SAN JOSÉ

V JUEVES DE CUARESMA (SAN JOSÉ)
(2Sam 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Rom 4, 13. 16-18. 22; Mt 1, 16. 18-21. 24a)

EL ESPOSO DE MARÍA, LA MADRE DE DIOS

Hoy la liturgia interrumpe su aspecto penitencial, para rendir homenaje a quien Dios escogió como custodio y protector de su familia, al patriarca san José. Las resonancias patriarcales y la bendición sobre la casa de Abraham y sobre la casa de David, se aplican muy bien a san José: “Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre” (2Sam 7, 13). Pero si en algo se hace evidente la providencia divina es en la historia de quien, desposado con la joven María de Nazaret, se convierte en tutor y ante la sociedad en padre del Hijo de Dios. “El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto” (Mt 1,19). Bien se puede decir lo que hoy afirma san Pablo: “No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo” (Rom 4, 13). La casa de Nazaret es el edificio construido por la bondad de Dios. “Tu misericordia es un edificio eterno” (Sal 88).

SANTA TERESA DE JESÚS

Si cada día hemos traído a colación la enseñanza de Santa Teresa de Jesús, hoy podemos emular a la monja fundadora, encomendándonos, como ella lo hizo, al santo al que mayor devoción tuvo. Precisamente, los conventos fundados por la reformadora del Carmelo están prácticamente todos bajo el patrocinio del santo que guardó como nadie a su esposa y al nacido de ella, Jesucristo, el Verbo hecho carne por obra del Espíritu Santo. “Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino” (Vida 6, 8).

Dicen que cuando santa Teresa salía del convento, encomendaba la comunidad a san José. “Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra ­que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar­, así en el cielo hace cuanto le pide” (Vida 6, 6).


1) La Fe de San José:
 la fe es un don. Por eso, la primera condición es permitir que nos donen algo, no ser autosuficientes, no hacerlo todo por nosotros. Es necesario abrirnos y ser conscientes de que el Señor dona realmente. Este es un paso necesario para recibir algo que no tenemos ni podemos tener. Disponibilidad de aceptar el don, como San José. Dejarnos impresionar por el don en nuestro pensamiento, memoria y voluntad. La verdadera fe implica a toda la persona: pensamientos, afectos, intenciones, relaciones, corporeidad, actividad, trabajo diario. Creer quiere decir, ante todo, aceptar como verdad lo que nuestra mente no comprende del todo. Aceptar lo que Dios nos revela sobre sí mismo, sobre nosotros mismos y sobre la realidad que nos rodea, incluida la invisible. Creer quiere decir abandonarse a Dios, poner en sus manos nuestro destino. Esto es lo que hizo el patriarca San José. Por eso digo: con la fe de San José.

2) La Vida de Jesús: en Jesucristo, Dios no sólo es apariencia de hombre, sino que se hace hombre. No se limita a mirarnos desde el trono de su gloria, sino que se sumerge personalmente en la historia humana. Se hace carne, es decir, realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio. En Jesucristo se nos revela el gran sí que Dios dijo al hombre y a su vida, a nuestra libertad, a nuestra inteligencia. Solamente si situamos nuestra existencia cristiana dentro de ese “sí”, penetramos profundamente en el significado que tiene en nuestra vida decir al Señor: "aquí estoy”, te presto todo lo que soy para que hagas con mi vida, por tu gracia, tu presencia en medio de los hombres.

3) La Audacia de María: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El sí de María a Dios es mi sí. La respuesta de María al ángel se prolonga con esa llamada a manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo disponibilidad para que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su misericordia. La audacia de María está en su abandono y en la confianza absoluta en Dios. Con la audacia de su sí abrió el cielo en la tierra y se abrió la tierra al cielo. La raíz de la audacia, esa que tenemos que imitar de María nuestra Madre, está en darnos cuenta de que Dios ha puesto los ojos en cada uno de los que han sido llamados al ministerio sacerdotal.


San José, un hombre fiel

En este mundo, esclavo del pragmatismo la fidelidad de san José nos enseña que es más importante la fidelidad que la eficacia.

El mes de marzo nos invita a contemplar a san José, un santo maravilloso. Un santo que toca los corazones, un santo que conmueve, que fascina, que seduce. Casi diría, si así se pudiese decir, un santo no apto para cardiacos. 

San José es un santo impresionante, desconcertante, grandemente luminoso. Su vida nos empuja a pensar, a plantearnos nuevas preguntas, a mirar muchas cosas con sentido crítico, a arrumbar prejuicios, a descubrir nuevos horizontes, a desear escalar nuevas y más altas cumbres. Así su vida nos es tanto manantial cristalino, dulce, manso y suave, como cañonazo atronador que nos despierta del somnoliento andar por la vida.

El mundo está abocado a buscar éxitos. Vive de resultados visibles y tangibles. Vive de la eficacia. Siendo éste comparable al agricultor que tiene toda su ilusión en que aumente mucho el número de manzanas de oro que cuelgan de las ramas de sus frutales. Unos, de poco vuelo, aspiran a resultados materiales. Otros, de vuelo de mayor altura, no careciendo de buenos y nobles deseos, aspiran a resultados apostólicos y a resultados espirituales. Pero incluso éstos llevan el corazón embargado en querer los resultados visibles que apetecen, que no necesariamente coinciden con los grandísimos y misteriosos resultados que Dios quiere.

San José no corre tras los resultados y grandezas tras las que corre el mundo universo. Está ubicado como en otra dimensión, a millones de años luz, en otra galaxia. ¡Grande fue san Pablo! Pero, san José, sin haber hecho tan grandes discursos apostólicos, ocupa un lugar importantísimo en la historia de la salvación. ¡Grande fue santo Tomás! Pero, san José, que no escribió ninguna Suma Teológica, escaló las profundidades del corazón de Dios. ¡Grande fue Miguel Ángel! Pero, san José, sin haber labrado tan bella y famosa escultura del adorable redentor, la esculpió en su corazón, y lo hizo aún con un arte mayor, con más cariño y con más afecto.

A san José no le interesaron tanto los resultados, las apariencias, como las actitudes. Lo que le interesa es la verdadera grandeza, la cual consiste en hacer la voluntad de Aquel que no se deja ganar por nadie en generosidad, Dios. Aun cuando ésta consista en realizar lo que juzgamos más pequeño y más miserable. Lo que sencillamente palpita en el corazón de san José es el amor a su esposa y al divino hijo de la Virgen Santísima. A las puertas del corazón de san José palpita especialmente sacar adelante a la familia, rebosar de amor familiar sencillo. San José ha sido más feliz con el Niño Jesús en sus brazos, todo su contento, que con el más y más de un consumismo material o espiritual, insaciable y absurdo, que lleva a correr tras las cosas hasta vaciarnos y apagar paulatinamente la llama del amor fraterno. San José, a las grandezas del mundo, a la preciosa grande rueda de oro, antepone la sencillez amorosa y familiar, la rueda pequeña, la que está en su sitio, la que no está dislocada. En este sentido, san José es un santo “revolucionario”. O, usando una palabra, más correcta y pulida, san José es un santo que está por encima de las modas de la altura de los tiempos.

Pero, san José no sólo es el santo de la vida sencilla y familiar, sino que, de tejas abajo, parece que todo le sale mal. ¡Con qué problemas tiene que batallar!: le ocurren cosas desconcertantes, el Niño Jesús nace en un lugar pobre, persiguen a éste, queriendo matarlo, san José tiene que huir a un exilio en el cual están los ídolos de los egipcios, y tantas otras tribulaciones. Es decir, le ocurre todo lo contrario a lo que la gente entiende por auto-realizarse según los propios criterios. Pero, san José, estilizada espiga dorada, que subía bella y fervorosamente hacia el cielo, ha sido el que se ha dejado cortar, moler y convertir, finalmente, en algo así como un abrazo a la Sagrada Eucaristía.

Pero lo maravilloso del caso es que san José, el santo de la vida sencilla y familiar, el santo sobre el cual han llovido tantas desgracias, es el santo que habrá hecho más bien después del divino maestro y de la Santísima Virgen María. San José, en su vida en la tierra, vida familiar, ha superado a los grandes Premios Nobeles, a Aristóteles, a los físicos atómicos, ni san Pablo ha llegado a la altura de sus zapatillas. De tejas abajo diríamos que la hormiga ha vencido al león, lo pequeño ha sido más grande que lo grande. En san José, David ha vencido a Goliat. 

El secreto del triunfo de san José ha sido ser un gran santo, un hombre providencial, un verdadero y dócil instrumento de Dios, un hombre que ha sabido amar, que ha llevado vivamente impreso en su corazón al Niño Dios, a la Santísima Virgen María y a la humanidad entera. El secreto de san José está en que no ha seguido aquello que le venía a la cabeza, lo que parecía más apetecible, sino que se ha sometido al proyecto misterioso, al plan de Dios sobre él. El hermoso y espiritual mural de san José no ha sido pintado por él sino por la mano del artífice infinitamente sabio. En san José el diminuto hombre ha dejado paso al Altísimo, la obra humana ha dejado paso a la obra de Dios.

Por todo esto san José reluce más que el mayor de los brillantes. 

Habrá pues que volver a la bendita sencillez de san José, mucho más benéfica que la vida sujeta a la esclavitud de los resultados. San José, el hombre de familia, el hombre fiel en medio de las desgracias, el hombre piadoso, el hombre de la santidad y del ardor apostólico, que se abandona en los misteriosos brazos de Dios, es una potente ayuda para lograr un equilibrio: enseña a ser santos y apóstoles a la vez, a tener verdadero ardor apostólico y verdadero apostólico ardor.

Gracias a Dios, en el mundo ha habido muchas personas, sencillos padres y sencillas madres,…, que no ocupando las líneas del libro de la historia, se han parecido a san José y han sido mucho más grandes que muchos de los grandes personajes del teatro del mundo que es el escenario grandioso y grandilocuente de la historia. Ellos han sido una verdadera bendición para la humanidad. ¡Cuánto les debe ésta!

San José nos muestra el camino a seguir
Mateo 1, 16. 18-21. 24. Solemnidad de San José. A José le fue revelada la voluntad de Dios durante el descanso. Cuando nos detenemos de nuestras obligaciones y actividades, Dios también nos habla.

Oración introductoria

San José, hoy inicio esta meditación recordando tu ejemplo en el Evangelio: Modesto y sencillo, pero impregnado de fe, esperanza y amor. Siempre fiel y prudente supiste escuchar la voz de Dios, y abrazar su voluntad, aunque no tuviera lógica ni sentido para ti

Petición

Señor, que a ejemplo de san José, sepa descubrir cuál es el camino para cumplir lo que me pides y ser feliz.

Meditación del Papa Francisco

A José le fue revelada la voluntad de Dios durante el descanso. En este momento de descanso en el Señor, cuando nos detenemos de nuestras muchas obligaciones y actividades diarias, Dios también nos habla. Él nos habla en la lectura que acabamos de escuchar, en nuestra oración y testimonio, y en el silencio de nuestro corazón. […]

Descansar en el Señor. El descanso es necesario para la salud de nuestras mentes y cuerpos, aunque a menudo es muy difícil de lograr debido a las numerosas obligaciones que recaen sobre nosotros. Pero el descanso es también esencial para nuestra salud espiritual, para que podamos escuchar la voz de Dios y entender lo que él nos pide. José fue elegido por Dios para ser el padre putativo de Jesús y el esposo de María. Como cristianos, también ustedes están llamados, al igual que José, a construir un hogar para Jesús. Le preparan un hogar en sus corazones, sus familias, sus parroquias y comunidades.

Para oír y aceptar la llamada de Dios, y preparar una casa para Jesús, deben ser capaces de descansar en el Señor. Deben dedicar tiempo cada día para descansar en Dios, a la oración. Rezar es descansar en Dios. Es posible que me digan: Santo Padre, yo quiero orar, pero tengo mucho trabajo. Sí. Tengo que cuidar de mis hijos; además están las tareas del hogar; estoy muy cansado incluso para dormir bien. Y seguramente es así, pero si no oramos, no conoceremos la cosa más importante de todas: la voluntad de Dios sobre nosotros. Y a pesar de toda nuestra actividad y ajetreo, sin la oración, lograremos muy poco.

Descansar en la oración es especialmente importante para las familias. Donde primero aprendemos a orar es en la familia. Y no lo olvidéis, cuando la familia reza unida, permanece unida. Esto es importante. Allí conseguimos conocer a Dios, crecer como hombres y mujeres de fe, vernos como miembros de la gran familia de Dios, la Iglesia. » (Discurso de S.S. Francisco a las familias, 16 de enero de 2015).

Reflexión

La vida de san José cambió tras escuchar el mensaje del ángel. ¿En qué actitud escuchó ese mensaje? En el silencio. José dormía: sus sentidos exteriores estaban descansando, pero a la vez estaba en disposición de oír al ángel. ¡Qué lección para la humanidad, que vive envuelta en el ruido y ajetreo de todos los días!

Si queremos ser santos, vivir en paz, felices, debemos imitar a José, reservando en nuestro día momentos de silencio, para escuchar y dialogar con el Señor. Un silencio exterior, sí, pero también un silencio interior, haciendo a un lado los pendientes, preocupaciones y compromisos, para dialogar con el Señor. ¿Decimos que Dios no nos habla? ¿Nos quejamos de que no sentimos su ayuda?... ¡¿No será que no hemos vivido ese silencio necesario para hablar con Dios?!

Este pasaje es uno de los pocos que nos habla de san José. Su vida, como la de tantos cristianos, se llevará a cabo en medio de la sencillez, del trabajo diario, de las relaciones familiares… Una vida humilde, lejos de los faros de luz… De esta forma, con esta Solemnidad, la Iglesia quiere recordarnos que todos estamos llamados a la santidad, en medio de la vida ordinaria. La santidad no es sólo para los sacerdotes, religiosos, consagrados… ¡la santidad es para todos!

Propósito

Ofreceré un sacrificio por mi familia, para que todos sepamos estar atentos a la voz de Dios que nos habla en medio del silencio.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por dar a tu Iglesia la figura de San José, el santo de la vida ordinaria. Gracias porque me enseñas que la fe, la obediencia, el silencio y el trabajo, no son virtudes difíciles de conseguir, o sólo destinadas a los sacerdotes, sino que son virtudes que todos podemos alcanzar, con tu gracia y con nuestro esfuerzo. Ayúdame a que, en medio de las actividades del día, pueda encontrar un momento para unirme a ti y escuchar cuál es tu voluntad.

El justo, de hecho, es una persona que reza, vive de fe, y trata de hacer el bien en toda circunstancia concreta de su vida. (San Juan Pablo II)

Un momento de silencio... como San José

Solemnidad de San José. Es en el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen que 

Así como hay dolor y alegría, así como hay inquietud y paz; así el hombre tiene en su vida dos cauces por donde transcurre su existencia: La palabra y el silencio.

La palabra, del latín parábola, es la facultad natural de hablar. Solo el hombre disfruta de la palabra. La palabra expresa las ideas que llevamos en nuestra mente y es el mejor conducto para decir lo que sentimos. Hablar es expresar el pensamiento por medio de palabras. Es algo que hacemos momento tras momento y no nos damos cuenta de que es un constante milagro. Hablar, decir lo que sentimos, comunicar todos nuestros anhelos y esperanzas o poder descargar nuestro corazón atribulado, cuando las penas nos alcanzan, a los que nos escuchan.

Nuestra era es la era de la comunicación y de la información. Pero la palabra tiene también su parte contraria: El silencio. Nuestro vivir transcurre entre estos cauces: la palabra y el silencio. O hablamos o estamos en silencio.

Cuando hablamos "a voces" la fuerza se nos va por la boca... hablamos y hablamos y muchas veces nos arrepentimos de haber hablado tanto... Sin embargo el hablar es algo muy hermoso que nos hace sentir vivos, animosos y nos gusta que nos escuchen. El silencio es un tesoro de infinito valor. Cuando estamos en silencio somos más auténticos, somos lo que somos realmente. El silencio es algo vital en nuestra existencia para encontrarnos con nosotros mismos. Es poder darle forma y respuesta a las preguntas que van amalgamando nuestro vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y va a ser en ese silencio donde vamos a encontrar las respuestas, no en el bullicio, en el ajetreo, en el nerviosismo, la música ruidosa, en el "acelere" de la vida inquieta y conflictiva porque es en el silencio y por el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen que "Dios habla quedito"

Meditando en estas cosas pienso en José el carpintero de Nazaret. El hombre a quien se le encomendó la protección y el cuidado de los personajes más grandes de la Historia Sagrada y no nos dejó el recuerdo de una sola palabra suya. Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.

San José, el santo que le dicen: "Abogado de la buena muerte". Porque... ¿A quién no le gustaría morir entre los brazos de Jesús y de María como él murió?


José tuvo una entrega total. Una vida consagrada al trabajo, un desvelo, un cuidado amoroso para estos dos seres que estaban bajo su tutela y supo, como cualquier hombre bueno y padre de familia, del sudor en la frente y el cansancio en las largas jornadas en su taller de carpintería y supo del dolor en el exilio de una tierra extranjera y supo en sus noches calladas y de vigilia del orar a Dios mirando el suave dormir de Jesús y de María, pidiendo fuerzas para cuidar y proteger a aquellos amadísimos seres que tan confiadamente se le entregaban. No tuvo que hablar.

No hay palabras que superen ese silencio de amor y cumplimiento del deber. Ahí está todo. Ahí está Dios. En las pequeñas cosas de todos los días, en la humildad del trabajo cotidiano.
El no fue poderoso, él no tuvo un puesto importante en el Sanedrín, él... supo cumplir su misión y su silencio fue su mayor grandeza.

Las almas grandes no lo van gritando por las plazas y caminos, se quedan en silencio para poder hablar con Dios y Dios sonríe cuando las mira.

Que podamos tener cada día, aunque sean cinco minutos de silencio, para oír la voz de Dios.

 

José, Santo

Esposo de la Virgen María, 19 de marzo

Martirologio Romano: Solemnidad de san José, esposo de la bienaventurada Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de padre al Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José y le estuvo sujeto como un hijo a su padre. La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor constituyó sobre su familia.

Etimológicamente; José = Aquel al que Dios ayuda, es de origen hebreo.

Las fuentes biográficas que se refieren a san José son, exclusivamente, los pocos pasajes de los Evangelios de Mateo y de Lucas. Los evangelios apócrifos no nos sirven, porque no son sino leyendas. “José, hijo de David”, así lo llama el ángel. El hecho sobresaliente de la vida de este hombre “justo” es el matrimonio con María. La tradición popular imagina a san José en competencia con otros jóvenes aspirantes a la mano de María. La elección cayó sobre él porque, siempre según la tradición, el bastón que tenía floreció prodigiosamente, mientras el de los otros quedó seco. La simpática leyenda tiene un significado místico: del tronco ya seco del Antiguo Testamento refloreció la gracia ante el nuevo sol de la redención.

El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio -el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo-, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.

Después de este episodio, el Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor.

Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.

 

SAN JOSÉ

ESPOSO DE MARÍA y PADRE VIRGINAL DE JESUS

Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María

A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Stma. Virgen María.

Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).

No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Stma. Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se sometió a el como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!

San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue "santo" desde antes de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor.

Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. Son al mismo tiempo las únicas fuentes seguras por ser parte de la Revelación. 

San Mateo (1:16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3:23), su padre era Heli.  Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.

Según San Mateo 13:55 y Marcos 6:3, San José era un "tekton". La palabra significa en particular que era carpintero. San Justino lo confirma (Dial. cum Tryph., lxxxviii, en P. G., VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación.

Si el matrimonio de San José con La Stma. Virgen ocurrió antes o después de la Encarnación aun es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo a Santo Tomás, opinan que en la Anunciación, la Virgen María estaba solo prometida a José.  Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos.

Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero...ejemplo para todos nosotros.

La literatura apócrifa, (especialmente el "Evangelio de Santiago", el "Pseudo Mateo" y el "Evangelio de la Natividad de la Virgen María", "La Historia de San José el Carpintero", y la "Vida de la Virgen y la Muerte de San José) provee muchos detalles pero estos libros no están dentro del canon de las Sagradas Escrituras y no son confiables.

Amor virginal

Algunos libros apócrifos cuentan que San José era un viudo de noventa años de edad cuando se casó con la Stma. Virgen María quien tendría entre 12 a 14 años. Estas historias no tienen validez y San Jerónimo las llama "sueños". Sin embargo han dado pie a muchas representaciones artísticas. La razón de pretender un San José tan mayor quizás responde a la dificultad de una relación virginal entre dos jóvenes esposos. Esta dificultad responde a la naturaleza caída, pero se vence con la gracia de Dios. Ambos recibieron extraordinarias gracias a las que siempre supieron corresponder. En la relación esposal de San José y la Virgen María tenemos un ejemplo para todo matrimonio.  Nos enseña que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios.  San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús.  La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma mas pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.

El matrimonio fue auténtico, pero al mismo tiempo, según San Agustín y otros, los esposos tenían la intención de permanecer en el estado virginal. (cf.St. Aug., "De cons. Evang.", II, i in P.L. XXXIV, 1071-72; "Cont. Julian.", V, xii, 45 in P.L.. XLIV, 810; St. Thomas, III:28; III:29:2).

Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible condena a lapidación, pensaba retirarse cuando el ángel del Señor se le apareció en sueño:

"Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer." (Mat. 1:19-20, 24). 

Unos meses mas tarde, llegó el momento para S. José y  María de partir hacia Belén para apadrinarse según el decreto de Cesar Augustus. Esto vino en muy difícil momento ya que ella estaba en cinta. (cf. Lucas 2:1-7).

En Belén tuvo que sufrir con La Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el hijo de la Virgen. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él".(Lucas 2:33).

Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.»Mateo 2:13.  San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.

San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto.   Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada. 

Una vez mas por medio del ángel del Señor, supo de la muerte de Herodes: "«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.»  El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel.  Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea". Mateo 2:22.

Fue así que la Sagrada Familia regresó a Nazaret. Desde entonces el único evento que conocemos relacionado con San José es la "pérdida" de Jesús al regreso de la anual peregrinación a Jerusalén (cf. Lucas 2, 42-51).  San José y la Virgen lo buscaban por tres angustiosos días hasta encontrarlo en el Templo.  Dios quiso que este santo varón nos diera ejemplo de humildad en la vida escondida de su sagrada familia y su taller de carpintería.

Lo mas probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla mas de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.

Según San Epifanius, San José murió en sus 90 años y la Venerable Bede dice que fue enterrado en el Valle de Josafat. Pero estas historias son dudosas. 

La devoción a San José se fundamenta en que este hombre "justo" fue escogido por Dios para ser el esposo de María Santísima y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra.  Durante los primeros siglos de la Iglesia la veneración se dirigía principalmente a los mártires. Quizás se veneraba poco a San José para enfatizar la paternidad divina de Jesús. Pero, así todo, los Padres (San Agustín, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, entre otros), ya nos hablan de San José.  Según San Callistus, esta devoción comenzó en el Oriente donde existe desde el siglo IV, relata también que la gran basílica construida en Belén por Santa Elena había un hermoso oratorio dedicado a nuestro santo.

San Pedro Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes" El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento. "Y así se desarrollaba el carácter de José, crecía "de virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad.

En el Occidente, referencias a (Nutritor Domini) San José aparecen  en el siglo IX en martirologios locales y en el 1129 aparece en Bologna la primera iglesia a él dedicada.  Algunos santos del siglo XII comenzaron a popularizar la devoción a San José entre ellos se destacaron San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudiz y Santa Brígida de Suecia. Según Benito XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), "La opinión general de los conocedores es que los Padres del Carmelo fueron los primeros en importar del Oriente al Occidente la laudable práctica de ofrecerle pleno culto a San José".

En el siglo XV, merecen particular mención como devotos de San José los santos Vicente Ferrer (m. 1419), Pedro d`Ailli (m. 1420), Bernadino de Siena (m. 1444) y Jehan Gerson (m. 1429).  Finalmente, durante el pontificado de Sixto IV (1471 - 84), San José se introdujo en el calendario Romano en el 19 de Marzo. Desde entonces su devoción ha seguido creciendo en popularidad.  En 1621 Gregorio XV la elevó a fiesta de obligación. Benedicto XIII introdujo a San José en la letanía de los santos en 1726.

San Bernardino de Siena  "... siendo María la dispensadora de las gracias que Dios concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de creer que enriqueciese de ella a su esposo San José, a quién tanto amaba, y del que era respectivamente amada? " Y así, José crecía en virtud y en amor para su esposa y su Hijo, a quién cargaba en brazos en los principios, luego enseñó su oficio y con quién convivió durante treinta años.

Los franciscanos fueron los primeros en tener la fiesta de los desposorios de La Virgen con San José. Santa Teresa tenía una gran devoción a San José y la afianzó en la reforma carmelita poniéndolo en 1621 como patrono, y en 1689 se les permitió celebrar la fiesta de su Patronato en el tercer domingo de Pascua. Esta fiesta eventualmente se extendió por todo el reino español. La devoción a San José se arraigo entre los obreros durante el siglo XIX.  El crecimiento de popularidad movió a Pío IX, el mismo un gran devoto, a extender a la Iglesia universal la fiesta del Patronato (1847) y en diciembre del 1870 lo declaró Santo Patriarca, patrón de la Iglesia Católica. San Leo XIII y Pío X fueron también devotos de San José. Este últimos aprobó en 1909 una letanía en honor a San José.

Santa Teresa de Jesús   "Tomé por abogado y señor al glorioso San José." Isabel de la Cruz, monja carmelita, comenta sobre Santa Teresa: "era particularmente devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado."

"No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo...No he conocido persona que de veras le sea devota que no la vea mas aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a El se encomiendan...Solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no le creyere y vera por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devocion..." -Sta. Teresa.

San Alfonso María de Ligorio nos hace reflexionar: "¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?" José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos.

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