«El Esposo está con ellos»

Francisco, con los carismáticos

El Papa advierte contra el ansia de poder: "En la Iglesia, el único insustituible es el Espíritu Santo"
"No os escandalicéis: los cristianos asesinados, de la confesión que sean, son nuestros mártires, porque han dado la vida por Cristo"
Francisco anima a los carismáticos a trabajar por "la unidad en la diversidad en la Iglesia"

Jesús Bastante, 03 de julio de 2015 a las 18:22

¿Yo puedo orar con un luterano, un ortodoxo, un evangélico? ¡Debo! Todos nosotros hemos recibido el mismo bautismo. Todos nosotros queremos seguir a Jesús. Todos hemos hecho esta división en la historia, por tantos motivos, pero ninguno bueno

(Jesús Bastante).- Decenas de miles de carismáticos tomaron esta tarde la plaza de San Pedro. Cantaron, rieron, agitaron banderas, rezaron por la paz y por la alegría, reclamaron el fin de las luchas en nombre de la religión, de tantos cristianos perseguidos por el odio. Francisco, junto a líderes de las principales confesiones religiosas, lanzó un llamamiento a la unidad, al "ecumenismo de sangre", y a la valentía de anunciar, y de vivir, el Evangelio, en Oriente y Occidente.

Una oración ecuménica, con obispos católicos, pastores evangélicos, popes ortodoxos, rabinos, bajo las imponentes voces de Andrea Bocelli y Noa, tras la cual el Papa dirigió la oración, invocando al Espíritu Santo: "La Iglesia es tuya Jesus, no es nuestra, danos unidad a todos los cristianos".

Francisco escuchó dos vibrantes testimonios, de un anciano y su mujer, quien durante años  ejerció como juez en la lucha contra la Mafia italiana, y que sufrió la muerte, el secuestro y "la sangre de inocentes" durante décadas; y de un joven que conoció a la Renovación Carismática tras muchos problemas. El ambiente ayudaba: sol y lluvia intermitentes. Aunque cuando el Papa comenzó a hablar, cayó a cántaros.

"Aunque el agua sea bienvenida, porque la trae el Señor", bromeó el Papa. También lo hizo al final de su discurso, cuando curiosamente, dejó de caer "la bella ducha". En sus palabras, que improvisó en su mayor parte, Francisco hizo un repaso de la memoria y la identidad de la Renovación Carismática, que el cardenal Suenens definió como "un flujo de gracia".

"El humo debe perderse en el océano", reclamó el Papa. "Si la renovación, si esta corriente de gracia, no acaba en el océano de Dios, el trabajo está perdido. Y eso no es de Jesucristo: esto es del Maligno, del padre de la Mentira".


En este punto, Francisco invitó a los carismáticos, a evitar dos tentaciones. "La primera, incluir a la renovación como un movimiento. No es un movimiento en el sentido sociológico: no tiene fundadores, no es homogéneo, e incluye una gran variedad. Es una corriente de gracia para todos los miembros en la Iglesia, para todos nosotros".

"Unidad en la universidad", reclamó el Papa, quien puso el modelo del poliedro para dejar claro que "no basta con hablar de unidad como uniformidad. La unidad no es uniformidad. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las partes, que mantienen su originalidad".

Por ello, Bergoglio insistió en la "unidad en la diversidad", porque estamos hablando de la obra del Espíritu Santo, no de la nuestra". "La parte no puede atribuirse ser el todo. No se puede decir. Por favor, esto no se negocia, no viene del Espíritu. El Espíritu sopla cuando quiere y como quiere"

El otro gran riesgo, "la gran tentación por ser líder. Esta tentación viene del demonio: creerse indispensable. El demonio quiere ser el que mande, el que quiera estar en el centro, y así paso a paso, cayendo en el autoritarismo, en el personalismo. Y así no se vive en comunidad".

"Tengamos esto claro: lo único insustituible en la Iglesia es el Espíritu Santo, y Jesús es el único Señor", gritó Francisco, quien preguntó, e hizo contestar a los presentes "¿Quién es el único insustituible? ¿Quién es el único Señor? ¡Fuerte! ¡Jesús es el Señor!"

Sin citar su propia posición, Francisco sí quiso dejar claro que "todo servicio en la Iglesia es conveniente que tenga un tiempo. No a los dictadores en la Iglesia". Al tiempo, reclamó evitar "pasar de servidor a patrón, adueñarse de la comunidad", una tentación "que nos lleva a la vanidad". "El poder, y me lo digo a mí, nos puede limitar para hacer el bien. ¡Cuántos líderes se vuelven vanidosos!", apuntó el Papa, quien animó a los carismáticos a "seguir adelante, empeñados a convivir con todos en la Iglesia", afianzando "relaciones artesanales en la familia, en el trabajo, en la vida social, con todos". 

La segunda parte del discurso giró en torno a la unidad de los cristianos. "Tenemos que rezar juntos. El ecumenismo espiritual, el de la oración. ¿Yo puedo orar con un luterano, un ortodoxo, un evangélico? ¡Debo! Todos nosotros hemos recibido el mismo bautismo. Todos nosotros queremos seguir a Jesús. Todos hemos hecho esta división en la historia, por tantos motivos, pero ninguno bueno".

"La división es un contra testimonio, debemos hacer de todo para caminar juntos", proclamó. ¿Cómo? Con "el ecumenismo espiritual, de la oración, de la caridad, el ecumenismo de la lectura de la biblia juntos... Caminemos juntos por la unidad". "¿Para eso tenemos que firmar un documento? Anda, vete a caminar, a rezar, a amar a los demás".

Una unidad no sólo espiritual, sino también de sangre, y es que "la sangre de los mártires de hoy, nos hacen uno". "Cuando aquellos que odian a Jesús matan a un cristiano, no miran si es luterano, ortodoxo, evangélico, baptista, metodista.... Tú eres cristiano, le disparan en la cabeza (...). Si el enemigo nos une en la Muerte, ¿quiénes somos nosotros para separarnos en la vida?".

"No eran católicos, no eran evangélicos, no eran luteranos... ¡eran cristianos, son nuestros mártires!", proclamó el Papa. "No os escandalicéis, pero los cristianos asesinados, de la confesión que sean, son nuestros mártires, porque han dado la vida por Cristo"

El Papa concluyó con un resumen de sus palabras, y una petición: "Buscad siempre la unidad. Ninguno es el patrón. Un solo Señor, que es Jesucristo. Jesús es el Señor". 

Oración del Santo Padre:
Te adoramos Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Padre,
Enviamos al Espíritu Santo que Jesús nos ha prometido.
Él nos guiará hacia la unidad.
Él es aquel que da los carismas, que hace las diferencias en la Iglesia y también Él hace la unidad.
Envíanos al Espíritu Santo, que nos enseñe todo aquello que Jesús nos ha enseñado y que nos de la memoria de aquello que Jesús ha dicho.
Jesús, Señor, tú has pedido por todos nosotros la gracia de la unidad en esta Iglesia que es Tuya, no es nuestra.
La historia nos ha dividido.
Jesús, ayúdanos a ir hacia el camino de la unidad o de esta diversidad reconciliada.
Señor, Tu siempre haces aquello que has prometido, danos la unidad de todos los cristianos.
Amen.

Evangelio según San Mateo 9,14-17. 

Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!". 

San Paciano (¿-c. 390), obispo de Barcelona. Homilía sobre el bautismo; PL 13,1092

«El Esposo está con ellos»

El pecado de Adán se comunicó a todo el género humano, a todos sus hijos... Es, pues, necesario que también la justicia de Cristo se comunique a todo el género humano; de la misma manera que Adán, por el pecado, hizo perder la vida a su descendencia, así Cristo, por su justicia, dará la vida a sus hijos (cf Rm 5,19s)...

En la plenitud de los tiempos, Cristo recibió de María un alma y nuestra carne. Esta carne, él vino a salvarla, y no la abandonó en la región de los muertos (Sl 15,10), la unió a su espíritu y la hizo suya. Estas son las bodas del Señor, su unión a una sola carne, a fin de que, según «este gran misterio» sean «dos en una sola carne: Cristo y la Iglesia» (Ef 5,31). De estas nupcias nació el pueblo cristiano, y sobre ellas descendió el Espíritu del Señor. Esta siembra venida del cielo se expandieron rápidamente en la substancia de nuestras almas y se mezclaron con ella. No desarrollamos en las entrañas de nuestra Madre y, creciendo en su seno, recibimos la vida en Cristo. Eso es lo que hizo decir al apóstol Pablo: «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo; el último Adán, en espíritu que da vida» (1C 15,45). 

Es así como Cristo, por sus presbíteros, engendró a hijos en la Iglesia, tal como lo dice el mismo apóstol: «Soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús» (1C 4,15). Y es así como por el Espíritu de Dios, Cristo, por las manos de su presbítero, y con la fe por testigo, hace nacer al hombre nuevo formado en el seno de su Madre y dado a luz en la fuente bautismal... Es, pues, necesario creer que podemos nacer... y que es Cristo quien nos da la vida. El apóstol Juan lo dice: «A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12).

Santa Isabel de Portugal

Santa Isabel, reina de Portugal, admirable por su desvelo en conseguir que reyes enfrentados hiciesen las paces y por su caridad en favor de los pobres. Muerto su esposo, el rey Dionisio, abrazó la vida religiosa en el monasterio de monjas de la Tercera Orden de las Clarisas de Estremoz, en Portugal, que ella misma había fundado, y en el cual murió cuando se esforzaba por conseguir la reconciliación entre un hijo y un nieto suyos que estaban enfrentados. Isabel era hija de Pedro III de Aragón. Nació en 1271. En el bautismo recibió el nombre de Isabel en honor de su tía abuela, santa Isabel de Hungría. El nacimiento de la niña fue ya un símbolo de la actividad pacificadora que iba a ejercer durante toda su vida, puesto que, gracias a su venida al mundo, hicieron la paz su abuelo, Jaime, que ocupaba entonces el trono, y su padre. La joven princesa era de carácter amable y, desde sus primeros años, dio muestras de gran inclinación a la piedad y a la bondad. Trataba de imitar todas las virtudes que veía practicar a su alrededor, porque le habían enseñado que era conveniente unir a la oración la mortificación de la voluntad propia para obtener la gracia de vencer la inclinación innata al pecado. Desgraciadamente, los padres de familia olvidan esto con frecuencia y acostumbran a sus hijos a desear desproporcionadamente las cosas de este mundo y a satisfacer todos sus caprichos. Ninguna penitencia es más educativa para un niño que la de acostumbrarse a no comer entre comidas, a soportar con paciencia que no se cumplan todos sus deseos y a no complicar la vida a los demás.

La victoria de Santa Isabel sobre sí misma se debió a la educación que recibió en la niñez. A los doce años, Isabel contrajo matrimonio con el rey Dionisio de Portugal. Este monarca admiraba más la noble cuna, la belleza y las riquezas de su esposa que sus virtudes. Sin embargo, la dejó practicar libremente sus devociones, sin sentirse por ello llamado a imitarla. Isabel se levantaba muy temprano para rezar maitines, laudes y prima antes de la misa; por la tarde, continuaba sus devociones después de las vísperas. Naturalmente, consagraba algunas horas del día al desempeño de sus deberes domésticos y públicos. Comía con parsimonia, vestía con modestia, se mostraba humilde y afable con sus prójimos y vivía consagrada al servicio de Dios. Su virtud característica era la caridad. Hizo lo necesario para que los peregrinos y los forasteros pobres no careciesen de albergue y ella misma se encargaba de buscar y socorrer a los necesitados; además, proveía de dote a las doncellas sin medios.

Fundó instituciones de caridad en diversos sitios del reino; entre ellas se contaban un hospital en Coimbra, una casa para mujeres arrepentidas en Torres Novas y un hospicio para niños abandonados. A pesar de todas esas actividades, Isabel no descuidaba sus deberes, sobre todo el respeto, amor y obediencia que debía a su marido, cuyas infidelidades y abandono soportaba con gran paciencia. Porque, aunque Dionisio era un buen gobernante, era un hombre vicioso. En su carrera pública era justo, valiente, generoso y compasivo, pero en su vida privada era egoísta y licencioso. La reina hizo lo imposible por atraerle a la virtud, pues la entristecían mucho los pecados de su esposo y el escándalo que daba con ellos y no cesaba de orar por su conversión. Su bondad era tan grande, que cuidaba cariñosamente a los hijos naturales de su marido y se encargaba de su educación.

Santa Isabel tuvo dos hijos: Alfonso, que sería el sucesor de su padre y Constancia. Alfonso dio desde muy joven muestras de poseer un carácter rebelde debido, en parte, a la preferencia que su padre daba a sus hijos naturales; se levantó en armas en dos ocasiones y en ambas, la reina consiguió restablecer la concordia. Pero las malas lenguas empezaron a esparcir el rumor de que Isabel apoyaba en secreto la causa de su hijo y el rey la desterró algún tiempo de la corte. La reina poseía realmente un talento muy notable de pacificadora; así, logró evitar la guerra entre Fernando IV de Castilla y su primo, y entre el mismo príncipe y Jaime II de Aragón. 

El rey Dionisio cayó gravemente enfermo en 1324. Isabel se dedicó a asistirle, de suerte que apenas salía de la cámara real más que para ir a misa. Durante su larga y penosa enfermedad, el monarca dio muestra de sincero arrepentimiento. Murió en Santarem, el 6 de enero de 1325. La reina hizo entonces una peregrinación a Santiago de Compostela y decidió retirarse al convento de Clarisas Pobres que había fundado en Coimbra. Pero su confesor la disuadió de ello, e Isabel acabó por profesar en la Tercera Orden de San Francisco. Pasó sus últimos años santamente en una casa que había mandado construir cerca del convento que había fundado. La causa de la paz, por la que había trabajado toda su vida, fue también la ocasión de su muerte. En efecto, la santa murió el 4 de julio de 1336 en Estremoz, a donde había ido en una misión de reconciliación, a pesar de su edad y del insoportable calor. Fue sepultada en la iglesia del monasterio de las Clarisas Pobres de Coimbra. Dios bendijo su sepulcro con varios milagros. La canonización tuvo lugar en 1626. 

En Acta Sanctorum, julio, vol. II, hay una biografía de la santa que data casi de su época. En las crónicas hay muchos datos sobre la reina Isabel. La leyenda del paje que se salvó milagrosamente de la muerte en un horno y probó así su inocencia, es una simple fábula, cuyos orígenes se remontan al folklore de la India que pasó a formar parte de la leyenda cristiana de santa Isabel en 1562, pero puede haber reminiscencias en la iconografía.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Oremos  
Dios nuestro, fuente de paz y de amor, que otorgaste a Santa Isabel de Portugal el don admirable de reconciliar a quienes vivían enemistados, concédenos, por su intercesión, ser de aquellos que trabajan por la paz., para que así merezcamos ser llamados hijos de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Vino nuevo en odres nuevos
Mateo 9, 14-17.Tiempo Ordinario. Cristo tiene el bálsamo que cura nuestra alma, la palabra que pacifica nuestro corazón.

Oración introductoria
¡Ven, Espíritu Santo! Ilumíname para experimentar tu presencia en esta oración.

Ayúdame a dejar a un lado mis preocupaciones para darte el tiempo y la atención que mereces. Nada hay más importante en este momento, reorienta mi vida hacia Ti y alimenta mi amor por Ti en esta meditación.

Petición
Señor, concédeme amarte por encima de todas las cosas.

Meditación
del Papa Francisco

Cuando Jesús reprende a estas personas, estos doctores de la ley, les llama al orden por no haber mantenido las personas con la Ley, sino de hacerlas esclavas de pequeñas leyes, de muchas pequeñas cosas que deben hacer con la libertad que Jesús nos trae en la nueva ley, la ley que Él ha sancionado con su sangre.

Y ésta es la novedad del Evangelio, que es fiesta, es alegría y es libertad.

Pablo distingue entre: hijos de la ley e hijos de la fe.

A vino nuevo, odres nuevos. Y por esta razón la Iglesia nos pide, a todos nosotros, algunos cambios, nos pide dejar a un lado las estructuras perecederas: ¡No sirven! Y tomar otras nuevas, las del Evangelio.

No podemos por ejemplo entender la mentalidad de estos doctores de la ley, estos teólogos fariseos: no se puede entender la mentalidad de ellos con el espíritu del Evangelio.

El estilo del Evangelio es un estilo diverso, que lleva la ley a la plenitud. ¡Sí! Pero de un modo nuevo: es el vino nuevo, en odres nuevos.


Que el Señor nos de la gracia de no permanecer prisioneros, sino que nos de la gracia de la alegría y de la libertad que nos trae la novedad del Evangelio. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 5 de septiembre de 2014, en Santa Marta).

Reflexión
A un observador de las cosas de este mundo parecería que el hombre debe esperar a llegar al Cielo para tener una vida sin preocupaciones. Si hay carestía de algo en el mundo, no es precisamente de preocupaciones. El que tiene hijos se preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de preocupaciones.

Algunas sin embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar de esperanza los corazones atribulados. Cristo como aquel que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras iniquidades”. Esto puede parecernos simple palabrería, pues el que tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones. Sin embargo es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras flaquezas.

Tal vez no como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene el bálsamo que cura nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica nuestro corazón.

Propósito
Promover, con una buena estrategia, la participación de mi familia en la Eucaristía del domingo.

Diálogo con Cristo
Jesús, la gran aspiración de mi vida es poder amarte por encima de todas las cosas. Dame valor para poder renunciar a todo lo que me aparte de Ti; dame generosidad para saber ayunar siempre de mí mismo, de manera que pueda llenarme de tu amor y de tu gracia. Esto es lo único que busco, lo único que quiero Señor.

María, una mujer inmensamente feliz

Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada la falta. Tu también puedes ser como Ella.

María fue una mujer inmensamente feliz... Su presupuesto era de dos reales. No tenía dinero, coche, lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos. No era directora del jardín de niños de Nazareth.

Tampoco presumía de nombramientos, como Miss Nazareth. María a secas. No salió en la televisión ni en los periódicos.

Pero poseía una sólida base de fe, esperanza y caridad y de todas las virtudes. Tenía gracia y santidad...Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada la falta.

Tú puedes ser, deberías ser, una mujer inmensamente feliz, aunque no tengas muchas cosas materiales. Aunque no seas famosa, rica, artista o cosas del género. Pero, si tienes a Dios, las virtudes teologales, la santidad a la mano.

No debes pretender, aspirar, ansiar demasiadas cosas materiales... La grandeza de un alma está en su interior, va por dentro. Lo de fuera es ruido, música, bombo y platillo, viento, humo, oropel, incienso, hojarasca, apariencia, nada. Por dentro va la santidad, la fe, el amor.

La Virgen no se quejaba: de ir a Egipto, de que Dios le pidiera tanto. La sonrisa de la Virgen era lo mejor de su rostro. ¿Cómo reaccionaría ante las adversidades, dificultades, cólera de los vecinos?

No te quejes: del tiempo, de la comida, del trabajo, de tus compañeras, de tus limitaciones, de tu falta de lujo. Trata de sonreír como Ella.

María veía la Providencia en todo: en los lirios del campo, en los amaneceres... en la tormenta. Cuando no había dinero. Cuando tenía que ausentarse. Cuando alguna vecina se ponía necia y molestaba.

Lo más admirable de María era el amor. Lo más grande de la mujer debe ser el amor. El amor es un talismán, una varita mágica que transforma todo en maravilla. Dios te ha dado este don en abundancia. Si lo emplearas bien, haría de ti una gran mujer, una ferviente cristiana, una esposa y madre admirable. Pero, si dejas que el amor se corrompa en ti, ¡pobre mujer!

María Magdalena tenía una gran capacidad de amar. La empleó mal, y se convirtió en una mujer de mala vida. Pero, después de encontrarse con Jesucristo, utilizó aquella capacidad para amar apasionadamente a Dios y a los demás, y hoy es una gran santa y una gran mujer.

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