«Como ovejas entre lobos»

Narcís Jubany presidió la primera concelebración en Montserrat

50 años en Montserrat
La concelebración de la Eucaristía

Manifestación de la unidad de la Iglesia

Fue ese 11 de julio, hace ahora 50 años, que, presidida por el obispo de Girona, Narcís Jubany, se realizó la primera concelebración, en la cual fueron ordenados tres presbíteros y un diácono, todos ellos monjes de Montserrat
 

(J. M. Bausset).- Uno de los frutos del Concilio Vaticano II, fue la recuperación de la concelebración eucarística. Fue la Constitución sobre la liturgia, la "Sacrosanctum Concilium" (SC 57) la que preveía la restauración de la concelebración, para hacer realidad lo que escribía San Ignacio de Antioquia a los cristianos Filipenses: "Que haya una sola Eucaristía....un solo cáliz....así como hay un solo altar, un solo obispo, con el presbiterio y los diáconos" (4) Es importante destacar que para los Padres Conciliares, la concelebración no era concebida como una solución práctica, en el caso que hubiesen muchos presbíteros y no pudiesen celebrar la Eucaristia uno a uno, de una manera individual. La concelebración era una manifestación de la unidad de la Iglesia, como lo afirma la "Sacrosanctum Concilium": "La principal manifestación de la Iglesia se encuentra en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, sobre todo en la misma Eucaristia, en una única oración, en un único altar en el cual preside el obispo (o un presbítero suyo) rodead de su presbiterio y de los ministros" (S.C. 41). Fue a finales de la II Guerra Mundial, y en los monasterios benedictinos alemanes de Beuron y de Maria Laach, que el Movimiento Litúrgico (con figuras tan destacadas como los monjes Columba Marmion, Odo Casel, Prósper Guéranger o Lambert Beuadin) promovió la renovación litúrgica y el deseo de restaurar la concelebración, que había existido en los primeros siglos del cristianismo, y que aún existía en las Iglesias Bizantinas ortodoxas y católicas. Ya San Hipólito de Roma, en el siglo IV, en la "Tradición Apostólica", trataba de la concelebración, en la cual diversos presbíteros celebraban una misma Eucaristía. En pleno Concilio Vaticano II, y en fase experimental, fue encomendada la concelebración al monasterio de Montserrat, juntamente con otros cinco monasterios más, y a una comunidad de dominicos. Así, en Montserrat, el 11 de julio de 1964, solemnidad del abad San Benito, se abrió el periodo de experimentación de las concelebraciones, antes que fuesen establecidas para toda la Iglesia Latina, el Jueves Santo de 1965. Y fue ese 11 de julio, hace ahora 50 años, que, presidida por el obispo de Girona, Narcís Jubany, se realizó la primera concelebración, en la cual fueron ordenados tres presbíteros y un diácono, todos ellos monjes de Montserrat.

Después, no cada día sino de vez en cuando, como me ha recordado el hermano. Bartomeu Ubach, se hicieron concelebraciones en la misa conventual de Montserrat, también en alguna misa donde participaba los fieles o bien en el oratorio del noviciado. Y es que antes de instaurarse en la Iglesia la concelebración, en la misa conventual de Montserrat, como en las misas de todas les parroquias, solo comulgaba el celebrante. A Montserrat, los monjes presbíteros celebraban su misa privada entre la plegaria de Laudes y de Prima, y los monjes no ordenados, que ayudaban estas misas, comulgaban en ellas. Pero fue a partir de Pascua de 1958, cuando los monjes no presbíteros comenzaron a participar cada día de la misa conventual, con un solo sacerdote como celebrante.

Así lo expresaba más tarde el Vaticano II, cuando recomendaba que "los fieles, después de la comunión del presbítero, recibieran del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor". Y es que según la Sacrosanctum Concilium nº 57, es en la concelebración donde "se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio". De aquí que el Concilio decidiera ampliar la facultad de concelebrar. 

De esta manera, la concelebración en el seno de la Iglesia latina fue uno de los grandes frutos del Concilio Vaticano II.


Unos de los "memes"

Posibilidad "poco verosímil"
Francisco y Ratzinger no verán juntos la final

"No pienso que el Papa Benedicto mire los partidos, no lo hacía en el pasado"
 Mantiene la "neutralidad" porque es el Papa de todos los católicos del mundo

El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, consideró hoy como "poco verosímil" la posibilidad de que los PapasBenedicto XVI y Francisco vean juntos la final de la Copa del Mundo de Brasil.

En una breve declaración ante un grupo de periodistas y tomando el argumento un poco en broma, aseguró que se informará sobre la posibilidad que Jorge Mario Bergoglio siga el partido Alemania-Argentina del próximo domingo.

"Escuché que ayer ganó Argentina. No pienso que el Papa Benedicto mire los partidos, no lo hacía en el pasado. No me parece verosímil que la miren juntos", respondió con una sonrisa a las preguntas de los cronistas.
"Sólo puedo decir que los Papas son personas superiores y por lo tanto dicen siempre que debe ganar el mejor. Voy a informarme si esa noche Francisco, por casualidad, verá el partido", agregó.

No pudo confirmar que el pontífice haya visto el cotejo por las semifinales que disputaron Argentina y Holanda, pero aseguró que "sí se informó sobre el resultado", que permitió a su país acceder a la final.

En diversas ocasiones y como respuesta a múltiples personas, en las últimas semanas Francisco ha asegurado que mantiene la "neutralidad" porque es el Papa de todos los católicos del mundo.
Tras la victoria de Argentina por penales este jueves, las redes sociales fueron inundadas por bromas y mensajes referidos a la nacionalidad de Francisco y su posible influjo en los destinos de la tanda de penales.
Entre todas las imágenes transmitidas a través de la red destacaron aquellas que representaban a los dos Papas, cada uno apoyando a su respectiva selección. Muchos internautas especularon con un encuentro entre ambos para seguir el cotejo del domingo.

Evangelio según San Mateo 10,16-23. 

Jesús dijo a sus apóstoles: "Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre." 

San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir 
De las ventajas de la paciencia, 13.16

«Como ovejas entre lobos»

Saludable es el precepto de Nuestro Señor y Maestro: «El que persevere hasta el fin se salvará» Y dice además: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,31). Queridos hermanos, es necesario perseverar y soportar. Así, seguros de la esperanza de la verdad y de la libertad, podremos llegar a esta verdad y a esta libertad, porque si somos cristianos es por obra de la fe y de la esperanza. Pero para que la esperanza y la fe puedan dar sus frutos, es necesaria la paciencia...

Que nadie se mantenga en la impaciencia, ni se deje abatir en el camino del Reino, distraído y vencido por las tentaciones. No jurar, no maldecir, no reclamar lo que nos han quitado a la fuerza, poner la otra mejilla, perdonar a los hermanos su yerros, amar a los enemigos y orar por os que nos persiguen: ¿cómo llegar a hacer todo esto si no se está firme en la paciencia y la tolerancia? Es lo que vemos que hizo Esteban... No pide la venganza, sino el perdón para sus asesinos: «¡Señor, no les tengas en cuenta su pecado!» (Hec. 7, 59). Así el primer mártir de Cristo... no fue solamente el predicador de la pasión del Señor sino que le imitó en su extrema paciencia. Cuando en nuestro corazón habita la paciencia, no hay cabida en él para la cólera, la discordia y la rivalidad. La paciencia de Cristo quita todo esto para construir en su corazón una morada pacífica en la que el Dios de la paz se complace en habitar.

EL ENEMIGO DEL ALMA

Proverbios 2, 1-9; Sal 33, 2-3. 4 y 6. 9 y 12. 14-15; Mateo 19, 27-29

 “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo” El enemigo del alma, de todo el hombre, es el pecado y su consecuencia es la desesperanza. Muchas veces podemos sentir que no valemos, que no lo hacemos bien, que nos falta mucho para ser santos, para parecernos al Maestro y podemos caer en el desánimo. Pensamos que estamos viejos, débiles y sin fuerzas, y tenemos razón, pero también contamos con el mejor técnico de mantenimiento. El diablo se sirve de muchas tretas. A veces nos murmura al oído: “Tú no eres capaz” “Esto es para otros” “Dios no puede contar contigo que tienes tantas miserias” y un sin fin de expresiones parecidas. Y entonces nos entra el miedo: Si no podemos ser de Dios ¿De quién seremos? y acabamos siendo marionetas en manos de los enemigos de Dios. En vez de recurrir a la fuente de la verdad y de la vida recurrimos a nosotros mismos, y eso que ya conocemos bien nuestra inutilidad. Y acabamos … “quemados”.

En vez de desesperarnos ante nuestra miseria y nuestro pecado, negando a Dios, nos debería mover el hacer una buena y sincera confesión de nuestros pecados; a recurrir al Espíritu Santo que no nos hace “un apaño” para ir tirando, sino que nos renueva completamente, dejándonos como hombres “de última generación.” ¿Por qué tendremos tanta pereza de volvernos hacia Dios? ¿Por qué desesperamos ante la misericordia? Seremos indignos, es cierto, pero Dios hace dignas todas las cosas y nos elige no por nuestros méritos, sino conforme a su bondad: “ Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: -«Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.» Entonces escuché la voz del Señor, que decía: -«¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?» Contesté: -«Aquí estoy, mándame.»”
 

La Virgen es la mujer siempre nueva, siempre actual, siempre atrayente para el corazón noble. Ella no tiene ningún miedo de acercarse a Aquel que tanto la ama, y de llevarnos a nosotros con ella.

San Benito Abad

Benito nació en Nursia, Italia, hacia el año 480 en el seno de una familia de patricios. En su juventud cursó en Roma derecho, retórica y filosofía. En esa época dio otro rumbo a su existencia radicalmente opuesto al que llevaba: se había contaminado, en cierto modo, de la vida licenciosa de otros jóvenes coetáneos. Su hermana Escolástica le precedió en su consagración. Él comenzó retirándose a Enfide (Affile en la actualidad) para iniciar una experiencia eremítica signada por la oración, estudio, ascesis y penitencia, que ya no abandonaría. Tras veinte años de soledad, eligió el monte Subiaco para seguir retirado del mundo. Durante tres años habitó en una cueva bajo la guía de Romano, un ermitaño que moraba en otra oquedad cercana; éste le impondría el hábito monástico. La siguiente etapa le llevó a convivir con los monjes de Vicovaro, quienes le eligieron sustituto del prior fallecido. Al parecer, las exigencias de la regla impuesta por Benito no fueron de su agrado, y tomaron el áspero camino de la venganza. Se quisieron desembarazar de él mediante una pócima venenosa que echaron en su vaso, pero cuando estaba a punto de beberlo, éste se quebró en pedazos. 

Benito quedó consternado. Retornó a Subiaco con la idea de fundar nuevos monasterios y dio inicio al primero de ellos con el grupo de jóvenes que se congregó en torno a él. A éste le siguieron otros difuminados por la región. Al saberse objeto de envidia de monjes vecinos, abandonó el lugar para establecerse en Montecassino. Allí erigió otra abadía el año 529, y redactó hacia el 540 su conocida Regula monasteriorum (Regla de los monasterios), fruto de su acrisolada experiencia monástica, punto de referencia ineludible para la vida monacal que la ha tenido como norma durante más de 1500 años. Su unánime aceptación ha sido la artífice del título otorgado a Benito como «patriarca del monacato occidental». El hecho de estar fundamentada en las Sagradas Escrituras y en la tradición de la Iglesia ha contribuido a que mantenga su frescura inicial. En ella no se atisba la inducción a extremadas penitencias, sino la exhortación a una vida cimentada en los pilares de la consagración: humildad, obediencia y abnegación. Al tiempo, realza la hospitalidad característica del monacato y subraya el valor incalculable del estudio. El objetivo primordial: la santidad de vida guiada por el «ora et labora». El santo abad quería conducir a todos «a Dios por el trabajo de la obediencia, de la que habían salido por la pereza de la desobediencia». La vivencia de la caridad, y la pobreza, siempre con un espíritu de fraternal y gozoso servicio por amor a Dios, ejercido en silencio, irían moldeando el discurrir de todos.

Benito fue agraciado con dones diversos, entre otros, el de milagros y el de profecía; era un dechado de virtudes. En su regla se aprecian muchas de ellas a través del perfil que trazó sobre la figura del abad, subrayando el rigor que debe caracterizarle y la responsabilidad que encarna. En el primer capítulo de la misma hizo notar: «El abad debe acordarse siempre de lo que es, debe recordar el nombre que lleva, y saber que a quien más se le confía, más se le exige. Y sepa qué difícil y ardua es la tarea que toma: regir almas y servir los temperamentos de muchos, pues con unos debe emplear halagos, reprensiones con otros, y con otros consejos. Deberá conformarse y adaptarse a todos según su condición e inteligencia, de modo que no sólo no padezca detrimento la grey que le ha sido confiada, sino que él pueda alegrarse con el crecimiento del buen rebaño». Personalmente contribuyó sin descanso a ese incremento de vocaciones al que aludía. Desde Montecassino impulsó la creación de nuevos monasterios, auténticos bastiones de fe y cultura en los que se formaron incontables monjes dando lance en esos momentos a una época caracterizada por una profunda crisis espiritual. 

Su hermana santa Escolástica, que compartió con él similar vocación al monacato, moraba con su comunidad en las estribaciones de Montecassino. Acostumbrados a compartir sus altos ideales, ambos se veían semanalmente de forma puntual. Al final del día, Benito regresaba al monasterio con los monjes que le acompañaban. Pero en una ocasión, Escolástica le rogó que se quedase hasta el día siguiente. El cumplimiento de la petición no entraba en los planes de Benito, riguroso observante de su regla. Se propuso partir desoyendo el ruego de su hermana, cuando una súbita tempestad le obligó a permanecer junto a ella. Viéndose sorprendido por esta contingencia meteorológica, que apareció de improviso, reconvino a Escolástica haciéndole «culpable» de la misma. Ella, paciente y animosa, replicó con ternura que al ver rechazada su petición, elevó sus ruegos a Dios y Él la escuchó. Poco tiempo después, su alma volaba al cielo, y su hermano, en un éxtasis, contemplaba su ingreso en la gloria eterna. Benito no tardó mucho en seguirla. Vaticinó su muerte que se produjo el 21 de marzo de 547, pocos días después de la de su santa hermana. Fue canonizado por Honorio III en 1220. Pablo VI lo proclamó Patrón de Europa en 1964 con la carta apostólica «Pacis nuntius». 
 

Medalla de San Benito  La Cruz – Medalla de San Benito data de una época muy antigua y debe su origen a la gran devoción que el Santo profesaba al signo adorable de nuestra Redención y al uso frecuente que de él hacía y que recomendaba a sus discípulos para vencer las tentaciones, ahuyentar al demonio y obrar maravillas.   

En un principio y durante muchos años la devoción a esta Cruz – Medalla de San Benito fue meramente local y exclusiva de los monasterios Benedictinos.  

Explicación: la medalla de San Benito representa, de un lado, la imagen de la Cruz y en el otro, la del Santo Patriarca  El lado de la Cruz suele estar encabezado, o por el monograma del

Salvado: IHS, o por el lema de la orden benedictina: PAX.  

En los cuatros ángulos de la Cruz háyanse grabadas las siguientes iniciales:

C.S.P.B., que significa: Cruz Sancti Patris Benedicti, o sea: Cruz del Santo Padre Benito, las cuales son como un anuncio de la Medalla y no forma parte del exorcismo.   

En las líneas vertical y horizontal y alrededor de la Cruz se leen, en el siguiente orden, estas otras iniciales, cuyas palabras componen la oración ó exorcismo que tanto teme Satanás y que conviene repetir a menudo:    

C.S.S.M.L.  Cruz Sancta Sit Mihi Luz La Santa Cruz sea mi luz  
N.D.S.M.D.  Non Draco Sit Mihi Dux No sea el dragón mi guía  
V.R.S.  Vade Retro Satanás Retírate Satanás 
 N.S.M.V. Numquam Suadeas Mihi Vana No me aconsejes vanidades   
 S.M.Q.L.  Sunt Mala Quae Libas  Son cosas malas las que tú brindas  
I.V.B.  Ipse, Venena Bibas Bebe tú esos venenos

Oremos  

Oh glorioso Patriarca de los Monjes, San Benito!, amado del Señor, poderoso en milagros, padre bondadoso para con todos los que te invocan, yo te pido intercedas por mí ante el trono del señor.

En todo tiempo extiende tu protección sobre mí; líbrame de todos los males de cuerpo y alma; defiéndeme a mí y a todos los míos del poder de los enemigos infernales.
Ruega por mí a fin de que viviendo según la ley del Señor, merezca ser hallado digno de recibir la eterna recompensa. Por Jesucristo Nuestro Señor. 

V) Glorioso apareciste en la presencia del Señor.

R) Por eso el Señor te revistió de hermosura  ¡ San Benito! en tus manos pongo mi vida, líbrame del poder de los espíritus malignos  

Dios nuestro, que constituiste al abad San Benito como un insigne maestro para los que quieren entregarse a tu servicio, concédenos que, anteponiendo tu amor a todas las cosas, corramos con un amor generoso por el camino de tus mandamientos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

FIESTA DEL TRÁNSITO DE SAN BENITO - 21 DE MARZO DE 2014
Gn 12, 1-4; Flp 4, 4-9; Yo 17, 20-26

Hoy, hermanas y hermanos, con amor celebramos la pascua de San Benito; es decir, su paso de este mundo al Padre a través de la muerte. Es una fiesta que nos llena de alegría y de esperanza. Nos llena de alegría, esta fiesta, porque vemos como la existencia terrena de nuestro Padre en la vida monástica llega as su término llena de frutos de santidad y de irradiación del Evangelio. Y porque vemos, también, que el hombre de Dios Benito es acogido en el Reino de Cristo, después de haber participado de sus sufrimientos por la paciencia en la fidelidad de cada día (cf. RB Prólogo, 50). Además de infundirnos alegría, esta fiesta nos llena de esperanza porque sabemos que si seguimos con fidelidad perseverante el camino que ha seguido san Benito, también nosotros podremos gozar como él de la gloria de Jesucristo con María y todos los santos.

Esta alegría y esta esperanza nos llevan a hacernos muy nuestra la petición de que la liturgia hace en esta fiesta. Efectivamente, la oración que hemos hecho antes de escuchar la Palabra de Dios, recordaba el tránsito de San Benito y nos llevaba a pedir "que alcanzamos cimas de la caridad y de la gloria "(cf. oración colecta de la fiesta). Es decir, que llegamos a la plenitud del amor evangélico y a participar de la gloria de Cristo, tal como se ha convertido ya en San Benito.

La liturgia lo pide, y nosotros hemos respondido con un "amén" que expresaba Nuestra adhesión a la petición. De todos modos, para que la petición sea sincera y pueda ser escuchada por Dios, hay que deseamos de todo corazón alcanzar "los cimas de la caridad y de la gloria".

Podemos pensar, sin embargo, que esta petición es algo que nos queda muy lejos de nuestro día a día. Sin embargo, si miramos de penetrar un poco más el sentido de estas expresiones, nos daremos cuenta que pedimos de llegar a la plenitud del amor evangélico y de participar de la gloria de Cristo; que son dos aspectos fundamentales de la plenitud de la existencia humana; el corazón humano les desea a veces sin saber ponerles nombre. Fijémonos en ello, todavía, un poco más. La petición está vinculada al deseo de felicidad y de superación de la muerte que todos llevamos dentro. Quien no "desea ver días felices "y llegar a la vida verdadera y perpetua"? (RB Prólogo 15). En otras palabras, pues, podemos decir que, en la oración colecta de hoy, pedimos de llegar a ser plenamente queridos y de estimar con totalidad, además de superar las limitaciones de esta vida y la muerte misma. En esta fiesta, por lo tanto, pedimos que el deseo de nuestro corazón de ser plenamente felices y vivir siempre se haga realidad. Es fácil, pues, desearlo. Y, si lo deseamos, podemos pedir que Dios nos lo conceda. Hoy, precisamente, contemplamos como todo esto se ha convertido ya en san Benito, como llegó a estimar en plenitud, como ha sido glorificado y como ha encontrado en Dios la alegría y la vida plena, y esto despierta en nosotros el deseo de poder disfrutar.

Para disfrutar de él, tal como he dicho, debemos desear con la mayor intensidad posible; si no lo deseamos difícilmente haremos pasos para obtenerlo. Y, además de desearlo, debemos pedir, también, sinceramente en la oración, para avanzar por el camino del amor perfecto y disfrutar de la felicidad eterna es un don de Dios. Pero, también debemos trabajar con la ayuda de la gracia; si no lo trabajamos tampoco lo obtendremos. Debemos trabajar espiritualmente para llegar tanto como nos sea posible a la plenitud del amor evangélico y así poder participar de la gloria de Cristo. San Benito, en su Regla, nos enseña cómo debemos hacerlo, este trabajo que conduce a la plenitud.

Fundamentalmente, nos dice que hay que poner en práctica la Palabra de Dios y, por tanto, seguir el camino de la humildad, que es lo que lleva al amor perfecto y a ser imagen de Jesucristo. Cuando la humildad llegue al fondo del corazón, entonces, dice san Benito, "se llegará a aquella caridad de Dios que es perfecta y ahuyenta el temor "(RB 7; 67). Y dice aún en otro lugar que, si hacemos este trabajo constantemente, "el Señor nos recompensará con aquel premio que él mismo ha prometido "(RB 4, 75-76), que no es otro que "Compartir su Reino" (RB Prólogo 50). En el fondo se trata de crecer en la humildad y de poner en práctica la Palabra de Dios para complacerle por encima de nuestros quereres personales.

Esto incluye guardarse del mal, hacer el bien a los demás, amar la verdad, y buscar la paz (cf. RB Prólogo 17). Así podremos encontrar la felicidad, así podremos llegar a la plenitud de nuestra persona, porque habremos reproducido en nosotros la imagen del Cristo. Esto no es sólo una realidad que nos será dada en el futuro, sino algo que ya podemos empezar a experimentar ahora. La certeza de que Dios vela sobre nosotros y nos mira con amor a pesar de nuestro pecado y nuestras limitaciones, nos ayuda a vivir ya ahora con esperanza y con alegría, con espíritu de conversión para ser más fieles al querer del Padre, con voluntad de servir a los demás a causa de Jesucristo, el amor del que no queremos anteponer nada porque sabemos que él no ha antepuesto nada a su amor por nosotros (cf. RB 4, 7). Contemplando el que Jesucristo ha hecho a favor nuestro, hasta dar la vida en la cruz, comprendemos el alcance ilimitado de su amor por cada ser humano.

Según el testimonio que nos ha llegado, Benito murió-vivió su tránsito pues-derecho en el oratorio del monasterio, sostenido por los brazos de los hermanos dada su debilidad física y fortalecido con la recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Gregorio Magno, Diálogos II, 37, n. 2). También nosotros, al término de la oración eucarística, seremos invitados a recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor para que nos de fuerzas espiritualmente y nos ayude a trabajar por dentro para poder alcanzar "los cimas de la caridad y de la gloria ". Es un proceso que dura toda la vida; y, si se vive con sinceridad de corazón, a pesar de las dificultades que no faltan, el Espíritu Santo empapa el corazón de una alegría serena y de una paz estable.

QUE JESUCRISTO EL SEÑOR NOS CONCEDA EN COMUNIDAD DE MISIONERAS DE PAX VOBIS Y DE JESUS EL PODER SENTIR EL DESEO DEL SEÑOR QUE VIENE CADA DIA CON SU AMOR Y CON LA PRESENCIA DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA EN PAX ORANDO POR EL LOGRO DE PAX HD. QUE CADA SISTER MISIONERA Y CADA CORAZON SE LLENE DE LA PAZ, AMOR Y ESPERANZA.

 

Benito de Nursia, Santo

Abad, Patrón de Europa y Patriarca del monasticismo occidental, 11 de julio

Abad, Patrón de Europa 
y Patriarca del monasticismo occidental

Martirologio Romano: Fiesta de san Benito, abad, patrono principal de Europa, que, nacido en Nurcia, en la región de Umbria, pero educado en Roma, abrazó luego la vida eremítica en la región de Subiaco, donde pronto se vio rodeado de muchos discípulos. Pasado un tiempo, se trasladó a Casino, donde fundó el célebre monasterio y escribió una Regla, que se propagó de tal modo por todas partes que por ella ha merecido ser llamado «Patriarca de los monjes de Occidente». Murió, según la tradición, el veintiuno de marzo. ( 547) 

Patronazgo: Patrón de Occidente, de Europa, de los maestros y los escolares, de los caldereros, mineros, espeólogos, de los moribundos, contra la fiebre, las inflamaciones, envenenamientos, los cólicos y contra la hechicería. 

Iconograffía: Se lo presenta como abad, con hábito benedictino, con vaso (con serpiente), cuervo, el libro de la regla. 

Benito de Nursia, conocido como San Benito, nació en (Nursia, cerca de la ciudad italiana de Spoleto, 480 – Montecasino, 547), fundó la orden de los benedictinos y es considerado patrón de Europa y patriarca del monaquismo occidental. Benito escribió una Regla para sus monjes que fue llamada "La Santa Regla" y que ha sido inspiración para los reglamentos de muchas otras comunidades religiosas. 

Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad. 

Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando la retórica y la filosofía. 

Se retiró de la ciudad a Enfide (la actual Affile), para dedicarse al estudio y practicar una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho de esa relativa soledad, a los 20 años se fue al monte Subiaco bajo la guía de un ermitaño y viviendo en una cueva. 

Tres años después se fue con los monjes de Vicovaro. No duró allí mucho ya que lo eligieron prior pero después trataron de envenenarlo por la disciplina que les exigía. 

Con un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido y Mauro, fundo su primer monasterio en en la montaña de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar la fe en tiempos de crisis. 

Vida de oración disciplina y trabajo 

Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a predicar. Era famoso por su trato amable con todos. 

Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito. 

San Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo del 547, pocos días después de la muerte de su hermana, santa Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar su fiesta el 11 de julio. 

La medalla de San Benito

La medalla de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia con gran poder de exorcismo. Como todo sacramental, su poder está no en si misma sino en Cristo quien lo otorga a la Iglesia y por la fervorosa disposición de quién usa la medalla. 

Descripción de la medalla:


En el frente de la medalla aparece San Benito con la Cruz en una mano y el libro de las Reglas en la otra mano, con la oración: "A la hora de nuestra muerte seamos protegidos por su presencia". (Oración de la Buena Muerte). 

El reverso muestra la cruz de San Benito con las letras: 

C.S.P.B.: "Santa Cruz del Padre Benito" 
C.S.S.M.L. : "La santa Cruz sea mi luz" (crucero vertical de la cruz) 
N.D.S.M.D.: "y que el Dragón no sea mi guía." (crucero horizontal) 

En círculo, comenzando por arriba hacia la derecha: 
V.R.S. : "Abajo contigo Satanás" 
N.S.M.V. : "para de atraerme con tus mentiras" 
S.M.Q.L. : "Venenosa es tu carnada" 
I.V.B. : "Trágatela tu mismo". 
PAX : "Paz" 

ORACIÓN PARA PEDIR SU PROTECCIÓN

Santísimo confesor del Señor; 
Padre y jefe de los monjes, 
interceded por nuestra santidad, 
por nuestra salud del alma, cuerpo y mente. 

Destierra de nuestra vida, 
de nuestra casa, 
las asechanzas del maligno espíritu. 
Líbranos de funestas herejías, 
de malas lenguas y hechicerías. 

Pídele al Señor, 
remedie nuestras necesidades 
espirituales y corporales. 
Pídele también por el progreso de la santa Iglesia Católica; 
y porque mi alma no muera en pecado mortal, 
para que así confiado en Tu poderosa intercesión, 
pueda algún día en el cielo, 
cantar las eternas alabanzas. 
Amén. 

Jesús, María y José os amo, salvad vidas, naciones y almas. 

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