«Se tiró, rostro en tierra, a los pies de Jesús, dándole gracias»
- 11 Noviembre 2015
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El "milagro" del cojo de Calanda
Atribuido a la Virgen del Pilar
Una investigación cuestiona el milagro del "cojo de Calanda"
"El milagro del cojo de Calanda. La génesis de un mito", de Javier Sierra y José Luis Corral
Redacción, 10 de noviembre de 2015 a las 09:35
Más que del cojo de Calanda tendríamos que hablar del "pícaro" de Calanda
Después de diez años de investigación y tras bucear en archivos históricos, un trabajo realizado por dos historiadores desmitifica un milagro de la Virgen del Pilar, el más conocido de Zaragoza, el del cojo de Calanda, un personaje que más bien debería haber pasado a la historia como el "pícaro de Calanda".
Aunque las crónicas hablan de un milagro extraordinario ocurrido en el siglo XVII en Zaragoza, la restitución de una pierna a un amputado, para los historiadores Ángel Briongos y Antonio Gascón este suceso no es más que un mito forjado desde el poder, en un momento en el que a la ciudad le venía bien que esto ocurriera.
Así lo explican en las más de setecientas páginas del libro "El milagro del cojo de Calanda. La génesis de un mito", un ensayo de investigación que han presentado hoy en la capital aragonesa de la mano de dos escritores ligados a Aragón, Javier Sierra y José Luis Corral, que se han mostrado fascinados por este trabajo.
A la conclusión que han llegado estos dos historiadores después de haber consultado documentos de distintos archivos históricos es que la construcción de este mito, que tiene dos protagonistas claros -Miguel Pellicer, el cojo de Calanda y el vicario de Calanda que en ese momento estaba siendo investigado por la Inquisición- tiene un motivo, un cruce de intereses, con la lucha del clero como telón de fondo, ha indicado Briongos.
Para llegar a ello han consultado fuentes eclesiales que ya existían y que a lo largo de la historia habían sido "interesadamente mal leídas" para hacer creer una historia que no era cierta, hasta el punto de que más que del cojo de Calanda tendríamos que hablar del "pícaro" de Calanda, ha añadido Gascón.
El proceso eclesiástico que confirma el milagro, ha indicado, estuvo lleno de irregularidades que en ese momento también fueron notables, pero que se taparon de alguna forma.
Y pone como ejemplo, entre muchos otros, que la Iglesia no aportara ningún sacerdote testigo que confirmara haber visto al cojo en la puerta de la Basílica del Pilar pidiendo limosna, porque en ese momento a la institución le interesaba que el milagro se verificara, ha recalcado Gascón."Éste es un libro que nunca acababa porque íbamos descubriendo cosas y entre tanto aparecían libros que volvían a insistir en la veracidad de este hecho", ha comentado. La presentación del libro, que se ha llevado a cabo en la Biblioteca de Aragón en Zaragoza, ha corrido a cargo del escritor Javier Sierra, quien ha reconocido que esta obra va a dar "mucho que hablar" por el alcance que tiene el milagro de Calanda en la ciudad y ha indicado que sin duda es el "primer paso" para "reescribir" la historia. Por su parte, el escritor e historiador José Luis Corral ha explicado, desde su faceta como historiador, que la historia está construida de "mitos", que trascienden más allá de los documentos y llegan a hacer sombra a la historia. Y sacando a relucir su vocación de escritor, ha precisado que, en cada uno de los capítulos de esta historia, hay un "novelón" de intriga y de hasta literatura picaresca. Para la realización de este trabajo, que descubre fuentes "inéditas" y "contradice" la historia, han consultado fuentes del archivo histórico de La Seo y del Pilar, así como del Archivo de Alcañiz, entre muchos otros.
(RD/Agencias)
Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado.
San Martín de Tours
San Martín de Tours, obispo. Memoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios y pa
El gran san Martín, gloria de las Galias y lumbrera de la Iglesia de Occidente en el siglo IV, nació en Sabaria de Panonia, en la actual Hungría. Sus padres, que eran paganos, fueron más tarde a establecerse a Pavía. Su padre era un oficial del ejército, que había empezado como soldado raso. Es curioso notar que san Martín ha pasado a la historia como «santo militar». Como era hijo de un veterano, a los quince años, tuvo que alistarse en el ejército contra su voluntad. Aunque no era todavía cristiano bautizado, vivió algunos años más como monje que como soldado. Cuando se hallaba acuartelado en Amiens, tuvo lugar el incidente que ha hecho tan famoso al santo en la historia y en el arte. Un día de un invierno muy crudo, se encontró en la puerta de la ciudad con un pobre hombre casi desnudo, que temblaba de frío y pedía limosna a los transeúntes.
Viendo Martín que las gentes ignoraban al infeliz mendigo, pensó que Dios le ofrecía la oportunidad de socorrerle; pero, como lo único que llevaba eran sus armas y su uniforme, sacó su espada, partió su manto en dos y regaló una de las mitades al mendigo, guardando la otra para sí. Algunos de los presentes se burlaron al verle vestido en forma tan ridícula, pero otros quedaron avergonzados de no haber socorrido al mendigo. Esa noche, Martín vio en sueños a Jesucristo vestido con el trozo del manto que había regalado al mendigo y oyó que le decía: «Martín, aunque sólo eres catecúmeno, me cubriste con tu manto». Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, afirma que Martín se había hecho catecúmeno a los diez años por iniciativa propia, y que, en cuanto tuvo la visión que acabamos de describir, «voló a recibir el bautismo». Sin embargo, no abandonó inmediatamente el ejército. Pero después de la invasión de los bárbaros, cuando se presentó ante su general Julián César con sus compañeros para recibir su parte del botín, se negó a aceptarla y le dijo: «Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame en adelante servir a Jesucristo. Reparte el botín entre los que van a seguir luchando; yo soy soldado de Jesucristo y no me es lícito combatir». El general se enfureció y le acusó de cobardía. Martín replicó que estaba dispuesto a marchar al día siguiente a la batalla en primera fila y sin armas en el nombre de Jesucristo. Julián César le mandó encarcelar, pero pronto se llegó a un armisticio con el enemigo, y Martín fue dado de baja en el ejército. Inmediatamente se dirigió a Poitiers, donde san Hilario era obispo, y el santo doctor le acogió gozosamente entre sus discípulos (Sobre este punto, la narración de Sulpicio Severo ofrece considerables dificultades cronológicas).
Una noche, mientras dormía, recibió Martín la orden de partir a su patria. Cruzó los Alpes, donde logró escapar de unos bandoleros en forma extraordinaria, llegó a Panonia y allí convirtió a su madre y a algunos otros parientes y amigos, pero su padre persistió en la infidelidad. En la Iliria se opuso con tal celo a los arrianos, que fue flagelado públicamente y expulsado de la región. En Italia se enteró de que los arrianos triunfaban también en la Galias y habían desterrado a san Hilario, de suerte que se quedó en Milán. Pero el obispo arriano, Auxencio, le expulsó de la ciudad. Entonces, el santo se retiró, con un sacerdote, a la isla de Gallinaria, en el Golfo de Génova, y ahí permaneció hasta que san Hilario pudo volver a Poitiers, el año 360. Como Martín se sintiese llamado a la soledad, san Hilario le cedió unas tierras en el actual Ligugé.
Pronto fueron a reunirse con él otros ermitaños. La comunidad (según la tradición, fue la primera comunidad monástica de las Galias) se convirtió, con el tiempo, en un gran monasterio que existió hasta 1607; en 1852, lo ocuparon los benedictinos de Solesmes. San Martín pasó allí diez años, dirigiendo a sus discípulos y predicando en la región, donde se le atribuyeron muchos milagros. Hacía el año 371, los habitantes de Tours decidieron elegirle obispo. Como él se negase a aceptar el cargo, los habitantes de Tours le llamaron con el pretexto de que fuese a asistir a un enfermo y aprovecharon la ocasión para llevarle por la fuerza a la iglesia. Algunos de los obispos a quienes se había convocado para la elección, arguyeron que la apariencia humilde e insignificante de Martín le hacía inepto para el cargo, pero el pueblo y el clero no hicieron caso de tal objeción.
San Martín siguió viviendo como hasta entonces. Al principio, fijó su residencia en una celda de las cercanías de la iglesia, pero como los visitantes le interrumpiesen constantemente, acabó por retirarse a lo que fue más tarde la famosa abadía de Marmoutier. El sitio, que estaba entonces desierto, tenía por un lado un abrupto acantilado y por el otro, un afluente del Loira. Al poco tiempo, habían ya ido a reunirse con san Martín ochenta monjes y no pocas personas de alta dignidad. La piedad, los milagros y la celosa predicación del santo, hicieron decaer el paganismo en Tours y en toda la región. San Martín destruyó muchos templos, árboles sagrados y otros objetos venerados por los paganos. En cierta ocasión, después de demoler un templo, mandó derribar también un pino que se erguía junto a él. El sumo sacerdote y otros paganos aceptaron derribarlo por sí mismos, con la condición de que el santo, que tanta confianza tenía en el Dios que predicaba, aceptase colocarse junto al árbol en el sitio que ellos determinasen. Martín accedió y los paganos le ataron al tronco. Cuando estaba a punto de caer sobre él, el santo hizo la señal de la cruz y el tronco se desvió. En otra ocasión, cuando demolía un templo en Antun, un hombre le atacó, espada en mano. El santo le presentó el pecho, pero el hombre perdió el equilibrio, cayó de espaldas y quedó tan aterrorizado, que pidió perdón al obispo. Sulpicio Severo narra éstos y otros hechos milagrosos, algunos de los cuales son tan extraordinarios, que el propio Sulpicio Severo dice que, ya en su época, no faltaban «hombres malvados, degenerados y perversos» que se negaban a creerlos. El mismo autor refiere algunas de las revelaciones, visiones y profecías con que Dios favoreció a san Martín. Todos los años, solía el santo visitar las parroquias más lejanas de su diócesis, viajando a pie, a lomo de asno o en barca. Según su biógrafo, extendió su apostolado desde la Turena hasta Chartres, París, Antun, Sens y Vienne, donde curó de una enfermedad de los ojos a san Paulino de Nola. En cierta ocasión en que un tiránico oficial imperial llamado Aviciano llegó a Tours con un grupo de prisioneros y se disponía a torturarlos al día siguiente, san Martín partió apresuradamente de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó cerca de la medianoche e inmediatamente fue a ver a Aviciano, a quien no dejó en paz sino hasta que perdonó a los prisioneros.
En tanto que san Martín conquistaba almas para Cristo y extendía pacíficamente su Reino, los priscilianistas, que constituían una secta gnóstico-maniquea fundada por Prisciliano, empezaron a turbar la paz en las Galias y en España. Prisciliano apeló al emperador Máximo la sentencia del sínodo de Burdeos (348), pero Itacio, obispo de Ossanova, atacó furiosamente al hereje y aconsejó al emperador que le condenase a muerte. Ni san Ambrosio de Milán ni san Martín, estuvieron de acuerdo con la actitud de Itacio, quien no sólo pedía la muerte de un hombre, sino que además mezclaba al emperador en los asuntos de la jurisdicción de la Iglesia. San Martín exhortó a Máximo a no condenar a muerte a los culpables, diciéndoles que bastaba con declarar que eran herejes y estaban excomulgados por los obispos. Pero Itacio, en vez de aceptar el parecer de san Martín, le acusó de estar complicado en la herejía. Sulpicio Severo comenta a este propósito que esa era la táctica que Itacio solía emplear contra todos aquéllos que llevaban una vida demasiado ascética para su gusto. Máximo prometió, por respeto a san Martín, que no derramaría la sangre de los acusados; pero, una vez que el santo obispo partió de Tréveris, el emperador acabó por ceder y dejó en manos del prefecto Evodio la decisión final. Evodio, por su parte, viendo que Prisciliano y algunos otros eran realmente culpables de algunos de los cargos que se les hacían, los mandó decapitar. San Martín volvió más tarde a Tréveris a interceder tanto por los priscilianistas españoles, que estaban bajo la amenaza de una sangrienta persecución, como por dos partidarios del difunto emperador Graciano. Eso le puso en una situación muy difícil, en la que le pareció justificado mantener la comunión con el partido de Itacio, pero más tarde tuvo ciertas dudas sobre si se había mostrado demasiado suave al proceder así (san Siricio, papa, censuró tanto al emperador como a Itacio por su actitud en el asunto de los priscilianistas. Fue ésa la primera sentencia capital que se impuso por herejía, y el resultado fue que el priscilianismo se difundió por España).
San Martín tuvo una revelación acerca de su muerte y la predijo a sus discípulos, los cuales le rogaron con lágrimas en los ojos que no los abandonase. Entonces el santo oró así: «Señor, si tu pueblo me necesita todavía, estoy dispuesto a seguir trabajando. Que se haga tu voluntad». Cuando le sobrecogió la última enfermedad, san Martín se hallaba en un rincón remoto de su diócesis. Murió el 8 de noviembre del año 397. El 11 de noviembre es el día en que fue sepultado en Tours. Su sucesor, san Bricio, construyó una capilla sobre su sepulcro; más tarde, fue sustituida por una magnífica basílica. La Revolución Francesa destruyó la siguiente basílica que se construyó allí. La actual iglesia se levanta en el sitio en que se hallaba el santuario saqueado por los hugonotes en 1562. Hasta esa fecha, la peregrinación a la tumba de san Martín era una de las más populares de Europa. En Francia hay muchas iglesias dedicadas a san Martín y lo mismo sucede en otros países. La más antigua iglesia de Inglaterra lleva el nombre de este santo: se trata de una iglesia en las afueras de Canterbury, y Beda dice que fue la primera que se construyó durante la ocupación romana. De ser cierto esto, debió tener otro nombre al principio, y recibió el de san Martín cuando san Agustín y sus monjes tomaron posesión de ella. Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España.
La literatura y la iconografía sobre el santo es inmensa. La fuente principal, sin embargo, es Simplicio Severo, quien visitó a san Martín en Tours, y cuyos relatos son mucho más importantes que cualquiera de los documentos posteriores. Cuando murió san Martín, Sulpicio ya había terminado su biografía. Algún tiempo después, revisó su obra e introdujo en ella el texto de tres largas cartas que había escrito en el intervalo; en la última de ellas describía la muerte y los funerales del santo. Entre tanto, había escrito también una crónica general, en cuyo capítulo 50 del libro II trata de la actuación de san Martín en la controversia priscilianista. Finalmente, el año 404 compuso un diálogo con algunos otros materiales, donde compara a san Martín con los ascetas primitivos y cuenta algunas anécdotas. Casi un siglo y medio después de la muerte de san Martín, su sucesor en la sede de Tours, san Gregorio, hizo otra importante contribución a la historia de su venerado predecesor. Desgraciadamente, las cronologías de Sulpicio y de Gregorio son diferentes con frecuencia. En la literatura el personaje de san Martín está muy presente, y en particular seguramente recordarán los de tradición hispana el fragmento del Quijote en el que el héroe explica a Sancho el caso de la capa:
«Descubrió [una talla] el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:
-Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.
-No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.»
(2ª parte, Cap LVIII)
Aunque es patrono de muchos oficios y muchas ciudades, e incluso san Gregorio de Tours lo proclama como «patrono especial del mundo entero», me gustaría contar la anécdota de uno solo de esos patronazgos, el de la ciudad de Buenos Aires: dice una antigua tradición que a poco de fundar la ciudad (por segunda vez) en 1580, se reunieron los miembros del Cabildo para la elección del patrono. La suerte recayó en san Martín de Tours, pero algunos vecinos se opusieron por ser francés -preferían más bien uno español- así que repitieron la elección, y volvió a recaer en san Martín de Tours, y aun una tercera vez, y volvió a salir el mismo papel, por lo que dedujeron que se trataba de la voluntad de Dios que el santo francés fuera el patrono de tan hispánica ciudad. Lo cierto es que muchos lugares en la historia de la ciudad aluden a san Martín no por el Gral. Don José de San Martín, libertador patrio, sino por el santo patrono.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
El influjo de San Martín fue decisivo para la evangelización de la zona de Francia que se extiendeal sur del Loira: Toulouse, Poitou, Saintonge, Auvernia y Berry, y aun para la de París.Sin duda que la fe en Jesucristo había avanzado por las vías romanas desde los tiempos de San Ireneo (finales del siglo II), pero el cristianismo apenas si había alcanzado más que a las ciudades, cuando Martín, un soldado húngaro convertido, se une a la escuela de San Hilario (339) y funda en Ligugé, cerca de Poitiers, el primer monasterio de todo Occidente (360). Martín había de ser el apóstol de la campiña galo-romana. Antes de recibir el bautismo, había compartido ya sus vestiduras con un mendigo en Amiens; una vez convertido al cristianismo, no le fue posible quedar indiferente ante la pobreza esencial de los campesinos, a quienes nadie había hablado todavía de Cristo. Consagrado obispo de Tours (372), reunió de nuevo en torno a sí a algunos compañeros deseosos de vivir como hombres de oración, aun cuando quiso convertir a sus monjes en misioneros. El monasterio de Marmoutiers, a la entrada de Tours, se convirtió en un verdadero centro de evangelización. El obispo daba, por lo demás, ejemplo por sí mismo, siempre itinerante anunciando el evangelio, arrancando los árboles sagrados y destruyendo los ídolos. Murió en Candes, no lejos de Tours el 397, v su culto se extendió por toda la Galia desde el siglo V.Oremos. Renueva, Señor, en nosotros las maravillas de tu gracia, para que, al celebrar hoy la memoria de San Martín de Tours, obispo, que te glorificó, tanto con su vida como con su muerte, nos sintamos de tal modo fortalecidos, que ni la vida ni la muerte puedan separarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Odas de Salomón (texto cristiano hebraico de principio del siglo II) Nº 2
«Se tiró, rostro en tierra, a los pies de Jesús, dándole gracias»
Cristo está junto a mí: me acerco a él y me abraza.
Yo no hubiera sabido amar al Señor
si él mismo no me hubiera amado primero.
¿Quién puede comprender el amor si no es el que ama?
Estrecho al amado y mi alma le acoge
y allí donde él descansa, allí permanezco.
Ya no seré un extraño para él,
porque el Señor no conoce el odio.
Estoy unido a él como la amada
que ha encontrado a aquel que ama.
Porque amo al Hijo, llegaré a ser hijo.
Sí, el que se adhiere a aquél que no muere jamás,
tampoco él morirá. El que encuentra su complacencia en el que es la Vida,
también él vivirá.
Así es el Espíritu del Señor sin mentira
que enseña a los hombres a conocer sus caminos.
Martín de Tours, Santo Obispo, 11 de noviembre
Conocido también como San Martín Caballero
Martín de Tours es uno de aquellos hombres que han hecho hablar de sí a muchas generaciones por haber sido protagonista de episodios aptos para despertar la fantasía popular. Es frecuente la narración del episodio de San Martín que, cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, encontró a un pobre que tiritaba de frío, con gesto generoso cortó su manto y le dio la mitad al pobre. Por la noche, en sueños, vio a Jesús envuelto en la mitad de su manto, sonriéndole agradecido.
Martín, hijo de un tribuno romano, nació en Sabaria, en Panonia, hacia el 315. A los quince años ya vestía el uniforme militar. El episodio del manto hay que colocarlo en este periodo, porque a los 18 años recibió el bautismo y abandonó la milicia para seguir a San Hilario de Poitiers, su maestro. Después de un breve noviciado de vida eremítica en la Isle Galinaria, Martín fundo dos monasterios: Ligugé, el más antiguo de Europa, y Marmoutier, que se convertiría en un gran centro de vida religiosa.
Después del paréntesis contemplativo, siguió el activo: Martín, elegido obispo de Tours, se convirtió en el grande evangelizador de Francia. Había sido, como se dice, soldado sin quererlo, monje por elección y obispo por deber. En los 27 años de vida episcopal se ganó el amor entusiasta de los pobres, de los necesitados y de cuantos sufrían injusticias, pero no era bien visto por los de su clero que querían vivir tranquilamente. De hecho fue acusado por un sacerdote llamado Bricio. Su respuesta fue proverbial: “¿Si Cristo soportó a Judas, por qué no debería yo soportar a Bricio?”
Murió el 8 de noviembre del 397 en Candes, durante una visita pastoral. Sus funerales, que tuvieron lugar tres días después, fueron una verdadera apoteosis; en ese día, el 11, se conmemora su memoria. Se puede considerar como el primer santo no mártir con fiesta litúrgica. Esa fecha quedó también como punto de referencia en los contratos de arrendamientos, de terrenos, de compraventas, en el mundo agrícola: “el nuevo vino se bebe en San Martín”, se dice todavía hoy en muchas regiones de Italia y de Francia.
La mitad del manto que – según la leyenda – San Martín compartió con el pobre de Amiens, se conserva celosamente en una capilla. Al custodio de la capilla se llama “capellán”, sin ser lo, porque es el protector de la “capa” del Obispo de Tours.
¿No quedaron limpios los diez leprosos?
Lucas 17, 11-19. Tiempo Ordinario. Agradece a Dios todo lo que te da cada día. Pero sobre todo darle gracias por la fe.
Oración introductoria
Señor, aumenta mi fe para que pueda alcanzar la salvación. Ten compasión y permite que esta oración me ayude a vivir este día con humildad, con esperanza y alegría, sirviendo a todos, especialmente a los que tengo más cerca.
Petición
Señor, dame la gracia de saber agradecerte todos los dones que me das.
Meditación del Papa Francisco
En los evangelios, algunos reciben la gracia y se van: de los diez leprosos curados por Jesús, solo uno volvió a darle las gracias. Incluso el ciego de Jericó encuentra al Señor mediante la sanación y alaba a Dios. Pero debemos orar con el "valor de la fe", impulsándonos a pedir también aquello que la oración no se atreve a esperar: es decir, a Dios mismo:
Pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ‘Ven Tú a traerla’. Sabemos que una gracia siempre es traída por Él: es Él que viene y nos la da. No demos la mala impresión de tomar la gracia y no reconocer a Aquel que nos la porta, Aquel que nos la da: el Señor. Que el Señor nos conceda la gracia de que Él se dé a nosotros, siempre, en cada gracia. Y que nosotros lo reconozcamos, y que lo alabemos como aquellos enfermos sanados del evangelio. Debido a que, con aquella gracia, hemos encontrado al Señor. (Cf. S.S. Francisco, 10 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).
Reflexión
¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos cuando nuestro coche se ha averiado! "Jamás me había visto antes, sabía que muy probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo." Parece obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.
Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante.
Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea "el círculo virtuoso" de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección.
Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias!
Es frecuente que nos olvidemos de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Somos prontos para pedir y tardos para agradecer.
A veces las cosas nos parecen tan naturales que no se nos ocurre ageradecerlas a Dios:
Darle gracias por las maravillas de la naturaleza: del aire que es gratis para todo el mundo. Del agua: ese tesoro de la naturaleza.
Dar gracias a Dios por las maravillas del cuerpo humano. De tener ojos: esas maravillosas máquinas fotográficas. De tener oídos: esa maravilla de la técnica. Supongamos que fuéramos ciegos o mudos.
Dar gracias Dios por la familia en la que hemos nacido. Quizás tengamos problemas, pero si miramos para atrás veremos tragedias espantosas.
Dar gracias Dios por nuestra Patria. Las hay mejores, pero también las hay mucho peores. Supongamos que hubiéramos nacido en Etiopía o en Somalia: donde tantos mueren de hambre.
Pero sobre todo darle gracias por la fe. Es el mayor tesoro que podemos tener en la Tierra.
Y la principal petición es en ella morir. Tener la suerte inmensa de una santa muerte.
Propósito
Iniciar mis actividades, especialmente la oración, pidiendo a Dios que aumente mi fe.
Diálogo con Cristo
Señor, permite que sepa reconocer los muchos dones que me has dado, utilizarlos bien y darte gracias por ellos. Tú no necesitas mi agradecimiento, soy yo quien necesita reconocer que, sin tu gracia, nada puedo y de nada me sirven los dones terrenales que pueda tener.
El Papa sirvió el agua a su compañera de mesa
Comió con cubiertos de plástico y sirvió la mesa
El Papa almorzó con 60 pobres en Florencia
San Francisco Poverino, eje de la solidaridad en la ciudad
Redacción, 11 de noviembre de 2015 a las 08:50
La Posada de San Francisco Poverino es el punto de referencia para muchos indigentes que sólo pueden tomar un alimento al día, por sus escasos recursos
Durante su visita pastoral a Prato y Florencia, el Papa Francisco no se olvidó de los últimos de la sociedad, ni de las periferias. En la Basílica de la Anunciación de María, el Pontífice rezó la oración mariana del Ángelus y saludó a los enfermos; luego se trasladó a las instalaciones del comedor San Francisco Poverino para almorzar con los pobres.
El Santo Padre no quiso renunciar al encuentro con los últimos en Florencia. Por ello, visitó y saludó afectuosamente a los enfermos y discapacitados de la Obra Diocesana de Asistencia de Florencia, quienes se habían reunido en el atrio de la Basílica de la Santísima Anunciación para rezar junto al Papa el Ángelus, entre ellos también un grupo de niños. El Obispo de Roma rezó delante de la imagen de la Virgen a los pies de la cual dejó una rosa blanca. A los presentes el Papa les aseguró su cercanía espiritual y como es habitual, les pidió sus oraciones. Recordando a su predecesor que 29 años atrás había realizado el mismo gesto y en el mismo lugar.
Al finalizar la oración mariana, el Vicario de Cristo fue recibido entre coros y aplausos, a lo largo del camino que lo llevo hasta la Obra de Caritas, de San Francisco Poverino, camino que recorrió junto al Cardenal de Florencia, Giuseppe Betori. Fue aquí, donde el Pontífice se registró como todos los huéspedes y se sentó en la misma mesa con los 60 pobres, los del segundo turno, y almorzó con ellos platos típicos de esta región, utilizando utensilios de plástico como todos los pobres que frecuentan esta Obra de Caritas Italia. Este lugar es el símbolo de la caridad de la ciudad de Florencia desde 1949, la Posada de San Francisco Poverino es el punto de referencia para muchos indigentes que sólo pueden tomar un alimento al día, por sus escasos recursos. La Obra organizada y administrada por Caritas Italia, cuenta con la colaboración de 50 voluntarios que siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, sólo en el 2014 recibieron a más de 1079 huéspedes de 59 países distintos.
Francisco, hoy, en la audiencia
Francisco anima a "recuperar la convivencia familiar" y llevar la camaradería a todo el mundo
"Cuando los hijos, en la mesa, están ocupados con el smartphone, y no escuchan, no es una familia, ¡es una pensión!"
"En los países ricos, sobra la comida, mientras otros se quedan fuera de la mesa. Esto es vergonzoso"
Jesús Bastante, 11 de noviembre de 2015 a las 10:15
Francisco reivindicó "la Eucaristía de una Iglesia familia, capaz de restituir a la comunidad y la hospitalidad recíproca", como " una escuela de inclusión humana que no tiene parangón
(Jesús Bastante).- "Una familia que no come unida, o que cuando lo hace no dialoga, o está con su televisor, con su telefonino, es una familia poco familiar... Yo diría, es una familia automática". El Papa Francisco lanzó esta mañana un llamamiento a una Iglesia-familia, en la que se hable, se escuche, se "atienda" a todos, se "recupere", en definitiva, la"convivencia familiar".
Bergoglio utilizó el término "convivialidad"para referirse a esa convivencia en confianza, la camaradería necesaria entre los cristianos, y también en las familias. El cuidado, la atención, el diálogo y la escucha en torno a la mesa, al convite, frente a aquellos momentos en que "los hijos, en la mesa, están ocupados con el smartphone, y no escuchan". Eso, en opinión del Papa, "no es una familia, ¡es una pensión!".
"Los cristianos tenemos una especial vocación a la convivialidad. Jesús no desdeñaba comer con sus amigos. Y representaba el Reino de Dios como un banquete alegre", subrayó Bergoglio, quien incidió en que "fue en el contexto de una cena donde Jesús entregó a los discípulos su testamento espiritual, e instituyó la Eucaristía. Y es precisamente en la celebración Eucarística donde la familia, inspirándose en su propia experiencia, se abre a la gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación de todos".
"Saber convivir es una virtud preciosa, la familia reunida en torno a la familia doméstica, el compartir la comida es una experiencia fundamental", recordó el Papa, quien apuntó que las fiestas, los aniversarios... "se hacen en torno a una mesa".
"El cristianismo contiene una especial vocación a la convivencia. Todos los años Jesús enseñaba en la mesa, y representaba el Reino de Dios como un convite festivo", subrayó. En esta perspectiva, añadió, "podemos decir que la familia va de casa a la mesa, ofrece a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia, que le abre a la gracia de una convivencia universal, del amor de Dios por el mundo".
"Participando en la Eucaristía, la familia se libra de la tentación de encerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y la fraternidad según el corazón de Cristo", apuntó Francisco, denunciando cómo "en nuestro tiempo, vivimos encerrados en nuestros propios muros", ante lo cual "la convivialidad generada desde la familia y la Eucaristía supone una oportunidad crucial para vencer el encierro y construir puentes de acogida y de caridad".
Así, Francisco reivindicó "la Eucaristía de una Iglesia familia, capaz de restituir a la comunidad y la hospitalidad recíproca", como " una escuela de inclusión humana que no tiene parangón", y en la que tienen cabida los más pequeños, "los huérfanos, los heridos, los desesperados, los abandonados".
"Hoy, muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivencia familiar. Hoy no es fácil. Debemos intentar el modo de recuperar. En la mesa se habla, se escucha, nunca haya silencio, el silencio que no es el de los monjes, ni el del egoísmo, el de cada uno a la suya... y no se habla, no. Nunca el silencio. Recuperemos la convivencia familiar, adaptándola a los tiempos".
Saludo del Papa en español:
Queridos hermanos y hermanas:
En la vida familiar aprendemos desde pequeños la convivialidad, bellísima virtud que nos enseña a compartir, con alegría, los bienes de la vida. El símbolo más evidente es la familia reunida entorno a la mesa doméstica, donde se comparte no sólo la comida, sino también los afectos, los acontecimientos alegres y también los tristes. Esta virtud constituye una experiencia fundamental en la vida de cada persona y es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones familiares. Una familia que no come unida o que mientras lo hace no dialoga es una familia "poco familiar".
Los cristianos tenemos una especial vocación a la convivialidad. Jesús no desdeñaba comer con sus amigos. Y representaba el Reino de Dios como un banquete alegre. Fue también en el contexto de una cena donde entregó a los discípulos su testamento espiritual, e instituyó la Eucaristía. Y es precisamente en la celebración Eucarística donde la familia, inspirándose en su propia experiencia, se abre a la gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación de todos.
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Saludo a los peregrinos de lengua española y a todos los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Roguemos para que cada familia participando en la Eucaristía, se abra al amor de Dios y del prójimo, especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto. Que el próximo Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir. Gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivialidad, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡es un virtud preciosa! Su símbolo, su "ícono", es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El compartir los alimentos - y por lo tanto, además que los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos... - es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos a quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se entiende enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el móvil, es una familia "poco familia".
El Cristianismo tiene una especial vocación por la convivialidad, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en la mesa, y representaba algunas veces el reino de Dios como un banquete festivo. Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual, condensado en el gesto memorial de su Sacrificio: donación de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y bebida de salvación, que nutren el amor verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir que la familia es "de casa" a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivialidad universal, del amor de Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada de la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad, y prolonga los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y tantos muros, la convivialidad, generada por la familia y dilatada en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a la comunidad la levadura dinámica de la convivialidad y de hospitalidad recíproca, es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No existen pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados, que la convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, restaurar, proteger y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares nos ayuda a entender. Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros pueden suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado por los hijos ajenos, además que los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y orgullosos de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivialidad familiar. Debemos encontrar el modo de recuperarla, aunque sea adaptándola a los tiempos. La convivialidad parece que se ha convertido en una cosa que se compra y se vende, pero así es otra cosa. Y la nutrición no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos estimulados a gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para remediar el exceso. Y este "negocio" insensato desvía nuestra atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma. Es tanto así que la publicidad la ha reducido a un deseo de galletas y dulces.
Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se quedan fuera de la mesa. ¡Es una vergüenza!
Miremos el misterio del Banquete eucarístico. El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad, de complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor. La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con la fuerza que incluye y que salva.
La familia cristiana mostrará así la amplitud de su verdadero horizonte, que es el horizonte de la Iglesia Madre de todos los hombres, de todos los abandonados y de los excluidos, en todos los pueblos. Oremos para que esta convivialidad familiar pueda crecer y madurar en el tiempo de gracia del próximo Jubileo de la Misericordia.