El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna
- 22 Junio 2014
- 23 Junio 2014
- 22 Junio 2014
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
(Dt 8, 2-3. 14b-16ª; Sal 147; 1Co 10, 16-17; Jn 6, 51-59).
LECTURAS
“… sacó agua para ti de una roca de pedernal; te alimentó en el desierto con un maná” (Dt 8, 3). “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (1Co 10, 17). “Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.” (Jn 6, 59)
CONTEMPLACIÓN
¿Por qué, si ya hemos concluido las fiestas pascuales, la Liturgia nos ofrece más solemnidades y días festivos? Si ya hemos reiniciado el Tiempo Ordinario, ¿por qué las celebraciones en honor de la Santísima Trinidad, del Corpus Christi, del Corazón de Jesús?
Intuyo que la razón es la solicitud entrañable de la Iglesia. A la manera de lo que sucedió en el camino del Éxodo, cuando Israel atravesó el desierto y fue alimentado por Dios con el maná, así desea acompañarnos la Iglesia con el don de la Eucaristía, como viático para la andadura, a veces en pleno estío. Jesucristo se ha querido convertir en el sostenimiento de nuestra necesidad más existencial, haciéndose comida y bebida, para que ninguno perezca de hambre ni de sed. Él se ha ofrecido como Pan de vida y como agua viva, y quien participa en de su mesa su mesa y bebe de su copa se fortalece, y anticipa el banquete del reino de los cielos.
Si Dios fue solidario con su pueblo, si Jesús se quiso quedar con nosotros en forma de pan y de vino, si la Iglesia nos perpetúa el don santo del memorial de la Cena del Señor, ¿cómo podremos ser signos de esta prodigalidad de la que nos beneficiamos tan gratuitamente?
Hoy también se celebra el día de la Caridad, la llamada a poner sobre la mesa nuestros cinco panes de cebada, lo que cada uno pueda, para que los necesitados experimenten el acompañamiento del amor cristiano.
Hoy se nos invita a la adoración, a rendir la mente y el cuerpo ante el misterio del amor de Cristo, velado bajo la cortina de las especies sacramentales, Vemos pan, y en la forma de pan se oculta, discreta, la presencia real del Señor, de su oblación redentora y de su gloria.
Hoy somos llamados, junto con todas las criaturas, a cantar, bendecir, adorar al Señor, a la vez que a extender nuestras manos generosas hacia quienes pueden sentir soledad, enfermedad, o hambre.
La solemnidad del Misterio, Corpus Christi
En una sociedad plural, crítica, escéptica y muchas veces agresiva hacia la religión, encontramos notables herencias poco comprendidas o desconocidas por la mayoría de los fieles. La solemnidad del Corpus Christi, en procesión por las calles de una ciudad cosmopolita, suscita adoración, indiferencia o rechazo; sin embargo, los devotos y fieles sólo pueden postrarse ante el misterio dejando a un lado las comprensiones y reconocer, en un acto de fe, la presencia de Cristo en las especies eucarísticas.
La solemnidad esconde el patrimonio heredado por los santos y su lucha por realizar los designios queridos por Dios para la humanidad entera. Resultaría sorprendente que, en este tiempo del feminismo, de la equidad y género y la reivindicación de los derechos de la mujer, no se conociera a Juliana de Cornillón, (1193-1258) con quien tenemos una gran deuda.
En una catequesis del 17 de noviembre de 2012, el Papa emérito Benedicto XVI la puso como modelo de vida porque la Iglesia le debe un reconocimiento, no sólo por su santidad también por la instauración de la solemnidad del Corpus.
Una mujer de la edad media quien, contra lo que muchos podrían pensar actualmente, no fue una lunática de revelaciones extrañas, más bien sus hagiógrafos coinciden en afirmar que ella era de amplísima cultura “hasta el punto de que leía las obras de los Padres de la Iglesia en latín, en particular las de san Agustín y san Bernardo”. Benedicto XVI explicó cuál pudo haber sido el origen místico de la solemnidad del Corpus cuando ella, en un sueño, vio la luna en todo su esplendor, pero cruzada por una franja negra. A los 16 años, Juliana comprendió el significado de tan misterioso evento: “La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica, para la institución”. Los clérigos de su tiempo rechazaron la idea de una fiesta y la consigna de Dios hecha a Juliana para que la Eucaristía tuviera una solemnidad. Pasaron décadas para que la revelación tuviera acogida en el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, quien la instituyó en su diócesis.
A los santos, explicó Benedicto XVI, “el Señor les pide a menudo que superen pruebas, para que aumente su fe” y Juliana no fue la excepción; al contrario de otros santones e iluminados, esta mujer sometió su voluntad a la autoridad de la Iglesia y “edificaba a todos con su humildad, nunca tenía palabras de crítica o de reproche contra sus adversarios, sino que seguía difundiendo con celo el culto eucarístico”.
En esos designios de la Providencia, un hombre aceptó la causa de Juliana. Un archidiácono de la diócesis de Lieja, Santiago Pantaleón de Troyes, quien subió a la sede de Pedro sucediendo a Alejandro IV, bajo el nombre de Urbano IV, instituyó la solemnidad del Corpus en 1264 como fiesta de precepto para la Iglesia, el jueves siguiente a Pentecostés; aunque su difusión fue discreta, en el pontificado de Juan XXII (1317) tuvo un mayor arraigo.
La solemnidad del Corpus Christi en esta Ciudad encierra este patrimonio invaluable y recuerda la epopeya de los evangelizadores quienes la enraizaron entre los naturales de esta tierra enriqueciéndola con aspectos culturales únicos y que muchos desdeñan bajo el simplón argumento de la idolatría e ignorancia popular manipulada por los clérigos. Corpus Christi es el símbolo de una fe viva y creyente en un misterio incomprensible que causa escándalo y es signo de contradicción. El folclor y el colorido son la ofrenda y lo mejor que está en nuestras manos para agradecer a Dios por tan sublime sacramento. Y eso es lo que el Papa Francisco recuerda en este “ir a los demás” de la Iglesia, la piedad popular como una “fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo”. (Evangelii Gaudium, No. 126).
Y estas manifestaciones deberían incitarnos a una reflexión más profunda y pronunciar un acto de fe total. «Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad.
Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino» (CIC No. 282) Y si de verdad creemos esto, entonces nuestro ser entero debería transformarse para amar a Cristo en la Eucaristía y a los hermanos que también están en su cuerpo, la Iglesia; para comprender que la proximidad de Cristo en nuestro tiempo es signo de esperanza para redimir a México ansioso de luz y perdón. Si creyéramos que Él está en esta presencia real, nuestro país viviría en otro estado de cosas suscitando una reconciliación para desterrar el odio y violencia que nos están corroyendo.
Corpus Christi
Dt 8,2-3.14-16; 1 Co 10,16-17; Jn 6,51-58
Hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi, del Cuerpo (y de la Sangre) de Cristo, que antes celebrábamos el jueves entre semana, con procesiones eucarísticas solemnes que muchos recordaréis. De hecho, cada domingo, y cada vez que celebramos la Eucaristía, estamos celebrando la fiesta de Corpus Christi, el incomprensible misterio de la presencia efectiva de Cristo en el pan y el vino consagrados en su nombre, tal como él nos encomendó: "Esto es mi cuerpo" ..., "Haced esto en memoria mía". La forma de celebrar este gran misterio, tan sencilla y tan repetida y habitual, puede hacer que no se damos cuenta de la extraordinaria singularidad y grandeza de lo que en la fe decimos celebrar, de manera que se nos puede convertir en una mera rutina poco valorada.
En la Edad Media hubo un momento en que parecía que los cristianos tenían muy poca conciencia de lo que este sacramento significaba, y algunos promovieron que se instituyera esta fiesta del Corpus, en la que, colocando el pan consagrado en custodias valiosísimas, paseos por las calles entre flores y músicas y con espléndido cortejo de autoridades y escoltas, se esperaba que el pueblo sencillo podía valorar mejor la realidad de este misterio de la auto donación continuada del mismo Jesús.
En nuestras sociedades urbanitas y secularizadas seguramente deberá reconsiderar la eficacia y conveniencia de este tipo de celebraciones. En cambio, sí que debemos entregar seriamente a alcanzar lo que se pretendía, que es darnos cuenta de lo que realmente celebramos cada domingo (y aun cada día) superando la inconsciencia y superficialidad de una posible rutina. Propongo ayudarle a profundizar un poco en tres aspectos de la Eucaristía, que tan habitualmente - y quizás inconscientemente - celebramos.
1. Presencia efectiva y actual de Jesús en nuestras vidas. Los cristianos no vivimos sólo del recuerdo de la doctrina de un gran maestro de hace dos mil años. Este maestro es realmente viviente y actuante entre nosotros, ya que, cuando se despedía de los suyos, nos aseguró que se haría efectivamente presente cada vez que nos reuniéramos a partir el pan en su nombre. Lo dicen los relatos evangélicos de la última cena, y lo dice el evangelio de Juan que hoy hemos leído: "Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él ... El pan que yo daré es mi carne, para que dé vida al mundo ... "Jesús no huye un lenguaje incluso llevar en su realismo, como acusaron algunos de los que le escuchaban.
El pan que nos da es su misma presencia humano-divina, expresada tan realísticamente como presencia de su "carne". Venir a la eucaristía es venir a encontrarse realmente con Jesús ya identificarse con él hasta "comerlo": no es sólo venir a recordar algo de un maestro de hace dos mil años ...
2. Jesús nos da en una comida de comunión que nos reúne en la comunidad de los suyos. Jesús no nos da individualmente de una manera intimista. La víspera de su muerte reunió todos sus en una comida de despedida, y allí dijo que, pese a todo, no se iba ni les dejaba, sino que se quedaba con ellos en la forma de pan y vino compartidos. La comida comenzó con aquel gesto extraordinario del lavado de los pies, que remató con aquellas palabras: "Si yo, Maestro y Señor, he hecho esto, el mismo debe hacer entre vosotros". Y todo terminó con aquel discurso en el que casi sólo repetía de mil maneras que su último encargo era que nos amáramos con él nos había amado. Tal y como hemos escotado en la segunda lectura: "El pan que partimos es comunión con el cuerpo de Cristo ... Por eso todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan" (1 Co 10,17). La Eucaristía hace comunidad, hace Iglesia. Cada vez que la celebramos renovamos nuestra voluntad de hacer efectiva esta comunidad, de compartir efectivamente todo lo que somos y lo que tenemos con quienes han compartido con nosotros el signo del pan.
3. El alimento del cuerpo de Cristo es nos da fuerza en nuestra fragilidad. Jesús eligió este signos del pan y del vino - nutrimentos básicos y esenciales en nuestra cultura - para significar decirnos lo que expresaba en el evangelio que hemos escuchado: "Si no coméis la carne del Hijo de Dios no puede tener vida en vosotros. El que come mi carne tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día ... El que come mi carne está en mí y yo en él ... "(Jn 6, 53). La Eucaristía es el remedio de nuestra fragilidad e impotencia humanas: nos da la fuerza de Dios, nos diviniza ...
Pedimos hoy que todos los cristianos tengamos siempre conciencia de la grandeza de los grandes misterios que celebramos, y que sepamos aprovechar de él.
San Buenaventura: de los escrúpulos a ser doctor de la Iglesia
Vida
Nació en Bagnorea, en la provincia de Toscana (Italia) en torno al 1217. Estudió en la universidad de París. Ahí conoció a los franciscanos y profesó los votos en esa orden. De 1248 a 1257, enseñó teología y Sagrada Escritura en esa universidad. Su genio penetrante y juicio equilibrado le permitían profundizar de forma admirable las distintas cuestiones que le presentaban y fue durante esos años que compuso sus principales obras. En un momento de los inicios de su vida religiosa, el santo sufrió de escrúpulos, llegando a no querer recibir la comunión por faltas o imperfecciones pequeñas. Con la gracia de Dios y la ayuda de un buen director espiritual, logró superar este momento.
En 1257, Buenaventura recibió junto con Santo Tomás de Aquino el título de doctor. Ese mismo año lo eligieron superior general de los frailes menores. La Orden estaba pasando por momentos difíciles de división interna: unos predicaban la severidad inflexible y otros pedían que se mitigase la regla original. El joven superior general escribió una carta a todos los provinciales para calmar los ánimos. En 1260 presidió el primer capítulo general de su Orden, en donde presentó una serie de declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida futura. Durante 17 años, el santo estuvo al frente de la orden de San Francisco y, por ello, ha llegado a ser llamado el segundo fundador. En 1265, el Papa Clemente IV trató de nombrar a Buenaventura Arzobispo de York, pero el santo convenció al Papa de que no lo hiciera.
Al año siguiente, Gregorio X lo nombró obispo de Albano y el santo no pudo escaparse. Ya obispo, el Papa le pidió preparar los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos. A pesar de sus estudios y de su gran responsabilidad como superior de su Orden, San Buenaventura siempre se distinguió por su sencillez, humildad y caridad. Las virtudes angélicas que realzaban su saber le hicieron merecedor del título de “Doctor Seráfico”. Fue canonizado en 1482 y declarado doctor de la Iglesia en 1588.
Aportación para la oración
Nos encontramos ante uno de los gigantes de la teología católica. Y tal vez por eso admira verle caer en los escrúpulos al inicio de su vida religiosa. Me ha hecho recordar las palabras del Papa Benedicto XVI en una audiencia: «Esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos no "han caído del cielo". Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar» (Audiencia general, 31 de enero de 2007).
Pero, ¿qué camino siguió Buenaventura para dar este paso? Particularmente la oración, el contacto con Dios, con su Misericordia. La pregunta parece obvia –por lo menos yo me la hice–: y ¿cómo oraba?
Dividía la oración en tres pasos o actos importantes: llorar por nuestras miserias, implorar la misericordia divina y ofrecer a Dios un culto de adoración. Según él, si falta alguna de estas tres la oración es incompleta.
Gemimos nuestras faltas para obtener el perdón e imploramos la divina Misericordia para recibir la gracia. Pero el más importante es el culto de adoración, pues es donde se encuentra principalmente el amor. Este culto comprende para San Buenaventura el respeto que se traduce en adoración, el amor de benevolencia que se expresa por la acción de gracias, y el amor de complacencia, que se manifiesta en el íntimo y mutuo coloquio con el Amado.
¿Tienes algún problema personal en tu vida? San Buenaventura nos da los tres actos de oración que pueden ayudarnos a salir adelante. Pasos que le ayudaron a él a pasar de ser un escrupuloso a ser uno de los más grandes santos de la Iglesia.
Evangelio según San Juan 6,51-58.
Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Santa Teresa Benedicta de la Cruz [Édith Stein] (1891-1942), carmelita, filósofa mártir, co-patrona de Europa Poesía “Yo estoy con vosotros”
“El que coma de este pan vivirá eternamente”
Nos atrae con poder misterioso,
nos encierra en sí en el seno del Padre
y nos da el Espíritu Santo.
Este corazón palpita para nosotros en el pequeño tabernáculo
donde permanece misteriosamente oculto
en aquella silenciosa, blanca forma.
Este es, Señor, tu trono de Rey en la tierra,
que tú has erigido visiblemente para nosotros,
y te gusta ver acercarme a él.
Tú incas tu mirada lleno de amor en la mía,
e inclinas tu oído a mis suaves palabras
y llenas el corazón con profunda paz.
Pero tu amor no encuentra satisfacción
en este intercambio que todavía permite separación:
Tu corazón exige más y más.
Tú vienes a mí cada mañana como alimento,
tu carne y sangre son para mí bebida y comida
y se obra algo maravilloso.
Tu cuerpo cala misteriosamente en el mío,
y tu alma se une a la mía:
ya no soy yo lo que era antes.
Tú vienes y vas, pero permanece la semilla
que tú has sembrado para la gloria futura (Mc 4,26; Jn 12,24),
escondida en el cuerpo de polvo.
Permanece un resplandor del cielo en el alma,
permanece una profunda luz en los ojos,
una suspensión en el tono de voz.
Permanece el vínculo, que une corazón con corazón,
la corriente de vida que brota del tuyo
y da vida a cada miembro (1Co 12,27).
Qué admirables son las maravillas de tu amor,
sólo nos asombramos, balbuceamos y enmudecemos,
porque el espíritu y la palabra no puede expresar.
Palabras del Santo Padre:
En la Fiesta del Corpus Domini celebramos a Jesús "pan vivo bajado del cielo" (Jn.6,51) alimento para nuestra hambre de vida eterna, fuerza para nuestro camino. Agradezco al Señor que hoy me dona celebrar el Corpus Domini con ustedes, hermanos y hermanas de esta Iglesia que está en Cassano Allo Jonio.
La fiesta de hoy es la fiesta en la cual la Iglesia alaba al Señor por el don de la Eucaristía. Mientras el Jueves Santo recordamos su institución en la Última Cena, hoy predomina la acción de gracias y la adoración. Y de hecho, es tradicional en este día la procesión con el Santísimo Sacramento. Adorar a Jesús Eucaristía y caminar con Él. Estos son los dos aspectos inseparables de la fiesta de hoy, dos aspectos que dan huella a toda la vida del pueblo cristiano: un pueblo que adora a Dios y un pueblo que camina, que no está detenido, camina.
Ante todo nosotros somos un pueblo que adora a Dios. Nosotros adoramos a Dios que es amor, que en Jesucristo se ha dado a sí mismo por nosotros, se ha ofrecido en la cruz para expiar nuestros pecados, y por el poder de este amor resucitó de la muerte y vive en su Iglesia. ¡Nosotros no tenemos otro Dios fuera de Él!
Cuando la adoración del señor se sustituye por la adoración del dinero, se abre camino al pecado, a los intereses personales y al abuso. Cuando no se adora a Dios, el Señor, se convierten en adoradores del mal como lo son aquellos que viven de deshonestidad y de violencia.
Su tierra, tan bella, conoce las marcas de este pecado. ¡L'Ndrangheta es esto: Adoración del mal y desprecio del bien común! Este mal debe ser combatido, debe ser alejado y ¡es necesario decirle que no! La Iglesia que sé que está tan comprometida con la educación de las conciencias, debe siempre dedicarse más para que el bien pueda prevalecer. Nos lo piden nuestros chicos, nos lo piden nuestros jóvenes necesitados de esperanza. Para poder responder a estas exigencias la fe nos puede ayudar. ¡Aquellos que en su vida tiene este camino del mal, como lo son los mafiosos, no están en comunión con Dios: están excomulgados!
Hoy lo confesamos con la mirada dirigida al Corpus Domini, al Sacramento del altar. Y por esta fe, nosotros renunciamos a Satanás y a todas sus seducciones; renunciamos a los ídolos del dinero, de la vanidad, del orgullo, del poder, de la violencia.
Nosotros cristianos no queremos adorar a nada ni a nadie en este mundo sino a Jesucristo, que está presente en la santa Eucaristía. Tal vez, no siempre nos damos realmente cuenta de lo que esto significa, qué consecuencias tiene o debería tener nuestra profesión de fe.
Esta fe nuestra en la presencia real de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, en el pan y en el vino consagrados, es auténtica si nosotros nos comprometemos a caminar detrás de Él y con Él. Adorar y caminar. ¡Un pueblo que adora es un pueblo que camina! Caminar con Él y detrás de Él tratando de poner en práctica Su mandamiento, aquél que dio a sus discípulos justamente en la Última Cena: "Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros". (Jn.13,34).
El pueblo que adora a Dios en la Eucaristía es el pueblo que camina en la caridad. Adorar a Dios en la Eucaristía, caminar con Dios en la caridad fraterna.
Hoy, como Obispo de Roma, estoy aquí para confirmarlos no sólo en la fe, sino también en la caridad, para acompañarlos y animarlos en su camino con Jesús Caridad. Quiero expresar mi apoyo al Obispo, a los presbíteros y a los diáconos de esta Iglesia, y también de la Eparquía de Lungro, rica en su tradición greco-bizantina. ¡Pero lo extiendo a todos! ¡A todos los Pastores y fieles de la Iglesia en Calabria, comprometida valientemente en la evangelización y en el favorecer estilos de vida e iniciativas que pongan al centro las necesidades de los pobres y de los últimos. Y lo extiendo también a las Autoridades civiles que buscan vivir el compromiso político y administrativo por lo que es: un servicio al bien común.
Les animo a todos ustedes a testimoniar la solidaridad concreta con los hermanos, especialmente con los que tienen más necesidad de justicia, de esperanza, de ternura. La ternura de Jesús, la ternura Eucarística: aquel amor tan delicado, tan fraterno, tan puro. Gracias a Dios hay tantos signos de esperanza en sus familias, en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos eclesiales. ¡El Señor Jesús no deja de suscitar gestos de caridad en su Pueblo en camino!
Una señal concreta de esperanza es el Proyecto Policoro, para los jóvenes que quieren ponerse en juego y crear posibilidades de trabajo para ellos y para los demás. Ustedes, queridos jóvenes, ¡no se dejen robar la esperanza! Lo he dicho tantas veces y lo digo una vez más: ¡No se dejen robar la esperanza! Adorando a Jesús en sus corazones y permaneciendo unidos a Él, sabrán oponerse al mal, a las injusticias, a la violencia con la fuerza del bien, de lo verdadero y de lo bello. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía nos ha reunido. El Cuerpo del Señor hace de nosotros una sola cosa, una sola familia, el Pueblo de Dios reunido entorno a Jesús, Pan de Vida. Lo que dije a los jóvenes lo digo a todos: si adoraran a Cristo y caminaran detrás de Él y con Él, su Iglesia diocesana y sus parroquias crecerán en la fe y en la caridad, en la alegría de evangelizar. Serán una Iglesia en la cual padres, madres, sacerdotes, religiosos, catequistas, niños, ancianos, jóvenes, caminan unos al lado de los otros, se apoyan, se ayudan, se aman como hermanos, especialmente en los momentos de dificultad.
María, nuestra Madre, Mujer Eucarística, que ustedes veneran en tantos Santuarios, especialmente en aquel de Castrovillari, los precede en este peregrinaje de la fe. Que Ella los ayude, los ayude siempre a permanecer unidos para que, también a través de su testimonio, el Señor pueda continuar a dar la vida al mundo. Así sea.
UN DIOS QUE ALIMENTA A SUS PEQUEÑOS
Deuteronomio 8, 2-3. l4b-l6a; Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20; Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51-58
Uno de los ídolos de nuestra civilización es el “self-made-man”: el hombre que se ha hecho a sí mismo, y que de nadie depende porque a nadie debe nada…
El conserje de una sucursal bancaria que ha llegado a ser dueño del Banco; el repartidor de periódicos que alcanza la presidencia de los Estados Unidos…
Nuestra generación contempla, en esos modelos, cómo cualquier dificultad puede ser superada por la fortaleza humana, y así sueña al superhombre. Es una lástima que tan bello sueño quede reventado, como una pompa de jabón, por el insignificante alfiler de la muerte. Frente a su guadaña, superhombres y frágil-hombres no somos sino unos niños desnudos e indefensos… ¡Qué humillación!
El niño es el contrapunto del superhombre: no puede ni siquiera alimentarse a sí mismo, porque necesita unas manos que le den de comer. No puede ser asumir el protagonismo de su existencia, porque apenas pasa de ser un precioso bulto receptivo. Se duerme, cuando crece, en el sueño del superhombre. Y, poco antes de morir, despierta anciano y desvalido para volver a ser lo que era: un niño a quien otros alimentan. Han pasado setenta, ochenta años de sueño, y al cabo de ellos se da cuenta de que aún tienen que cambiarle los pañales.
“No te olvides del Señor, tu Dios, (…) que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres”… La grandeza de estas palabras, que es la misma grandeza de la Eucaristía, es que están escritas para niños. En ellas el protagonista es sólo Dios, mientras el ser humano no pasa de ser el beneficiario de unos cuidados maternos. Las fuerzas humanas tienen su importancia, porque son nuestro homenaje al Creador y no hemos de escatimar, para Él, un sólo gramo de sudor. Pero la salvación no la ganaremos con nuestro esfuerzo, porque no hay superhombre en este mundo capaz de vencer a la muerte y asaltar el Cielo. A la hora de la salvación, somos niños y, al igual que ellos, debemos recibirla como recibimos la Eucaristía. Allí nos postramos indefensos mientras nos alimenta el mismo Dios que nos cambia los pañales en el sacramento del Perdón.
“Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. El superhombre no entiende esas palabras de la Iglesia según las cuales faltar a misa un domingo constituye un pecado mortal que nos priva de la Vida Eterna. No las entiende porque cree que puede salvarse a sí mismo y pasar, de “self-made-man”, a “self-saved-man”… Pero el “self-saved-man” no existe. Cualquier niño entiende, aún sin saber hablar, que si no se abraza a los pechos de su madre morirá. Y cualquier cristiano que ame a Dios sabe que Salvación y Eucaristía son, exactamente, lo mismo, porque Dios alimenta a sus pequeños. ¡Quién nos iba a decir, después de tantos esfuerzos -y todos ellos, repito, tan valiosos-que acabaríamos siendo salvados por una partícula de Pan de Vida puesta en la mesa del altar por una Madre Inmaculada y depositada en nuestros labios por el propio Dios a través de las manos del presbítero!
Francisco, en la ventana
"La medida del amor de Dios es amar sin medida"
"Nuestra vida, siguiendo a Jesús, se convierte en un don"
Reitero la firme condena de toda forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para colaborar en su abolición y apoyar a las victimas y a sus familiares
(José M. Vidal).- Ángelus del Papa en Roma, cuando todavía resuenan los ecos de su visita a Calabria, donde condenó a la mafia, excomulgó a sus miembros como "adoradores del mal", y se expuso todavía más. Pero ahí está su pueblo, como escudo y coraza.
Algunas frases del Papa
"Se celebra la fiesta del Corpus Christi"
"Para adorar el tesoro más precioso que Jesús nos ha dejado"
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo..."
"Jesús subraya que no vino para dar algo, sino para darse a si mismo, su vida como alimento"
"Imitarlo, para convertirnos en pan compartido con los demás"
"Entregar la vida por los demás"
"Docilidad a la palabra de Dios y fraternidad, la fantasía de la caridad y de dar esperanza a los oprimidos"
"La caridad nos cambia, nos transforma y nos hace capaces de amar"
"Amar sin media o con la medida de Dios. ¿Cuál es la medida de Dios? No tiene medida. Su amor es sin medida"
"Capaces incluso de amar a los que no nos aman. Y eso no es fácil"
"Tenemos que amar incluso a los que no nos aman"
"Nuestra vida se convierte en pan partido para nuestros hermanos". "La alegría de hacerse don"
"Nuestra vida se hace don"- "La medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto?"
"Nuestra vida, siguiendo a Jesús, se convierte en un don"
"Pidamos a la Virgen de descubrir la belleza de la eucaristía"
Y el Papa reza el ángelus
Saludos después del ángelus
"El 26 de junio próximo, jornada de la ONU por las victimas de la tortura"
"Reitero la firme condena de toda forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para colaborar en su abolición y apoyar a las victimas y a sus familiares"
"Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado muy grave"
"Buen domingo, buen apetito. Rezad por mi. Arrivederci"
Texto íntegro de la alocución del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días: en Italia y en muchos otros países se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo -se utiliza a menudo el nombre latino: Corpus Domini, o Corpus Christi. La comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús le ha dejado.
El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el "pan de vida", impartido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, en la que afirmó: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". (Jn 06:51). Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos con el prójimo que demuestran la postura de partir la vida por los demás.
Cada vez que participamos en la Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, da forma a nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en comportamientos de acuerdo con el Evangelio. En primer lugar, la docilidad a la Palabra de Dios, después la hermandad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desesperados, de acoger a los excluidos. De este modo, la Eucaristía hace madurar en nosotros un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, recibida con el corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar, no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios, es decir, sin medida.
¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y entonces llegamos a ser capaces de amar incluso a los que no nos aman, y esto no es fácil, ¿eh? Amar a quienes no nos ama... ¡No es fácil! Porque si sabemos que una persona no nos quiere, también tenemos nosotros el deseo de no quererla. Pues no. ¡Hemos de amar incluso a los que no nos aman! Oponernos al mal con el bien, a perdonar, a compartir, a acoger a los demás. Gracias a Jesús y su Espíritu, también nuestra vida se convierte en "pan partido" para nuestros hermanos. ¡Y viviendo así, descubrimos la verdadera alegría! La alegría de convertirse en don, de devolver el gran don que recibimos por primera vez, sin nuestro mérito.
Es hermoso esto: ¡nuestra vida se convierte en don! Esto es imitar a Jesús. Yo quisiera recordar estas dos cosas. En primer lugar, la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, recibiendo la Eucaristía, se hace don. Tal como fue la vida de Jesús. No olviden estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida. Y siguiendo a Jesús, nosotros -con la Eucaristía- hacemos de nuestra vida un don. Jesús, el Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado con Ella, con amor inefable, lo siguió fielmente hasta la Cruz y la Resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, para que sea el centro de nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración. Después del rezo Marianao del Ángelus el Santo Padre dedicó saludos a fieles de diferentes partes del mundo e hizo un llamamiento. Queridos hermanos y hermanas:
El 26 de junio próximo se celebrará el Día de las Naciones Unidas por las Víctimas de la Tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de cada forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para cooperar a su abolición y apoyar a las víctimas y sus familias. ¡Torturar a las personas es un pecado mortal! ¡Un pecado muy grave! Extiendo mi saludo a todos ustedes, ¡romanos y peregrinos!
En particular, saludo a los estudiantes de la Escuela Oratorio de Londres, a los fieles de la diócesis de Como y las de Ormea (Cuneo), el "Coro de la Alegría" de Matera, la asociación "El Arca" de Borgomanero y los niños de Massafra. Saludo también a los chicos de la Escuela "Canova" de Treviso, el grupo de ciclismo de San Pedro en Gu, de Padua, y la iniciativa "Vivir como un campeón", que inspirándose en San Juan Pablo II dirigió por Italia un mensaje de solidaridad.
Les deseo a todos un buen domingo y una buen almuerzo. Recen por mí, recen y ¡hasta la vista!
El misterio y el amor
Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad… Los domingos de este mes de junio celebramos grandes misterios de nuestra fe. Son hechos que superan nuestro entendimiento y solo mediante la fe podemos atisbar su significado.
El misterio de la Santísima Trinidad, tres personas pero un solo Dios, lo conocemos por revelación de Jesucristo, pero parece contradecir las matemáticas y la experiencia diaria. Para explicarlo se han propuesto diversas fórmulas, aunque todas insuficientes. Por ejemplo, se ha dicho: la Trinidad Santísima es como una familia que siendo una y tan solo una está conformada por tres personas distintas: el padre, la madre y el hijo. Tres personas distintas, una sola familia verdadera. La madre es de la familia, el padre es de la familia y el hijo es de la familia, pero no con ello se puede pensar que hay tres familias, pues hay una sola y única familia. Así, en la deidad, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu es Dios pero no hay tres dioses sino un solo Dios.
Es una comparación hecha con buena voluntad, pero del todo inexacta. Los santos han tratado de profundizar en el misterio, y es célebre la dificultad que advirtió san Agustín con aquel sueño del niño de la playa que se afana en meter el agua del mar en un cubo. Como santo Tomás de Aquino, al final decimos:
«Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios. Nada es más verdadero que esta palabra de verdad». Jesucristo nos habla con frecuencia del Padre que le ha enviado, con el que se siente estrechamente unido, y del Espíritu Santo, que promete a sus discípulos y cuya venida sobre los apóstoles les dará ánimos renovados para cumplir con su misión.
El papa Francisco, en la fiesta del año pasado, dijo que para los cristianos nuestro Dios no es una cosa vaga, un Dios «spray», no es un ser abstracto, sino concreto y tiene un nombre «Dios es amor». Y añadió: «Amor del Padre, que está en el origen; amor del Hijo, que muere en la cruz y resucita; y amor del Espíritu, que renueva al hombre y al mundo».
Un cristiano fiel no desprecia estas verdades, pero sabe que lo que Dios le pide no es tanto profundizar en teología, sino amar a los demás, ya que «en esto se conocerá que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros como yo os he amado».