“...aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón”
- 17 Julio 2014
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La Virgen del Monte Carmelo y la familia cristiana
El 16 de julio la liturgia nos propone la meditación sobre la beata Virgen María del Monte Carmelo. Una devoción muy sentida en la orden de los carmelitas, que asume un valor salvífico para la Iglesia universal.El Monte Carmelo es un lugar del que se habla en el Antiguo Testamento, y en particular en el Libro Primero de los Reyes, cuando el profeta Elías vence el desafío contra los sacerdotes de Baal, manifestando la grandeza de Dios respecto a las divinidades paganas veneradas en esos lugares. La tradición cuenta que a esas tierras se trasladó una comunidad monástica cristiana, que se hacía llamar herederos de los discípulos del profeta Elías y que seguía la regla de san Basilio.En 1154 se produjo un punto de inflexión cuando el noble francés Bertoldo, junto con su primo, el patriarca de Antioquia, Aimerio de Limoges, decide reunir a los monjes en vida cenobítica y edificó una iglesia en medio de sus celdas, dedicándola a la Virgen María. A esta comunidad constituida así, se decidió darle el nombre de Hermanos de Santa María del Monte Carmelo. La difusión de esta orden tiene lugar en 1235, cuando los frailes, a causa de la invasión de los sarracenos, tuvieron que dejar esos terrenos de Tierra Santa para establecerse en Europa.El 16 de julio de 1251, la Virgen María con el niño entre sus brazos y rodeada de ángeles se aparece al primer padre general de la orden, el beato Simone Stock, a quien dio el escapulario con la promesa de la salvación del infierno para aquellos que lo llevaran y la liberación de las penas del Purgatorio el sábado siguiente a su muerte.Esta devoción asume un valor salvífico también en nuestro tiempo, porque llama a toda la Iglesia a un sincero y constante camino de conversión y de purificación. Y en particular, la familia cristiana es invitada a tomar ejemplo de vida de estas comunidades cristianas que vivían bajo la mirada y la protección de María.La Virgen María tiene su predilección en habitar en las familias, que es el lugar privilegiado de su misión de madre y hermana en la fe en Cristo Jesús. Hoy asistimos al triste fenómeno de las familias que parecen incapaces de mantener a salvo sus lazos: maridos y mujeres que se separan, hijos rebeldes contra padres demasiado laxos en la educación, madres y padres ausentes de la vida familiar afectados por una profunda insatisfacción sobre el sentido de la vida.
Todas estas situaciones tienen origen en el alejamiento de la vida de fe. Una unión profunda con Dios refuerza los lazos familiares y hace firmes las relaciones entre padres e hijos.María llama silenciosamente a la puerta de la casa de cada familia porque quiere llevar esa vida plena que ha recibido de su Hijo. María es aquella que quiere ser invocada para donar la gracia de la unidad y de la armonía a todas las familias del mundo.María es aquella que, si es invitada en nuestra casa a través de la oración familiar, intercede a nuestro favor también sin pedirle nada, porque Ella, como madre, examina el corazón de cada hijo y no necesita de nuestras palabras para intervenir en nuestra ayuda.María es aquella que delante del desaliento y la desesperación que surgen por la falta de trabajo, por las dificultades de transmitir la fe a los hijos, por las continuas incomprensiones entre marido y mujer, dona su consolación materna para aliviar todas las fatigas y las preocupaciones del vivir cotidiano.María quiere transformar nuestras familias en un jardín (la palabra Carmelo significa precisamente jardín) para respirar en nuestras relaciones domésticas ese aire de pureza del compartir, para contemplar la belleza de los frutos de vida cristiana surgidos en cada miembro de la familia, para disfrutar los brotes de virtudes maduradas en las relaciones entre padres e hijos.
María desea transplantar el espíritu de la vida cenobítica dentro de la familia cristiana. Es verdad, los monjes tienen más tiempo para rezar, a diferencia de los padres que están atareados con el trabajo y de los hijos dedicados a los compromisos escolares. Encontrar espacios para rezar juntos, contarse la experiencia vivida durante el día a la luz de la Palabra de Dios, dedicar tiempo y energía al miembro de la familia que más necesita de nuestra ayuda, son los rasgos esenciales de la comunidad cristiana. Y María, del alto de su ser Reina del cielo junto a su Hijo, permanece siempre cercana a la familia para continuar su incansable e interminable trabajo de Madre que quiere llevar a cada hijo hasta Jesús. María, llevando a todos hacia su Hijo, crea unidad, desata los nudos de nuestra incredulidad y conforta los corazones de aquellos que han perdido la alegría de vivir la familia como vocación a la santidad.
La beata Virgen María del Monte Carmelo invita a todas las familias a poner sobre sus hombros el escapulario de la confianza y de la esperanza, un escapulario tejido con sentimientos de misericordia y de alegría, para reconocer en cada miembro de la familia un don de Dios, a condición de acogerlo con los mismos sentimientos que animan los lazos de amor entre María y Jesús. Solo así ese escapulario no es solo algo para llevar, sino que se convierte en una gracia de amor para pedir y un compromiso de fidelidad para vivir.
Evangelio según San Mateo 11,28-30.
Jesús tomó la palabra y dijo: Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Tratado sobre la virginidad, 35-36; PL 40, 416
“...aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón”
Te veo, buen Jesús, con los ojos que tú has abierto en mi interior, te veo gritando y llamando a todo el género humano: “Venid a mí, aprended de mí” ¿Cuál es la lección?...tú, por quien todo ha sido creado...¡cuál es la lección que venimos a aprender en tu escuela? “...Que soy sencillo y humilde de corazón”. (Mt 11,29) Aquí están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (cf Col,23): aprender esta lección capital: ser sencillos y humildes de corazón...
Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos. Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que le hace desfallecer, hasta tal punto de no atreverse a levantar los ojos hacia el cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia. (cfLc 18,13) Que lo oiga el centurión que no se sentía digno que tú entraras en su casa (Lc 7,6) Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado (Lc 19,8) Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejado de tus pasos. (Lc 7,37) Que lo escuchen, las mujeres de la vida y los publicanos que en el Reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello...
Todos estos, cuando se vuelven hacia ti, se convierten fácilmente en gente sencilla y humilde ante ti, acordándose de su vida llena de pecado y de tu misericordia llena de perdón, porque “cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia.” (Rm 5,20)
JESÚS, REFUGIO PARA EL HOMBRE CANSADO
Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101, 13-14 y 15.16-18. 19-21; Mateo 11, 28-30
En el Evangelio que escuchamos hoy Jesús se propone como descanso para el hombre. Con razón escribió el P. Severiano del Páramo que “con que sólo se hubieran conservado las palabras de Jesús que leemos en los tres últimos versículos de este evangelio, merecería este evangelista el reconocimiento de toda la humanidad”. Ayer veíamos cómo, antes de esta apertura que Jesús hace de su corazón, ofreciéndolo como apoyadero para todos los hombres, hay otro dato que nos sorprendía: su acción de gracias.
Después Jesús se nos mostraba como el camino que conduce al Padre y, ante el temor que pueda suscitarse en nosotros por ponernos en manos de alguien que ha elegido el camino de la sencillez para acercarse a nosotros, Jesús hace esta proclama admirable:”Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. El hombre, todo hombre, se cansa intentando satisfacer sus deseos de felicidad. Se cansan los individuos y se agotan las sociedades en la búsqueda de una plenitud que no logran alcanzar. El cansancio aparece como signo de una derrota que se transforma en desesperanza. La juventud de las personas y de los pueblos conduce, por lo general, a un agotamiento, porque el paraíso que se prometían alcanzar no llega, y cada día se hace más costoso cargar con lo que se ha conseguido.
Jesús se propone a sí mismo como descanso para el hombre. Ello supone un dejarse instruir por Él, y se traduce en realizar todas las cosas con Él y para Él. En Jesús, por su condición divina y humana, todo el trabajo de su vida estaba íntimamente unido a la plenitud de la eternidad. Cargar con su yugo, es decir, sujetarse a Él, comporta realizar las tareas con valor eterno. Aprender de Él, de su corazón, implica la satisfacción por el bien. Nada se pierde, ni deben realizarse sobreesfuerzos para mantener lo conseguido. Como señala un autor anónimo de los primeros siglos: “No estamos nosotros para auxiliar a la gracia, sino que la gracia se nos da para nuestro auxilio”.
Podemos también preguntarnos si la carga de Jesús es verdaderamente ligera.
Mucha gente no opina de esa manera y les parece que el Evangelio conlleva unas exigencias insoportables para la mayoría de los hombres. Lo cierto es que Jesús une la carga que nos ofrece al hecho de descansar en Él. Primero hay que acercarse al Señor y descubrir, a su lado la belleza de todo lo que nos propone. Descubriremos, así mismo, que no sólo pone ante nosotros un camino que debemos seguir, sino que Él nos ofrece la gracia para que seamos capaces de Él. Antes que unos mandamientos lo que nos da es la gracia.
A su lado salimos del cansancio y agobio de buscar la felicidad con nuestras propias fuerzas para acabar siempre insatisfechos. La plenitud que deseamos se encuentra en su persona y, como dice san Pablo al darnos cuenta de eso todo nos parece basura a su lado. El mismo Apóstol señalará que nada, ni la dificultad mayor, podrá separarnos del amor de Jesucristo.
San León IV, papa
En Roma, en la basílica de San Pedro, san León IV, papa, protector de la ciudad y defensor del primado de Pedro.
León era romano de nacimiento, pero probablemente de origen lombardo. Recibió su educación en el monasterio benedictino de San Martín, cerca de San Pedro. Las cualidades del joven llamaron la atención de Gregorio IV, quien le nombró subdiácono de la basílica de Letrán y más tarde cardenal-presbítero, titular de «QuatuorCoronati». A la muerte de Sergio II, el año 847, León fue elegido para sucederle en el pontificado. El nuevo Papa fue consagrado sin consultar al emperador, ya que los romanos, aterrados ante la perspectiva de una invasión sarracena, querían ver la cátedra de San Pedro ocupada por un hombre decidido y bueno, por más que la idea no sonreía a san León. Lo primero que hizo fue prepararse para el ataque de los sarracenos, y mandó reparar y reforzar las murallas de la ciudad, pues en los años precedentes, los sarracenos habían penetrado por el Tíber y se habían entregado al saqueo. La lista de las donaciones de san León a las diversas iglesias ocupa veinte páginas del LiberPontificalis. Además, hizo llevar a Roma las reliquias de numerosos santos, entre las que se contaban las de los Cuatro Coronados, que el Papa mandó depositar en la basílica que había reconstruido en su honor. Pero, por grandes que hayan sido estas realizaciones, quedaron eclipsadas por la magna empresa de la construcción de una muralla alrededor de la colina Vaticana. Tal fue el origen del predio que desde entonces se conoce con el nombre de «la ciudad Leonina».
Sin embargo, san León sabía que las más poderosas murallas son incapaces de defender a un pueblo contra la cólera divina y que un clero negligente o rebelde corrompe a los fieles y provoca esa cólera. Así pues, el año 853 reunió en Roma un sínodo, cuyos cuarenta y dos cánones se referían, en gran parte, a la disciplina y los estudios del clero. El sínodo hubo de tomar también ciertas medidas contra el cardenal Anastasio, quien intrigaba con el emperador Lotario I para obtener la sucesión del pontificado. San León hizo también frente al violento y rebelde arzobispo Juan de Ravena y a su hermano, el duque de Emilia, que habían asesinado a un legado pontificio. El Papa se trasladó a Ravena, donde juzgó y condenó a muerte al duque y a dos de sus cómplices; pero como la sentencia fue dictada en el tiempo pascual, en que no se podía ejecutar a nadie, los asesinos escaparon con vida. San León tuvo también ciertas dificultades con el duque de la Gran Bretaña, Nemonos, quien se arrogó el poder de establecer una sede metropolitana en su territorio; con san Ignacio, patriarca de Constantinopla, el cual depuso al obispo de Siracusa; y con un soldado llamado Daniel, quien acusó falsamente al Pontífice ante el emperador de tramar una conspiración con los griegos y los francos. Por último, san León tuvo que defenderse también de Hincmar, arzobispo de Reims, el cual le había acusado de impedir que los clérigos depuestos apelasen a la Santa Sede. El enérgico Pontífice falleció en medio de esas pruebas, el 17 de julio del 855.
San León IV fue un hombre que supo combinar la liberalidad y la justicia con la paciencia y la humildad. Cierto que sus principales realizaciones fueron de orden político y temporal; pero ello se debió a los tiempos en que vivió y al hecho de que la historia olvida muy fácilmente la grandeza espiritual, o se preocupa muy poco por ella. San León fue un buen predicador, por lo que se le ha atribuido, aunque probablemente sin razón, una homilía sobre el «Cuidado pastoral». Por su entusiasmo por el canto en las iglesias romanas, san León fue un precursor de san Pío X. Todavía se conserva una carta que escribió sobre ese tema a un abad: «Ha llegado a nuestros oídos un rumor increíble ... Se dice que tenéis tal aversión por el armonioso canto gregoriano ... , que no sólo disentís de su práctica en esta diócesis tan próxima, sino en toda la Iglesia occidental y de todos aquéllos que emplean la lengua latina en las alabanzas al Rey del cielo ...» En seguida, el Papa amenazaba con la excomunión al abad, en caso de obstinarse contra «el supremo jefe religioso» en la cuestión del culto.
El pueblo atribuyó a san León varios milagros, entre otros el de haber detenido un gran incendio en el «borgo» romano con la señal de la cruz. A pesar de las objeciones de los historiadores, parece cierto que Alfredo el Grande, que no tenía entonces sino cuatro años, recibió en Roma, de manos de san León, el título honorario de «Cónsul Romano» (que no equivalía a la consagración regia). Algunos historiadores atribuyeron erróneamente a san León la institución del rito del "Asperges" antes de la misa dominical.
La principal fuente es el LiberPontificalis con las notas de Duchesne. Pero también se encuentran ciertos datos en las crónicas de Hincmar de Reims y en las cartas del Pontífice.
Cómo rezar bien el avemaría
Cuando queremos hablar con la Virgen María podemos decirle lo que queramos de manera sencilla y natural, lo que brote del corazón, y cuanta más devoción pongamos, mejor. La fórmula del avemaría es un excelente vehículo, probado millones de veces durante siglos, para tener un encuentro filial con nuestra Madre del cielo. El avemaría nos ofrece palabras y actitudes adecuadas para venerarla, invocarla, decirle algo que sabemos que a ella le agrada y que a nosotros nos hace bien.
Propongo algunos pasos para rezar bien el avemaría o para renovar el modo en que lo hacemos. Rezando esta oración con la debida calma y con viva conciencia, poco a poco el Espíritu Santo irá afinando la sensibilidad de nuestra relación filial con Ella, de tal modo que apenas pronunciemos las primeras palabras del avemaría, brotarán del corazón profundas resonancias que favorecerán el contacto de fe y amor con la Santísima Virgen.
La recordamos
Lo primero es acordarse de ella. Simplemente con la memoria o con la ayuda de una imagen nos colocamos espiritualmente en su presencia. Se trata de ponerse delante de la Virgen María que está en el cielo, no de una estampa o de una estatua de mármol o de yeso, sino de su persona; las imágenes sólo nos hacen presente a la persona, como las fotografías de los grandes momentos o de nuestros seres queridos.
Acto de fe, amor y confianza filial
Teniéndola ya presente, establecemos un contacto de fe y amor con María; si no, la oración mariana por excelencia no será oración. Nos acercamos a ella con la confianza y el cariño con los que todo buen hijo se acerca a su madre, con el deseo de darle afecto, mostrarle gratitud y también de obtener de ella lo que necesitamos, seguros de que nos mirará con amor y nos escuchará con atención.
La veneramos
Le decimos que estamos aquí para expresarle afecto, respeto, admiración. Adoramos sólo a Dios, a María la veneramos como Madre de Dios, esposa del Espíritu Santo, Madre de Cristo, Su cooperadora en la Redención y también madre nuestra. Ella nos lleva siempre a Jesús, que es "el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de Él: María muestra el Camino, es su Signo" (Catecismo 2674)
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, nos enseña que: "ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador."
Te propongo que antes de seguir leyendo, te prepares de esta manera y reces luego un avemaría. Verás cuánto ayuda. Y esto vale igual para las personas más avanzadas en la vida de oración.
La alabamos
En la primera parte del avemaría la exaltamos, la elogiamos, celebramos a la humilde esclava del Señor por las maravillas que ha hecho Dios en ella y por medio de ella, en todos los seres humanos. Usamos las palabras del arcángel Gabriel, las de santa Isabel, y nos unimos a su asombro, a su admiración llena de afecto, al contemplar un alma tan bella y dócil al Espíritu Santo, tan humilde esclava del Señor.
Dios te salve, María.
Llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres.
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Le suplicamos
En la segunda parte del avemaría la invocamos. María dio su sí a Dios en la Anunciación, lo sostuvo durante la infancia y la juventud de Jesús en su vida oculta en Nazaret, y al acompañarlo discretamente en la vida pública, y lo renovó en silencio manteniéndose en pie hasta el final junto a su Hijo crucificado. Desde entonces, Ella se ha ocupado de proteger e interceder como la mejor de las madres por los hermanos de su Hijo.La Lumen Gentium lo explica así: "Una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora."Santa María, Madre de Dios.Ruega por nosotros pecadores.Ahora y en la hora de nuestra muerte.Amén.
Manso y humilde de corazón
Mateo 11, 28-30. Tiempo Ordinario. Cristo te invita a acercarte a Él con confianza, deja en sus manos crucificadas todos tus yugos.
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30
En aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Oración introductoria
Señor, ¡gracias!, por ofrecerme tu consuelo, tu compañía, tu infinita misericordia. Te ofrezco humildemente mi corazón, mi vida entera. Ilumina mi oración porque quiero seguir el camino que me lleve a vivir en plenitud el amor.
Petición
Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo.
Meditación del Papa Francisco
Con su mansedumbre. Jesús nunca ha dejado de ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños, cercano a los pobres. Estaba allí, entre la gente, curaba a todos, enseñaba, rezaba. Pero, tan débil Jesús: como un cordero. Pero ha tenido la fuerza para cargar sobre sí todos nuestros pecados: todos. "Pero, padre, usted no sabe mi vida: tengo uno que... pero, ni siquiera puedo llevarlo con un camión...". Muchas veces, cuando miramos en nuestra conciencia, nos encontramos con algunos que son grandes, ¿eh? Pero Él los lleva. Él ha venido para eso: para perdonar, para traer la paz en el mundo, pero primero en el corazón. Quizá cada uno de nosotros tiene una tormenta en el corazón, quizá tiene una oscuridad en el corazón, quizá se siente un poco triste por una culpa... Él ha venido a quitar todo eso. Él nos da la paz, Él lo perdona todo. (S.S. Francisco, 19 de enero de 2014).
Reflexión
Jesús sabe que estamos cansados y fatigados. Son muchas las cargas de la vida; muchas las que nos imponemos culpablemente o no, y muchas las que otros nos imponen de igual manera. Jesús, buen amigo, no pasará sin darnos una mano para aliviarnos y para que nuestro yugo sea blando y ligero. Sólo nos pide a cambio aprender de Él a ser mansos y humildes de corazón. ¡Y qué razón tiene!, pues nuestra carga más pesada y nuestro yugo más duro y amargo, es el que nos impone el propio orgullo y soberbia.
Las almas sencillas se liberan de rencores y de intrigas tan inútiles cuanto pesados. Las almas mansas y humildes, a ejemplo de Cristo, llevan sus propias cargas con paciencia y amor, con alegría, como si no pesasen e, incluso, tienen la fuerza para ayudar a los demás a llevar las propias. Son esas almas recias las que viven sonriendo y tendiendo una mano al prójimo necesitado. Su grandeza es su pequeñez. Son mansas y humildes de corazón.
Cristo te invita a acercarte a Él con confianza. Dale todas tus cargas. Deja en sus manos crucificadas todos tus yugos. Él, enseñándote a ser humilde, te dará las fuerzas para seguir sus huellas de amor.
Propósito
En las dificultades que hoy se me presenten, pedir la ayuda de Dios en vez de ser autosuficiente.
Diálogo con Cristo
Encontrar descanso, es algo que todos siempre buscamos, descanso que no implica el que los problemas o el esfuerzo vayan terminar. Las cosas parece que siguen igual, pero con Cristo, se viven desde diferente perspectiva. Gracias, Señor, por ofrecerme esa paz. Para alcanzarla, te pido me des: fe, generosidad, fuerza de voluntad, confianza y, sobre todo, amor. Con estos dones y tu gracia, tendré la fuerza necesaria para vivir tu voluntad
Eucaristía y matrimonio
El matrimonio se fortalecerá en fidelidad, si ambos cónyuges se alimentan de la eucaristía.
Antes de dar la relación entre ambos sacramentos, repasemos un poco la maravilla del matrimonio.
Es Dios mismo quien pone en esa mujer y en ese hombre el anhelo de la unión mutua, que en el matrimonio llegará a ser alianza, consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos.
El matrimonio no es una institución puramente humana. Responde, sí, al orden natural querido por Dios. Pero es Dios mismo quien, al crear al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la misión noble de procrear y continuar la especie humana.
El matrimonio, de origen divino por derecho natural, es elevado por Cristo al orden sobrenatural. Es decir, con el Sacramento del Matrimonio instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para cumplir sus deberes de esposos y padres de familia.
Por tanto, el Sacramento del Matrimonio o, como se dice, el "casarse por Iglesia" hace que esa comunidad de vida y de amor sea una comunidad donde la gracia divina es compartida.
Por su misma institución y naturaleza, se desprende que el matrimonio tiene dos propiedades esenciales: la unidad e indisolubilidad. Unidad, es decir, es uno con una. Indisolubilidad, es decir, no puede ser disuelto por ninguno. El pacto matrimonial es irrevocable: "Hasta que la muerte los separe".
No olvidemos que los ministros del Sacramento son los mismos contrayentes. El sacerdote sólo recibe y bendice el consentimiento.
¿Qué relación tiene el Sacramento de la Eucaristía con el del Matrimonio?
La eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Es el sacrificio del cuerpo entregado, de la sangre derramada. Todo Él se da: Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Es la comunión, el cuerpo que hay que comer y la sangre que hay que beber. Y comiendo y bebiendo esta comida celestial, tendremos vida eterna. Es la presencia que se queda en los Sagrarios para ser consuelo y aliento.
El matrimonio también es sacrificio, comunión y presencia. Es el sacrificio en que ambos se dan completamente, en cuerpo, sangre, alma y afectos. Y si no hay sacrificio y donación completa, no hay matrimonio sino egoísmo.
El matrimonio es comunión, ambos forman una común unión, son una sola cosa, igual que cuando comulgamos. Jesús forma conmigo una común unión tan fuerte y tan íntima, que nadie puede romperla.
El matrimonio, al igual que la eucaristía, también es presencia continua del amor de Dios con su pueblo.
El amor es esencialmente darnos a los demás. Lejos de ser una inclinación, el amor es una decisión consciente de nuestra voluntad de acercarnos a los demás. Para ser capaces de amar de verdad es necesario desprenderse cada uno de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos, para darnos sin esperar que nos agradezcan, para amar hasta el final. Este despojarse de uno mismo es la fuente del equilibrio, el secreto de la felicidad.