“No juzguéis y no seréis juzgados"

Francisco, en la ventana

"La medida del amor de Dios es amar sin medida"
Francisco: "Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado muy grave"
"Nuestra vida, siguiendo a Jesús, se convierte en un don"

Reitero la firme condena de toda forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para colaborar en su abolición y apoyar a las victimas y a sus familiares

(José M. Vidal).- Ángelus del Papa en Roma, cuando todavía resuenan los ecos de su visita a Calabria, donde condenó a la mafia, excomulgó a sus miembros como "adoradores del mal", y se expuso todavía más. Pero ahí está su pueblo, como escudo y coraza.

Algunas frases del Papa
"Se celebra la fiesta del Corpus Christi"
"Para adorar el tesoro más precioso que Jesús nos ha dejado"
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo..."
"Jesús subraya que no vino para dar algo, sino para darse a si mismo, su vida como alimento"
"Imitarlo, para convertirnos en pan compartido con los demás"
"Entregar la vida por los demás"
"Docilidad a la palabra de Dios y fraternidad, la fantasía de la caridad y de dar esperanza a los oprimidos"
"La caridad nos cambia, nos transforma y nos hace capaces de amar"
"Amar sin media o con la medida de Dios. ¿Cuál es la medida de Dios? No tiene medida. Su amor es sin medida"
"Capaces incluso de amar a los que no nos aman. Y eso no es fácil"
"Tenemos que amar incluso a los que no nos aman"
"Nuestra vida se convierte en pan partido para nuetros hermanos"
"La alegría de hacerse don"
"Nuestra vida se hace don"
"La medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto?"
"Nuestra vida, siguiendo a Jesús, se convierte en un don"
"Pidamos a la Virgen de descubrir la belleza de la eucaristía"
Y el Papa reza el ángelus

Saludos después del ángelus

"El 26 de junio próximo, jornada de la ONU por las victimas de la tortura"
"Reitero la firme condena de toda forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para colaborar en su abolición y apoyar a las victimas y a sus familiares"
"Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado muy grave"
"Buen domingo, buen apetito. Rezad por mi. Arrivederci"

Texto íntegro de la aloución del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días: en Italia y en muchos otros países se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo -se utiliza a menudo el nombre latino: Corpus Domini, o Corpus Christi. La comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús le ha dejado.

El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el "pan de vida", impartido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, en la que afirmó: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". (Jn 06:51). Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos con el prójimo que demuestran la postura de partir la vida por los demás.

Cada vez que participamos en la Misa y nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, da forma a nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en comportamientos de acuerdo con el Evangelio. En primer lugar, la docilidad a la Palabra de Dios, después la hermandad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desesperados, de acoger a los excluidos. De este modo, la Eucaristía hace madurar en nosotros un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, recibida con el corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar, no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios, es decir, sin medida.

¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y entonces llegamos a ser capaces de amar incluso a los que no nos aman, y esto no es fácil, ¿eh? Amar a quienes no nos ama... ¡No es fácil! Porque si sabemos que una persona no nos quiere, también tenemos nosotros el deseo de no quererla. Pues no. ¡Hemos de amar incluso a los que no nos aman! Oponernos al mal con el bien, a perdonar, a compartir, a acoger a los demás. Gracias a Jesús y su Espíritu, también nuestra vida se convierte en "pan partido" para nuestros hermanos. ¡Y viviendo así, descubrimos la verdadera alegría! La alegría de convertirse en don, de devolver el gran don que recibimos por primera vez, sin nuestro mérito.

Es hermoso esto: ¡nuestra vida se convierte en don! Esto es imitar a Jesús. Yo quisiera recordar estas dos cosas. En primer lugar, la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, recibiendo la Eucaristía, se hace don. Tal como fue la vida de Jesús. No olviden estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida. Y siguiendo a Jesús, nosotros -con la Eucaristía- hacemos de nuestra vida un don.

Jesús, el Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado con Ella, con amor inefable, lo siguió fielmente hasta la Cruz y la Resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, para que sea el centro de nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración.

Después del rezo Marianao del Ángelus el Santo Padre dedicó saludos a fieles de diferentes partes del mundo e hizo un llamamiento

Queridos hermanos y hermanas:

El 26 de junio próximo se celebrará el Día de las Naciones Unidas por las Víctimas de la Tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de cada forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para cooperar a su abolición y apoyar a las víctimas y sus familias. ¡Torturar a las personas es un pecado mortal! ¡Un pecado muy grave!

Extiendo mi saludo a todos ustedes, ¡romanos y peregrinos!

En particular, saludo a los estudiantes de la Escuela Oratorio de Londres, a los fieles de la diócesis de Como y las de Ormea (Cuneo), el "Coro de la Alegría" de Matera, la asociación "El Arca" de Borgomanero y los niños de Massafra. Saludo también a los chicos de la Escuela "Canova" de Treviso, el grupo de ciclismo de San Pedro en Gu, de Padua, y la iniciativa "Vivir como un campeón", que inspirándose en San Juan Pablo II dirigió por Italia un mensaje de solidaridad.

Les deseo a todos un buen domingo y una buen almuerzo. Recen por mí, recen y ¡hasta la vista!

Evangelio según San Mateo 7,1-5. 

Jesús dijo a sus discípulos: No juzguen, para no ser juzgados.

Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes. 

¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. 

Imitación de Cristo, tratado espiritual del siglo XV 
Libro II, c. 3

“No juzguéis y no seréis juzgados"

Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas, y no quieres oír las disculpas ajenas.

Más justo sería que te acusases a ti y excusases a tu hermano.

Sufre a los otros si quieres que te sufran.

Mira cuán lejos estás aún de la verdadera caridad y humildad, la cual no sabe desdeñar y airarse sino contra sí.

No es mucho conversar con los buenos y mansos, pues esto a todos da gusto naturalmente; y cada uno de buena gana tiene paz, y ama a los que concuerdan con él.

Pero poder vivir en paz con los duros, perversos y mal acondicionados, y con quien nos contradice, grande gracia es, y acción varonil y loable.

El que sabe mejor padecer, tendrá mayor paz. Éste es el vencedor de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y heredero del cielo.

EL FRACASO

2 Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59, 3. 4-5. 12-13;  Mateo 7,1-5

La derrota que hoy la liturgia pone ante nuestros ojos es, si se me permite, más “seria” que cualquier otro fenómeno.

Fue su casa la que perdieron; Salmanasar, rey de Asiria, invadió su país y les deportó a tierra extranjera.

Ante un sufrimiento de tal magnitud, como ante cualquier situación de dolor, la tentación permanente es culpabilizar a alguien: buscar una mota en algún ojo ajeno, y descargar sobre ella el peso de nuestros fracasos: “mi matrimonio no va bien porque mi cónyuge es así…”; “fracaso en los estudios porque los profesores son así…”; “mi trabajo se hace insoportable porque mis superiores…”; y así indefinidamente. De este modo, nuestros sufrimientos se vuelven crónicos: si la solución está en que cambien los demás, jamás dejaré de sufrir, porque cambiarles a ellos no está en mi mano.

Sin embargo, escucha ahora el modo en que el propio pueblo de Israel medita sobre su dolor: “Esto sucedió porque, sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor su Dios que los había sacado de Egipto”… ¡Ni una palabra contra el invasor!

Supón que, ante tus fracasos, en lugar de señalar las motas de los ojos ajenos, pensaras: “si yo fuera en verdad santo, este dolor no me quitaría la paz; lo viviría con alegría; si yo saco la viga de mi ojo, la mota del ajeno no me podrá enturbiar”. Y pídele a la Santísima Virgen, maestra de humildad, que te conceda aprovechar esas aparentes derrotas para unirte más a su hijo Jesús, en quien todo dolor se vuelve paz.

San José Cafasso

Nació el 15 de enero del año 1811 en Castelnuovo Don Bosco, que entonces se llamaba Castelnuovo d'Asti. Cristalizó su deseo de consagrarse a Dios en los principios del verano de 1827. Hizo los estudios filosóficos y teológicos preparatorios al sacerdocio que se le confirió el 21 de septiembre de 1833.   Las corrientes que mandaban la moda en aquellos momentos estaban inficionadas de jansenismo y regalismo con vientos que dificultaban fuertemente la marcha de la Iglesia.

La piedad, como expresión de la fe, estaba sofocada por un excesivo rigorismo que señalaba tanto la distancia entre el Creador y la criatura que dificultaba la expresión genuina de la relación con Dios visto como Padre bueno; por ello, la relación amorosa y confiada a la que debe llevar la verdadera piedad permanecía oculta por la rigidez estéril y el temor nocivo a Dios observado como justiciero, lejano y extraño. Enmarcado en estas formas de pensamiento y de actitudes prácticas comienza el ejercicio del ministerio sacerdotal José Cafasso.

Renuncia a la «carrera» de los eclesiásticos, desperdiciando voluntariamente las posibilidades de subir que tuvo desde el principio por su buen cartel. Se instala, con la intención de mejorar su formación sacerdotal, en el "Convitto" de San Francisco de Asís, en Turín, que habían fundado en el 1817 Pío Brunone y Luis María Fortunato. Frente a la práctica religiosa antipática y a la pastoral sacramental rigorista imperante en su época, allí se entresacan los filones de la vida espiritual católica de todos los tiempos.

Con trazos seguros y vivos se enseña, recuerda y habla del fin de esta vida, del valor del tiempo, de la salvación del alma y de la lucha contra el pecado; con naturalidad se tratan las verdades eternas, la frecuencia de los sacramentos, el despego del mundo... Todo ello en clima de cordialidad, de sano optimismo y de confianza en la bondad de Dios manifestado en Cristo; por eso, se adivina que la religión ha de ser el continuo ejercicio de amor para acercarse al Dios lleno de infinita bondad y misericordia de quien debe esperarse siempre todo el perdón. Con formas nuevas, la piedad resulta agradable y fuente de permanente alegría cristiana. Así se da sentido al cuidado de las cosas pequeñas y en la misma mortificación corporal se descubre el verdadero sentido interior que encierra en cuanto que la renuncia al gusto no es más que liberación del amor y unión más perfecta con Dios. Hay que resaltar la influencia que José Cafasso ejerció en san Juan Bosco, algo más pequeño que él, cuando José era un joven y Juan un niño y cuando, más tarde, le facilita fondos económicos para ayudarle en la obra evangelizadora que comenzaba para el bien profesional y cristiano de la juventud. No se puede dejar de mencionar ni por olvido que en la tierra tuvo tres amores: Jesús Sacramentado, María Santísima y el Papa. Falleció un sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años. Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco. Antes de morir escribió esta estrofa: "No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María". Fue canonizado por el Papa Pío XII en 1947. Encontró a Dios y le sirvió en el cumplimiento ordinario del ministerio sacerdotal, viviendo fielmente a diario -y esto es lo heroico- su entrega.

Oremos
Tú, Señor, que concediste a San José Cafasso un conocimiento profundo de la sabiduría divina, concédenos, por su intercesión, ser siempre fieles a tu palabra y llevarla a la práctica en nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

El Sagrado Corazón de Jesús y nuestro corazón

Durante este mes de junio nos llama nuevemente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!

Todo este mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Por eso vamos a meditar, sobre el significado y la actualidad de la devoción al Corazón de Jesús.

Este culto se basa en el pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el dedo, el corazón, dijo: "Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame". Esta revelación sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete.

Hoy en día, tenemos que preguntarnos: ¿es popular entre los jóvenes esta devoción? ¿La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de interés palpitante para nuestro tiempo actual?

Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el órgano que su significado. Y sabemos que el corazón es símbolo del amor, del afecto, del cariño. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; significa amor hecho obras; significa impulso generoso a la donación de sí mismo hasta la muerte.

Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención distraída sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios. También durante este mes nos llama nuevamente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!

Nuestra respuesta del amor, en general, no es muy adecuada a su llamada. Porque sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, que parece propia de nuestro tiempo: está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.

Es una característica de los últimos tiempos - como nos indica la Santa Escritura – de que se "enfriará la caridad de muchos" (Mt 24,12).

¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico? ¿Y quién de nosotros no experimenta, día a día, que no es amado verdaderamente por los que lo rodean?

Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, impersonal, porque no encierra la personalidad total del otro. Amamos algo en el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo exterior (- su lindo rostro, su peinado, sus movimientos graciosos -) pero no amamos la persona como tal, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas y también con todas sus fragilidades.

Tampoco amamos a Dios tal como Él lo espera: "con todo nuestro corazón. Con toda nuestra alma. Con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas" (Mc 12,30).

He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús. A este tan enfermo corazón moderno contraponemos el corazón de Jesús, movido de un amor palpable y desbordante. Y le pedimos que una nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un intercambio, un transplante de nuestro pobre corazón, reemplazándolo por el suyo, lleno de riqueza.

¡Que tome de nosotros ese egoísmo tan penetrante, que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda nuestra vida! ¡Que encienda en nuestro corazón el fuego del amor, que hace auténtica y grande nuestra existencia humana!

Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites! ¡Qué así sea!

Más amados de lo que nos imaginamos

No siempre hemos tomado decisiones que nos llevan a mayor alabanza, honor, y servicio a Dios. No siempre actuamos como seres queridos. No siempre vivimos nuestra vida como don.

Por la humildad llegamos a la conciencia de que somos pecadores, que a menudo no somos lo suficientemente agradecidos y fieles. No correspondemos a la llamada que Dios nos hace a amarle y a amar al prójimo. Porque el pecado es todo eso: una falla en el amor. No es simplemente las cosas que hacemos, sino también aquellas que dejamos de hacer. Ignacio encuentra la raíz de todo ello en la falta de gratitud, de no reconocer la vida como un regalo que debe ser apreciado, promovido y compartido. Para Ignacio, la ingratitud es el mayor de los pecados y el que es origen de todos los demás: no ser capaces de amar como Él nos ha amado.

Esta conciencia de cómo nos hemos distanciado de Dios nos puede pesar y llevar a la tristeza. Ignacio nos invita pero a pedir dolor y vergüenza, por esta conciencia de ingratitud y falta de respuesta a la oferta de vida de Dios. Este dolor nos debe llevar a la conversión y al arrepentimiento, a volverse nuevamente hacia Dios.

Somos pecadores, pero hemos sido perdonados. Las dos realidad van juntas. Sólo cuando afirmamos nuestro pecado y nos colocamos en el dolor ante Dios podemos realmente experimentar su misericordia. Somos pecadores queridos. Sólo cuando sabemos la profundidad de nuestro pecado conocemos también la profundidad de la misericordia de Dios. No somos tan buenos como pensábamos, pero somos más queridos de lo que imaginábamos.

 

Francisco, contra los que juzgan a los demás

"Confunde la realidad. Es un fantasioso. Y quien juzga se convierte en un perdedor"
Francisco: "Quien juzga es un imitador de Satanás, que va detrás de las personas para acusarlas ante el Padre"
"Jesús, ante el Padre, ¡no acusa nunca! Al contrario: ¡defiende!", apunta en Santa Marta

¿Quién es el acusador? -preguntó-. En la Biblia se llama "acusador" al demonio, Satanás. Jesús juzgará, sí: al final del mundo, pero mientras tanto intercede, defiende..

(Radio Vaticana).- Quien juzga a un hermano se equivoca y terminará por ser juzgado del mismo modo. Dios es "el único juez" y quien es juzgado podrá contar siempre con la defensa de Jesús, su primer defensor, y con la del Espíritu Santo. Lo afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa de este lunes por la mañana celebrada en la Casa Santa Marta.

Usurpador de un lugar y de un papel que no le pertenece es quien juzga al hermano y cosechará una derrota, porque terminará como víctima de su misma falta de misericordia, dijo el Papa Francisco al comentar la página del Evangelio sobre la paja y la viga en el ojo.

fue muy claro a la hora de distinguir: "La persona que juzga se equivoca, se confunde y sale derrotada", porque "se pone en el lugar de Dios, que es el único juez".

Este apelativo de "hipócritas" que Jesús lanza más veces con respecto a los doctores de la ley está realmente dirigido a todos, también porque, observó el Papa, quien juzga lo hace "enseguida", mientras "que Dios para juzgar se toma su tiempo".

"Por esto, quien juzga se equivoca, simplemente porque toma un lugar que no le corresponde -explicó-. Pero no sólo se equivoca, sino que se confunde".

"Está tan obsesionado por lo que quiere juzgar, por esa persona, ¡tan, tan obsesionado! que esa paja no le deja dormir -continuó-. 'Quiero quitarte esa paja'... Y no se da cuenta de la viga que tiene él mismo".

"Confunde, cree que la viga es la paja. Confunde la realidad. Es un fantasioso. Y quien juzga se convierte en un perdedor, termina mal, porque la misma medida será usada para jugarle a él", advirtió.

"El juez que se equivoca de lugar toma el lugar de Dios, soberbio, suficiente, apuesta en una derrota. ¿Y cuál es la derrota? La de ser juzgado con la misma medida con la que él juzga", destacó.

"El único que juzga es Dios y aquellos a los que Dios da la potestad para hacerlo", añadió el Papa Francisco, que indicó en el comportamiento de Jesús el ejemplo a imitar, respecto a los que no tienen escrúpulos a la hora de juzgar a los demás.

"Jesús, ante el Padre, ¡no acusa nunca! Al contrario: ¡defiende! Es el primer Paráclito. Después nos envía el segundo, que es el Espíritu. Él es el defensor: está ante el Padre para defendernos de las acusaciones", recordó.

"¿Quién es el acusador? -preguntó-. En la Biblia se llama "acusador" al demonio, Satanás. Jesús juzgará, sí: al final del mundo, pero mientras tanto intercede, defiende...".

En definitiva quien juzga, afirmó el Papa Francisco, "es un imitador del príncipe de este mundo que siempre va detrás de las personas para acusarlas ante el Padre".

Que el Señor "nos dé la gracia de imitar a Jesús intercesor, defensor, abogado, nuestro y de los demás", pidió, y "no imitar al otro, que al final nos destruirá".

"Si queremos ir por el camino de Jesús, más que acusadores debemos ser defensores de los demás ante el Padre", dijo el Papa. "Cuando veo algo que no está bien en el otro ¿lo defiendo?¡No! ¡Pues entonces calla! Ve a rezar y defiéndelo ante el Padre, como hace Jesús. Reza por él ¡pero no juzgues!", instó Francisco. "Porque si lo haces, cuando tú hagas algo mal, serás juzgado -concluyó-. Recordemos bien esto, nos hará bien en la vida de todos los días, cuando nos vienen las ganas de juzgar a los demás, de murmurar de los demás, que es una forma de juzgar".

 

Francisco "recetó" Misericordina

El Papa aboga en Santa Marta por "perdonar para encontrar misericordia"
Francisco: "Estamos acostumbrados a juzgar, pero ¿quién soy yo para juzgar?"
"El corazón grande no condena, sino que perdona, olvida"

Si nosotros, si todos los pueblos, las personas, las familias, los barrios, tuviésemos esta actitud ¡cuánta paz habría en el mundo, cuánta paz en nuestros corazones!

(Radio Vaticano).- Perdonar para encontrar misericordia: este es el camino que lleva la paz a nuestros corazones y al mundo: es lo que, en resumen, ha dicho Papa Francisco en la homilía de esta mañana durante la Misa celebrada en Santa Marta.

"Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso": el Papa comenta la exhortación de Jesús, afirmando enseguida que "no es fácil entender este comportamiento de la misericordia", porque estamos acostumbrados a juzgar: "no somos personas que dan espontáneamente un poco de espacio a la comprensión y también a la misericordia". Para ser misericordiosos, observa, son necesarias dos actitudes

"La primera es la conciencia de nosotros mismos", saber que "hemos hecho muchas cosas malas: ¡somos pecadores!". Frente al arrepentimiento, "la justicia de Dios... se transforma en misericordia y perdón". Pero es necesario avergonzarse de los pecados:

"Es verdad, ninguno de nosotros ha matado a nadie, pero hay muchas cosas pequeñas, muchos pecados cotidianos, de todos los días... Y cuando uno piensa: '¡Fíjate, que corazón más pequeño: ¡He hecho esto contra el Señor!'.

¡Y se avergüenza! Avergonzarse ante Dios, esta vergüenza es una gracia: es la gracia de ser pecadores. 'Yo soy pecador y me avergüenzo ante Ti y te pido perdón'. Es sencillo, pero es muy difícil decir: 'He pecado'".

A menudo, observa Papa Francisco, justificamos nuestro pecado descargando la culpa sobre los demás, como hicieron Adán y Eva. "Quizás, prosiguió, el otro me ha ayudado, ha facilitado el camino para hacerlo, ¡pero lo he hecho yo! Si nosotros hacemos esto se darán muchas cosas buenas ¡porque seremos humildes!". Y "con esta actitud de arrepentimiento somos más capaces de ser misericordiosos, porque sentimos sobre nosotros la misericordia de Dios", como decimos en el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Así, "si no perdono, estoy un poco ¡fuera de juego!".

La otra actitud para ser misericordiosos, ha afirmado el Papa, "es agrandar el corazón", porque "un corazón pequeño" es "egoísta e incapaz de ser misericordioso".

"¡Agrandar el corazón! 'Pero soy un pecador'. 'Pero mira que ha hecho esto y esto... ¡Pero yo he hecho muchas! ¿Quién soy yo para juzgarlo?'. Esta frase: '¿Quién soy yo para jugar esto? ¿Quién soy yo para hablar de esto? ¿Quién soy yo, que he hecho las mismas cosas o peores?' ¡Agrandar el corazón! Y el Señor lo dice. '¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados! ¡Perdonad y seréis perdonados! ¡Dad y se os dará!'. ¡Esta generosidad del corazón! ¿Y qué se os dará? Una medida buena, remecida, rebosante se os verterá en el seno. Es la imagen de las personas que iban a recibir el grano con el delantal, alargaban el delantal para recibir más grano. Si tienes el corazón ancho, grande, tú puedes recibir más".

El corazón grande, ha dicho Papa Francisco, "no condena, sino que perdona, olvida" porque "Dios ha olvidado mis pecados; Dios ha perdonado mis pecados. Agrandar el corazón ¡Esto es bello!, exclama el Papa, ¡sed misericordiosos".

"El hombre y la mujer misericordiosos tienen un corazón grande, grande: siempre excusan a los demás y recuerdan sus propios pecados. '¿Has visto lo que ha hecho aquel?'.'¡Tengo bastante con lo que he hecho yo y no me mezclo!'. Este es el camino de la misericordia que debemos pedir. Si nosotros, si todos los pueblos, las personas, las familias, los barrios, tuviésemos esta actitud ¡cuánta paz habría en el mundo, cuánta paz en nuestros corazones! Porque la misericordia nos lleva a la paz. Recordad siempre: '¿Quién soy yo para juzgar?' Avergonzarse y agrandar el corazón. ¡Qué el Señor nos dé esta gracia". 

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