“Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.”

 V LUNES DE CUARESMA (Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Jn 8, 1-11)

LA MUJER. La Biblia tiene diversas lecturas posibles, y sin prescindir del posible sentido histórico y literal de los textos, nos encontramos con que es un libro sagrado, con un mensaje espiritual y teológico, que ilumina la vida del creyente. Hoy las protagonistas de los textos son dos mujeres, y en ambos pasajes se las acusa de adulterio; en el caso de Susana, de manera injusta y en el Evangelio, con razón, pues parece que fue sorprendida en la acción inmoral. Se pueden leer las dos escenas personalizándolas, y no solo relacionándolas con personajes lejanos. La figura de la mujer adquiere un significado teológico muy profundo en las Sagradas Escrituras, y en muchos casos es símbolo del pueblo escogido, de la humanidad, y de la Iglesia. Las imágenes que nos presentan las lecturas, contempladas en un contexto más amplio, nos permiten vernos por un lado, defendidos por la Providencia, como en el caso de Susana –“¿Estáis locos, israelitas? ¿Conque, sin discutir la causa ni apurar los hechos condenáis a una hija de Israel? (Dn 13,48)-, y por otro lado, perdonados en el caso del Evangelio: “«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: -«Ninguno, Señor.»

Jesús dijo: -«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» (Jn 8,11). La infidelidad del pueblo para con Dios es interpretada por la Biblia como un adulterio, y a su vez la fidelidad de Dios para con su pueblo es descrita como un desposorio. El salmista refleja la imagen del banquete nupcial cuando canta: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa” (Sal 22). Más que escandalizarnos o proyectar imágenes escabrosas, desde los textos nos deberemos sentir defendidos y amados por Jesucristo, sin que podamos excusarnos en nuestra debilidad para rechazar su misericordia y su amor.

SANTA TERESA DE JESÚS. El testimonio de la mujer recia y andariega, Santa Teresa de Jesús, nos avala la relación sapiencial con las Escrituras, cuando ella misma se mete en los pasajes bíblicos, como si en verdad fuera la protagonista. Así lo hace con la escena de la pecadora: “Y creo no le hará a vuestra merced mal gusto, porque entrambos, me parece, podemos cantar una cosa, aunque en diferente manera; porque es mucho más lo que yo debo a Dios, porque me ha perdonado más, como vuestra merced sabe” (Vida 14, 12). Lo mismo hace cuando evoca el pasaje de la Samaritana y de María Magdalena, escenas a las que tiene verdadera devoción. “¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio” (Vida 30, 19). “Mas sé de esta persona que muchos años, aunque no era muy perfecta, cuando comulgaba, procuraba recoger los sentidos para que todos entendiesen tan gran bien, digo, no embarazasen al alma para conocerle. Considerábase a sus pies y lloraba con la Magdalena, nmás ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del fariseo. Y aunque no sintiese devoción, la fe la decía que estaba bien allí” (Camino de Perfección 34, 7).

Evangelio según San Juan 8,1-11. 

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". 

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Homilías sobre S. Juan, 33, 5-8

“Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.”

“Todos se retiraron, uno tras otro.” Se quedaron sólo dos, la miserable y la Misericordia. Pero el Señor, después de haberlos rebatido con la justicia, no quería ver su derrota. Apartando su mirada de ellos “Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo.”

Jesús miró a esta mujer que se había quedado sola después de haberse marchado todos. Hemos escuchado la voz de la justicia, ¡escuchemos ahora también la de la bondad! (...) Esta mujer esperaba el castigo de aquel que era sin pecado. Pero él, que había rechazado con la justicia a sus enemigos, mirándola a ella con ojos de misericordia la interroga: “¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte? Ella responde: “Ninguno, Señor. Entonces Jesús añadió: Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.”

¿Qué decir, Señor? ¿Favoreces el pecado? No, en absoluto. Fíjate en lo que sigue: “puedes irte y no vuelvas a pecar.” El Señor condena el pecado no al pecador. (...) Que estén atentos lo que aman la bondad del Señor y teman su verdad. (...) El Señor es bueno, el Señor es lento a la cólera, el Señor es misericordioso, pero el Señor es justo y el Señor es la misma verdad (Sal 85,15) El te concede un tiempo para corregirte mientras que tú prefieres aprovecharte de esta demora en lugar de convertirte. Fuiste malo ayer, sé bueno hoy. ¡Has pasado el día haciendo el mal, mañana cambia de conducta!

Este es el sentido de las palabra que Jesús dirige a esta mujer: “Yo tampoco te condenaré, pero, libre del pasado, ten cuidado en el futuro. Yo tampoco te condenaré, he borrado tu culpa. ¡Observa lo que mando para recibir lo que prometo!”

23 de marzo 2015 Lunes V de cuaresma Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62

Hoy se nos propone reflexionar sobre la historia conocida con el nombre de "casta Susana". Ella, por causa del mal, representados por los dos jueces ancianos, es condenada injustamente; e hizo esta oración: "Dios eterno, tú que conoces lo que es secreto y lo ve todo antes de que exista sabéis que me acusan falsamente ...». Viene a ser una anticipación de lo que le pasó a Jesús, condenado también injustamente. Pero el mensaje de fondo nos describe qué hace Dios: Dios salva. Cuando el profeta Daniel desenmascara la raíz del mal, el libro comenta: «Toda la asamblea del pueblo ... bendecían Dios que salva a los que esperan en él." ¿Cuántas veces has tenido la misma actitud que tuvieron los de la asamblea del pueblo? Señor, Tú conoces lo más profundo de mi corazón, hizo que no habite la maldad.

San Toribio Mogrovejo

Obispo (1538-1606)   Toribio, arzobispo de Lima, es uno de los eminentes prelados de la hora de la evangelización. El concilio plenario americano del 1900 lo llamó: "la lumbrera mayor de todo el episcopado americano". Era la hora de llevar la fe cristiana al imperio inca peruano lo mismo que en México se cristianizaba a los aztecas.   Nació en Mayorga (Valladolid), el 16 de noviembre de 1538. No se formó en seminarios, ni en colegios exclusivamente eclesiásticos, como era frecuente entonces; Toribio se dedicó de modo particular a los estudios de Derecho, especialmente del Canónico, siendo licenciado en cánones por Santiago de Compostela y continuó luego sus estudios de doctorado en la universidad de Salamanca. También residió y enseñó dos años en Coimbra. En Diciembre de 1573 fue nombrado por Felipe II para el delicado cargo de presidente de la Inquisición en Granada, y allí continuó hasta 1579; pero ya en agosto de 1578 fue presentado a la sede de Lima y nombrado para ese arzobispado por Gregorio XIII el 16 de marzo de 1579, siendo todavía un brillante jurista, un laico, o sólo clérigo de tonsura, cosa tampoco infrecuente en aquella época.

Recibió las órdenes menores y mayores en Granada; la consagración episcopal fue en Sevilla, en agosto de 1579. Llegó al Perú en el 1581, en mayo. Se distinguió por su celo pastoral con españoles e indios, dando ejemplo de pastor santo y sacrificado, atento al cumplimiento de todos sus deberes.

La tarea no era fácil. Se encontraba con una diócesis tan grande como un reino de Europa, con una población nativa india indócil y con unos españoles muy habituados a vivir según sus caprichos y conveniencias.

Celebró tres concilios provinciales limenses _el III (1583), el IV (1591) y el V (1601)_; sobresalió por su importancia el III limense, que señaló pautas para el mexicano de 1585 y que en algunas cosas siguió vigente hasta el año 1900.   Aprendió el quechua, la lengua nativa, para poder entenderse con los indios. Se mostró como un perfecto organizador de la diócesis. Reunió trece sínodos diocesanos. Ayudó a su clero dando normas precisas para que no se convirtieran en servidores comisionados de los civiles.

Visitó tres veces todo su territorio, confirmando a sus fieles y consolidando la vida cristiana en todas partes. Alguna de sus visitas a la diócesis duró siete años. Prestó muy pacientemente atención especial a la formación de los ya bautizados que vivían como paganos. Llevado de su celo pastoral, publicó el Catecismo en quechua y en castellano; fundó colegios en los que compartían enseñanzas los hijos de los caciques y los de los españoles; levantó hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la doctrina cristiana, cantando. No se vio libre de los inevitables roces con las autoridades en puntos de aplicación del Patronato Real en lo eclesiástico; es verdad que siempre se comportó con una dignidad y con unas cualidades humanas y cristianas extraordinarias; pero tuvo que poner en su sitio a los encomenderos, proteger los derechos de los indios y defender los privilegios eclesiásticos. Atendido por uno de sus misioneros, murió en Saña, mientras hacía uno de sus viajes apostólicos, en 1606.  Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726.

Oremos: Señor, tú que quisiste dilatar la Iglesia por medio de la actividad apostólica de santo Toribio de Mogrovejo y por su gran amor a la verdad, suscita también hoy en el pueblo cristiano aquellas mismas virtudes que resplandecen en este santo obispo, para que así la Iglesia crezca, constantemente en la fe y se renueve por la santidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

FIESTA DEL TRÁNSITO DE SAN BENITO Gn 12, 1-4; Flp 4, 4-9; Yo 17, 20-26. 21 DE MARZO DE 2.015

La fiesta que los monjes celebran hoy tiene olores de Pascua. Porque conmemora el paso de San Benito desde esta vida a la gloria de Cristo. Y nos llama a la esperanza; porque, si nosotros seguimos su itinerario marcado por el Evangelio, también podremos disfrutar de la gloria pascual de Jesucristo. Por ello, la invitación a la alegría que hacía el Apóstol en la segunda lectura, va más allá de la alegría por la gloria de san Benito. Aquel vivir siempre contentos en el Señor; lo repito, estad contentos apunta también a la celebración ya cercana de la Pascua. Y la celebración anual anticipa sacramentalmente la Pascua al final de nuestra vida, cuando el Señor vendrá a buscarnos. La alegría que conlleva para los creyentes saber que el Señor está cerca para darnos la gracia de los sacramentos pascuales, debe traducirse, como decía todavía el Apóstol, en una vida virtuosa, en un trabajo a favor del bien y la justicia, en un trato bueno con los demás, al ser portadores de paz. Por ello, hay ciertamente nuestro trabajo, pero todo es don del Padre del cielo por Jesucristo, y por tanto, tenemos que pedir en la oración confiada. En el proceso del trabajo espiritual contamos con la guía del Evangelio. Y contamos, además, con la maestría de san Benito, que no enseña otra cosa que vivir según la Palabra de Dios.

Por ello podemos atribuir también a san Benito las palabras del Apóstol: practica lo que os he transmitido. Y lo que san Benito nos ha transmitido es la Regla monástica; una Regla que refleja  su vida interior. Porque, como dice el Papa san Gregorio Magno, "no pudo paso enseñar lo contrario de como vivió "(cf. Diálogos, II, 36). Asimismo escribir la Regla monástica, pero, san Benito no establece un código legal seco sino que crea un ámbito que favorezca la vida y el amor fraterno, crea un espacio lleno de humanidad, de bondad y de libertad, en el que la norma está al servicio de la persona. El deseo ardiente de Dios que experimentaba san Benito y su amor absoluto, por encima de todo, al Cristo, quedan bien reflejados en la Regla. Y el deseo de Dios y el amor a Cristo lo llevaron a centrar su vida en el Evangelio y a hacer un trabajo interior de pacificación del corazón, de unificar su personalidad, de aprender a amar desinteresadamente avanzando por el camino del amor perfecto. La fuerza para hacerlo, la sacaba de la vida litúrgica que la insertaba en la vida en Cristo, de la lectura orante de la Palabra de Dios que le iba Amoroso el corazón y le enseñaba las cosas de Dios y de los hombres, de procurar vivir conscientemente, tanto como le era posible, la presencia de Dios. Este último aspecto, lo llevó a una doble experiencia; de un lado a descubrir la presencia de Cristo en cada hermano, y por otro, a ser consciente de la presencia de Cristo resucitado en medio de la comunidad. De modo que su modelo comunitario es Jesús conviviendo con los apóstoles y compartiendo con ellos las cosas del Reino.


La Regla benedictina, en acogida con simplicidad de corazón, puede transmitir vida también en nuestro tiempo; puede ofrecer a monjes y no monjes un itinerario espiritual hacia Dios todo siguiendo a Cristo; un itinerario, pero, que pasa inseparablemente por el hermano. Efectivamente, pues, si practicamos lo que san Benito nos ha transmitido, viviremos según el Evangelio y, tal como decía el Apóstol, el Dios de la paz estará con nosotros. Es más, la Regla puede ofrecer un itinerario a las personas que están en investigación o no son creyentes porque muestra un camino de interiorización y de maduración personal que se despliega en una convivencia respetuosa y servicial con los demás, que lleva a compartir y a colaborar constructivamente con los que participan en un mismo proyecto. San Benito utiliza a menudo imágenes relacionadas con el camino para referirse al progreso espiritual que propone en la Regla. Y, por tanto, habla también se siguió un itinerario, de correr, de avanzar, de progresar, de no abandonar nunca, de meta a alcanzar, etc. Pero es un camino que de alguna manera mientras se va recorriendo permite ya de disfrutar del término. En otras palabras, mientras avanzamos en el itinerario interior y en la práctica del amor fraterno, la Palabra de Dios acogida en la lectio divina, la alabanza del Oficio divino y los sacramentos de la Iglesia, ya nos hacen participar de los dones celestiales.

Ahora nos disponemos a celebrar la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un sacrificio espiritual para unirlo al sacrificio de Jesucristo. Así lo hizo San Benito al momento de su muerte que hoy conmemoramos: derecho en el oratorio del monasterio, recibió el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo y con las manos levantadas al cielo, sostenido por los brazos de los discípulos, entregó el último aliento entre palabras de oración (cf. Diálogos, II, 37, 2). Sí. Practicamos lo que él nos ha transmitido, y encontraremos la alegría y la paz. Y contribuiremos a hacer un mundo un poco mejor. Extendiendo el Reino de Jesucristo Rey por esos caminos de PAX TV en servicio de las MISIONERAS DE PAX VOBIS en comunión de todos los Corazones  Misioneros de la Comunidad de Jesús en servicio fraterno con el AMOR de su entrega en bien de muchos.

El que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra

Juan 8, 1-11. Cuaresma. ¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres!

Oración introductoria
Confío mi pasado a tu misericordia, el presente a tu amor y el futuro a tu providencia. Jesús, en este día vengo a pedirte la paz, la prudencia, la fuerza, la sabiduría y la humildad para ser un mejor cristiano. Revísteme de tu gracia, Señor, y haz que en este día yo te glorifique con mis buenas obras.

Petición
Señor, concédeme la gracia de valorar tu amor misericordioso. Concédeme, Dios mío, la fuerza para no caer en las tentaciones y la humildad para pedir perdón por mis pecados.

Meditación del Papa Francisco
«¡Quien de vosotros esté sin pecado, tire la primera piedra contra ella!»”. El Evangelio, con una cierta ironía, dice que los acusadores se fueron, uno a uno, comenzando por los más ancianos.

Y Jesús se queda solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde están? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?». La mujer responde: «¡Nadie, Señor!», pero ella no dice: «¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no he cometido adulterio!» Reconoce su pecado y Jesús afirma: «¡Yo tampoco te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para no pasar por un momento tan feo como este; para no pasar tanta vergüenza; para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo». ¡Jesús perdona! Pero aquí se trata de algo más que del perdón: Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: '¡El adulterio no es pecado!' Pero no la condena con la ley. Y este es el misterio de la misericordia de Jesús. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2014, en Santa Marta).

Reflexión
"Te pido, Señor, que no me midas con la vara de tu justicia sino que sea medido con la de tu misericordia infinita".

¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres! El pasaje evangélico que nos presenta a Jesús, a la mujer adúltera y a los fariseos nos ayuda a contemplar el rostro amoroso y misericordioso de Cristo. A los escribas y fariseos, que eran considerados los grandes sabios, maestros y doctores de la ley, no les gusta ver que la gente siga y escuche a otro Maestro. Jesús va cumpliendo su obra de predicación y la gente lo escucha, porque saben que enseña con autoridad y, sobre todo, con su ejemplo. Los escribas y fariseos, con el corazón lleno de hipocresía, presentan a Jesús la mujer adúltera. Se acercan al Maestro, no porque busquen realmente saber cómo piensa o cuál es su doctrina sino para tentarlo.

¿Aplicará la ley? ¿Será justo? ¿Será compasivo? Para cualquier respuesta, humanamente esperada, tenían motivos para acusarle. Pero olvidaban que la Persona que estaba enfrente de ellos no sólo era verdadero Hombre sino verdadero Dios.

Todos nosotros somos conscientes de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en le pecado sin la gracia de Dios. Cristo nos hace ver que sólo Él puede juzgar los corazones de los hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios aborrece el pecado pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se revela infinitamente justo y misericordioso.


Al final del evangelio vemos que Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una conversión de vida. Para esto ha venido el Hijo de Dios al mundo, para redimirnos de nuestros pecados con su pasión y muerte.

El periodo de cuaresma nos ofrece constantes oportunidades para aplicar las enseñanzas de Cristo. Los padres, en algunas ocasiones, deberán corregir a sus hijos. En esos momentos sepamos corregir lo que está mal y al mismo tiempo dejar la puerta abierta al amor, al perdón, a la reconciliación. Cuando tenemos que hacer ver un error a alguien, podemos buscar cómo hacerlo de la mejor forma para que no se mezclan mis buenas intenciones con algunas pasiones desordenadas.

Recordemos el ejemplo vivo de tantos sacerdotes que, cuando nos acercamos al sacramento de la reconciliación, saben ver la desgracia del pecado, pero al mismo tiempo acogen con amor al pecador así como Cristo lo hizo con la mujer adúltera.

Propósito
Aprender a perdonar las molestias que me puedan causar los defectos de los demás.

Diálogo con Cristo
Jesucristo, gracias por el infinito amor que me tienes y por todas las veces que me has perdonado. Somos débiles y con facilidad nos alejamos de Ti. Ayúdame, Señor, a caminar por el sendero de tu amor y extiende tu mano para levantarme de la caídas. Te ofrezco mi esfuerzo y la lucha de cada día por ser un mejor cristiano.

“Sólo quien ha experimentado primero la grandeza puede ser convincente anunciador y administrador de la misericordia de Dios”. (Benedicto XVI, 11 de marzo de 2010)

Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo
Lunes quinta semana de Cuaresma. Cristo nos ha llamado a tenerle en lo profundo de nosotros mismos.

El camino de conversión, que es la Cuaresma, tiene como todo camino, un inicio; y como todo camino, tiene también un final. La Cuaresma se enfrenta en esta semana con su última semana. El Domingo de Ramos, que es cuando celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén, estaremos celebrando también el momento en el cual termina la Cuaresma para dar inicio a la Semana Santa. En ese momento podríamos simplemente quedarnos con la idea de haber dicho: una Cuaresma más que pasó por nuestra vida, cuarenta días más. O preguntarnos: ¿Cómo aproveché este camino? ¿Realmente le saqué fruto a toda esta Cuaresma, o la Cuaresma se me fue, como se me van tantas otras cosas?

La liturgia, en el salmo responsorial, nos habla de un sentimiento que tendría que estar presente en nuestro corazón: “Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”. Todos sabemos que la Cuaresma es un llamamiento muy serio a la conversión, es una llamada muy exigente a transformar la vida; no la podemos dejar igual después de la Cuaresma.

Nosotros podríamos asustarnos al ver el programa de conversión que se nos propone y al darnos cuenta de lo que significa convertir la propia personalidad, convertir los propios sentimientos, convertir la propia inteligencia, convertir la propia voluntad, cambiar totalmente la propia existencia.

Esta conversión se nos podría hacer un camino tan impracticable, una cumbre tan elevada, que en el corazón puede llegar a aparecer el miedo. Un miedo que nos hace incapaces de poder transformar nuestra vida, un miedo que, incluso, nos puede hacer rebeldes contra las mismas necesidades de transformación, y entonces quedarnos, a la hora de la hora, con el miedo, con la rebeldía y sin la transformación.

¡Qué serio es esto!, porque puede ser que nuestra vida se nos esté yendo como agua entre los dedos y no terminar de afianzar la transformación que nosotros necesitamos llevar a cabo en nuestra alma, y no terminar de consolidar en nuestra alma la exigencia de una auténtica transformación cristiana.

Cuántas Cuaresmas hemos vivido! ¡Cuántos llamados a la conversión! Cuántas veces hemos escuchado el “arrepiéntete” y, sin embargo, ¿dónde estamos en este camino? Creo que el Evangelio de hoy podría ser para todos nosotros algo muy significativo, porque Jesucristo nos habla de cómo todos tenemos esa presencia, de una forma o de otra, del alejamiento de Dios: el pecado en nuestro corazón.

El episodio de la mujer adúltera es un episodio en el cual Jesucristo se encuentra no tanto con la realidad del pecado, cuanto con la visión que el hombre tiene del propio pecado. Por una parte están los acusadores, los hombres que dicen: “Esta mujer es adúltera y por lo tanto debe ser condenada a muerte por lapidación”. Por otra parte está la mujer que, evidentemente, también está en pecado.

Qué fuerte es el hecho de que Jesús se atreva a cuestionar la legitimidad que tienen todos esos hombres de castigar a esa mujer, cuando ellos mismos están en pecado. Sin embargo, todos ellos iban a convertirse en jueces y en ejecutores de una ley, pensando que actuaban con plena justicia, como si el pecado no estuviese en ellos. Y Jesús desenmascara, con la habilidad y sencillez que a Él le caracteriza, la capacidad que tenemos los hombres en nuestro interior de torcer las cosas para creernos justos cuando no lo somos, cuando ni siquiera hemos rozado la capacidad de conversión que tenemos. De creernos limpios cuando, a lo mejor, ni siquiera hemos tocado un poco el misterio de nuestra auténtica conversión interior.

Este relato del Evangelio del domingo nos habla de un Jesús que nos llama, que nos invita a atrevernos a sumergirnos en la realidad de nuestra conversión: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. No dice que la mujer ha hecho bien, simplemente les pregunta si se han dado cuenta de cuál es la justicia, la santidad que hay en cada una de sus almas: primero dense cuenta de esto y luego pónganse a pensar si pueden tirarle piedras a alguien que está en pecado. “Antes de ver la paja del ojo ajeno, quita la viga que hay en el tuyo”.

La conversión supone la valentía de profundizar dentro de la propia alma. La conversión supone la valentía de entrar al propio corazón, como Jesús entra dentro del alma de estos hombres para que se den cuenta que todos tienen pecado, que ninguno de ellos puede llegar a tirar ni siquiera una piedra. Pero, muchas veces, lo que nos acaba pasando cuando rozamos el misterio de la conversión de nuestra alma, cuando tocamos el misterio de que tenemos que transformar comportamientos, afectos, actitudes, criterios, pensamientos, juicios, es que nos da miedo y nos echamos para atrás y preferimos no tenerlo delante de los ojos.

¿Quién se atrevería a bajar hasta lo más profundo del propio corazón si no es acompañado de Dios nuestro Señor? ¿Quién se atrevería a tocar lo tremendo de las propias infidelidades, de los propios egoísmos, de todo lo que uno es en su vida, si no es acompañado por Dios? La pregunta más importante sería: ¿Ya has sido capaz de bajar, acompañado de Dios nuestro Señor, a lo profundo de tu corazón? ¿Ya has sido capaz de tocar el fondo de tu vida para verdaderamente poder convertirte? ¡Cuántos esfuerzos de conversión hemos hecho a lo largo de nuestra vida! Cuántas veces hemos intentado transformarnos, y no lo hemos logrado, porque nunca hemos bajado hasta el fondo de nuestra alma, porque nunca nos hemos atrevido a tomar a Jesús de la mano y permitirle que nos cure. Como el médico que, para poder curar nuestra enfermedad, tiene que llegar a la raíz de la misma, no puede conformarse simplemente con aplicar una cura superficial. Ojalá que si en esta Cuaresma no hemos todavía transformado muchas cosas y seguimos teniendo egoísmos, perezas, flojeras, miedos y tantas otras cosas, por lo menos hayamos conseguido la gracia, el don de Dios, de permitirle bajar con nosotros hasta el fondo de nuestro corazón, para que desde ahí, Él empiece a sanarnos, Él empiece a transformarnos, Él empiece a cambiarnos. “Aunque atraviese por cañadas oscuras nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”. ¡Cuántas veces lo más oscuro de nuestras vidas es nuestro corazón! No oscuro porque esté muy manchado, sino oscuro porque ha sido poco iluminado; porque preferimos dejar las cosas como están para no tener que cambiar algunas actitudes. Hemos de entrar y tocar con sinceridad el fondo de nuestro corazón para que Cristo nos quite los miedos que nos impiden llegar hasta el fondo, para así poder transformar verdadera y cristianamente toda nuestra vida. Que ésta sea la gracia principal que hayamos adquirido en esta Cuaresma en la que el Señor, una vez más, nos ha llamado a la conversión y, sobre todo, nos ha llamado a tenerle en lo profundo de nosotros mismos.

Basta una cebolla
¿Conocen ustedes la fábula rusa de la cebolla? Cuentan los viejos cronicones ortodoxos que...

¿Conocen ustedes la fábula rusa de la cebolla? Cuentan los viejos cronicones ortodoxos que un día se murió una mujer que no había hecho en toda su vida otra cosa que odiar a cuantos la rodeaban. Y que su pobre ángel de la guarda estaba consternado porque los demonios, sin esperar siquiera al juicio final, la habían arrojado a un lago de fuego en el que esperaban todas aquellas almas que estaban como predestinadas al infierno. ¿Cómo salvar a su protegida? ¿Qué argumentos presentar en el juicio que inclinasen la balanza hacia la salvación?

El ángel buscaba y rebuscaba en la vida de su protegida y no encontraba nada que llevar a su argumentación. Hasta que, por fin, rebuscando y rebuscando se acordó de que un día había dado una cebolla a un pobre. Y así se lo dijo a Dios, cuando empezaba el juicio. Y Dios le dijo: "Muy bien, busca esa cebolla, dile que se agarre a ella y, si así sale del lago, será salvada."

Voló precipitadamente el ángel, tendió a la mujer la vieja cebolla y ella se agarró a la planta con todas sus fuerzas. Y comenzó a salir a flote. Tiraba el ángel con toda delicadeza, no fuera su rabo a romperse. Y la mujer salía, salía. Pero fue entonces cuando otras almas, que también yacían en el lago, lo vieron. Y se agarraron a la mujer, a sus faldas, a sus piernas y brazos, y todas las almas salían, salían.

Pero a esta mujer, que nunca había sabido amar, comenzó a entrarle miedo, pensó que la cebolla no resistiría tanto peso y comenzó a patalear para liberarse de aquella carga inoportuna. Y, en sus esfuerzos, la cebolla se rompió. Y la mujer fue condenada.

Sí, basta una cebolla para salvar al mundo entero. Siempre que no la rompamos pataleando para salvarnos nosotros solitos.



Misericordia y justicia, como Jesús

"Los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen doble vida. Con la rigidez no se puede ni respirar"
Francisco: "En la Iglesia no hay justicia si no hay misericordia"

"¿Nadie te ha condenado?' - ‘No, nadie, Señor' - ‘Tampoco yo te condeno"

También hoy el pueblo de Dios, cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Y donde no hay misericordia no hay justicia

(RV).- Donde no hay misericordia no hay justicia, y muchas veces hoy el pueblo de Dios sufre un juicio sin misericordia: así, en síntesis, habló el Papa Francisco durante la Misa de la mañana en Casa Santa Marta.

Comentando las lecturas del día, y refiriéndose también a otro pasaje evangélico, el Papa Francisco habla de tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana, una pecadora, la adúltera, y una pobre viuda necesitada: "Las tres - explica - según algunos padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia Santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada".

"Los tres jueces son malos" y "corruptos", observa el Papa: está en primer lugar el juicio de los escribas y fariseos que llevan a la adúltera a Jesús. "Tenían en el corazón la corrupción de la rigidez". Se sentían puros porque observaban "la letra de la ley". "La ley dice esto y se debe hacer esto".

"Pero estos no eran santos, eran corruptos, corruptos porque una rigidez semejante sólo puede prosperar con una doble vida, y estos que condenaban a estas mujeres, después iban a buscarlas por detrás, a escondidas, para divertirse un poco'. Los rígidos son - uso el adjetivo que les daba Jesús - hipócritas, tienen doble vida. Los que juzgan, pensemos en la Iglesia - las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia -los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen doble vida. Con la rigidez no se puede ni respirar".

Después están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer, Susana, para que se les entregue, pero ella resiste: "Eran jueces viciosos - subraya el Papa - tenían la corrupción del vicio, en este caso de la lujuria. Y se dice que cuando está este vicio de la lujuria, con los años se hace más feroz, más malvado".

Finalmente, está el juez interpelado por la pobre viuda. Este juez "no temía a Dios y no le importaba nadie: no le importaba nada, sólo se importaba él mismo": Era "un hombre de negocios, un juez que con su profesión de juzgar hacía negocios". Era "un corrupto del dinero, del prestigio". Estos jueces - explica el Papa - el hombre de negocios, los viciosos y los rígidos, "no conocían una palabra, no conocían lo que es la misericordia".

"La corrupción les llevaba lejos de comprender la misericordia, el ser misericordiosos. Y la Biblia nos dice que la misericordia es precisamente el juicio justo. Y las tres mujeres - la santa, la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia - sufren por esta falta de misericordia".

"También hoy el pueblo de Dios, cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Y donde no hay misericordia no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces encuentra a uno de estos" 

Encuentra a los viciosos que "son capaces de intentar explotarles", y este "es uno de los pecados más graves"; encuentra a los "hombres de negocio" que "no dan oxígeno a ese alma, no dan esperanza"; y encuentra "a los rígidos que castigan en los penitentes lo que esconden en su alma". "Esto - dice el Papa - se llama falta de misericordia".

"Quisiera sólo decir una de las palabras más bellas del Evangelio que me conmueve mucho: ‘¿Nadie te ha condenado?' - ‘No, nadie, Señor' - ‘Tampoco yo te condeno'. Tampoco yo te condeno: una de las palabras más bellas, porque está llena de misericordia".

 

PAXTV.ORG