“Jesús los llevó a solas a una montaña alta y se transfiguró ante ellos.”

El Papa bendice a Mariam

Un gesto de cercanía del Papa con todos los cristianos perseguidos
Emotivo encuentro de Francisco con la sudanesa condenada a muerte por apostasía
Agradeció a Meriam y a su familia por el valiente testimonio de perseverancia en la fe

El encuentro duró menos de media hora y se llevó a cabo en un clima sereno y cariñoso

El papa Francisco recibió este jueves a Meriam Yahya Ibrahim, la sudanesa condenada a 100 latigazos por adulterio y a muerte por apostasía, que llegó a Roma en un vuelo del gobierno italiano.

La mujer había sido condenada a muerte por apostasía al convertirse al cristianismo y aterrizó este mismo jueves en el aeropuerto militar de Roma Ciampino, acompañada por su familia y por el vicecanciller italiano, Lapo Pistelli.

Así lo cuenta la Radio Vaticana: Este jueves, a las 13, en la Casa de Santa Marta, el Santo Padre Francisco recibió a Meriam Yahia Ibrahim, la señora cristiana sudanesa, que había sido encarcelada en los meses pasados. Meriam estaba acompañada por su esposo Daniel Wani y sus dos hijos pequeños, Martin de un año y medio, y Maya, que nació en la cárcel hace dos meses.

Con este gesto el Papa quiso mostrar su cercanía, atención y oración también hacia todos los que sufren por su fe y especialmente para los cristianos que sufren persecución o restricciones a la libertad religiosa, informa el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Padre Federico Lombardi.

Con la pequeña familia se encontraba también el vice ministro de relaciones exteriores italiano Lapo Pistelli, que el miércoles viajó a Sudán para completar la negociación y acompañar a Meriam y sus familiares hasta Italia, donde se preparan para trasladarse a los Estados Unidos.

El encuentro duró menos de media hora y se llevó a cabo en un clima sereno y cariñoso.El Papa agradeció a Meriam y a su familia por el valiente testimonio de perseverancia en la fe. Meriam a su vez agradeció el gran apoyo y el aliento recibido, por la oración del Papa y de numerosos creyentes y personas de buena voluntad.

El secretario personal del Papa, Mons. Yohannis Gaid se desempeñó como intérprete. Al final, el Papa saludó también al personal italiano que acompaña a la familia de Meriam en su estancia en Italia.

En la estación aérea fue recibida por el jefe del gobierno Matteo Renzi y su esposa, y por la canciller Federica Mogherini. De padre musulmán y madre cristiana etíope, la mujer fue condenada a la horca el 15 de mayo en base a las normas de la "sharia", la ley islámica impuesta en Sudán desde 1983 y que condena la conversión a otros credos.

La mujer se había sido educada en la fe católica tras la muerte de su padre cuando ella tenía cinco años y se había convertido al catolicismo antes de contraer matrimonio con su marido cristiano a fines del 2011. Ya madre de un niño de 18 meses, en la cárcel de Omdurman dio a luz a una niña y fue entonces cuando la justicia le ofreció dos años de plazo para cumplir su pena con el fin de que pudiera alimentar al recién nacido.

La mujer, de 27 años, fue finalmente liberada por un tribunal de apelación de Jartum el 23 de junio. El juez la condenó también por adulterio, al declarar nulo su matrimonio en 2011 con Daniel Wan, sursudanés pero de nacionalidad norteamericana, ya que las leyes de la sharia no permiten que una mujer musulmana se case con un cristiano.

Tras su liberación había encontrado refugio a fines de junio en la embajada norteamericana.El vicecanciller Pistelli explicó que la familia permanecerá en Roma dos días, como huésped del ejecutivo italiano, y luego partirá rumbo a Nueva York.

Hacia una tercera etapa de postconcilio

El papa Francisco estás uscitando en muchos cristianos esperanza: una mirada de confianza en que sí es posible caminar hacia una Iglesia servidora y pobre.

Hemos vivido largo segundo periodo postconciliar, donde han prevalecido el desconcierto en las relaciones de la Iglesia con una situación cada vez más compleja del mundo, la obsesiva preocupación por la ortodoxia y la insistencia en la unidad de los católicos a veces entendida como uniformidad. La orientación del papa Francisco en este primer año como Sucesor de Pedro significa ya un cambio cualitativo. No sólo en la exhortación “El gozo del Evangelio”. Sus gestos tratando de sanar heridas y sus frecuentes intervenciones de palabra retoman aspectos fundamentales del Vaticano II bastante olvidados en dicho periodo: una Iglesia servidora del mundo que reconoce su lazo inseparable con los pobres y es invitada constantemente a vivir la pobreza evangélica. En otras palabras, una Iglesia que respire, viva y manifieste la certeza de que Dios nos ama infinitamente más allá de todo. Que sea madre donde caben todos cada uno con su vida a cuestas; donde tenga espacio la legítima y necesaria pluralidad.

No faltan quienes, con cierto aire de lúgubre sensatez, dicen que ya veremos cuando el nuevo papa tenga que decidir sobre tantas y tan serias cuestiones que hoy se plantean a la Iglesia. Sin duda el procesamiento de esas cuestiones no es fácil, pero los gestos y palabras del nuevo papa tienen ya por sí mismos calado bien significativo. Están dando respiro y abriendo paso auna fuerte línea de renovación postconciliar que, a veces silenciada o ignorada, viene siendo decisiva para la presencia pública y evangelizadora de la Iglesia en la compleja y cambiante situación española.

Como botón de muestra, en el fin de semana último, ha tenido lugar el curso de verano que organiza la Cátedra de Santo Tomás (dominicos) en Avila para leer el significado del papa Francisco dentro y fuera de la Iglesia. No sólo participaron lúcidos e influyentes pensadores de la línea postconciliar renovadora como Juan Martín Velasco, Joaquín García Roca, Reyes Mate, Felicísimo Martínez… Hubo también profundo y fraterno diálogo entre las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo. La nueva orientación del papa Francisco, al mismo tiempo abre paso a esta línea de renovación, cuenta con ella. E inicia una tercera etapa de postconcilio para procesar con serenidad la herencia del Vaticano II que debe ser brújula en nuestro siglo.

LA TERNURA
La ternura no es sólo un ingrediente del amor, lo es también de la amistad, del buen vecindad, del trabajo bien hecho ... La ternura debería ser un ingrediente que no faltara en la "cocina" de las relaciones humanas . Es un tono, es una manera de mirar, una manera de decir las cosas y de tratar a los demás. Esto no se improvisa. La ternura cuando es auténtica, y no hipocresía interesada, brota de una confianza y un amor tan profundos que nada ni nadie puede tomar. La oración es escuela de ternura porque lo es de confianza y amor.

Evangelio según San Mateo 20,20-28. 

La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. 
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre". Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. 

Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo. Homilías sobre el Génesis 1,7; SC 7

“Jesús los llevó a solas a una montaña alta y se transfiguró ante ellos.” (Mc 9,2) Santiago, testigo de la luz

Todos los que ven a Cristo no son iluminados del mismo modo sino según la medida de su capacidad de recibir la luz. Nuestros ojos corporales no  siempre están iluminados del mismo modo por el sol. Cuanto más alto uno sube, más puede contemplar su salida y mejor percibe su resplandor y su calor. Del mismo modo, nuestro espíritu cuanto más alto se eleva y sube hasta Cristo, más descubrirá el esplendor de su claridad, más intensamente será iluminado por su luz. El Señor mismo lo declara por boca del profeta: “Acercaos a mí y yo me acercaré a vosotros.” (Zac 1,3)...

De manera que no todos nosotros nos llegamos a Cristo de la misma manera, sino que cada uno lo hace según “sus capacidades”. (Mt 25,15) O bien, nos vamos con las multitudes hacia él para que nos sacie con el pan de sus parábolas para no desfallecer por el camino (Mc 8,3), o bien, nos quedamos a sus pies, sin preocuparnos de nada más que de escuchar su palabra, sin dejarnos distraer por las múltiples necesidades del servicio. (Lc 10,38ss)... Sin duda alguna que los que se acercan así al Señor recibirán mucha más luz.

Pero, igual que los apóstoles, sin alejarnos nunca de él, “permanecemos” constantemente con él en las tribulaciones (Lc 22,28) Cristo nos explicará en secreto lo que había dicho a las multitudes y con más claridad todavía nos iluminará. (M13,11ss). En fin, si él encuentra a alguien capaz de subir a la montaña con él, como Pedro, Santiago y Juan, éste ya no sólo será iluminado por la luz de Cristo sino también por la voz del Padre.

COMO SANTIAGO

Hechos 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2; Sal 66, 2-3. 5. 7-8;  Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28

Santiago y su hermano Juan entendieron desde el principio que Jesús los llamaba a cosas grandes, aunque no siempre lo interpretaran adecuadamente. Esa confianza absoluta en Jesús y su poder es la que les lleva a hacer esa petición, que nosotros ahora podemos considerar como infantil. Pero también podemos fijarnos en el aspecto de la confianza en el éxito de la misión de Jesús.

Santiago es el patrón de España. Nuestro país vive momentos difíciles que pueden llevar a algunos al desánimo. Podría parecer que todo va a perderse, especialmente cuando ciertas leyes desprotegen a las familias o dificultan el derecho que tienen los padres a educar a sus hijos. Igualmente ciertas tendencias laicistas pretenden arrinconar a la Iglesia y borrar toda huella cristiana. En cierto sentido podemos decir que se ha desatado una auténtica batalla contra los derechos de Dios y que se pretende eliminar toda referencia a Él.

En ese contexto el evangelio de hoy es muy iluminador. De la actitud de los Zebedeos aprendemos que están seguros de la victoria de Jesús. Por eso piden un lugar importante cuando Jesús instaure su reino. Nosotros necesitamos de esa confianza. Hemos de hacer crecer nuestra certeza de que nada puede contra el designio de Dios. Su voluntad se va a realizar en la historia y ningún poder puede oponérsele.

Pero también, del correctivo del Señor aprendemos otra cosa. Jesús es el Señor de la historia y nada debe hacernos dudar. Pero eso no significa que los acontecimientos vayan a desarrollarse según nuestras previsiones. El Señor tiene su plan misericordioso cuya realización es segura. Sabemos que incluía su paso por la cruz, con todo lo que suponía de dolor y humillación.

Jesús señala que sus apóstoles han de unirse al misterio de la Cruz para la instauración del Reino. Ellos van a participar del triunfo de su Maestro, pero para ello han de seguir su camino. Gran lección válida también para todos nosotros en el día de hoy.
Hoy le queremos pedir a Dios por España, por su unidad y la buena convivencia entre todos sus habitantes. También le queremos pedir por el fin del terrorismo, por la solidaridad entre todas las regiones; le pedimos por nuestras raíces cristianas, para que sigan alimentando nuestro presente en sus realizaciones sociales y culturales… le pedimos muchas otras cosas, especialmente por las necesidades de la Iglesia en nuestro país y por nuestros obispos…

En nuestras peticiones tenemos la seguridad de que Dios vencerá y de que para Él todo es posible. Pero sentimos también que el Señor nos pide que nos unamos a Él en un camino que puede conllevar sufrimiento. No podemos dejar la cruz precisamente porque sabemos que el Amor de Dios vence desde ella

Santiago «el mayor», apóstol

Solemnidad del apóstol Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio.

Con Santiago «el mayor» no tenemos los problema de identidad que nos plantea el otro Santiago apóstol; aunque no abundan en el Nuevo Testamento datos sobre él (como sobre ninguno de sus personajes), hay, sin embargo, los suficientes como para hacernos una composición de su vida y su relación con Jesús. 

Si comparamos las listas de Los Doce tal como aparecen en el NT (Mt, Mc, Lc, Hech), veremos que dividen al conjunto en tres grupos de cuatro apóstoles: dentro de cada conjunto la posición que ocupa cada apóstol varía, pero no así el subgrupo al que pertenece. Santiago «el mayor» pertenece al primer grupo, y ocupa el segundo (Mc) o tercer (Mt, Lc, Hech) puesto. Ese orden parece estar dado por su importancia, ya que forma el grupo de los tres apóstoles -junto con Pedro y Juan- que fueron testigos directos de la transfiguración y de Getsemaní. Fue también el primer apóstol en dar testimonio (martyrion, en griego) cruento de Jesús, y murió muy tempranamente, cuando la Iglesia recién se iniciaba, como veremos luego

Su nombre era muy común entre los judíos, se llamaba Iaacov, es decir, Jacob, de donde sale más tarde, por fusión del título «sant'» con el nombre «Iacob» la forma castellana Santiago, que en otras lenguas es Iakobus, James, Jaques, etc, de donde en castellano da también Jaime y Jacobo, que no son sino variantes del mismo nombre. Nos indican Mateo, Marcos y Lucas que era hermano de Juan (al que algunas tradiciones del siglo II identifican con el autor del Cuarto Evangelio o del Apocalipsis, o de ambos), y a su vez los dos eran hijos de Zebedeo, pescadores galileos. San Lucas afirma además -pero es un dato exclusivo de él- que trabajaban con Simón y Andrés (Lc 5,10), es decir, que se conocían con los otros dos miembros del grupo de antes de ser llamados por Jesús. Mateo y Marcos no dicen nada al respecto (ni lo afirman ni lo niegan), sino que presentan así la cuestión: «Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: "Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres." Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.» (Mc 1,16-20, y casi idéntico en Mateo) 

Parecen ser pescadores de una cierta posición, ya que, con su padre, son dueños de su barco y faena, y no jornaleros. No hay por qué imaginar -como se ha hecho en cierta apologética- que eran «unos pobres pescadores ignorantes»; «en todo caso, -agregamos con Meier- ni la tradición marcana ni la lucana presentan a los hijos de Zebedeo como desesperadamente pobres. Conviene recordar que esa actividad pesquera en el mar de Galilea era intensa; también próspera, al menos para los que la dirigían como propietarios. La idea romántica de que Jesús llamaba al discipulado sólo a los pobres no se confirma en el caso de los hijos de Zebedeo; tampoco en el de Pedro, con su casa y su familia en Cafarnaún, ni en el de Leví, recaudador de impuestos en esa misma localidad.» (Un judío marginal, III, p. 232). Pescar era su oficio, pero no por ello dejarían de estar al tanto de las cuestiones, especialmente religiosas, que agitaban a los judíos de la época, tanto a los de Judá como a los, un poco despreciados por el establishment pero no menos inquietos, de Galilea. 

Según Marcos 3,17, Santiago, junto con su hermano Juan, son llamados por Jesús «Boanerges», lo que Marcos explica indicando que significa «Hijos del trueno». La etimología no es griega: la relación entre «boanerges» y «'uioi brontés» (hijos del trueno) es inexistente; pero tampoco es sencillo trazar la posible etimología aramea, y hay más o menos un par de hipótesis por especialista... Tan difícil como explicar qué quería decir para Jesús ese título (y si realmente usó esa palabra o algo parecido que pasó de boca a oreja deformándose de manera irreconocible), es tratar de entender a qué «trueno» se refiere. La verdad es que no hay ninguna clase de acuerdo en esto. La explicación tradicional, psicológica, que relaciona el trueno con el carácter fogoso de los hermanos está lejos de conformar, pero aun sigue siendo válida si la relacionamos con pasajes como Mc 9,38, en el que Juan le avisa a Jesús que vio a uno intentando echar demonios en nombre de Jesús y trató de impedírselo, o Lc 9,54 en el que los dos hermanos le preguntan a Jesús si le parece que hagan descender fuiego del cielo para castigar a un pueblo que no quiso recibirle. Hay que reconocer que Jesús actuaba realmente como un «nuevo Elías», así que la propuesta de los hermanos, aunque Jesús la rechaza, no es nada descabellada, ni habrá sonado tan «atronadora» como nos parece a nosotros. Formó, con su hermano Juan y con Pedro, una terna que tuvo una relación especial con Jesús en señalados momentos:

-son testigos de la resurrección de la hija de Jairo: « Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.» (Mc 5,37).

-Son testigos privilegiadísimos de la transfiguración: «... toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos...» (Mc 9; también en Mt 17 y Lc 9, pero sólo Marcos destaca «a ellos solos»).

-En Marcos y Mateo, son testigos especiales de la agonía en Getsemaní, aunque también estaban los demás (Mc 14,33; Mt 26,37). También son ellos tres los mismos a los que Jesús cambió el nombre, lo que en la tradición profética podía significar una especial misión que debían cumplir (aunque ya hemos visto que la cuestión del nombre de los dos hermanos no aparece clara para nosotros hoy, no así la del cambio de nombre de Cefas). Esta terna «Pedro, Santiago, Juan» no debe confundirse con la terna de los mismos nombres que es llamada la de las «columnas de Jerusalén» en Ga 2,9, en relación al llamado «Concilio de Jerusalén» (Hechos 15), ya que el Santiago que allí menciona es el pariente del Señor y no ninguno de los dos apóstoles del mismo nombre, en especial no Santiago «el mayor», que ya había muerto. 

Es el único de los Doce de los que tenemos una afirmación en el Nuevo Testamento que indica explícitamente que murió mártir: Hechos 12,1-2. Por supuesto, también otros murieron mártires, pero lo sabemos por tradición posterior, no por el NT, que no menciona como mártir -dentro de los Doce- más que a este Santiago. El hecho ocurrió muy tempranamente, hacia el 44, y quizás se vio en ello el cumplimiento de una profecía de Jesús que declaraba que Juan y Santiago beberían «el mismo cáliz» que bebió Jesús (Mc 10,29), aunque lamentablemente Hechos no nos cuenta nada de si se cumplió esa profecía en Juan, y las tradiciones posteriores en torno a él aportan más confusión que claridad. 

Mención aparte merece la cuestión de «Santiago y España», cuestión espinosa porque, más que regirse por criterios históricos, parece que hay que usar para evaluarla criterios nacionales. Lo cierto e indubitable es que no hay ni una sola tradición anterior al siglo VII que relacione a Santiago con España; parece bastante imposible que alguien que murió en Jerusalén cuando apenas había pasado poco más que una década de la Pascua de Jesús, haya tenido tiempo de evangelizar España, e incluso Romanos 15 (21-24) habla explícitamente de España como tierras donde aun no se ha anunciado a Cristo... y es una carta escrita en torno al año 60. Pero en definitiva, sería inaceptable para cualquier cuestión histórica aceptar como histórico un hecho para el que la mención más cercana está separada seis siglos de ese hecho; como ya lo señalara en el propio siglo VII san Julián de Toledo, la evangelización de España por Santiago no pasa de ser una fábula.

Cuestión distinta es si las reliquias del santo llegaron o no a España; ésa es una cuestión independiente a la anterior, difícil de probar, pero no imposible de aceptar. Según una tradición cuya primera mención es el 830, las reliquias del santo fueron trasladadas primero a Iria Flavia (actualmente Padrón, en Galicia), y más tarde a Compostela, en torno a las cuales surgió el santuario que -junto con san Pedro y los Santos Lugares- iluminó la vida religiosa europea en el Medievo, y aun irradia. No obstante, entre el traslado de la ubicación original a Compostela, las reliquias estuvieron un tiempo perdidas, por lo que es difícil asegurarse de la identidad material entre unas y otras. La cuestión parece que debe quedar abierta, y hay tantas opiniones -españolas- que afirman a rajatabla esa identidad, como opiniones -generalmente no españolas- que la niegan. Hay una bula de SS León XIII, del 1 de noviembre de 1884 (puede leerse en Actae Sanctae Sedis 17, pp 262-270) en la que el pontífice le asegura al Obispo de Compostela la identidad de las reliquias que hay allí con Santiago Apóstol «y sus discípulos Atanasio y Teodoro». Debería estar demás decir -aunque no lo está frente a tanto fundamentalismo magisteriológico, tan pernicioso como el escriturístico, que hay dando vueltas- que la cuestión de la identidad de unas reliquias con una persona es una cuestión estrictamente histórica y documental, no objeto de la clase de cuestiones que puede establecer el Papa con su poder magisterial, así que el contenido de la Bula no pasa de ser una opinión autorizada emitida en un momento determinado del saber histórico sobre el tema. 

Santiago resultó ser un eficaz símbolo y vínculo de unión de los diversos grupos hispánicos en su lucha contra los musulmanes, sobre todo en relación a la -considerada generalmente como una ficción histórica- «batalla del Clavijo», en la que Santiago el mayor, en su advocación de Santiago «Matamoros», combatió junto a las fuerzas cristianas de Ramiro I de Asturias. Esta advocación y el santuario de Compostela como polo de atracción fueron fuerzas espirituales poderosísimas que ayudaron decisivamente a la formación de España. La imagen de Santiago Matamoros es característica en muchas iglesias españolas, aunque su índole particularista y vindicativa es bastante cuestionable en relación al mensaje del evangelio, incluso habiendo servido en un momento concreto de la historia de un pueblo. 

Sobre los Doce, un panorama esquemático pero bien expuesto se encuentra en Comentario Bíblico San Jerónimo, tomo V, pp 752 y ss. Más completo y actualizado, Meier, «Un judío marginal», tomo III, especialmente la sección dedicada a Santiago y Juan, Tomo III, pág 230-238, pero en el mismo tomo se desarrollan en general las cuestiones relativas a Los Doce como conjunto. Sobre la relación de Santiago con España he seguido de cerca la exposición del Butler-Guinea, Tomo III, día 25 de julio, donde hay bibliografía específica sobre las reliquias, si bien no muy actualizada, pero sí muy fundamental.


Los Reyes en la fiesta de Santiago, patrón de España

Julián Barrio insta a los gobernantes a la "búsqueda del bien común"
Felipe VI recuerda a las víctimas de Angrois ante el Apóstol: "Galicia, gracias de corazón"
El arzobispo de Santiago pide por "las familias que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica"

En su primera invocación al Apóstol como monarca, Felipe de Borbón ha apelado de nuevo, como en su proclamación hace cinco semanas, a la España «constitucional, unida y diversa»

El rey Felipe VI ensalza en su ofrenda al Apóstol la «extraordinaria muestra de solidaridad y nobleza» de los gallegos en Angrois, apela a la España «unida y diversa», pone el Camino como ejemplo de concordia e insta a acabar con el paro y las desigualdades. En su contestación, el arzobispo de Santiago, Julián Barrio, agradeció la presencia de los Monarcas y pidió a los gobernantes "búsqueda del bien común y de la renovación ética".

«Quiero que mis primeras palabras sean para recordar, con un sentimiento profundo de dolor, a las víctimas del accidente de Angrois, que el año pasado llenó de luto a tantas familias, conmovió a toda España y ensombreció esta fiesta». Así ha comenzado el rey su ofrenda al apóstol Santiago esta mañana en la catedral de Compostela, dando «testimonio de homenaje y respeto» a los fallecidos en la tragedia ferroviaria, a sus allegados y a «todos los afectados».

Además, ha ensalzado la «extraordinaria muestra de solidaridad, civismo y nobleza» que aquel día, el 24 de julio del 2013, los gallegos dieron al mundo. «Nos llenó de orgullo a todos los españoles. Galicia, gracias de corazón», ha concluido.

En su primera invocación al Apóstol como monarca, Felipe de Borbón ha apelado de nuevo, como en su proclamación hace cinco semanas, a la España «constitucional, unida y diversa» donde «caben todos los sentimientos y sensibilidades». Ejemplo de esa concordia para él, ha aducido, es el Camino de Santiago, del cual fue nombrado recientemente por la Xunta embajador de honor, «algo que llevo con muchísimo orgullo», ha apostillado. «Es símbolo -ha aseverado sobre la ruta jacobea- de fraternidad entre pueblos y personas del mundo entero, [...] es respeto, comprensión, solidaridad, diálogo entre culturas y lenguas».

Para el cierre de su discurso, el rey ha escogido el gallego como idioma. Ahí ha expresado, en su nombre y en el de su esposa, su «plena confianza» en los españoles, «na súa capacidade de adaptarse aos retos desta hora». «O futuro -ha abundado- pertenece sempre aos audaces, a aqueles que, sabendo recoñecer as dificultades, considéranas non como un impedimento, senón como unha oportunidade».

Al jefe de Estado ha respondido el arzobispo compostelano, Julián Barrio, en el marco de una ceremonia concelebrada por 61 religiosos, entre ellos, el cardenal Antonio María Rouco Varela. «Poño sobre o altar a vosa ofrenda [...] para que manteñamos unha convivencia solidaria, non esquecendo as nosas raíces», le ha replicado el purpurado, quien también ha elevado oraciones por las «persoas e familias que sofren as consecuencias da crise moral e económica que estamos a padecer», así como para que «todos os nosos gobernantes teñan [...] constancia na busca do ben común e da renovación ética».

Texto completo de la homilía de monseñor Barrio

Majestades, les agradecemos cordialmente que en el comienzo de su Reinado hayan querido presentar la Ofrenda al Patrón de España. Pedimos que con su patrocinio el Señor les colme de bendiciones para el bienestar de España y gozo de sus Majestades, y no les falte la luz y la ayuda divinas en el cumplimiento de su misión. Cuenten con nuestro afecto y oración, agradeciendo también a los Reyes D. Juan Carlos y Dª Sofía el generoso trabajo y el servicio realizado por el bien común del pueblo español. 

Saludo fraternalmente al Sr. Cardenal, a los Sres. Arzobispos y Obispos, a los miembros del Cabildo, a las Autoridades, a los sacerdotes, miembros de vida consagrada y laicos, a los miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago, a los miembros de las Ordenes de Santiago, a los radioyentes y televidentes, y a los peregrinos que han llegado a la Casa del Señor Santiago. 

Celebramos hoy al Apóstol Santiago el Mayor, testigo y mártir temprano del evangelio de Jesucristo quien por medio de él nos ha llamado al conocimiento de la verdad. No es un mártir desconocido. Transmitió la verdad del Evangelio hasta morir por ella. La contemplación de esta vida santa nos atrae misteriosamente, y así lo perciben también tantos peregrinos que llegan a venerar su tumba. Entre ellos estaba hace ocho siglos San Francisco de Asís.

Su testimonio nos urge a recuperar la frescura original del Evangelio, de la que brotan nuevos caminos y palabras cargadas de renovado significado para nuestro mundo que necesita el anuncio del amor de la salvación de Dios. "La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento"1. Este es el menaje que la Iglesia, sostenida por la acción del Espíritu, tiene que transmitir, propiciando el diálogo, suscitando la colaboración al servicio de la vocación personal y social del hombre, viviendo de su específica moral cristiana que la ofrece y propone a los demás como una posibilidad que humaniza, libera y engrandece. La Iglesia apoya con la luz de la fe la razón para esta que no se vea reducida a una comprensión meramente funcional y corra el riesgo de generar una cultura que borra a Dios del horizonte posible del hombre.

Lejos de todo fundamentalismo irracional y arcaico, su aportación en actitud de oración y adoración es afirmar que Dios existe y que "solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: "Sólo Dios basta", nos decía el papa Benedicto XVI. "Dejarnos amar por Dios y amarlo con el amor que El mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás"

2. El mismo Cristo nos dijo que "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo". Esto comporta reconocer, apoyar y favorecer las realidades que animan la vida de los demás, acercándonos a ellos con amor fraterno para desatar los nudos de la existencia, incluso los más impenetrables. Para los cristianos el servir a los hermanos es parte esencial de su ser, haciendo presente el amor de Dios con sencillez y en verdad. Dios está presente en la vida de cada una de las personas. Servir generosa y gratuitamente a quienes no cuentan en nuestra sociedad, a los que ven herida su dignidad por tantas dolencias físicas, espirituales, psicológicas y morales, y ser sensibles al dolor y al sufrimiento de los más vulnerables es dar razón de nuestra esperanza cristiana, poniendo nuestra vida en juego para gloria de Dios y servicio de los hombres. "La forma lograda del cristiano es lo más bello de cuanto en el ámbito humano pueda darse; esto lo sabe el simple cristiano, que ama también a sus santos porque la imagen radiante de su vida resulta realmente atrayente"(H.U. von Baltasar). La perspectiva cristiana ha contribuído a la afirmación de los derechos humanos en la certeza de que "Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (GS 22). 

El apóstol Santiago bebió el cáliz del Señor, contribuyendo a que la fe no enmudeciera ante las contradicciones del mundo. "Creí por eso hablé". La fe que hemos de purificar constantemente, requiere valentía por parte del creyente y "es un abrazo lleno de realismo a todos los hombres, un acontecimiento que no puede ser reducido a una militancia o a una ideología socio política". En esta solemnidad recordamos que los valores cristianos han contribuido al desarrollo integral de las personas, conformando una cultura que trata de superar la desconfianza, y de afirmar el compromiso del buen samaritano. Sin esta conformación cultural en todas las dimensiones de nuestra vida, sería difícil entendernos personal y socialmente como pueblo. Quien cree y ama se convierte de este modo en constructor de la verdadera "civilización del amor", en la que Cristo colma nuestros silos de felicidad. 

En medio del espesor de la historia y de la fatiga moral el apóstol Santiago sigue alentando nuestra fe como respuesta a la necesidad de una esperanza fiable fundamentada en la resurrección del Señor, y animada por la novedad del Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen. Si queremos que "el hoy de los cristianos españoles" se acerque o se ajuste mejor "al hoy de Dios", es preciso iluminar con la luz de la fe nuestra realidad, lo que fortalecerá nuestra convivencia y ayudará a vencer nuestro pesimismo. Apreciar lo bueno que tenemos con lucidez intelectual, coraje moral y capacidad de hacernos cargo de la vida de los otros, abrirá caminos de esperanza. Del mensaje del Hijo de Dios fluyen tareas, luz y fuerzas que nos sirven para construir y fortalecer la comunidad de los hombres según la ley divina, recordando que "la gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo de Lyon, Adv.Haer. 4,20). 

Poño sobre o altar a vosa ofrenda, Maxestade, encomendando á intercesión do Apóstolo Santiago ao Papa Francisco, a Igrexa que peregrina en España e a todos os pobos, e de xeito especial ao pobo galego para que manteñamos unha convivencia solidaria non esquecendo as nosas raíces. Que o pobo do Apóstolo Santiago e os demais pobos que están a sufrir a guerra no mundo se vexan bendicidos coa paz mediante a conversión do corazón das súas xentes. Pido polas persoas e familias que sofren as consecuencias da crise moral e económica que estamos a padecer, e por todos os nosos gobernantes para que teñan fortaleza, xenerosidade e constancia na busca do ben común e da renovación ética e moral da nosa sociedade. Que Deus bendiga ás súas Maxestades e a toda a Familia Real, sempre sensibles a toda realidade que afecta a España. "A nosa terra dará o seu froito porque nos bendí o Señor noso Deus" (Ps 66,7). Deus nos axuda e tamén o Apóstolo Santiago.

El arzobispo de Santiago de Compostela: "Cristo hace que la muerte no tenga la útima palabra"

"Esta vida consiste en nuestra unión con Dios en la compañía de los bienaventurados, ya que Dios mismo en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas y deseos.  En la unión con Él encontramos el gozo y la alegría para siempre". Con estas palabras el arzobispo de Santiago de Compostela, España, monseñor Julián Barrio, se ha dirigido a los familiares de las víctimas del accidente ferroviario que tuvo lugar hace un año. Lo ha hecho durante  la homilía de la ecuaristía celebrada la tarde del 24 de julio, en la Catedral. El 24 de julio de 2013, a unos 3 km de la estación de tren de Santiago de Compostela, un tren descarriló con 218 pasajeros a bordo, causando al menos 79 fallecidos. Junto a D. Julián Barrio y el obispo auxiliar, D. Jesús Fernández, asistieron todos los obispos de las diócesis gallegas y el arzobispo castrense D. Juan Díaz del Río, así como sacerdotes de la diócesis de Santiago. Al finalizar la celebración eucarística, se ha interpretado la canción escrita por Sandra Campos Otero, víctima de un accidente ferroviario. "La vida se comprende siempre mirando hacia atrás, pero hay que vivirla mirando hacia delante. Cristo resucitó y vive para siempre. Por eso confesamos que la vida de los que creemos en Él no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo", recordó el arzobispo en la homilía. Asimismo, indicó que en la eucaristía que estaban celebrando "hacemos memoria del Jesús muerto y resucitado, y recordamos con afecto y oración, con la verdad y la bondad que merecen quienes, hace un año, perdieron su vida en el accidente ferroviario, asociando su destino al de Cristo." Por otro lado, monseñor Barrio observó que el accidente "puso de relieve la compasión y el heroísmo de tantas personas que su cercanía y su esforzado trabajo fueron signos de luz en el misterio del dolor y de la muerte". Y añadió "lo vivimos con esperanza cristiana, mirando lejos y en profundidad en el espesor de lo inesperado y afrontando los retos con lo mejor de nosotros mismos". De este modo, el arzobispo encomendó al Señor "a los fallecidos para quienes el tiempo de la prueba dio paso a la eternidad de la recompensa cruzando el umbral de la esperanza, pedimos la recuperación de los heridos e imploramos el consuelo y la serenidad para sus  familias".

Monseñor Barrio quiso compartir con los presentes en don de la fe: "en la fe afirmamos que la resurrección de Cristo hace que la muerte no tenga la última palabra sino que sea la vida quien la tenga". Esta es la verdad -afirmó el prelado- que da sentido a nuestras vidas y hace que no nos detengamos entre lágrimas ante la muerte, considerándola como el punto final de nuestra existencia. Del mismo modo recordó que "Dios no nos abandona nunca, no está ausente: está con el que sufre y siente el agobio de la soledad. Estuvo con su Hijo Jesucristo y está con nosotros sosteniéndonos en nuestras oscuridades". Al finalizar, el arzobispo de Santiago invitó a que "confiados en el perdón y en la justificación que Cristo nos ofrece, encomendemos a nuestros hermanos a la misericordia de Dios pues ni siquiera la muerte puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro". Y al santo apóstol Santiago, conluyó monseñor Barrio, "le pedimos que les haya acompañado para traspasar el Pórtico de la Gloria celestial y gocen ya de la felicidad eterna. En cada Eucaristía se nos da la vida nueva y resucitada, y se hace presente el sufrimiento de Cristo y el de todos los que experimentan lo que significa el sin sentido y el desamparo"


Santiago el Mayor, al amor por el dolor

En la figura del Apóstol Santiago, el amor verdadero se curte en el dolor y en la cruz.

Santiago, hijo de Zebedeo y Salomé (Mc 15,40), hermano del Apóstol Juan, fue uno de los tres discípulos más cercanos a Jesús: testigo de la curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31), de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37-43), de la transfiguración de Cristo (Mc 9,2-8) y de la agonía de Getsemaní (Mt 26,37). 

La vocación de Santiago está relatada de forma precisa: "Caminando adelante vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y a su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando las redes, y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron" (Mt 4, 21-22). Era de temperamento fuerte, pues enfadado por el rechazo de los pueblos samaritanos a Cristo, le proponen hacer bajar fuego del cielo (Lc 9,54-56). Cristo, ante la petición materna por sus hijos, le anuncia el martirio (Mt 20,21-28). 

Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Santiago cómo el amor verdadero se curte en el dolor y el la cruz. Sin duda, la cruz de Cristo es para nosotros el signo más evidente y claro del amor loco de Dios al hombre. 
Amor y dolor constituyen dos términos de una misma realidad. Más aún, no puede existir el uno sin el otro. Un amor que no comportara sufrimiento, renuncia, sacrificio ya de entrada sería sospechoso. Un dolor que no se viviera con amor sería asimismo estéril e inútil. Justamente o el amor abre la puerta al dolor para demostrarse auténtico y el dolor se funde en el amor para vivirse en paz, o todo suena a patraña y a mentira. De hecho, cuando levantamos los ojos a la Cruz de Cristo, es cierto que vemos a un crucificado, pero sobre todo vemos en la Cruz el amor loco de Dios por nosotros. A través del dolor de Cristo comprendemos ese amor personal e infinito que nos tiene. Si en la cruz no hubiera amor, sería simplemente una estupidez. Por eso, como dice S. Pablo, la cruz es escándalo para los judíos , necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios@ (1 Cor 1, 23-24). 

Al hombre de hoy de siempre la Cruz se le presenta como una realidad que inspira temor y rechazo. La sociedad siempre nos está prometiendo una vida fácil, cómoda, agradable, en la medida de lo posible ajena al sacrificio, al esfuerzo, al dolor. Por eso nos resulta tan difícil escoger el camino de Dios, y tan fácil seguir el derrotero del mundo. Sin embargo, la realidad es que nadie puede escapar a la presencia de la cruz y del dolor. Hay mucho tipo de cruces: cruces de todos los tamaños y de todos los colores, cruces más sangrantes y más profundas, cruces más llamativas y más calladas. El destino del hombre sobre la tierra pasa por la cruz en su camino hacia Dios. Si es inútil el querer escapar de su presencia; es todavía más bochornoso el vivir la cruz sin esperanza, sin amor, porque entonces la cruz amarga la vida y produce rebeldía. 

El amor se convierte, por ello, en la única respuesta válida a todos los sacrificios, sufrimientos, luchas y trabajos del hombre. No se puede evitar la cruz en cualquiera de sus formas, pero siempre se puede vivirla con amor para darle sentido. Si esto se entendiera, los seres humanos verían en las dificultades de la vida, cualquiera de ellas, una forma de amor. Los problemas cotidianos de un matrimonio son ocasiones maravillosas para demostrarse un amor genuino y auténtico; los sufrimientos por los hijos se transforman en modos de amor más profundos que el simple cariño; los esfuerzos que exige la fe adquieren para ella el brillo de la autenticidad y de la verdad; el sacrificio en el seguimiento de Dios nos demuestra que Dios es demasiado grande y maravilloso para nosotros. Hay que sospechar generalmente de realidades que no cuestan, de matrimonios que no cuestan, de evangelios que no cuestan, de pertenencias a la Iglesia que no cuestan, de amores que no cuestan. 

El dolor es, pues, la garantía del verdadero amor. Sólo es capaz de sufrir el que ama. Contemplamos así la vida de tantas personas que en el silencio de sus vidas, día a día, es el amor el que las impulsa a ir adelante, a pesar de todo y contra todo. Van adelante en su vida espiritual, aunque les atenace la sequedad; se humillan en el matrimonio esperando mejores momentos para solucionar las crisis; rezan con confianza a Dios cuando los hijos están pasando por momentos especialmente complicados; perseveran en las decisiones buenas, aunque a veces parezca que carecen de fuerza para seguir adelante. Sería extrañísimo e incluso desilusionador el amar sin tener que sufrir. Mas aun, el que ama se complace en el sufrir por aquél a quien ama. Hay santos que del cielo lo único que no les gusta es el no poder sufrir ya. 

El Evangelio a través de dos evangelistas nos refiere de forma parecida, pero con matices diversos, una simpática escena en la que se pide para Santiago y Juan, su hermano, un lugar privilegiado en el Reino de Cristo. En Mt 20,21-28 es la madre de éstos, Salomé, quien eleva esta petición a Cristo. Y en Mc 10, 35-45 son ellos mismos directamente quienes hacen esta petición. Jesús en ambos relatos les dice que no saben lo que están pidiendo y les lanza esa misteriosa pregunta si pueden beber del cáliz que él va a beber. Ellos afirman que sí. Pero Jesús les anuncia que efectivamente van a beber el cáliz, pero respecto al sitio a su derecha e izquierda es para aquellos para quienes esté preparado. 

"Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mc 10, 37). No hay duda de que es el amor el que impulsa a estos dos hermanos a pedirle a Cristo un privilegio tan extraordinario. Por el carácter apasionado, al menos de Santiago, suena lógico que quisiera estar cerca del Maestro en su gloria. El amor empuja hacia el amado de una forma irresistible. Sin embargo, para Santiago en este momento todavía el amor es un sentimiento, un impulso, una inclinación. 
Es bello, pero no ha sido probado por el dolor. Aunque posteriormente se enfaden los demás por esta petición tan osada, no hay que quitarle valor a este deseo de los dos hermanos. Y Cristo la comprende. ¿Quién de los Apóstoles no desearía algo tan maravilloso? A Santiago no le bastaba la cercanía; quería la intimidad, la posesión, la totalidad. 

"¿Podéis beber la copa que yo voy a beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" (Mc 10, 38). Cristo enseguida trata de hacerle comprender con esta dura pregunta que para poder decir que se ama es necesario decirlo con el dolor. Si quiere de veras amarlo a Él, estar cerca de Él, compartir todo con Él, tendrá que beber su cáliz, cáliz que es Getsemaní, cáliz que es la muerte en la Cruz, cáliz que es la renuncia total a sí mismo. De esta forma Cristo toca la verdad más hermosa del amor: no se puede amar, cuando el amor no cuesta, o también el dolor es el modo más genuino y auténtico de amar. Seguramente en la vida es así: hasta que el amor no ha sido purificado por el dolor, no se puede decir que se ama en serio. 
"Sí, podemos" (Mc 10,39). Del corazón decidido y generoso de Santiago salen estas palabras que confirman por un lado que ha entendido lo que el Maestro le ha enseñado acerca del amor a él y por otro que está dispuesto a seguir la suerte del Maestro hasta donde sea necesario, incluida la muerte. Jesús le confirma que efectivamente va a beber la copa que él va a beber y a ser bautizado con ese bautismo de sangre que será su muerte, pero le anuncia que sentarse a su derecha o a su izquierda no puede él concederlo. De alguna manera, todavía Cristo le orienta hacia un amor desprendido. El premio del que ama sólo es amar. Así el amor llega a su plenitud. Si se muere por él, no es para conseguir un lugar privilegiado en su Reino, sino simplemente para poder demostrar el grado de amor que invade su corazón, pues "no hay mayor amor que dar la vida por los amigos". 

Para nosotros cristianos se convierte en una prioridad absoluta el aceptar la cruz y el dolor como la expresión más auténtica y genuina de nuestro amor a Dios, de nuestro amor a los demás y de nuestro amor a nosotros mismos. En todos estos campos se sigue realizando aquel camino de "a la luz por la cruz". Queremos que nuestro amor a Dios no se quede en meras palabras, deseamos que nuestro amor a los demás no se convierta simplemente en uso de los demás para nuestro egoísmo, pretendemos crecer como personas en el bien auténtico, tenemos que aceptar la cruz, amarla intensamente y vivirla en todas sus exigencias. 

Nos tenemos que convencer de que el amor a Dios no son simplemente palabras, como nos enseña Cristo. El amor a Dios nos tiene que doler, es decir, tiene que vivirse en los momentos más difíciles para nosotros: cuando sentimos la oscuridad en la fe, cuando sentimos la desgana ante las cosas espirituales, cuando nos cuesta especialmente alguna exigencia del Evangelio como el perdón o la humildad, cuando tenemos que renunciar a nosotros mismos para aceptar el misterio de Dios, cuando tenemos que doblegar nuestro racionalismo ante la evidencia de la fe, cuando tenemos que aceptar el hecho de que el perdón de los pecados se confiera a través del sacramento del perdón, cuando en la persona del Vicario de Cristo tenemos que ver a Cristo mismo, cuando en el Magisterio de la Iglesia tenemos que reconocer a Cristo Maestro que nos habla por medio de sus representantes. Cuando me cueste amar a Dios, entonces estaré afirmando que mi amor a él es auténtico. Por el contrario, tenemos que sospechar cuando el amor a Dios nos resulte fácil, cómodo, tranquilo. Entonces no estaremos amando a Dios, sino buscándonos a nosotros mismos. 

Y, ¿qué decir del amor a los demás? La esencia del amor es darse y entregarse, lo cual va en contra necesariamente de esa tendencia tan habitual en el hombre que es el egoísmo. Cada acto de amor es como una renuncia a uno mismo, lo cual se experimenta como dolor, aunque el amor sea capaz de darle un hermoso sentido. Por ello, tenemos que decidirnos a pasar por encima de nuestro egoísmo, aunque nos duela, cuando en casa nos resulte complicado sacrificarnos por los hijos o salir de nuestro mundo para entrar en contacto con el mundo de la mujer, cuando en el mundo profesional sintamos ganas o deseos de complicar la vida a cualquier precio a quienes compiten contra nosotros, cuando en la vida diaria sentimos que otros han pisoteado nuestros sentimientos y nos encontramos dolidos, cuando tenemos que mortificar nuestra lengua o nuestro pensamiento para no caer en el juicio temerario o en la crítica frívola, cuando hay que levantarse de la comodidad para servir y colaborar. Es natural que el amor a los demás esté hecho de renuncias propias, es decir, de gotas de dolor que, en este caso, sólo embellecen la propia vida. 

Y finalmente, el amor verdadero a uno mismo tiene que aliarse con el dolor. Generalmente, porque nos atenaza la comodidad y no queremos sufrir, nos privamos a nosotros mismos de grandes posibilidades. No cultivamos nuestra mente, porque nos cuesta leer y formarnos, no desarrollamos los talentos que Dios ha depositado en nosotros, porque afirmamos que la vida en sí misma es ya muy complicada, no cuidamos muchas veces hasta nuestra misma salud porque no queremos renunciar a nuestros gustos y caprichos. Amarse correctamente a uno mismo es disponerse a luchar y a sufrir con el objetivo de crecer como persona, pasando por encima de criterios de comodidad y de pereza. En cambio, el amor a nosotros mismos, que nos destruye, es ese amor que nos lleva a buscar en cada momento lo fácil, lo barato, lo vulgar, en todo lo cual no hay renuncia, sacrificio, esfuerzo. 

La Cruz de Cristo se ha convertido a lo largo de los siglos en ese monumento, visible desde todas partes, del amor loco de Dios al hombre. Pero sería triste que la Cruz sólo suscitara en nosotros admiración. La Cruz debe inspirar seguimiento. La Cruz con Cristo para nosotros se convierte en camino de salvación y de progreso espiritual. La Cruz nos es necesaria en la vida para poder autentificar el amor a Dios. La Cruz nos es fundamental en la vida para poder demostrar a los demás la sinceridad de nuestro amor. La Cruz nos es clave en la vida para poder salvarnos y ser felices en nuestro peregrinar por la tierra. Digámosle a Cristo con las palabras de Santiago Apóstol que queremos beber el cáliz que él va a beber y ser bautizados con el bautismo que él va a ser bautizado. 

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