“Yo tampoco no te condeno… Yo soy la luz del mundo”

Revolución ignorada

Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».
Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».

Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas. Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de «la revolución ignorada» por el cristianismo. Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera. ¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?

5 Cuaresma - C(Juan 8,1-11) José Antonio Pagola

TIEMPO DE CUARESMA
AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA

“Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado bautismo, sino también aquellos que desde hace tiempo se cuentan ya en el numero de los hijos adoptivos. Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga que ser cada vez mejor en la escala de la perfección, hay que insistir ante todo para que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención” (San León Magno).

V DOMINGO DE CUARESMA: LA MISERICORDIA DE JESÚS 

(Is 43, 16-21; Sal 125; Flp 3, 8-14; Jn 8, 1-11)

Hemos escogido el mosaico que representa a Jesús escribiendo en el suelo para no pronunciar juicio alguno contra la mujer pecadora, que es imagen de nuestra infidelidad al amor de Dios.

Texto bíblico: -«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» (Jn 8, 4)

Francisco, en la bula del Año Jubilar, describe a la persona de Jesús: “Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (MV 8).

Pensamiento: En la mujer estamos incluidos todos los que somos infieles al amor de Dios, y sin embargo, nunca podremos decir que no se nos ofrece el perdón de Dios. La misericordia alcanza a todos.

ORACIÓN: “Misericordia, Señor, hemos pecado.” “Mira en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”.

PROPUESTA
Reconoce que Dios mantiene su amor, a pesar de tu infidelidad. No te obstines en pensar que tú no tienes remedio. “Anda, y no peques más”.

Incorporados a Cristo

La segunda morada en la que nos introduce la Eucaristía, cuando comulgamos dignamente, es la de la incorporación: nos coloca en su Cuerpo, nos hace su Cuerpo, miembros suyos. “Este sacramento –dice san Alberto Magno, en el siglo XII- nos transforma en Cuerpo de Cristo a fin de que seamos hueso de sus huesos, carne de su carne, miembros de sus miembros” (Catequesis Mistagógicas, IV, 3, P.G. 33, 1100). No se trata solamente de abrir la puerta de nuestra casa, de nuestro corazón, a Cristo o de entrar en la morada de Dios, en su intimidad. Se trata de algo más profundo e incomprensible para la inteligencia humana; se trata de formar un solo cuerpo con Cristo por medio de la Comunión Eucarística. Se trata de poseer al Resucitado y de ser poseídos por Él.

Necesitamos pararnos y rumiar en el silencio del corazón esas palabras de san Alberto Magno. Es un misterio que sobrecoge y que lanza hacia caminos insospechados de grandeza y de santidad. San Pablo ha recurrido a expresiones nuevas hasta entonces para expresar ese gran misterio.

Lo dirá con palabras como: “consepultados con Cristo” (Rm 6,4), “coherederos de Cristo” (Rm 7,17), “semejantes a Él en su muerte” (Filip 3,10), “muertos en Cristo” (Rm 6,8) y “viviendo en Cristo para siempre” (Rm 8,13). Es decir, que “somos una misma cosa con Él” (Rm 6,5), “edificados y enraizados en Él” (Col 2,6). Completamente incorporados en Él.

San Cirilo de Alejandría, en el siglo V, llega incluso a decir que poseemos la misma corporalidad de Cristo: “Por un solo cuerpo, el suyo, bendice a los que creen en Él gracias a la comunión mística, y les hace ser con-corporales con Él y entre ellos” (In Joannem XI, 11, 998). San Pablo dirá que “somos miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús” (Ef 3,6).

El gran misterio de la Encarnación de Jesucristo nos lleva a descubrir, y a celebrar, que Cristo se ha unido a nuestra naturaleza. En la Eucaristía celebramos que Cristo se adueña de nuestro corazón. Uniéndose a nuestro cuerpo y nuestra alma, reina sobre las almas y sobre los cuerpos. Entonces entendemos lo que dice san Pablo: “El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13).

Por medio de la Eucaristía el amor de Cristo nos invade por entero y nosotros lo poseemos por entero. “Nada puede subsistir, nada puede ya entrar en nuestro cuerpo –dice Nicolás Cabasilas- cuando Cristo lo llena con su presencia y nos envuelve completamente”. Entonces somos uno en Cristo. Y podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Necesitamos tiempos de silencio contemplativo para ir gustando y comprendiendo tantas maravillas: lo bueno que es el Señor.

Que Dios os bendiga a todos. +Juan José Omella Omella  Arzobispo de Barcelona

Evangelio según San Juan 8,1-11. 

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. 

Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". 

Domingo de la quinta semana de Cuaresma

Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022), monje griego 
Himno 45

“Yo tampoco no te condeno… Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,11-12)

Oh Dios mío, que amas tanto perdonar, mi Creador,
haz crecer sobre mí el esplendor de tu inaccesible luz
para llenar de gozo mi corazón.
¡Ah, no te irrites! ¡Ah, no me abandones!
pero haz que mi alma resplandezca de tu luz,
porque tu luz, oh Dios mío, eres tú…
Me extravié del camino recto, del camino divino,
y, lamentablemente, abandoné la gloria que se me había dado.
Me despojé del vestido luminoso, el vestido divino,
y, caído en las tinieblas, yazgo ahora en las tinieblas,
y no soy consciente de que estoy privado de luz…
Porque si tú has brillado desde lo alto, si te has aparecido en la oscuridad,
si has venido al mundo, oh Misericordioso, si has querido
vivir con los hombres, según nuestra condición, por amor al hombre,
si… tú has dicho que eres la Luz del mundo (Jn 8,12)
y nosotros no te vemos,
¿no es porque somos totalmente ciegos
y más desdichados que los ciegos, oh Cristo mío?...
Pero tú, que eres todos los bienes, que los das sin cesar
a tus servidores, a los que ven tu luz…
Quien te posee, en ti lo posee realmente todo.
¡que yo no sea privado de ti, Maestro! ¡que no sea privado de ti, Creador!
¡Que no sea privado de ti, Misericordioso, yo, humilde extranjero…!
Te lo ruego, ponme junto a ti
aunque sea verdad que he multiplicado los pecados más que todos los hombres.           
Acoge mi oración como la del publicano (Lc 18,13),
como la de la prostituta (Lc 7,38), Maestro, aunque yo no llore como ella…
¿No eres tú, manantial de piedad, fuente de misericordia
y río de bondad? : por estos títulos, ¡ten piedad de mi!
Sí, tú que has tenido las manos, tú que has tenido los pies clavados en la cruz,
y tu costado traspasado por la lanza, Compasivo Señor,
ten piedad de mí y arráncame del fuego eterno…
Que en este día permanezca ante ti sin condenación
para ser acogido dentro tu sala de bodas
donde compartiré tu felicidad, mi buen Señor,
en el gozo inexpresable, por todos los siglos. Amén.

Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?
Juan 8, 1-11. 5o.Domingo de Cuaresma Ciclo C. ¡Cuánto agradecimiento y amor habrá nacido en el corazón de esa mujer. Se sintió respetada, aceptada como ella era!


Oración introductoria
Señor, gracias por este Evangelio que me confirma tu actitud ante el pecado, como dijo SS Benedicto XVI, «no te interesa las caídas sino las levantadas». Aquí estoy, arrepentido de todo lo bueno que he dejado de hacer, confío en tu misericordia, te quiero y deseo amarte con un corazón más puro, te suplico me des esa gracia.

Petición
Ayúdame, Jesús, a experimentar tu misericordia para que pueda dispensarla a los demás.

Meditación del Papa Francisco
Los fariseos que llevan la adúltera a Jesús tenían adentro el corazón, la corrupción de la rigidez. Se sentían puros porque observaban la letra de la ley y porque decían: La ley dice esto y se debe hacer esto. Pero no eran santos, eran corruptos, porque una rigidez de este género solamente puede ir adelante en una doble vida y estos que condenaban a estas mujeres después iban a buscarlas de manera escondida, para divertirse un poco.

Los rígidos son, uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos, hipócritas. Tienen una doble vida. Con la rigidez no se puede ni siquiera respirar. […]

También hoy, el pueblo de Dios cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, sea en el lado civil que en el eclesiástico. Y donde no hay misericordia no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuantas veces, cuantas veces, encuentra a uno de estos.

Encuentra a los viciosos que son capaces de intentar explotarlos y esto es uno de los pecados más graves; encuentra a los negociantes que no le dan oxígeno a esa alma ni esperanza; y encuentra a los rígidos que castigan al penitente lo que ellos esconden en su alma. Esto se llama falta de misericordia.

Querría solamente decir que una de las palabras más bonitas del evangelio que a mí me conmueve tanto: «-¿Nadie te ha condenado? -No, nadie Señor. -Tampoco yo te condeno». El Tampoco yo te condeno es una de las palabras más hermosas, porque llenas de misericordia. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 23 de marzo de 2015, en Santa Marta).

Reflexión
Un grupo de judíos, capitaneados por algunos letrados y fariseos, presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio, con la intención de apedrearla.

¡Hipocresía y dureza de corazón que nos indigna! Acusan a una mujer y se amparan en la Ley de Moisés para poder condenarla a muerte y saciar en ella su sed de odio y de sangre, bajo la apariencia de "justicia ante la ley". Usan el nombre de Dios y de su santa Ley para matar, asesinar y quebrantar el mandamiento más importante, que es el de la caridad. Actitud mezquina e inmisericorde que, en vez de perdonar a quien falla y se equivoca, por los motivos que sean, se ceban en el pecador para condenarlo sin ninguna piedad ni compasión. Esto se llama fariseísmo y fanatismo. Algo de esto es lo que estamos viendo ahora todos los días en Medio Oriente y en muchas otras partes del mundo: violencia, terrorismo, kamikazes que se "inmolan" para matar, asesinar y sembrar el pánico entre la gente. ¡Matar en nombre de Dios! Eso es una contradicción.

Pero lo más lamentable y penoso de estos fariseos es que, además de acusar a esta pobre mujer, querían aprovechar esta ocasión para poder acusar y condenar a muerte al mismo Jesús. ¡Dos objetivos igualmente malvados y asesinos!

Sin embargo, el comportamiento de nuestro Señor es totalmente diferente: abre su corazón infinito, dulce y misericordioso para perdonar todas las heridas morales de esta mujer. Pero no sólo la perdona, sino que la comprende, la acoge, la defiende. Yo creo que, más que el mismo perdón -que ya es un gesto inmenso- lo más maravilloso de todo es la manera como lo ofrece: con un respeto infinito, una dulzura increíble, una comprensión inimaginable. Jesús no se escandaliza ni pone el grito en el cielo porque "esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio". Palabras textuales de los fariseos. ¡Hipócritas fanáticos y asesinos!

Jesús no. Él calla. Se mantiene sereno. Finge no oír las acusaciones. Se inclina y escribe en la tierra como para hacerse el desentendido. Hace la vista gorda y parece no ver ningún mal. Perdona. Comprende las miserias humanas.

Pero como los fariseos insistían en sus acusaciones, nuestro Señor se incorpora y responde con un golpe magistral, de los suyos, como Él sabe hacerlo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra". Y después de esta sentencia, otra vez se inclina y continúa escribiendo en la tierra. No es la actitud orgullosa y desafiante del polemista que se siente ya vencedor del pleito. No. Permanece en su postura humilde, discreta, como para no humillar ni poner a nadie en evidencia, a pesar de que los acusadores sí que lo hacen. Jesús deja que sean ellos mismos quienes se desenmascaren delante de Dios y de su propia conciencia.

Y entonces -nos dice el Evangelio- "al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno". Juan añade, con un cierto tono de ironía: "empezando por los más viejos". Todos hemos pecado. Y si todos somos pecadores, ¿por qué nos empeñamos en ser tan crueles y duros con los que caen? Ya nuestro Señor nos lo había dicho en el Sermón de la Montaña: "¿Cómo puedes ver la paja del ojo de tu hermano, y no ves la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita! Primero saca la viga del tuyo y luego podrás sacar la paja del ojo de tu hermano" (Mt 7, 3-5). Y, hablándonos del perdón, nos enseñó a perdonar sin condiciones a nuestro prójimo, "porque, si no perdonáis a quien os ofende, tampoco vuestro Padre Celestial perdonará a vosotros vuestras faltas" (Mt 5, 14-15; 18,35). San Pedro

Crisólogo, hablando de la oración y de la misericordia, nos dice en el Sermón 43: "Es un mal solicitante el que espera obtener para sí lo que él niega a los demás". También el perdón y la compasión.

Ya cuando se han marchado todos los acusadores, entonces Jesús se incorpora y espera a que la mujer, toda temblorosa, se acerque hasta Él: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿ninguno te ha condenado?". "Ninguno, Señor" –respondió ella con grandísimo respeto, humildad y confusión. "Pues tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más". ¡Qué maravillosas palabras, brotadas directamente del corazón de Dios! Jesús era el único que, en justicia, podía condenarla, porque Él no tenía pecado. Y, sin embargo, su actitud es de inmensa piedad y compasión, de ternura y misericordia hacia esa pobre mujer: "Vete y no peques más".

¿Cuánto agradecimiento y amor habrá nacido en el corazón de esa mujer? ¡Se sintió respetada, aceptada como ella era, también con sus miserias y pecados! Pero, sobre todo, se supo comprendida, perdonada, acogida y elevada a una dignidad mayor.

¡Éste es el poder y el secreto de la misericordia de nuestro Señor! Al igual que al hijo pródigo, la ternura del corazón de Dios destruye lo pasado, regenera, da nueva vida. El Papa Juan Pablo II, en su encíclica "Dives in misericordia" ("Dios, rico en misericordia"), nos dijo que Él (el padre de la parábola, o sea Dios) actúa bajo el influjo de un profundo afecto y así se explica su generosidad; además, con su misericordia salva otro bien fundamental: la dignidad, la humanidad del hijo (DM, 6).

Es lo que hace Jesús al perdonar a la mujer y al perdonarnos a cada uno de nosotros. Nunca nos humilla. Nos respeta, nos eleva, nos dignifica. Y, sobre todo, nos lleva al Corazón del Padre, a la experiencia del amor infinito de Dios. Si así es la misericordia del Padre, ¿cómo no acercarnos a pedirle perdón y a reconciliarnos con Él?

Propósito
¿Qué estamos esperando para convertirnos en esta Cuaresma? ¿Por qué no volver a Dios con todo el corazón y con toda el alma, a través de la confesión y de los sacramentos? ¡No lo dejes para mañana! Hoy es el día de la salvación.

Diálogo con Cristo
Jesús, para experimentar y valorar auténticamente la misericordia necesito tomar conciencia de mi debilidad y poca correspondencia a tu gracia. Ayúdame a tener un encuentro personal contigo, como lo tuvo la mujer del Evangelio. Mi soberbia y mi sensualidad frenan mi deseo de conversión. Señor, dame el don de saber enmendar mis faltas al experimentar tu amor profundo.

Cada uno de nosotros es un grano de trigo
Quinto domingo de Cuaresma. Los que quieren echarse a perder, se guardan para sí mismos en el egoísmo; y los que se entregan, acaban por dar fruto.


Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza.

Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás siempre nos va a costar.

Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás, por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices. Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.

Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad, entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme a los demás? ¿Qué significa darme los demás?

Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.

Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo, acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo. La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa, para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto.

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban comiendo los animales o echándose a perder.

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.

Francisco, en el Angelus de hoy

"La mujer adúltera nos representa a todos nosotros, pecadores"
Francisco: "La mirada de Misericordia de Jesús desarma y salva"
Miles de personas acompañan al Papa en el tercer aniversario de su elección como Pontífice

Redacción, 13 de marzo de 2016 a las 12:41

Basta la mirada llena de misericordia y de amor» de Jesús - como con la mujer adúltera - para hacer que todo pecador sienta que tiene una dignidad

(RV).- "La mujer adúltera nos representa a todos nosotros, pecadores, adúlteros delante de Dios, traidores de su lealtad. Y su experiencia es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús".

Miles de peregrinos acudieron a la Plaza de San Pedro para el rezo a la Madre de Dios, del V Domingo de Cuaresma del Jubileo de la Misericordia, que coincidió con la misma fecha, el 13 de marzo, en que tres años antes había sido elegido el Papa Francisco como Sucesor de Pedro.

Con el Evangelio de Juan, (8, 1-11) el Obispo de Roma hizo hincapié en que «basta la mirada llena de misericordia y de amor» de Jesús - como con la mujer adúltera - para hacer que todo pecador sienta que tiene una dignidad, que puede cambiar de vida, que la persona que ha pecado no ‘es' su pecado y que dejándose mirar por el Señor puede caminar por una senda nueva.

«El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». (v 7). Esta respuesta del Señor - subrayó el Papa - «desconcierta a los acusadores, desarmándolos a todos en el verdadero sentido de la palabra: todos depusieron las ‘armas', es decir, las piedras listas para ser tiradas, tanto aquellas visibles contra la mujer, como aquellas escondidas contra Jesús».

Tras señalar que aquella mujer «nos representa a todos nosotros, pecadores». Y que la voluntad de Dios hacia cada uno de nosotros: «no es nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús», reiteró una vez Él quiere que «nuestra libertad se convierta del mal al bien y ello es posible con su gracia». El Santo Padre invocó el amparo de la Virgen María para que «nos ayude a confiarnos completamente en la misericordia de Dios, para llegar a ser criaturas nuevas».

En este quinto domingo de cuaresma, varios miles de fieles se reunieron en la plaza de San Pedro para rezar la oración del ángelus y recibir la bendición del papa Francisco, se dirigió a los presentes desde  la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico.mA continuación el texto completo antes de la oración del ángelus:

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este quinto domingo de cuaresma, es tan lindo, a mi me gusta tanto leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo en el centro el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva. La escena ocurre en la explanada del Templo. Jesús está enseñando a la gente, y aquí llegan algunos escribas y fariseos que arrastran delante de él a una mujer sorprendida en adulterio. Aquella mujer se encuentra así en medio de Jesús y de la multitud, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia de sus acusadores. En realidad esos no fueron al Maestro para pedirle su opinión, sino para tenderle una trampa. De hecno si Jesús seguirá la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perderá su fama de mansedumbre y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio querrá ser misericordioso, deberá ir contra la ley, que Él mismo dijo no quería abolir sino cumplir. Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: “¿Tú que dices?”. Jesús no responde, se calla y cumple un gesto misterioso: “se inclinó y se puso a escribir con el dedo en la tierra”. Quizás hacía dibujos, algunos  dicen que escribía los pecados de los fariseos, vaya a saber, pero escribía, estaba en otro lado. De esta manera invita a todos a la calma, a no actuar en la onda de la impulsividad, a buscar la justicia de Dios. Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta. Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: “Quien de ustedes esté sin pecado, tire primero la primera piedra contra ella”. Esta respuesta desorienta a los acusadores, los desarma a todos en el verdadero sentido de la palabra: todos depusieron las armas, o sea las piedras listas para ser arrojadas, sea aquellas visibles contra la mujer, sean aquellas escondidas contra Jesús. Y mientras el Señor sigue escribiendo sobre el piso, a hacer dibujo, no lo sé, los acusadores de van uno después del otro, comenzando por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado. Qué bien nos hace tener consciencia de que también nosotros somos pecadores, cuando hablamos mal de los otros, todas estas cosas que todos nosotros conocemos bien. Qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer al piso las piedras que tenemos para arrojarle a los otros y pensar a nuestros pecados.  Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una delante del otro. Y esto cuantas veces nos sucede a nosotros delante del confesionario. Con vergüenza para hacer ver nuestra miseria y pedir perdón. “Mujer dónde están”, le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y lleno de amor, para hacer sentir a aquella persona –quizás por la primera vez– que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar en una vía nueva. Queridos hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a todos nosotros, pecadores, o sea adúlteros delante de Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuesta salvación a través de Jesús. Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en el piso, en el polvo del que está hecho cada ser humano, la sentencia de Dios: “No quiero que tu mueras pero que tú vivas”. Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con un pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y nosotros también lo queramos junto a Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible, es posible con su gracia.La Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la misericordia de Dios, para volvernos criaturas nuevas». El papa reza la oración del ángelus.

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