“Porque no se habían convertido”

Menores no acompañados llegan a EEUU a través de México

Mensaje del Papa ante la migración México-USA
Francisco denuncia que "decenas de miles de niños emigran solos"
"Es una emergencia humanitaria", denuncia por carta

El pontífice reclamó la "atención de la comunidad internacional ante este desafío" y medidas de los países involucrados

Francisco alertó en una carta leída este lunes en un seminario en México sobre la"emergencia humanitaria" que supone el incremento de los niños que migran soloshacia Estados Unidos y reclamó medidas urgentes para protegerlos.

"Quisiera llamar la atención sobre las decenas de miles de niños que emigran solos sin acompañantes para escapar de la pobreza y de la violencia (...); tal emergencia humanitaria reclama como primera medida de urgencia proteger y acoger debidamente a estos menores", dijo Francisco en la misiva, que fue leída por el nuncio apostólico en México, Christophe Pierre.

El nuncio hizo la lectura de la carta, fechada el 11 de julio, en la apertura de un coloquio organizado por México y el Vaticano para tratar el fenómeno de la migración internacional y el desarrollo, al que asiste el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin.

En su mensaje, Francisco se refirió a las amenazas que padecen los migrantes en el mundo pero incidió en los peligros que afrontan los niños que, cada vez más, viajan solos desde Centroamérica y México a Estados Unidos. "Esta es una categoría de migrantes que desde Centroamérica y desde el mismo México cruzan la frontera con los Estados Unidos en condiciones extremas y persiguiendo una esperanza que la mayor parte de las veces resulta vana", dijo Francisco. El pontífice reclamó la "atención de la comunidad internacional ante este desafío" y medidas de los países involucrados.

Se requieren "políticas informativas sobre los peligros del viaje y de promoción al desarrollo de sus países de origen", pidió. Desde el pasado octubre fueron interceptados en la frontera sur de Estados Unidos unos57.000 menores de edad que ingresaron al país clandestinamente y sin la compañía de adultos.

Este fenómeno ha llevado al gobierno estadounidense a analizar medidas de emergencia y a pedir al Congreso un paquete especial de 3.700 millones de dólares para atender a la situación fronteriza.
(RD/Agencias)

Evangelio según San Mateo 11,20-24. 

Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. "¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. 
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú". 

San Rafael Arnaiz Barón (1911-1938), monje trapense español 
Escritos del 25/01/1937 (Obras completas - Editorial Monte Carmelo, p. 766.767, § 881.882.883)

“Porque no se habían convertido”

Cuántos tortuosos caminos hay que recorrer para llegar a lo simple. […] Muchas veces si no practicamos la virtud es debido a nuestro complicado modo de ser, que rechaza lo que es sencillo.

Muchas veces no llegamos a comprender la grandiosidad que se encierra que se encierra en un acto de sencillez, porque buscamos lo grande en lo complicado, buscamos la grandiosidad de las cosas en la «dificultad» de las mismas. […] La virtud…, Dios…, la vida interior, ¡qué difícil me parecía vivir eso! Ahora no es que yo tenga virtud, ni mis conocimientos de Dios y vida de espíritu estén completamente claros, pero he visto que a eso se llega sin complicaciones […]. He visto que a Dios se llega precisamente por todo lo contrario. Se le llega a conocer por la simplicidad del corazón y por la sencillez. […] Para tener virtud no hace falta estudiar una carrera, ni dedicarse a profundos estudios… Basta el acto simple de querer; basta, a veces, la sencilla voluntad. ¿Por qué, pues, a veces no tenemos virtud? Porque no somos sencillos; porque nos complicamos nuestros deseos; porque todo lo que queremos nos lo hace difícil nuestra poca voluntad, que se deja llevar de lo que agrada, de lo cómodo, de lo innecesario y, muchas veces, de las pasiones. […] Si quisiéramos seríamos santos…, y es mucho más difícil ser ingeniero, que ser santo.

LO QUE CRISTO HA HECHO POR MÍ

Isaías 7, 1-9; ;Sal 47, 2-3a. 3b-4. 5-6. 7-8;  Mateo 11, 20-24

Al meditar sobre el Evangelio de hoy he recordado las palabras que el Sagrado Corazón dirigió a Santa Margarita María de Alacoque. Se lamentaba Nuestro Señor de que habiendo amado tanto a los hombres no recibía de estos más que indiferencia y desprecio. Y señalaba que le dolía tanto más porque sentía que esto pasaba también con las personas que le eran especialmente cercanas, los cristianos en general y singularmente los consagrados.

A nosotros Corozaín o Betsaida nos quedan lejos, lo mismo que Cafarnaúm. Así que en vez de los nombres de esas ciudades hemos de leer los nuestros y caer en la cuenta de todo lo que Jesucristo ha hecho por cada uno de nosotros. Siempre me impresionaron las palabras de san Pablo cuando dice “me amó, y se entregó por mí”. Esa conciencia del amor singular de Jesucristo, experimentado y confesado por el Apóstol, es una lección de sano realismo. Porque, al final, la salvación algo ha de tener que ver con cada uno de nosotros. Benedicto XVI, refiriéndose a la insuficiencia de las redenciones inmanentes señalaba que este es uno de sus límites. Indicaba que el hombre no puede vivir sólo con la esperanza de un futuro mejor si él, personalmente, no va a vivir en ese futuro que se presenta como ideal. La salvación ha de ser personal aun cuando, señalaba también el anterior Papa, una salvación individualista resulta también insuficiente.

Por tanto hemos de colocarnos cada uno delante de Dios. Cuando lo hacemos caemos en la cuenta de todos los bienes que Dios nos ha dado y eso por poco que pensemos. Tenemos la vida, la fe, la esperanza, la Iglesia, multitud de personas a nuestro alrededor que nos quieren y a las que queremos… El Señor ha hecho verdaderas maravillas en nuestra vida y con cada uno de nosotros. Hemos sido amados desde toda la eternidad y elegidos como miembros de la Iglesia; llamados a la santidad a través de una amistad personal con Jesucristo. Junto a todo ello hay multitud de detalles, que deberían estar grabados en el corazón de cada uno de nosotros, y que nos deberían mover al agradecimiento.

Reconocer los bienes de Dios, el amor que nos tiene, es fundamental en nuestra vida. A partir de ahí tenemos la certeza de que hay Alguien que siempre nos ama y que no nos va a dejar nunca. Eso configura toda una vida y la hace capaz de las cosas más grandes. Al darnos cuenta de ese amor que nos tiene también podemos pensar qué hacemos nosotros por Jesucristo. No se trata de querer igualar los bienes que de Él hemos recibido. Más bien se trata de vivir de acuerdo con esos dones, sintiendo la alegría de que el Señor se haya fijado en nuestra debilidad. Ha hecho prodigios grandes, al liberarnos del pecado y, por ello podemos pasar toda nuestra vida cantando sus alabanzas.

Que la Virgen María, que canto en el Magníficat las maravillas que Dios hizo a favor suyo nos enseñe a nosotros a reconocer y alabar a Dios por todas sus obras.


San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia

Memoria de la inhumación de san Buenaventura, obispo de Albano, en Italia, y doctor de la Iglesia, celebérrimo por su doctrina, por la santidad de su vida y por las preclaras obras que realizó en favor de la Iglesia. Como ministro general rigió con gran prudencia la Orden de los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al espíritu de san Francisco, y en sus numerosos escritos unió suma erudición y ardiente piedad. Cuando estaba prestando un gran servicio al II Concilio Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la visión beatífica de Dios.

Por lo que se refiere a sus primeros años, lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de san Francisco de Asís es que nació en Bagnorea, cerca de Viterbo, en Italia, en 1221, y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella. Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales. Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de «Doctor seráfico», enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad. No contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria, consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha, convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como lo enseña san Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios y grabar sus palabras en nuestros corazones. Tan grande era la pureza e inocencia del santo, que su maestro, Alejandro de Hales, afirmaba que «parecía que no había pecado en Adán». El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como el mismo santo escribió, «el gozo espiritual es la mejor señal de que la gracia habita en un alma». 

El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero un milagro de Dios permitió a san Buenaventura superar tales escrúpulos. Las actas de canonización lo narran así: «Desde hacía varios días no se atrevía a acercarse al banquete celestial. Pero, cierta vez en que asistía a la misa y meditaba sobre la Pasión del Señor, nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia consagrada y la depositara en su boca». A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró en la comunión una fuente de gozo y de gracias. San Buenaventura se preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima dignidad. 

Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante los años que pasó en París, compuso una de sus obras más conocidas, el «Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo», que constituye una verdadera suma de teología escolástica. El papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que «la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su boca». Los violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a la envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de san Francisco y a que la santa vida de los frailes resultaba un reproche constante a la mundana existencia de otros profesores. El jefe del partido que se oponía a los franciscanos era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a san Buenaventura en una obra titulada «Los peligros de los últimos tiempos». Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de «Sobre la pobreza de Cristo». El Papa Alejandro IV nombró a una comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de que fue quemado públicamente el Iibro de Guillermo de Saint Amour, fueron devueltas sus cátedras a los hijos de san Francisco y fue ordenado el silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores. 

San Buenaventura escribió un tratado «Sobre la vida de perfección», destinado a la beata Isabel, hermana de san Luis de Francia y a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras místicas son el «Soliloquio» y el tratado «Sobre el triple camino». Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de san Buenaventura. Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a propósito de sus obras: «A mi modo de ver, entre todos los doctores católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura) es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón. En particular, el Breviloquium y el Itinerarium mentis in Deum están compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede aventajarlos». Y en otro libro, comenta: «Me parece que las obras de Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la suya». Estas palabras se aplican sobre todo, a los tratados espirituales que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él le animaba. Como dice en su escrito, «Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al comparecer a la presencia de la corte celestial». Según el santo, la perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más ordinarias. He aquí sus propias palabras: «La perfección del cristiano consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una virtud heroica». En efecto, tal fidelidad constituye una constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma.

En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la Orden estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se conocía con el nombre de «los espirituales», habían caído en el error y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden en la Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a todos los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales. El primero de los cinco capítulos generales que presidió san Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la Orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros del capítulo, san Buenaventura empezó a escribir la vida de san Francisco de Asís. La manera como llevó a cabo esa tarea, muestra que estaba empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de escribir la biografía del «Pobrecito de Asís», le encontró en su celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, santo Tomás se retiró, diciendo: «Dejemos a un santo trabajar por otro santo». La vida escrita por san Buenaventura, titulada «La Leyenda Mayor», es una obra de gran importancia acerca de la vida de san Francisco, aunque el autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la regla.

San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete años y se le llama, con razón, el segundo fundador. 

En 1265, el papa Clemente IV trató de nombrar a san Buenaventura arzobispo de York, a la muerte de Godofredo de Ludham, pero el santo consiguió disuadir de ello al Pontífice. Sin embargo, al año siguiente, el beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad; según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía la manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces san Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos. 

Gregorio X encomendó a san Buenaventura la preparación de los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y el credo, se cantaron en latín y en griego y san Buenaventura predicó en la ceremonia. El Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la unión por la que tanto había trabajado.

Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el panegírico de san Buenaventura y dijo en él: «Cuantos conocieron a Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes».

Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el convento de Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió san Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había perdido y echó a correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El santo accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la vera del camino. Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, san Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros de su comitiva y les dijo sonriendo: «Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: `Los superiores deben recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los hermanos'. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible en sus necesidades». Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras: «Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis prestarme». Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad que caracterizaban a san Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la orden seráfica, habría merecido el título de «Doctor Seráfico» por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.

Tuyo soy, para ti nací

Santa Teresa de Ávila tiene unas poesías magníficas y en cada una de ellas podríamos sacar muchas enseñanzas sobre la oración porque reflejan el estado de un alma que elevada su corazón a Aquel que sabía que le amaba y lo hacía con una familiaridad admirable y al mismo tiempo con el respeto proprio de quien sabía que trataba con la divina Majestad. Una de las poesías más conocidas es la que tiene como estribillo:"Vuestra soy, para vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?". Esta  oración de Santa Teresa corresponde a lo que San Ignacio llama el "principio y fundamento" en sus ejercicios espirituales, es decir, reconocer que venimos de Dios y que vamos a Dios.

"El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado" (Ejercicios Espirituales, 23). Es muy provechoso comenzar nuestra oración con esta actitud de Santa Teresa y de San Ignacio:"Soy tuyo: ¿qué quieres que haga?". Así se reconoce nuestra dependencia de Dios: Somos de Dios. Pero esto que parecería una especie de servidumbre, es una verdadera liberación. Soy de Dios por lo tanto soy propiedad suya. El me cuidará. Le preocupo. No le es indiferente lo que me pasa. Cristo recordó en su discurso de la montaña esta preocupación de Dios por nosotros. Si Dios cuida de los pájaros y de los lirios, ¿cómo no va a cuidar de nosotros? (Mt 6, 25-34). El "vuestra soy" de Santa Teresa, contrariamente a lo que piensa el mundo, es una verdadera liberación; es vivir la actitud fundamental del cristiano: la libertad cristiana "gloriosa" de los hijos de Dios (Rom 8, 21).

Entrar en oración es entrar en un espacio de libertad interior para liberarnos de las asechanzas del enemigo, del influjo del mundo, del sometimiento de nuestras pasiones. Así entramos en el maravilloso mundo de Dios, para recordar nuestra verdadera identidad: soy hijo de Dios. El cuida de mí. Soy suyo. No estoy solo. El me acompaña. El me perdona. El me guía. El me ama. Por eso no es de extrañar que en nuestro contacto con personas de oración veamos en ellos una especie de aureola de libertad que nos sorprende y nos atrae. Nos sabemos de dónde viene pero queremos tener lo que ellos tienen. Esta libertad interior es rara hoy día porque vivimos en un mundo muchas veces superficial, lleno de banalidades. 

La oración nos sitúa en el centro de nuestro ser, nos coloca allí donde verdaderamente somos nosotros mismo y nos libera de tantas esclavitudes presentadas como falsas liberaciones.

Santa Teresa añade una segunda parte al estribillo: "¿Qué queréis hacer de mí?". Esta es la actitud de enamorado que está dispuesto a hacer lo que sea por la persona amada, incluso a dar su vida, si fuera necesario. ¿Qué quieres que haga? Es la pregunta de San Pablo en el momento de su conversión (Hch 22, 10). Comenzar así con esta libertad de quien se sabe amado y de quien está dispuesto a amar, a hacer lo que sea por el Amado, es el mejor modo de iniciar la oración. En realidad durante toda la oración hay que conservar esta actitud de libertad, de entrega, de amor: Soy todo tuyo; para ti nací. ¿Qué quieres hacer de mí? En la oración el Espíritu no sólo nos concede este don; también susurra al alma la respuesta a esta pregunta y así el Señor se convierte en el gran Maestro interior del alma, en el Camino, Verdad y Vida del orante (Cf. Jn 14, 6).

La oración es la elevación del alma a Dios o la petición al Señor de bienes conformes a su voluntad. La oración es siempre un don de Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones (CCIC 534)

"La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9) (Catecismo de la Iglesia Católica 2559)

Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (Santa Teresa, Vida, 8, 5). La oración es una conversación o coloquio con Dios (San Gregorio Niseno, Orat. I de orat. dominic. MG 44, 1125).

La oración es la conversión de la mente a Dios con piadoso y humilde afecto (San Agustín, Lib. de spiritu et anima. ML 39, 1887)

Fue definida tradicionalmente por Evagrio Pontico (346-399) como "el diálogo de la mente con Dios" y por Juan Damasceno (ca. 675 – 749) como "elevación de la mente a Dios". La palabra "mente" no entendida solo intelectualmente puesto que la oración comporta también libertad y sentimientos. Dios está presente de un modo que va más allá de la presencia de dos hombre que dialogan. Rezar quiere decir invocar, adorar, alabar, dar gracias, arrepentirse, pedir a nuestro Señor (diccionario de teología)

Un regalo maravilloso espera a quienes se entregan a Dios en la oración íntima. En la medida que le vas presentando las preocupaciones cotidianas, y le abres el corazón sobre cómo te sientes (y no siempre te sientes bien), poco a poco se va abriendo ante ti una visión más clara de tu interior, y vas notando la su presencia en todo lo que te rodea, reconociéndolo en cada momento.  

Personalmente estoy convencida de que no hay nada sobre la tierra que no revele algún fragmento de la identidad de su fabricante, ni ningún momento vivido que Dios no acoja en su interior. A veces esto nos parece evidente, cuando por ejemplo contemplamos una bella puesta de sol. Otras veces permanece oculto o entre nieblas.

El jesuita y poeta Gerard Manley Hopkins le llama el "paisaje interior" - aquella realidad misteriosa de las cosas que tiene en Él su centro, allí donde Dios habita. Las personas captamos esto en algunos momentos, por ejemplo cuando en la relación íntima con alguien nos ponemos en contacto con su paisaje interior y el otro entra en nuestro propio paisaje.

Amenaza a las ciudades infieles

Mateo 11, 20-24. Tiempo Ordinario. Dale gracias a Dios y corresponde de algún modo, en la medida de todo lo que te ha dado.

Oración introductoria 

Jesús, ayúdame a hacer de esta meditación un verdadero diálogo de amor. Eres mi refugio ante el calor abrasante y las dificultades de la vida. Sé que cuento contigo para levantarme si tropiezo y que guiarás mis pasos hoy, y siempre, confiando que el día del juicio pesará más tu misericordia que tu justicia. 

Petición 

Señor, dame la gracia de buscarte con un corazón sincero. 

Meditación del Papa Francisco 

Cuando pensamos en el regreso de Cristo y en su juicio final, que manifestará, hasta sus últimas consecuencias, el bien que cada uno habrá realizado o habrá dejado de realizar durante su vida terrena, percibimos que nos encontramos ante un misterio que nos supera, que no conseguimos ni siquiera imaginar. Un misterio que casi instintivamente suscita en nosotros una sensación de miedo, y quizás también de trepidación. Pero si reflexionamos bien sobre esta realidad, esta sólo puede agrandar el corazón de un cristiano y ser un gran motivo de consuelo y confianza. [...] 

"Quien cree en él no está condenado; pero quien no cree ya está condenado, porque no ha creído en el Hijo único de Dios". Esto significa entonces que ese juicio, el juicio ya está en marcha, empieza ahora, en el transcurso de nuestra existencia. 

Este juicio es pronunciado en cada instante de la vida, como respuesta de nuestra acogida con fe de la salvación presente y operante en Cristo, o bien de nuestra incredulidad, con la consiguiente cerrazón en nosotros mismos. (S.S. Francisco, 11 de diciembre de 2013). 

Reflexión 

Dicen que una de las virtudes más raras de nuestros días es el agradecimiento. La persona agradecida valora lo que otros hacen por ella y quiere reconocerlo de alguna manera. Tiene la valentía de declarar que no todo lo puede, sino que necesita la ayuda de los demás. 

En este pasaje, Jesús se lamenta por la actitud de aquellas ciudades a las que Él había tratado con más cariño, regalándoles milagros y prodigios. ¿Por qué, en lugar de convertirse y volver su mirada agradecida a Dios, seguían como si nada hubiera sucedido? ¿Por qué les cuesta tanto a los hijos valorar el sacrificio diario de sus padres? ¿Por qué nos resulta tan fácil recriminar y exigir nuestros derechos y somos tan perezosos a la hora de dar las gracias? 

Mira ahora cuánto has recibido de Dios: tu vida, tus familiares y amigos, tus cualidades físicas, intelectuales, morales,... tus bienes materiales. ¿Ya le has dado gracias por todo eso? 

Cristo advierte a los que han recibido muchos dones, que deben corresponder de algún modo, en la medida que Dios les ha dado. El que tiene mucho, debe dar mucho. 

Propósito 

Diariamente, antes de dormir, hacer un balance sobre el día, ¿fueron Dios y su voluntad el centro de mi día? 

Diálogo con Cristo 

Jesús, dame la gracia de la conversión permanente. Ayúdame a colaborar con tu gracia para despojarme del hombre viejo y renunciar a todo aquello que me aleja de Ti. En la medida en que cada día me convierta, en esa medida estaré cambiando al mundo. Te prometo hoy fomentar todo aquello que me asemeje más a Ti. 

Jesús y su Padre...¡nuestro Padre!

Dios es Padre y está siempre presente, camina con nosotros y está muy dentro de nosotros. Él da sentido a nuestra existencia.

Se cuenta que el hijo de un rey de Francia, en edad joven, fue reprendido por su educador con palabras severas. El pequeño era consciente de su dignidad y protestó: “No te atreverías a hablarme así si te dieras cuenta que soy el hijo de tu rey”. Pero el educador no se inmutó: “Y tú no tendrías el valor de protestar si te dieras cuenta de que yo soy hijo de tu Dios y de que lo llamo cada día “Padre Nuestro”. 

Jesús nos reveló cómo es el corazón de Dios, él es nuestro Padre. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán (Mt 4,23-25). 

Jesús es hijo de un tiempo y de un pueblo y así hereda toda la rica tradición de la fe de Israel quien considera a Dios, sobre todo, como el Señor, el Todopoderoso. Jesús nos presenta una imagen de Dios mucho más cercano, es, sobre todo, Padre y así lo invoca. 

Dios es un padre bueno y amoroso para con todos los seres humanos, especialmente para con los ingratos y malos, los desorientados, los abatidos y deprimidos. Él hace salir el sol para todos, el que sabe amar y perdonar, el que corre detrás de la oveja descarriada, espera ansioso la vuelta del hijo que se fue de casa y encuentra gran alegría al encontrar lo que se había perdido. Dios se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. 

El Dios de Jesús es el Dios que ama y perdona. Que es paciente y quiere la salvación de todos; es el que le interesa la vida de cada uno; el que no oprime, sino que libera; que no condena, sino que salva; que no castiga, sino que perdona; el que ama la vida. Es el Dios de vivos, de la esperanza y del futuro. 

¿Cómo es el corazón de Dios? Jesús lo describe en la parábola del Hijo Pródigo. Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna… “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron la fiesta… (Lc 15,11-32). 

El protagonista de esta parábola no es el hijo, es el corazón del Padre, con un amor incondicional, incluso, parece demasiado bueno, que respeta la decisión alocada del hijo, que huye en busca de placeres sin saber qué rumbo tomar. Calla y les deja hacer. “Y el Padre les repartió la hacienda” (Lc 15,12). Podemos olvidarnos de Dios, pero él jamás se olvida de nosotros. Dios nunca nos abandona, por mucho que corramos. Él va siguiendo nuestros pasos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero la madre no se olvidará nunca de su hijo; pues aunque ésta se olvidará, Dios no se olvidará (Is 49,15-16). El padre sufría y amaba en silencio. 

El padre no abandonó a su hijo, aunque se quedó en casa, su corazón seguía palpitando con él, pues el amor no se puede encerrar en unas paredes y no sabe de distancias. El padre ve al hijo desde lejos y siempre está dispuesto al encuentro. El padre esperaba con amor la vuelta del hijo. 

“Dios lo perdona todo, porque lo comprende todo”, dice un viejo adagio, por eso también lo olvida todo. Oseas y los profetas posteriores a él nos hablan de Dios como de un esposo lleno de paciencia y de ternura, siempre dispuesto a acoger y a perdonar la infidelidad y a amar gratuitamente (Os 14,5). En la historia de la salvación se nos ha manifestado el amor, la paciencia, la fidelidad de un Dios que nos ama sin medida. Dios es padre y madre y nos ama con ternura, es como un padre tierno para los fieles (Sal 103,13). Dios perdona y le gusta perdonar. “¿Qué Dios hay como tú, que perdone el pecado y absuelva el resto de tu heredad?” (Mi 7,18-20). 

En el Antiguo Testamento aparece, algunas veces, la palabra "Padre" referida a Dios. Y cuando los judíos la usaron, fue siempre en un clima de sumo respeto y majestad, añadiéndole títulos divinos ostentosos. Abbá era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres. 

Jesús siente en su vida la presencia amorosa de Dios y su alimento es hacer su voluntad; a Dios le llama Padre, y, según parece, lo hacía usando la palabra aramea "abbá"; 170 veces ponen los evangelios esta expresión en labios de Jesús. A todos invita a creer en este Dios, para el que "todo es posible" (Mc 10,27).

El Nuevo Testamento conserva la palabra aramea (abbá) para subrayar el hecho insólito del atrevimiento de Jesús (Rm 8,15; Ga 4,6-7). La invocación "Abbá" tiene, pues, un valor primordial, que ilumina toda la vida de Jesús. Todo en él es consecuencia de esta actitud de fe. Jesús deposita en su Padre toda la confianza posible. Digna es de destacar la escena en la que Jesús "con la alegría del Espíritu Santo", bendice al Padre porque se ha “revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien” (Lc 10,21). Gracias da al Padre en la resurrección de Lázaro, por haberle escuchado (Jn 11,42). Llenos de confianza están los ruegos de la oración sacerdotal, la noche de su prisión. Pide al Padre protección para los que les ha confiado, para que sean todos uno y que el amor del Padre esté con ellos (Jn 17,1-5). 

La oración del huerto es narrada por todos los evangelistas (Mt 26,39.42; Lc 22,42; Jn 12,27-29). Marcos se siente obligado a mantener en su escrito la misma palabra aramea usada por Jesús: "¡Abbá! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (14,36). Jesús se atreve a pedirle verse libre del trance de la pasión (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22; 17,25). Afirma su sumisión a la voluntad del Padre, pero dando muestras de que él desearía verse libre del dolor. Momentos antes de su muerte también se dirige al Padre pidiendo el perdón de sus verdugos. Y encomienda su espíritu en manos de su Abbá (Lc 23,46), pero no deja deja de preguntarle las causas de su aparente abandono (Mc 15,34). 

Jesús no sólo hablaba del Padre, sino que vivía enteramente como hijo: con confianza plena, obediencia total, agradecimiento y piedad. “Te doy gracias, Padre”, rezaba lleno de emoción y alegría. En la casa de mi Padre, Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Lo que Tú quieras. Si es posible, Padre… Jesús hablaba siempre con emoción del Padre (Jn 20,17): 

• De las manos del Padre, fuertes y acogedoras, que crean y sacan del abismo ( Jn 10,29; Lc 23,46) 
• De la mirada del Padre, que ve en lo secreto ( Mt 6,4.6) 
• De Las palabras del Padre, que son explicaciones de la Palabra ( Jn 8,35; 12,49-50; 14,24…) 
• Del trabajo y las obras del Padre, que siempre son de amor ( Jn 5,17. 19-20) 
• De la voluntad del Padre, que es su alimento ( Jn 4,34; Mt 6,9; 26,42…) 
• Del amor del Padre, que es inmenso y misericordioso (Lc 15,11-32) 
• De la gloria del Padre, que es el Espíritu (Jn 17,5). 

Dios es amor, Padre y está siempre presente, camina con nosotros y está muy dentro de nosotros. Él da sentido a nuestra existencia. 

Esto lo explica muy bien la siguiente anécdota. 

Preguntaba una profesora a sus alumnos que cómo sabían que Dios existe, si nunca lo habían visto. 

Un niño muy tímido, levantó la mano y dijo: 

- Mi madre me dijo que Dios es como el azúcar en mi leche que ella prepara todas las mañanas. Yo no veo el azúcar que está dentro de la taza en medio de la leche, pero si ella me lo saca, queda sin sabor. Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Pero si él no está, nuestra vida queda sin sabor. 

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