«Cuando yo digo paz ellos dicen Guerra»

Un dolor de cabeza impidió al Papa acudir al Gemelli

Un dolor de cabeza y unas náuseas impidieron su visita el 27 de junio
Francisco, a los enfermos del Gemelli: "Debemos aceptar nuestra fragilidad"
"No somos los patrones de nuestra vida y no podemos disponerla a nuestra voluntad"

Ustedes enfermos, que experimentan la fragilidad del cuerpo, pueden testimoniar con fuerza a las personas que les están cerca, cómo el bien precioso de la vida es el Evangelio

Francisco ha explicado la "indisposición" por la que tuvo que suspender el pasado 27 de junio una visita programada a los enfermos del hospital Agostino Gemelli de Roma, cancelada, según refirió hoy, por un dolor de cabeza y unas náuseas. "Todo estaba preparado, de hecho mis más estrechos colaboradores estaban ya en el Gemelli pero, pocos minutos antes de partir, empeoró un fuerte dolor de cabeza que padecía desde por la mañana y al que se unieron unas náuseas", relató Francisco. El papa dio esta explicación mediante un mensaje retransmitido en diferido por el Centro Televisivo Vaticano.

"Debéis saber que he deseado mucho reunirme con vosotros (los enfermos) pero, como bien sabéis, nosotros no somos los patrones de nuestra vida y no podemos disponerla a nuestra voluntad. Debemos aceptar la fragilidad", subrayó. Francisco aseguró comprender la "desilusión" de quienes le esperaban y dispusieron todo lo necesario para el desarrollo de esta visita. Por entonces, la Santa Sede se limitó a señalar que la visita a este hospital capitolino se había visto cancelada por una "leve indisposición" del pontífice. Este hecho dio lugar a un sinfín de especulaciones dado que no era la primera vez en la que Bergoglio se veía obligado a suspender una de sus visitas.

El 19 de junio el papa renunció a participar en una procesión a pie en un acto por la festividad del Corpus en la capital italiana y en su lugar se trasladó en un vehículo. Diez días antes suspendió algunas audiencias previstas, también oficialmente por una "leve indisposición". El papa canceló asimismo su visita al Seminario Mayor de Roma el 28 de febrero por una leve "indisposición" que le produjo unas "décimas de fiebre", informó entonces el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi.

Texto completo de las palabras del Papa en el video mensaje

Hemos iniciado el periodo estivo: muchos parten para descansar un poco; las vacaciones son un momento en el cual podemos también estar en compañía de Jesús por un tiempo más prolongado y releyendo algunas páginas del Evangelio. Pero el verano se transforma también en un tiempo difícil sobre todo para los ancianos y para los enfermos que se quedan más solos y que se encuentran con mayores dificultades para algunos servicios, sobre todo en las grandes ciudades. Así, el tiempo del descanso es también el tiempo en el cual las dificultades de la vida parecen hacerse todavía más fuertes.

Permitan que mi pensamiento vaya ciertamente a los enfermos, pero en particular, a los enfermos del Gemelli que el 27 de junio, fiesta del Sagrado Corazón, me esperaban. Sé que todo había sido preparado con entusiasmo y pasión, también para recordar el 50 aniversario de la inauguración en Roma del Policlínico Universitario "Agostino Gemelli", anexo a la Facultad de Medicina y Cirugía. Todo estaba listo; es más, como han podido ver, mis más estrechos colaboradores estaban ya en el Gemelli pero, pocos minutos antes de partir, un fuerte dolor de cabeza que tenía desde la mañana y que esperaba que pasaba, fue empeorando y a esto se agregó también la náusea.

Comprendo la pena no sólo de los responsables sino también de todos los que han trabajado con tanto esfuerzo y pasión. Comprendo, sobre todo, la desilusión de los enfermos ya listos para poder rezar juntos durante la Santa Misa, a los que hubiera querido saludar personalmente.

Pienso precisamente en ustedes enfermos, acudidos con amor y profesionalidad por el personal médico y paramédico del Gemelli: cultiven en la oración el gusto por las cosas de Dios, sean testigos de que sólo Dios es nuestra fuerza. Ustedes enfermos, que experimentan la fragilidad del cuerpo, pueden testimoniar con fuerza a las personas que les están cerca, cómo el bien precioso de la vida es el Evangelio, el amor misericordioso del Padre y no el dinero o el poder. De hecho, incluso cuando una persona en la lógicas mundanas es importante, no puede agregar un solo día a la propia vida.

Agradezco de corazón también a todo el personal administrativo y a las miles de personas que llegaron al Gemelli desde las sedes italianas de la Universidad Católica: Milán, Brescia, Piacenza-Cremona. A todas estas personas mi gracias personal. Y sepan que sé cuánta dedicación y cuánta pasión ponen en su trabajo.

Un saludo cordial al Presidente del Toniolo, el Cardenal Scola y al Asistente general de la Universidad Católica, Mons. Claudio Giuliodori.

Sepan que he deseado mucho el encuentro con ustedes pero, como bien saben, nosotros no somos dueños de nuestra vida y no podemos disponer a nuestro gusto. Debemos aceptar las fragilidades. Conmigo cultiven la confianza que sólo en Dios está nuestra fuerza. Los confío a María y ustedes continúen rezando por mí.

Evangelio según San Mateo 10,34-42.11,1. 

Jesús dijo a sus apóstoles: "No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa". Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región. 
Eusebio de Cesárea (c 265- 340), obispo, teólogo e historiador. 
Sobre la Palabra

«Cuando yo digo paz ellos dicen Guerra» (Sal. 120,7)

Jesús es la paz y ha venido a reconciliar el cielo y la tierra (Col. 1,20). Si esto es verdad ¿Cómo podemos entender lo que el mismo Señor ha dicho en el Evangelio: «No penséis que he venido a traer  paz a la tierra»? Y que ¿La nieve podrá calentar o dar frió el fuego? ¿La paz podrá no procurar paz?... El designio de Dios, cuando envía a su  Hijo, es salvar a los hombres. Y la misión que debía cumplir era establecer la paz en el cielo y sobre la tierra. ¿Por qué entonces no hay paz? Por la debilidad de estos que no han podido acoger el brillo de la luz verdadera...

Tal hija ha creído, su padre permanece sin creer. Puesto que predicar la paz obra la división, «¿qué relación puede haber entre creer y no creer?» (2Co.6,15). El Hijo debe creer, el padre queda incrédulo. La oposición es ineluctable. Allí donde la paz es proclamada la división se instala. Es una saludable división, pues es por la paz que nosotros somos salvados... Yo proclamo la paz, si, pero la tierra no la acoge. Esto no era el designio del sembrador, aquel que esperaba el fruto de la tierra.


¿QUÉ LE DAREMOS A DIOS?

Isaías 1, 10-17; Sal 49, 8-9. 16bc-17. 21 y 23; Mateo 10, 34-11, 1

Hace tiempo vi la película Apocalypto de Mel Gibson. En ella se imagina el director australiano la vida de los pueblos de América justo antes de la llegada de los españoles a aquellas tierras. Basándose en lo que conocemos de la historia y del análisis de los restos arqueológicos nos muestra a dos pueblos: uno bastante sencillo que vive en la selva y otro más urbano que necesitaba conseguir continuamente esclavos para ofrecérselos en sacrificio a su dios. A veces he pensado en esas culturas y religiones que practicaban cultos sangrientos de grandísima crueldad. Partían de la idea de un dios al que había que saciar con sangre humana. Seguramente existía el deseo de ofrecerle lo mejor y por eso sacrificaban a mujeres vírgenes o a soldados robustos y, a veces, también a niños. Esa perversión nacía de una idea de la divinidad, que había de ser sádica y de la que era preciso protegerse para evitar su ira.

En la primera lectura, del profeta Isaías, nos encontramos en otro estadio, muy distante de los cultos precolombinos, pero aún lejos de la novedad introducida por Jesucristo. Los israelitas ofrecían animales a Yahvéh, y otro tipo de cultos, tal como los describe el profeta. Sin embargo el Señor manifiesta que todo eso no le satisface. El motivo es que la ofrenda no va acompañada de un corazón puro. Así, se lamenta a través del profeta, pueden compatibilizar los grandes rituales con la injusticia y el pecado.

El señor señala que lo que desea es que aparten de delante de Él sus malas acciones. Se indica ya que la ofrenda que se busca, la deseable, es la de un corazón limpio. De ahí las palabras del profeta: “cesad de obrar el mal, aprended a obrar bien”. Al señalarles el modo de proceder Dios les estaba indicando también su naturaleza. Los invitaba a ser misericordiosos con su prójimo de la misma manera que Él es misericordioso. No se trataba de contentar a Dios o entretenerlo, sino de hacerlo presente en medio del pueblo y de la historia reflejando su bondad y su amor. El salmo responsorial de hoy va en la misma línea. A la luz de lo anterior se hace más comprensible el evangelio de hoy. Jesús vuelve a pedir un “sacrificio”, pero este es de otra naturaleza.

Porque ahora no se trata de darle cosas a Dios sino de entregarse a Él con todo el corazón, de amarlo. Hemos sido hechos para amar a Dios. Ese amor a Dios llena totalmente nuestra vida y ha de estar por encima de todo otro amor, incluso a los parientes más cercanos.

Pero hay que darse cuenta de un aspecto que, a menudo pasa desapercibido. Ahora amamos a Dios que se ha hecho cercano. Se trata de seguir a Jesús con todo el corazón, con toda la vida. Ese seguimiento al Señor que ha venido a visitarnos se transforma en verdadera misericordia hacia todos los que están a nuestro alrededor. Darse de todo al Señor significa que Él nos ofrece todas las riquezas de su corazón para transformar nuestra vida e irradiarlas a nuestro alrededor.

San Camilo de Lelis, presbítero

fecha: 14 de julio

fecha en el calendario anterior: 18 de julio
n.: 1550 - †: 1614 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XIV 7 abr 1742 - C:Benedicto XIV 29 jun 1746
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Camilo de Lelis, presbítero, que nació cerca de Teano, en la región italiana de los Abruzos, y desde la adolescencia siguió la carrera militar y se dejó arrastrar por los vicios propios de una juventud alegre y despreocupada, pero, convertido de su mala vida, se entregó al cuidado de los enfermos en los hospitales de los incurables, a los que servía como al mismo Cristo. Ordenado sacerdote, puso en Roma los fundamentos de la Orden de Clérigos Regulares

Ministros de los Enfermos.

Patronazgo: patrono de trabajadores de la salud y hospitales, protector de enfermos y moribundos.
refieren a este santo: San José de Calasanz

Después de una profunda conversión cambió su vida militar por el cuidado de los enfermos. Ordenado sacerdote, fundó la Orden los Ministros de los Enfermos, llamados también Hermanos de la Buena Muerte por su atención a los moribundos. Murió en Roma el año 1614  

San Camilo nació en el 1550  (Italia). en Bucchianico, en la costa del Adriático, donde su padre acampaba como militar. Fue el día de Pentecostés, del Año Santo 1550. Era hijo único, y ya tardío, que vino a llenar de alegría el hogar. Camilo tenía un carácter duro y resuelto, muy batallador, como su padre.  

Este muchacho, cuya estatura se aproximaba a los dos metros, de una vitalidad excepcional, se creyó llamado a la carrera de las armas, sucumbiendo pronto al desenfreno. De los veinte a los veinticinco años llevó una vida disoluta, que le condujo al hospital de Santiago de los Incurables, de Roma.    

La llaga se cura y reaparece. Un mal vicio se apodera de él: el juego. Alguna vez se jugó hasta la camisa. Se ofrece como soldado. Participa en Túnez y en otras batallas. Arriesga la vida y las ganancias las pierde en el juego. A veces tiene que pedir limosna.

Después trabaja en un convento capuchino como albañil.  

Un día, mientras caminaba de un convento a otro, una luz le iluminó. Sintió la llamada de Dios y cayó en el suelo llorando. Pidió el hábito capuchino. Tres veces empieza el noviciado y otras tantas se le abre la llaga y marcha a Roma. Allí, la tercera vez, descubre su vocación.   Desde octubre de 1589 se entrega a los enfermos para toda la vida. Intenta fundar una cofradía para los enfermos. Le ponen trabas. Ni siquiera San Felipe Neri, que le apreciaba mucho, le entendió. Aprovecha ratos libres y estudia teología en el Colegio Romano. En 1584 es ordenado sacerdote.  

Sale del hospital y con un pequeño grupo se establece junto a la iglesia de la Magdalena. Sixto V les aprueba como sociedad sin votos para dedicarse a los enfermos. "Los Camilos", encima de la sotana, llevaban una cruz roja.   La situación en los hospitales era calamitosa en higiene y atenciones. No era una excepción el hospital del Espíritu Santo, donde Camilo y los suyos derrochaban entrega y dedicación total a enfermos y moribundos. Camilo se reservaba siempre lo más difícil. Cuando había pestes, que era frecuente, llegaban al heroísmo. Muchos morían atendiendo a los apestados.  

Camilo tuvo muchos conflictos, externos e internos, en su tarea. Hasta dejó el generalato de su Orden. Pero mantuvo siempre el carisma. Servir a Cristo en los enfermos. Por este servicio se nos juzgará.   La vida de Camilo "ponía espanto". Con su herida, con una hernia, con dos forúnculos, con un débil estómago, pasaba horas largas con los enfermos, cuidándoles como una madre, ayudándoles a bien morir, olvidándose de sí mismo, sin apenas comer ni dormir. Así vivía su sacerdocio.  

Recogía a los apestados y andrajosos por las calles de Roma. Se dolía de ver así aquellos sagrados miembros de Cristo. Les trataba como si fueran príncipes. Les cubría con su manto. A veces quince sastres trabajaban para sus pobres.    No cosían ropas, según él, sino ornamentos sagrados. Un día caminaba con un novicio. El sol ardía. - Hermano, le dijo, camina detrás de mí. Yo soy muy alto. Así te haré sombra y te librarás del sol. Y caminaba ajustándose a la esfera del sol para que los rayos no atacaran al novicio. Camilo era feliz porque podía regalar incluso su sombra.  

Consideraba el servicio a los enfermos como una acción litúrgica. Tomaba  en sus brazos al enfermo como si manejara el cuerpo de Cristo. Acariciaba el rostro del enfermo, como si fuera el sagrado rostro del Señor.   Totalmente agotado, cayó enfermo de gravedad. El 16 de julio de 1614 volaba al cielo "su patria", como él decía. Benedicto XIV lo canonizó el 1746. Junto con San Juan de Dios, es patrono de los enfermos y enfermeros.

Oremos  
Dios nuestro, que otorgaste al prebístero San Camilo de Lelis la gracia de una singular caridad hacia los enfermos, infunde en nosotros un grande amor hacia ti, para que te sirvamos en la persona de nuestros hermanos y podamos así, cuando salgamos de este mundo, presentarnos ante ti llenos de confianza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Francisco Solano, religioso presbítero

En Lima, ciudad del Perú, san Francisco Solano, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que para la salvación de las almas recorrió en todas direcciones América meridional, y enseñó, con su palabra y su testimonio, la novedad de la vida cristiana a los indios y a los mismos colonizadores españoles.

Francisco nació en Montilla, localidad de Andalucía, en 1549. Después de hacer sus estudios en el colegio de los jesuitas, entró al convento de los observantes franciscanos en su ciudad natal. En 1576, recibió la ordenación sacerdotal. Lleno de caridad y de un ardiente deseo de la salvación de las almas, dividió su tiempo entre la oración retirada y la predicación. Aunque sus sermones carecían de los adornos de la retórica, producían profundo efecto para la conversión de sus oyentes. El P. Francisco fue nombrado maestro de novicios, y cuando éstos cometían alguna falta, en vez de imponerles penitencia, se la imponía a sí mismo, pues consideraba que él era el verdadero culpable de la conducta de sus discípulos. Francisco ejerció los ministerios sacerdotales durante muchos años en el sur de España. Cuando la epidemia de peste se desató en Granada, en 1583, el siervo de Dios observó un comportamiento heroico; aunque cayó enfermo él también, se rehizo rápidamente. Después de la epidemia, solicitó a sus superiores que le enviasen a las misiones del África, pero su petición fue desechada. Sin embargo, en 1589, Felipe II pidió que se enviasen más frailes de la Observancia a las Indias Occidentales, y san Francisco fue elegido para acompañar al P. Baltazar Navarro al Perú. Los misioneros desembarcaron en Panamá, cruzaron el istmo, y se embarcaron nuevamente en el Pacífico. Pero, a resultas de una tempestad, la nave encalló cerca de las costas del Perú. El capitán, viendo que la nave no podía resistir a la furia de las olas, dio la orden de abandonarla, dejando a bordo a cierto número de esclavos negros para los que no había sitio en el único bote de salvamento. El P. Francisco, que durante el viaje se había preocupado por instruir a los negros, se negó a partir y permaneció con ellos. Inmediatanuente los reunió, los exhortó a la confianza en la misericordia de Dios, en los méritos de Cristo y los bautizó. Apenas acababa de hacerlo, cuando la nave se partió por la mitad y algunos de los negros perecieron ahogados. Los que se salvaron se hallaban en la parte del casco sostenida firmemente por las rocas. Ahí permanecieron tres días. El P. Francisco los alentaba constantemente y trataba de enviar señales a la costa. Cuando se calmó la tempestad, el bote de salvamento retornó y transportó a la costa a todos los sobrevivientes. Fray Francisco llegó a Lima por tierra.

Ahí emprendió inmediatamente su ministerio entre los indígenas y los colonos españoles, que había de durar veinte años. El Fraile fue primero enviado a Tucumán, en el norte del actual territorio de Argentina. Comenzó por aprender los rudimentos de los dialectos indígenas y, después, emprendió un viaje misional al Chaco, región selvática entre Argentina y Paraguay, donde años más tarde los jesuitas fundarían sus famosas reducciones. Resulta difícil imaginar lo que un viaje de esa naturaleza suponía en aquella época. Y, sin embargo, san Francisco Solano no sólo lo realizó, sino que obró además numerosas conversiones. Más tarde, fue nombrado «custodio» de los conventos que su orden tenía en Tucumán y el Paraguay y pudo así supervisar muchas de las misiones que había fundado. Cuando expiró su período de custodio, fue nombrado guardián del convento de Lima. Ahí ejerció su ministerio en forma muy distinta entre los españoles de la ciudad de Trujillo y de otras poblaciones. En 1604, predicó en la plaza mayor de Lima contra la corrupción y comparó el destino del alma pecadora con el de una ciudad puesta en entredicho; el sermón impresionó tanto a los oyentes, que pensaron que sobre la ciudad de Lima se cernía una calamidad como la que cayó sobre Nínive. El pánico se apoderó de los habitantes. El virrey, muy alarmado, consultó al obispo de la ciudad, santo Toribio. Éste habló con el comisionado general de los franciscanos y ambos pidieron a san Francisco Solano que calmase al pueblo, declarando que su profecía no significaba la destrucción material de los edificios sino la catástrofe espiritual de la pérdida de las almas.

Se dice que San Francisco poseía el don de lenguas. Por otra parte, su don de milagros le valió el título de «el taumaturgo del Nuevo Mundo». En el sermón que pronunció con ocasión de la muerte del santo, el P. Sebastiani S.J., dijo que había sido «la esperanza y la edificación del Perú, el ejemplo y la gloria de Lima y el esplendor de la Orden Seráfica». Fray Francisco tenía la costumbre, muy semejante a la de su patrono y padre de su orden, de cantar frente al altar de Nuestra Señora, acompañándose de un laúd. Su muerte ocurrió el 14 de julio de 1610, mientras sus hermanos cantaban la misa conventual, en el preciso momento de la consagración. Sus últimas palabras fueron: «Gloria a Dios». Según dijo el P. Álvarez de Paz, toda su vida fue una carrera de trabajo por las almas y, al mismo tiempo, de oración continua. Su canonización tuvo lugar en 1726.

Existe una biografía muy detallada de este misionero en Acta Sanctorum, julio, vol. V; comprende la vida escrita por Tiburcio Navarro y cierto número de documentos del proceso de beatificación. Veinte años después de la muerte del santo, vio la luz una biografía todavía más extensa, escrita por Fray Diego de Córdoba, En casi todos los idiomas existen biografías modernas.

No he venido a traer paz, sino espada.

Mateo 10,34 11,1. Tiempo Ordinario. Sólo Cristo es el que puede darnos la verdadera felicidad y la paz.

Oración introductoria 

Señor, gracias por este momento de oración. Concédeme la luz para salir de esa falsa paz en la que acomodo mi vida, evitando el compromiso auténtico de mi fe. Espíritu Santo, lléname de tu gracia para poder profundizar en lo que me quieres decir hoy por medio del Evangelio. 

Petición 

Señor, concédeme que mi entrega a la Iglesia esté marcada siempre por el sello de la generosidad y de la alegría. 

Meditación del Papa Francisco 

Ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente —como si fuera posible vivir la fe aisladamente—, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. En cualquier lugar donde estemos, irradiar esa vida del Evangelio. Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña a acoger a todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio. (S.S. Francisco, 12 de mayo de 2013)

Reflexión 

Hoy como ayer, Jesús tiene pocos amigos. Y humanamente hablando ser profeta de "desdichas" no es el mejor modo para atraer a las personas. Por lo general tomamos estas amonestaciones como un tipo de "mal agüero", y terminamos por culpar del mal que nos sucede, justo Aquel que buscaba advertirnos de las posibles desgracias en nuestra vida. Son profecías desagradables, porque nos anuncian cosas incómodas, que no corresponden a lo que deseábamos para nosotros mismos. Pero no escuchar estos consejos, es una actitud ridícula, porque es como esforzarse por no ver la señal que nos indica el camino que buscábamos desde hace tanto tiempo y con tanta ansiedad. 

A lo mejor también nosotros escapamos de las advertencias de Dios. O como niños caprichosos después del regaño del papá, decimos: "está bien, discúlpame, haré lo que me has dicho", y luego nos comportamos a nuestro modo. Pero cuando repetimos por enésima vez el mismo error, somos nosotros los que sufrimos las consecuencias de nuestra tozudez. El mensaje de Jesús, cuando es aceptado en su totalidad cambia la mentalidad del mundo. Porque sólo Cristo es el que puede donarnos la verdadera felicidad sobre esta tierra. 

Propósito 

Renunciar a algo que me guste mucho, para ofrecerlo por alguien que necesite encontrase con Dios. 

Diálogo con Cristo 

Señor, bien sabes que quiero ser santo pero que fácilmente olvido que la santidad se fragua en la renuncia, la abnegación, la generosidad, el desinterés, el olvido personal, para favorecer el bien de los demás. Permite comprobar que hay mayor felicidad en el dar que en el recibir y ayúdame a edificar mi santidad en la vivencia cotidiana de las virtudes que engrandecen mi amor a Ti y a mi prójimo, a ése más próximo, que luego olvido. 

Católicos desorientados

Un católico pierde el norte de su vida cuando sucumbe al materialismo, cuando se deja atrapar por las modas

Un católico pierde el norte de su vida cuando sucumbe al materialismo, cuando se deja atrapar por las modas, cuando mendiga fuera de su propia Iglesia lo que encontraría en ella con mejor formación y con una auténtica vida de sacramentos. 

Lo que acabamos de describir ocurre con más frecuencia de lo que imaginamos. Hay bautizados que casi no leen el Evangelio, pero que consultan los horóscopos. O que no van a misa cada semana, pero acuden a centros y cursos de técnicas confusas, incluso esotéricas y claramente contrarias a la fe. O que no saben distinguir entre un pecado mortal y un pecado venial, pero repiten mantras o aprenden posturas para “relajarse” que vienen de un Oriente muchas veces ajeno al cristianismo. Hay católicos así, desorientados, porque falta fe, porque no hay una opción decidida por Cristo y por sus enseñanzas, porque no se confía en la Providencia del Padre, porque se vive según las impresiones del momento o según los consejos de los amigos. 

Frente a tanta confusión, hace falta promover un serio estudio de la fe. Aprender a leer la Biblia, estudiar el Catecismo de la Iglesia católica, conocer los concilios que van desde Nicea hasta el Vaticano II: son requisitos para empezar a vivir, de verdad, como hijos de la Iglesia. 

Además, hay que acercarse a los Santos Padres y a tantos santos y santas que a lo largo de los siglos han presentado caminos de espiritualidad muy hermosos, porque nacen directamente del Evangelio. Nombres como san Agustín, san Atanasio, san Doroteo de Gaza, san Bernardo, santo Tomás de Aquino, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Juan de Ávila, san Pedro de Alcántara, san Francisco de Sales, deberían convertirse en compañeros cercanos y en alimento para nuestras almas. 

Desde una vida de oración sencilla y auténtica, con el compromiso sincero de vivir para Dios y para los hermanos, será posible superar tantas desorientaciones que amenazan nuestra fe. Entonces llegaremos a ser auténticos discípulos de quien dio su Cuerpo y su Sangre para salvarnos del pecado y hacernos hijos del mismo Padre. 


DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Is 55, 10-11; Rom 8, 18-23; Mt 13, 1-23.

"El que tenga oídos, que lo sintió", así termina la parábola del sembrador que hemos escuchado en la primera parte del evangelio. Una parábola que habla de la eficacia de la Palabra de Dios y subraya la actitud de "escuchar", de hacer caso al que nos propone la verdad. Lo cual quiere decir que es necesario para el cristiano tener momentos a lo largo del día para escuchar al Señor.

Es cierto que se puede hacer oración en cualquier lugar, en el metro, en el coche, en la cola de la pescadería ... pero a menudo nos pasa que la cabeza, la imaginación, los pensamientos se suelen descentrar de la Palabra de Dios y, aunque tengamos intención de rezar, se apaga el Nuestro interés y acabamos pensando en el precio de la merluza, en cuántas estaciones tiene la línea 5 o por qué no irá más rápido el vehículo que nos precede. Debemos buscar momentos concretos a lo largo del día para escuchar al Señor y, si puede ser delante del sagrario, mejor que mejor, pues facilita la oración. Vale la pena darle al Señor la adoración y el afecto que merece al quedarse con nosotros en la Eucaristía. Una vez conseguido el tiempo y el lugar, es el momento de escuchar. Dios habla, no para informarnos de cosas que sería bueno que supiéramos, sino que nos habla para transformar nuestro corazón. Descubriremos que Dios nos habla muchas veces al día, que nos cuenta los acontecimientos de nuestra vida tan claramente como la parábola de hoy. De esta manera iremos dejando que la Palabra de Dios caiga en tierra buena y, sin saber cómo, empieza a dar un fruto que nunca hubiéramos imaginado. Hay constancia, limpiar el campo de nuestra vida, arrancar los cardos, sacar las piedras, cultivar la tierra, tarea que parece inacabable pero... no hay angustiarse, porque como es el Señor el que trabaja en nuestra alma, la tarea es realizable, y sin darte deberás empezado a dar fruto (aunque tú no lo recojas).

Cuando Jesús compara los oyentes con diferentes terrenos, no se refiere a una predeterminación. Más bien parece que nos instruye sobre el cuidado de nuestro corazón para recibir la Palabra. La semilla germina por su propia fuerza y nos es regalada. El sembrador, que es Jesucristo, la ofrece gratuitamente. En cada uno de nosotros se deposita este germen de gracia llamado a dar fruto.

Pero, ¿qué pasa con nuestra manera de recibir lo que se nos da? La semilla penetra al fondo de la tierra y, fuera de nuestra vista, inicia un proceso que, si todo va bien culmina en una planta que da fruto, una espiga de la cual obtenemos el grano. es el fondo donde todo se juega, es decir, en el corazón. La manera como nosotros nos colocamos delante Dios, la docilidad a su Palabra, el dejarnos guiar, todo ello constituye el terreno. ¿Qué podemos hacer frente a los peligros que acechan la escucha del Evangelio? Hay que tener cuidado de la tierra, cultivarla. Hay que tener cuidado del corazón: estar atentos a si seguimos el importante o nos dejamos seducir por lo que es pasajero, si asumimos las enseñanzas católicas en la profundidad o sólo sentimentalmente, si nos dejamos cuidar por la Iglesia o pensamos que nos valemos por nosotros mismos.
 

Los Apóstoles, que escuchan la parábola, no se conforman con su interpretación personal: el que según su capacidad pueden entender o imaginar. prefieren preguntar a Jesús. Y es que la Palabra de Dios debe ser saboreada en la oración, en el trato personal con el Señor. Parte de este trabajo se puede suplir con los libros de meditación, pero nada excusa la oración. Es allí donde muchos fragmentos del Evangelio se iluminan para nosotros. El sembrador sale cada día a sembrar, que María nos ayude a tener un corazón abierto a Dios, en el que pueda germinar su Palabra. Es la misión de PAX HD en proceso de transmitir la Palabra de Dios.

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