«Dichosos los que crean sin haber visto»

"Credo" del Papa

POR MIS CUARENTA AÑOS DE SACERDOTE CON GRATITUD Y MUCHO AMOR
A LAS MISIONERAS DE PAX VOBIS Y A TODA LA COMUNIDAD DE JESUS

Con mi más cordial bendición y cariño.

Quiero creer en Dios Padre, que me ama como un hijo, y en Jesús, el Señor, que me infundió su Espíritu en mi vida para hacerme sonreír y llevarme así al Reino eterno de vida. Creo en la Iglesia.

Creo que en la historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios y en el día de la primavera, del 6 del 7 de Julio me salió al encuentro para invitarme a seguirle como sacerdote.

Creo en mi dolor, infecundo por el egoísmo, en el que me refugio.

Creo en la mezquindad de mi alma que buscar tragar sin dar…, sin dar.

Creo que los demás son buenos y que debo amarlos sin temor y sin traicionarlos nunca buscando una seguridad para mí.

Creo en la vida religiosa.

Creo que quiero amar mucho.

Creo en la muerte cotidiana, quemante, a la que huyo, pero que me sonríe invitándome a aceptarla.

Creo en la paciencia de Dios, acogedora, buena, como una noche de verano.

Creo que Papá está en el cielo, junto al Señor.

Creo que Monseñor Fernando y el Padre Pablo están también allí, intercediendo por mi sacerdocio.

Creo en María, mi Madre, que ama y nunca me dejará solo.

Y espero en la sorpresa de cada día en que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán siempre hasta ese encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapo continuamente, pero quiero conocer y amar. Amén.

La Eucaristía

Hemos celebrado recientemente la fiesta del Corpus Christi. Una fiesta en la que el Señor nos permite descubrir cómo la Iglesia debe vivir de la Eucaristía siempre. ¡Qué fuerza tiene la Eucaristía para la familia! Cuando la familia, como pequeña iglesia doméstica, se descubre en toda su profundidad, aparece tal belleza en cada uno de sus miembros y en todos en conjunto que, también a través de todos y de cada uno, se introduce el ser y la manera de hacer de Jesucristo en todas sus relaciones y en todas las articulaciones sociales donde se hacen presentes sus miembros. Es muy importante ver y contemplar que gracias a la Eucaristía, corazón de la Iglesia, ésta siempre renace de nuevo. Gracias a la Eucaristía nacen nuevas formas y expresiones que vigorizan la vida y el anuncio del Evangelio. Y es que al recibir al Señor se crea una red en la comunidad, sea familiar, parroquial, diocesana o en toda la Iglesia universal, que nos transforma en un solo cuerpo que abraza a todo el mundo. Sí, tenemos el mismo atrevimiento de Dios, el de abrazar a todo el mundo. La Eucaristía instaura la novedad más grande y manifiesta el derroche de amor que Dios tiene con nosotros. Pero también el que nosotros podemos dar si dejamos que sea Él quien vive en nosotros.

El domingo pasado, me impresionaba de un modo especial el Evangelio de Juan (Jn 3, 16-18), cuando decía que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno… sino que tengan vida eterna”. ¡Cuántas cuestiones me pasaron por la cabeza meditando estas palabras! Desde ver lo que sucedería entre nosotros si todos los hombres supieran que Dios nos ama, hasta que tuviesen tiempo para contemplar y ver cómo nos amó en su Hijo Jesucristo. Además, un amor expresado en un Dios que se hace uno de tantos como nosotros, y que así nos da a conocer quién es Dios o, mejor, el rostro verdadero de Dios, que se ocupa de todo lo que el ser humano necesita para vivir, hasta hacernos ver y descubrir quién es el hombre. Un Dios que tiene rostro humano y que sale por este mundo buscando a todos los “heridos”, que nunca olvida a nadie. Que, precisamente, se ha quedado entre nosotros para decirnos que lo que Él hizo también lo tenemos que hacer nosotros. Incluso, no nos deja a merced de nuestras fuerzas para salir y curar, sino que Él se ha quedado entre nosotros, ha querido prolongar el misterio de la Encarnación en el misterio de la Eucaristía, alimentándonos de Él y siendo uno en Él, para regalar su Vida a todos los hombres que nos encontremos por el camino. Se hace realidad eso que nos decía el Señor el domingo pasado: “Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Este domingo, cuando salgamos a la procesión del Corpus, recordemos al Señor que nos dice: Soy tu alimento de vida eterna, aliméntate de mí, así vivirás por mí y harás las obras que yo hice. Lo mismo que Jesús vivía por el Padre, así nosotros tenemos vida por Él.

¡Qué bien nos recordaba el Papa San Juan Pablo II la correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía! Y es que la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado a ella en el sacrificio de la Cruz.

Y puede la Iglesia hacer la Eucaristía por la donación que Cristo ha hecho de sí mismo, “Él nos ha amado primero” (1 Jn 4, 19). La centralidad de la Eucaristía se tiene que hacer evidente en la vida de todos los cristianos, en la celebración de la Cena del Señor y en la adoración silenciosa del Santísimo Sacramento. ¡Qué importante es siempre, pero más aún en tiempos de renovación de nuestra vida cristiana, vivir la Eucaristía como fuente y culmen de nuestra vida! Os aseguro que la Eucaristía celebrada y adorada nos mueve radicalmente a los cristianos a pensar, hablar y actuar en el mundo, haciendo presente el significado salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo, pudiendo así renovar la historia, la vida personal y colectiva, y vivificando toda la creación.

Cuántas veces he pensado en las procesiones del Corpus Christi que debiéramos preguntarle al Señor, mientras le acompañamos, la misma pregunta que le hicieron los primeros discípulos: Señor, ¿dónde quieres que te preparemos sitio para la Eucaristía? Seguro que el Señor nos diría lo mismo que dijo a los primeros, salid a las calles, id a donde están los hombres y gritadles: ¡venid! ¡venid! Está aquí quien dice lo que somos y nos invita a preparar lugares grandes donde entren todos. Salid a la calle, pero salid con el corazón grande que Jesucristo hace cuando vivimos en comunión con Él. Esto es lo que sucede cada vez que celebramos la Eucaristía. Los que estamos allí asistiendo a la celebración posibilitamos, si es que vivimos según lo que allí acontece, hacer de la Iglesia una sala que es el mundo entero, en la que todos los hombres y mujeres entran y a todos les damos lo que nos ha dado Jesucristo, su Amor y su Vida. ¿No os parece importante asistir a esta fiesta? ¡Cuántas personas alcanzarían la dignidad que perdieron por no hacer en este mundo salas grandes!

La Eucaristía es una escuela de Amor. Escuela del Amor más grande. En la Eucaristía aprendemos a dar la vida y a no guardarla para nosotros mismos. Aprendemos a darla por todos los hombres sin excepción. Y, además, es el Señor el maestro que nos enseña dándose Él por amor a todos los hombres hasta la muerte. ¡Qué bueno es celebrar la Eucaristía y preparar sitio para todos los hombres! Muy especialmente, buscar y hacer sitio para quienes se sienten excluidos, rechazados, maltratados, no reconocidos, ausentes en el concierto al que Dios nos ha convocado a todos los hombres. Es bueno mientras vamos acompañando al Señor decirle: “Señor mío y Dios mío”. “Dadles vosotros de comer”. Les comentaba la multiplicación de panes y peces. Cuando el Señor, ante aquella multitud, dice a los discípulos “dadles vosotros de comer”, enseguida responden que no tienen más que “cinco panes y dos peces”. Era cierto, con eso en sus manos era imposible dar de comer, como es imposible meter en una habitación de tres por tres a cien personas.

Pero en las manos del Señor aquello “poco” se convierte en un derroche de Amor: Él, con “cinco panes y dos peces”, hace que coma una multitud. Y es que la Eucaristía dilata el corazón hasta hacer posible que entren todos los hombres en mi corazón. Por todos doy la vida, me preocupo y ocupo.

Contemplando el misterio de la Eucaristía, vemos el don sublime que es Jesucristo para todos los hombres. Entendemos en la Eucaristía la iniciativa de Dios, que nos invita a que la tengamos todos nosotros, una iniciativa que modela y da valor a toda respuesta que hemos de dar los humanos.

La Eucaristía es el don por excelencia, es el don de sí mismo de Dios a favor de los hombres, es el don de su santa humanidad y de su obra de salvación.

En la Eucaristía aprendemos a vivir la caridad, nuestra vida se hace caridad, se hace amor y no un amor cualquiera. Es el de Dios mismo, que se entrega sin límites y sin medidas. Es derroche de amor, como nos enseña el Señor a hacer en el lavatorio de los pies a los discípulos: “Como yo os he amado, así también vosotros amaos los unos a los otros” (Jn 13, 34). Llamados a vivir en comunión con Jesucristo, Él nos sigue diciendo hoy: “haced esto en conmemoración mía”. Y hacerlo trae la verdadera esperanza al mundo. Envueltos en el misterio de la Eucaristía salimos al mundo a anunciar el Evangelio.

Evangelio según San Juan 20,24-29. 

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 

Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". 

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 

Sermón 88  -

«Dichosos los que crean sin haber visto»

La débil fe de los discípulos era tan vacilante que, no contentos con ver al Señor resucitado, quieren, además, tocarle para creer en él. No les bastaba ver con los ojos, querían acercar sus manos a sus miembros y tocar las cicatrices de sus recientes heridas. Es después de haber tocado y reconocido las cicatrices que el discípulo incrédulo exclamó:«¡Señor mío y Dios mío!» Estas cicatrices revelaban a aquel que, en los otros, curaba todas sus heridas. ¿Acaso el Señor no hubiera podido resucitar sin cicatrices?  Es que el Señor veía en el corazón de sus discípulos unas llagas que sólo podían ser curadas con las cicatrices que conservaba en su cuerpo.

¿Y qué es lo que responde el Señor a esta confesión de fe de su discípulo que dice: «¡Señor mío y Dios mío!»? «Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto». ¿De quién habla, hermanos, sino de nosotros? Y no tan sólo de nosotros sino de los que vendrán después de nosotros.

Porque, poco tiempo después, cuando él ya no puede ser visto con los ojos mortales, para hacer más fuerte la fe en los corazones, todos los que han llegado a creer han creído sin haber visto, y su fe tiene un gran mérito: para llegar a ella han acercado a él no una mano que le quería tocar, sino tan sólo un corazón amante.

Santo Tomás Apóstol

Poco se recuerda de Sto. Tomás Apóstol, no obstante, gracias al cuarto Evangelio, su personalidad está más clara para nosotros que la de algunos otros de los Doce. Su nombre aparece en todas las listas de los Sinópticos (Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6, cf. Hechos 1:13), pero en San Juan desempeña un papel característico. Primero, cuando Jesús anuncia su intención de regresar a Judea para visitar a Lázaro, Tomas, que es llamado «Didimo» (el mellizo), dice a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con Él» (Jn 11:16). De nuevo es Tomás quien,  durante el discurso antes de la Última Cena, pone una objeción: «Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14:5). Pero Tomás es especialmente recordado por su incredulidad, cuando los otros Apóstoles le anuncian la Resurrección de Cristo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20:25); pero, ocho días después, hizo su acto de fe, acatando el reproche de Jesús: «Porque me has visto has creído.

Dichosos los que no han visto y han creído. « (Jn 20:29). Esto agota todo nuestro conocimiento cierto con respecto al Apóstol; pero su nombre es el punto de partida de una considerable literatura apócrifa, y hay también ciertos datos históricos que sugieren que algunos de estos materiales apócrifos pueden contener gérmenes de verdad. El documento principal acerca de él es el "Acta Thomae", conservada para nosotros, con algunas variaciones,  en griego y en siríaco, y con signos inconfundibles de su origen gnóstico. Puede ser de hecho obra del propio Bardesanes. La historia en muchos de sus detalles es absolutamente extravagante, pero es el dato más antiguo, fue fechado por Harnack (Chronologie, 2, 172) al principio del tercer siglo, en el 220. Si el lugar de su origen es realmente Edessa, como Harnack y otros sostienen con legítimas razones (ibid., pág. 176), esto daría una considerable probabilidad a la afirmación, explícitamente hecha en el  "Acta" (Bonet cap. 170, p.286), de que las reliquias del Apóstol Tomás, que sabemos que eran veneradas en Edessa, realmente habían venido de Oriente. La extravagancia de la leyenda puede juzgarse por el hecho de que en más de un lugar (cap. 31, pág., 148) representa a Tomás (Judas Tomás, como es nombrado aquí y en otras lugares de tradición siríaca) como el hermano gemelo de Jesús.

Tomás en siríaco es el equivalente al didymos en griego, y significa mellizo. Rendel Harris, que exagera mucho el culto de los Dioscuros, lo considera una transformación de un culto pagano en Edessa pero este punto es, como poco,  problemático.    La historia transcurre como sigue: Tras la separación de los Apóstoles, India fue la porción de Tomás, pero manifestó su incapacidad para ir;  tras lo cual, su Maestro Jesús se apareció de un modo sobrenatural a Abban, enviado de Gundafor, un rey hindú, y le vendió a Tomás como esclavo, para servir a Gundafor como carpintero. Entonces Abban y Tomás navegaron hasta llegar a Andrápolis dónde desembarcaron y asistieron a la fiesta de las bodas de la hija del gobernador. Siguieron extraños sucesos y Cristo, bajo la apariencia de Tomás,  exhortó a la novia a permanecer virgen. Llegado a India Tomás emprendió la construcción de un palacio para Gundafor, pero gastó el dinero a él confiado con los pobres. Gundafor lo encarceló; pero el apóstol escapó milagrosamente y Gundafor se convirtió. Recorriendo el país para predicar, Tomás se encontró con extrañas aventuras de dragones y asnos salvajes.

Entonces llegó a la ciudad de rey Misdai (en siríaco Mazdai), dónde convirtió a Tertia, la esposa de Misdai,  y a Vazan, su hijo. Después de ello fue condenado a muerte, llevado fuera de la ciudad a una colina, y atravesado por las lanzas de cuatro soldados. Fue enterrado en la tumba de los antiguos reyes pero sus restos fueron después llevados a occidente.    Ahora bien, es ciertamente un hecho notable que, alrededor del año 46 d.C.,  gobernaba un rey sobre la zona de Asia al sur del Himalaya, representada actualmente por Afganistán, Beluchistan, el Pundjab, y Sind, que llevaba el nombre de Gondophernes o Guduphara. Lo sabemos por el descubrimiento de monedas, algunas de estilo parto con las leyendas griegas, otras hindúes con  las leyendas en un dialecto hindú en caracteres kharoshthi. A pesar de las pequeñas variaciones la identificación del nombre con el Gundafor del "Acta Thomae"  es inequívoca y apenas se discute. Más aún, tenemos la evidencia de la inscripción Takht-i-Bahi,  que está fechada y qué los mejores especialistas aceptan para establecer que el rey Gunduphara probablemente empezó a reinar sobre el  20 d.C. y todavía estaba reinando en el 46. Hay excelentes razones de nuevo para creer que Misdai o Mazdai bien pueden ser la transformación de un nombre hindú hecha en tierra Iraní.

En este caso probablemente representaría a un cierto rey Vasudeva de Mathura, sucesor de Kanishka. No hay duda de que no se puede deducir que el narrador gnóstico que escribió el "Acta Thomae" pudiera haber adoptado algunos nombres históricos hindúes para dar verosimilitud a su obra;  pero, como el Sr. Fleet  deduce en sus severamente críticos escritos,  " los nombres puestos aquí  en relación con Sto. Tomás son característicos, no tal y como han existido en la historia y tradición hindú" (Joul. of R.Asiátic. Soc., 1905, p.235). Por otro lado, la tradición de que Sto. Tomás predicó en "India"  se extendió ampliamente por  Oriente y Occidente y aparece en escritores como Efraim,  Siro, Ambrosio, Paulino, Jerónimo y más tarde en Gregorio de Tours y otros, es difícil todavía descubrir algún fundamento adecuado para la creencia, largamente aceptada, de que Sto. Tomás realizó sus viajes misioneros por el lejano sur de Mylapore, no lejos de Madrás, y allí sufrió el martirio. En esta región todavía se encuentra una cruz en un bajorrelieve de granito con una inscripción en  pahlavi (persa antiguo) datada en el siglo séptimo, y la tradición de que fue allí donde Sto. Tomás entregó su vida es localmente muy fuerte. Es cierto también que en el Malabar o costa oeste del sur de la India, todavía existe un grupo de cristianos que aún usan un tipo de siríaco como lengua litúrgica. Parece difícil determinar si esta Iglesia data del tiempo de Sto. Tomás Apóstol (hubo un obispo Siro-Caldeo, Juan,  "de India y Persia" que asistió al Concilio de Nicea en el 325) o si el Evangelio fue por primera vez predicado allí en el 345 bajo la persecución persa de Shapur (o Sapor), o si lo fue por los misioneros sirios que acompañaron un cierto Tomás Cana y penetraron en la costa Malabar alrededor del año 745.

Sólo sabemos que en el siglo sexto Cosmas Indicopleustes habla de la existencia de cristianos en Male (¿Malabar?) bajo un obispo que había sido consagrado en Persia. El rey Alfredo el Grande aparece en la "Crónica" anglosajona» enviando una expedición para establecer relaciones con estos cristianos del lejano Oriente.    Por otro lado las reputadas reliquias de Sto. Tomás estaban ciertamente en Edessa en el siglo cuarto, y allí permanecieron hasta que fueron trasladadas a Chios en 1258 y a Ortona. La improbable sugerencia de que Sto.

Tomás predicó en América (American Eccles ., 1899, pp.1-18) está basada en una interpretación equivocada del texto de los Hechos de los Apóstoles (1, 8;  cf. Berchet, "Fonte italiane per la storia della scoperta del Nuovo Mondo", II, 236, y I, 44).    Además del "Acta Thomae" de la que existe una redacción, diferente y notablemente más corta, en etíope y latín, tenemos un breve formulario de un,  así llamado, «Evangelio de Tomás", originalmente gnóstico, y, tal y como ahora lo conocemos, meramente una historia fantástica de la niñez de Jesús, sin ningún notablemente tinte herético. Hay también una "Revelatio Thomae", condenada como apócrifo por el Decreto del Papa Gelasio  que se ha recuperado recientemente de diversas fuentes de modo fragmentado  (vease el texto completo en la Revista benedictina, 1911, el pp. 359-374).

Dichosos los que no han visto y han creído

Juan 20, 24-29. Fiesta de Santo Tomás. La bendición de la fe es también para nosotros, los que estamos a más de dos mil años de distancia de los apóstoles.

Oración introductoria 
Señor Jesús, cuánto me parezco a Tomás. Quiero respuestas inmediatas a mis peticiones. Quiero experimentar tu presencia en la oración, sin ponerme humildemente en tu presencia, sin guardar el silencio, interior y exterior, sin estar atento ni ser dócil a tus inspiraciones. Mi pobre actitud quiere cambiar, con tu gracia, lo puedo lograr. 

Petición ¡Señor mío y Dios mío! Aumenta mi fe. 

Meditación del Papa Francisco 
Hay otros que pensaban que para llegar a Dios hay que ser mortificado y austero, y han elegido el camino de la penitencia: solo la penitencia y el ayuno. Son los pelagianos, que creen que pueden conseguir todo con su esfuerzo. Pero Jesús nos dice que la manera de conocerlo es encontrar sus heridas. Y las heridas de Jesús las encuentras haciendo las obras de misericordia, dándole al cuerpo y también al alma, pero al cuerpo, lo subrayo, de tu hermano llagado, porque tiene hambre, tiene sed, está desnudo, está humillado, es un esclavo, porque está en la cárcel, en el hospital. Esas son las llagas de Jesús hoy.

Y Jesús nos invita tener un acto de fe, en Él, pero a través de estas llagas. Pidamos a santo Tomás, la gracia de tener el coraje para entrar en las llagas de Jesús con nuestra ternura, y seguramente tendremos la gracia para adorar al Dios vivo... (Cf. S.S. Francisco, 3 de julio de 2013, homilía en Santa Marta). 

Reflexión 
"Dichosos aquellos que crean sin haber visto". Parece mentira que uno de los elegidos del Señor, no crea la palabra de los apóstoles, sino que al contrario busque creer solamente por los signos sensibles. 

Tomás parece una persona de nuestro tiempo porque solamente cree aquello que le presenten los sentidos. 

Los sentidos son muy buenos, porque nos ayudan a aprender más cosas, a saborear, oler, contemplar, sentir..., pero en el campo de la vida espiritual, estos nos estorban, como le sucedió a Santo Tomás, que no quería creer hasta no ver ni tocar. Aquí es donde viene la bendición de Dios para aquellos que sin ver crean. La bendición y la fe es también para nosotros, los que estamos a dos mil años de distancia de los apóstoles. Para nosotros vendrán las bendiciones de Dios, si creemos en todo lo que Él nos ha prometido. Pidámosle que aumente nuestra fe, para que seamos dignos de recibir tales bendiciones. 

Propósito 
Ser testigo de la esperanza cristiana en mi familia, en mi grupo de amigos, trabajo o lugar de estudio.

Diálogo con Cristo 
Señor, como a Tomás me pides una fe viva. Una actitud activa, un corazón abierto, una vida mantenida siempre en pie de lucha, perseverante y fiel, aun en medio de las dificultades. Aquí estoy Señor, cuenta conmigo para colaborar en la nueva evangelización.

Tomás, perseguido por Cristo

Vamos a contemplar la figura de Santo Tomás a la luz de ese amor de Dios, hoy que celebramos su fiesta.

El Apóstol llamado Tomás en los Evangelios (Mt 10, 3; Mc 3,18, Lc 6,15) es apodado "Dídimo" que significa "gemelo" (Jn 11,16). Entra casi en el Evangelio de una forma silenciosa. Sus primeras palabras afirman en una ocasión su deseo de morir con Jesús (Jn 11, 16). 

Posteriormente se manifiesta con un estilo racionalista ante las palabras de Jesús, asombrándose de cómo se puede conocer un camino, no sabiendo a dónde se va (Jn 14,4). Finalmente conocemos su incredulidad ante el hecho de la Resurrección ( Jn 20, 24-29) y su presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2, 1-14). 

Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. La tradición le asigna como actividad misionera Persia y la India. La ciudad hindú de Calamina, donde se supone que murió, no ha sido identificada. Santo Tomás murió mártir Sus restos fueron traslados a Edesa. 

Vamos a contemplar la figura de Sto. Tomás a la luz de ese amor

Dios que siempre persigue al hombre para que se salve y llegue al conocimiento de la verdad. Es una de las formas más bellas de ver la misericordia divina. Dios siempre persigue al hombre cuando éste se sale del camino del amor y de la verdad que él le ofrece. La misericordia no es tanto una actitud pasiva de Dios, siempre dispuesto a perdonar, cuanto una acción de Dios positiva consistente en buscar la oveja perdida una y otra vez. El Evangelio está lleno de imágenes bellísimas de este estilo de Dios. Desde el buen Pastor que abandona el rebaño a buen recaudo para ir a buscar a la oveja perdida, hasta ese Cristo que providencialmente se hace presente siempre allí donde alguien le necesita, la realidad es que Dios persigue al hombre una y otra vez ofreciéndole su Corazón abierto para que vuelva. La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él. Desde el momento en que Dios crea a cualquier ser humano, esa persona se convierte en objeto inmediato del amor de Dios. A partir de ahí Dios se hace garante de un compromiso destinado a lograr, respetando la libertad humana, la salvación del hombre. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado, Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará. 

Desgraciadamente el hombre con frecuencia toma a broma este amor de Dios. Cree que la misericordia divina consiste en burlarse del amor de Dios que siempre terminará perdonando, incluso sin que medie la petición de perdón. Así muchos seres humanos juegan inconscientemente a lo largo de la vida con la misericordia divina, olvidándose de aquellas palabras de S. Pablo: "Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación". En esta actitud se da un equívoco de fondo. Nada tiene que ver la Misericordia infinita de Dios con la certeza de que el hombre va a estar dispuesto a pedir perdón un día. La Misericordia divina siempre estará asegurada; no así la petición de perdón del hombre. La Misericordia divina necesita la actitud humilde del hombre que reconoce su mentira, su equivocación, su deslealtad al amor de Dios. 


A pesar de los pecados cometidos, una y otra vez, nunca hay motivo o razón para dudar de la Misericordia divina. El amor de Dios es más grande que nuestros pecados, por terribles que fueran. Ahí tenemos a Pedro, a Zaqueo, a la mujer adúltera, a tantas personas pecadoras con quienes Cristo se encontró. Nunca encontraron en él el reproche amargo, el rechazo cruel, la crítica amarga. Al revés, todos los pecadores, que reconocieron su pecado, encontraron en Cristo el perdón, el aliento, el ánimo, la esperanza que tanto les ayudó a encontrar el camino de la paz y del bien. No deja de tener un significado muy consolador esa imagen del Crucificado, en la que Cristo, clavado en la Cruz, tiene los brazos abiertos para siempre, convirtiéndose así en la imagen de ese Dios que siempre espera, que siempre acoge, que siempre abraza. 

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