Se sorprende de su falta de fe
- 03 Febrero 2021
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Blas, Santo
Memoria Litúrgica. 3 de febrero
Obispo de Sebaste de Armenia
Martirologio Romano: San Blas, obispo y mártir, que, por ser cristiano, padeció en tiempo del emperador Licinio en la ciudad de Sebaste de Armenia (Sivas de la actual Turquía) (c. 320).
Etimología: Blas = Aquel que es tartamudo, de origen latino
Breve Biografía
"Blas, obispo de Sebaste de Armenia, es un personaje bastante incierto desde el punto de vista histórico, pero todavía goza de mucha popularidad por un milagro que se le atribuye y que ha perpetuado la conocida bendición contra el mal de la garganta. En efecto, se conoce en su Pasión que mientras llevaban al santo al martirio, una mujer se abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y permaneció en oración.
Un instante después el niño estaba completamente sano. Este episodio lo hizo famoso como taumaturgo en el transcurso de los siglos, y sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.
Gracias a esta tradición, el nuevo calendario litúrgico ha colocado en este día la memoria del santo, aunque se trata de un personaje históricamente incierto. San Blas fue obispo de Sebaste a comienzos del siglo IV, y sufrió la persecución de Licinio, el colega del emperador Constantino. Puede, pues, considerarse como uno de los últimos mártires cristianos de esa época.
Era el año 316. Parece que San Blas, siguiendo la advertencia del Evangelio, huyó de la persecución y se refugió en una gruta.
La leyenda, como de costumbre, abunda en particulares amenos y nos presenta al anciano obispo rodeado de animales salvajes que lo visitan y le llevan alimento; pero como los cazadores van detrás de estos animales, el santo fue descubierto y llevado amarrado como un malhechor a la cárcel de la ciudad. A pesar de los prodigios que el santo hacía en la cárcel, lo llevaron a juicio y como no quiso renegar de Cristo y sacrificar a los ídolos, fue condenado al martirio: primero lo torturaron y después le cortaron la cabeza con una espada.
Con una mirada y corazón de niño
Santo Evangelio según san Marcos 6, 1-6. Miércoles IV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, quiero conocerte, quiero ser tu amigo y estar aquí sin preocuparme por nada más que por estar contigo. Hoy no te quiero pedir milagros brillantes sólo te pido que me des fe para descubrirte en el mayor milagro que es la Eucaristía. Enséñame a verte en el pan; a descubrir que en ese pequeño trozo de pan está el mismo Dios; a encontrar en el silencio del sagrario las palabras que mi corazón necesita.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 6, 1-6
En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: “Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
A veces es necesario tener ojos de niños para descubrir en las cosas más sencillas algo grande. ¡Cuántas veces uno puede perderse la alegría de la vida por sus prejuicios! Pensemos en un niño, no tiene problema en pasarse un buen día jugando con un niño de la calle, no tiene miedo a hacer preguntas incómodas, no tiene vergüenza. En fin, un niño sabe ver en un trozo de pan al mismo Dios, sabe orar con Jesús como con un amigo y no tiene miedo de decir a sus amigos que su mejor amigo es Jesús.
Y lo que pasa en el Evangelio de hoy es lo contrario de lo que nos enseñan los niños. Los nazarenos ven a Jesús en carne y hueso, escuchan sus grandes palabras y se dan cuenta de sus milagros. Y, ¿qué es lo que pasa? Nada. Absolutamente nada. Su corazón queda más frío que una piedra porque lo ven todo con miradas humanas. Ven la situación en un plano horizontal. Entonces comienzan con los comentarios típicos de personas envidiosas, ¿pero éste no es así o asá? ¡Hombre, pero si conocemos bien a éste y no nos va a sorprender! No saben ver con los ojos de los niños que ven más allá.
Y tal vez nos puede pasar lo mismo a nosotros. Tal vez vamos a misa con ojos humanos y no descubrimos el gran milagro. Vemos en el sacerdote a un hombre, que tiene tal y cual defecto pero no nos maravillamos que Dios esté en ese hombre tan frágil; no nos maravillamos de la vocación sacerdotal y por eso se escuchan tantas críticas contra el «cura». Puede pasar que no escuchemos con fervor las palabras del Evangelio porque estamos acostumbrados y poco a poco vamos cerrando el corazón. En fin, puede pasar que no veamos el gran regalo de la Eucaristía y comulguemos como si tomásemos cualquier cosa, sin darnos cuenta que es Dios que viene a nuestros corazones.
Jesús, renueva nuestro corazón para que te descubramos en todos los acontecimientos de nuestra vida, para que sepamos ver tu mano amorosa en nuestra historia y nos maravillemos de cada día. Que podamos ver en el prójimo las grandes cualidades que tienen y no los veamos esperando a ver dónde fallan. Finalmente te pido que aprendamos a ver en los sacramentos un momento especial donde Tú vienes a nosotros y nos llenas de tu amor y de tu misericordia.
«Antes de nada reconocer a Jesús, conocer y reconocerle. En su tiempo, el apóstol Juan, al inicio de su Evangelio, dice que muchos no le reconocieron: los doctores de la ley, los sumos sacerdotes, los escribas, los saduceos, algunos fariseos. Es más, le persiguieron, le mataron. La primera actitud que hay que tener es conocer y reconocer a Jesús; buscar cómo era Jesús: ¿a mí me interesa esto? Una pregunta que todos nosotros debemos hacernos: ¿a mí me interesa conocer a Jesús o quizás interesa más la telenovela o las charlas o las ambiciones o conocer la vida de los demás? Se debe conocer a Jesús para poderle reconocer. Y para conocer a Jesús está la oración, el Espíritu Santo, sí; pero un buen sistema es tomar el Evangelio todos los días».
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 9 de enero de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Hoy, Jesús, voy a pasar un momento a la Eucaristía para contemplar con una nueva mirada y un nuevo corazón este gran milagro.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Un hombre a quien Dios llamó padre
Un hombre sencillo, como todos; y sin embargo era un hombre como ninguno.
Lo llamaban el carpintero. Y, ciertamente, era un hombre trabajador. Mantenía a su familia con el sudor de su frente. Un hombre sencillo, como todos; y sin embargo era un hombre como ninguno. José era el padre de Jesús.
Cristo, siendo Dios, sabía desde siempre de quién era Hijo. Pero también era plenamente hombre y seguramente tuvo que aprender sobre su Padre con el ejemplo de un papá de carne y hueso. Más aún: el Hijo de Dios era bien consciente de la persona que escogía para su infancia en la tierra: y habrá elegido la imagen más cercana a la paternidad divina.
Años más tarde, todo Israel escucharía el mensaje de ese Jesús de Nazaret. Hablaba a la gente de un Padre en los cielos. Nutría a los pobres con la esperanza en el Padre providente: poderoso y tierno a la vez, grande pero atento a los pequeños, justo y misericordioso… ¿De dónde le venían estas palabras? ¿Quién le había enseñado así? ¿No era acaso el hijo de José? (Cf. Lc 4, 22)
San José era un hombre de autoridad: la sangre de tantos reyes corría por sus venas. Pero el poder que ejercía no era como el de quien gobierna para sí mismo. Incluso antes de casarse, José tiene su centro de atención en los demás: decide repudiar en secreto a María, para no llevarla al escándalo ni a un castigo según la ley de Moisés.
Su autoridad es un servicio, es darse sin reservas, es hacer un regalo de lo que le pertenece. Lo podemos imaginar trabajando horas extra para comprarle un vestido nuevo a María. Y al volver, cansado de una jornada larga y pesada, después de desgastarse bajo el sol, no niega sus preciosas horas de descanso. Ahí lo vemos al caer la tarde explicando a Jesús algún texto de Moisés o de los Profetas… Y más que su sueldo o su tiempo, todo su proyecto de vida se había convertido en su esposa y su hijo, pues no pasó a la historia como un rico mercader, o un líder de masas; simple y sencillamente lo conocemos como el esposo de María y el padre “adoptivo” de Jesús. Nada menos que Jesús y María; su grandeza era su familia.
El poder del servicio se convirtió en poder de defensa cuando fue necesario. Jesús nació en un establo no lejos del campo; alguien tenía que estar vigilando para que no se acercaran bestias salvajes. Si el rey David fue valiente para matar un león mientras cuidaba las ovejas en esos mismos campos de Belén, ¡qué no haría José, descendiente de David, por custodiar a su familia! Después, inesperadamente, tuvo que partir con María y Jesús lejos de Judea y de Herodes. ¡Cuánta atención y esfuerzo para no dejar rastros de la huida! ¡Cuántas noches sin dormir en medio del desierto para asegurarse que no había ladrones o que no los seguían los soldados para matar al Niño! Precisamente ese Niño que sería el Salvador de Israel… ¡Qué gran responsabilidad era asegurarse de que Jesús creciera sano y fuerte!
¿Cómo ejerce José esta custodia?
Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús. (Papa Francisco, 19 de marzo 2013)
San José, además, era un hombre con un gran liderazgo. Curiosamente, era el más “pequeño” en la casa, pues Jesús era Dios y María no tenía ninguna mancha de pecado… ¿Qué había en él, que había cautivado a María desde el primer momento? ¿Qué tenía él, un pobre pecador, que el Rey de reyes le obedecía con tanta mansedumbre?
Tal vez él no se daba cuenta, pero María y Jesús se fijaban en algo que relucía en cada gesto de José: era un hombre justo, que vivía en constante unión con Dios. María se habrá impresionado ante la respuesta de José después de los sueños: la recibió en su casa inmediatamente, y en Belén lo dejó todo en un día para huir a Egipto. Y después, cuando ya tenían una vida tranquila en aquel país, de repente venderlo todo y regresar a Nazaret. José era todo un patriarca, y sin embargo no había podido instalarse en una ciudad por mucho tiempo. Siguiendo la voz de Dios lo había abandonado todo en pos de una promesa, como Abraham. Hacía allá guiaba a su familia. Y no una, sino tres veces: vender la casa, dejar el trabajo, comenzar una vida de nuevo. Siempre atento a la voz del Señor, siempre dispuesto a cumplir su Voluntad… Muchos años después, Jesús dirá a la multitud: “el que escucha la palabra de Dios y la cumple, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50) No mencionó la palabra “padre”; esa estaba reservada para su verdadero Padre, pero también esa palabra la había ganado ya San José después de una vida de docilidad al Padre del cielo.
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia.
Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio… José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. (Papa Francisco, 19 de marzo 2013)
Jesús en su misión se convirtió también en padre. Al paralítico que bajan del techo lo llama “hijo” (Mt 9,2), y lo mismo a la mujer que tocó su manto: “Hija, tu fe te ha salvado.” (Mc 5, 34) No fueron hijos según la carne, como tampoco lo fue Cristo respecto a José, pero ambos hicieron brillar la faceta más bella de la paternidad. Pues ser padre es dar lo mejor de sí y dar la propia vida todos los días.
La tristeza interior es un gusano que nos come por dentro
XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada presidida por el Papa Francisco.
La paciencia. Es esta la palabra entorno a la que el Papa Francisco ha guiado su homilía de hoy, durante la Santa Misa dedicada a la hodierna XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El Papa ha puesto de ejemplo la paciencia de Simeón para demostrar a los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de la Sociedad de Vida Apostólica que hay tres “lugares” en los que la paciencia toma forma concreta.
La paciencia de Simeón
“Observemos atentamente la paciencia de Simeón – dice el Papa – quien durante toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón”. Francisco asegura que Simeón tomó la paciencia “en la oración”, “pues aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad”. Además – añade – “caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y sin embargo la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido y decepcionado; sin embargo, no perdió la esperanza. Con paciencia, conservó la promesa, sin dejarse consumir por la amargura del tiempo pasado o por esa resignada melancolía que surge cuando se llega al ocaso de la vida”.
La paciencia conduce a la conversión
Pero – pregunta el Papa – “¿De dónde aprendió Simeón esta paciencia?”, “la recibió de la oración y de la vida de su pueblo, que en el Señor había reconocido siempre al «Dios misericordioso y compasivo, que es lento para enojarse y rico en amor y fidelidad»”, “el Padre – prosigue – que incluso ante el rechazo y la infidelidad no se cansa y concede una y otra vez la posibilidad de la conversión”. Por tanto, para el Papa Francisco, la paciencia de Simeón es “reflejo de la paciencia de Dios” y con su paciencia “nos conduce a la conversión y nos enseña la resiliencia”.
¿Qué es la paciencia según Francisco?
¿Qué es la paciencia? El Papa Francisco ha respondido a esta pregunta: “No es una mera tolerancia de las dificultades o una resistencia fatalista a la adversidad. La paciencia no es un signo de debilidad: es la fortaleza de espíritu que nos hace capaces de “llevar el peso” de soportar los problemas personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan”.
Los tres “lugares” en los que la paciencia toma forma concreta
El Pontífice, después de poner el ejemplo de Simeón, ha explicado a los miembros de los institutos de la Vida Consagrada las tres ocasiones en las que deben tener paciencia: en la vida personal, en la vida comunitaria y ante el mundo, pues tal y como ha asegurado, “la paciencia nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos, a nuestras comunidades y al mundo con misericordia. Son retos para nuestra vida consagrada: no podemos quedarnos en la nostalgia del pasado ni limitarnos a repetir lo mismo de siempre. Necesitamos la paciencia valiente de caminar, de explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere”.
En nuestra vida personal
“A veces, el entusiasmo de nuestro trabajo no se corresponde con los resultados que esperábamos, nuestra siembra no parece producir el fruto adecuado, el fervor de la oración se debilita y ya no somos inmunes a la sequedad espiritual” ha dicho el Pontífice. Con estas palabras, ha querido recordar que aunque en la vida de consagrados puede ocurrir que la esperanza se desgaste por las expectativas defraudadas, se debe ser “paciente con nosotros mismos” y “esperar con confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas”.
“Recordar esto – ha dicho - nos permite replantear nuestros caminos y revigorizar nuestros sueños, sin ceder a la tristeza interior y al desencanto”, pues, “la tristeza interior en nosotros los consagrados es como un gusano que nos come desde adentro, huyan de la tristeza interior”.
En la vida comunitaria
En cuanto a las relaciones humanas, especialmente cuando se trata de compartir un proyecto de vida y una actividad apostólica, Francisco asegura que “no siempre son pacíficas”: “A veces surgen conflictos y no podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la persona o a la situación: hay que saber guardar las distancias, intentar no perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad”. Además – dice – “no se deben confundir por las tempestades, pues nunca podremos hacer un buen discernimiento en la vida si nuestro corazón esta agitado”. En nuestras comunidades – continúa – “necesitamos paciencia mutua, es decir, soportar y llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana, incluso sus debilidades y defectos”. Un consejo del Papa para nunca olvidar esto es que “el Señor no nos llama a ser solistas, sino a formar parte de un coro, que a veces desafina, pero que siempre debe intentar cantar unido”.
La paciencia ante el mundo
Por último, el Papa habla de la paciencia ante el mundo y vuelve a poner de ejemplo a Simeón y Ana, quienes cultivaron en sus corazones la esperanza anunciada por los profetas, aunque tardó en hacerse realidad y creció lentamente en medio de las infidelidades y las ruinas del mundo. “Necesitamos esta paciencia para no quedarnos prisioneros de la queja: “el mundo ya no nos escucha”, “no tenemos más vocaciones”, “vivimos tiempos difíciles”... A veces sucede que oponemos a la paciencia con la que Dios trabaja el terreno de la historia y de nuestros corazones la impaciencia de quienes juzgan todo de modo inmediato, y así – concluye – perdemos la virtud más bella: la esperanza. Tantos consagrados y consagradas que pierden la esperanza por la paciencia”.
Dos consejos del Papa a los consagrados
Al final de la Eucaristía, el Papa Francisco dió dos consejos a los consagrados y consagradas: morderse la lengua y tener sentido de humor: "Huyan de los chismes, aquello que asesina a la vida comunitaria son los chismes, no hablen de los demás. Hay una medicina que está muy cerca de casa: morderse la lengua" ha dicho Francisco. Y luego, el otro consejo que les recomienda en la vida de comunidad: "no pierdan el sentido del humor, esto nos ayuda tanto, es el anti-chisme, saber reírse de sí mismos, de las situaciones, también de los demás un poco, pero no perder el sentido del humor. Esto que les recomiendo no es un consejo muy clerical, pero es muy humano".
Cuando tienes que lanzar el ancla
Sembrando Esperanza II. Cuando tu fe, esperanza y caridad son reales y prácticas, estás preparado para enfrentar la tempestad que sea.
La vida nos deparará muchas sorpresas, muchas de ellas llegarán de forma intempestiva e inesperada, es como una tormenta que llega de repente sin avisar; en ese instante, utilizamos todos los recursos a nuestro alcance y dependiendo de la agilidad y astucia con que nos movamos, saldremos airosos y vencedores de estos momentos de angustia.
Todo sería tan fácil como seguir los consejos de este buen escritor inglés: lanza tu ancla y asegura tu barco, así la tempestad pasará sin dañarte.
Un escritor inglés, del siglo pasado, cuenta en una de sus obras que en la playa cerca de su casa, una cosa muy interesante podía ser vista con frecuencia:
Un navío lanzando su ancla en el mar enfurecido.
Difícilmente existe una cosa más interesante o sugestiva que esa. El navío danza sobre las olas, parece estar bajo el poder y a la merced de ellas.
El viento y el agua se combinan para hacer del navío su juguete. Parece que va a haber destrucción; pues si el casco del navío fuera lanzado sobre las rocas, sería despedazado.
Pero observamos que el navío mantiene su posición. Aunque a primera vista parece un juguetito desamparado a merced de los elementos, el navío no es vencido.
¿Cuál es el secreto de la seguridad de este navío?, ¿cómo puede resistir las fuerzas de la naturaleza con tanta tranquilidad?
¡Existe seguridad para el navío en medio de la tempestad, porque él está anclado! La cuerda a la cual él está amarrado no depende de las aguas, ni de cualquier otra cosa que fluctúe dentro de ellas, ella las atraviesa y está fijada al fondo sólido del mar.
No importa cuán fuerte el viento sople o cuán altas sean las olas del mar... su seguridad depende del ancla que está inmóvil en el fondo del océano.
Muchas veces nos sentimos en medio de una tormenta, siendo tirados por las olas de la vida para arriba y para abajo y azotados por el viento de la adversidad.
Nos parece, algunas veces, que no conseguiremos sobrevivir a determinados períodos de nuestras vidas.
Sin una vida espiritual, sin una fe sólida, sin una esperanza gozosa y un amor desinteresado, nuestra vida es como un navío sacudido por el mar enfurecido por las circunstancias incontrolables de la vida; mas, confiando en Dios, experimentamos su presencia y amor como el ancla de nuestra vida, nos sentimos fortalecidos y esperanzados.
Esa esperanza mantiene segura y firme nuestra vida, así como el ancla mantiene seguro el barco.
Cuando tu fe, esperanza y caridad son reales y prácticas, estás preparado para enfrentar la tempestad que sea... Pide al Señor que te las dé, fortalécelas mediante actos concretos, pero sobre todo, lanza tu ancla y clávala en DIOS...
El éxito se forja con esfuerzo, tenacidad y constancia. Nadie nace en la cima del triunfo, se va escalando día a día.
Cuánto desearíamos ser reconocidos como hombres ilustres, ser aclamados como insignes, ser aplaudidos como lo fue un día Alejandro Magno o Aníbal.
Digamos que en cierto modo la fama es una aspiración universal; pero son pocos los que encuentran la receta, siendo esta tan fácil.
Pensemos que los hombres conspicuos, cuyos nombres van y vienen de boca en boca por los siglos, tuvieron que comenzar desde cero a construir la gloria de su nombre. Porque ningún hombre nace con fama, y mucho menos, se ha tropezado con ella por casualidad; es como querer encontrar un trébol en el Sahara.
Los nombres más célebres lo son, gracias a las voluntades intrépidas de quienes los llevaron. Por ejemplo, todos pensamos que la figura de Napoleón es el emblema de los militares más brillantes de todos los tiempos; y adjudicamos su fama a las tremendas hazañas bélicas con las que hizo y deshizo las fronteras de su imperio tamaño Europa.
Pero pocas personas otorgan estas glorias militares al Bonaparte, que con tanta ambición, con tanta audacia explotó sus talentos. En su juventud, el corso tuvo que poner mucha voluntad para formarse. Leía con voracidad y soñaba con prestar brillantes servicios a su tierra. Era pésimo en el estudio del Latín, pero era magnífico para la historia y la geografía, lo cual, aprovechó al máximo. Además, en sus lecturas recibió una poderosa influencia de los héroes clásicos.
Así, Napoleón Bonaparte se formó con tesón, y posteriormente, conquistó la cumbre de la fama. Y hoy es un hecho lo que su epitafio anuncia: Hic cinera. Ubique nomen. (Aquí yacen sus restos, pero su nombre está por todas partes).
Otro buen ejemplo puede ser el del mago de lo abstracto, Isaac Newton. En sus años de adolescencia, el físico inglés, fue siempre un muchacho serio, pensativo y silencioso. Ocupó los últimos lugares de la clase; pero con empuje y tenacidad, logró colocarse en el primer lugar de toda su clase y, años después, fue nombrado presidente de la Royal Society. Descubrió las leyes que rigen el universo, ganándose la admiración de todos los hombres, pues nadie, hasta el momento en que Einstein las reformuló, pudo llegar a tales especulaciones físico-matemáticas.
Como vemos, hasta los hombres genios tuvieron que trabajar duro. Soñaban, sí. Pero siempre despertaban. Mejor dicho, soñaban trabajando, luchando, quemando y arriesgando sus cualidades, sus talentos, para conquistar hazañas y adornar sus nombres con sus empresas.
La tenacidad y la intrepidez vive en todos. Solo hay que despertarla. Qué sería de los hombres, de ti o de mí, si nos pusiéramos a invertir nuestros talentos con voluntad decidida, férrea. Si nos decidiéramos a despertar la audacia que llevamos dentro, ¿Acaso no habría más hombres ilustres?
Bien sabemos que el hombre no es un ser meramente horizontal, sino que toda su vida está dirigida a Dios, nuestro Gozo Pleno. Por ello, en la vida espiritual no bastan los buenos ánimos y los sentimientos de querer ser grandes, sino que necesitamos de la gracia de Dios. No es grande meramente quien consigue triunfos etéreos, sino quien llega a ser santo en compañía de Dios. Sólo los santos dejan la auténtica huella en el mundo. Los santos son luz en el mundo, pues están unidos al único que fulmina para el bien con el amor: Cristo.
La vida de los santos está constituida por un don y por una respuesta personal a la gracia divina. Quizá uno de mayores dones que podemos alcanzar con la virtud y el amor es la santidad. Esta día a día se alcanza, se conserva y se aumenta por medio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. En la medida en que más creemos, esperamos y amamos a Dios y a los hombres, seremos más perfectos.
Lo más grande que podemos alcanzar es estar con Dios para toda la eternidad, es decir para aquello que jamás terminará, y por ello, tiene sentido ser santo.
Si luchamos por tener éxito en la vida a un nivel humano, ¿Por qué no hemos de vivir con mayor pasión en la lucha por ser santos? No pensemos que santo significa estar en los altares, con los ojitos en blanco, posturas torvas… ¡No! Santidad conlleva todas nuestras dimensiones naturales hacia lo que nos hace plenamente felices. Pues ya lo dijo san Juan de la Cruz: “Al final de la vida, me examinarán del amor”.
Cuando las cosas cuestan es cuando mayor sentido toman ante Dios y ante nuestros hermanos. Ser santo es arduo y está lleno de sacrificio por todas las partes en las que se mira y se trabaja. ¡Pero vale la pena!
Es muy significativo que el Papa Benedicto XVI en los últimos números de su encíclica hable de los santos. Lo realmente importante es ser santo: “La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos” (DCE 42).
Deberes del abogado católico frente a un caso de solicitud de divorcio
El abogado católico debe ser altamente profesional y realizar su función secular iluminado por los principios de la fe
1. El abogado católico debe ser altamente profesional y realizar su función secular iluminado por los principios de la fe y apegando su actuación personal y profesional a un comportamiento intachable.
2. Debe ser un punto de referencia en la profesión que desarrolla, de manera que adquiera un liderazgo en ella, de lo contrario, no podrá irradiar sus principios y convicciones en su propio ámbito laboral. Recuerden que tenemos la misión de iluminar las realidades humanas con los criterios del evangelio.
3. En el campo matrimonial el matrimonio civil no es equiparable de ninguna manera al sacramento del matrimonio, ya que el vínculo sacramental no tiene paragón con el contrato civil matrimonial y su naturaleza es bien distinta. El matrimonio sacramental permanece aunque haya un divorcio civil. El matrimonio rato y consumado es indisoluble intrínseca y extrínsecamente, es decir, no puede ser disuelto ni por voluntad de los cónyuges ni por alguna potestad humana. El divorcio civil no tiene ninguna ingerencia en el matrimonio religioso, de modo que los cónyuges siguen siendo esposos ante Dios y no pueden acceder a nuevas nupcias.
4. El papel de un abogado católico debería ser tratar de salvar, en la medida de lo posible, la unión matrimonial, de manera que ayude a los cónyuges a reflexionar y poner los medios para salvar el matrimonio. En ocasiones, se necesita un poco más de diálogo, comprensión, paciencia, sacrificio y tiempo para salvar a un matrimonio que está en problemas. Muchas veces la relación puede estar tan desgastada que no es posible salvarlo y por eso el bien de los esposos y de la familia aconseja una separación. La separación permaneciendo el vínculo se contempla en el derecho canónico.
5. Para formalizar la separación ante la Iglesia para tener una mayor tranquilidad de conciencia y no tener la obligación de volver a establecer la vida matrimonial se puede solicitar al Obispo diocesano el decreto de separación (c. 1692 § 2), presentándole los motivos legítimos que han hecho imposible la vida común (cfr. c. 1153 § 1). Por la naturaleza pública del matrimonio y su relevancia social y religiosa, se requiere la intervención de la autoridad competente (obispo diocesano) para evitar, en cuanto posible, que la separación no haya sido una decisión arbitraria o tomada a la ligera por los esposos y no se reduzca a un hecho privado entre ellos. Ahora bien, este decreto de separación no disuelve el vínculo matrimonial y, por tanto, no se permite tener acceso a nuevas nupcias.
6. En estos casos es conveniente formalizar también el divorcio civil, pues será la manera de proteger a la familia de una acción arbitraria y dañina de una de las partes, en el simple hecho de ayudarles jurídicamente a proteger el patrimonio familiar o evitar una acción jurídica o una acción injusta por parte de una de las partes. De esta manera el derecho civil también protege a la familia de una acción injusta.
7. En definitiva, el abogado católico debe buscar la defensa de la institución familiar con su acción y la protección de los cónyuges y los hijos de un matrimonio que ha fracasado y está expuesto a sufrir una injusticia o nuevos abusos. De esta manera, el abogado no actúa a favor de una mentalidad divorcista, sino actúa buscando proteger y tutelar el bien sagrado del matrimonio y de la familia (que se realiza en personas concretas, no lo olvidemos).
8. Ahora bien, el campo del abogado católico es muy amplio, pienso como botón de muestra en la dura pelea que actualmente están dando aquellos que quieren equiparar el matrimonio con la unión de parejas del mismo sexo o con uniones de hecho o con cualquier tipo de unión que no corresponde con la naturaleza de la institución matrimonial. Creo que el abogado católico tiene aquí una gran responsabilidad de hacer ver a la ciencia jurídica el camino equivocado que está tomando.
Preces
En la sinagoga de Nazaret, Jesús sorprendió por su sabiduría, pero no pudo hacer muchos milagros porque no creían en él; pidamos con confianza:
R/M Señor, aumenta nuestra fe.
Ilumina al Papa y a los obispos para que, al anunciar el evangelio, muevan el corazón de los hombres,
– y enséñanos a acoger con sencillez tus enseñanzas.MR/
Que los niños, en la catequesis, descubran la belleza del evangelio,
– y entren en una profunda amistad contigo.MR/
Ayuda a los educadores católicos para que sus enseñanzas estén guiadas por la fe,
– y por un afecto sincero hacia sus alumnos.MR/
Protege a los pobres, a los enfermos, a los que viven tristes y a los marginados,
– haz que en medio de su dolor puedan encontrar consuelo en ti.MR/
Líbranos de la tentación del egoísmo,
– y transforma nuestro corazón para que sepamos tratar con bondad a cuantos nos rodean.MR/
Intenciones libres
Padre nuestro…
Oración
Recuerda, Señor, tu santa alianza, consagrada con el nuevo sacramento de la sangre del Cordero, para que tu pueblo obtenga el perdón de sus pecados y un aumento constante de salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.
El Papa Francisco: Decir “voy a escuchar la misa” es un error
Photo by Andrew Medichini / POOL / AFP
Audiencia General. El Papa Francisco aseguró que la liturgia de la Iglesia es fuente de piedad y alimento de la oración personal.
La «Misa no puede ser solo ‘escuchada’, como si nosotros fuéramos solo espectadores».
El papa Francisco explicó que la expresión “voy a escuchar la misa” es errónea. «La Misa no puede ser solo “escuchada”, pasivamente como algo que se desliza sin involucrarnos».
En la Audiencia General de este miércoles 3 de febrero, en el Palacio Apostólico del Vaticano, el Papa predicó sobre el nexo entre la oración y la liturgia.
Incluso cuando no se celebra en un lugar convencional por necesidad. «Un cristianismo sin liturgia es un cristianismo sin Cristo». Por ello, el Papa recordó el rito que han celebrado y celebran los cristianos perseguidos, en los lugares de prisión, o en el escondite de una casa.
«Cristo se hace realmente presente y se dona a sus fieles».
Liturgia
El Papa alertó sobre «la tentación de practicar un cristianismo intimista». Es decir, una religiosidad que no reconoce a la liturgia «su importancia espiritual, hasta considerarla inútil y dañina».
Así, subrayó importancia de participar en la Misa dominical y en las celebraciones litúrgicas en general para no correr el riesgo de alimentar la propia vida espiritual «en fuentes devocionales y no en la liturgia».
El Papa recientemente indicó que quien no sigue el Concilio Vaticano II no está con la Iglesia (30.01.2021), el cual propone la liturgia como celebración de la vida y de la fe.
En este contexto, sostuvo, «la Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II subrayó la importancia en la vida de los cristianos de la divina liturgia, que es acción de Cristo, que significa y realiza principalmente su misterio pascual».
Por ello, prosiguió, «no existe espiritualidad cristiana que no tenga como fuente la celebración de los divinos misterios, porque la liturgia no es una “oración espontánea”, sino acción de la Iglesia, encuentro con Cristo mismo, que se hace presente con la fuerza del Espíritu Santo, a través de los signos sacramentales, para comunicarnos su gracia.
«Un cristianismo sin liturgia es, por lo tanto, un cristianismo sin Cristo», reafirmó.
La misa no es solo celebrada por el sacerdote…
«La Misa siempre es celebrada, y no solo por el sacerdote que la preside, sino por todos los cristianos que la viven.
¡El centro es Cristo! Todos nosotros, en la diversidad de los dones y de los ministerios, todos nos unimos a su acción, porque es Cristo el Protagonista de la liturgia», afirmó el Papa.
«Cuando los primeros cristianos empezaron a vivir su culto, lo hicieron actualizando los gestos y las palabras de Jesús, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que su vida, alcanzada por esa gracia, se convirtiera en sacrificio espiritual ofrecido a Dios. Este enfoque fue una verdadera “revolución”.
Escribe San Pablo en la Carta a los Romanos: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (12,1).
La vida está llamada a convertirse en culto a Dios, pero esto no puede suceder sin la oración, especialmente la oración litúrgica.
Este pensamiento nos ayude a todos cuando vamos a la misa del domingo. Voy a rezar en comunidad, voy a rezar con Cristo que está presente. Cuando vamos a la celebración de un Bautismo, es Cristo que celebra el bautismo.
‘Pero, padre este es un modo de decir, es una idea’. No, no lo es. Cristo está presente; en la liturgia tu rezas con Cristo a tu lado”, concluyó.
Por ultimo, el Papa saludó a los fieles de lengua española. «Pidamos al Señor que avive en nosotros la necesidad de participar en los divinos misterios, donde Cristo está presente, y que a través de la oración, especialmente de la oración litúrgica, toda nuestra vida sea un culto agradable a Dios. Que el Señor los bendiga».