«Surgió un hombre enviado por Dios, que le llamaba Juan... vino para dar testimonio de la verdad»

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (CORPUS) - A
Dt 8, 2-3.14-16; 1C 10, 16-17; Juan 6, 51-58

Queridos hermanos y hermanas que hemos celebrado  la solemnidad de Corpus en Lurín que desde lejos se une esta liturgia de la Casa de la Madre de Dios en PAX: Todos, en un momento u otro de la vida, hemos experimentado o experimentamos dificultades. Todos nos hemos encontrado, nos encontramos o nos encontraremos con el sufrimiento físico o espiritual: con la enfermedad, con la oscuridad interior, con la soledad, y finalmente con la muerte. No somos diferentes del Pueblo de la Primera Alianza del que nos hablaba la primera lectura. La experiencia del sufrimiento no es ahorrada a nadie. A veces es también un sufrimiento colectivo, como es el caso de los miembros más vulnerables de la sociedad que a menudo son víctimas de las injusticias de los poderosos y de sus estrategias, lo que conlleva marginación y pobreza, desnutrición de muchos, particularmente de niños, mientras se tiran alimentos por exceso de abundancia en algunos casos o para mantener los precios; a veces el sufrimiento es fruto de la injusticia, de la opresión, de la violencia. O, aún, fruto de los intereses económicos de unos pocos carentes de ética, como ha ocurrido en la crisis que ha empobrecido a tanta gente y ha dañado muchos avances sociales que se habían conseguido. Como decía hace poco el Papa Francisco, "Estamos en un sistema económico mundial que no es bueno" y alimenta "una cultura que descarta ", que margina (cf. LV 16/06/14, p. 4). Vivir estas situaciones y hasta el solo hecho de constatar y de darse cuenta de la dificultad ingente que supone poderlas cambiar, puede llevar al pesimismo, a la falta de esperanza y, por tanto, a la desesperación. Pero, desde la fe cristiana, sabemos que no debemos perder la esperanza en el Dios que salva porque ama a todos, y con una predilección particular los pobres y los pequeños. Como el Pueblo de la Primera Alianza del cual nos hablaba la primera lectura, Dios no nos deja abandonados en medio de las adversidades y tribulaciones. Nos ofrece la luz y la compañía de su palabra y nos nutre espiritualmente con el maná, como decía Moisés al pueblo.

En nuestra situación de precariedad, individual o colectiva, la Palabra divina nos cura, nos conforta y nos alienta, porque nos hace entender que la vida es un proceso continuo de liberación interior por medio del trabajo de afrontar pruebas y dificultades mientras vamos avanzando hacia la plenitud y, al mismo tiempo, nos enseña a crear unos vínculos de solidaridad con los que sufren o pasan necesidad. Y, aunque como el pueblo que peregrinaba en el desierto, también recibimos un maná que nos alimenta, que nos hace fuertes ante las dificultades y nos infunde esperanza. Es el maná de la nueva alianza, que no consiste simplemente en un producto vegetal que sacia el hambre del cuerpo, sino en un alimento espiritual que da fuerzas el interior de los creyentes.

Este maná de la nueva alianza es la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Dios nos sale al encuentro en nuestra debilidad y en nuestro sufrimiento y nos ofrece su palabra iluminadora la experiencia humana y el pan que sacia el hambre existencial. Él nos otorga estos pues cuando celebramos la Eucaristía y en participamos sacramentalmente. La Eucaristía es, también, la presencia de Cristo resucitado en medio de la Iglesia, la presencia del Señor entregado por amor y puesto a disposición de todos para acoger nuestras oraciones. Y, además de ser un don para cada uno, la Eucaristía es, también, un vínculo de unión entre todos los que participamos. La Eucaristía nos une en un solo cuerpo por el hecho de participar del mismo pan, tal como enseñaba San Pablo en la segunda lectura. Crea, pues, unos lazos de comunión fraterna entre todos los bautizados que debemos hacer efectivos en la vida de cada día, aportando atención a los demás, servicio generoso, comprensión, perdón y reconciliación, amor sincero. Debido a esta dimensión de unidad que crea la Eucaristía, el día de Corpus está muy vinculado al servicio de la caridad. El sacramento del altar es inseparable del sacramento del hermano. La participación en la Eucaristía son inseparables dela atención a las personas necesitadas tanto para ofrecerles la ayuda que necesitan comopara construir espacios de esperanza  en nuestrasociedad desde el compromiso evangélico. Es una tarea urgente, porque tal como diceun informe reciente de esta institución de la Iglesia, a pesar de los indicios de unamejora de los datos de la gran economía, la pobreza es cada vez másextensa, más intensa, más crónica y más profunda; de hecho, en los últimos sieteaños han tenido que duplicar las ayudas. Por eso les agradezco toda la ayuda y colaboración a favor del Proyecto PAX HD.

Y, hay todavía una tercera dimensión de la Eucaristía; la remarcaba el evangelio. La Eucaristía nos es prenda de vida eterna. Tal como decía Jesús, el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Es decir, que se nutre con este sacramento, encontrará la vida para siempre después de traspasar el umbral de la muerte. Es más, la Eucaristía nos lo anticipa la experiencia espiritual de la vida eterna, que es la relación íntima con Jesucristo. Decía, también, el Señor: el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. No es un ser inmóvil y pasivo; es una relación de intimidad y de compenetración, que marca y transfigura toda la existencia. La Eucaristía cura nuestras heridas, nos da fuerzas espiritualmente, nos abre a una relación íntima y amistosa con Jesús posibilidad de compartir todas las cosas de nuestra vida con él. Y, al mismo tiempo, la Eucaristía establece unos vínculos fraternos con los otros, que debemos procurar vivir con generosidad, con voluntad de perdón y de reconciliación, con el compromiso de colaborar en hacer una sociedad más justa y solidaria. Pero, además, la Eucaristía nos abre la puerta de la vida más allá de la muerte, en la comunión gozosa con Dios y con todos los redimidos por la sangre de Jesucristo. Por ello, en esta solemnidad de Corpus, agradecemos el don de la Eucaristía y adoramos el designio divino que ha querido que Jesucristo resucitado continuara presente entre nosotros en la celebración de la Eucaristía y en la presencia fiel y silenciosa del tabernáculo.

Evangelio según San Lucas 1,57-66.80. 

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. 

La Liturgia siríaca 
Himno atribuido a San Efrén (hacia 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia

«Surgió un hombre enviado por Dios, que le llamaba Juan... vino para dar testimonio de la verdad» (Jn 1,6,7)

Es a ti, Juan a quien reconocemos como al nuevo Moisés, porque tú has visto a Dios, no en símbolo, sino con toda claridad. Es a ti a quien miramos como a un nuevo Josué: tú no has pasado el Jordán desde una a otra orilla, pero con el agua del Jordán, tú has hecho pasar a los hombres de un mundo a otro... Tú eres el nuevo Samuel que no has ungido a David, pero has bautizado al Hijo de David. Tú eres el nuevo David, que no has sido perseguido por el mal rey Saúl, pero has sido muerto por Herodes. Tú eres el nuevo Elías, alimentado en el desierto no con pan y por un cuervo, sino de saltamontes y miel, por Dios Tú eres el nuevo Isaías que no has dicho: «Mirad, una virgen concebirá y dará a luz» (7,14), sino que has proclamado delante de todos: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn1,29)

¡Dichoso tú, Juan, elegido de Dios, tú, que has puesto la mano sobre tu Maestro, tú, que has cogido en tus manos la llama cuyo resplandor hace temblar a los ángeles! ¡Estrella de la mañana, has mostrado al mundo la Mañana verdadera; aurora gozosa, has manifestado el día de gloria; lámpara que brilla, has designado a la Luz sin igual! ¡Mensajero de la gran reconciliación con el Padre, el arcángel Gabriel ha sido enviado delante de ti para anunciarte a Zacarías, como un fruto fuera de tiempo... El más grande entre los hijos de los hombres (Mt 11,11) vienes delante del Emmanuel, de aquél que sobrepasa a toda criatura; primogénito de Elizabeth, tú precedes al Primogénito de toda la creación!

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE JUAN

Isaías  49, 1-6; Sal 138, 1-3. 13-14. 15;  Hechos de los apóstoles 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

“Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.»”… Hoy día, en muchas familias, la elección del nombre de los recién llegados se está convirtiendo en un ejercicio de imaginación muy poco imaginativo. En los últimos siete años, he conocido niños con nombres tediosamente originales: tamaras, vanessas, yónatans, tais, albas, amarantas, y una niña que se llamaba Libertad a quien no quisieron desatar, con el

Bautismo, de los grilletes del Demonio. La primera criatura que bauticé se llamó Yaiza.

Tras mucho indagar, supe que el nombre pertenecía a una marca de compresas. Ahora se llevan, en España, los nombres medievales: Alonso, Rodrigo, Gonzalo, Diego, Álvaro… Por lo menos, esta moda tiene santos detrás. ¿Me creeréis si os digo que, en los últimos siete años, no he bautizado a ninguna Carmen, Pilar, José o Juan? Sin embargo, hasta hace unas décadas, a los niños se les imponían nombres de santos. En algunos casos, se dejaba elegir la suerte del nombre al santo del natalicio, pero esta práctica la han lamentado muchos, nacidos el día de San Tiburcio o Santa Mamerta… Con todo, lo más frecuente era, especialmente en el caso del primogénito, recurrir a los santos familiares: yo llevo el nombre de mi padre, como está mandado, y me alegro. Es la forma que tiene la familia de tomar posesión de sus retoños.

Desde el principio fue así: al invitar Yahweh a Adán a poner nombre a los animales, le otorgaba la posesión de las bestias. El propio Dios se negó a revelar su nombre, y los israelitas rehúsan pronunciarlo, porque nadie puede tener dominio sobre Él. Entre nosotros, prescribe la liturgia que el sacerdote debe inclinar la cabeza cuando menciona los nombres de “Jesús” o “María”. Al cambiar el nombre de Simón por el de Pedro, Jesús arrebató un miembro a la familia del apóstol y lo tomó como heredad suya.

Muchas religiosas y religiosos cambian su nombre al entrar en religión: con ello dejan de pertenecer al mundo y pasan a pertenecer a Dios. Rezo yo para que Yaiza se haga monjita y se llame Teresa María de San José, a ver si así se la arrebatamos a los fabricantes de compresas.

Si Zacarías e Isabel renunciaron a elegir un nombre para su hijo, es porque aquel niño era todo de Dios, y Dios ya lo había llamado “Juan”… Otro tanto sucederá con Jesús. Pero fue necesario, para que la llamada de Dios sobre el profeta se llevase a término, que aquellos padres santos renunciasen a poseer a su hijo y se convirtiesen en siervos del plan divino. Sin esa renuncia, Juan no hubiera sido San Juan, sino otro Zacarías del que no tendríamos noticia… He pedido a la Virgen por tantos matrimonios jóvenes que hoy día se obsesionan con la “planificación familiar”. A Ella, y a San Juan, les he suplicado que les muestren el camino hacia quien mejor planifica las familias: Dios… Los hijos que Dios quiera, cuantos Dios quiera, cuando Dios quiera… Y que, al sentir la vida palpitar en sus vientres, caigan de rodillas preguntando a Dios qué quiere de ese niño. Finalmente, y a la hora de elegir el nombre… ¡Por favor, buen gusto!

El Sagrado Corazón de Jesús y nuestro corazón

Durante este mes de junio nos llama nuevamente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!

Todo este mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Por eso vamos a meditar, sobre el significado y la actualidad de la devoción al Corazón de Jesús. Este culto se basa en el pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el dedo, el corazón, dijo: “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame”. Esta revelación sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete. Hoy en día, tenemos que preguntarnos: ¿es popular entre los jóvenes esta devoción? ¿La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de interés palpitante para nuestro tiempo actual?  Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el órgano que su significado. Y sabemos que el corazón es símbolo del amor, del afecto, del cariño. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; significa amor hecho obras; significa impulso generoso a la donación de sí mismo hasta la muerte. Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención distraída sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios. También durante este mes nos llama nuevamente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor! Nuestra respuesta del amor, en general, no es muy adecuada a su llamada. Porque sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, que parece propia de nuestro tiempo: está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado. Es una característica de los últimos tiempos - como nos indica la Santa Escritura – de que se “enfriará la caridad de muchos” (Mt 24,12). 

¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico? ¿Y quién de nosotros no experimenta, día a día, que no es amado verdaderamente por los que lo rodean?  Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, impersonal, porque no encierra la personalidad total del otro. Amamos algo en el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo exterior (- su lindo rostro, su peinado, sus movimientos graciosos -) pero no amamos la persona como tal, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas y también con todas sus fragilidades. 

Tampoco amamos a Dios tal como Él lo espera: "con todo nuestro corazón. Con toda nuestra alma. Con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas" (Mc 12,30). 

He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús. A este tan enfermo corazón moderno contraponemos el corazón de Jesús, movido de un amor palpable y desbordante. Y le pedimos que una nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un intercambio, un trasplante de nuestro pobre corazón, reemplazándolo por el suyo, lleno de riqueza. 
¡Que tome de nosotros ese egoísmo tan penetrante, que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda nuestra vida! ¡Que encienda en nuestro corazón el fuego del amor, que hace auténtica y grande nuestra existencia humana! 

Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites! ¡Qué así sea! 

Francisco en Sta. Marta: un cristiano no se anuncia a sí­ mismo, anuncia al Señor

El papa Francisco, ha reflexionado sobre las vocaciones de Juan Bautista: preparar, discernir, disminuir. Lo ha hecho durante la homilía de la misa matutina en Santa Marta, en la solemnidad de la natividad de san Juan Bautista. "Preparar la venida del Señor, discernir quién es el Señor, disminuir para que el Señor crezca". Con esta tres ideas el Santo Padre ha desarrollado su homilía  de hoy.

Francisco ha recordado que Juan preparaba el camino a Jesús "sin tomar nada para él. Era un hombre importante: la gente lo buscaba, lo seguía porque sus palabras eran fuertes". Sus palabras llegan al corazón, ha indicado. Y allí tuvo quizá "la tentación de creer que era importante, pero no ha caído", ha advertido el Santo Padre. De hecho, cuando se acercaron los doctores a preguntarle si era el Mesías, Juan respondió: "soy voz, solo voz" pero "he venido a preparar el camino al Señor". Francisco ha señalado aquí la primera vocación del Bautista: "preparar al pueblo, preparar el corazón del pueblo para el encuentro con el Señor".

Pero ¿quién es el Señor?, se ha preguntado el Papa y ha respondido así: "esta es la segunda vocación del Juan: discernir, entre tanta gente buena, quién era el Señor. Y el Espíritu le ha revelado esto y él ha tenido la valentía de decir: 'Es este. Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo'. Los discípulos miraron a este hombre que pasaba y lo dejaron ir. Al día siguiente, sucedió lo mismo. '¡Es ese! Es más digno que yo'. Los discípulos fueron detrás de él. En la preparación, Juan decía: 'Detrás de mí viene uno...' En el discernimiento, que sabe discernir y señalar el Señor, dice: 'Delante de mí... ¡es este!'"

La tercera vocación sobre la que ha hablado el Pontífice es la de disminuir. "Su vida comenzó a abajarse, a disminuir para que creciera el Señor, hasta anularse a sí mismo", ha observado.  Y ha explicado a continuación que "esta ha sido la etapa difícil de Juan, porque el Señor tenía un estilo que él no había imaginado, hasta tal punto que en el cárcel -porque estaba en la cárcel en este momento- sufrió no solo la oscuridad de la celda, sino la oscuridad del corazón: 'Pero, ¿será este? ¿No me habré equivocado? Porque el Mesías tiene un estilo tan a mano... No se entiende...' Y como era hombre de Dios, pide a sus discípulos ir donde Él a preguntar: 'Pero, ¿eres Tú realmente o debemos esperar a otro?'" El Santo Padre ha afirmado que la "humillación de Juan es doble: la humillación de su muerte como precio de un capricho" pero también "la humillación de la oscuridad del alma". De este modo, Francisco ha recordado que Juan que ha sabido "esperar" a Jesús,  que ha sabido "discernir", "ahora ve Jesús lejos".Y ha proseguido Francisco: "esa promesa se ha alejado. Y termina solo. En la oscuridad, en la humillación". Se queda solo "porque se ha destruido mucho para que el Señor creciera".Para finalizar la homilía de esta mañana, el Obispo de Roma ha señalado que Juan ve que el Señor está "lejos" y él "humillado, pero con el corazón en paz". "Tres vocaciones en un hombre: preparar, discernir, dejar crecer al Señor y disminuirse a sí mismo. También es bonito pensar la vocación del cristiano así. Un cristiano no se anuncia a sí mismo, anuncia a otro, prepara el camino a otro: al Señor. Un cristiano debe saber discernir, debe conocer como discernir la vedad que lo que parece verdad y no es: hombre de discernimiento. Y un cristiano debe ser un hombre que sepa abajarse para que el Señor crezca, en el corazón y en el alma de los otros", ha concluido el Papa.

¿Orar con el corazón o con la mente?

Muchas de las personas que comienzan a orar se ponen la pregunta si deben dar prioridad a la mente o al corazón. Sabemos que naturalmente existen personas en la que se da una preponderancia espontánea en su carácter de la parte más cerebral u otras son más emotivas. Como principio cada persona debe orar como es, debe partir del terreno que tiene, de los talentos que Dios le ha dado. Una persona más cerebral comenzará su oración dando una cierta importancia a las ideas; otra más emotiva o afectiva, a los sentimientos del corazón o a los coloquios.

Lo importante es ponerse en comunicación con Dios, recibir sus mensajes, gozar de su presencia, de su amor, de su gracia y disponerse a hacer su voluntad. De modo ordinario la oración sin embargo comporta un perfeccionamiento del hombre que lleva a una plenitud mayor y a un equilibrio de la persona. La persona más cerebral deberá aprender a comenzar a usar más los afectos y las emociones. Esto la ayudará también en su vida ordinaria a ser más afectuoso y a dar un peso de mayor importancia a la parte emotivo-afectiva en sus relaciones con los demás. La persona que es poco cerebral podrá enriquecerse tratando también de fundar su oración no sólo en los sentimientos o emociones sino también en sólidas ideas tomadas del Evangelio, de los Padres de la Iglesia, del Magisterio, de los autores espirituales.

La oración hay que hacerla con el corazón y con la mente, más aún con toda la persona, incluyendo nuestro cuerpo. Es el hombre entero quien ora, quien se pone en contacto con su Señor y Creador, con su Padre celeste. No hay una parte que pueda quedarse fuera aunque ciertamente habrá momentos en que pueda predominar una parte o la otra. En algunas personas, dado su temperamento, podrán dar de modo natural más espacio al corazón o a la mente, pero no podrán dejar nunca de lado ni la inteligencia ni el corazón.

Es el Espíritu Santo quien guía nuestra oración y nos va conduciendo por los caminos que Él quiere, soplando allí donde misteriosamente Él nos conduce. Para ello hay que abrir la puerta de nuestra inteligencia para comprender, aunque siempre de modo limitado, lo que Él nos quiere decir; y también la puerta del corazón para que se dilate siempre más en el amor hacia el Dios uno y trino y hacia todos nuestros hermanos sin distinción.

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