Pedro va a Jesús, este lo mira y le dice: “¿Tú eres Simón? Serás Pedro”. Lo esperaba con una misión. Antes lo había amado Él».

(Cf Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Dedicaré diez o quince minutos de adoración eucarística.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cercanía del Papa con Indonesia tras el terremoto: "Rezo por los fallecidos"

Tras conocer la trágica noticia del terremoto acaecido hoy en la isla de Célebes, Indonesia.

En relación con el terremoto que ha tenido lugar hoy, 15 de enero de 2021, en Indonesia, el Papa Francisco ha enviado un telegrama firmado por el cardenal Secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin, en el que transmite a las correspondientes autoridades eclesiásticas y civiles del país, su profundo pésame "ante la triste y trágica pérdida de vidas, así como por la destrucción de propiedades causadas por el violento terremoto en el país".

Tal como se lee en el telegrama, Su Santidad el Papa Francisco expresa su más sincera solidaridad con todos los afectados por este desastre natural.

Asimismo, el Santo Padre "reza por el descanso de los fallecidos, la curación de los heridos y el consuelo de todos los que sufren".

En particular, el Pontífice alienta a las autoridades civiles y a los que participan en los continuos esfuerzos de búsqueda y rescate. Finalmente, Francisco invoca las bendiciones divinas de fuerza y esperanza.

Las religiones, ¿son todas iguales?

¿Es posible proponer hoy el cristianismo como verdad, como camino de salvación? ¿No constituye un gesto de arrogancia intolerante? Las religiones, ¿son todas iguales?

Por: Card. Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe | Fuente: Fe, verdad, tolerancia – El cristianismo y las religiones del mundo

“Fe, verdad, tolerancia – El cristianismo y las religiones del mundo”, es el más reciente libro del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

¿Es posible proponer hoy el cristianismo como verdad, como camino de salvación? ¿No constituye un gesto de arrogancia intolerante? Las religiones, ¿son todas iguales?

El Card. Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe realiza una contribución personal sobre este debate en “Fe, verdad, tolerancia – El cristianismo y las religiones del mundo”, su nuevo libro de algo menos de 300 páginas, que acaba de publicarse en italiano.

Aquí algunas respuestas que ofrece:

La diferencia cristiana

El cristianismo, ¿no es en el fondo una religión como cualquier otra? ¿No es más que una visión de Dios a la europea? Recordando que el cristianismo no nació en Europa, ni está ligado exclusivamente a Europa, el cardenal comienza demostrando cómo en realidad el cristianismo se diferencia radicalmente del resto de las religiones. De hecho, aclara que no todas las religiones son iguales.

Pluralismo religioso

Si no todas las religiones son iguales, entonces ¿cuál es la relación entre el cristianismo y el resto de las religiones?

Sobre este tema el Purpurado hace frente a planeamientos equivocados que sostienen que «sólo la fe cristiana puede salvar y las religiones no serían caminos de salvación» o que «el cristianismo estaría presente en todas las religiones, o viceversa, todas las religiones estarían orientadas hacia el mismo», o que «la diversidad de religiones ha sido querida por el mismo Dios y todos son caminos de salvación».

Ratzinger considera que estas respuestas constituyen un camino equivocado. En realidad —explica— se basan en una comprensión superficial de las religiones.

El dogma del relativismo

En el nuevo mundo sin dogmas, hay un dogma que se impone, el del relativismo, según el cual todas las opiniones son verdaderas (aunque sean contrapuestas) y, por tanto, todas las religiones son verdaderas (o lo que es lo mismo, si se es lógico, todas son falsas).

«Este relativismo, que hoy, como sentimiento fundamental de la persona iluminada se extiende ampliamente incluso dentro de la teología, es el problema más grande de nuestra época», considera Ratzinger. Desde esta perspectiva, la época moderna sería la del fin de las religiones.

Según el Cardenal, aquí se encuentran «las grandes tareas del momento histórico presente. Sin duda, la misión cristiana debe comprender las religiones y acogerlas de manera más profunda de lo que ha hecho hasta ahora, pero las religiones, para que siga viviendo lo mejor de ellas, tienen necesidad a su vez de reconocer su carácter de Adviento, que les refiere a Cristo. En este sentido, si seguimos las huellas interculturales en la búsqueda de la verdad, una y común, tendrá lugar algo inesperado».

San Antonio Abad, inaugurador de la vida eremítica

Aprender sobre la vida de San Antonio Abad

VIDA

La vida eremítica siempre ha despertado una gran curiosidad y admiración. ¿Cuándo nacieron, cómo vivían y qué hacían los famosos “padres del desierto”? Pablo de Tebas es el primer eremita de quien tenemos noticia, pero no cabe la menor duda de que san Antonio abad le gana en fama mundial. Lo que sabemos entorno a este santo tan popular nos ha llegado a través de la biografía (cf. Vida) que san Atanasio, patriarca de Alejandría y amigo suyo, escribió en el año 357.

San Antonio Abad

San Antonio nació hacia el 250 en Queman, al sur de Menfis, Egipto. A los 18 años quedó huérfano, con una hermana más pequeña y un rico patrimonio que no le duró mucho tiempo: entrando un día en la Iglesia escuchó esta lectura del Evangelio: «Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…». Así lo hizo: vendió todo lo que tenía, dio el dinero a los pobres, confió el cuidado de su hermana a unas vírgenes consagradas y se retiró al desierto para buscar a Dios en la soledad.

Se refugió en una tumba excavada en las montañas, pero su fama de santidad no tardó en propagarse. Unos acudían hasta el refugio para buscar consejo, otros para pedir milagros, y otros aún –los menos ciertamente– iban dispuestos a quedarse para imitar su estilo de vida. Acogía a todos con gran espíritu de caridad y, cuando en el 305 decidió abrir su retiro a quienes anhelaban quedarse con él, no tardó en poblarse de eremitas.

En el 311, durante la persecución de Maximino Daja en Egipto, san Antonio, con algunos de sus monjes, se dedicó a confortar a los cristianos. Después se retiró al desierto del alto Egipto buscando siempre mayor soledad y penitencia. No obstante la dureza de sus penitencias, tenía un gran sentido de equilibrio y prudencia, por ello, a los eremitas que se ponían bajo su dirección no les permitía hacer sacrificios extravagantes. Más que la austeridad misma, san Antonio recomendaba la pureza de alma y una gran confianza en Dios.

Preocupado por la fama que había adquirido sin buscarla, en el 312 quiso huir uniéndose a una caravana de beduinos y adentrándose en el desierto hasta llegar al monte Coltzim. Pero sus discípulos no tardaron en encontrarlo y fueron estableciéndose en las cercanías formando pequeñas comunidades a las que el santo visitaba de vez en cuando. De esta forma tan sencilla y sin buscarlo, nuestro santo dio inicio a lo que más tarde se conocería como “vida cenobítica” o “monástica". Más allá de sus dotes carismáticas y de los milagros que rodearon su vida, san Antonio fue un verdadero padre para sus monjes, hombre de una espiritualidad incisiva y siempre fiel a la esencia del mensaje evangélico. La tradición dice que murió entorno al 356.

APORTACIÓN PARA LA ORACIÓN

La vida de este santo ha sido fuente de inspiración para muchos fundadores de órdenes monásticas y su mensaje de confianza ilimitada en Dios sigue siendo actual. Ante las tribulaciones que le venían, bien sea de las tentaciones que el demonio le presentaba o bien de su anhelo de soledad frustrado por la gente que lo buscaba, supo mostrarse siempre alegre, precisamente por su confianza en Dios. Esta virtud fue, tal vez, una de las más vividas por San Antonio y que solía animar a todos a pedirle continuamente a Dios en su oración.

Y otro punto fundamental de su doctrina era la meditación de los novísimos (la muerte, el juicio, el purgatorio, el infierno, el cielo, …). Según el Abad de Egipto, esta contemplación fortalecía el alma contra las pasiones y el demonio. Si viviésemos, decía, como si hubiésemos de morir cada día, no pecaríamos jamás. Y esta oración debe ir acompañada del sacrificio, la humidad, el amor a los pobres, la suavidad de las costumbres y, sobre todo, de un ardiente amor a Cristo.

¿De dónde sale la religión?

La religión nos conduce a la felicidad eterna.

El hombre es un ser inteligente, y por lo mismo, se plantea la explicación última de todas las cosas y el sentido de su vida.

En lo más profundo, se da cuenta de que él no es -ni puede ser- el máximo ser en perfección (¡no soy Dios!) y que él mismo no explica su existencia (mi propia existencia no puede explicarse a partir de mí mismo), ni su vida (lo que soy y cómo soy no se debe a mi decisión).

Experimenta también una fuerza irresistible hacia la felicidad, y comprueba que nada ni nadie la puede satisfacer en este mundo.

Todo esto lo hace un ser esencialmente religioso.

Busca alguien más grande, más pleno, más perfecto... y cuando lo encuentra lo reconoce como ser supremo: el único que puede darle la felicidad para la que se da cuenta ha sido creado, y que anhela con todo su ser. Y por eso mismo se abre al El.

Ahora bien, ¿es todo esto un mero invento destinado a saciar apetencias de grandeza y sueños de felicidad del hombre?

¿Es razonable ser creyente?

Comencemos planeándonos la alternativa de fondo: Dios o el azar, la lógica divina o la irracionalidad, la causalidad divina (una causa inteligente) o la casualidad arbitraria. Aquí radica todo.

Así lo explicaba Benedicto XVI en Ratisbona:
“Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.

Los cristianos decimos: "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 Pe 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.

Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta: ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros”. (Homilía en Ratisbona, 12.9.06).

Encontrar a Dios supone encontrar el origen de sí mismo; y, por tanto, la razón de la propia existencia.

¿Qué es una religión?

Toda religión es un modo concreto de llegar a Dios: un camino de acceso a la divinidad, al Creador del universo (y de nosotros mismos).

Todas ellas implican una concepción de Dios y del mundo, a la que siguen unos modos de relacionarse con ambos, de rendir culto (ritos de adoración) y de vivir (un moral).

Básicamente en esto consisten todas las religiones: hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo, etc.

En general, se podría decir que hay dos modos de plantearse la religión:

1. Ascendente: el hombre busca caminos hacia su Creador: se esfuerza por llegar, se “estira” para alcanzar a Dios: conocerlo, agradarlo, honrarlo.

2. Descendente: Dios que se dirige al hombre y se revela, lo salva y le muestra el camino de salvación.

En el primer modo el hombre sigue el impulso interior que lo lleva a buscar a su Creador y su plenitud. Es elogiable y muestra una excelente intención. Pero por este camino podrá llegar tan lejos como sea capaz... lo que siempre será poco. El ascenso humano hacia Dios es claramente insuficiente para alcanzar a Dios de modo pleno. Por muy valioso que sea -y lo es-, su resultado no puede no ser una religión humana; es decir, hecha por hombres. Con muchos elementos verdaderos, algunos inventos de la imaginación humana, y también los inevitables errores reflejo de las limitaciones del hombre.

Una religión a la “medida del hombre” es una religión solamente humana.

En cuanto a su origen, resulta evidente que la religión verdadera sólo puede venir de lo alto: “de arriba”, de Dios. No puede ser creación del hombre: sólo si viene de Dios será divina.

La religión verdadera necesariamente tiene que ser superior a nosotros: nos supera precisamente porque es divina. Dios es más grande que el hombre. Su ser y su verdad no pueden no superarnos. Lo que viene de El, supera nuestras capacidades. Los conceptos humanos son “chicos” para contener la verdad divina y las palabra humanas son incapaces de expresarla.

De manera que una religión que venga de Dios necesariamente deberá incluir elementos que no entiendo plenamente porque superan mi capacidad de entender: es lo que llamamos misterios. Su aceptación requiere de la fe.

Este es un punto de partida claro: se necesita fe: ¡por definición! Mis razonamientos se quedan cortos ante lo divino. Acepto lo que Dios revela, no en base a planteamientos humanos, sino por su origen divino. Es bueno que sea así: si la religión cupiera en nuestra razón... sería demasiado pequeña.

Por tanto, no soy árbitro, no decido: acepto una realidad que viene de lo alto y que existe independientemente de mí. Una realidad grandiosa, que lejos de humillarme, me engrandece.

Una religión que no viene de Dios es una producción humana. Esto es obvio. En cambio si viene de Dios, es divina. Una religión que no sea divina ¡no sirve!

La religión divina no es una imposición, es un regalo. El mayor don posible: la llave de acceso a Dios.

Veámoslo con un ejemplo: un maestro en su colegio podría limitarse a mirar el trabajo de sus alumnos, su empeño para aprender a sumar, a escribir, etc. Si no mediara una enseñanza previa, por más notables que fueran los esfuerzos de los chicos, estaría muy claro que no llegarían a conseguir resultados satisfactorios. Quizás algunos más inteligentes se aproximaran un poco a la verdad, pero siempre de modo insuficiente: necesitarían mucho tiempo y esfuerzo para llegar a los conocimientos que tiene su maestro, que a su vez los recibió de sus propios maestros.... Todos necesitan -necesitamos- una guía. Y confiar en la enseñanza del maestro (máximamente cuando el “Maestro” es Dios mismo).

De manera que podríamos concluir que la religión divina no se “construye” según opiniones humanas. No la hacemos los hombres. La religión viene de lo alto. Y sólo puede venir de lo alto. Todas las religiones humanas son un esfuerzo muy meritorio, pero no pueden llegar muy lejos.

La realidad no se “decide” por mayoría. Ni la intramundana ni la divina. Las cuestiones de religión tampoco dependen de estadísticas sociológicas. No son meras opiniones personales: hacen referencia a la realidad sobrenatural: el Creador, el sentido de lo creado, al proyecto divino para el mundo y el hombre, la realización personal, el acceso a Dios, la vida después de la muerte, etc.

Además no todas las opiniones valen lo mismo: las hay verdaderas y falsas, más y menos fundadas, razonables o insostenibles. No es lo mismo torturar que dar de comer al hambriento, por más convencido que esté quien tortura de que así le hace un bien a la humanidad.

El relativismo no tiene sentido. No cierra por ningún lado. De hecho, no es posible “funcionar” en clave relativista en ningún ámbito de la vida concreta: ni para alimentarse, trabajar, tratar los seres queridos, hacer inversiones, usar una computadora, salir de viaje...

La cultura moderna circunscribe el relativismo (“todo es lo mismo”, “no hay opciones mejores o peores”, “todas las religiones conducen a Dios”, etc.) sólo al campo de las cuestiones más importantes de la existencia: las que hacen al sentido de su vida, la religión y la moral. Es una opción realmente no racional, que carece de sentido. Sólo tendría sentido si Dios no existiera y la religión fuera un cuento para niños.

Pero existe un mundo superior a nosotros. Puede ser difícil buscarlo, pero renunciar a su búsqueda no es sensato.

En este terreno es obvio que necesitamos fe. Sin fe no se puede acceder a Dios. Sin fe no se puede reconocer la religión verdadera.

Por lo mismo, quien carece de fe, lejos de ser un privilegiado, tiene un problema muy serio: le falta lo que le permitiría el acceso a las verdades decisivas de su vida. Desconoce la verdad más profunda de sí mismo: de dónde viene, adonde va, cómo realizar su vida, qué sucede después de la muerte, etc. Lo que más importa conocer, está fuera de su campo visual.

Tiene que buscar el sentido de su vida, de otro modo podría vivir “entretenido” con las cosas de la tierra, pero le faltará la clave de lectura de su existencia. Si busca con sinceridad, encontrará que Dios se hace el encontradizo y recibirá la fe: porque la da Dios, es un don que se recibe.

El cristianismo es una religión revelada. Dios nos transmite la verdad sobre sí mismo y su plan para nosotros; y, además, se comunica El mismo. Es cuestión de fe. La fe se tiene o no se tiene. Es como un tesoro escondido en un campo: se encontró o no se encontró.
En materias de fe no se puede convencer a nadie: cada uno tiene que encontrar a Dios personalmente.

No se puede obligar a creer: libremente se debe aceptar a Dios y su revelación.

Se puede rezar por quien no cree para que lo encuentre. Y ayudarlo a buscar.

Pero loco sería quien pretendiese imponer a Dios sus propios gustos y modas. Y, más todavía, quien se erigiera en juez de su Creador, exigiéndoles explicaciones sobre lo que hace o permite.
No, la religión no la hacemos nosotros, para nuestra fortuna viene de lo alto; y esto es lo mejor que nos podría haber sucedido.

Pero hay más...

La religión no sólo enseña un conjunto de verdades sobre Dios, nosotros y el mundo; sobretodo comunica una vida divina: eleva al hombre sobre sí mismo para introducirlo en el mundo divino. Y nos conduce a la vida eterna. Este es el punto más importante: a través de la religión, la vida divina viene a nosotros.

La religión -si es verdadera- no sólo brinda consuelo para esta vida sino que sobre todo nos conduce a la felicidad eterna: esta es su razón de ser.

De esta manera, la religión no empequeñece la vida, llenándola de prohibiciones, sino que amplía sus horizontes, engrandeciendo las posibilidades vitales. Llena la existencia y le abre caminos insospechados. Y sobre todo nos introduce en la felicidad divina.
Por su grandeza no puede no ser exigente. Y esto, es parte de su belleza.

Ángelus del Papa: "Responder con amor a la llamada de Dios"

A la hora del rezo del Ángelus, el domingo 17 de enero, el Santo Padre alentó a los fieles a no rechazar la llamada de Dios en nuestras vidas y a responder a ella con amor.

El 17 de enero, segundo domingo del Tiempo Ordinario, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, sin presencia de fieles a causa de la Pandemia.

Reflexionando sobre el Evangelio dominical que narra el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos en el río Jordán, el día después de haber sido bautizado, el Santo Padre recordó que es precisamente Juan Bautista el que señala el Mesías a dos de ellos con estas palabras: «¡He ahí el Cordero de Dios!» (v. 36).

Encuentro con Jesús: «Hemos encontrado al Mesías»

Y aquellos dos, fiándose del testimonio del Bautista, -continuó explicando Francisco- siguen a Jesús que se da cuenta y dice: «¿Qué buscáis?» y ellos le preguntan: «Maestro, ¿dónde vives?, a lo que Jesús no contesta: «Vivo en Cafarnaún o en Nazaret», sino que dice: «Venid y lo veréis» (v. 39).

En este sentido, el Pontífice señaló que las palabras del Señor «no son una tarjeta de visita, sino la invitación a un encuentro. Los dos hombres, que resultarían ser Andrea y su hermano Simón, a quien Jesús llamará «Pedro», lo siguen y se quedan con él esa tarde, hablando, «advirtiendo la belleza de palabras que responden a su esperanza cada vez más grande».

Tras este encuentro, ambos regresan ante sus hermanos y recocen «desbordando de alegría»: «Hemos encontrado al Mesías» (v. 41).

Asimismo, el Papa profundizó sobre esta experiencia de encuentro con Cristo que nos llama a estar con Él:

“Cada llamada de Dios es una iniciativa de su amor. Dios llama a la vida, llama a la fe, y llama a un estado de vida particular. La primera llamada de Dios es a la vida; con ella nos constituye como personas; es una llamada individual, porque Dios no hace las cosas en serie. Después Dios nos llama a la fe y a formar parte de su familia, como hijos de Dios”

Por otra parte, el Santo Padre aseveró que Dios también llama a cada uno de nosotros a un estado de vida particular:

No rechacemos la llamada de Dios

«Nos llama darnos a nosotros mismos en el camino del matrimonio, en el del sacerdocio o en el de la vida consagrada. Son maneras diferentes de realizar el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros, que es siempre un plan de amor. Y la alegría más grande para cada creyente es responder a esta llamada, a entregarse completamente al servicio de Dios y de sus hermanos».

Igualmente, el Papa puntualizó que frente a la llamada del Señor, «que puede llegar a nosotros de mil maneras, también a través de personas, de acontecimientos, tanto alegres como tristes», nuestra actitud a veces puede ser de rechazo, «porque nos parece que contrasta con nuestras aspiraciones; o de miedo, porque la consideramos demasiado exigente e incómoda».

Respondamos a Dios solo con amor

Al respecto, Francisco hizo hincapié en que la llamada de Dios es amor, «y a ella se responde solo con amor».

Al principio hay un encuentro, precisamente, el encuentro con Jesús, que nos habla del Padre, nos da a conocer su amor. Y entonces, espontáneamente, brota también en nosotros el deseo de comunicarlo a las personas que amamos: «He encontrado el Amor, he encontrado el sentido de mi vida. En una palabra: He encontrado a Dios».

«La Virgen María nos ayude a hacer de nuestra vida un canto de alabanza a Dios, en respuesta a su llamada y en el cumplimiento humilde y alegre de su voluntad», concluyó el Papa.

Preces

En la mañana de este domingo, dirijamos nuestra mirada a Jesús y oremos diciendo:

R/MT ú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

La Iglesia se abre paso en medio de grandes dificultades para anunciar tu salvación,

– sostenla en su misión para que pueda llegar a todos los hombres.MR/

Señor, haznos conscientes de nuestra debilidad,

– para que pueda manifestarse tu omnipotencia y venga a nosotros tu reino.MR/

Por todos los que emigran buscando mejores condiciones de vida,

– haz que en sus lugares de destino encuentren quienes los acojan.MR/

Te pedimos por todos los niños que participan de la infancia misionera,

– que el deseo de participar en tu obra salvadora los acerque aún más a ti.MR/

Intenciones libres

Padre nuestro…

Oración

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesu­cristo.

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