Vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo

Una cosa nos falta

El episodio está narrado con intensidad especial.Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega «corriendo» un desconocido que «cae de rodillas» ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.

No es un enfermo que pide curación. No es un leproso que, desde el suelo, implora compasión. Su petición es de otro orden. Lo que él busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: «¿Qué haré para heredar la vida eterna?». No es una cuestión teórica, sino existencial. No habla en general; quiere saber qué ha de hacer él personalmente.

Antes que nada, Jesús le recuerda que «no hay nadie bueno más que Dios». Antes de plantearnos qué hay que «hacer», hemos de saber que vivimos ante un Dios Bueno como nadie: en su bondad insondable hemos de apoyar nuestra vida. Luego, le recuerda «los mandamientos» de ese Dios Bueno. Según la tradición bíblica, ese es el camino para la vida eterna.

La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. «Jesús se le queda mirando con cariño». Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.

Jesús entiende muy bien su insatisfacción: «una cosa te falta». Siguiendo esa lógica de «hacer» lo mandado para «poseer» la vida eterna, aunque viva de manera intachable, no quedará plenamente satisfecho. En el ser humano hay una aspiración más profunda.

Por eso, Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones: «vende lo que tienes». Lo segundo, ayudar a los pobres:«dales tu dinero». Por último, «ven y sígueme». Los dos podrán recorrer juntos el camino hacia el reino de Dios.

El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús. Marcos nos explica que «era muy rico».

¿No es esta nuestra experiencia de cristianos satisfechos de los países ricos?

¿No vivimos atrapados por el bienestar material?

¿No le falta a nuestra religión el amor práctico a los pobres?

¿No nos falta la alegría y libertad de los seguidores de Jesús?

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “B” LA VERDADERA SABIDURÍA

(Sab 7, 7-11; Sal 89; Hbr 4, 12-13; Mc 10, 17-30)

¿Quién no desea acertar en la vida? Es una pregunta que se plantea no solo en el momento de escoger una carrera o elegir un trabajo; es, sobre todo, la cuestión esencial al optar por la forma de vida que identifique la propia historia, aunque, por distintos motivos, a lo largo de la existencia cabe replantearse la opción. A veces se hace por haber caminado de manera errada y en otros casos por tentación, cuando se pasa alguna dificultad o crisis.

Se acercó un joven al Señor: -«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 18) Es la pregunta existencial más importante Quizá no es la preocupación más habitual entre nosotros, por estar inmersos en los afanes de este mundo, pero en definitiva debería ser lo que más nos importara.

Suelo afirmar, cuando acompaño a alguien en algún discernimiento, que la opción de vida no es un proyecto, sino una obediencia. El camino que debemos recorrer no debería responder a nuestra imaginación o deseos, sino a la llamada recibida, a la voluntad de Dios. De aquí lo importante que es conocer la vocación personal contrastándola con la Palabra de Dios, los signos y acontecimientos, la mediación objetivadora, con la ayuda de la oración y la súplica al Espíritu Santo.

Para conocer el querer de Dios para cada uno, la lectura de hoy nos aconseja recurrir a la oración: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sb 7,7). El salmista incide en lo mismo, y en la misma clave pide el don de la sensatez: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89).

Tengo la seguridad de que Dios no oculta su voluntad al que quiere llamar para sí. “Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hbr 4, 13). Y no puede permitir que estemos vocacionados para algo que Él desee de nosotros, y no lo descubramos.

Puede suceder, que no obstante que seamos consciente de la llamada y nos dé pereza seguirla, o estemos afectados por otras realidades y tengamos miedo a la radicalidad. Jesús respondió a los discípulos: -«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más-casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.» (Mc 10, 18.29-30).

La razón de seguir la llamada no debiera ser la especulación del ciento por uno. Jesús, sin embargo, conoce nuestra naturaleza, y sabe lo que nos cuesta fiarnos de lo que no vemos. Pero es seguro que quien se fía de Él no quedará defraudado, no solo por heredar la vida eterna, sino en este mundo.

Atrévete a seguir a Jesús en aquello que creas es de su agrado, aunque te cueste.

B - Domingo 28Sab 7, 7-11; Heb 4, 12-13; Mc 10, 17-30

Nexo entre las lecturas

Entre tantos valores que el hombre encuentra en su existencia, ¿cuál es el valor más importante, el valor supremo? El libro de la Sabiduría responde que ella es y posee una valor superior y más precioso que valores como el poder, la riqueza, la salud, la belleza (primera lectura). El encuentro con el joven "rico" permite a Jesús reafirmar el valor superior de su seguimiento sobre los bienes y riquezas de este mundo (Evangelio). La autoridad y penetración eficaz de la Palabra de Dios merece ser reconocida como valor supremo, al igual que el mismo Dios (segunda lectura).

Mensaje doctrinal

  1. Valores y jerarquía de valores. Tanto los individuos como las sociedades se rigen por valores, es decir, por todo aquello que es apreciado como un bien y que objetivamente lo es. Los valores personales son los que configuran el modo de ser, de vivir y de actuar de las personas, como los valores sociales son los que configuran el modo de ser, actuar y vivir de una sociedad. Los valores son múltiples y afectan a diversas áreas de la existencia humana (valores vitales, económicos, culturales, morales, religiosos). Ante la variedad y multiplicidad de valores, es necesario establecer un orden entre ellos y por consiguiente una jerarquía. En una auténtica jerarquía los valores religiosos ocupan el primer puesto, luego los morales, los culturales, los vitales y finalmente los económicos. Cualquier cambio en este orden jerárquico, resulta en perjuicio de la persona humana y, en definitiva, de la sociedad. Si por encima del seguimiento de Cristo ponemos los bienes de este mundo (valores económicos), el "bolsillo" mejorará, pero con desventaja y daño de la persona humana y de la fe cristiana. Si la fitness y la belleza se ponen por encima de los valores morales, la sociedad contará con grandes atletas y con cuerpos esbeltos, pero con detrimento de valores más profundamente humanos como la justicia, la honestidad, la lealtad, la fidelidad, la dignidad de la persona. Hasta ahora sólo hemos hablado de valores y jerarquía de valores. Aunque sea de paso, hay que mencionar la existencia también de "antivalores". O sea, de todo aquello que el individuo o la sociedad consideran como un mal, y lo es en realidad. El apego a las riquezas es un mal para el hombre, porque le impide seguir a Jesucristo y poner en Dios su corazón.
  2. Características del valor superior. En primer lugar, el valor superior explica todos los demás y les da sentido y plenitud. El amor a Dios como valor supremo no se opone al valor de los bienes materiales, ni al de la salud ni al de la belleza. Dios quiere que el hombre cuente con los medios necesarios para su vida, cuide su salud y la belleza de su figura. De esta manera, los bienes materiales no son sólo valores económicos, ni la salud y la belleza son sólo valores vitales, sino que adquieren una plenitud que en sí no tienen: forman parte del designio de Dios para con el hombre. La Palabra de Dios y su autoridad no se oponen a la autoridad y palabra de los padres, educadores, gobernantes; más bien, infunde en ellas una fuerza y eficacia que en sí no poseen. En segundo lugar, es Dios quien ilumina la inteligencia humana para ver cuál es el valor superior entre una serie de valores y cómo se ordenan esos valores entre ellos. El hombre a solas, sin la iluminación de Dios, corre el riesgo de construir jerarquías erradas. La primera lectura, por eso, comienza precisamente así: "Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría". En tercer lugar, el verdadero valor siempre termina recompensando con frutos buenos sea para el individuo sea para la sociedad. "Con ella me vinieron a la vez todos los bienes", dice la Sabiduría. Y Jesús responde a Pedro, que representa a los Doce: "Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno ahora al presente... y en el mundo venidero la vida eterna".

 

Sugerencias Pastorales

  1. Donde está tu valor, ahí está tu corazón. Los valores que rigen la vida de una persona o de una sociedad son el índice de su categoría humana y cristiana. Actualmente, hay algo en nuestro ambiente que nos debe hacer reflexionar: en las estadísticas sobre los intereses y valores de los ciudadanos, ¿cuáles son los valores que más interesan y preocupan? En muchísimos, la salud; en otros muchos, el trabajo; no pocos se muestran preocupados también por el ambiente. Luego vienen los demás. ¿Nos damos cuenta de que en una recta escala de valores no son éstos precisamente los que ocupan el vértice? Al contrario, son valores económicos, vitales, que están en la base de la pirámide jerárquica. Ahora bien, donde están tus valores, ahí está tu corazón, es decir, toda tu persona (inteligencia, voluntad, afectividad, sensibilidad). Vales lo que valen tus valores. Si tu valor predominante es la salud, en cuyo altar sacrificas los demás valores, tu categoría humana y cristiana será más bien baja. Si tu valor predominante es Dios, entonces te elevas a una grande categoría humana y cristiana que se reflejará luego en tu vida moral, en tu trabajo, en tu familia, en el mismo cuidado de tu salud. Tengamos esto muy presente: Dios como valor supremo nos impide despreciar los demás valores; más aún, nos manda positivamente estimarlos, cuidarlos, buscarlos ordenadamente. Dios como valor supremo es la máxima riqueza del hombre.
  2. Se vive de valores. No es indiferente para los hombres y para los pueblos el que predominen unos u otros valores. Primero, porque los valores influyen y conforman la mentalidad de un individuo o de un grupo. Pero sobre todo porque los valores determinan la vida. Vivirás según que sean tus valores. Si tus valores predominantes son los vitales, todas tus actividades estarán determinadas por ellos, es decir, por una buena salud y un ambiente sano. ¿Para qué se trabaja? Para contar con medios que permitan estar en forma. ¿Para qué se reza? Para pedir a Dios salud. ¿Por qué se evita la droga, el alcohol, el tabaco? No por el desorden moral que implican, sino porque perjudican la salud. ¿Por qué partido se vota? Por aquel que asegure el mejoramiento de la sanidad y del ambiente. La salud se convierte en el eje a cuyo alrededor gira todo lo demás en la vida, y a cuyo valor se sacrifica cualquier otro valor. ¿Cuáles son los valores que gobiernan y dirigen tu vida? En tu medio ambiente (familiar, parroquial, comunitario), ¿cuáles son los valores supremos? ¿Qué puedes hacer para que los valores religiosos sean cada vez más en ti y en tus amigos, familiares, compañeros de clase o de trabajo, los valores que tengan el primer puesto en la escala de valores?

 

Evangelio según San Marcos 10,17-30.

Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".

Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".

Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible". Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,

desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.

San Clemente de Alejandría (150-c. 215), teólogo Homilía titulada "¿Cuál rico se salvará?"

"Una sola cosa te falta"

Hay una riqueza que es la muerte para todo aquello que ella domina: liberaros de ella y vosotros seréis salvados. Purificad vuestra alma, rendidla para poder entender la llamada del Señor que os repite: "¡Ven y sígueme!" Es la voz que hace caminar tras ella a quien tiene el corazón puro: la gracia de Dios resbala en un alma repleta y desgarrada por una multitud de posesiones.

Los que miran su fortuna, su oro su plata, sus casas, como dones de Dios, estos por testimoniar a Dios su reconocimiento ayudaran a los pobres con sus bienes. El sabe que lo que posee pertenece mas a sus hermanos que a él mismo; el dueño de su riqueza lo convertirán en esclavo. El no las encierra en su alma, porque no encierra su vida en ellas, pero el persigue sin cansarse una obra toda divina. Y si un día su fortuna se pierde, el acepta su ruina con un corazón libre. A este hombre, Dios lo declara bienaventurado, lo llama “pobre en el espíritu” heredero seguro del Reino de los Cielos (Mt,53)...

Hay, por el contrario, quien acumula su riqueza en su corazón, en la morada del Santo Espíritu. La guarda en sus tierras; el acumula sin fin su fortuna, y no se inquieta mas que por amontonar mas todos los días; no eleva jamás los ojos al cielo; se embota en lo temporal, puesto que el viene del polvo y retornará al polvo (Gn3,19) ¿Cómo puede el probar el deseo del Reino, el que, en la morada del corazón, lleva un campo o una mina, a el que la muerte le sorprenderá fatalmente en medio de sus pasiones? “ Porque donde está tu tesoro, allí también está tu corazón” (Mt 6,21)

San Juan XXIII

San JUAN XXIII (1881-1963)

Nació en el seno de una familia numerosa campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede.

En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sottoil Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.

De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María RadiniTedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. RadiniTedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.

En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».

Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.

Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.

 

Francisco, hoy, en el Angelus

"Rezo por ese amado país y pido al Señor que conforte a las víctimas"
El Papa recuerda con "dolor" a las víctimas del atentado de Ankara
"Liberarse de la esclavitud de las cosas y ganar la libertad del servicio por amor"
José Manuel Vidal, 11 de octubre de 2015 a las 12:29
En la jornada internacional por la reducción de los desastres naturales, pide "empeñarse en la tutela de la casa común"

(José M. Vidal).-Angelus del Papa Franciscoen pleno Sínodo. Y desde la cátedra de la ventana el Papa de la "mirada" de Jesús, que derrama ternura, al tiempo que asegura que "no pueden convivir la fe con el amor a las riquezas". Por otra parte, recordó con dolor a las víctimas del atentado de Ankara, "contra personas inermes, que se manifestaban por la paz" y pidió, para ellas, el consuelo del Señor.

Algunas frases del Papa

"El Evangelio de hoy, en tres escenas"."El encuentro con un joven"."Al joven, la observancia de los preceptos no le basta"
"Jesús intuye este deseo"
"Lo mira intensamente, lleno de ternura y afecto"
"Jesús entiende cuál es el punto débil de su interlocutor"
"El joven tiene el corazón dividido entre dos dueños: Dios y el dinero"
"Y se va triste"
"No pueden convivir la fe y el amor a las riquezas"
"Segunda escena, con mirada pensativa"
"Con el Señor, podemos superar todos los obstáculos"
"Él nos acompaña en el camino"
"Solemne declaración de Jesús"
"Liberarse de la esclavitud de las cosas y ganar la libertad del servicio por amor"
"Hay más alegría en el dar que en el recibir"
"El joven no se dejó conquistar y no pudo cambiar"
"Os pido, a vosotros, jóvenes, ¿habéis sentido la irada de Je´sus sobre vosotros? ¿Qué le vais a responder?"
"Abrir nuestro corazón al amor y a la mirada de Jesús"
"Sólo Él puede apagar nuestra sed de felicidad"

Saludos tras el ángelus

"Ayer hemos recibido con gran dolor la noticia de la terrible matanza acaecida en Ankara, en Turquía. Dolor por los numerosos muertos. Dolor por los heridos. Dolor porque los terroristas han atentado contra personas inermes que manifestaban por la paz. Mientras rezo por ese querido país, pido al Señor que acoja a las almas de los difuntos y que consuele a los que sufren y a sus familiares". Recemos en silencio. Todos juntos".

"El próximo martes, 13 de octubre, jornada internacional por la reducción de los desastres naturales....Empeñarse en la tutela de la casa común y promover una cultura glbal de reducción de los desastres...especial atención al s poblaciones más vulnerables". Entre los saludados la confraternidad de la santa y vera Cruz de Calahorra.

Texto completo de las palabras del Papa:

«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.

La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un tal, que - según el pasaje paralelo de Mateo - es identificado como ‘joven'. El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» (v. 17). Es decir, la felicidad. "Vida eterna" no es solo la vida del más allá, sino que es ésta: la vida plena, cumplida, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. En este contexto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por lo que su respuesta se traduce en una mirada intensa llena de ternura y de cariño, así dice el Evangelio: «Jesús lo miró con amor» (v.21). Se dio cuenta de que era un buen joven... Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos patrones: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el impulso inicial del joven se apaga en la infelicidad de un seguimiento naufragado.

En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» (v.23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» (v. 26), Jesús responde con una mirada de aliento - es la tercera mirada - y dice: la salvación es sí «imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!» (v.27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la salvación, él nos acompaña en el camino.

Y así llegamos a la tercera escena, aquella de la solemne declaración de Jesús: Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente (cfr v 29 y v 30). Este "ciento por uno" está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas al infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y logramos la alegría del don. Lo que Jesús decía: «Hay más alegría en dar que en recibir».

El joven no se ha dejado conquistar por la mirada de Jesús y así no ha podido cambiar. Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica, luminosa.

Y yo les pregunto a ustedes, jóvenes, chicos y chicas, que están en la plaza: ¿han percibido la mirada de Jesús sobre ustedes? ¿Qué le quieren responder? ¿Prefieren dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?

Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de felicidad».

El Discurso de la Luna de Juan XXIII.

Jueves 11 de Octubre de 1962

Al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa... 


El jueves 11 de Octubre de 1962, al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa, Juan XXIII, que impresionado se acercó a la ventana y vio una multitud de personas con antorchas a las que les dirigió unas ungidas palabras.

Narra Mons. Capovilla (*) que «aquella noche, el papa Juan estaba muy emocionado. No hablaba, vivía como ensimismado. Se sentía ya enfermo. Para él, lo importante era que el concilio había empezado. No le preocupaba si lo podría acabar él o su sucesor. Estaba sereno. Por la noche, la Acción Católica había congregado en la plaza de San Pedro a 100.000 personas, con las antorchas en la mano. Era un espectáculo. Le pedimos que se asomara a la ventana y dijera unas palabras, pero se enfadó: 'Ya he hablado una vez. Basta', les dijo». Y Capovilla añadió: "Le gustaba hablar poco y con gran sencillez, para que le entendieran todos. Y sobre todo huía de los aplausos de la masa, que le molestaban mucho. Cuando alguien le pedía que preparara un discurso, por ejemplo, para los presos, decía: 'Si quieren que hable de los presos, prepararé un documento sobre el tema, pero si yo voy a ver a los presos quiero sólo abrazarles y hablarles con el corazón de lo que me salga en ese momento".

Aquella noche, los gritos de la gente reunida en la plaza subían hasta las habitaciones pontificias. Capovilla le dice: "Santo Padre, asómese por lo menos a los cristales para contemplar el espectáculo de las antorchas". Se asomó a la ventana y debió impresionarse, porque le dijo al secretario: "Abra la ventana y ponga el tapiz rojo". Se asomó, y en ese momento se encontró frente a él con la luna llena. Y fue cuando pronunció, improvisándolo, el famoso discurso de la luna ("también ella está contenta hoy") y de la caricia a los niños:

«Queridos hijitos, queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí, de hecho, está representado todo el mundo. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observadla en lo alto, para mirar este espectáculo. Es que hoy clausuramos una gran jornada de paz; sí, de paz: “Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad” (cf. Lc 2,14).

Es necesario repetir con frecuencia este deseo. Sobre todo cuando podemos notar que verdaderamente el rayo y la dulzura del Señor nos unen y nos toman, decimos: He aquí un saboreo previo de lo que debiera ser la vida de siempre, la de todos los siglos, y la vida que nos espera para la eternidad.

Si preguntase, si pudiera pedir ahora a cada uno: ¿de dónde venís vosotros? Los hijos de Roma, que están aquí especialmente representados, responderían: “¡Ah! Nosotros somos vuestros hijos más cercanos; vos sois nuestro obispo, el obispo de Roma”.

Y bien, hijos míos de Roma; vosotros sabéis que representáis verdaderamente la Roma caput mundi, así como está llamada a ser por designio de la Providencia: para la difusión de la verdad y de la paz cristiana.

En estas palabras está la respuesta a vuestro homenaje. Mi persona no cuenta nada; es un hermano que os habla, un hermano que se ha convertido en padre por voluntad de nuestro Señor. Pero todo junto, paternidad y fraternidad, es gracia de Dios. ¡Todo, todo!  Continuemos, por tanto, queriéndonos bien, queriéndonos bien así: y, en el encuentro, prosigamos tomando aquello que nos une, dejando aparte, si lo hay, lo que pudiera ponernos en dificultad.

Fratres sumus. La luz brilla sobre nosotros, que está en nuestros corazones y en nuestras conciencias, es luz de Cristo, que quiere dominar verdaderamente con su gracia, todas las almas.  Esta mañana hemos gozado de una visión que ni siquiera la Basílica de San Pedro, en sus cuatro siglos de historia, había contemplado nunca.

Pertenecemos, pues, a una época en la que somos sensibles a las voces de lo alto; y por tanto deseamos ser fieles y permanecer en la dirección que Cristo bendito nos ha dejado. Ahora os doy la bendición. Junto a mí deseo invitar a la Virgen santa, Inmaculada, de la que celebramos hoy la excelsa prerrogativa.

He escuchado que alguno de vosotros ha recordado Éfeso y las antorchas encendidas alrededor de la basílica de aquella ciudad, con ocasión del tercer Concilio ecuménico, en el 431. Yo he visto, hace algunos años, con mis ojos, las memorias de aquella ciudad, que recuerdan la proclamación del dogma de la divina maternidad de María.

Pues bien, invocándola, elevando todos juntos las miradas hacia Jesús, su hijo, recordando cuanto hay en vosotros y en vuestras familias, de gozo, de paz y también, un poco, de tribulación y de tristeza, acoged con buen ánimo esta bendición del padre. En este momento, el espectáculo que se me ofrece es tal que quedará mucho tiempo en mi ánimo, como permanecerá en el vuestro. Honremos la impresión de una hora tan preciosa. Sean siempre nuestros sentimientos como ahora los expresamos ante el cielo y en presencia de la tierra: fe, esperanza, caridad, amor de Dios, amor de los hermanos; y después, todos juntos, sostenidos por la paz del Señor, ¡adelante en las obras de bien!

Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados por nuestro camino.

A la bendición añado el deseo de una buena noche, recomendándoos que no os detengáis en un arranque sólo de buenos propósitos. Hoy, bien puede decirse, iniciamos un año, que será portador de gracias insignes; el Concilio ha comenzado y no sabemos cuándo terminará. Si no hubiese de concluirse antes de Navidad ya que, tal vez, no consigamos, para aquella fecha, decir todo, tratar los diversos temas, será necesario otro encuentro. Pues bien, el encontrarse cor unum et anima una, debe siempre alegrar nuestras almas, nuestras familias, Roma y el mundo entero. Y, por tanto, bienvenidos estos días: los esperamos con gran alegría».

Nota:

* Loris Francesco Capovilla (14 de octubre de 1915) es un cardenal italiano, el más longevo de la Iglesia Católica. Fue creado cardenal por el Papa Francisco en 2014. Inició su labor como sacerdote patriarcal con el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, electo Patriarca de Venecia en 1953, que lo tomó como su secretario personal. Después de ser elegido como Juan XXIII, Capovilla mantuvo su puesto y asignación y le siguió a Roma. Fue su más estrecho colaborador durante su pontificado, que terminó en 1963, participando también en el Concilio Vaticano II.

¿También los ricos se salvan?

Marcos 10, 17-30. Tiempo Ordinario. Lo importante es no usar nuestros bienes para servirnos a nosotros mismos y a nuestros caprichos sino para ayudar a los demás. 


Oración introductoria


Señor, creo y confío en que escuchándote en mi oración, podré descubrirte y amarte más y aceptar plenamente las exigencias de cumplir tu voluntad. No quiero ser como el joven rico del Evangelio que pregunta sin querer escuchar. Tú eres mi Maestro, Tú eres mi guía, mi Señor. ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Dime en esta oración cómo puedo agradarte más, cómo puedo cumplir mejor tus mandamientos.



Petición


Jesús, ayúdame a descubrir en esta oración, qué es lo que me falta para alcanzar mi salvación y la de mis hermanos.



Meditación del Papa Francisco

¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño, y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida.

Durante la juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea falseado, destruido o menoscabado. Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas. Se lo ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”.

Al mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor, sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual, privándolo así de sus características esenciales de belleza, comunión, fidelidad y responsabilidad. (S.S. Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015).



Reflexión


Esta pregunta parece superflua o tonta, pero no lo es tanto. Al menos, a juzgar por las palabras de nuestro Señor: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos!". Los mismos discípulos se quedaron extrañados al oírle expresarse así. Y Jesús, con su conducta habitual, en vez de apaciguar el tono de sus sentencias, lo hace todavía más rotundo: "Sí, hijos, más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios". Los discípulos se espantaron aún más -nos refiere san Marcos- y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?".

Hace no mucho tiempo algunos teólogos católicos, así llamados de la "teología de la liberación", trataron de manipular el mensaje de Cristo -sobre todo en los países de América Latina- diciendo que la Iglesia debía ocuparse sólo de los pobres y marginados; e, inspirándose en la filosofía marxista, preconizaban la lucha de clases dentro de la misma Iglesia. ¡Qué aberración! Y, tristemente, todavía hay muchos sectores eclesiásticos que siguen pensando y opinando lo mismo...

Sin embargo, hay que hablar con la verdad del Evangelio: nuestro Señor nunca condenó la riqueza ni los bienes terrenos por sí mismos. Es más, entre sus amigos y discípulos se encontraban José de Arimatea y Nicodemo, que eran hombres ricos; Jesús se hospedó en la casa de Zaqueo y de Simón el fariseo, que también tenían grandes riquezas; entre sus apóstoles se contaba uno que había sido publicano, o sea, recaudador de impuestos. Y además, aceptaba en su compañía a “algunas mujeres que le asistían y le ayudaban con sus bienes” –nos refiere san Lucas—. Lo que nuestro Señor condena es, pues, el apego desordenado a las riquezas y a los bienes terrenos, el "hacer depender de ellos la propia vida" y el "acumular tesoros sólo para sí mismos" (cfr. Lc 12, 13-21).

Y es que el apego desmedido al dinero lleva al hombre a la avaricia y a la más completa ceguera hasta el punto de olvidar lo más importante en la vida: "¡Necio! –llamó nuestro Señor en una de sus parábolas a un avaro-; esta misma noche te van a reclamar el alma. Todo lo que has acumulado, ¿para quién será?" (Lc 12, 20). La avaricia hace mucho más difícil la entrada al Reino de Dios no por las riquezas en sí mismas, sino porque se convierten en una idolatría. Por eso dijo Jesús que "no se puede servir a dos señores, porque se ama a uno y desprecia al otro; no se puede amar a Dios y al dinero" (Mt 6, 24). Y esto fue lo que le ocurrió al joven rico del evangelio de hoy. Y eso fue también lo que le pasó a Judas Iscariote, que entregó a Cristo por treinta miserables monedas de plata.

Pero está claro que tanto los ricos como los pobres son hijos de Dios, y tanto unos como otros pueden ser no sólo buenos cristianos, sino también santos. Ha habido muchos reyes y reinas, príncipes y nobles que han sido ejemplos preclaros de virtud y de santidad, y sus riquezas no les han impedido su camino hacia Dios. Allí están san Enrique, san Luis de Francia, santa Isabel de Hungría, santa Brígida de Suecia, san Francisco de Borja, santa Margarita de Escocia, san Wenceslao, san Casimiro y miles más.

Las riquezas son algo accidental, y deben ser un medio más para vivir y para servir mejor a Dios y al prójimo. Cuando el dinero no se usa para eso, es entonces cuando comienzan los problemas... y ahora sí nuestro Señor condena. De aquí nace la prepotencia, la soberbia, la avaricia desenfrenada, el maquiavelismo, la injusticia diabólica y la corrupción de muchos ricos y poderosos de la tierra que sólo se sirven a sí mismos y a sus propios intereses… Es entonces cuando la riqueza se convierte en un gravísimo peligro y un obstáculo para la propia salvación. Y así se cumple la palabra del Señor: "es más fácil a un camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los cielos".
Lo importante es, pues, cómo usamos de los bienes: si le damos gracias a Dios porque nos da elementos para vivir y descansar, y con ellos ayudamos a nuestros semejantes, o si sólo nos servimos a nosotros mismos y a nuestros caprichos. Pero, ¡atención!, no hay que ayudar a los demás sólo con las migajas que nos sobran y que caen de nuestra mesa, sino con verdadera generosidad. Sólo así vamos por el recto camino.


Propósito


Ante el relativismo y hedonismo imperante, ser fiel a mis convicciones de fe. Pondré en agenda mi próxima dirección espiritual.


Diálogo con Cristo 


Señor, porque me amas, no te cansas de mostrarme, por diversos medios, cuál es el camino que tengo que seguir. Sencillo de entender pero no fácil de caminar. No permitas que me pase lo del joven del Evangelio que cree cumplir todo hasta el momento en que ocurre algo que le muestra que hay otras cosas más importantes que cumplir tu voluntad. Tú sabes que trato de seguirte fielmente, aunque muchas veces no ha sido nada fácil. Ayúdame a salir de mi zona de confort para dejar a un lado todo lo que entorpezca o disminuya mi amor y mi generosidad a Ti y a los demás.

PAXTV.ORG