Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
- 14 Marzo 2015
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Francisco se confiesa
Desde la fiesta de la Inmaculada de 2015 a la de Cristo Rey de 2016
El Papa convoca un "Jubileo de la misericordia"
"Para que la Iglesia pueda encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir la misericordia"
José Manuel Vidal, 13 de marzo de 2015 a las 16:53
(José M. Vidal).- Francisco presidió una celebración penitencial en la Basílica de San Pedro para comenzar la iniciativa titulada "24 horas para el Señor", promovida por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Y, en ella, anunció la convocatoria de un Jubileo de la misericordia. "He decidido de proclamar un Jubileo extraordinario sobre la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la misericordia". La Basílica está llena de gente, pero llama la atención el escaso número de cardenales y monseñores presentes en el templo para la ceremonia penitencial. En las sedes reservadas para ellos hay muchos claros. La primera lectura de Pablo a los Efesios y el pasaje del Evangelio en que la pecadora lava los pies a Jesús.
Algunas frases de la homilía del Papa
"El sacramento de la reconciliación permite acercarse con confianza al Padre"
"El es rico de misericordia". "Confesar nuestros pecados es don de Dios, un regalo, obra suya"
"Ser tocados con ternura por su mano"
"Acercarnos a Dios sin un abogado defensor: tenemos uno sólo, que dio su vida por nuestros pecados""El, que está con el Padre, nos defiende siempre". "Tras la confesión renacemos"
"En el pasaje, dos palabras: amor y juicio". "Todo gesto de esta mujer habla de amor y de haber sido perdonada". "Esta certeza de haber sido perdonada es bellísima"
"Dios le perdona mucho, le perdona todo, porque ha amado mucho"
"En Jesús hay misericordia, no condena: Jesús la entiende con amor"
"Cuando Dios perdona, olvida. Es tan grande el perdón de Dios"
"La pecadora renace en el amor a una vida nueva". "El juicio que viene de Dios es el de la misericordia"
"Misericordia que va más allá de la justicia". "Simón, en cambio, se aferra al amor formal, a la formalidad"
"Invita a Jesús, pero no lo acoge realmente". "Invoca solo la justicia y se equivoca"
"Su juicio sobre la mujer le aleja de la verdad"
"Se detuvo en la superficie. No fue capaz de mirar al corazón"
"Que Jesús nos impulse a no detenernos en la superficie de las cosas"
"Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios"
"La Iglesia es la casa que acoge a todos y a nadie rechaza"
"A mayor pecado, mayor amor de la Iglesia hacia los que se convierten"
"¡Con cuánto amor sana Jesús nuestro corazón pecador!"
"Jesús es con nosotros como el Padre del hijo pródigo"
"No tengamos miedo"
"Pensé a menudo en cómo la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia"
"Un camino que comienza con una conversión espiritual"
"He decidido de proclamar un Jubileo extraordinario sobre la misericorida de Dios. Será un Año Santo de la misericordia" (Aplausos)
"Este año Santo comenzará en la solenidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Cristo Rey"
"Confío la organización del Jubileo al pontificio consejo de la nueva evangelización"
"Llevar a todos el Evangelio de la misericordia"
"Convencido de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir la misericordia"
"Un año para recibir la misericordia de Dios"
Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia. Morales
Una brecha abierta
¡Con qué precaución pretendía el fariseo que subía al templo para la oración ayunar dos veces por semana y dar el diezmo de todo lo que ganaba! Había fortificado bien la ciudadela de su alma. Se decía: “Dios mío, te doy gracias.” Se ve claro que había venido con todas la precauciones imaginables para estar seguro ante Dios. Pero dejó un espacio abierto y expuesto al enemigo cuando añade: “porque no soy como el resto de los hombres....ni como ese publicano.” (Lc 18,11) Así, por la vanidad ha dejado entrar al enemigo en la ciudadela de su corazón que lo tenía, no obstante, bien fortificado por sus ayunos y sus limosna. Todas las precauciones son inútiles cuando queda en nosotros una rendija por dónde entrar el enemigo... Este fariseo había vencido la gula por la abstinencia; había dominado la avaricia por su generosidad... Pero ¿cuántos esfuerzos en vista a esta victoria han sido anulados por un solo vicio, por la brecha de una sola falta? Por esto, no basta con pensar en practicar el bien, sino que hay que vigilar nuestros pensamientos para guardarlos puros en las buenas obras. Porque si son una fuente de vanidades o de orgullo en nuestro corazón, nuestros esfuerzos estarían llenos de vana gloria y no servirían a la gloria del Creador.
Santa Matilde Alemania
Reina de Alemania (c.a. 890-968) Hija de Teodorico, conde sajón, nació en Wesfalia alrededor del año 890. Se educó en el monasterio de Herford. Sus padres la casan en el año 909 con Enrique el Pajarero -llamado con este apodo por su afición a la caza con halcones- duque de Sajonia. A la muerte de Conrado, es elegido Enrique rey de Alemania en el 919. Es un buen príncipe con sus súbditos y añade a sus territorios Baviera después de conquistarla.
Matilde se ha hecho una reina piadosa y caritativa. Está como alejada de las vanidades de la corte; día y noche reza; conocen los palaciegos sus costumbres. Gran parte de su tiempo está ocupada con atención a los desvalidos; visita a los enfermos e intenta dar consuelo a afligidos. Y esto lo sabe, aprueba y apoya su marido. Así transcurrieron sus 23 años de matrimonio hasta el año 936 en que muere Enrique. Después de la muerte del esposo, entrega sus joyas a los pobres, significando la total ruptura con la pompa del mundo. El matrimonio ha tenido tres hijos: Otón, emperador de Alemania en el 937 a la muerte de su padre y luego de Roma en el 962 después de haber vencido a los bohemios y lombardos; Enrique, duque de Baviera y san Bruno, arzobispo de Colonia.
Sufrió las tensiones y luchas entre sus hijos Otón y Enrique por el poder y hasta tuvo que soportar la amargura de la conspiración contra ella por parte de sus hijos que la acusaron injustamente de dilapidar los bienes del Estado. Es su época de restaurar iglesias y fundar monasterios; sobresalen sobre todos el de Polden, en el ducado de Brunswich, que llega a albergar para Dios a trescientos monjes, y el de Quedlimburgo, en Sajonia, donde murió y reposan sus restos junto a los de su marido que allí los trasladó. Antes de morir en el año 968, quiso hacer humilde confesión pública de sus pecados ante los monjes del lugar.
Oremos: Concédenos, Señor, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste à Santa Matilde, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de la Breche, Chartres, Francia (1568)
¿Qué es el Jubileo de la Misericordia?
Un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo...
El Papa Francisco anunció este viernes, 13 de marzo de 2015, en la Basílica de San Pedro, la celebración de un Año Santo extraordinario. Este Jubileo de la Misericordia se iniciará el presente año con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana durante la solemnidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016 con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. El Santo Padre, al inicio del año, exclamó: “Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Éste es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!”
El anuncio se realizó en el segundo aniversario de la elección del Papa Francisco, durante la homilía de la celebración penitencial con la que el Santo Padre dio inicio a la 24 horas para el Señor, iniciativa propuesta por el Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización para promover en todo el mundo la apertura extraordinaria de las iglesias y favorecer la celebración del sacramento de la Reconciliación. El tema de este año ha sido tomado de la carta de San Pablo a los Efesios: “Dios rico en misericordia” (Ef 2,4).
La apertura del próximo Jubileo adquiere un significado especial ya que tendrá lugar en el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, ocurrida en 1965. Será por tanto un impulso para que la Iglesia continúe la obra iniciada con el Vaticano II. Durante el Jubileo las lecturas para los domingos del tiempo ordinario serán tomadas del Evangelio de Lucas, conocido como “el evangelista de la misericordia”. Dante Aligheri lo definía “scriba mansuetudinis Christi”, “narrador de la mansedumbre de Cristo”. Son bien conocidas las parábolas de la misericordia presentes en este Evangelio: la oveja perdida, la moneda extraviada, el padre misericordioso.
El anuncio oficial y solemne del Año Santo tendrá lugar con la lectura y publicación junto a la Puerta Santa de la Bula, el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II que se celebra el domingo siguiente a la Pascua.
Antiguamente, para los hebreos el jubileo era un año declarado santo, que recurría cada 50 años, y durante el cual se debía restituir la igualdad a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades e incluso la libertad personal. A los ricos, en cambio, el año jubilar les recordaba que llegaría el tiempo en el que los esclavos israelitas, llegados a ser nuevamente iguales a ellos, podrían reivindicar sus derechos. “La justicia, según la ley de Israel, consistía sobre todo en la protección de los débiles (S. Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente 13).
La Iglesia católica inició la tradición del Año Santo con el Papa Bonifacio VIII, en el año 1300. Este Pontífice previó la realización de un jubileo cada siglo. Desde el año 1475 – para permitir a cada generación vivir al menos un Año Santo – el jubileo ordinario comenzó a espaciarse al ritmo de cada 25 años. Un jubileo extraordinario, en cambio, se proclama con ocasión de un acontecimiento de particular importancia.
Los Años Santos ordinarios celebrados hasta hoy han sido 26. El último fue el Jubileo del año 2000. La costumbre de proclamar Años Santos extraordinarios se remonta al siglo XVI. Los últimos de ellos, celebrados el siglo pasado, fueron el de 1933, proclamado por Pío XI con motivo del XIX centenario de la Redención, y el de 1983, proclamado por Juan Pablo II por los 1950 años de la Redención.
La Iglesia católica ha dado al jubileo hebreo un significado más espiritual. Consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año Santo es siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano.
Con el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco pone al centro de la atención el Dios misericordioso que invita a todos a volver hacia Él. El encuentro con Él inspira la virtud de la misericordia.
El rito inicial del jubileo es la apertura de la Puerta Santa. Se trata de una puerta que se abre solamente durante el Año Santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta Santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María Mayor. El rito de la apertura expresa simbólicamente el concepto que, durante el tiempo jubilar, se ofrece a los fieles una “vía extraordinaria” hacia la salvación.
Después de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, serán abiertas sucesivamente las puertas de las otras basílicas mayores. La misericordia es un tema muy sentido por el Papa Francisco quien ya como obispo había escogido como lema propio “miserando atque eligendo”. Se trata de una cita tomada de las homilías de san Beda el Venerable, el cual, comentando el episodio evangélico de la vocación de San Mateo, escribe: “Vidit ergo lesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me” (Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eligió, le dijo: Sígueme). Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina. Una traducción del lema podría ser: “Con ojos de misericordia”.
En el primer Ángelus después de su elección, el Santo Padre decía que: “Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia” (Ángelus del 17 de marzo de2013).
También este año, en el Ángelus del 11 de enero, manifestó: “Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Éste es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!”. Y en el mensaje para la Cuaresma del 2015, el Santo Padre escribe: “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”.
En el texto de la edición española de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium el término misericordia aparece 29 veces.
El Papa Francisco ha confiado al Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización la organización del Jubileo de la Misericordia.
Lista de los años jubilares con los respectivos papas:
• 1300: Bonifacio VIII
• 1350: Clemente VI
• 1390: proclamado por Urbano VI, presidido por Bonifacio IX
• 1400: segundo jubileo de Bonifacio IX
• 1423: Martín V
• 1450: Nicolás V
• 1475: proclamado por Pablo II, presidido por Sixto IV
• 1500: Alejandro VI
• 1525: Clemente VII
• 1550: proclamado por Pablo III, presidido por Julio III
• 1575: Gregorio XIII
• 1600: Clemente VIII
• 1625: Urbano VIII
• 1650: Inocencio X
• 1675: Clemente X
• 1700: Abierto por Inocencio XII, concluido por Clemente XI
• 1725: Benedicto XIII
• 1750: Benedicto XIV
• 1775: proclamado por Clemente XIV, presidido por Pío VI
• 1825: León XII
• 1875: Pío IX
• 1900: León XIII
• 1925: Pío XI
• 1933: Pío XI
• 1950: Pío XII
• 1975: Pablo VI
• 1983: Juan Pablo II
• 2000: Juan Pablo II
• 2015: Francisco
• En los años 1800 y 1850 no hubo jubileo a causa de las circunstancias políticas de la época.
Anuncio del Jubileo en el segundo aniversario de la elección del Papa Francisco
¡Ten compasión de mí, que soy pecador!
Lucas 18, 9-14. Cuaresma. Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados.
Oración introductoria
Señor, contemplando el amor que nos has tenido y con el que nos has amado, queremos reconocer que sin tu gracias no podemos realizar la buenas obras. Ayudándonos y guiándonos por el camino del amor. Deseamos caminar en este día de tu mano y valorar cada vez más todo lo que haces por nosotros.
Petición
Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados. Invoco el auxilio de tu gracia para ser cada día mejor cristiano e imploro tu divina misericordia ante mis caídas y debilidades.
Meditación del Papa Francisco
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que “sube hasta las nubes", mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: ¿Cómo se hace? La oración es algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo…
Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y se requiere sencillez. Rezar juntos el "Padrenuestro", alrededor de la mesa, se puede hacer. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar el uno por el otro: el esposo por la esposa, los papás por los hijos, los hijos por los papás, y también por los abuelos. Rezar los unos por los otros, esto es rezar en familia y vuelve fuerte la familia... La oración.» (Homilía de S.S. Francisco, 27 de octubre de 2013).
Reflexión
El escriba, conocedor de las escrituras, se dirige a Dios con orgullo y vanidad. Le ha faltado humildad para reconocerse necesitado de la gracia de Dios. Es necesario tener una clara conciencia de que somos creaturas frágiles para vivir, con sinceridad, de cara a Dios. A nosotros no nos corresponde juzgar y criticar a los demás, pues eso es algo que sólo le compete a Nuestro Señor.
Muy diferente es la actitud publicano. Se queda en la esquina y sin el valor de elevar los ojos a Dios. Es humilde y se reconoce pecador, necesitado de la misericordia de Dios. Los humildes agradan inmensamente a Dios. La humildad del publicano consiste en reconocer sus faltas, pedir perdón y realizar un sincero propósito de enmienda. ¡Qué es la confesión sino un acercarnos a Dios con la misma actitud del publicano! En el sacramento de la penitencia buscamos con humildad la misericordia de Dios. Cuando reconozco mis pecados y le pido perdón a Dios en la confesión estoy formando, al mismo tiempo, un corazón más comprensivo y bondadoso para no juzgar ni criticar a los demás. A través de la confesión obtengo, con toda certeza, el perdón de mis pecados y puedo regresar a mi vida diaria con paz y tranquilidad de conciencia porque le he dado el primer lugar a Dios en mi vida.
Propósito
Me confesaré si llevo largo tiempo sin hacerlo y promoveré la participación a este sacramento entre mis familiares y amigos.
Diálogo con Cristo
Jesús, reconozco que tengo muchas carencias y que, en algunas ocasiones, el egoísmo forma parte de mis pensamientos y juicios. Dame el valor y la gracia de prepararme y realizar una buena confesión. Ayúdame, Dios mío, a ser misericordioso y bondadoso con los demás. Te pido que me des la fuerza para no criticar ni juzgar al prójimo. Señor, si mil veces caigo, que mil veces esté dispuesto a levantarme y seguir luchando por Ti. No queremos otro don que Jesús, no suspiramos por otro amor que por el suyo. Mons. Luis María Martínez
Cristo que nos llama a la conversión del espíritu
Sábado tercera semana Cuaresma. ¿Qué esfuerzo he hecho para que Cristo sea el centro de mi vida?
La experiencia de buscar convertir nuestro corazón a Dios, que es a lo que nos invita constantemente la Cuaresma, nace necesariamente de la experiencia que nosotros tengamos de Dios nuestro Señor. La experiencia del retorno a Dios, la experiencia de un corazón que se vuelve otra vez a nuestro Señor nace de un corazón que experimenta auténticamente a Dios. No puede nacer de un corazón que simplemente contempla sus pecados, ni del que simplemente ve el mal que ha hecho; tiene que nacer de un corazón que descubre la presencia misteriosa de Dios en la propia vida. Durante la Cuaresma muchas veces escuchamos: “tienes que hacer sacrificios”.
Pero la pregunta fundamental sería si estás experimentando más a Dios nuestro Señor, si te estás acercando más a Él.
En la tradición de la Iglesia, la práctica del Vía Crucis —que la Iglesia recomienda diariamente durante la Cuaresma y que no es otra cosa sino el recorrer mentalmente las catorce estaciones que recuerdan los pasos de nuestro Señor desde que es condenado por Pilatos, hasta el sepulcro—, necesariamente tiene que llevarnos hacia el interior de nosotros mismos, hacia la experiencia que nosotros tengamos de Jesucristo nuestro Señor.
Tenemos que ir al fondo de nuestra alma para ahí ver la profundidad que tiene Dios en nosotros, para ver si ya ha conseguido enraizar, enlazarse con nosotros, porque solamente así llegamos a la auténtica conversión del corazón. Al ver lo que Cristo pasó por mí, en su camino a la cruz, tengo que preguntarme: ¿Qué he hecho yo para convertir mi corazón a Cristo? ¿Qué esfuerzo he hecho para que mi corazón lo ponga a Él como el centro de mi vida?
Frecuentemente oímos: “es que la vida espiritual es muy costosa”; “es que seguir a Cristo es muy costoso”; “es que ser un auténtico cristiano es muy costoso”. Yo me pregunto, ¿qué vale más, lo que a mí me cuesta o lo que yo gano convirtiéndome a Cristo? Merece la pena todo el esfuerzo interior por reordenar mi espíritu, por poner mis valores en su lugar, por ser capaz de cambiar algunos de mis comportamientos, incluso el uso de mi tiempo, la eficacia de mi testimonio cristiano, convirtiéndome a Cristo, porque con eso gano.
A la persona humana le bastan pequeños detalles para entrar en penitencia, para entrar en conversión, para entrar dentro de sí misma, pero podría ser que ante la dificultad, ante los problemas, ante las luchas interiores o exteriores nosotros no lográramos encontrarnos con Cristo. Nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días si queremos en la Eucaristía; nosotros, que tenemos a Jesucristo si queremos en su Palabra en el Evangelio; nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días en la oración, podemos dejarlo pasar y poner otros valores por encima de Cristo. ¡Qué serio es esto, y cómo tiene que hacer que nuestro corazón descubra al auténtico Jesucristo!
Dirá Jesucristo: “¿De qué te sirve ganar todo el mundo, si pierdes tu alma? ¿Qué podrás dar tú a cambio de tu alma?” Es cuestión de ver hacia dónde estamos orientando nuestra alma; es cuestión de ver hacia dónde estamos poniendo nuestra intención y nuestra vida para luego aplicarlo a nuestras realidades cotidianas: aplicarlo a nuestra vida conyugal, a nuestra vida familiar, a nuestra vida social; aplicarlo a mi esfuerzo por el crecimiento interior en la oración, aplicarlo a mi esfuerzo por enraizar en mi vida las virtudes. Cuando en esta Cuaresma escuchemos en nuestros oídos la voz de Cristo que nos llama a la conversión del espíritu, pidámosle que sea Él quien nos ayude a convertir el corazón, a transformar nuestra vida, a reordenar nuestra persona a una auténtica conversión del corazón, a una auténtica vuelta a Dios, a una auténtica experiencia de nuestro Señor.
Sacramentos que curan
Lo que hace el dolor en el cuerpo -avisarnos de que algo va mal- lo hace el remordimiento en el alma
Afortunadamente, en nuestro país, España, disfrutamos de unos sistemas sanitarios y asistenciales que nos permiten acceder a los medios de salud con cierta facilidad, sobre todo si lo comparamos con una gran mayoría de lugares de cualquier parte del mundo. Tenemos experiencia de que en casos urgentes, y también en las ocasiones en que la enfermedad se hace presente, podemos ser atendidos con unos medios que, ordinariamente, están entre los mejores que hoy en día se pueden encontrar. Este deseo de curar el cuerpo y de reencontrar la salud pertenece a la natural inclinación de conservar la vida. Esto, que en el caso del cuerpo es tan claro, se puede también aplicar a nuestro espíritu. La enfermedad corporal, las infecciones, los traumatismos, malogran el cuerpo. Pero es que el alma, que es una realidad cierta y existente, aunque no sea material, también se puede ver afectada por la enfermedad.
Es lo que denominamos mal moral o pecado. Cuántas veces hemos asegurado que no nos sentimos bien con nosotros mismos, que hemos hecho algo que no nos ha dejado a gusto, que estamos interiormente desasosegados. Lo que hace el dolor en el cuerpo -avisarnos de que algo va mal- lo hace el remordimiento en el alma. Esto manifiesta la presencia en nuestra vida del mal, que no es únicamente físico sino también moral; y éste, ordinariamente, suele ser más grave, más agobiante que el mal físico. Cristo, médico del alma y del cuerpo, ha instituido dos sacramentos de curación porque, la vida nueva que él nos ha dado con los sacramentos de la iniciación cristiana, puede debilitarse o, incluso, perderse debido al pecado.
La Iglesia -y esto es un querer del mismo Cristo- continúa la obra de curación y de salvación iniciada por Cristo mediante los sacramentos de la penitencia y de la unción de los enfermos. Pienso que es necesario y hasta urgente recuperar para la vida cristiana el uso ordinario y natural de estos dos sacramentos. En el caso de la penitencia, porque en muchos lugares ha desaparecido prácticamente la recepción de este sacramento, con todo lo que esto representa sobre la pérdida del sentido del pecado -decía el Santo Padre Pablo VI que éste era el gran mal de nuestros tiempo-, sobre la falta de acompañamiento espiritual para tantos y tantos fieles con un gran empobrecimiento de la formación de las conciencias y, como consecuencia, con una vida cristiana empobrecida por la carencia de la gracia de Dios. Y con respecto a la unción de los enfermos, puesto que se priva tantas veces de una asistencia espiritual y consoladora -¡tenemos tantas experiencias los sacerdotes!- a los que están en peligro de muerte, a menudo con el argumento de no asustar el enfermo, retrasando en muchos casos el sacramento hasta que el enfermo ya no tiene conciencia. ¡Que la gracia de Dios que podemos recibir en todos los sacramentos nos fortalezca y nos santifique!