“El que beba del agua que quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surge la vida eterna.”

SAN JOSÉ (19.03.2015)

Introducción: “No tengas reparo en llevarte a María” (Mt 1, 16.18-21.24a)

Mateo inicia el “documento (o libro) del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán” (1,1) con la genealogía de Jesús: desde Abrahán hasta el último descendiente de David, que es José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el Cristo. En su genealogía hay de todo. Por ejemplo, se citan como antepasados a cuatro mujeres, de origen no judío, con historias de miseria moral y traiciones. Lo que cuenta no es la raza o la limpieza moral, sino la acción amorosa de Dios, que llega a nuestro mundo real, judío y no judío, y a todos quiere salvar.

La “descendencia” se valoraba por lo jurídico más que por lo biológico. Así aparece al relatar el hecho del embarazo de María sin varón. José acepta a María como esposa legal y, por ello, es él quien “pone el nombre” (vv.18-25). Señala el hecho de que María “estaba desposada con José”. Tenía comprometidos los derechos y deberes del matrimonio. La noa ya estaría dedicada a preparar el ajuar. Pasado un año, el novio la llevaría solemnemente a su nuevo hogar.

Esta es la fe de la Iglesia primitiva.

Antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo”. No sabemos cómo se enteró José. Lo normal sería que su novia le informara. Mateo dice sencillamente que María concibió a Jesús sin intervención de varón, “por obra del Espíritu Santo”.

José.., que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”. Se dice que era “justo” (“dikaios”). Es más que “observante de la ley”. Lo legal es denunciar. María sería juzgada como adúltera y apedreada (De 22, 20-21). “Decidió”: empezó a deliberar (aoristo griego ingresivo). Un embarazo sin padre es extraño al Antiguo Testamento. Algunos autores piensan que José conocía la intervención de Dios por confidencia de María, pero desconocía su papel personal. Interpretan la actitud de José como “temor reverencial” ante la acción divina. José no duda de la inocencia de María, pero decide retirarse, dejando libre a Dios (T. Stramare: José, en Nuevo Diccionario de Mariología. Ed. Paulinas 1988, p. 992-993).

También cabe pensar que José antepone el amor a la persona concreta a la ley. Es tan libre ante la ley como el mismo Jesús. El amor le lleva a saltarse la ley cuando su cumplimiento le acarrea daño en los derechos fundamentales. José cumple la voluntad de Dios, y por eso es “justo”, agradable a Dios. La voluntad divina es respetar la libertad y la vida. No aparece como el esposo enamorado que perdona todo, ni como el Padre de Jesús que ama sin medida. José se parece a nosotros: no hace daño, pero, “en secreto”, se aleja prudentemente. José necesitó la luz del cielo para acercarse al misterio: “No tengas reparo en llevarte a tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. La fe -iluminación- en el amor de Dios le arrastró al compromiso pleno. Acoge a María y a su Hijo, e impone el nombre de “Yahvé salva” (“Yehosua”), que expresa su fe en el Misterio. “Jesús” es el nombre humano del Hijo de Dios encarnado; “Cristo” (Mesías, Ungido) es el nombre “profesional”, funcional, como enviado de Dios.

José nos habla, “no con palabras, pues nada nos dijo, sino con sus ejemplos, que hablan más alto y más claro que cualquier palabra” (BOFF, L., San José. Padre de Jesús en una sociedad sin padre. Sal Terrae, Santander 2007, p. 178). Su conducta ilumina la figura paterna: toma de decisiones difíciles (ante el misterioso embarazo), conciencia exigente del deber (viaja para el censo, cuida el parto en Belén, presenta al Niño, cumple las peregrinaciones anuales), valor ante el peligro (huye a Egipto), autoridad en el hogar (Jesús “les obedecía”), puente entre familia y sociedad (impone el nombre, acoge al hijo por él no procreado, contagia honradez al actuar como varón “justo” y profesionalidad en el trabajo). Vive, pues, una paternidad “sana y vigorosa”, de la que se beneficiaría Jesús, cuya intimidad con él le iniciaría en la vivencia íntima con el Padre Dios, a quien siempre llamaría infantilmente “Abba”, “Papá, Papaíto”.

Oración: “No tengas reparo en llevarte a María” (Mt 1, 16.18-21.24a)

Jesús, hijo de José: Hoy la “Buena Noticia” es tu padre José. Es significativo que un admirado teólogo, marginado por la élite eclesial, nos llame la atención sobre los “más de quince siglos, en que la figura de san José permaneció en la oscuridad, relegada al ostracismo por parte de los teólogos... Nunca se le consideró digno de ocupar un lugar importante en la reflexión, ni siquiera de los papas de Roma” (O.c. p. 106).

De José sólo conocemos algunas de sus conductas: - se ve obligado a tomar decisiones muy comprometidas: ante el misterioso embarazo, ante el hijo no engendrado por él, ante la persecución de Herodes... -acepta y realiza sus deberes de ciudadano, esposo y padre: viaja para censarse, cuida a su esposa en el parto de Belén, presenta al Niño en el templo, cumple las peregrinaciones anuales... -evita que su casa sea un caos, manteniendo la autoridad necesaria: que corrige “la angustia” ante comportamientos irregulares, que logra que Jesús “les obedezca”.

Hoy leemos en el evangelio parte de su genealogía, llena de luces y sombras como las nuestras, con vidas creyentes y no creyentes, con amores limpios y miserias abundantes...

Se percibe la decisión del Padre Dios de acercarse a nuestro mundo, con su amor incondicional y gratuito, que no repara en raza ni color moral, que llega a nuestro mundo real, judío y no judío, que “tanto nos amó que nos dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Este Hijo eres Tú, “salvación de Dios”, “Yehosua”, Jesús, como te nombró José. Hoy el evangelio nos cuenta el camino, la vocación de José: los acontecimientos, las confidencias de María, tu madre, las leyes de tu pueblo, los conflictos políticos, la pobreza, la iluminación de la confianza en Dios que no abandona... van conduciendo su libertad hacia el amor a la vida, al cuidado de las personas, a tomar decisiones arriesgadas, a compromisos sociales. Su actitud obediente al amor de Dios te iniciaría a ti, Jesús: en la relación con el Padre, en la oración confiada, en la preocupación por los más débiles, en el trabajo bien hecho, en el cultivo de los “talentos”, en la admiración por los niños y los padres, en la búsqueda de trabajo para todos... Ayúdanos, Cristo Jesús, hijo de Dios, de María y de José, a amar, como Tú, como María, como José. Que ese amor sea la guía, la vocación, de nuestra vida.

Evangelio según San Juan 5,1-3a.5-16. 

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. 

Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. 
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado. 

Odas de Salomón (texto cristiano hebraico de principio del siglo II) 
(Hamman, coll. Ichtus 1957 I, pag. 26)

“El que beba del agua que quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surge la vida eterna.” (Jn 4,14)

El Señor se da a conocer más y más. Se empeña en que se conozcan mejor los dones de la gracia recibida. Nos concede poder glorificar su nombre; nuestros espíritus cantan al Espíritu Santo. Porque ha brotado una fuente; se ha convertido en un torrente poderoso (Ez 47,1ss) Ha inundado el universo y lo arrastra hacia el templo. Los obstáculos de los hombres no han podido restañarlo, ni siquiera los que saben poner dique a las aguas. Porque se ha abocado sobre toda la tierra y la llena enteramente.

Todos los sedientos de la tierra han bebido del torrente; su sed ha sido saciada porque el Altísimo ha apagado su sed. Dichosos los servidores a quienes ha confiado esta agua; han podido calmar sus labios sedientos y levantar su voluntad paralizada. Las almas moribundas han sido liberadas de la muerte; los miembros agotados han sido reanimados y levantados. Esta agua ha dado vigor a sus pasos y luz a sus ojos. Todos han reconocida las aguas en el Señor; viven para siempre, gracias al agua viva. ¡Aleluya!

17 de marzo 2015 Martes IV de cuaresma Ex 47, 1-9.12

Si alguna vez has experimentado tener sed y no poderte saciar, descubres como el agua es fundamental para vivir. Hoy, con unas imágenes poéticas, Ezequiel nos habla como el agua surgida desde el santuario, es decir desde el lugar donde Dios habita, es una auténtica bendición, hasta el punto de que: «Esta agua corre por los valles ... y desemboca en el Mar Muerto. Entra dentro de las aguas saladas y las sanea. "Nosotros sabemos que, espiritualmente, el agua viva es vida para nuestra vida. Pero, tenemos sed? ¿Qué necesito para que mi vida sea la vida en Dios? Agua viva? ¿Qué es el agua viva para ti? Señor, quiero tener sed de Ti.

San Patricio Bretaña

Obispo (c. 385-461)  "Yo era como una piedra en una profunda mina; y aquel que es poderoso vino, y en su misericordia, me levantó y me puso sobre una pared."
Nacido en Bretaña hacia el año 385, fue llevado cautivo muy joven a Irlanda, y obligado a desempeñar el oficio de pastor de ovejas.  
Conseguida la libertad fue sacerdote y obispo de su nueva patria a la que dedicó el resto de su vida mostrando unas dotes extraordinarias como evangelizador y ocupándose de la organización eclesiástica de Irlanda de la que es patrono.  Murió en el año 461.

Oremos: Dios todopoderoso, que para dar a conocer tu nombre a los pueblos de Irlanda escogiste al obispo San Patricio, haz que, por su intercesión y sus méritos, los cristianos descubran el sentido misional de la fe y anuncien a los hombres las maravillas de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de  Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Irlanda (1697). El Oficio de  Nuestra Señora es instituido por el Papa Urbano II (1905)

IV MARTES DE CUARESMA (Ez 47, 1-9. 12; Sal 45, Jn 5, 1-3. 5-16)

EL AGUA QUE SANA

Es fácil descubrir la concurrencia que hoy se da en las lecturas. En el primer texto contemplamos el agua que mana del santuario, del lado derecho: “Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho” (Ez 47, 2). El salmista alude al correr de las acequias, que alegra la ciudad de Dios (Sal 45). Y la escena evangélica se sitúa junto a la piscina probática.

El agua es vida, y se puede interpretar como figura profética y simbólica del agua bautismal.

La fecundidad que produce la corriente del santuario -“A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario” (Ez 47, 12)- y la rehabilitación del paralítico que obra Jesús: -«¿Quieres quedar sano?» El enfermo le contestó: -«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado.» Jesús le dice: -«Levántate, toma tu camilla y echa a andar.» (Jn 5,8), son imágenes que evocan la gracia bautismal.

Considerando la expresión de Jesús “Levántate”, comprendemos que no tiene solamente el sentido de una curación física. San Pablo emplea el mismo verbo en un contexto pascual, de vida nueva. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5, 14).

Se nos llama a beber del manantial de la vida, a colocarnos junto a la corriente que nace del costado del Salvador, de donde brota la gracia de los sacramentos de la Iglesia, y a gustar la nueva vida de hijos de Dios, criaturas nuevas.

SANTA TERESA DE JESÚS

La maestra espiritual alude al agua para explicar las formas que hay de orar: “Pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de costar, si es mayor que la ganancia, o hasta qué tanto tiempo se ha de tener. Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo; o con noria y arcaduces, que se saca con un torno; yo lo he sacado algunas veces: (17) es a menos trabajo que estotro y sácase más agua; o de un río o arroyo: esto se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo y es a menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho” (Vida 11, 7).
A la hora de narrar las visiones, alude también a la llaga que le muestra el Señor. “Un día, después de comulgar, me parece clarísimamente se sentó cabe mí nuestro Señor y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díjome entre otras cosas: «Vesme aquí, hija, que yo soy; muestra tus manos», y parecíame que me las tomaba y llegaba a su costado, y dijo: «Mira mis llagas. No estás sin mí. Pasa la brevedad de la vida». (Las Relaciones 15, 6).

DOMINGO IV DE CUARESMA (B) 2 Cr 36,14-16.19-23 / Ef 2,4-10 / Jn 3,14-21
15 de marzo de 2015

Hermanas y hermanos: El camino cuaresmal que estamos haciendo es un itinerario que nos conduce a la máxima prueba de amor que Dios nos ha dado. Dios, como recordamos particularmente en este tiempo de cuaresma, nos ha entregado a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Esta es la máxima prueba de amor de un Dios, que se ha acercado a nosotros y en Jesucristo nos ha amado hasta la muerte en cruz. He aquí el signo que nos identifica como cristianos: la cruz, plantada en el corazón del mundo y de la historia, revela a los ojos de la fe la paradoja de un Dios que en Jesucristo, quiso morir para que nosotros tengamos vida. Con todo, si hacemos una mirada a nuestro entorno ya nuestra cotidianidad, nos podemos preguntó: ¿y qué cambia esta afirmación fundamental de nuestra fe en nuestra vida y en nuestro mundo? Es cierto que a menudo podemos encontrar en falta señales o signos claros y evidentes del amor de Dios para todas las personas del mundo y de la historia humana. Hablar de esperanza, de un Dios que nos ama y nos salva, de Jesucristo que ha venido para curarnos y liberarnos de todo mal, puede parecer hoy en día de un optimismo casi insolente cuando constatamos en nuestro entorno como tantas situaciones, sean a nivel social, laboral o familiar no son precisamente motivos para el optimismo ni la esperanza. Y con todo, una lectura creyente de la vida y del mundo no se detiene con la búsqueda de soluciones económicas, sociales y políticas que indudablemente tenemos que buscar. Pero más allá de todo pragmatismo, de las contingencias que nos toca vivir, o de las evidencias que pueden contradecir nuestra fe, no podemos dejarnos llevar por la inercia del pesimismo, del "todo va mal y no hay nada que hacer"; el mensaje que se nos pide es ser signos de vida y de salvación: mantener la esperanza cuando más necesidad hay de esperar, mantener la fe cuando más necesidad hay de creer y persistir.

En el evangelio de hoy nos habla de un encuentro de Jesús con un importante fariseo llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y donde se encuentra Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero todavía el desconoce. Jesús le irá conduciendo a la luz. Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por ello, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para acabar con una invitación general a no vivir en las tinieblas, sino buscar la luz y vivir de acuerdo con la verdad. "Como Moisés en el desierto elevó la serpiente, también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todos los que creen en él tengan vida eterna ". Es de este Jesús, elevado a la cruz, de quien brota la luz, la esperanza y la vida que Dios nos da y la prueba más grande de su amor.

Reconocemos en el Crucificado todas estas realidades? Estamos tan acostumbrados a ver la cruz desde pequeños, que casi no llegamos a ver en el rostro de Jesús todo lo que ha hecho por nosotros. Nuestra mirada distraída no acaba de descubrir en este rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Desde este rostro apagado por la muerte, desde estos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esta boca que no puede llamar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, ni proclamar la misericordia del Padre, Dios nos está revelando su amor por la Humanidad. En estos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los que acudían a él, y en esas manos clavadas que no pueden acariciar los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras vidas, y las de todos aquellos que experimentan el dolor y el sufrimiento. «Dios envió a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él». Podemos acoger este Dios y podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que debemos decidirlo. «La Luz ya ha venido al mundo» y está en nuestras manos acogerla o no. Jesús asume en la cruz la obra reconciliadora de Dios por nosotros y pesar nosotros. Como grano de trigo caído en tierra y sepultado en las entrañas del mundo, Jesús es promesa de vida nueva, de un amanecer de resurrección que despunta como una Buena Nueva para nuestro mundo. Como salvo escondido, como luz que quiere ser luz en la oscuridad de los nuestras dudas, Jesús se nos da como una palabra llena de sentido para la vida y la muerte de nuestra humanidad. Su luz es hoy también la nuestra y estamos llamados a dejarnos iluminar por ella y esparcirla a todos los que nos rodean; convertirse en toda situación un sacramento del amor de Dios para todos los que, como Nicodemo, le buscan con sinceridad de corazón.

¿Qué dice la Biblia de María?

María no es una diosa sino hija predilecta del Padre, madre de Dios Hijo, sagrario del Espíritu Santo. Nuestra devoción se dirige a imitar sus virtudes, nuestro culto a proclamar las maravillas que en ella ha hecho el Todopoderoso.

"Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" Apocalipsis 12,1 ss.

1. María esclava del Señor. Dijo María: "He aquí la esclava del Señor." Lee: Lucas 1,38. María no es una diosa sino hija de Adán. "Ella se consagró totalmente como esclava del Señor, sirviendo a la persona y a la obra de su Hijo". Estudia. Lumen Gentium n. 56.

2. María es la primera cristiana. Como modelo de todo verdadero creyente ya que ella nos precedió a todos en el camino de la fe y cooperó activamente en el plan de redención con su "sí" a Dios: "Hágase en mí según tu palabra." Lee: Lucas 1,38.

3. María modelo de fe y obediencia. "La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe... Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando su hijo murió en la cruz, su fe no vaciló". Lee: CIC n. 148 ss. Si por la desobediencia e incredulidad de una mujer, Eva, todos sufrimos la consecuencia del pecado y de la muerte; también por la fe y obediencia de una mujer, María, todos nos beneficiamos. Lee: Génesis 3,15.

4. María es hija de Dios Padre. Todos somos hijos de Dios, pero ella es la elegida de Dios "entre todas las mujeres" desde el primer instante de su concepción. Por ello el ángel la llama: "llena de gracia", es decir, desde el principio. De no ser así, el ángel le hubiera dicho: "serás llena de gracia" es decir, antes no, pero ahora sí. Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 490 ss.).

5. María es Madre de Dios Hijo. Jesucristo en cuanto a su divinidad tiene un solo Padre, el que lo engendró en los cielos. Lee: Hebreos 1,5. Jesucristo en cuanto a su humanidad tiene una sola Madre, la que lo engendró en la tierra, Lee: Lucas 1,31. María no es una diosa porque no engendró a Cristo en cuanto a su divinidad, pero sí es Madre de Dios porque engendró a Cristo en cuanto a su humanidad. Y como en Cristo hay una sola persona, la persona divina del Verbo, María es Madre de Dios.

6. María es sagrario del Espíritu Santo. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Lee: Lucas 1,35. Moisés se descalzó ante la zarza ardiente. ¿Acaso esto es idolatría? No, porque en la zarza se manifiesta Yahvé. Lo mismo María, ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, nos presenta al Verbo. CIC 724. Y por eso nos arrodillamos ante ese sagrario que tiene a Jesús en brazos. Lee: Mateo 2,11.

7. Virgen y Madre. María concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu. Lee: Mateo 1,23; CIC 723.

¿QUE LUGAR DAMOS A MARIA?

1. El que Dios Padre le da. Dios manda alabar a María. El ángel Gabriel enviado por Dios saludó a María con estas palabras: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo". Lee: Lucas 1,28. Si así alaban a María los siervos de Dios en el cielo, los siervos de Dios en la tierra ¿no debemos hacer lo mismo?

2. El que le da el Hijo. Jesucristo honraba su Madre. Hagámonos estas preguntas: ¿Era María la madre de Jesús? Sí, sí lo era. Así la llaman los evangelistas. Lee: Juan 2,1. ¿Jesucristo cumplió los diez mandamientos? Por supuesto que sí. ¿Jesucristo cumplió el 4º mandamiento: "Honrarás a tu padre y a tu madre"? Yo pienso que sí. Por tanto Jesucristo honraba a María su madre, más aún "les obedecía y les estaba sujeto". Lee: Lucas 2,51 ¿No debemos hacer los cristianos otro tanto? ¿Cómo podemos ser en verdad hermanos en Cristo si no tenemos una madre en Cristo? Si Jesucristo es modelo de todas las virtudes, ¿Cómo es posible que algunos cristianos prediquen a un Cristo que ni siquiera reconoce a su madre, un Cristo que trata a su madre "como una mujer cualquiera"? ¿Ese es el Cristo que predicas a tus hijos?

3. El que le da el Espíritu. El Espíritu inspira alabanzas a María. La Biblia dice que "Isabel fue llena del Espíritu Santo y exclamó con gran voz: ´Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre´" Lee: Lucas 1,42. Hoy hay muchas personas que dicen poseer el Espíritu pero ¿qué espíritu será ese? Lee: 1 Juan 4,1 ¿Será el Espíritu Santo o será otro espíritu? No lo sabemos. Lo que sí sabemos, de lo que sí estamos seguros, es que los que se llenan del Espíritu alaban a María con estas palabras: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre". Por eso todo verdadero carismático será siempre mariano. Estudia CIC 722 ss.

4. El que le da la Biblia. La Biblia le da a María un puesto importante al lado de Jesús. Los Evangelios nos la presentan como activa colaboradora en la misión de su Hijo. En Belén da a luz a Jesús, lo presenta a los pastores, a los magos y en el Templo; convive con El treinta años en Nazareth; intercede en Caná; sufre al pie de la cruz; ora en el cenáculo. Por tanto, hacer a un lado a María, separarla de Cristo, no es lo que la Biblia enseña. Si los Reyes Magos adoraron a Jesús en brazos de María, ¿será idolatría imitar su ejemplo?

5. El que le da la Iglesia. La Iglesia nos presenta a María como Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. "Pero todo esto ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador" (S. Ambrosio). La luna brilla porque refleja la luz del sol. La luz de la luna no quita ni añade nada a la luz del sol, sino manifiesta su resplandor. Lo mismo, la mediación de María, depende de la de Cristo único mediador. Lee: 1 Timoteo 2,5 y estudia CIC 970.

¿QUE ENSEÑA LA IGLESIA DEL CULTO A MARIA? El culto a María está basado en las palabras proféticas: "Todas las generaciones me llamarán Bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso". Lucas 1, 48-49. La primera parte es un mandato: "me llamarán", la segunda parte explica la razón: no porque es una diosa, como pretenden los evangélicos, sino por las maravillas que el Poderoso hizo en ella. Así como María presentó a los pastores al Salvador, a los Magos al Rey, al sacerdote a la Víctima, para que lo adoraran, le presentaran dones y se alegraran con el gozo de su venida; así el culto a la Madre, hace que el Hijo sea mejor conocido, amado, glorificado y que a la vez sean mejor cumplidos sus mandamientos. Estudia Lumen gentium, n. 66 y 67.

El Papa Pablo VI recomendaba que, en las expresiones de culto a María, se hiciera resaltar todo lo que se refiere a Cristo, Estudia: Marialis cultus n. 25; y nuestra devoción la debemos mostrar especialmente en la imitación de sus virtudes: el amor a su Hijo, su fe firme, su fidelidad hasta el pie de la cruz, su obediencia al Espíritu Santo quien obró en ella maravillas. Lee: Marialis cultus n. 26 y estudia CIC n. 963 ss.

¿ES MARIA NUESTRA MADRE? Cristo es la Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo. Lee: Efesios 1,22. Pero una madre no engendra sólo la cabeza sino también el cuerpo de su hijo. Por tanto si los cristianos somos miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, entonces María es también Madre nuestra. Por ello Jesús dijo a su discípulo amado, que representaba a todos los cristianos: "Ahí tienes a tu madre". Lee: Juan 19,27 y CIC 967.

¿CREES TU EN LAS PROFECIAS? La Biblia enseña que María dijo estas palabras proféticas: "Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Lee: Lucas 1,48. En estas palabras hay que distinguir tres cosas. Primero. Es un mandato; "me llamarán". ¿Obedeces tú este mandato? Segundo. No se excluye a ninguno; "todas las generaciones", es decir todos los hombres de todos los tiempos. "Generación" significa la descendencia o miembros de una familia. Lee: Mateo 1,1. ¿Perteneces tú a esta "generación"? Tercero. Es una profecía; María anuncia cual será el distintivo de esa nueva generación, de esa nueva familia de Cristo, los cristianos: que de ahí en adelante todos la llamarán Bienaventurada. ¿Perteneces tú a esta familia?

¿HAS LEIDO EL APOCALIPSIS? Algunos ignoran, lo que dice el capítulo 12 del Apocalipsis. "Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". ¿Quién es esa mujer y por qué está en el cielo? Si no es Madre del Hijo de Dios, ¿cómo es que da a luz al varón que se sienta junto al trono de Dios? Si no es Reina, ¿cómo es que está coronada? Si está muerta, ¿cómo es que aparece viva? Si no fue asunta a los cielos, ¿cómo es que aparece en el cielo? Si no es la llena de gracia, ¿cómo es que está vestida por el Sol de Justicia? Si no es la virgen que da a luz, lee: Isaías 7, 11-14, ¿por qué Juan la llama "señal"? Si no es la Nueva Eva, lee: Génesis 3,15, ¿cómo es que está en pugna contra el dragón? Si la Biblia dice todo esto de María ¿cómo puede haber cristianos que afirman saber mucha Biblia y no saben esto?

CONCLUSION. María no es una diosa sino hija predilecta del Padre, madre de Dios Hijo, sagrario del Espíritu Santo. Nuestra devoción se dirige a imitar sus virtudes, nuestro culto a proclamar las maravillas que en ella ha hecho el Todopoderoso.

ORACION. "Señor Jesús, yo creo que tú eres mi único Salvador y por tanto acepto todos los medios que me das para mi salvación. Tú me dices: "Ahí tienes a tu Madre" y yo lo creo, el Espíritu Santo me manda llamarla "bienaventurada" y yo obedezco, tú la amas y yo también. Amén
 

El Papa de la misericordia

En sólo dos años al frente de la Iglesia católica, Francisco se ha ganado infinidad de calificativos: Papa de los pobres, del fin del mundo, franciscano, de la gente, de la ternura, de los descartados, de la alegría, de la revolución tranquila o de la primavera. Pero el que más le gusta, el apelativo con el que desea pasar a la Historia, después de un pontificado que el mismo prevé corto de “cuatro o cinco años”, es el de Papa de la misericordia.

Por eso, el día 13, dos años después de salir al balcón de la Plaza de San Pedro, quiso colocar la misericordia en el frontispicio de su pontificado. Y convocó, por sorpresa, un Jubileo, un año santo extraordinario a ella dedicado. Con su histórica decisión coloca su nombre y el de la misericordia en las letras grandes de los 26 años santos celebrados hasta hoy en la Iglesia católica.

La misericordia deja de ser una palabra más de entre las muchas y muy novedosas que utiliza Francisco, para pasar a ser el núcleo, el corazón, el quicio y la piedra angular de su breve, pero intensa, andadura papal.

Su querencia por la misericordia le viene de lejos. Desde la espiritualidad ignaciana de sus años mozos, pasando por su propio lema episcopal: “Miserando atque eligendo” (Lo miró con misericordia y lo eligió).

La misericordia que el Papa siempre consideró y sigue considerando como el elemento central de su experiencia humana y espiritual. O el fundamento de la alegría que nace del Evangelio de Jesús, como dice en su exhortación 'Evangelii Gaudium'.

Una misericordia entendida no sólo como una actitud pastoral (la que deben tener los eclesiásticos en su relación con la gente), sino como la esencia del Evangelio. Porque Dio es misericordia y Jesús de Nazaret recomendaba siempre a sus discípulos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.

Francisco quiere que la Iglesia entere se empape de misericordia, la introyecte profundamente en sus venas, para que fluya por todo el cuerpo eclesial a borbotones y cale a fondo en sus actitudes y en sus estructuras.

Por ejemplo, convertida en perdón. Si el Dios de la misericordia “no se cansa nunca, pero nunca, de perdonar”, la Iglesia tiene que dejar su actitud arrogante y condenatoria de aduana, por la que solo pasan los que tienen todos los papeles doctrinales en regla, para transformarse en hospital de campaña y casa de la misericordia para todos los pecadores y todos los heridos por la vida.
Por eso, Francisco inscribe el Jubileo de la misericordia en el marco del Vaticano II. Y, de hecho, la apertura del año santo extraordinario tendrá lugar en el cincuenta aniversario de la clausura del Concilio. Reclama la herencia del Concilio. De la “medicina de la misericordia” de Juan XXIII al “Jubileo de la misericordia” del Papa Francisco.

Y supera a los 'resistentes' con un evento tradicional (que hunde sus raíces en las indulgencias y en la peregrinación a Roma), pero enraizado en la novedad del Concilio. Un Concilio al que quiere “descongelar” y convertir, de nuevo, en la hoja de ruta de la Iglesia. Y como algunos, en la Curia y en los círculos más conservadores, le continúan poniendo palos en las ruedas de sus reformas, Bergoglio convoca a las masas y pone su primavera en manos de las oleadas de peregrinos que llegarán a Roma durante el Jubileo.

Una Iglesia sacramento, es decir signo de la misericordia y, con ella y desde ella, capaz de atraer de nuevo a los alejados y a los indiferentes y de dar respuesta al deseo de salvación que anida en el corazón de la gente. Misericordina, la receta para salvar al secularizado Occidente de las garras de la apostasía silenciosa.

Es el abrazo de la misericordia para los Zaqueos y los hijos pródigos, mientras los hermanos mayores, siempre cumplidores de la doctrina, se sienten postergados y ponen el grito en el cielo. La eterna disputa entre la lógica del “miedo a perder a los salvados” y el “deseo de salvar a los perdidos”. El Papa, como Jesús de Nazaret, opta abiertamente por la segunda.

Porque la misericordia, en contra de lo que dicen los 'resistentes' a la primavera de Francisco, no elimina la justicia, la supera. Es la mayor justicia. Sin ella no se puede entrar en el Reino de los cielos. Sin ella, la Iglesia pierde su razón de ser, según el Papa de la misericordia.

Levántate, toma tu camilla y camina
Juan 5, 1-3. 5-16. Cuaresma. El paralítico es imagen de todo ser humano al que el pecado impide moverse libremente, caminar por la senda del bien.

Oración introductoria
Jesús, en primer lugar quiero agradecerte por esta oportunidad de encontrarme contigo. Te ofrezco, al inicio de esta oración, mi corazón, mi inteligencia, mi voluntad y todo mi ser. Déjame orar hoy junto a Ti para aprender de Ti y para que cambies mi corazón. Señor, creo en Ti pero aumenta mi fe; espero en Ti pero ayúdame a esperar sin desconfianza; te amo pero ayúdame a demostrarte que te quiero. María, pongo mi oración en tus manos para que me ayudes a conocer y a amar más a tu Hijo.

Petición
Señor, que me dé cuenta que soy un cristiano necesitado de tu gracia y que pueda llevar tu amor a los que más necesitan de Ti.

Meditación del Papa Francisco
Sobre la Iglesia que el papa sueña: Veo con claridad que la Iglesia hoy necesita con mayor urgencia la capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental”.

Yo sueño con una Iglesia madre y pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes.

Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad.» (Entrevista a S.S. Francisco, 19 de septiembre de 2013).

Reflexión
A Dios lo encontramos en nuestra vida, lo escuchamos en momentos y en lugares concretos. Por ejemplo, en un sacerdote, en un amigo, en una religiosa, en una madre, en una imagen, en una película. De algún modo, Dios nos revela lo quiere y lo que espera de nosotros.

Jesucristo sabía que el paralítico llevaba enfermo treinta y ocho años. El Señor conoce las profundidades y lo más oculto del corazón humano. Él conoce nuestros sufrimientos y qué es lo que nos duele. Cristo no se contenta con saberlo. Él nos ama y porque nos ama nos quiere liberar de las penas y nos cura.

Como Jesucristo, nosotros estamos llamados a llevar la esperanza y el alivio a quienes sufren, que no sólo son enfermos del cuerpo sino también del alma.

Del paralítico podemos aprender su apertura a Cristo. No duda en decir a Cristo lo que le aflige y cuando Cristo le ordena que se levante, el enfermo lo hace sin pensar en los límites humanos.

La peor enfermedad que podemos sufrir es la de pecar, la de perder a Dios, perder la vida de gracia, porque es el tesoro más grande que tenemos y que llevamos en nuestra alma desde el día de nuestro bautismo.

Propósito
Poner en práctica una de las obras de misericordia. Por ejemplo, dar de comer al hambriento.

Diálogo con Cristo

Señor, gracias por tu compañía, gracias por tu amor. Te pido que me ayudes a vivir la caridad como Tú la viviste y la manifestaste al paralítico. Fortaléceme para seguir tu invitación a no pecar más y a levantarme cuantas veces caiga. María, te agradezco tu protección y tu afecto. Pongo mi propósito en tus manos.

Como Jesús fue el anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la caridad de Cristo: somos mensajeros de su resurrección, de su victoria sobre el mal y sobre la muerte, portadores de su amor divino. 
(Benedicto XVI, 5 de abril de 2010).

Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios
Martes cuarta semana de Cuaresma. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón.

Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios.

Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo.

Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?

Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?

¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?

Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.

El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios.

  

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