“Dios amó tanto al mundo...”
- 15 Marzo 2015
- 15 Marzo 2015
- 30 Noviembre -0001
V DOMINGO DE CUARESMA (2 Cró 36, 14-16. 19-23; Sal 136, Efs 2, 4-6; Jn 3, 14-21)
RETORNOS. La Palabra nos invita, en la mitad del camino cuaresmal, a acrecentar la esperanza, porque es posible recuperar el santuario de nuestro corazón, de manera semejante a como aconteció en tiempos del exilio. “El Señor, el Dios de los cielos, me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!» (2 Cró 36, 22-23). Cuando se ha probado el sequedal, y se ha vivido en tierra árida por alejamiento culpable de la casa del Señor, gustar la posibilidad del regreso, supera toda imaginación. Cabe que nos preguntemos: ¿Cómo va a ser posible la paz, la alegría, el gusto por la oración? Ante el regalo de misericordia que nos hace Dios, que es atraernos hacia Sí, surge el voto, la promesa, quizá un tanto arrebatada: “¡Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti!” (Sal 136). ¡Ojalá que, a esta altura del camino, nos hayamos dado cuenta del regalo que nos ha hecho Dios con el don de la fe, ya que, como dice san Pablo: “Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras” (Efs 2, 6). Ahora sabemos en carne propia lo que afirma el Evangelio: “El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3, 21).
SANTA TERESA DE JESÚS
Santa Teresa fue reelegida priora de la Encarnación, después de fundar San José de Ávila. Tiene que volver a la antigua comunidad, y desde allí escribe a su amiga Doña Luisa: “Parece que no está inquieta mi alma con toda esta babilonia, que lo tengo por merced del Señor. El natural se cansa; mas todo es poco para lo que he ofendido al Señor” (Cartas 31, 4). Parece que siente como si hubiera sido desterrada. Y más adelante, en 1571, cuando la vuelven a reelegir, y la comunidad de la Encarnación se enfrenta hasta con el Provincial y el Obispo, la Santa escribe a María de San José, que está en Sevilla: “Yo las perdonaría de buena gana si ellas quisiesen dejarme en paz, que no tengo gana de verme en aquella Babilonia, y más con la poca salud que tengo, y cuando estoy en aquella casa menos. Dios lo haga como más se sirva y me libre de ellas” (Cartas 198, 5).
Hay muchas formas de vivir en destierro, aunque parezca que habitamos en casa propia. Santa Teresa define esta vida como destierro, mientras aguardamos el encuentro definitivo con el Señor. “¡Cuán triste es, Dios mío, la vida sin ti! Ansiosa de verte, deseo morir. Carrera muy larga es la de este suelo, morada penosa, muy duro destierro. ¡Oh Dueño adorado, sácame de aquí! Ansiosa de verte, deseo morir” (Poesías 7).
Dios ama al mundo
No es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.
«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.
Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no solo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Solo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.
La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Concilio Vaticano II: La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.
Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Solo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo.
En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos, que introduzcan entre nosotros amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor. José Antonio Pagola. 4 Cuaresma – B (Juan 3,14-21) 15 de marzo 2015
Cuarto domingo – Cuaresma 2 Cr 36,14-18.19-23; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21
La segunda lectura y el Evangelio nos proponen hoy un examen de nuestra vida. Un examen que nos lleva a ver: donde tengo puesto yo el fundamento de mi vida? Y como vivo yo, en consecuencia? Como actúo yo en mi vida? Vamos por partes:
1) En primer lugar, como decimos, las lecturas nos invitan a ver: ¿cuál es el fundamento de mi vida? Donde tengo puesta mi confianza, mi seguridad, mis bases? En este tiempo de cuaresma nos invita a revisar donde tenemos puesto el fundamento de nuestra vida, de nuestro hacer, y de nuestra esperanza. Se nos invita a ver si construimos nuestra vida sobre arena, se nos invita a ver si buscamos 'fundamentos' que, incluso, son engañosos o perjudiciales para los demás. ¿Quizás vivo en la búsqueda indiscriminada del propio placer, las propias satisfacciones, las propias seguridades? ¿Acaso busco satisfacer el afán de riqueza, de poder y de seguridad, simplemente por mi necesidad de seguridad y de encontrar fundamentos sólidos? Pues bien, para ser claros: esto, a parte de ser falaz, porque no puede sustentar una verdadera vida llena ni una felicidad profunda, perjudica a los demás.
Sí, los perjudica porque una persona auto-referenciada, que busca ansiosamente fundamentarse en sí misma, o en las riquezas, o en el poder, será una aspiradora 'de todo lo que tiene alrededor. Buscará ansiosamente esta riqueza y poder, esta seguridad y satisfacción que necesita para vivir. Una persona que vive en la autorreferencialidad, que se mirará siempre a sí misma, chupará la vida de los demás, parasitario su alrededor, y generará injusticia al ignorar la suerte de los demás. Buscará continuamente la propia satisfacción, y no la de los demás. Los otros no figurarán más que como "proveedores" de lo que necesita: riqueza, satisfacciones, seguridad y placer superficial.
Pues bien, las lecturas de hoy nos presentan otro fundamento: "Dios, que es rico en el amor, nos ha amado tanto que nos ha dado la vida junto con Cristo". Sí, ese es el punto de partida que nos propone nuestra fe, este es el fundamento de todo lo que podamos vivir o hacer. Este es el principio y fundamento de nuestra vida: que Dios es 'rico en el amor', y que por su amor desbordante nos ha dado, y nos da cada día, la vida ... Una persona que descubre y profundiza este fundamento de su vida, sabe que su fundamento es el amor infinito y gratuito de Dios, sabe que todo es dado, que todo es recibido. Sabe que todo es recibido. Y tomar conciencia de ello... qué importante es! Sí, es importante porque nos hará pensar no tanto en qué he de conseguir para fundamentar mi vida, sino en que tengo que hacer para responder a tanto don recibido. Como dice la segunda lectura, todo ello "no es fruto de unas obras, para que nadie pueda gloriarse se".
2) Y en segundo lugar me puedo preguntar: ¿cómo vivo yo? Mi experiencia de fe, en que se traduce en mi vida? Fíjense en esta frase tan fuerte de la segunda lectura: "El nos ha creado en Jesucristo, para dedicarnos a unas buenas obras, que él había preparado para que vivamos practicándose las".
Una frase para retener, para memorizar para que nos acompañe todo el día, todos los días de nuestra vida ...: - "Él, el Señor, nos ha creado en Jesucristo" ...: somos criaturas suyas, como obra de sus manos, nuestra existencia, nuestra historia, todo lo que somos y poseemos, todo es dado, todo es creado por el designio amoroso de Dios. Y en todo esto, Jesucristo ha estado presente y actuando- Pero no acaba aquí. Sí, somos creados por puro amor de Dios, y eso es todo. Pero además, podemos descubrir que Él tiene un sueño para nuestro mundo, Él sueña un mundo más humano, más fraternal, más lleno de su amor ... y sueña en como puedo, yo, colaborar a que el mundo sea más conforme al deseo de Dios. Por eso se habla aquí de que nos ha creado "para dedicarnos a unas buenas obras" ... ¿Cuáles son esas 'buenas obras' de las que habla esta lectura?
Quizás el tiempo de Cuaresma debe ser ocasión para repasar cuál es el fundamento de mi vida ... y también cuáles son estas 'buenas obras' que Dios desea tan ardorosamente que haga ...
Este tiempo de Cuaresma puedo ver, en mi vida: ¿cómo puedo vivir en la luz? ¿Puedo ver si mi vida busca la luz, como tantos otros hacen también? Así, como dice el Evangelio, "todos verán que hacen, ya que lo hacen según Dios" ... En mi examen del día, al terminar la jornada, quizá me puedo preguntar, cada día: "¿hoy, todo lo que he hecho, lo he hecho 'según Dios'?" Que esto vaya orientando mi vida ...
3) Por lo tanto, para concluir y recordar un poco más en concreto las reflexiones que nos suscitan las lecturas, podemos pedir al Señor que nos ayude, en este tiempo de Cuaresma, a revisar donde tengo puesto el fundamento de mi vida. ¿Mi fundamento lo tengo puesto en mis seguridades, en lo que succionaré de mi alrededor? ¿O en la conciencia de que todo es recibido, todo es don, todo es fruto del amor inmenso y fundante de Dios? Y que nos ayude el Señor a ver que Él quiere colaboradores, y que me sueña colaborando con Él con aquellas 'buenas obras' que sólo yo puedo hacer ... Que todo esto nos inspire y oriente en nuestra conversión cuaresmal.
Evangelio según San Juan 3,14-21.
Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Teodoro de Mopsueste (hacia 428) obispo de Mopsueste en Cilicia, teólogo
Comentario de San Juan; CSCO 115,116
“Dios amó tanto al mundo...”
Que la cruz no os espante, dice el Señor Jesús, y no os haga dudar de las palabras que yo os digo.- La serpiente levantada por Moisés en el desierto era eficaz por el poder de aquel que mandaba levantarla... Del mismo modo, el Señor carga sobre si a la humanidad y sufre los dolores de la cruz, y, gracias al poder que le habita otorga la vida eterna a los que creen en él. En tiempo de Moisés, la serpiente de bronce, sin tener vida en ella misma, gracias al poder de otro, salvaba de la muerte a los que iban a perecer por la mordedura de la serpiente venenosa, sólo con dirigir su mirada hacia el estandarte. Jesús, del mismo modo, a pesar de su apariencia mortal y lleno de sufrimientos, da la vida a los que creen en él, gracia al poder que le habita.
Jesús continúa: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que ninguno de los que creen en él se pierda, sino que tengan la vida eterna.” Esto es un signo del amor de Dios... ¿Cómo pudo decir: -Dios ha dado a su Hijo único? Es evidente que la divinidad no puede sufrir. No obstante, gracias a su unión, la humanidad y la divinidad de Jesús son uno. Por esto, aunque sólo el hombre sufre, todo lo que toca a su humanidad se atribuye también a su divinidad... San Pablo, para mostrar esta grandeza de la pasión, dice: “Si lo hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria.” (cf 1Cor 2,8) Quiere revelar, dando este título a Jesús, la gloria de su pasión. Del mismo modo, Nuestro Señor, para mostrar la riqueza de su amor a través de los sufrimientos padecidos, declara muy acertadamente: “Dios ha dado a su Hijo único.”
Alegría en medio de la Cuaresma
El cuarto domingo de Cuaresma es llamado el Domingo Leatare, es decir, de la Alegría. Es como si la Iglesia, que en este tiempo litúrgico previo a la Semana Santa invita a la penitencia, tuviera prisa por celebrar ya el final del camino: la resurrección de Jesucristo, y por ello se adelanta pensando en el próximo futuro. Recuerda de algún modo al Gaudete que celebramos el tercer domingo de Adviento. También entonces queremos adelantar el reloj, porque la espera del nacimiento de Jesús se nos hace larga y así la liturgia nos dice: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito. Estad alegres. El señor está cerca».
En realidad para quienes vivimos en Cristo –como nos pide san Pablo- siempre es domingo y siempre hemos de estar alegres. En Adviento, en Navidad, en Cuaresma, Semana Santa o Pascua y en el tiempo ordinario.
Hubo un tiempo en el que los cristianos más piadosos tenían cierto temor a expresar una excesiva alegría, y por eso destacaban más entre ellos los santos alegres, como san Felipe Neri. No hace tantos años era difícil ver imágenes de un Papa que se reía. Con buena voluntad se consideraba que reírse era poco serio. El papa Francisco ha acabado de arrumbar este viejo tópico que sus precedentes inmediatos ya no siguieron.
Cada vez se advierte con mayor claridad que Dios es juez, pero más aún es misericordioso, y por encima de todo es padre. No quiere que renunciemos a las sanas alegrías; no nos pone un tope a que lo pasemos bien, a que cultivemos nuestras amistades verdaderas y nuestras aficiones honestas; no nos pide siempre el sacrificio de huir de lo placentero, aunque la prioridad debemos ponerla en la oración y en la caridad con los demás. Dicho de otro modo: la alegría nos lleva a Dios, y Dios nos lleva a ella.
En cambio un alma triste está a merced de muchas tentaciones buscando falsas compensaciones que aún la entristecen más. La tristeza nace del egoísmo y, paradójicamente, de la falta de mortificación, mientras que la alegría no nace de la despreocupación, sino de hacer lo que debemos en cada momento según los dictados de nuestra conciencia.
Así seremos felices en esta vida, prólogo de la Vida eterna con Dios en el cielo. Recordemos lo de santa Teresa. Un día que cantaba, una monja le dijo: «Madre, ¿qué haría si le dijeran que va a morir ahora?.» «Seguir cantando»— contestó.
Acrecentar la esperanza
Domingo de la alegría
"Hay muchas formas de vivir en destierro, aunque parezca que habitamos en casa propia"
Santa Teresa define esta vida como destierro, mientras aguardamos el encuentro definitivo con el Señor
Esperanza cristiana
La Palabra nos invita, en la mitad del camino cuaresmal, a acrecentar la esperanza, porque es posible recuperar el santuario de nuestro corazón, de manera semejante a como aconteció en tiempos del exilio. "El Señor, el Dios de los cielos, me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!» (2 Cró 36, 22-23).
Cuando se ha probado el sequedal, y se ha vivido en tierra árida por alejamiento culpable de la casa del Señor, gustar la posibilidad del regreso, supera toda imaginación. Cabe que nos preguntemos: ¿Cómo va a ser posible la paz, la alegría, el gusto por la oración?
Ante el regalo de misericordia que nos hace Dios, que es atraernos hacia Sí, surge el voto, la promesa, quizá un tanto arrebatada: "¡Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti!" (Sal 136).
¡Ojalá que, a esta altura del camino, nos hayamos dado cuenta del regalo que nos ha hecho Dios con el don de la fe, ya que, como dice san Pablo: "Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras" (Efs 2, 6). Ahora sabemos en carne propia lo que afirma el Evangelio: "El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios" (Jn 3, 21).
Luisa de Marillac, Santa
Patrona de la Asistencia Social, 15 de marzo
Fundadora, con San Vicente de Paúl,
de la Hijas de la Caridad.
Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl († 1660).
Fecha de canonización: 11 de marzo de 1934 por el Papa Pío XI
Etimológicamente: Luisa = Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.
Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación.. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.
Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.
En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.
En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo". Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
Oración
¡Oh gloriosa santa Luisa de Marillac!
esposa fiel, madre modelo.
formadora de catequistas,
maestras y enfermeras,
ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia,
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él.
Amén
Francisco en el Ángelus: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites
Fecha: 15 de Marzo de 2015
El santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus, como cada domingo, con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
el Evangelio de hoy nos propone las palabras dirigidas por Jesús a Nicodemo: “Dios, amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Escuchando esta palabra, dirigimos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentimos dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Así nos ama Dios.
Este amor Dios lo demuestra sobre todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Oración eucarística IV: “Has dado origen al universo para infundir tu amor sobre todas tus criaturas y alegrarlas con el esplendor de tu luz”. Al origen del mundo está solo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo, un santo de los primeros siglos, escribió: “Dios no creó a Adán porque necesitara del hombre, sino para tener alguno a quien donar sus beneficios” (Adversus haereses, IV, 14, 1). Así, el amor de Dios es así.
Así prosigue la Oración eucarística IV: “Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. Ha venido con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación resalta la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, y le dice así, “yo te he elegido precisamente porque eres el más pequeño entre todos los pueblos”. Y cuando vino “la plenitud del tiempo”, no obstante los hombres hubieron incumplido más de una vez la alianza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús --el vínculo de la nueva y eterna alianza-- un vínculo que nada podrá romper nunca.
San Pablo nos recuerda: “Pero Dios, que es rico en misericordia --no olvidarlo nunca, es rico en misericordia-- por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,4). La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús no ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia, Dios perdona todo y Dios perdona siempre.
María, Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Esté cerca de nosotros en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia del perdón, de acogida y de caridad