“Nadie le puso la mano encima porque no había llegado su hora"

IV VIERNES DE CUARESMA (Sb 2, 1a. 12-22; Sal 33; Jn 7, 1-2. 10. 25-30)
LA MUERTE DEL JUSTO

El viernes es día consagrado especialmente a contemplar la Pasión de Cristo. Las lecturas escogidas por la Iglesia para hoy centran su mensaje en la persecución del hombre justo: “Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él” (Sb 2, 20) Profecía de la persecución que sufrirá Jesús: “En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo” (Jn 7, 1-2). Siempre resulta misterioso el padecimiento de quienes sufren aun siendo buenos, aunque el salmo adelanta que no son abandonados de Dios. “Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo librará el Señor” (Sal 33). Sin embargo, solemos creer que, si acudimos al Señor, si le somos fieles, deberíamos tener alguna protección contra el sufrimiento. Una verdad que se nos revela a través de las Sagradas Escrituras es, precisamente, que el justo no está exento de la prueba, ni los padecimientos significan por sí mismos maldición. Por el contrario, es el momento en que el justo se abandona a las manos providentes. Mientras que los descreídos “discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable” (Sb 2, 22). Al acercarnos a los días santos de la celebración de los misterios de la Pasión de Cristo, no solo podremos contemplar lo que Él pasó por nosotros, sino también iluminar nuestra existencia desde la Cruz del Señor.

SANTA TERESA DE JESÚS
Es momento de contemplar con Santa Teresa la Pasión de Cristo, aquellos pasos que a ella le conmovieron tanto y le dejaron gustar la consolación de la compasión.“… licencia nos da el Señor ­a lo que pienso­, como nos la da para que pensando en la sagrada Pasión, pensemos muchas más cosas de fatigas y tormentos que allí debía de padecer el Señor, de que los evangelistas escriben” (Los Conceptos del Amor de Dios 1, 8). Precisamente, la doctora mística, en las más altas moradas del Castillo Interior, nos invita a considerar los padecimientos de Cristo: “Llamo yo meditación a discurrir mucho con el entendimiento de esta manera: comenzamos en la oración del Huerto y no para el entendimiento hasta que está puesto en la cruz; o tomamos un paso de la Pasión, digamos como el prendimiento, y andamos en este misterio, considerando por menudo las cosas que hay que pensar en él y que sentir, así de la traición de Judas, como de la huida de los apóstoles y todo lo demás; y es admirable y muy meritoria oración” (Moradas VI, 7, 10). No importa el nivel cultural de la persona, según indica la maestra de oración: “Pues tornando a lo que decía, ponémonos a pensar un paso de la Pasión, digamos el de cuando estaba el Señor a la columna: anda el entendimiento buscando las causas que allí da a entender, los dolores grandes y pena que Su Majestad tendría en aquella soledad y otras muchas cosas que, si el entendimiento es obrador, podrá sacar de aquí. ¡Oh que si es letrado! ... Es el modo de oración en que han de comenzar y demediar y acabar todos, y muy excelente y seguro camino, hasta que el Señor los lleve a otras cosas sobrenaturales” (Vida 13, 12). ¿Te sientes probado? Y en la prueba, ¿te sientes castigado o invitado al amor?

Evangelio según San Juan 7,1-2.10.25-30. 

Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. 

Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es". 

Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió". Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora. 

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo 
Comentarios sobre San Juan 19,12; PG 14, 548

“Nadie le puso la mano encima porque no había llegado su hora".

Muchas veces, buscar a Jesús es un bien porque es la misma cosa que buscar la Palabra, la verdad y la sabiduría. Pero, me diréis, que las palabras “buscar a Jesús” son a veces pronunciadas a propósito de aquellos que le persiguen. Por ejemplo: “Buscaron una ocasión para prender a Jesús, pero nadie le puso la mano encima porque no había llegado su hora.”... Jesús sabe de quien se tiene que alejar y con quien puede permanecer sin ser descubierto todavía, para que quien lo busque lo encuentre en el tiempo favorable. El apóstol Pablo dice a lose que no poseen todavía a Jesús y no lo han contemplado: “No digas en tu corazón: “ ¿Quien subirá al cielo? ¡Atiende! Para hacer descender a Cristo. ¿Quién descenderá al abismo? ¡Atiende! Para hacer subir a Cristo de entre los muertos. ¿Qué dicen las Escrituras? “La palabra está cerca de ti la tienes en tu boca, la tienes en el corazón.” (cf Rm 10,6-8)

Cuando el Señor dice, empujado por el amor a los hombres: “Me buscaréis.” (cf Jn 8,21) da a entender las cosas del Reino de Dios. Para que los que le buscan no lo busquen fuera de ellos mismo diciendo: -Aquí está- o bien,  -éstá allí-. El evangelio les dice: “El reino de Dios está dentro de vosotros.” (Lc 17,21) Mientras guardamos la semilla de la verdad depositada en nuestra alma, y los mandamientos, la Palabra no se alejará de nosotros. Pero si el mal se extiende en nosotros y nos corrompe, entonces Jesús nos dirá: “Me voy, y me buscaréis y moriréis por vuestro pecado.”

20 de marzo 2015 Viernes IV de cuaresma Mi 7,7-9 (libre elección)

Muy sencillamente hazte tus las palabras con las que comienza la lectura de hoy del profetas Miqueas; es tu oración. «Tengo los ojos puestos en el Señor, espero en Dios, mi salvador».

San Martín Dumiense

Confesor   Dumio, situado geográficamente cerca de Braga - la capital del reino de los suevos-, distingue del otro Martín de Francia a nuestro Martín. Fue el apóstol de los suevos a los que convirtió al catolicismo.   San Martín Dumiense, según conocemos por el epitafio de su tumba que escribió él mismo, era oriundo de Panonia, en la actual Hungría. Debió nacer entre el 510 y el 520.

Quiso vivir el don de la fe en las mismas fuentes. Peregrina a Palestina con la avidez de conocer, pisar, besar y tocar la tierra de Cristo; allí aprovecha su tiempo entre oración, mortificación, y el estudio del griego que le contacta con los santos Padres primeros.

Luego pasa por Roma, donde murió y vive Pedro. Atraviesa el reino de los francos donde se encuentra con los suevos y aprovecha la oportunidad de hacer apostolado con este pueblo.   Karriarico, rey suevo arriano -habían caído los suevos en el arrianismo por la actividad del gálata Ayax, enviado por Teodorico- mandó embajada noble para pedir en la afamada y milagrosa tumba de san Martín de Tours el portento de la curación de su hijo. Era ya la segunda vez que lo hacía, la primera misión no dio el resultado apetecido; ahora manda la ofrenda del peso de su hijo en oro y plata y presenta la promesa de conversión si obtiene del santo de Tours lo que humildemente pide. Y se cura el vástago del rey suevo. Es la ocasión para dejar el arrianismo. San Gregorio de Tours narrará, como testigo presencial, -dejando en el relato el polvo de la leyenda- el ruego de la doble embajada y la posterior conversión del bravo pueblo suevo. Contribuyó a la conversión de los suevos al catolicismo. En el concilio de Braga del 561 -como un precursor de san Ildefonso en el III de Toledo- se ha logrado la conversión del rey y del pueblo, se establece la unidad y se tiene el gozo de escuchar la fórmula del bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.  Murió en el año 580.

Oremos: Señor, Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Martín Dumiense, para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

 Calendario de  Fiestas Marianas: Nuestra Señora de Calevourt, cerca de Bruselas,  Bélgica, (1454)

¡Estamos en manos de Dios!
Juan 7,1-2.10.25-30, Cuaresma. El amor de Dios a nosotros no conoce límites, pase lo que pase y cueste lo que cueste.

Oración introductoria
Señor y Dios mío, muéstrame al Padre. Hazme palpar su amor paternal. Y enséñame a reconocer tu amor y a conocerte cada vez más de forma experiencial, pues una cosa es conocer lo que has hecho y otra muy distinta el conocerte a ti. Yo quiero ahondar en tu conocimiento, Señor. Quiero hacer una experiencia profunda de ti, de tu amor, de tu bondad. Concédeme la gracia de adentrarme cada día más en ella.

Petición
Señor y Dios mío, Buen Pastor que me llamas por mi nombre, guíame por tu senda de amor al servicio de todo aquel que me rodea.

Meditación del Papa Francisco
Esa memoria que viene del corazón, es una gracia del Espíritu Santo. Y tener memoria significa recordar las propias miserias, que nos vuelven esclavos, y junto a ello la gracia de Dios que redime de aquellas miserias.

Y cuando llega un poco la vanidad, y uno cree que es un poco el Premio Nobel de la Santidad, también la memoria nos hace bien: 'Pero... recuerda de dónde te tomé: del último de la grey. Tú estabas detrás, en la grey.

La memoria es una gracia grande, y cuando un cristiano no tiene memoria -es difícil decir esto, pero es la verdad-, no es cristiano, es un idólatra, porque está frente a un Dios que no tiene un camino, no sabe hacer camino, mientras que nuestro Dios camina con nosotros, se mezcla con nosotros, camina con nosotros. Nos salva. Hace historia con nosotros. Memoria del todo, y la vida se vuelve más fructífera, con esta gracia de la memoria.

Les invito a pedir la gracia de la memoria, para ser personas que nunca olviden el camino cumplido, que no olviden las gracias de sus vidas, no se olvidan del perdón de los pecados, no olviden que eran esclavos y que el Señor los salvó. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 13 de mayo de 2013, en Santa Marta).

Reflexión apostólica. En Cristo, podemos conocer el amor que el Padre nos tiene y la obediencia que le debemos profesar, porque Él lo conoce. Y no lo conoce de forma superficial, sino de manera perfecta, porque está perfectamente unido a Él. Por tanto, si queremos conocer al Padre y a Jesús de verdad, debemos unirnos a Ellos, debemos permanecer en su amor (cfr. Jn 15, 9). Y permanecer en su amor significa conocer detalladamente sus deseos sobre mi vida y seguirlos con prontitud y alegría, cumpliendo lo que decía Jesucristo: «Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15, 10); significa dejar que Él sea quien tome las decisiones sobre mi vida, sabiendo que quien decide es mi Padre y que Él sólo busca lo mejor para mí. Es increíble la sencillez de Jesús. Primero viene al mundo en un establo. Luego pasa 30 años de su vida en la "sombra", en un pueblo de Galilea. Por lo visto nadie de su pueblo se da cuenta de que el hijo del carpintero era alguien importante. Porque más tarde nos cuenta el evangelista que quieren tirarle por un acantilado por creerse un profeta. Todos dicen: "...pero, ¿éste, no es el hijo de José? ... ¿de dónde le viene pues todo eso? ...es un blasfemo". Muchos se asombran en Israel de las palabras y obras de Cristo. Y es que su aspecto es normal: es un hombre. Pero su autoridad es divina. Les cuesta creer que él es el Hijo de Dios. Claro, Cristo no se las da de grande como Herodes, Pilatos o un faraón. Tampoco quiere que los discípulos, ni los enfermos curados, cuenten que ha sido él o que revelen quién es. Y es lógico, porque no necesita el aplauso de la gente. A pesar de todo, al final realmente ¡qué pocas personas le son fieles hasta su muerte! Pero no le importa. Él ha cumplido la misión que el Padre le había encomendado. Ha salvado a los hombres; ha dado a conocer el infinito amor de Dios a la humanidad. Algo parecido pasa cuando una madre ama a su hijo: tampoco le importa que el hijo le corresponda. Su instinto materno le hace amarle pase lo que pase y cueste lo que cueste. El amor de Dios no conoce límites.

Cómo es nuestra fe en Jesucristo. ¿Creemos que Él es Dios? ¿Tiene esto alguna consecuencia para nuestra vida? ¿Buscamos acercamos a él con fe? ¿Ponemos por obra su mensaje de amor? ¿Somos sus apóstoles? San Maximiliano Kolbe se entregó a los guardias nazis y murió, en el campo de concentración, en lugar de un señor que decía tener mujer y niños. Imagínese que alegría y que gratitud la de este señor y de su familia al recordarle cuando estaban juntos otra vez.

¡Cuánta alegría, gratitud y amor podemos tener hacia Jesucristo por todo lo que nos ha amado y ama!

Propósito
Ofrecer mis actividades del día por todos aquellos que no le conocen.

Diálogo con Cristo
Señor, dame la gracia de vivir plenamente la voluntad del Padre, a imitación tuya. Quiero cumplir su voluntad en mi vida para demostrarle mi amor, para mostrarle que acepto alegremente lo que Él quiera para mí. Concédeme, Señor, hacer la experiencia del Padre, para ser tu instrumento y guía de manera eficaz, de manera que muchos puedan llegar a conocer tu amistad y alcancen tu amor infinito.

«El único camino que conduce a esa hoguera divina (el amor) es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre» (Santa Teresa de Lisieux)
 
Que el Señor santifique nuestra voluntad
Viernes cuarta semana de Cuaresma. Aceptar plenamente el camino, el designio de Dios sobre nuestra vida.

Por: P. Cipriano Sánchez | Fuente: Catholic.net

"Jesucristo -nos dice el Evangelio-, no es capturado porque todavía no había llegado su hora”. Es éste uno de los temas que más recurren en San Juan: la hora de Cristo como el momento de la redención, como el momento en el cual Él va a librarnos a todos de nuestros pecados. La hora de Cristo es una hora que no es suya, no está impuesta por Él, sino que es la hora que el Padre le ha impuesto, y mientras no llegue ese momento, Jesucristo va a vivir, por así decir, libre de sus enemigos; pero en el momento que esa hora llegue, Jesucristo va a ser entregado a sus enemigos.

Esto nos podría parecer una especie de determinismo o de falta de libertad, cuando realmente es un sumergirse en la orientación de nuestra libertad a la adhesión total a Dios. En el caso de Cristo, el hecho de tener que obedecer a Dios va a significar, en ese momento concreto, escaparse de sus enemigos: "Todavía no había llegado su hora". Sin embargo, sabremos que después, cuando llegue su hora, Jesucristo será entregado. Es lo que Jesús dice a los soldados que van a aprenderlo en el Huerto de los Olivos: "Ésta es vuestra hora y la del Príncipe de las Tinieblas"

Es una disposición interior que nosotros tenemos que llegar a tomar: la disposición interior de llegar a aceptar la hora de Dios sobre nuestra vida. Es decir, aceptar plenamente el camino, el designio de Dios sobre nuestra vida, lo cual requiere nuestra capacidad de purificar nuestra voluntad, nuestra capacidad de decir a nuestra voluntad que no es ella la que tiene que mandar, sino que es Dios nuestro Señor quien lo tiene que hacer.

Podríamos decir que es la vida la que nos va guiando, porque aunque nosotros podemos planear unas cosas u otras, a la hora de la hora, es la vida la que nos va diciendo por dónde tenemos que ir. Nosotros podríamos tener planes, pero cuántas veces esos planes se rompen, se quebrantan precisamente cuando nosotros pensaríamos que más falta nos hace que no se quebrantasen. Este aspecto de nuestra vida requiere que nosotros aprendamos a encontrar y aceptar, en nuestra voluntad, lo que Dios nos pide, y no como quien se resigna, sino como quien libremente se ofrece a Dios. La libertad y la voluntad son elementos que tienen que conectarnos con Dios.

El libro de la Sabiduría habla de "lo que los malvados dicen entre sí y discurren equivocadamente". Nos dice todos los planes que tienen contra el hombre justo, cómo están dispuestos a atacarlo, cómo están dispuestos a romperlo, cómo están dispuestos a matarlo: "Condenémoslo a muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él". Y termina diciendo: "Así discurren los malvados, pero se engañan; su malicia los ciega. No conocen los ocultos designios de Dios, no esperan el premio de la virtud, ni creen en la recompensa de una vida intachable".

No nos dice nada de que al justo se le vaya a librar de todos esos planes de los malvados, simplemente nos dice que estos hombres no conocen lo que Dios espera oír de ellos.

Nos podríamos preguntar: ¿Y el justo que tiene que enfrentarse con esa injusticia de parte de los malvados? ¿Y el justo que tiene que sufrir todo lo que ellos dicen? Este aspecto llama a nuestra voluntad a hacerse una pregunta: ¿Realmente mi voluntad está puesta en Dios, independientemente del «entrecruzarse» de las libertades humanas, de los ambientes, de las situaciones que nos acaecen? ¿Nuestra libertad, cada vez que se da cuenta de que Dios llega a la vida, ha aprendido a abrirse de tal manera al Señor que, en todo momento, acepte y se abrace libremente a ese misterio que es la presencia de Dios en nuestras vidas?

Quizá ése es el punto más difícil de llegar a entender. Podemos entender el abrazarnos a determinadas situaciones positivas, incluso algunas negativas, pero es difícil cuando el alma siente la impotencia, cuando sentimos que el alma se nos rompe o que nuestra voluntad no termina de obedecernos, no termina de ubicarnos y orientarnos hacia donde tendríamos nosotros que ir.

Es precisamente este designio el que tendríamos que controlar, y para lograrlo es necesario ver en qué lugar nuestra voluntad no está plenamente orientada hacia Dios.

Sabemos que no es fácil orientar en todo momento la voluntad hacia Dios, porque basta que algo no salga como nosotros querríamos y de nuevo volvemos a ser retados, y de nuevo nuestra voluntad vuelve a ser puesta en cuestionamiento para ver qué vamos a hacer con ella.

El camino de purificación de nuestra voluntad y de nuestra libertad es la constante sumisión libre a Dios; el constante abrazarnos al modo concreto en el cual Dios se nos va presentando en nuestra vida. "Salva el Señor la vida de sus siervos; no morirán quienes en él esperan".

En el fondo, la purificación de nuestra voluntad tiene este objetivo: esperar en Dios, aunque pueda parecer que alrededor están las cosas muy difíciles; aunque pueda parecer que todo alrededor es obscuridad, es dificultad. "Muchas tribulaciones para el justo, pero de todas ellas Dios lo libra".

Hay veces que nuestra inteligencia no ve más arriba, no sabe por dónde llevarnos y puede arrastrar a nuestra voluntad y alejarla de Dios. Nuestra voluntad, aun en medio de las dificultades, de las tribulaciones y de las pruebas, tiene que ser capaz de entender que solamente quien se abraza a Dios puede llegar a estar cerca de Él. "El Señor no está lejos de sus fieles". La fidelidad es obra de nuestra voluntad purificada, puesta totalmente en manos de Dios nuestro Señor.

Que en este camino de Cuaresma aprendamos a descubrir esta purificación de nuestra voluntad. Cada uno en su ambiente, en su lugar, con sus circunstancias. Una purificación de la voluntad que supone el constante exigirse y llamarse a sí mismo al orden, para ver si en todo momento estamos viviendo según la hora de Dios o estamos viviendo según nuestra hora; según la voluntad de Dios o según nuestra voluntad.

Dejemos que el Señor santifique nuestra voluntad, de tal manera que podamos adherirnos a Él, que podamos ponernos totalmente en Él en este camino de conversión que es la Cuaresma, que reclama no solamente una serie de obras de penitencia interior, sino que reclama, sobre todo, la reestructuración y la reeducación de nuestra vida hacia Dios.

Cuarta predicación de Cuaresma del padre Cantalamessa en presencia del Papa - texto completo  
Fecha: 20 de Marzo de 2015

Hoy meditaremos sobre la fe común de Oriente y Occidente en el Espíritu Santo y trataremos de hacerlo “en el Espíritu”, en su presencia, sabiendo, como dice la Escritura, que “antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente” (cfr. Salmo 139, 4).

1. Hacia un acuerdo sobre el Filioque

Durante siglos, la doctrina de la procesión del Espíritu Santo en el seno de la Trinidad ha sido el punto de mayor fricción y acusaciones recíprocas entre Oriente y Occidente, a causa del famoso “Filioque”. Trato de reconstruir el estado de la cuestión, para valorar mejor la gracia que Dios nos está haciendo de un acuerdo también sobre este problema espinoso.

La fe de la Iglesia en el Espíritu Santo fue definida, como se sabe, en el concilio ecuménico de Constantinopla del 381 con las siguientes palabras: “...y (creemos) en el Espíritu Santo que es Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, y con el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas”i. Mirándolo bien, esta fórmula contiene la respuesta a las dos preguntas fundamentales sobre el Espíritu Santo. A la pregunta “¿quién es el Espíritu Santo?”, se responde que es “Señor” (es decir, pertenece a la esfera del Creador, no de las criaturas), que procede del Padre y es, en adoración, igual al Padre y al Hijo; a la pregunta “¿qué hace el Espíritu Santo?”, se responde que “da la vida” (lo que resume toda la acción santificadora, interior y renovadora del Espíritu) y que “habló por los profetas” (lo que resume la acción carismática del Espíritu Santo).

A pesar de estos elementos de gran valor, es necesario decir, aún así, que el artículo refleja un estadio aún provisional, si no de la fe, al menos de la terminología sobre el Espíritu Santo. La laguna más evidente es que en ella no se atribuye aún explícitamente al Espíritu Santo el título de “Dios”. El primero en lamentar esta reticencia fue san Gregorio Nacianceno que por su cuenta rompió todos los preámbulos escribiendo: “Y bien, ¿el Espíritu es Dios? ¡Ciertamente! ¿Entonces es consustancial (homoùsion)? Cierto, si es verdad que es Dios”.Esta laguna se colmó, de hecho, en la práctica de la Iglesia, la cual, superados los motivos contingentes que la habían detenido hasta entonces, no dudó en atribuir al Espíritu Santo el título de “Dios” y definirlo “consustancial” con el Padre y el Hijo.

Esta no era la única “laguna”. También desde el punto de vista de la historia de la salvación, debía parecer extraño que la única obra atribuida al Espíritu fuera la de haber hablado “por los profetas”, quitando todas sus otras obras y sobre todo su actividad en el Nuevo Testamento, en la vida de Jesús. También en este caso, el completar la fórmula dogmática sucede espontáneamente en la vida de la Iglesia, como parece claro por esta epíclesis de la liturgia llamada de Santiago, donde se le atribuye al Espíritu también el título de consustancial (en cursiva las frases tomadas del símbolo):

“Manda… tu santísimo Espíritu, Señor y vivificador, que sentado contigo, Dios y Padre, y con tu Hijo unigénito; que reina, consustancial y coeterno. Él ha hablado en la Ley, en los Profetas y en el Nuevo Testamento; bajó en forma de paloma sobre nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, descansando en Él, y bajó sobre los santos apóstoles… el día santo de Pentecostés”iii.

Otro punto, el más importante, sobre el que la fórmula conciliar no decía nada, era la relación entre el Espíritu Santo y el Hijo y, en consecuencia, entre cristología y pneumatología. El único apunte en este sentido consistía en la frase “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen” que probablemente se encontraba ya en el símbolo de fe que el concilio de Constantinopla adoptó como base de su credo.

Sobre este punto la integración del símbolo sucede de manera menos unívoca y pacífica. Algunos Padres griegos expresaron la relación eterna entre el Hijo y el Espíritu Santo, diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre “a través del Hijo”, que es “imagen del Hijo”iv, que “procede del Padre y recibe del Hijo”, que es el “rayo” que se difunde del sol (el Padre) a través de su esplendor (el Hijo), la corriente que viene de la fuente (el Padre) a través del río (el Hijo)..

Cuando la discusión sobre el Espíritu Santo pasó al mundo latino, para expresar esta relación se acuñó la frase según la cual el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo”. Las palabras “y del Hijo” en latín suenan Filioque, y de aquí el sentido con el que se ha sobrecargado esta palabra en las disputas entre oriente y occidente y las conclusiones manifiestamente exageradas que, a veces, se han tomado.

Quien formuló primero la idea de que el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo” fue san Ambrosiov. Él no estaba influenciado por Tertuliano (que no conoce y no cita nunca), sino por las expresiones apenas recordadas que leía en sus fuente griegas habituales: san Basilio y también san Atanasio y Dídimo Alejandrino. Todos estos modos de expresarse destacaban una cierta relación, por lo no aclarado y misterioso, existente entre el Hijo y el Espíritu Santo, en su origen común en el Padre. Si “a través del Hijo” quiere decir algo, este “algo” es lo que Ambrosio (quien ignora, como todos los latino, la sutil distinción que existe en griego entre “provenir”, ekporeuesthai, y “proceder”, proienai) intentó expresar con la expresión “y del Hijo”.

San Agustín ha dado a la expresión “del Padre y del Hijo” (en él no está aún la expresión literal Filioque) la justificación teológica que ha caracterizado, a continuación, toda la pneumatología latina. Él usa expresiones muy matizadas y no coloca al Padre y al Hijo sobre la misma línea, en lo relacionado con el Espíritu Santo, como aparece en la bien conocida afirmación: “El Espíritu Santo primariamente procede del Padre (de Patre principaliter) y, por el don que el Padre hace al Hijo, sin ningún intervalo de tiempo, de ambos al mismo tiempo”vi.

Esta doctrina, además de muchos pasajes del Nuevo Testamento (“Todo lo que el Padre posee es mío”, “Él (el Paráclito) tomará de lo mío), era exigida por su concepción de las relaciones trinitarias como relaciones basadas en el amor. Ésta permitía también resolver una objeción que quedaba siempre sin respuesta: ¿qué parte de sí mismo no había expresado por entero aún el Padre en la generación del Hijo, para justificar una segunda operación trinitaria? ¿Qué distingue la procesión del Espíritu Santo de la generación del Verbo?

Quien acuñó la expresión literal Filioque para indicar la procesión “del Padre y del Hijo”, fue Fulgencio de Ruspe que, también en otros casos, ha endurecido fórmulas precedentes, aún elásticas, de la teología latinavii

. Él silenció la aclaración de Agustín, según la cual el Espíritu Santo procede “principalmente” del Padre, e insiste sin embargo en decir que “procede del Hijo como (sicut) procede del Padre”, “enteramente (totus) dal Padre y enteramente del Figlio”, nivelando así las dos relaciones de origenviii. Es en esta versión indiferenciada que la doctrina de la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo entrará en las definiciones eclesiales, a partir del III Concilio de Toledo del 589ix.

Hasta que permaneció a este nivel, la cosa no despertó protestas por parte de los orientales. En el año 809 tuvo lugar en Aquisgrán, por deseo de Carlo Magno, un sínodo para patrocinar la introducción del Filioque en el símbolo Niceno - Constantinopolitano que se comenzaba, en algunas iglesias, a cantar en la Misa. El emperador, más que por convicciones personales teológicas, era movido por el deseo de dar una justificación también doctrinal a su política de emancipación del imperio de Oriente.

Al concluir el concilio, una delegación del emperador fue a Roma, a ver al papa León III, para que adhiriera a la causa del emperador. Sin embargo, a pesar de que compartía plenamente la doctrina del Filioque, el

Papa consideraba inoportuna su introducción en el símbolo y mantuvo con firmeza su decisión. En esto él seguía la misma línea de actuación seguida por la Iglesia griega, donde había existido, como hemos visto, importantes integraciones y profundizaciones del artículo sobre el Espíritu Santo, sin por ello tener que cambiar el texto del símbolo. Sin embargo, ante una nueva presión del emperador Enrique II de Alemania, en el 1014, el papa Benedicto VIII aceptó que la palabra Filioque fuera introducida también en la recitación litúrgica del credo, suscitando a continuación, las justas recriminaciones del oriente ortodoxo.

Hoy, en el clima de diálogo y mutua estima que se busca establecer entre Ortodoxos e Iglesia católica, este problema no parece ser un obstáculo insuperable para la plena comunión. Calificados representantes de la teología ortodoxa están dispuestos a reconocer, con ciertas condiciones, la legitimidad de la doctrina latina. Veamos como el teólogo Johannes Zizioulas expone tales condiciones:

“La regla de oro tiene que ser la interpretación que daba san Máximo Confesor de la pneumatología latina o sea: profesando la doctrina del Filioque, los hermanos occidentales no quieren introducir una segunda causa (aition) en Dios fuera del Padre, de otra parte el rol intermediario del Hijo en el origen del Espíritu no tiene que ser limitado a la divina economía, sino que se refiere también a la naturaleza divina. Si Oriente y

Occidente están dispuestos en nuestro tiempo a ambos hacer suyos estos dos puntos de san Máximo, esto ofrecería una base suficiente para el acercamiento de las dos tradiciones”xi.

Con estas palabras se mantiene la posición ortodoxa de que el Padre es la única causa “no causada” de la procesión del Espíritu Santo: lo que no es incompatible con la posición anteriormente expuesta de Agustín; de otra parte se reconoce la validez del punto de vista de los latinos de atribuir al Hijo un rol activo en la procesión eterna del Espíritu Santo del Padre, aunque no se comparte su precisación “como de un solo principio” (tamquam ex uno principio).

El Catecismo de la Iglesia Católica habla, al respecto, de una “legítima complementariedad que si bien no se ha vuelto rígida, no impide la identidad de la fe en la realidad del misterio”xii. En la misma línea se expresa un documento del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, del 1995, solicitado por el papa Juan Pablo II y positivamente acogido por exponentes de la teología ortodoxaxiii. Como signo de esta voluntad de reconciliación, el mismo Juan Pablo II inició la práctica de omitir el añadidoFilioque “y del Hijo”, en ciertas celebraciones ecuménicas en San Pedro y en otros lugares, en los que se proclamaba el credo en latín.

2. Hacia una nueva síntesis
Como siempre, cuando el diálogo es realizado realmente “en el Espíritu”, no se limita a allanar las dificultades del pasado, sino que abre nuevas perspectivas. La novedad más grande en la pneumatología actual no consiste solamente en encontrar un acuerdo sobre el Filioque, sino en partir nuevamente desde la Escritura en vista de una nueva síntesis más amplia y con una espectro de preguntas menos condicionado por la historia pasada.

De esta relectura, ya iniciada tiempo atrás, ha surgido un dato preciso: el Espíritu Santo, en la historia de la salvación, no es enviado solo por el Hijo, sino que también es enviado sobre el Hijo; el Hijo no es solo el que da al Espíritu, sino también el que lorecibe. El momento en el cual se pasa de una a otra fase de la historia de la salvación, de Jesús que recibe al Espíritu Santo a Jesús que envía al Espíritu, está constituido por el acontecimiento de la cruzxiv.

En el documento del Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos, ya mencionado, encontramos un hermoso texto que resume todas estas intervenciones del Espíritu “sobre” Jesús: en el nacimiento, en el bautismo, en el ofrecerse en sacrificio al Padre (Hb 9,14), en su resurrecciónxv. Esta relación de reciprocidad que se encuentra en el plano histórico no puede dejar de reflejar, de alguna manera, la relación existente en la Trinidad. El mismo documento recordado llega a la siguiente conclusión:

“El rol del Espíritu en lo más íntimo de la existencia humana del Hijo de Dios brota de una relación trinitaria eterna para la cual el Espíritu, en su misterio de don de amor, caracteriza la relación entre el Padre fuente del amor y el Hijo predilecto”xvi.

¿Pero cómo concebir esta reciprocidad en el ámbito trinitario? Es este el panorama que se abre a la reflexión actual de la teología del Espíritu. La cosa que anima es que en esta dirección se están moviendo juntas, en un diálogo fraterno y constructivo, teólogos de todas las grandes Iglesias cristianas: ortodoxa, católica y protestante. Uno de los puntos clave en los que se movía (y por los que estaba condicionada) la reflexión de los Padres, y en particular de Agustín, fue la falta de reciprocidad entre el Espíritu Santo y las otras dos personas divinas. Podemos llamar, decían, al Espíritu Santo “Espíritu del Padre”, pero no podemos llamar al Padre “Padre del Espíritu”; podemos llamar al Espíritu Santo “Espíritu del Hijo”, pero no podemos llamar al Hijo “Hijo del Espíritu”xvii.

Este es el punto en el que se intenta hoy superar la dificultad. Es verdad que no podemos llamar a Dios “Padre del Espíritu”, pero lo podemos llamar “Padre en el Espíritu”; es verdad que no podemos llamar al Hijo “Hijo del Espíritu”, pero podemos llamarlo “Hijo en el Espíritu”. La preposición usada en la Escritura para hablar del Espíritu Santo no es “desde”, sino “en”; es “en el Espíritu” que Cristo grita Abba en la tierra (cfr. Lc 10, 21). Si admitimos que esto que sucede en la historia es un reflejo de lo que sucede eternamente en la Trinidad, tenemos que concluir que es “en el Espíritu” que el Hijo pronuncia su Abba eterno en la generación del Padrexviii. El teólogo ortodoxo Olivier Clément ha anticipado esta conclusión diciendo que “El Hijo nace del Padre en el Espíritu”xix.
De todo esto emerge un nuevo modo de concebir las relaciones trinitarias. El Verbo y el Espíritu proceden simultáneamente del Padre. Es necesario renunciar a toda idea de precedencia entre los dos, no solo cronológica, sino también lógica. Como única es la naturaleza que constituye las tres divinas Personas, también es única la operación que tiene su fuente en el Padre y que constituye al Padre “Padre, al Hijo “Hijo” y al Espíritu “Espíritu”. Hijo y Espíritu Santo no deben ser vistos uno después del otro, o uno al lado del otro, sino “uno en el otro”. Generación y procesión no son “dos actos separados”, sino dos aspectos, o dos resultados, de un único actoxx.

¿Cómo concebir y expresar este acto abismal del que florece, en conjunto, la rosa mística de la Trinidad? Estamos ante el núcleo más íntimo del misterio trinitario que se sitúa más allá de cualquier concepto y analogía humana. Muy sugestiva me parece la indicación ofrecida, a este propósito, por el mismo teólogo ortodoxo Olivier Clément. Él habla de una “unción eterna” del Hijo por parte del Padre mediante el Espírituxxi. Esta intuición tiene un sólido fundamento patrístico en la fórmula “ungente, ungido y unción” usada en la más antigua teología de los Padres. San Ireneo había escrito:

“En el nombre de 'Cristo' se suponen uno que ungió, el que fue ungido y la unción misma con que fue ungido. En efecto, lo ungió el Padre y el Hijo fue ungido, en el Espíritu Santo que es la unción”xxii.

San Basilio tomó literalmente esta afirmación, repetida a su vez por san Ambrosioxxiii. En el origen, se refería directamente a la unción histórica de Jesús en su bautismo del Jordán. Sucesivamente, esta unción fue considerada realizada al momento de la encarnaciónxxiv; pero ya en la época de los Padres se comenzó a volver hacia atrás. Justino, Ireneo, Orígenes habían hablado de una “unción cósmica” del Verbo, es decir, de una unción que el Padre confiere al Verbo en vista de la creación del mundo, en cuanto “por medio suyo el Padre ha ungido y dispuesto cada cosa”xxv.

Eusebio de Cesarea va aún más allá, viendo realizada la unción en el momento mismo de la generación: “La unción consiste en la generación misma del Verbo, por la cual el Espíritu del Padre pasa al Hijo, a manera de fragancia divina”xxvi. Más autorizada es la opinión de san Gregorio de Nisa que dedica un capítulo entero a ilustrar la unción del Verbo a través del Espíritu Santo, en su generación eterna del Padre. Él asume que el nombre “Cristo”, el Ungido, pertenece al Hijo desde la eternidad:

“El óleo de la alegría tiene el poder del Espíritu Santo, con el que Dios está ungido por Dios, así el unigénito está ungido por el Padre... Como el justo no puede ser a la vez injusto, así el ungido no puede no estar ungido. Ahora el que nunca está no-ungido, es ciertamente el ungido desde siempre. Y cualquiera tiene que admitir que el que unge es el Padre y el ungüento es el Espíritu Santo”xxvii.

La imagen de la unción (porque se trata siempre de una imagen) añade algo nuevo que no es expresado por la imagen más habitual de la espiración. En Occidente, es habitual repetir que el Espíritu se llama así porque es espirado y espira. En esta visión, el Espíritu Santo desempeña un papel “activo” sólo fuera de la Trinidad, ya que inspira las Escrituras, los profetas, los santos, etc., mientras que en la Trinidad tendría sólo la cualidad pasiva de ser espirado por el Padre y el Hijo.

Esta ausencia de un papel activo del Espíritu dentro de la Trinidad, considerada quizás la mayor laguna de la pneumatología tradicional, se supera de esta manera. De hecho, si se reconoce al Hijo un papel activo en relación con el Espíritu, expresado por la imagen de la espiración, también se reconoce un papel activo del Espíritu Santo en relación con el Hijo, expresado por la imagen de la unción. No se puede decir, del Verbo, que es “el Hijo del Espíritu Santo”, pero se puede decir de él que es “el Ungido del Espíritu”.

3. El Espíritu de verdad y el Espíritu de caridad
La renovada escucha de las Escrituras permite constatar, incluso desde otro punto de vista, la complementariedad de los dos pneumatologías, oriental y occidental. Se observó, en el ámbito del mismo Nuevo Testamento, un mayor énfasis, por parte de Juan, del "Espíritu de verdad" y, por parte de Pablo, del “Espíritu de caridad”xxviii.“Espíritu de verdad”, en el Cuarto Evangelio, es otro nombre del Paráclito (Jn 14, 16-17); los adoradores del Padre deben adorarlo “en Espíritu y en verdad”; él lleva “a toda la verdad”; su unción “da la ciencia y enseña todas las cosas” (1 Jn 2, 20.27). Para Pablo, sin embargo, el efecto principal del Espíritu es “derramar el amor” en los corazones; fruto del Espíritu es “amor, alegría y paz” (Ga 5, 21); el amor constituye “la ley del Espíritu” (Rm 8, 2), el amor es “el mejor camino”, el don del Espíritu Santo más grande de todos (cfr. 1 Co 12, 31).

Como sucedió con la doctrina sobre Cristo, también esta diferente acentuación sobre el Espíritu Santo permanece en la tradición, y, una vez más, Oriente refleja mayormente la perspectiva juaniana y Occidente la paulina. La pneumatología ortodoxa dio mayor relevancia al Espíritu luz, y la latina al Espíritu amor. Esta diversidad está clarísima, en todo caso, en las dos obras que más han influido en el desarrollo de sus respectivas teologías del Espíritu Santo. En el tratado Sobre el Espíritu Santo de san Basilio, no juega ningún papel el tema del Espíritu amor, mientras que desempeña uno central el tema del Espíritu “luz inteligible”xxix; en el tratado Sobre la Trinidad de san Agustín, no juega ningún rol el tema del Espíritu luz, mientras sabemos que desempeña uno central el del Espíritu como amor.

La luz, con los fenómenos que normalmente la acompañan (la transfiguración de la persona y su completa inmersión interior y exterior en la luz) es el elemento más constante entre los orientales, en la mística del Espíritu Santo. “¡Ven, oh luz verdadera!”, son las primeras palabras de una oración al Espíritu Santo de san Simeón el Nuevo Teólogoxxx.También la famosa “luz tabórica”, que tanta importancia tiene en la espiritualidad y la iconografía oriental, está íntimamente vinculada al Espíritu Santoxxxi. Un texto del oficio ortodoxo dice que, en el día de Pentecostés, “gracias al Espíritu Santo, el mundo entero recibió un bautismo de luz”xxxii.

Concluyo con un pensamiento de san Agustín sobre el Espíritu de amor que, aplicado en las relaciones entre las diversas Iglesias, haría dar un paso decisivo hacia la unidad de los cristianos. Comentando la doctrina de san Pablo en 1 Corintios 12, sobre los carismas, san Agustín hace esta reflexión. Al oír nombrar todos esos maravillosos carismas (profecía, sabiduría, discernimiento, sanaciones, lenguas), alguien podría sentirse triste y excluido, porque piensa que él no posee nada de todo esto. Pero cuidado, prosigue el santo,

“Si amas, no es poco lo que posees. En efecto, si amas la unidad, todo lo que de ella es poseído por alguien, ¡lo posees tú también! Destierra la envidia y será tuyo lo que es mío, y si yo destierro la envidia, es mío lo que tú posees. La envidia separa, la caridad une. Solo el ojo en el cuerpo tiene la facultad de ver, pero ¿acaso el ojo ve solo para sí mismo? No, él ve por la mano, por el pie y por todos los miembros... Solo la mano actúa en el cuerpo; pero ésta no actúa solo para sí, actúa también para el ojo. Si está a punto de recibir un golpe que no está dirigido a la mano sino al rostro, ¿dice quizás la mano: 'No me muevo, porque el golpe no está dirigido a mí'?”xxxiii.

Este es el secreto de por qué la caridad es “el camino más excelente” (1 Co 12, 31): me hace amar al cuerpo de Cristo, o a la comunidad en la que vivo, y en la unidad todos los carismas, no solo algunos, son “míos”. La caridad multiplica realmente los carismas; hace del carisma de uno el carisma de todos. Es suficiente con no hacer de sí mismos, sino de Cristo, el centro de interés; no querer “vivir para sí, sino para el Señor”, como dice el Apóstol (Rm 14, 7-8).

Aplicado a las relaciones entre las dos Iglesias, la oriental y la occidental, este principio conduce a mirar lo que cada una tiene diferente de la otra, no como un error o una amenaza, sino para regocijarse como un tesoro para todos. Aplicado a nuestras relaciones diarias, dentro de la misma Iglesia o de la comunidad en la que vivimos, ayuda a superar los sentimientos naturales de frustración, de rivalidad y de celos.

“Bienaventurado aquel siervo -escribe san Francisco de Asís- que no se exalta (yo añado: y no se regocija) más del bien que el Señor dice y obra por medio de él, que del que dice y obra por medio de otro”xxxiv. Que el Espíritu Santo nos ayude a dirigirnos por este camino exigente, pero al que se le han prometido los frutos del Espíritu: el amor, el gozo y la paz.

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