Dios espera el tiempo de nuestra conversión
- 13 Noviembre 2015
- 13 Noviembre 2015
- 13 Noviembre 2015
Evangelio según San Lucas 17,26-37.
Jesús dijo a sus discípulos: "En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.
En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot.
El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada".
Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".
San Leandro de Sevilla
San Leandro de Sevilla, obispo
San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejia arriana a la fe católica, contando con la ayuda de su rey Recaredo. Murió en la ciudad de Sevilla, en Hispania, el 13 de marzo.
Los godos o visigodos, que reinaron en España durante cuatro siglos, se convirtieron del arrianismo gracias sobre todo a los esfuerzos de san Leandro. El padre del santo era Severiano, duque de Cartagena, ciudad en la que Leandro nació. Su madre era hija de Teodorico, rey de los ostrogodos. Sus hermanos fueron san Fulgencio, obispo de Écija, y san Isidoro, quien le sucedió en la sede de Sevilla. Tenía también una hermana, santa Florentina y la tradición afirma que otra de sus hermanas se casó con el rey Leovigildo. Pero este último dato no es seguro y, en caso de ser cierto, debió crear muchas dificultades al santo, pues Leovigildo era un ferviente arriano.
Desde niño, se distinguió Leandro por su elocuencia y su fascinante personalidad. Siendo muy joven, entró en un convento de Sevilla, donde se entregó durante tres años a la oración y el estudio. A la muerte del obispo de Sevilla fue elegido unánimemente para sucederle; pero su nueva dignidad no le hizo cambiar de costumbres. El santo se dedicó inmediatamente a combatir el arrianismo, que había hecho grandes progresos, y con su oración y predicación obtuvo numerosas conversiones, entre otras la de Hermenegildo, el hijo mayor del rey Leovigildo.
El año 583, san Leandro fue a Constantinopla al frente de una embajada; en esa ciudad conoció a san Gregorio Magno, que aun no era papa, y había ido allí como legado del papa Pelagio II. Una gran amistad les unió desde entonces, y san Gregorio escribió su comentario sobre el libro de Job («Moralia in Iob»), a instancias de san Leandro. Al regresar a España, san Leandro continuó luchando por la fe; pero en el 586 Leovigildo condenó a muerte a su propio hijo, san Hermenegildo, por haberse negado a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, y al mismo tiempo desterró a varios prelados católicos, entre los que se contaba a san Leandro y a su hermano san Fulgencio. El santo obispo continuó su tarea desde el destierro, escribiendo dos libros contra el arrianismo y otro más para responder a las objeciones que se habían hecho a los dos primeros. Leovigildo levantó la pena de destierro poco después y, ya en su lecho de muerte, confió a san Leandro a su hijo Recaredo para que le instruyese en la verdadera fe. Sin embargo, el propio Leovigildo murió sin reconciliarse con la Iglesia, por miedo de ofender al pueblo, según cuenta san Gregorio. Bajo la dirección de san Leandro, Recaredo llegó a ser un fervoroso católico, bien instruido en la fe. Leandro demostró tal sabiduría en sus discusiones con los obispos arrianos, que acabó por ganarles a su doctrina, más con sus argumentos que con su autoridad. Esto produjo la conversión de todo el pueblo visigodo. Igual éxito tuvo el santo con los suevos, otro pueblo de España pervertido por Leovigildo. Nadie se regocijó más de los triunfos del santo obispo que san Gregorio Magno, quien le escribió una afectuosa carta de felicitación y le envió un palio.
En el 589, san Leandro presidió el tercer Concilio de Toledo, que redactó una solemne declaración de la consustancialidad de las tres Personas divinas y votó veintitrés cánones disciplinares. Como se ve, san Leandro no se preocupaba menos de la pureza de la fe que de las buenas costumbres. Al año siguiente, tuvo lugar en Sevilla otro concilio con el fin de confirmar y sellar la conversión del pueblo a la verdadera fe. San Leandro conocía, por experiencia, el poder de la oración y trabajó por fomentar la verdadera devoción en todos los fieles, pero sobre todo en los que se habían consagrado a Dios en la vida religiosa. Su carta a santa Florentina, documento conocido con el nombre de «Regla de la Vida Monástica», tiene por tema principal el desprecio del mundo y la oración. Una de las obras más importantes de san Leandro fue la reforma de la liturgia. Siguiendo la práctica de las iglesias orientales, el tercer Concilio de Toledo introdujo en la misa el Credo de Nicea, que repudiaba la herejía arriana.
Más tarde, otras Iglesias de Occidente y la misma Iglesia de Roma adoptaron esa práctica. San Leandro se vio frecuentemente atacado por las enfermedades, particularmente por la gota. San Gregorio, que sufría también de ese mal, alude a ello en una de sus cartas. Según una antigua tradición española, la famosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe del Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe en Cáceres, Extremadura, fue un regalo del Papa san Gregorio a su amigo san Leandro. De los numerosos escritos del santo, los únicos que han llegado hasta nosotros son la «Regla de la Vida Monástica» y una homilía de acción de gracias por la conversión del pueblo godo. San Leandro murió hacia el año 600. Sus reliquias se conservan en la catedral de Sevilla. La liturgia española celebra la memoria de san Leandro el 13 de noviembre.
Ver Acta Sanctorum, marzo, vol. II; Gams, Kirchengeschichte von Spanien; vol. II pte. 2, pp. 37 ss., 66 ss.; DTC, vol. IX, p. 95. Ver también el excelente artículo de la Sra. Humphry Ward sobre san Leandro, en A dictionary of Christian Biography, ed. William Smith y Henry Wace, vol. III, pp. 637-640. Leovigildo y la conversión de Recaredo corresponden al cuadro general de la historia de la Iglesia en su transición a la Edad Media, cfr. Jedin, H. manual de Historia de la Iglesia, II, pág 757ss. Herder. Leandro como autor está tratado en Patrología, Di Berardino, BAC, tomo IV, pág 91.
Cuadro: Bartolomé Murillo: «Leandro y Buenaventura», 1665-1666, en el Museo de Ballas Artes de Sevilla.fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Señor, luz de los fieles y pastor delas almas, tú que elegiste a San Leandro para que, en la Iglesia, apacentara tus ovejas con su palabra y las iluminara con su ejemplo, te pedimos que, por su intercesión, nos conceda perseverar en la fe que él nos enseñó con su palabra y seguir el camino que nos mostró con su ejemplo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Romano el Melódico (?-c. 560), compositor de himnos. Himno de Noé
Dios espera el tiempo de nuestra conversión
Cuando contemplo la amenaza sobre los culpables en tiempo de Noé, tiemblo, yo que también soy culpable de abominables pecados... A los hombres de entonces, el Creador los advirtió de la amenaza, porque esperaba el tiempo de su conversión. También para nosotros llegará la hora final, desconocida por nosotros e incluso por los ángeles (Mt 24,36). En este día, Cristo, el Señor desde todos los siglos, vendrá cabalgando sobre las nubes para juzgar a la tierra, tal como lo vio Daniel (7,13). Antes de que esta hora última no caiga sobre nosotros, supliquemos a Cristo clamándole: «Por el amor que tú nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, Redentor del universo»...
El Amigo de los hombres, viendo la maldad que reinaba en aquel entonces, dijo a Noé: ««He decidido acabar con toda carne (Gn 6,13), porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos. Tú eres el único justo que he visto en esta generación (Gn 7,1)... Hazte un arca de maderas resinosas...; como una matriz llevará las simientes de las especies futuras. La harás como una casa, a imagen de la Iglesia... En elle te cobijaré, a ti que con tanta fe me gritas: 'Por el amor que me tienes salva a todos los hombres de la cólera, Redentor del universo'.»
El elegido llevó a cabo su obra, inteligentemente..., y gritaba con fe a los hombres sin fe: «¡Daos prisa, salid de vuestro pecado, rechazad toda maldad, arrepentíos! Lavad con lágrimas la suciedad de vuestras almas, y a través de la fe, conciliaos con el poder de nuestro Dios...» Pero estos hijos de rebeldía no se convirtieron. Añadieron a su perversidad, su endurecimiento de corazón. Desde entonces Noé impetro a Dios con lágrimas: «En otro tiempo me hiciste salir del seno de mi madre; ¡sálvame ahora en esta arca caritativa! Porque voy a encerrarme en esta especie de tumba, pero cuando me llamarás, ¡saldré de ella por tu poder! Desde ahora voy a prefigurar en ella la resurrección de todos los hombres, cuando salvarás a tus justos del fuego, tal como me salvarás de las olas del mal arrancándome de en medio de los impíos, a mi que con fe te grito a ti, Juez compasivo: 'Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, Redentor del universo.'»
¡Prepárate para la fiesta del Rey del universo! Fiesta de Cristo Rey
22 de noviembre 2015, último domingo del año litúrgico
Último domingo del Año Litúrgico
Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.
Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.
Un poco de historia
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.
Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal.
Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.
Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.
Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.
En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.
Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”; “es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”; “es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor.
Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.
Quien pierda su vida por mí, la salvará Lucas 17, 26-37.
Oración introductoria
Señor, hoy me llamas a vivir en actitud de vigilancia, a vivir en guardia frente a las mentalidades del mundo que sin darme cuenta me hacen creer que es más importante el «tener» o el «aparecer» que el «ser». Por ello te pido que seas el centro de mi oración, que ilumines mi mente y fortalezcas mi voluntad.
Petición
Señor, te pido tu gracia para saber desprenderme de mi juicio y de mi voluntad para poder abrirme a tu gracia y amor.
Meditación del Papa Francisco
Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar, casi nos hace percibir su voz... Pero, ¿qué significa “perder la vida a causa de Jesús”? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad.
Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio.
Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia. (S.S. Francisco, 23 de junio de 2013).
Reflexión
Cuando alguien empieza una discusión con su marido (o esposa), o con un amigo, se cumple eso de que "el que pierde, gana". ¿Qué significan estas palabras? Que el que está dispuesto a ceder es quien obtiene el triunfo. Triunfa sobre el egoísmo, vence en la caridad y gana la estima de Dios y de la persona con la que estaba discutiendo.
Porque hay muchas victorias en el ámbito humano que son momentáneas, superficiales. Contentan un rato, pero luego dejan insatisfacción. Hay que ir más a fondo, evaluar si es preciso "ganar" siempre, tener la razón en todo, imponer los propios gustos a los demás. Con un poco de atención, veremos que la felicidad auténtica no viene por ahí. Aunque parezca extraño, nos sentimos más felices después de hacer un sacrificio, de haber dado una alegría a otro, etc. ¿Por qué? Porque eso viene de Dios, y sólo Él es quien puede hacernos auténticamente felices.
El que está dispuesto a "perder la vida" ha entrado en el camino que Cristo siguió para la redención de los hombres. Es el camino de negarse a uno mismo, el camino de la cruz. Sólo a la luz de Cristo crucificado se puede vivir con autenticidad el cristianismo. Jesús lo perdió todo: sus discípulos le abandonaron, los soldados le arrancaron sus ropas, la muchedumbre se burló de Él... Sin embargo, gracias a la donación por amor al Padre, nos salvó de la condenación que merecían nuestros pecados y triunfó sobre el poder de la muerte, resucitando.
Propósito
Estar dispuesto a ceder ante los demás por algo que a mi me guste. Triunfar sobre el egoísmo.
Diálogo con Cristo
Señor, aumenta mi deseo de vivir una relación cercana a Ti. Ordena todas mis actividades y relaciones de acuerdo a tu voluntad. «Todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras» (Oración del Papa Clemente XI). El día que me llames no va importar quién sea o qué tenga, lo único que va contar es mi relación contigo, porque el único y verdadero tesoro es vivir siendo fiel a tu amor y no perder nunca tu amistad por el pecado. Todo lo demás es valioso en la medida en que me ayude a conservar y vivir en gracia.
Ofertorio: La ofrenda de uno mismo Partes de la Misa: Ofertorio
El pan y el vino, fruto del trabajo del hombre, son llevados al altar en procesión como símbolo de la ofrenda de cada uno de los presentes.
¿Qué ofrecemos en el ofertorio?
El ofertorio es uno de los momentos de la Misa en el que Dios pide nuestra especial participación. El pan y el vino, fruto del trabajo del hombre, son llevados al altar en procesión como símbolo de la ofrenda de cada uno de los presentes. Pero ¿qué es realmente aquello que ofrecemos al Señor?
Manos vacías
Volvemos la mirada a nuestras manos y las encontramos vacías. Dios quiere hacer una alianza con el hombre y le pide su parte del pacto y nosotros no encontramos nada que ofrecer (Gen. 17, 7-9). Si quieres busca en tu memoria tus grandes méritos y tus grandes hazañas y ponlos en tus manos. Te aseguro que serán pocos y aún así, ¿no habrá sido Dios mismo quien te ha dado la gracia para realizarlos? Igualmente puedes preséntalos al Señor. Dios acoge aquello que le quieras ofrecer y lo acepta con amor.
Dios, en la persona del sacerdote, está al frente del altar viéndote entrar por el pasillo. Te ve caminar hacia Él con tus manos llenas de triunfos, virtudes, actos de caridad, limosnas. Le presentas aquello que crees que le va a honrar. Sin embargo, cuando llegas y le muestras todo aquello que traes en las manos, te mira con ternura a los ojos, coge todos tus logros, los pone a un lado y te dice: “El honor más grande es tenerte a ti como hijo”. En ese momento te abraza con fuerza y te acoge como hijo, seas como seas, con tus manos llenas o vacías. Puedes escuchar en tu corazón esas palabras del Padre y descansar en Él. Recuerda que Dios no pide nada y lo da todo.
Al reconocer esta actitud de Dios, nos preguntamos: ¿qué es lo que quiere Él? ¿qué hay en mí que le pueda agradar? ¿qué ofrenda será grata a sus ojos?
La voz de la Escritura
La respuesta a esta pregunta la encontramos en la Sagrada Escritura. Dios nos revela que: “no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.” (Sal 51, 18-19). Siguiendo esta misma línea Cristo en el Evangelio nos responde con palabras claras: “Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificios.” (Mt 12, 7). En el acto penitencial, hemos aprendido a reconocer nuestra pequeñez, miseria y limitación. Hemos visto la necesidad de vaciarnos para ser colmados por Dios. La misericordia de Dios va más allá. Dios, sabiendo que no teníamos nada que ofrecerle, nos invita a ofrecerle nuestra nada. “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.” (Rom 12, 1).
La ofrenda del pecador: él mismo
Puede ayudar preguntarle: ¿Señor, qué quieres de mí?, ¿quieres que cumpla con mis deberes como cristiano?, ¿esa es mi ofrenda? Y escuchar cómo te dice al corazón: te quiero a ti.
Dios quiere que nuestra ofrenda seamos nosotros mismos. La alianza se sella con la sangre: Su sangre y la tuya (Mt 26, 28). Tu sangre, tu herida más profunda, es la herida de tu pecado. Aprende a ofrecer aquello de lo que te avergüenzas, aquello que deseas ocultar, aquello que no quieres que nadie vea; ofrécelo. Será grato a los ojos de Dios. Porque: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.” (Sant 4, 6).
Es así como la miseria se convierte en nuestro mayor tesoro siempre y cuando vivamos de esperanza. “En tu salvación espero, Yahveh.” (Gen. 49, 18). Para quien no se sabe abandonar en Dios, su miseria se convierte en el mayor obstáculo para llegar a Él. Quien espera en el Señor, su miseria lo lleva a la más íntima unión con Él (Sal. 51). No hay nada que separe a esa alma de Dios. El alma que confía se lanza hacia el Señor sin pensar dos veces si va a ser agradable o no a sus ojos.
Abrir las manos en el ofertorio
Estamos acostumbrados a cerrar las manos para no mostrar la suciedad que hay en ellas. Te invito a abrirlas ante el Señor durante el ofertorio. El Señor quiere ver tus manos, quiere ver tu actitud de ofrenda. Quiere ver que en tus manos sucias hay un corazón. Un corazón pequeño y herido pero totalmente suyo (Ez 11, 19-20). El corazón que Él mismo ha creado y que conoce profundamente (Sal 139). Está deseando unir su Sagrado Corazón con el tuyo. No esperes más y concédele el regalo de tu humilde corazón.
Oración para el ofertorio
Puedes acompañar tu ofrenda con esta pequeña oración:
Padre de bondad, me presento ante ti sin nada. Todos los esfuerzos por merecer tu amor han sido en vano. Me doy cuenta que no quieres de mí actos heroicos sino que me ofrezca como soy. Tú conoces mi corazón, tú lo creaste, es por eso que te lo devuelvo deseando que sea ésta la ofrenda agradable a tus ojos. Es poco lo que te doy pero es mi todo. Acéptalo porque eres bueno y misericordioso.
Cuando veas al sacerdote elevar el pan y el vino asegúrate de que tu corazón sea también parte de esa ofrenda. Al sacerdote le corresponde la misión de ser mediador entre Dios y nosotros. Es él quien, en nombre de todos, presenta el objeto de la ofrenda al Padre (Heb. 5, 1). Es necesario que coloques toda tu alma en la patena y veas como se eleva al Dios del cielo. Puedes unirte a las palabras del sacerdote y decirlas desde el corazón.
Saluda el "fenómeno mundial de la devoción" a la madre de Jesús
La Virgen María, "la mujer más poderosa del mundo" para National Geographic
"Símbolo universal de amor maternal, así como de sufrimiento y sacrificio"
Redacción, 13 de noviembre de 2015 a las 10:59
La Virgen, portada del National Geographic
La revista explica la dimensión mística de la Virgen María, ya sea en el cristianismo o en otras religiones
El próximo mes de diciembre, la revista National Geographic llevará a su portada a laVirgen María, con motivo de la celebración de la Navidad. Sin embargo, tienen otro motivo más que relevante para darle un lugar tan destacado: según la periodista y escritora Maureen Orth, se trata de "la mujer más poderosa del mundo".
En un reportaje titulado 'Cómo la Virgen María se convirtió en la mujer más poderosa del mundo', Orth habla el fenómeno mundial de la devoción a la madre de de Jesucristo y madre de Dios.
Entre otras cuestiones, según informa Antena 3, se remonta a uno de los episodios clave del Nuevo Testamento, cuando interviene en las Bodas de Caná para que Jesús realice su primer milagro. "Ninguna otra mujer ha sido tan enaltecida como María", asegura sobre María, a la que describe como "un símbolo universal de amor maternal, así como de sufrimiento y sacrificio".
Además, Orth cuenta la experiencia de sus peregrinaciones a sitios de apariciones marianas, como Lourdes (Francia), Kibeho (Ruanda), Ciudad de México e incluso Medjugorje (Bosnia y Herzegovina). Y explica dimensión mística de la Virgen María, ya sea en el cristianismo o en otras religiones.
(RD/Agencias)