“El hombre que escucha la Palabra y la comprende produce fruto...”

Sembrar

Al terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Se nos pide que prestemos mucha atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?

Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo es importante prestar atención al sembrador y a su modo de sembrar.

Es lo primero que dice el relato: “Salió el sembrador a sembrar”. Lo hace con una confianza sorprendente.Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que la semilla pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos.

A la gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.

Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.

No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.

El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.

Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?

José Antonio Pagola.  Mateo 13,1-23

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO “A” (Is 55, 10-11; Sal 64; Rom 8, 18-23; Mt 13, 1-23)
LECTURAS

“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía” (Is 55,11). Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua. (Sal 64). “- Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino (…) Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno” (Mt 13, 23-27)

MEDITACIÓN
Jesús acostumbraba hablar en parábolas, en un lenguaje cercano a la cultura de los oyentes, que en su época era eminentemente rural. Los Evangelios nos mencionan viñedos, sembrados, rebaños… Sin duda, es un privilegio haber vivido en la realidad lo que refiere el lenguaje bíblico, porque se puede representar mucho mejor el significado del mensaje.

Sin embargo, la revelación, aunque se haya escrito hace siglos, mantiene su actualidad y quien se acerca con fe encuentra en ella la resonancia de su propia experiencia más existencial.

En la parábola del sembrador, Jesús describe magistralmente el proceso de la semilla y los riesgos que existen de que se pierda el trabajo de la sementera, porque la tierra no sea buena, esté sofocada por zarzas, o porque la simiente haya caído en pedregal o al borde del camino. Y no solo el Maestro nos deja el regalo de su conocimiento agrícola, sino que lo aplica a la vida, y este paso concierne a todas las edades y culturas.

El corazón es el campo en el que cabe que la semilla penetre y sea feraz la cosecha, madure el fruto y colme de alegría al ver el rendimiento del trabajo, Pero cabe que las pasiones, la falta de escucha y de atención, la frivolidad hagan estéril la Palabra de vida, y se desperdicie el trabajo del sembrador y la semilla.

Hay siempre una esperanza, la que afirma el profeta. La Palabra es eficaz, cumple su encargo, no vuelve vacía, alguien, siempre, será tierra abonada, profunda, trabajada y pondrá sobre la mesa el regalo de los frutos sazonados. Jesucristo fue Palabra, campo y fruto, labrador y Padre de familias que partió el pan candeal, como gesto entrañable.
¿Querrás pertenecer al campo de Dios, acoger su Palabra y dar buen fruto?

Decimoquinto domingo - Is 55, 10-11;Rm 8, 18-23;  Mt 13, 1-23

1 - A veces, se suele decir que las palabras se las lleva el viento, como queriendo significar que las palabras tienen poco valor, poca fuerza. Pero esto, al menos en muchos casos, no es verdad.

Hay palabras que se nos meten muy adentro y hacen nacer en nuestros corazones unos sentimientos que tienen una gran influencia en nuestra vida. Todos tenemos experiencia de que ciertas palabras que nos han dicho nos han hecho daño: nos han entristecido, nos han desanimado. Quizá, incluso, nos han hundido.

Y, al contrario, ha habido palabras que nos han hecho resucitar, que han hecho renacer la esperanza en nuestros corazones y nos han devuelto las ganas de seguir viviendo, luchando y amando. La palabra humana nunca es indiferente: tiene mucha fuerza, mucho poder.

2. Pero aún tiene mucho más la Palabra de Dios. Cada domingo nosotros tenemos el privilegio de escuchar esta Palabra. Una Palabra que tiene potencia para ayudarnos a vivir con más plenitud, sin dejarnos abatir ni por las dificultades y decepciones que vamos pasando, ni por los egoísmos esterilizantes que a menudo nos dominan.

¿Como acogemos esta Palabra?

El Señor, domingo tras domingo, sin cansarse nunca, va esparciendo generosamente en nuestros corazones. No es una palabra anónima, sino una palabra personal, que me dice a mí aquel Señor que me quiere ayudar porque sabe cómo soy y conoce la situación en que me encuentro.
La lástima es que, a veces, nosotros no la dejamos germinar: le impedimos que pueda crecer y entonces no da fruto. ¡Qué lástima!

3 - En el Evangelio que acabamos de escuchar, hemos visto que hay cuatro esparcidas de semilla, de las cuales tres resultan fracasadas por causas externas a la semilla.

En la primera, la semilla cae al lado del camino: es decir, ni siquiera entra en el campo. Esto ocurre cuando escuchamos la Palabra de Dios con el corazón distraído. Entonces suena a algo conocido y no tiene ningún eco en nuestro corazón, ninguna influencia en nuestra vida.

Nuestro corazón, en este caso, es como el asfalto de la carretera: es imposible que el grano arraigue. Imposible. Entonces la Palabra se despilfarra, se pierde. Qué lástima.

¿Con qué disposición escucho la Palabra de Dios durante la eucaristía?

4 - Otro caso es el del grano que cae en terreno rocoso: hay poca tierra y pronto se seca, porque no puede arraigar. Esto puede ocurrir si no hay profundidad en nuestra vida: si somos personas superficiales.

Por qué cosas me intereso? Tengo ideales, proyectos que valgan la pena, que den sentido y profundidad a mi vida?

Preguntémonos sinceramente si nuestra vida da fruto: si por donde paso las cosas mejoran, si crece la bondad, la verdad, la unión, la justicia, si dejo huellas que otros podrán seguir.

¿Puedo decir, supuesto como vivo, que vale la pena vivir, que mi vida es positiva para el mundo? ¿Qué rastro dejo detrás de mí?

5 - Otra parte de la semilla, dice el Evangelio, cayó en una tierra donde había cardos y estos la ahogaron.

Hay personas que sí se toman la vida en serio. Pero el punto más alto de su escala de valores no es el evangelio. Quieren ser fieles, pero siempre que no tengan que renunciar a ciertos intereses suyos, que consideran intocables.

Entonces, a pesar de su buena disposición inicial, las preocupaciones los agobian y la fidelidad al Evangelio pasa a segundo término. Tienen otras preocupaciones y la buena semilla queda ahogada: no llega a dar fruto.
¿Cuál es el valor fundamental de mi vida, aquel que considero irrenunciable y que pasa por encima de todo?. ¿Realmente es el evangelio?

6 - Finalmente, hay una parte de la semilla que cae en tierra buena y da fruto .. Ojalá que todos nosotros seamos de esta tierra buena. Es decir, hombres y mujeres, con nuestros defectos, sin duda, pero con buena voluntad: personas de corazón sencillo, generoso, dispuestas a acoger ya colaborar con la Palabra de Dios.
Una Palabra que el Señor cada domingo siembra generosamente, a manos llenas, sin cansarse nunca. Una Palabra que, si no lo ahogamos, tiene fuerza para irnos convirtiendo en hombres y mujeres nuevos capaces de vivir con la esperanza, haciendo el bien y amando. ¿Quiero ser de esos?

Jesús, sembrador, Dios la semilla

Presenté ayer el tema desde la perspectiva de los que miran, pero no quieren ver. Hoy quiero comentar el evangelio (Mt 13, 1-23) en su conjunto.Es quizá la parábola más significativa del evangelio:

 Jesús no se limita a ver y escuchar. Tampoco es un simple maestro/mayeuta que ayuda a descubrir lo que de bueno existe en cada uno. No es tampoco un pastor que cuida rebaños que ya existen.Jesús es sembrador: derrama/regala simiente de humanidad en la tierra de Dios que son los hombres.
‒ Dios, por su parte, es la semilla que Jesús ha venido a sembrar.Jesús no siempre puras palabras externas, ni virtudes morales, ni ideas o dinero. Jesús ha venido a sembrar a Dios en el surco de nuestra vida. Este es el misterio de la encarnación: Jesús ha venido a sembrar a Dios en nuestra vida.
Imagen... El árbol de Dios se reproduce en el espejo del agua...
-- La Palabra que es Dios se reproduce por Jesús en nuestra vida, si la acogemos, no como pura imagen, sino en realidad.
-- Somos Dios hecho palabra y vida humana. Buena semana a todos.

Introducción

Salió el sembrador a sembrar... (13, 3). El texto de Mateo está construido en forma de tríptico, lo mismo que el de Mc (4, 13-20): entre la parábola ya alegorizada (13, 3-9) y su explicación (13, 18-23) se ha incluido la teoría sobre la enseñanza en parábolas (13, 10-17).

Esta parábola forma el centro del mensaje que Mt ha tomado de Mc, definiendo, de algún modo, eso que pudiéramos llamar la esencia parabólica del cristianismo.

Entendida así, la parábola no es un simple modo de hablar, un tipo de recurso literario, sino la misma verdad del evangelio, entendido como apertura del hombre a la palabra, es decir, a la comunicación (a la escucha y despliegue de la semilla).

Es como si hasta ahora no se hubiera expandido en plenitud la Palabra/Semilla, como si estuviera escondida o reprimida entre nosotros. Ahora podemos escuchar la Palabra, acogerla y dejar que fructifique.

Para entender el texto debemos situarnos de algún modo en el principio, allí donde Gen 2-3 ofrecía al ser humano la posibilidad de comer de todos los frutos de la tierra. El mismo Dios había sembrado en el jardín todos los árboles; el hombre debía cultivarlos, comiendo de sus frutos, aunque sin hacerse dueño del conocimiento del bien y del mal, es decir, sin dominar a capricho o egoísmo en el jardín. Ahora se nos dice que la siembra de Dios por su Mesías es siembra de Palabra… Jesús nos pone ante el mismo Dios hecho semilla.

a. Mesías sembrador, la parábola de Jesús. Las cuatro tierras (13, 3-9).
Texto.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: "Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga."

El primer autor de esta parábola ha sido Jesús, que la ha presentado en un momento dado como expresión y sentido de todo su mensaje… dejando quizá en la penumbra la identidad del sembrador y la semilla En su forma actual (tal como aparece en el evangelio de Mateo) el sembrador es sin duda Jesús y la semilla es Dios. El Dios creador del Gen 1 se hace simiente de humanidad en el Evangelio.

Esta siembra de Dios que realiza Jesús
 (sembrando la palabra del Reino, es decir, de la vida de Dios) no puede entenderse en forma impositiva, sino como un ofrecimiento que está condicionada por una serie de factores, que aquí se identifican por los diversos tipos de tierras. Eso significa que este “Dios sembrado” puede recibir el rechazo de los hombres.

Eso significa que la obra mesiánica ha de entenderse en forma dramática y dialogal, donde influyen una serie de circunstancias. El ser humano vive y actúa dentro de un mundo muy condicionado. En ese mundo ha sembrado Jesús la “siembra” de Dios, arriesgándose a dejar al mismo Dios sin fruto:

1. Pájaros y camino (13, 4). Jesús extiende la semilla de Dios… Pero él sabe (en forma de parábola) que los pájaros están ahí, formando una amenaza para la siembra, una amenaza para Dios. Sobrevuelan sobre el campo; pero sólo son peligrosos allí donde la tierra es dura y no absorbe la semilla, es decir, allí donde es como un camino pisado y repisado..

2. Pedregal y sol (13, 5-6). El sol es necesario para que fructifique la semilla, como sabe toda la cultura agraria. Pero allí donde la tierra carece de profundidad y no acoge en hondura las raíces de la planta, por ser pedregosa, en vez de tener profundidad y ofrecer un “humus” (lugar de alimentación y crecimiento para la semilla), viene el sol se convierte en fuego que calcina y quema la planta recién nacida. Dios mismo es semilla, pero si carecemos de profundidad él no puede germinar en nosotros, es como un Dios fracasado..

3. Campo de espinas (13,7). Además de los pájaros del aire y del sol ardiente, la siembra ha de crecer en un lugar de “competencia biológica” (en un contexto de enfrentamientos vitales) donde actúan también otras plantas, que (en sentido externo) pueden ser más poderosas que la misma buena semilla del sembrador: frente a la planta buena de Dios hay otras plantas, que parecen más poderosas y pueden ahogarla. Por eso nos pide Jesús que colaboremos con el Dios simiente.

4. Semilla buena en tierra buena (13, 8). Aquí se expresa el milagro de la siembra: buena semilla en buena tierra; a pesar de todos los enemigos que pueden actuar y actúan, desde fuera y desde dentro, el sembrador se arriesga, de tal manera que su obra tiene éxito.
Dios lo hace todo, pero lo hace a través de lo que hagamos nosotros. Normalmente pensamos que el mesías puede y debe actuar desde fuera (desde arriba, a modo de rompe y rasga), rompiendo los esquemas y condiciones anteriores de la realidad y de la historia, como si la redención debiera ir en contra de la creación. Pues bien, aquí advertimos que la redención mesiánica (la siembra de Dios) se introduce en las claves de la misma creación, debiendo actuar desde dentro de ella.

b. Intermedio ¿Por qué les hablas en parábolas? (13, 10-17).
Texto:

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les contestó:

a. "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.

b. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.

A’ ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Jesús actúa y siembra en medio de las condiciones adversas o quizá mejor conflictivas, en un mundo donde muchos no quieren “entender” el sentido de la realidad, la siembra de Dios en nuestra. Éste es el misterio: Jesús se arriesga a sembrar en toda tierra (camino, pedregal, zarzal…).

Éste es el mesías de Dios, ésta su semilla: Jesús se arriesga a sembrar en toda tierra, ofreciendo la salvación de Dios a todos los humanos, conforme a la palabra la evocada del Bautista, en contra de Juan que quería que los hombres y mujeres se arrepintieran primero de forma que luz (¡una vez ya bien arrepentidos!) podría venir Dios a Ratificar su obra.

Pero el Dios de Jesús es distinto, él siembra en toda tierra, incluso de caminos, zarzales, pedregales… Desde este fondo se distinguen los hombres precisamente en dos grupos: los que entienden y los que no entienden.
Jesús supone que todos en el fondo pueden recibir y entender, en contra de cierta visión anticristiana que dice que algunos están rechazados de antemano. En contra de eso, Jesús siembra en toda tierra, para que todos puedan recibir la palabra, incluso aquellos que están a monte, sin protección sin entono amigo.

1. Los discípulos de Jesús entienden (a y a=: 13,11b y 13, 16-17). Jesús habla a los creyentes mesiánicos a quienes el mismo Dios ha revelado los misterios del reino (13, 11a); por eso, ellos pueden ver y escuchar lo que quisieron y no pudieron ver y escuchar los profetas y justos de los tiempos antiguos (b: 13, 16-17), es decir, la realidad mesiánica. El mesías de Dios se identifica con la verdad de las parábolas…Cristianos son los que entienden y acogen la siembra/parábola de Dios en su vida.

2. Por el contrario, “los que miran sin ver…”. La ignorancia mesiánica (b: 13c-15). Son aquellos que, conforme a la palabra de Isaías 6, 9-10 viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden... Esta ignorancia y rechazo es un misterio (como indique en el blog de ayer)… Pero, al mismo tiempo, esta ignorancia y rechazo proviene del deseo de “manejar” a Dios, de lo dejar que actúe su semilla sino sólo la nuestra.

Dios se hace palabra en nuestra vida… y así podemos rechazarle. Si Dios fuera una “cosa”, algo exterior, no podríamos rechazarle… Pero él se ha hecho palabra en nuestra vida, de manera que, si no queremos dejarnos transformar gratuitamente por su misma palabra, no podemos entenderla.

a'). Mesías hermeneuta. Los enemigos de la siembra (13, 18-23).
Texto.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno."

Mateo nos ofrece aquí una primera interpretación de la parábola, siguiendo el esquema de Mc que ha tomado como punto de referencia. Esta interpretación ofrece, sin duda, un elemento de la catequesis eclesial, es decir, de una explicación cristiana de la parábola de Jesús, que presentamos aquí en forma cristológica, siguiendo los cuatro momentos antes indicados que he distinguido ya en la misma parábola.

1. La tierra, un camino plano (13, 19). La imagen anterior del puro camino donde actúa a su placer el Diablo aparece ahora como un encefalograma plano, un cerebro sin hondura un corazón sin relieve, sin capacidad alguna de acoger la palabra. Éste es el hombre que no acoge, no entiende… Deja de ser aquello que es “oyente” de la Palabra, y se convierte en suelo plano donde el “maligno” (el pájaro malo) devora la palabra. Ése es el hombre que no acoge, que no escucha… que no quiere que Dios entre en su vida y fructifique, el hombre vacío, sin intimidad, sin abrir el oído a la palabra interior que puede transformarle.

2. Tribulación, un hombre sin hondura (13, 20-21). Estos son los hombres que acogen quizá con alegría, pero con alegría superficial, sin tierra profunda… Son los hombres que son incapaces de resistir la “tentación” de la palabra, su profundidad. En este contexto podemos seguir hablando de los pájaros devoradores de semilla se identifican ahora con el Perverso, que en terminología de Mt es el mismo Diablo (cf. 5, 37.39). Este es un Diablo enemigo de la semilla del reino, que aquí se identifica ya con Palabra. El Mesías de Dios siembra Palabra, que el hombre puede entender (acoger), de manera que ella fructifique; el Diablo, en cambio, aparece devorador de la verdad como pájaro adverso que quiere tener a los humanos sometidos a la oscuridad, sin acceso a la luz que alumbra y libera. Este es, sin duda, un Diablo interno, vinculado a la propia negativa del hombre, que prefiere rechazar la Palabra de la comprensión, quedando a merced de su propia superficialidad, en medio de un mundo conflictivo donde no puede ni quiere oponerse a los males que le amenazan.

3. Cuidado de la vida, el hombre vendido al dinero (13, 22). Las espinas de la parábola aparecen ahora como expresión de los cuidados de la vida y el ansia de dinero, que perturba al humano, haciéndole esclavo de las preocupaciones de su entorno social, incapaz de dialogar en humanidad, a partir de la Palabra: así queda el humano, a merced de su propia conflictividad social y monetaria. Aquí aparece el “diablo monetario”: Frente a la siembra de Dios emerge el dinero, el deseo inmediato de poseer cosas (bienes, dinero), pensando que sólo ellas me salvan.

4. El mesías de la buena tierra (13,23). El Mesías de Dios, sembrador de la Palabra, no puede actuar, sino donde los humanos le reciben, es decir, allí donde encuentra una tierra preparada. Es mesías de diálogo, no de la imposición o dictadura externa.
La parábola (13, 3-9) ha venido a convertirse así en una alegoría mesiánica de la palabra. El evangelio nos sitúa en el lugar del paraíso, allí donde Dios mismo ofreció a los humanos todos los frutos de los árboles, para comer de ellos y saciarse, menos el fruto del conocimiento del bien y del mal (cf. Gen 2-3). Pues bien, aquel paraíso de árboles frutales se ha venido a convertir en un sembrado, donde colaboran el Mesías (sembrador) y los humanos que están simbolizados por las diversas situaciones de la tierra.

Quizá el aspecto más significativo de la explicación de la parábola sea la identificación del Diablo (del Perverso) como enemigo de la Palabra. Este no es un Diablo-Dragón, que actúa en formas míticas, amenazando por fuera al humano, sino un Diablo Antipalabra, al que podemos identificar con la misma perversión de la humanidad, que no acepta el don de la Palabra, que se encierra en sí misma.

Avanzando en esa línea, tenemos que destacar la debilidad de la Palabra, expuesta a la persecución y al rechazo (en tema que ha destacado Jn 1, 1-18). Por eso habla Mt 13, 21 de la tribulación y persecución que brota de la misma Palabra, vinculada al Mesías de Dios, amenazada por el diablo. Así podemos presentar la gran paradoja mesiánica:

1. Valor y riesgo de la Palabra. Toda la explicación de la parábola se centra en el valor de la Palabra, que dialoga en humildad, introduciéndose en la tierra. Quien acepta la lógica de la palabra tiene que ahondar en el camino, profundizar en el terreno (más allá del puro pedregal), superar el riesgo de las espinas, en gesto de diálogo abierto al don del Cristo.

2. Persecución por la Palabra. El riesgo mayor de la Palabra es su propia indefensión: ella no se puede imponer por la fuerza, sino que deja al humano en manos del despliegue de su propia vida, pero a merced de las tribulaciones y persecuciones que vienen de fuera, a merced de sus propias preocupaciones interiores. La Palabra no persigue: ilumina y profundiza, ofrece plenitud a los humanos. Por el contrario, el diablo, enemigo de la Palabra, eleva contra aquellos que la acogen y cultivan el riesgo de la persecución, su propia dictadura interior.

3. El ansia del dinero… Este es último de los males, el deseo de asegurar la vida en la posesión de bienes, pensando que sólo el “capital” puede salvarnos. Frente a eso, la parábola sabe que el hombre está hecho para Dios, de manera que sólo la siembre de su palabra puede saciarle.

Conclusión:
Jesús ha venido a sembrar en nosotros la palabra de Dios, es decir, a sembrar a Dios en nuestra vida… Y nosotros, en general, preferimos vivir sin esa siembra, en la línea de una tierra plana, sin asumir el riesgo y el gozo de la vida, esclavos del dinero.

Evangelio según San Mateo 13,1-23. 

Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!". Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?". El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. 

Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure. 

Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. 

Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno". 

Papa Francisco. Exhortación apostólica “EvangeliiGaudium / La alegría del Evangelio” §174-175 (trad. © copyright LibreriaEditrice Vaticana).

“El hombre que escucha la Palabra y la comprende produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”

Toda la evangelización está fundada sobre la Palabra de Dios, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial» [Benedicto XVI]. La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana. Ya hemos superado aquella vieja contraposición entre Palabra y Sacramento.

La Palabra proclamada, viva y eficaz, prepara la recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima eficacia.El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha mostrado» [Benedicto XVI]. Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada.

SOLEMNIDAD DE SAN BENITO. Col 3, 12-17
11 DE JULIO DE 2014

Todo lo que haga, sea de palabra o de obra, hacedlo en nombre de Jesús, decía el Apóstol en la segunda lectura. Y esta fue, la norma de vida de San Benito. Todo hecho en nombre de Jesucristo. Vivir y actuar en nombre del Señor, quiere decir, como mínimo dos cosas. Por un lado, hacerlo todo de acuerdo con su Palabra tal como la encontramos en el Evangelio (RB Prólogo, 21). Y, por otro, hacerlo invocando su fuerza salvadora que nos ayude a llevar a cabo (RB Prólogo, 4). Porque el nombre de Jesús en la tradición bíblica significa toda su persona divina, con su poder y su misericordia entrañable.

Hacerlo todo en nombre de Jesús fue, como decía, la norma de vida de san Benito; que en su juventud dejó la familia, la herencia que le hubiera tocado, los estudios, y todos sus grandes  y deslumbrantes proyectos de futuro, para dedicarse al "placer únicamente de Dios"(Gregorio, el Grande, Diálogos, II, 1, 1). Buscaba una vida de recogimiento que le facilitara entrar dentro de sí mismo y trabajar con constancia su interior para unificarlo y pacificar y así adentrarse por los caminos de la oración, de la vida evangélica y del servicio a los demás. Como San Pablo, ardía porque su vivir fuera el Cristo (cf. Flp 1, 21; Gregorio Magno, o. c., 3, 11). No le fue fácil; en su proceso experimentó desánimo, la tentación, el ataque de falsos hermanos; pero en todas estas cosas venció gracias al nombre de Jesús y a saberse amado por él (cf. RB 7, 39). Todo este combate espiritual le preparó para ser "maestro de virtudes" (cf. Gregorio Magno, oc, 2, 3) y le dio una gran irradiación a favor de los que se habían hecho discípulos suyos para ser iniciados en la vida monástica, de la gente que la iba a encontrar y de todos los que después de su traspaso encontramos en la Regla que él escribió un camino espiritual que nos lleva a vivir
y actuar en nombre de Jesús, el Cristo.

Efectivamente, toda la Regla está centrada en Jesucristo, desde el comienzo cuando invita a hacerse militante del "Señor, Cristo" (RB Prólogo, 3), hasta el final cuando expresa deseo de que todos los que han emprendido esta militancia puedan llevarla a cabo "con la ayuda de Cristo "(RB 73, 8) el que así Cristo los llevará" a la vida eterna "(RB 72, 12). por esto, San Benito repite tres veces a lo largo de la Regla, aunque con formulaciones diversas, un pensamiento central de su espiritualidad: "no anteponer nada al amor de Cristo "porque nada es tan digno de ser amado como él (cf. RB 4, 21, 5, 2; 72, 11).

La Regla benedictina no tiene por finalidad regular el cumplimiento externo de unas prácticas.

Sino enseñar a dejar entrar a Cristo en la propia vida y amarlo por encima de todo (cf. RB 5, 2). Y desde este amor, ni que pueda ser muy escaso dada la debilidad humana, dejar que él nos vaya identificando con su persona. Las prácticas que indica son para unificar la opción fundamental por Jesucristo con los actos de la propia vida.

Por eso, San Benito ve el monasterio como un taller espiritual donde cada monje, acompañado por una maestría espiritual, se trabaja para reproducir en él la imagen de Jesucristo (cf. RB 4, 78). Y, en tanto que la maestría benedictina se extiende más allá de el ámbito estrictamente monástico y, a través, de la Regla, modela la vida de muchos otros cristianos, podemos decir que el taller para reproducir imágenes vivas de Cristo se encuentra en todas las circunstancias de la vida de los creyentes. Todo  en la vida nos puede ser ocasión de trabajarnos para reproducir cada vez más fielmente el modelo que tenemos en Jesucristo.

Que el hacerlo todo en nombre de Jesús no es simplemente un cumplimiento externo, queda bien ilustrado un episodio de la vida de San Benito. Cuando supo que un ermitaño de nombre Martín, se había atado una cadena de hierro con tal de vencer la tentación de ir más lejos de donde le llegaba la cadena, San Benito le hizo decir por uno de sus discípulos: “Si eres servidor de Dios, no estés retenido por una cadena de hierro, sino por la cadena de Cristo” (San Gregorio, el Grande, Diálogos, III, 16, 9). Era tanto como decirle que la fidelidad a la vida que había emprendido había de ser fruto de una convicción interna. Si el amor a Cristo no lo movía a obrar en la solicitud, no tenía sentido que se atara una cadena, poniéndose a un nivel infrahumano. Porque, hacerlo todo en nombre de Jesús supone actuar siempre en libertad y sentirse atado por un vínculo de amor.

El ermitaño le hizo caso y se sacó la cadena, pero nunca más –dice el relato- se alejó del radio de acción que le era permitido cuando iba con el pie encadenado. La adhesión a Cristo libera interiormente y lo hizo fiel a su vocación, abriéndole nuevos horizontes y un itinerario espiritual sin límites. San Benito quiere que sus discípulos actúen con libertad y con convicción interior y por coacción. Por eso ya desde el inicio del itinerario monástico, quiere que se le diga al candidato en referencia al mensaje espiritual de la Regla que lo tiene que guiar: “Esta es la ley bajo la cual quieres militar: si puedes observarla, entra; y si no puedes vete libremente (RB 58, 10).

Es que hacerlo todo en nombre de Jesús, tanto de palabra como de obra, ha de ser una opción libre, porque es la manera de corresponder por amor a todo lo que Jesucristo ha hecho a favor nuestro, también por amor. Hacerlo todo en nombre de Jesús no sólo nos anula la libertad personal, sino que la hace crecer ceda día más y lleva a la vida eterna. A aquella vida eterna que Jesús en el evangelio que hemos escuchado en la Misa, prometía a todos los que le han seguido. I de la cual ya disfruta San Benito.

Hacerlo todo en nombre de Jesús es camino de libertad y de santidad. Lo sabemos bien los sacerdotes que hace unos años fuimos ordenados. Muchos de ellos ya traspasados y que se recuerdan delante el altar del Señor y los demás que el amor los llamó al ministerio sacerdotal para ayudar a los demás a vivir la vida en Cristo. Nos unimos a su alabanza y a su acción de gracias.

Ayer celebrábamos el cincuenta aniversario de la primera concelebración eucarística que la santa sede escogió a Montserrat para estudiar la manera concreta de restablecer aquella práctica de los primeros tiempos de la Iglesia, que el oriente cristiano había mantenido pero que la tradición litúrgica latina había perdido. Es cincuenta aniversario nos mueve a dar gracias porque de esta manera manifiesta la unidad del ministerio ordenado, del sacrificio eucarístico y de todo el pueblo de Dios y dar gracias por tantos frutos espirituales como ha producido.

Hacerlo todo en nombre de Jesús encuentra su cima en la celebración Eucarística, cuando bajo la acción del Espíritu, agrademos a Dios, el Padre, la acción de gracias de la Iglesia. Que esta liturgia nos sea fuente de bendición para vivir en Cristo todas las cosas de cada día, con agradecimiento, con alegría, y la alabanza en el fondo del corazón. I que la sepamos traducir en servicio generoso a los demás como intenta dar y ser el testimonio desde PAX TELEVISION EN HD para bien de muchos corazones que en Comunidad de PAX VOBIS y de Jesús es todo un testimonio de amor.


Juana Enriqueta Josefina de los Sagrados Corazones Fernández Solar, venerada por la Iglesia católica como santa Teresa de Los Andes (Santiago, 13 de julio de 1900 - Los Andes, 12 de abril de 1920), fue una religiosa católica chilena, perteneciente a las carmelitas descalzas.Fue beatificada por Juan Pablo II el 3 de abril de 1987 durante su única visita a Chile y canonizada por el mismo pontífice en la basílica de San Pedro (Ciudad del Vaticano) el 21 de marzo de 1993, convirtiéndose en la primera persona nacida en Chile, la primera carmelita descalza americana y la cuarta Teresa del Carmelo —tras las santas de Ávila, de Florencia yde Lisieux— en ser elevada a los altares.

Nació en el seno de una familia acomodada, hija de Miguel Fernández Jaraquemada y de Lucía Solar Armstrong.1 Fue bautizada en la parroquia Santa Ana de la ciudad de Santiago, con los nombres de Juana Enriqueta Josefina de los Sagrados Corazones Fernández Solar,1 pero todos en su familia —formada por sus padres, sus tres hermanos, Miguel, Luis e Ignacio y dos hermanas, Lucía y Rebeca (posteriormente también carmelita descalza), su abuelo materno, Eulogio Solar; tíos, tías y primos— la llamaban Juanita.

Realizó sus estudios en el Colegio del Sagrado Corazón de Santiago. Entre sus estudios, la vida familiar y su apostolado de caridad con los más pobres, se desarrolló su intenso amor por Jesucristo. A los 14 años, decidió consagrarse a Dios como religiosa carmelita descalza. Ingresó al "Monasterio del Espíritu Santo de las Carmelitas Descalzas de Los Andes", en ladiócesis de San Felipe de Aconcagua (V Región de Valparaíso), el 7 de mayo de 1919. El 14 de octubre hizo su primera profesión, tomó el hábito y recibió el nombre de Teresa de Jesús.

Llevaba once meses en el convento cuando murió de tifus y difteria a las 19:15 horas del 12 de abril de 1920, a los 19 años. Antes de fallecer, profesó como religiosa carmelita in articulo mortis. Fue inicialmente sepultada en el cementerio del convento y en 1940 fue trasladada al coro bajo, junto a la nueva gran capilla.Fue beatificada por el sumo pontífice, San Juan Pablo II, en una celebración eucarística en el parque O'Higgins de Santiago el 3 de abril de 1987, durante su visita pastoral a Chile. Posteriormente, el 18 de octubre de ese mismo año, las carmelitas descalzas fueron trasladadas (y con ellas los restos de Teresa de Jesús) hasta el nuevo convento y santuario, ubicados en el sector de Auco, comuna de Rinconada. La cripta del santuario fue inaugurada el 11 de diciembre de 1988 por el obispo diocesano, Mons. Manuel Camilo Vial Risopatrón; en ella fueron sepultados los restos de la entonces beata Teresa. El templo mayor del santuario fue consagrado al día siguiente, en una misa solemne celebrada por el nuncioapostólico, Mons. Giulio Einaudi, y concelebrada por el episcopado chileno.

El 21 de marzo de 1993, fue canonizada en la basílica de San Pedro del Vaticano por el mismo pontífice durante una misa solemne, a la que asistieron una delegación oficial del Estado chileno —encabezada por el presidente del Senado, Gabriel Valdés Subercaseaux, y la primera dama de Chile, Leonor Oyarzún de Aylwin— y alrededor de 5000 chilenos.En el calendario de la Iglesia católica, su memoria se recuerda el 13 de julio, aniversario de su nacimiento.El convento antiguo de Los Andes fue declarado monumento nacional y aún se conserva. En él se pueden visitar la capilla, la gruta y el museo, donde se ilustra la vida de santa Teresa de Los Andes. Por su parte, el santuario de Auco constituye uno de los mayores lugares de peregrinación del país durante todo el año, siendo su evento más importante la peregrinación juvenil De Chacabuco al Carmelo, llevada a cabo el tercer sábado de octubre de cada año, a la que acuden jóvenes de todos los rincones de Chile, e incluso del extranjero, quienes caminan 27 kilómetros en oración, cantos y alegría, desde la hacienda Chacabuco, lugar de veraneo de santa Teresa en su época seglar, hasta su santuario, donde se celebra la Santa Misa presidida por el arzobispo de Santiago y concelebrada por el obispo de la diócesis de San Felipe y numerosos sacerdotes.

LA EFICACIA DE LA PALABRA

Isaías 55, 10-11; Sal 64, 10. 11. 12-13. 14; Romanos 8, 18-23; Mateo 13, 1-23

La parábola del Evangelio de hoy, lo mismo que la primera lectura, habla de la eficacia de la Palabra de Dios. Santo Tomás decía que la Biblia es santa porque habla de cosas santas, está inspirada por el Espíritu Santo, y, además, porque tiene el poder de santificar.

Kiko Argüello, iniciador del Camino neo catecumenal que cuenta hoy con cientos de miles de seguidores en todo el mundo, observó en un barrio de chavolas que cuando leía la Biblia a los que estaban allí, su vida empezaba a cambiar. De ahí que se diga que “la Palabra de Dios es viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos“. Dios habla no para informar al hombre de cosas que sería bueno que supiera, sino para transformar su corazón. Por eso dice Isaías: “Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo“. 

Sucede, sin embargo, que la Palabra de Dios no actúa coactivamente sobre el hombre, sino que debe ser acogida. Eso es lo que ilustra la parábola del sembrador. Dios no deja de lanzar la semilla y de procurar hacerse accesible a los hombres. Nada desea más que ser conocido y amado. Pero, como nos dice Jesús, hay cuatro disposiciones distintas posibles: los que escuchan y no entienden (ni se preocupan por entender, cosa que sí hacen los apóstoles y por eso preguntan); los que captan sólo superficialmente y enseguida se enfrían; los que por su vida desordenada se incapacitan para entender (la depravación de costumbres embota el entendimiento e insensibiliza para las mociones divinas); y, finalmente, los que la reciben y la dejan crecer. 

Este evangelio muestra también cómo los Apóstoles, que escuchan la parábola, no se conforman con su interpretación personal: lo que según su capacidad pueden entender o imaginar. Prefieren preguntar a Jesús. Porque la Palabra de Dios ha de ser saboreada en la oración. Parte de ese trabajo lo hacen los que predican o puede suplirse con los libros de meditación, pero nada excusa la oración. Es allí donde muchos fragmentos del evangelio se iluminan para nosotros. Por eso cuando le preguntan por qué habla en parábolas, Jesús responde: “Porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender“. 

La Palabra de Dios no puede tomarse como un libro que, estudiado científicamente, nos lo enseñará todo. Tiene que ser explicada por el mismo Dios. De ahí, por ejemplo, la función del magisterio de la Iglesia, que interpreta la Sagrada Escritura asistida por el Espíritu Santo. Y es también por eso que los mejores comentarios a los evangelios son los que han hecho los santos. Decía al respecto san Agustín: “Las escrituras se entienden a partir de la vida de los santos“. ¿Por qué? Porque son hombres y mujeres de oración que escuchan la Palabra como lo que es, Palabra de Dios, y por eso le hacen caso, la guardan, la meditan y la aplican en su vida. Deberíamos caer en la cuenta de que cuando en Misa, después de la proclamación de cada lectura, se nos anuncia que es Palabra de Dios, no se está repitiendo una fórmula, sino que se nos está comunicando que ahí, en ese momento y a nosotros y no a otros, Dios nos está hablando. Y la oración siempre es respuesta a Dios, que nos ha hablado primero. La homilía, aconsejable siempre y obligatoria en los días de precepto, intenta ayudar a ello.



El emotivo abrazo de Abbas y Peres

"Nunca más la guerra. Con la guerra todo se destruye"
El Papa exhorta al "fin de las hostilidades" entre Israel y Palestina
Francisco insta a "no resignarnos a que la violencia y el odio venzan al diálogo y la reconciliación"

¿Qué semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien, pero también mucho mal, pueden curar y herir, pueden dar valor y deprimir

(Jesús Bastante).- Francisco, con gesto serio,pidió silencio a la abarrotada plaza de San Pedro. Tras recordar la parábola del sembrador y preguntar a los fieles qué tipo de semilla queremos ser, el Papa quiso lanzar un nuevo mensaje de paz ante la escalada de violencia en Israel y Palestina, instando a las autoridades de todo el mundo "para que cesen las hostilidades".

"Dirijo a todos vosotros un vivo llamamiento para continuar rezando con insistencia por la paz en Tierra Santa, a la vista de los trágicos acontecimientos de los últimos días, subrayó el Pontífice, quien recordó elencuentro de oración que el pasado 8 de junio le unió al patriarca Bartolomé y los presidentes Abbas y Peres, en el Vaticano, para "invocar el don de la paz y escuchar la llamada a romper la espiral del odio y de la violencia".

"Alguno podría pensar que tal encuentro haya sido en vano. En cambio no: la oración nos ayuda a no dejarnos vencer por el mal, ni a resignarnos a que la violencia y el odio tomen la delantera en el diálogo y la reconciliación", señaló el Papa, quien exhortó "a las partes en conflicto y a todos los que tengan responsabilidades políticas a nivel local e internacional para que no ahorren esfuerzos para que cesen las hostilidades y conseguir la paz deseada por el bien de todos".

"Invito a todos vosotros a uniros a la oración, en silencio, recemos", y se hizo un minuto de silencio en la plaza, al término de la cual Francisco leyó la siguiente oración:

Ahora Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz. Enséñanos tú la Paz. Guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos el valor de decir: Nunca más la guerra. Con la guerra todo se destruye.Infunde en nosotros el valor de cumplir gestos concretos para construir la paz. Haznos disponibles para escuchar el grito de los ciudadanos que nos piden que transformemos nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros miedos en confianza, y nuestras tensiones en perdón. Amén

Con anterioridad, Francisco reflexionó sobre la parábola del sembrador, en la que "elverdadero protagonista es la semilla, que produce más o menos fruto dependiendo en el terreno que cae". Bergoglio los recordó: el camino, donde se la comen los pájaros; las piedras, donde se seca enseguida; junto a las zarzas, consumidas por las espinas; o en terreno bueno.

"La semilla caída sobre el camino indica a cuantos escuchan el anuncio del reino de Dios pero que no lo acogen. Así llega el Maligno y se lo lleva. El Maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio brote en el corazón de los hombres. La segunda comparación es la semilla que cae sobre piedras: las personas que escuchan y acogen el mensaje de Dios, pero superficialmente, porque no tienen raíces y son inconstantes. Y cuando llegan las tribulaciones estas personas se abaten enseguida. El tercer caso es el de la semilla caída entre las zarzas. Jesús se refiere a quienes escuchan la Palabra, pero a causa de las cosas mundanas permanece sofocada. Finalmente, la semilla caída en terreno fértil representa a cuantos acogen la palabra, la custodia y la comprenden. Es esa la que da fruto".

Una parábola que "hoy nos habla a cada uno de nosotros, como hablaba a los que escuchaban a Jesús hace dos mil años", indicó el Papa. "Nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su palabra y de su amor. ¿Con qué disposición lo acogemos? ¿Cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se asemeja?¿A un camino, a una cantera de rocas, a una zarza...?".

"Depende de nosotros -concluyó el Papa- convertirnos en terreno bueno, sin espinas ni piedras, sino roturado y cultivado con cuidado, para que que pueda dar buenos frutos. Y nos hará bien no olvidarnos que también nosotros somos sembradores. Dios siembra semillas buenas, y también aquí podemos preguntarnos: ¿Qué semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien, pero también mucho mal, pueden curar y herir, pueden dar valor y deprimir".

Llamado del Santo Padre:

Dirijo a todos ustedes un firme llamado a continuar rezando con insistencia por la paz en Tierra Santa, a la luz de los trágicos eventos de los últimos días. Tengo vivo todavía en la memoria el recuerdo del encuentro del 8 de junio pasado con el Patriarca Bartolomé, el Presidente Peres y el Presidente Abbas, junto a los cuales hemos invocado el don de la paz y escuchado la llamada a romper la espiral del odio y de la violencia. Alguien podría pensar que tal encuentro ha tenido lugar en vano. En cambio no, porque la oración nos ayuda a no dejarnos vencer por el mal ni a resignarnos a que la violencia y el odio predominen sobre el diálogo y la reconciliación.

Exhorto a las partes interesadas y a todos los que tienen responsabilidad política a nivel local e internacional a no escatimar la oración y cualquier tipo de esfuerzo para hacer cesar toda hostilidad y conseguir la paz deseada para el bien de todos. E invito a todos a unirse en la oración. Ahora, Señor: ¡ayúdanos Tú! ¡Dónanos Tú la paz, enséñanos Tú la paz, guíanos Tú hacia la paz! Abre nuestros ojos y nuestros corazones y dónanos el coraje de decir: "¡nunca más la guerra!"; "¡con la guerra todo está destruido!". Infunde en nosotros el coraje de cumplir gestos concretos para construir la paz. Haznos disponibles para escuchar el grito de nuestros ciudadanos que nos piden que transformemos nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros miedos en confianza y nuestras tensiones en perdón.

Siembra, Señor, la semilla de tu Palabra en el campo de mi corazón

XV Domingo

(Is 55, 10-11; Sal 64; Rom 8, 18-23; Mt 13, 1-23)

Lecturas

"Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía" (Is 55,11)

Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua. (Sal 64)

"-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino (...) Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno" (Mt 13, 23-27)

Meditación

Jesús acostumbraba hablar en parábolas, en un lenguaje cercano a la cultura de los oyentes, que en su época era eminentemente rural. Los Evangelios nos mencionan viñedos, sembrados, rebaños... Sin duda, es un privilegio haber vivido en la realidad lo que refiere el lenguaje bíblico, porque se puede representar mucho mejor el significado del mensaje.

Sin embargo, la revelación, aunque se haya escrito hace siglos, mantiene su actualidad y quien se acerca con fe encuentra en ella la resonancia de su propia experiencia más existencial.

En la parábola del sembrador, Jesús describe magistralmente el proceso de la semilla y los riesgos que existen de que se pierda el trabajo de la sementera, porque la tierra no sea buena, esté sofocada por zarzas, o porque la simiente haya caído en pedregal o al borde del camino. Y no solo el Maestro nos deja el regalo de su conocimiento agrícola, sino que lo aplica a la vida, y este paso concierne a todas las edades y culturas.

El corazón es el campo en el que cabe que la semilla penetre y sea feraz la cosecha, madure el fruto y colme de alegría al ver el rendimiento del trabajo. Pero cabe que las pasiones, la falta de escucha y de atención, la frivolidad hagan estéril la Palabra de vida, y se desperdicie el trabajo del sembrador y la semilla.

Hay siempre una esperanza, la que afirma el profeta. La Palabra es eficaz, cumple su encargo, no vuelve vacía, alguien, siempre, será tierra abonada, profunda, trabajada y pondrá sobre la mesa el regalo de los frutos sazonados. Jesucristo fue Palabra, campo y fruto, labrador y Padre de familias que partió el pan candeal, como gesto entrañable.

¿Querrás pertenecer al campo de Dios, acoger su Palabra y dar buen fruto?

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