“Cuando hubiereis levantado al Hijo del Hombre, comprenderéis que Yo Soy.”

V MARTES DE CUARESMA (Núm 21, 4-9; Sal 101; Jn 8, 21-30)

CRISIS. Normalmente, cuando la travesía es muy larga, en algún punto del camino se llega al agotamiento, y el cansancio hace surgir el mal pensamiento de haberse equivocado quizá en el proyecto. A punto de coronar los días cuaresmales, la imagen bíblica del pueblo de Israel, agotado y crítico -“En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el Mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés” (Núm 21, 4-5)-, puede reflejar nuestro posible cansancio, no solo por el tiempo litúrgico, sino por alguna circunstancia de la vida, que se obstina en hacerse dura y difícil, y que provoca la tentación de sentir la derrota. En el momento de la angostura, cabe la protesta, o el grito de auxilio ante Dios, como dice hoy el salmista: “Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti; no me escondas tu rostro el día de la desgracia” (Sal 101). Es en la prueba cuando se descubre realmente la autenticidad de la fe, o por el contrario, si nuestra esperanza está sostenida únicamente por lo visible o lo palpable, como denuncia Jesús en el Evangelio: “Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo” (Jn 8,23).

SANTA TERESA DE JESÚS. La santa castellana es maestra para los tiempos de prueba y dificultad. Los caminos recorridos en sus últimos veinte años, en los que llevó a cabo las fundaciones de los monasterios de monjas carmelitas descalzas, nos lo demuestran. “Con esto se juntaron todas las dificultades que podían poner los que mucho lo habían murmurado, y entendí claro que tenían razón. Parecíame imposible ir adelante con lo que había comenzado, porque así como antes todo me parecía fácil mirando a que se hacía por Dios, así ahora la tentación estrechaba de manera su poder, que no parecía haber recibido ninguna merced suya; sólo mi bajeza y poco poder tenía presente” (Fundaciones 3, 11).

Pongo un ejemplo emblemático, para observar hasta qué extremo las dificultades más objetivas se pueden convertir en tentaciones. “Porque ir yo a Burgos con tantas enfermedades, que les son los fríos muy contrarios, siendo tan frío, parecióme que no se sufría, que era temeridad andar tan largo camino, acabada casi de venir de tan áspero ­como he dicho­ en la venida de Soria, ni el padre Provincial me dejaría. Consideraba que iría bien la Priora de Palencia, que estando llano todo, no había ya que hacer. Estando pensando esto y muy determinada a no ir, díceme el Señor estas palabras, por donde vi que era ya dada la licencia: No hagas caso de esos fríos, que Yo soy la verdadera calor. El demonio pone todas sus fuerzas por impedir aquella fundación. Ponlas tú de mi parte porque se haga, y no dejes de ir en persona, que se hará gran provecho (Fundaciones 31, 11).

Evangelio según San Juan 8,21-30. 

Jesús dijo a los fariseos: "Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir". Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?". Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados". Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo". Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. 

San Atanasio (295-373), obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia 
Sobre la encarnación del Verbo, 21-22; SC 199, pag. 343ss

“Cuando hubiereis levantado al Hijo del Hombre, comprenderéis que Yo Soy.”

Alguien podría preguntar: Si Cristo tenía que entregar su cuerpo a la muerte ¿por qué no lo hizo como todo hombre, por qué fue tan lejos hasta entregarlo a la muerte de cruz? Uno podría argumentar que hubiera sido más conveniente  para él entregarlo en la dignidad, que no padecer el ultraje de una muerte en cruz. Esta objeción es demasiado humana; lo que sucedió al Salvador es verdaderamente divino y digno de su divinidad por varias razones. 

Primero, porque la muerte que padecen los hombres les sobreviene a causa de la debilidad de su naturaleza. No pudiendo durar por mucho tiempo, se desgastan con el tiempo. Aparecen las enfermedades y habiendo perdido las fuerzas, mueren. Pero el Señor no es débil, es el poder de Dios, es el Verbo de Dios y es la vida misma. Si hubiera entregado su cuerpo en privado, en una cama, a la manera de los hombres, uno pensaría (...) que no tenía nada especial, diferente de los otros hombres. (...) El Señor no podía padecer enfermedad, él que curaba las enfermedades de los demás. (...)

¿Entonces, por qué no apartaba la muerte como apartaba las enfermedades? Porque poseía un cuerpo justamente para esto y para no impedir la resurrección (...). Pero, dirá alguno, hubiera tenido que desbaratar el complot de sus enemigos para conservar su cuerpo inmortal. Éste tal que aprenda, pues, que esto tampoco era conveniente al Señor. Lo mismo que no era digno del Verbo de Dios, siendo la vida, dar muerte a su cuerpo por propia iniciativa, no le era conveniente evitar la muerte que le infligían los otros. (...) Esta actitud no significa en ningún modo una debilidad del Verbo, sino que le da a conocer como Salvador y Vida... El Salvador no venía a consumar su propia muerte sino la de los hombres.

24 de marzo 2015 Martes V de cuaresma Nm 21, 4-9

El libro de los Números nos describe como el pueblo, al pasar por el desierto, pierde la confianza en el Señor; el texto nos dice: "... despotricaba contra Dios». Aparece entonces la serpiente venenosa que fácilmente recuerda la serpiente de Adán y Eva; es decir, la tentación a la que se puede caer fácilmente si pierde su fe y, por eso, mucha gente moría a causa de las picaduras de la serpiente (caer en la tentación). La vida sólo es restaurada por la fe en la acción que Moisés hace. A nosotros nos recuerda la acción de Jesús clavado en cruz que, por la fe, nos redime los pecados. Señor, ante las dificultades de esta vida, Auméntanos la fe.

Santa Catalina de Suecia

Abadesa (c.a. 1331-1381)  A Catalina de Suecia o de Vadstena nació alrededor del año1331 del matrimonio formado por el príncipe Ulf Gudmarsson y Brigitta Birgesdotter; fue la cuarta de ocho hermanos. La educaron, como era frecuente en la época, al calor del monasterio; en este caso lo hicieron las monjas de Riseberga.

Contrajo matrimonio con el buen conde Egar Lyderson van Kyren y ambos influyeron muy positivamente en los ambientes nobles plagados de costumbres frívolas y profanas.   En el año 1373, muere en Roma Brígida y Catalina da sepultura provisional en la Ciudad Eterna al cadáver de su madre en la iglesia de san Lorenzo. El traslado del cuerpo en cortejo fúnebre hasta Suecia es una continua actividad misionera por donde pasa. Catalina habla de la misericordia de Dios que espera siempre la conversión de los pecadores; va contando las revelaciones y predicciones que Dios hizo a su santa madre.

Söderkoping es el lugar patrio que recibe la procesión en 1374 como si fuera un acto triunfal. Se relatan conversiones y milagros que se suceden hasta depositar los restos en el monasterio de Vadstena, donde entra y se queda Catalina, practicando la regla que vivió durante veinticinco años con su madre.  

Un segundo viaje a Roma durará cinco años; tendrá como meta la puesta en marcha del proceso de canonización de la futura santa Brígida y la aprobación de la Orden del Santísimo Salvador. A su regreso a Vadstena, muere el 24 de marzo de 1381.

Oremos  
Tú, Señor, que concediste a Santa Catalina el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también à nosotros, por intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

Calendario  de  Fiestas Marianas: Víspera de la Anunciación instituída por Gregorio  II.

En Jesús, Dios nos salva haciéndose tan vulnerable que somos capaces de matarlo de una manera vil y humillante. La crucifixión y la resurrección de Jesús nos aseguran que Dios nunca nos retirará su amistad, hacemos lo que hacemos. Si la cruz no supuso que Dios se desdijese de esta amistad, entonces nada lo hará. Eso sí, podemos ser nosotros los que retiramos la mano. La amistad es una relación mutua, y una persona tiene la libertad de romperla; nadie puede sentirse forzado en una relación. La negativa humana, ciertamente, rompe el corazón de Dios, y sin embargo, Dios no se aparta, sino que simplemente sufre. Esta es la vulnerabilidad del Dios de Jesús.

RENOVAR PREGÀRIA.-3 CON LA SAGRADA ESCRITURA Y LA LECTIO DIVINA.
PLANTEAMIENTO

Los cristianos nos relacionamos de formas diversas con la Sagrada Escritura: proclamación, comentarios, estudio, lectura, oración comunitaria, oración personal ... Ahora nuestra intención es renovar la oración personal sobre la Sagrada Escritura y renovar "la lectura divina", que para algunos de nosotros es una de las mejores maneras de orar.

Dios nos habla en la Sagrada Escritura. Las palabras son palabras de vida, que por su dinamismo inspirado quieren iniciar un diálogo, y por tanto un encuentro de Dios con nosotros y de nosotros con Él. Hay textos que el Espíritu pone en nuestras manos y que son ya un comienzo de la relación, como muchos de los salmos.

Otros muestran unos relatos y unas palabras de Jesús o de los profetas que, interpretados desde la Pascua y el Espíritu, comunican a nuestra mente luz de sabiduría, y en nuestro corazón, amor y presencia del Señor.

También hay relatos y textos sapienciales, que debemos escuchar desde una visión de conjunto como momentos de un proceso que culmina en la plenitud del Nuevo Testamento. Cartas, profecías, leyes, historias, parábolas, reflexiones ... toda una riqueza inmensa.

Lo rogamos, lo meditamos, lo leemos en Iglesia de Dios, aunque nuestra oración sea solitaria y silenciosa. Él está y Él quiere estar precisamente en las Sagradas Escrituras. Una relación basada en su Amor y que mueve nuestro amor.

Por todo ello, nuestra actitud ante las Sagradas Escrituras es de veneración, agradecimiento, deseo de profundizar las durante toda nuestra vida, de hacer alimento vital y luz que nos il • ilumina en nuestro camino.

La oración sobre la Biblia no busca hacer un estudio, sino una luz, un despertar de Dios en nosotros, para aumentar nuestra fe y experimentar su cercanía, su providencia y su gran amor. En esta oración, para nosotros, Jesús es absolutamente central. Todo, desde el principio, está orientado hacia Él, todo está en Él la culminación, ya partir de su Pascua, Jesús es quien nos acompaña, que nos envía el Espíritu, la fuente de nuestra esperanza y el destino definitivo de nuestra existencia. La oración bíblica nos va transformando en Él.

Ahora, pues, nos fijamos en el dicho "lectura divina o lectio divina", que para muchos es una de las mejores formas de orar.

La "lectura divina" viene de una muy larga tradición que se adentra en los tiempos del monacato y posiblemente tiene sus orígenes en los mismos Padres de la Iglesia de los primeros siglos. Con este nombre encontramos una variedad de modalidades. Unas veces se centra en una palabra, otras veces en un relato o un texto sapiencial o profético todo entero. Pero, más o menos, siempre tiene un proceso similar. En primer lugar se aconseja un tiempo introductorio no demasiado largo, que pretende hacer silencio en la mente, sacar desazones y condicionamientos y actuar la fe en la Presencia de Dios en nosotros y en el texto sagrado.

Después se inicia el proceso de la siguiente forma:

Lectura.- Lenta, atenta, con un espíritu de acogida.

Meditación.- Repetición mental del texto o de las palabras más importantes. Una repetición que va acompañada de una búsqueda de sentido ... ¿Qué quiere decir? ¿Qué tiene que ver con mi vida? .

Oración.- Sobre lo que he repetido, lo que he meditado o reflexionado, o sobre cualquier realidad que me inspira a orar. Puede ser una petición, una acción de gracias, adoración, silencio amoroso Contemplación.- Son bastantes los comentaristas que han añadido este cuarto punto del proceso. Puede ser una contemplación externa del relato concreto o una contemplación interna sobre cómo se manifiesta Dios en el texto, o de un silencio cargado de presencias ... etc.
Algunos autores todavía añaden un quinto punto, que sería "actuar" como consecuencia operativa ..

TEXTOS PARA LA REFLEXIÓN

1.- "Recuerden, sin embargo, que la oración debe acompañar la lectura de la Sagrada Biblia, para que se convierta conversación entre Dios y el hombre; cuando rogamos hablamos con Él, lo escuchamos cuando leemos los oráculos divinos. "(S. Ambrosio)
2.- "La oración con palabras de la Escritura es, tradicionalmente, la más excelencia • lento; responde a Dios con sus mismas palabras. Por eso los salmos son, desde sus inicios, la oración preferida de la Iglesia, junto con el Padrenuestro. Concilio Tarraconense 50

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

1.- Para la oración personal, tiene prioridad la Sagrada Escritura, el Evangelio? ¿Cuál ha sido el proceso de mi relación con la Biblia?
2.-Tengo experiencia de "lectio divina"? Positiva, negativa, por temporadas?

La fe verdadera
Juan 8, 21 -30. Cuaresma. La fe no es una virtud que por nuestras propias fuerzas podamos alcanzar. Es un don de Dios que debemos pedirle. 

Oración inicial
Enséñame, Señor, a seguir el camino de tu voluntad y a buscarte con todo el anhelo de mi corazón para que, alcanzando la meta de la experiencia de tu amor, transmita a mis hermanos la alegría y paz de tu presencia.

Petición 
Que la contemplación y escucha de tu palabra fortalezcan en mi alma la fe, la esperanza y el amor por Ti.

Meditación del Papa Benedicto XVI
Y es siempre Jesús quien tiene que ayudarnos a entender una y otra vez que el poder de Dios es diferente, que el Mesías tiene que entrar en la gloria y llevar a la gloria a través del sufrimiento..

Esto aparece bajo la palabra clave “irse”, “ir hacia”. Según Juan, Jesús habló en dos ocasiones de su “irse” donde los judíos no podían ir. Quienes lo escuchaban trataron de adivinar el sentido de esto y avanzaron dos suposiciones. En un caso dijeron: “¿Se irá a los que viven dispersos entre los griegos para enseñar a los griegos?”. En otro, comentaron: “Será que va a suicidarse?” En ambas suposiciones se barrunta algo verdadero y, sin embargo, fallan radicalmente en la verdad fundamental. Sí, su irse es un ir a la muerte, pero no en el sentido de darse muerte a sí mismo, sino de transformar su muerte violenta en la libre entrega de su propia vida» (Cf Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, segunda parte, p. 30).

Reflexión 
«Yo me voy, y ustedes me buscarán…» Una vez más Cristo se encuentra ante la incomprensión y cerrazón de los fariseos que, no cansados de interrogarle y perseguirle, no comprenden sus palabras y le juzgan con la dureza de su corazón. Sin embargo, aunque la respuesta de Jesús es dura, no deja de ser una llamada amorosa a elevarnos por encima de las miras humanas y a adentrarnos en el horizonte de la fe; a descubrirle en nuestros hermanos y de manera especial a renovar en nuestro corazón ese deseo de Dios.

Creer en Cristo va más allá de los sentimientos y emociones. Es Él quien nos muestra el camino de la verdadera fe, el camino hacia el encuentro con el Padre: «El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada». ¿Realmente vivo haciendo lo que a Él le agrada? ¿Busco en todo momento cumplir su voluntad? ¿La acepto cuando lleva consigo el dolor de la cruz? Sólo la fe nos hace penetrar el misterio de la cruz (misterio que esta semana santa viviremos acompañando a Cristo) con la confianza y fortaleza de saber que es Él quien nos guía aún en medio del sufrimiento: «Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy ». Creer en Cristo va más allá de las palabras piadosas, de los sentimientos y emociones. Nuestro mundo necesita de cristianos no sólo convencidos sino fraguados en el misterio de la fe. Esta fe es como una gran fogata que sólo se mantiene encendida con los leños de las obras: «Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (St. 2, 17) Es la fe la que nos permite ver a Jesús en las personas que nos rodean y es el impulso a buscar que el mayor número de almas le conozcan y le amen. Es por eso que la necesidad de ahondar en nuestra fe, a través de la oración, de la lectura de su palabra, de la participación de los sacramentos, se hace cada día más urgente. La fe no es una virtud que por nuestras propias fuerzas podamos alcanzar. Se trata de un don de Dios que debemos pedir incesantemente no sólo para nosotros sino para todos aquellos que viven sin esta brújula que oriente sus vidas hacia la meta que es Dios.

Propósito
Este día trataré a las personas que me encuentre, mirándolas desde la fe, como trataría al mismo Cristo.

Diálogo con Cristo
Señor, tu sabes que mi fe muchas veces es débil, y que ante las preocupaciones y quehaceres del día a día fácilmente languidece. Fortaléceme Señor con este don para que te descubra en mis hermanos, para que ante las cruces que tú permitas en mi camino, sepa responder a tu voluntad con la mirada puesta en Ti. ¡Creo Señor! ¡Ayúdame a creer en Ti con firmeza!

«La fe cristiana es esto: el encuentro con Cristo, Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y así la dirección decisiva». Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes en Stará, Boleslavo, 28 de septiembre de 2009.
 
No te acostumbres al milagro que es Dios
Martes quinta semana de Cuaresma. No pierdas la capacidad de apreciar lo que significa la presencia de Dios en tu vida.

La Cuaresma, como camino de conversión y de transformación, es al mismo tiempo, una exigencia de una firme decisión de frente a Dios nuestro Señor. La Cuaresma nos pone delante lo que nosotros tenemos o podríamos elegir: con Dios o contra Él; junto a Él o separados de Él. Esta decisión no simplemente se convierte en una elección que hacemos, sino es una decisión que tiene una serie de repercusiones en nuestra vida.

El ejemplo de la Serpiente de Bronce que nos pone el Libro de los Números, no es otra cosa sino una llamada de atención al hombre respecto a lo que significa alejarse de Dios. Cuando el pueblo se aleja de Dios aparece el castigo de las serpientes venenosas. Dios, al mismo tiempo, les envía un remedio: la Serpiente de Bronce.

En ese mirar a la Serpiente de Bronce está encerrado el misterio de todo hombre, que tiene que terminar por elegir a Dios o por apartarse de Él. Está en nuestras manos, es nuestra opción el hacer o no lo que Dios pide.

Esta misma situación es la que vivían los hebreos de cara a Dios en medio de las adversidades, en medio de las dificultades: los hebreos se encontraban en el desierto y estaban hartos del milagro cotidiano del maná y de las dificultades que tenían, lo que hace que el pueblo murmure contra Dios. Algo semejante nos podría pasar también a nosotros: ser un pueblo que se acostumbra al milagro cotidiano y acaba murmurando contra Dios, como les pasó a los judíos de la época de nuestro Señor: acostumbrados, se cegaron al milagro que era tener frente a ellos, ni más ni menos, que a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

También nosotros podemos ser personas que acaban por acostumbrarse al milagro: El milagro «tan normal» de la vida de Dios en nosotros a través del Bautismo y a través de la Eucaristía. El milagro «tan normal» del constante perdón de nuestro Señor a través de la confesión, a través de nuestro encuentro con Él. El milagro «tan normal» de la Providencia de nuestro Señor que está constantemente ayudándonos, sosteniéndonos, robusteciendo nuestro corazón.

Y cuando uno se acostumbra al milagro, acaba murmurando, acaba quejándose, porque ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que significa la presencia de Dios en su vida. Ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que puede llegar a indicar la transformación que Dios quiere para su vida.

La Cuaresma son cuarenta días en los cuales Dios nos llama a la conversión, a la transformación. Cada Evangelio, cada oración, cada Misa durante la Cuaresma no es otra cosa sino un constante insistir de Dios en la necesidad que todos tenemos de convertirnos y de volvernos a Él. Sin embargo, pudiera ser que nos hubiésemos acostumbrado incluso a eso; como quien se acostumbra a ser amado, como quien se acostumbra a ser consentido y se transforma en caprichoso en vez de agradecido, porque así es el corazón humano.

La constante llamada a la conversión, la constante invitación a la transformación interior —que es la Cuaresma—, nos puede hacer caprichosos, superficiales e indiferentes con Dios, en lugar de hacernos agradecidos.

Y, cuando se presenta el capricho, aparece la queja y la rebelión en contra de Dios, y aparece también la ceguera de la mente y la dureza de la voluntad: “Ellos no comprendieron que les hablaba el Padre”. Los judíos habían llegado a cerrar su mente y endurecer su voluntad de tal manera que ya ni siquiera comprendían lo que Jesucristo les estaba queriendo transmitir. ¡Qué tremendo es esto en el alma del hombre! ¡Qué efectos tan graves tiene!

Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice: “Si no creen que Yo soy, morirán en sus pecados”. En la vida no tenemos más que dos opciones: abrirnos a Dios en el modo en el cual Él vaya llegando a nuestra vida, o morir en nuestros pecados. Es la diferencia que hay entre levantarse o quedarse tirado; entre estar constantemente superándose, siguiendo la llamada que Dios nuestro Señor nos va haciendo de transformación personal, de cambio, de conversión, o vernos encerrados, encadenados cada vez más por nuestros pecados, debilidades y miserias.

Preguntémonos: ¿Dónde encuentro dificultades para superarme? ¿En mi psicología, en mi afectividad, en mi temperamento, en mi amor, en mi vida de fe, en mi oración? Muy posiblemente lo que me falta en esa situación no sea otra cosa sino la capacidad de poner a Dios nuestro Señor como centro de mi existencia. Creer que Cristo verdaderamente es Dios, creer que Cristo verdaderamente va a romper esa cadena.

Recordemos que Cristo necesita de nuestra fe para poder romper nuestras cadenas; Cristo necesita de nuestra voluntad abierta y de nuestra inteligencia dispuesta a escuchar, para poder redimir nuestra alma; Cristo necesita nuestra libertad.

Quizá en esta Cuaresma podríamos haber seguido muchas tradiciones, hecho ayuno, vigilias, sacrificios y oraciones, pero a lo mejor, podríamos habernos olvidado de abrir nuestra libertad plenamente a Dios. Podríamos habernos olvidado de abrir de par en par nuestro corazón a Dios para dejar que Él sea el que va guiándonos, el que nos va llevando y el que nos libra —como dice el Evangelio— de morir en nuestros pecados. Es decir, el que nos libra de la muerte del alma, que es la peor de todas las muertes, producida no por otra cosa, sino por el encadenarse sobre nosotros nuestras debilidades, miserias y carencias.

No hay otro camino, no hay otra opción: o rompemos con esas cadenas, creyendo en Cristo, o nuestra vida se ve cada vez más encerrada y enterrada. A veces podríamos pensar que el egoísmo, el centrarnos en nosotros, el intentar conservarnos a nosotros mismos es una especie de liberación y de realización personal y la única salida de nuestros problemas; pero nos damos cuenta que cuanto más se encierra uno en uno mismo, más se entierra y menos capacidad tiene de salir de uno mismo.

El Evangelio de hoy nos dice al final: “Después de decir estas palabras, muchos creyeron en Cristo”. Después de que Cristo habla de la presencia de Dios en su alma y en su vida, la fe en los discípulos hace que ellos se adhieran a nuestro Señor. Vamos a preguntarnos también nosotros: ¿Cómo es mi fe de cara a Jesucristo? ¿Cómo es mi apertura de corazón de cara a Jesucristo? ¿Cuál es auténticamente mi disponibilidad? ¿Soy alguien que busca echarse cadenas todos los días, que busca encerrarse en sí mismo, que no permite que Dios nuestro Señor toque ciertas puertas de su vida?

No olvidemos que donde la puerta de nuestra vida se cierra a Dios, ahí quien reina es la muerte, no la superación; ahí quien reina es la oscuridad, no la luz. A cada uno de nosotros nos corresponde el estar dispuestos a abrir cada una de las puertas que Dios nuestro Señor vaya tocando en nuestra existencia. Estamos terminando la Cuaresma, preguntémonos: ¿Qué puertas tengo cerradas? ¿Qué puertas todavía no he abierto al Señor? ¿En qué aspectos de mi personalidad no he permitido al Señor entrar? Ojalá que nuestro Señor, que viene a nuestro corazón en cada Eucaristía, sea la llave que abre algunas de esas puertas que podrían todavía estar cerradas. Es cuestión de que nuestra libertad se abra y de que nuestra inteligencia nos ilumine para poder encontrar a Dios nuestro Señor; para poder librarnos de esa cadena que a veces somos nosotros mismos y que impide el paso pleno de Dios por nuestra vida.

Se acerca la Pascua, que es el paso de Señor, el momento en el cual Dios pasa entre su pueblo para liberarlo de sus pecados, nuestras puertas deben estar abiertas. Ojalá que el fruto de esta Cuaresma sea abrirnos verdaderamente a nuestro Señor con generosidad, con libertad, con la inteligencia que nos es necesaria para seguirlo sin ninguna duda y sin ningún miedo, para que Él nos entregue la vida eterna que Él da a los que creen en Él.
 
¿Se pueden mover montañas con la oración? 
El corazón que tiene perfecta fe es el que no tiene dudas


Respuesta:
Mateo 21,21-22 dice: "Respondiendo Jesús, les dijo: En verdad os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que aun si decís a este monte: “Quítate y échate al mar”, así sucederá. Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis."

Del texto resulta claro que lo contrario de la fe son las dudas. Lo que no es inmediatamente claro es cuáles son esas dudas y qué las produce.

Existe la tentación de pensar que la eliminación de las dudas consiste simplemente en auto-sugestionarse, algo como lo que propone el llamado "pensamiento positivo." Como si el solo hecho de repetirse uno muchas veces en la cabeza que algo va a salir bien fuera la fórmula para no dejarle espacio a la duda, y de ese modo lograr lo que no quiere... hasta trasladar montañas con la mente.

Ese enfoque "mental" sobre la oración tiene mucho que ver con la concentración, la sugestión y el cerebro pero tiene poco o nada que ver con la Biblia. En la Sagrada Escritura, la duda está relacionada fundamentalmente con la división. El que está dividido interiormente esta condenado a fracasar, según lo recuerda expresamente un dicho de Jesucristo: "Todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado, y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie" (Mateo 12,25).

Cuando Pedro da unos pocos pasos sobre el agua, se da cuenta del oleaje y de la fuerza del viento, y entonces queda dividido, como si se dijera: "Dios es poderoso pero este viento también es poderoso, y entonces, ¿qué será de mí?" La división hace que dude, y la duda destruye su fe y hace que se hunda.

Cristo se apareció, ya resucitado, a sus discípulos. Nos enseña San Lucas 24, 37-39: "Ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu. Y El les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo." Nuevamente estamos ante un caso de división interior: se puede afirmar que es Jesús pero también se puede afirmar que es un espíritu. Y la división hace que surjan dudas en el corazón. Si la duda viene de la división, la superación de la duda viene de un corazón consolidado, o mejor: unido. "Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos," exhorta 1 Reyes 8,61. El corazón encuentra su unidad cuando se reúne y se da por completo a Dios, según el antiguo mandamiento: "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deuteronomio 6,4-5). Llegamos así a la conclusión: el corazón que tiene perfecta fe es el que no tiene dudas; el corazón libre de dudas es el corazón que no está dividido; el corazón sin divisiones es el que vive el primer mandamiento, es decir, el corazón que ama con plenitud de donación a Dios. O sea que el corazón que mueve montañas es el corazón que está adherido totalmente a Dios, rendido a Él, y por consiguiente, fundido en su voluntad. Así lo presenta también el apóstol Juan: "Y esta es la confianza que tenemos delante de El, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye" (1 Juan 5,14). ¿Se pueden mover montañas? Sí, por supuesto. Aquel que está unido al querer de Dios, y que siguiendo ese querer encuentre una montaña que obstruye su camino, sin desprenderse de Dios, a quien ama con todo su ser, ore, y por supuesto que esa, y todas las montañas, darán paso a su oración, sencillamente porque todo obedece a Dios.

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