Viernes Santo de la Pasión del Señor

En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Ese día no se celebra la Santa Misa. En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está. El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo. Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42. 

¿Cómo podemos vivir este día?  Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia. Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz. Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción. Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento. A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

¿Cómo se reza un Via Crucis? Esta costumbre viene desde finales del siglo V, cuando los cristianos en Jerusalén, se reunían por la mañana del Viernes Santo a venerar la cruz de Jesús. Volvían a reunirse al empezar la tarde para escuchar la lectura de la Pasión. El Via Crucis es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él y acompañarlo en los sufrimientos que tuvo en el camino al Calvario. Se divide en catorce estaciones que narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta que es colocado en el sepulcro. El Via Crucis se reza caminando en procesión, como simbolismo del camino que tuvo que recorrer Jesús hasta el Monte Calvario. Hasta adelante, alguno de los participantes lleva una cruz grande y es el que preside la procesión. Se hacen paradas a lo largo del camino para reflexionar en cada una de las estaciones, mediante alguna lectura específica.

Si se desea, después de escuchar con atención la estación que se medita y al final de cada una, se puede rezar un Padrenuestro, mientras se camina hasta la siguiente estación. El que lleva la cruz, se la puede pasar a otra persona.

Via Crucis para jovenes

1.- Jesús es condenado a muerte 
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Mi buen Jesús, te han condenado a muerte. ¿Estás triste? ¿ Estás asustado? En tu lugar yo me sentiría así. Yo quiero quedarme junto a ti para que no te sientas sólo. Ayúdame, Jesús, a tener fuerzas para quedarme junto a ti.

2.- Jesús es cargado con la cruz 
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 
Jesús mío, te han cargado con la cruz. La veo muy grande y seguramente te pesa mucho. Yo quiero ayudarte. Dios mío, ayúdame a portarme muy bien y así ayudar a Jesús, tu Hijo, para que la cruz le pese un poco menos este Viernes Santo.

3.- Jesús cae por primera vez
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.Te has lastimado, mi buen Jesús, pero te vuelves a levantar. Sabes que debes seguir adelante. Yo quiero seguir contigo. Dios mío, dame fuerzas para levantarme cuando me caiga y así seguir adelante, como lo hizo Jesús.

4.- Jesús encuentra a María.
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
María, ves pasar a tu Hijo y te duele mucho verlo así. Te duele más que a todos nosotros. Pero tú confías en Dios y Él te hace fuerte y mantiene viva tu esperanza en la resurrección. María, déjame estar contigo acompañándote y ayúdame a parecerme cada día más a ti. 

5.- Jesús es ayudado por el Cireneo
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 
El Cireneo te ayuda a cargar la cruz. Yo también quiero ayudarte cada vez que te vea cansado.  Dios mío, ayúdame a ser generoso y servicial. En mi casa, en la escuela y en todo lugar para así parecerme al Cireneo y ayudar a tu Hijo a cargar la cruz.

6.- La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Una mujer se ha acercado a ti, mi buen Jesús y te ha limpiado la cara. Tú la miras con mucho amor. Así quieres que tratemos a nuestros semejantes. Dios mío, así como la Verónica se acercó con tu Hijo, yo también quiero hacerlo con mis hermanos.

7.- Jesús cae por segunda vez
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Otra vez te has caído, mi buen Jesús. Es que el camino es muy largo y difícil. Pero nuevamente tú te has levantado. Tú sabes que es necesario levantarse y seguir adelante hasta el final. Jesús, ayúdame a levantarme igual que tú, para poder seguir adelante en mi camino hacia ti.

8.- Jesús consuela a las santas mujeres
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Hay unas mujeres en el camino del calvario y tú te has detenido a saludarlas. Es tan grande tu corazón que las consuelas, en lugar de recibirlo. Quieres darles la esperanza de la Resurrección.

Dios mío, ayúdame a tener el corazón tan grande como el de tu Hijo Jesús, para ayudar siempre a mis hermanos.

9.- Jesús cae por tercera vez
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Una vez más, mi buen Jesús, una vez más has caído. Y una vez más te has levantado. Tú sabes que es necesario llegar hasta el final para así poder salvarnos del pecado.

Gracias, mi buen Jesús, porque te levantaste y así me salvaste. Ayúdame a mí a levantarme cada vez que me caiga.

10.- Jesús es despojado de sus vestidura
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Mi buen Jesús. Te quitan la única túnica que tienes y los soldados la juegan a los dados. Vas a morir pobre, como también naciste pobre. Pero tú nos dijiste una vez que tu Reino no es de éste mundo, y son las puertas del cielo las que quieres abrir para nosotros.
Gracias, mi buen Jesús, gracias por querer salvarme.

11.- Jesús es clavado en la cruz
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Has llegado a la parte alta del monte, mi buen Jesús. Y te clavaron en la cruz como si fueras el peor de los ladrones. Pero tú sabes perdonar a quienes lo hicieron. Y también nos perdonas nuestras faltas.

Jesús mío, también perdóname a mí. Yo te quiero mucho y no me gusta verte así.

12.- Jesús muere la cruz
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús, viniste al mundo a salvarnos y ahora lo has logrado. Con tu muerte en la cruz, con tu obediencia a tu Padre nos has abierto las puertas del cielo. Gracias, mi buen Jesús, gracias. Ahora ayúdame para que yo me gane el Cielo. 

13.- Jesús es bajado de la cruz
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

María, tu Madre, te detiene entre sus brazos. Está muy triste, pero sigue confiando en Dios. Ella sabe que este no es el final.

María, tú te convertiste en mi Madre desde la cruz. Jesús nos ha querido hacer ese regalo.Ayúdame a estar muy cerca de ti y de tu hijo toda mi vida.

14.- Jesús es colocado en el sepulcro
Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 

Ahora todo ha terminado. La gente vuelve a su casa. Pero a nosotros nos queda la esperanza de la resurrección.

Sabemos que tú vivirás siempre. En el Cielo, en el Sagrario y también en nuestro corazón.Ayúdame, mi buen Jesús, ayúdame a resucitar contigo cada día, y a vivir con la alegría de la resurrección.

Vía Crucis para niños

Primera estación: Jesús es condenado a muerte
Jesús mío, tu silencio me enseña a llevar las contradicciones con paciencia.
Padrenuestro.

Segunda estación: Jesús va cargado con la Cruz
Esta Cruz, ¡Jesús mío! Debiera ser mía; mis pecados te crucificaron. Padrenuestro. 

Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la Cruz 
¡Jesús mío! Por esta primera caída, no me dejes caer en pecado mortal. Padrenuestro.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre
Que ningún afecto humano, ¡Jesús mío!, me impida seguir el camino de la cruz. Padrenuestro.

Quinta estación: Simón, el cirineo, ayuda a Jesús a llevar la cruz 
Jesús, amigo mío, que yo acepte con resignación cualquier prueba que sea tu Voluntad enviarme. Padrenuestro.

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Imprime, Jesús, tu sagrado rostro sobre mi corazón y concédeme que nunca lo borre el pecado. Padrenuestro.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez 
Jesús mío, déjame ayudarte a levantarte, y cuando yo me caiga, me ayudas tú. Padrenuestro.

Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres
Mi mayor consuelo, ¡Jesús mío!, sería oírte decir: muchos pecados te son perdonados, porque has amado mucho. Padrenuestro.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez
Jesús, cuando me sienta cansado en el camino de la vida, sé Tú mi apoyo y mi perseverancia en los trabajos. Padrenuestro. 

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
Despójame, Jesús, del afecto de las cosas terrenas y revísteme de la túnica del arrepentimiento y penitencia. Padrenuestro.

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz
Enséñame, amado Jesús mío, a perdonar las injurias y olvidarlas. Padrenuestro.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Ya estás en la agonía, Jesús mío, pero tu Sagrado Corazón late de amor por los pobres pecadores. Haz que te ame. Padrenuestro.

Décimo tercera estación: Jesús es bajado de la cruz
Tu cruz se ha quedado vacía y nosotros, tristes. Ayúdanos a saber esperar la alegría de la resurrección. Padrenuestro.

Décimo cuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro
Cuando yo, Jesús, te reciba en mi corazón en la sagrada Eucaristía, haz que halles digna morada, para Ti. Padrenuestro.

El sermón de las Siete Palabras
Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte. 

Primera Palabra
Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24)
Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.

Segunda Palabra
"Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23,43 
Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido. 

Tercera Palabra 
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19, 26-27)
La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres.
El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.

Cuarta Palabra
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34)
Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre.
Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.

Quinta Palabra
¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28) 
La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere.
Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.

Sexta Palabra
"Todo está consumado". (San Juan 19, 30)
Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.

Séptima Palabra
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". (San Lucas 23, 46)

Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre. Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.

La Virgen de la Soledad 
Bajo el título de la Virgen de la Soledad, se venera a María en muchos lugares y se celebra el viernes santo.

El Viernes Santo se acompaña a María en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto con un sentido de condolencia. Se dice que se le va a dar el pésame a la Virgen, cuya imagen se viste de negro ese día, como señal de luto.

Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos. 

Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor, en los sufrimientos diarios y pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad.

La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.

Se le puede cantar a la Virgen la siguiente canción 

En el sufrimiento supiste callar, y junto a tu hijo enseñas a amar.

Un Viernes Santo, con gran dolor, sufre en silencio junto al redentor; desde esa hora, hora de cruz, es nuestra Madre, nos la dio Jesús.
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Evangelio según San Juan, capítulo 18, versículos del 1 al 19, 42 

Viernes Santo
JESUS ES TOMADO PRESO 

1. Después de hablar así, se fue Jesús acompañado de sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con ellos.

2. Y Judas, el que lo entregaba, conocía bien este lugar, porque Jesús y sus discípulos se habían reunido allí frecuentemente.

3. Judas, pues, tomando a la guardia y a los satélites de los sumos sacerdotes y de los fariseos, llegó allí con linternas y antorchas, y con armas.

4. Entonces Jesús, sabiendo todo lo que le había de acontecer se adelantó y les dijo: "¿A quién buscáis?"

5. Respondiéronle: "A Jesús el Nazareno". Les dijo: "Soy Yo". Judas, que lo entregaba, estaba allí con ellos.

6. No bien les hubo dicho: "Yo soy", retrocedieron y cayeron en tierra.

7. De nuevo les preguntó: "¿A quién buscáis?" Dijeron: "A Jesús de Nazaret".

8. Respondió Jesús: "Os he dicho que soy Yo. Por tanto si me buscáis a Mí, dejad ir a éstos";

9. para que se cumpliese la palabra, que Él había dicho: "De los que me diste, no perdí ninguno".

10. Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió a un siervo del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El nombre del siervo era Malco.

11. Mas Jesús dijo a Pedro: "Vuelve la espada a la vaina; ¿no he de beber el cáliz que me ha dado el Padre?". 

JESUS ANTE ANAS Y CAIFAS. NEGACION DE PEDRO 

12. Entonces la guardia, el tribuno y los satélites de los judíos prendieron a Jesús y lo ataron.

13. Y lo condujeron primero a Anás, porque éste era el suegro de Caifás, el cual era Sumo Sacerdote en aquel año. (
24.) Pero Anás lo envió atado a Caifás, el Sumo Pontífice.

14. Caifás era aquel que había dado a los judíos el consejo: "Conviene que un solo hombre muera por el pueblo".

15. Entretanto Simón Pedro seguía a Jesús como también otro discípulo. Este discípulo, por ser conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el palacio del Pontífice;

16. mas Pedro permanecía fuera, junto a la puerta. Salió, pues, aquel otro discípulo, conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera, y trajo adentro a Pedro.

17. Entonces, la criada portera dijo a Pedro: "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?" Él respondió: "No soy".

18. Estaban allí de pie, calentándose, los criados y los satélites, que habían encendido un fuego, porque hacía frío. Pedro estaba también en pie con ellos y se calentaba.

19. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su enseñanza.

Sugerencias para vivir la fiesta: 

Realizar un Via Crucis.
Rezar el Rosario frente a la Virgen Dolorosa.
Llevar flores a la Virgen para consolarla.
Hacer oración en familia, en voz alta frente a la Virgen para consolarla.
Rezar Los siete dolores en honor a la Madre Dolorosa

Viernes Santo
Día en que crucificaron a Cristo en el Calvario. Cómo rezar el Via Crucis. La Virgen de la Soledad

En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Ese día no se celebra la Santa Misa.

En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.

El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo.

Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42.



Si Jesús muere en la cruz, ¿es correcto decir que Dios murió en esa cruz?
Este es un tema que hay que entender bien para no caer en el error de pensar que Dios dejó de existir o fué disminuido por la muerte

Por: Corazones.org | Fuente: Corazones.org



Nunca debemos olvidar que en Jesús hay dos naturalezas, él es verdadero Dios y verdadero hombre.

DIOS

HOMBRE

Él es adorado (Mt 2, 2; 2, 11; 14, 33; 28, 9)
A Él se le adora (Hch 7, 59; 1 Co 1, 1-2)
Él fue llamado Dios (Jn 20,28; Heb 1, 8)
Él fue llamado "Hijo de Dios" (Mc 1, 1)
Él no cometió pecado (1 Pe 2, 22; He 4:15)
Él sabía todas las cosas (Jn 21, 17)
Él da vida eterna (Jn 20, 28)
En Él habita la plenitud de Dios (Col. 2, 9)

 Él adoró al Padre (Jn 17)
 Él le oró al Padre (Jn 17, 1)
 Él fue llamado hombre (Mc 15, 39; Jn 19, 5)
 Él fue llamado "Hijo del Hombre" (Jn 9, 35-37)
 Él fue tentado (Mt 4, 1)
 Él creció en sabiduría (Lc 2, 52)
 Él murió (Rom 5, 8)
 Él tiene un cuerpo de carne y huesos (Lc 24, 39)

Si reconocemos que Jesús murió en la cruz y que El es Dios,  ¿podemos decir que Dios murió en la cruz?, si, es correcto decir que Dios murió en la cruz.  Pero hay que entender bien para no caer en el error de pensar que Dios dejó de existir o fué disminuido.

La Iglesia enseña que "la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad" -Catecismo #470:

470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):

«El Hijo de Dios [...] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22, 2).

La segunda persona de la Trinidad asumió la naturaleza humana de manera que todo lo que le ocurre a Jesús (nacer, sufrir, morir, etc) se le atribuye a su persona que es divina. Hay una verdadera unión. Así lo enseña el Catecismo: 
"... todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto... no solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma muerte" Catecismo #468. 

468 Después del Concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla, el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona] [...] que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (Concilio de Constantinopla II: DS, 424). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Concilio de Éfeso: DS, 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 424) y la misma muerte: "El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad" (ibíd., 432).

Tal vez nos sea más sencillo comprenderlo con un jemplo: Jesús nace de María, por lo tanto Dios nació de María. Por eso ella es Madre de Dios. Sabemos que Dios existe eternamente y no comienza a existir hace 2000 años. Pero si comienza a ser hombre hace 2000 años.

Igualmente la Iglesia enseña que Jesús murió en la cruz y como la persona de Jesús es divina, Dios murió en la cruz, sin con esto implicar que Dios dejó de existir, ya que sabemos que Dios no tiene principio ni fin.

"Oh Cristo Dios, que por tu muerte has aplastado la muerte" (Tropario, citado en el Catecismo # 469)

Viernes Santo: La fuerza de Dios

EL SECRETO DE SABER RESISTIR


Si has llegado al límite de tus fuerzas,
si te acosan las circunstancias negativas
si te cercan noticias adversas,
si tu mente te anticipa un resultado fatal,
si crees que no hay remedio,
si te asalta la tentación de la desesperanza,
si cuanto sucede se opone a tu deseo,

EN ESA ENCRUCIJADA, TE RECOMIENDO:
Mira a Jesucristo en Getsemaní,
observa los movimientos del Maestro.
Fíjate que en su angustia se puso a orar.
Descubre el secreto de la fuerza de Jesús, su relación.
No te duermas para evadirte del problema.
No huyas ante la adversidad.
Contempla la reacción de quien sabemos que triunfó de la muerte.

OBSERVA LA ESCENA
- Jesús, en su angustia, acudió a su Padre.
- En medio de la noche recurrió a los suyos, pero no le acompañaron.
- En el silencio podemos escuchar las palabras más auténticas que pronunció:
“Abbá, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres”, palabras que anticipan las que pronunció en la Cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
- Jesús se levanta, no hace violencia.
- Jesús se fía de su Padre.
- Jesús se entrega al misterio de la voluntad divina
- Jesús intercede por sus amigos.

PROPUESTA
Necesitamos confiar.
Necesitamos abandonarnos, como Jesús, en manos de Dios.
Necesitamos dar fe a la Palabra divina, que nos asegura su fuerza.
Necesitamos creer en la Providencia
Necesitamos asociarnos a Jesucristo.
Necesitamos atrevernos a pronunciar: “Hágase tu voluntad”.
Necesitamos sabernos mirados, acompañados, amados por Dios.

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Pasión y muerte de Jesús. Todo está cumplido...

Juan 18, 1-19, 42. Viernes Santo. Pidamos la gracia de recordar los dolores de Cristo crucificado.

Por: José Cisneros | Fuente: Catholic.net 

Del santo Evangelio según san Juan 18, 1-19, 42

En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.

Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.

Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: "¿A quién buscan?". Le contestaron: "A Jesús, el nazareno". Les dijo Jesús: "Yo soy". Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: "¿A quién buscan?". Ellos dijeron: "A Jesús, el nazareno". Jesús contestó: "Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan". Así se cumplió lo que Jesús había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste".

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: "Mete la espada en la vaina.

¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?".
El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".

Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". Él dijo: "No lo soy". Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: "Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho".

Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: "¿Así contestas al sumo sacerdote?". Jesús le respondió: "Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.

Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". Él lo negó diciendo: "No lo soy". Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquél a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: "¿Qué no te vi yo con él en el huerto?". Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.

Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: "¿De qué acusan a este hombre?". Le contestaron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído». Pilato les dijo: "Pues llévenselo y júzguenlo según su ley". Los judíos le respondieron: "No estamos autorizados a dar muerte a nadie". Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: "¿Eres Tú el rey de los judíos?". Jesús le contestó: "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?". Pilato le respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús le contestó: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Con que tú eres rey?". Jesús le contestó: "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Pilato le dijo: "¿Y qué es la verdad?".

Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: "No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?". Pero todos ellos gritaron: "¡No, a ése no! ¡A Barrabás!" (El tal Barrabás era un bandido).

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a Él, le decían: "¡Viva el rey de los judíos!», y le daban de bofetadas.

Pilato salió otra vez y les dijo: «Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en Él ninguna culpa". Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: "Aquí está el hombre".

Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores gritaron: "¡Crucifícalo, crucifícalo!". Pilato les dijo: "Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él". Los judíos le contestaron: "Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios".

Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: "¿De dónde eres Tú?". Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?". Jesús le contestó: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor".

Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: "¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César". Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos gritaron: "¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!" Pilato les dijo: "¿A su rey voy a crucificar?". Contestaron los sumos sacerdotes: "No tenemos más rey que el César". Entonces se los entregó para que lo crucificaran.

Tomaron a Jesús y Él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado "la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús el nazareno, el rey de los judíos". Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: Este ha dicho: 'Soy rey de los judíos' ". Pilato les contestó: "Lo escrito, escrito está".

Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca". Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí está tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí está tu madre". Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: "Todo está cumplido", e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.

Oración introductoria
¡Ven Espíritu Santo! Me concedes este día para poder acompañar a Cristo en su pasión. No quiero evadir ni olvidar toda la crueldad y maldad que vives por causa de mis pecados. Que esta oración sea el inicio de un día en donde no te escatime tiempo ni esfuerzo para saber contemplarte en tu pasión y muerte.

Petición
Señor, ayúdame a vivir un ayuno gozoso al saber renunciar a todo lo que no sea tu santa voluntad.

Meditación del Papa Francisco
Imprime, Señor, en nuestros corazones sentimientos de fe, de esperanza, de caridad, de dolor por nuestros pecados. Y llévanos a arrepentirnos de nuestros pecados que te han crucificado. Llévanos a transformar nuestra conversión hecha de palabras, en conversión de vida y de obras. Llévanos a mantener en nosotros un recuerdo vivo de tu rostro desfigurado, para no olvidar nunca el alto precio que has pagado para liberarnos.

Jesús crucificado, refuerza en nosotros la fe, que no caiga frente a la tentación. Reviva en nosotros la esperanza, que no se desvanezca siguiendo las seducciones del mundo.

Cuida en nosotros la caridad, que no se deje engañar por la corrupción y la mundanidad. Enséñanos que la cruz es vía a la Resurrección. Enséñanos que el Viernes Santo es camino hacia la Pascua de la luz. Enséñanos que Dios no olvida nunca a ninguno de sus hijos, y no se cansa nunca de perdonarnos y abrazarnos con su infinita misericordia. Pero enséñanos también a no cansarnos nunca de pedir perdón y creer en la misericordia sin límites del Padre.

Alma de Cristo, santifícanos. Cuerpo de Cristo, sálvanos. Sangre de Cristo, embriáganos. Agua del costado de Cristo, lávanos. Pasión de Cristo, confórtanos. Oh buen Jesús, óyenos. Dentro de tus llagas, escóndenos. No permitas, que nos separemos de ti. Del enemigo malo, defiéndenos. En la hora de nuestra muerte, llámanos. Y mándanos ir a ti, para que te alabemos con tus santos, por los siglos de los siglos. Amén. (Homilía de S.S. Francisco, 3 de abril de 2015).

Reflexión
La vida del cristiano es un "via crucis" si se acepta la invitación de Jesús de llevar la propia cruz detrás de Él cada día.

Podemos ser condenados al desprecio, podemos sentir el silencio que hiere y condena nuestra fidelidad cristiana. En nuestro "via crucis" hay también momentos de caída, de fragilidad y de cansancio, pero también nosotros tenemos una Madre (María) que nos acompaña en nuestro caminar como a Jesús.

El camino de la cruz de Cristo y el nuestro son unas vías de salvación y de apostolado, porque hemos sido invitados a colaborar en la salvación de nuestros hermanos. Todos los cristianos somos responsables del destino eterno de quienes nos rodean. Cristo nos enseña con la cruz a salir de nosotros mismos, y a dar así un sentido apostólico a nuestra vida.

Cuando contemplemos el crucifijo, cuando veamos la figura sufriente de Cristo en la cruz, pidamos la gracia de recordar que los dolores de Cristo crucificado son fruto del pecado. Evitemos, y pidamos la fortaleza a Dios para ello, cada una de las ocasiones de pecado que se nos presenten en nuestras vidas.

Propósito
Rezar, preferentemente en familia, un vía crucis.

Diálogo con Cristo
Señor Jesús, el ambiente me invita a rehuir todo lo que implique sacrificio, dolor, renuncia. Con tu pasión y muerte me invitas a lo contrario: a recorrer el camino áspero y estrecho de la cruz. Y la verdad es que sé que quiero colaborar en la obra de la salvación, pero sin sufrir, sin renunciar a «mis» haberes. Pero también sé que Tú te las ingenias para darme la sabiduría y la fuerza para renunciar, aunque me cueste, a todo eso que me aparta de Ti. Así, día a día, mi desprendimiento será mayor, aunque no me guste el sacrificio, si vivo la espiritualidad de cruz y de abnegación, por amor, que me propone tu Iglesia

Material Pastoral para Viernes Santo

Un valioso material para el Viernes Santo en el que encontrará, las celebraciones litúrgicas y material pastoral muy útil para vivir los dias santos en su comunidad parroquial, cristiana o en familia.

El Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario: La Cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

El Santo Triduo Pascual y la Indulgencia Plenaria.

Hoy Viernes Santo, empieza la Novena a la Divina Misericordia. cuya fiesta se celebra el domingo siguiente a la Resurrección.

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia 
"En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres.

Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se ha dignado disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación "o de la Divina Misericordia" ..... " (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000.

Indulgencias en el Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

"Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti")"


Ciudad del Vaticano.- El papa Francisco inició este viernes santo la Celebración de la Pasión del Señor en la basílica de San Pedro, postrándose en el suelo para rezar durante algunos minutos.  Vestido con paramentos morados, una vez de pié se dirigió a un troneto lateral para seguir la ceremonia, –que no contempla la celebración de la santa misa– y que comenzó con la lectura de Isaías, y la carta a los hebreos.

La Pasión de Jesús según san Juan, fue cantada por los lectores y por el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina, que acompañaba la liturgia, en una basílica sin flores y con discreta iluminación, para recordar la tristeza del momento trágico de la pasión de Jesús. El predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa pronunció la homilía, en la cual señaló que el ‘Hágase tu voluntad’ cuando se reza el Padre Nuestro, puede ser visto equivocadamente como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer. Un Dios adusto e inquisidor. De ahí el temor y a veces, un sordo resentimiento contra Dios, como remanente de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada, que se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino… dijo.

Debido a esto, se ha entendido la misericordia como la excepción, no la regla, y por este motivo elpredicador invitó en este Año de la Misericordia a sacar a la luz “la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia”.

Decir por lo tanto: “Se ha manifestado la justicia de Dios”, es como decir: se ha manifestado la bondad de Dios, su amor, su misericordia. ¡La justicia de Dios no solamente no contradice su misericordia, pero consiste justamente en ella! Aquí el padre Cantalamessa propone una idea muy profunda: “Es la hora de darnos cuenta que lo opuesto a la misericordia no es la justicia, sino la venganza. Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, sino a la ley del talión: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Perdonando los pecados, Dios no renuncia a la justicia, renuncia a la venganza; no quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Jesús en la cruz no le ha pedido al Padre vengar su causa; le pidió perdonar a sus crucificadores”. Recordó así que la “la brutalidad de los ataques terroristas de esta semana en Bruselas” nos ayudan a entender la fuerza divina contenida en las últimas palabras de Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y precisa “por grande que sea el odio de los hombres, el amor de Dios ha sido, y será, siempre más fuerte”. Ha sido dicho que “el mundo será salvado por la belleza” –recordó el sacerdote capuchino– aunque también la belleza puede desviar a muchos. En cambio “hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos. Esa puede salvar, en particular, la cosa más preciosa y más frágil que hay en este momento en el mundo, el matrimonio y la familia”. Porque lo que puede salvar a un matrimonio de resbalar es la misericordia entre los cónyuges. La homilía concluyó pidiendo a Dios: “Haz caer del corazón de las personas, de las familias y de los pueblos, el deseo de venganza y haznos enamorar de la misericordia”. Y que este Año Santo de la Misericordia, “encuentre una respuesta concreta en nuestros corazones y haga sentir a todos la alegría de reconciliarse contigo en el profundo del corazón”. La ceremonia prosiguió con la adoración de la Santa Cruz que fue llevada en procesión por el interior de la Basílica de San Pedro y posteriormente el Papa, los cardenales y obispos se acercaron uno a uno a adorar al Señor en la cruz. Siguió la comunión y la oración final del Santo Padre, concluyendo la ceremonia en silencio.

Texto de la homilía del padre Cantalamessa en la ceremonia de la Pasión de Jesús Lo opuesto de la misericordia no es lajusticia, sino la venganza. Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, pero a la ley del talión. Dio se hace justicia haciendo misericordia

El Predicador Capuchino, Raniero Cantalamessa (Foto CTV- Osservatore Romano)

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Durante la ceremonia de la Pasión de Jesús que se realizó este viernes santo en la Basílica de San Pedro, la cual fue presidida por el santo padre Francisco, el sacerdote capuchino Raniero Cantalamessa realizó la homilía.

El predicador señaló que una falsa concepción de la justicia de Dios hace que los hombres no entiendan debidamente el concepto de misericordia, que sí se opone a la idea de venganza. Porque el Señor no solo tiene misericordia, pero es misericordia. No quiere venganza, sino que el pecador se salve y se convierta.
A continuación el texto completo de la homilía

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.

“DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS”

Predicación del Viernes Santo 2016 en la basílica de San Pedro

“Dios nos ha reconciliado consigo por Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación […].Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios. Cooperando, pues, con Él, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: ‘En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé’. ¡Este es el tiempo propicio, este el día de la salud!” (2 Cor 5, 18-6,2).

Son palabras de San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios. El llamamiento del Apóstol a reconciliarse con Dios no se refiere a la reconciliación histórica entre Dios y la humanidad (esta, acaba de decir, ya ha tenido lugar a través de Cristo en la cruz); ni siquiera se refiere a la reconciliación sacramental que tiene lugar en el bautismo y en el sacramento de la reconciliación; se refiere a una reconciliación existencial y personal que se tiene que actuar en el presente. El llamamiento se dirige a los cristianos de Corinto que están bautizados y viven desde hace tiempo en la Iglesia; está dirigido, por lo tanto, también a nosotros, ahora y aquí. “El momento justo, el día de salvación” es, para nosotros, el año de la misericordia que estamos viviendo”.

¿Pero qué significa, en el sentido existencial y psicológico, reconciliarse con Dios? Una de las razones, quizá la principal, de la alienación del hombre moderno de la religión y la fe es la imagen distorsionada que este tiene de Dios. ¿Cuál es, de hecho, la imagen “predefinida” de Dios en el inconsciente humano colectivo? Para descubrirla, basta hacerse esta pregunta: “¿Qué asociación de ideas, qué sentimientos y qué reacciones surgen en ti, antes de toda reflexión, cuando, en el Padre Nuestro, llegas a decir: ‘Hágase tu voluntad’?”

Quien lo dice, es como si inclinase su cabeza hacia el interior resignadamente, preparándose para lo peor. Inconscientemente, se conecta la voluntad de Dios con todo lo que es desagradable, doloroso, lo que, de una manera u otra, puede ser visto como limitante la libertad y el desarrollo individuales. Es un poco como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer. Un Dios adusto e inquisidor.

Dios es visto como el Ser Supremo, el Todopoderoso, el Señor del tiempo y de la historia, es decir, como una entidad que se impone al individuo desde el exterior; ningún detalle de la vida humana se le escapa. La transgresión de su Ley introduce inexorablemente un desorden que requiere una reparación adecuada que el hombre sabe que no es capaz de darle. De ahí el temor y, a veces, un sordo resentimiento contra Dios. Es un remanente de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada, y quizás imposible de erradicar, del corazón humano. En esta se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino, para restablecer el orden moral perturbado por el mal. A la origen de todo hay la imagen de Dios “envidioso” del hombre que la serpiente instiló en Adam y Eva.

Por supuesto, ¡nunca se ha ignorado, en el cristianismo, la misericordia de Dios! Pero a esta solo se le ha encomendado la tarea de moderar los rigores irrenunciables de la justicia. La misericordia era la excepción, no la regla. El año de la misericordia es la oportunidad de oro para sacar a la luz la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia.

Esta audaz afirmación se basa en el hecho de que “Dios es amor” (1 Jn 4, 08.16). Solo en la Trinidad, Dios es amor, sin ser misericordia. Que el Padre ame al Hijo, no es gracia o concesión; es necesidad, aunque perfectamente libre; que el Hijo ame al Padre no es gracia o favor, él necesita ser amado y amar para ser Hijo. Lo mismo debe decirse del Espíritu Santo, que es el amor personificado.

Es cuando crea el mundo, y en este las criaturas libres, cuando el amor de Dios deja de ser naturaleza y se convierte en gracia. Este amor es una concesión libre, podría no existir; es hesed, gracia y misericordia. El pecado del hombre no cambia la naturaleza de este amor, pero causa en este un salto cualitativo: de la misericordia como don se pasa a la misericordia como perdón. Desde el amor de simple donación, se pasa a un amor de sufrimiento, porque Dios sufre frente al rechazo de su amor. “He criado hijos, los he visto crecer, pero ellos me han rechazado” (cf. Is 1, 2). Preguntemos a muchos padres y muchas madres que han tenido la experiencia, si este no es un sufrimiento, y entre los más amargos de la vida.

* * *

¿Y qué pasa con la justicia de Dios? ¿Es, esta, olvidada o infravalorada? A esta pregunta ha respondido una vez por todas San Pablo. Él comienza su exposición, en la Carta a los Romanos, con una noticia: “Ahora, se ha manifestado la justicia de Dios” (Rm 3, 21). Nos preguntamos: ¿qué justicia? Una que da “unicuique suum”, a cada uno la suyo, ¿distribuye por lo tanto, las recompensas y castigos de acuerdo a los méritos? Habrá, por supuesto, un momento en que también se manifestará esta justicia de Dios que consiste en dar a cada uno según sus méritos. Dios, en efecto, ha escrito poco antes del Apóstol.

“El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Rm 2, 6-8).

Pero no es esta la justicia de la que habla el Apóstol cuando escribe: “Ahora, se ha manifestado la justicia de Dios”. El primero es un acontecimiento futuro, este un acontecimiento que tiene lugar “ahora”. Si no fuese así, la de Pablo sería una afirmación absurda, desmentida por los hechos. Desde la perspectiva de la justicia retributiva, nada ha cambiado en el mundo con la venida de Cristo. Se siguen viendo a menudo, decía Bossuet1 , a los culpables en el trono y a los inocentes en el patíbulo; pero para que no se crea que hay alguna justicia en el mundo y cualquier orden fijo, si bien invertido, he aquí que a veces se nota lo contrario, a saber, el inocente en el trono y el culpable en el patíbulo. No es, por lo tanto, en esto en lo que consiste la novedad traída por Cristo. Escuchemos lo que dice el Apóstol:

“Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre… para mostrar su justicia en el tiempo presente, siendo justo y justificador a los que creen en Jesús” (Rm 3, 23-26).

¡Dios hace justicia, siendo misericordioso! Esta es la gran revelación. El Apóstol dice que Dios es “justo y el que justifica”, es decir, que es justo consigo mismo cuando justifica al hombre; él , de hecho, es amor y misericordia; por eso hace justicia consigo mismo – es decir, se demuestra realmente lo que es – cuando es misericordioso.

Pero no se entiende nada de esto, si no se comprende lo que significa, exactamente, la expresión “justicia de Dios”. Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La ‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva”2 . En otras palabras, la justicia de Dios es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer justos.

Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad, después que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido y es esto sobre todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas del paraíso”3 .

Pero no fueron ni Agustín ni Lutero quienes por primeros explicaron así el concepto de “justicia de Dios”; la Escritura lo había hecho antes de ellos.

“Cuando se ha manifestado la bondad de Dios y de su amor por los hombres, él nos ha salvado, no en virtud de las obras de justicia cumplidas por nosotros, sino por su misericordia” (Tt 3, 4-5). “Dios rico de misericordia, por el gran amor con el que nos ha amado, de muertos que estábamos por el pecado, nos ha hecho revivir con Cristo, por la gracia habéis sido salvados” (Ef 2, 4).

Decir por lo tanto: “Se ha manifestado la justicia de Dios”, es como decir: se ha manifestado la bondad de Dios, su amor, su misericordia. ¡La justicia de Dios no solamente no contradice su misericordia, pero consiste justamente en ella!

* * *

¿Qué sucedió en la cruz tan importante al punto de justificar este cambio radical en los destinos de la humanidad? En su libro sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI escribió:

“La injusticia, el mal como realidad no puede simplemente ser ignorado, dejado de lado. Tiene que ser descargado, vencido. Esta es la verdadera misericordia. Y que ahora, visto que los hombres no son capaces, lo haga el mismo Dios – esta es la bondad incondicional de Dios” 4  .

Dios no se ha contentado de perdonar los pecados del hombre; ha hecho infinitamente más, los ha tomado sobre sí y se los ha endosado. El Hijo de Dios, dice Pablo, “se ha hecho pecado a nuestro favor”. ¡Palabra terrible! Ya en la Edad Media había quien tenía dificultad en creer que Dios exigiese la muerte del Hijo para reconciliar el mundo a sí. San Bernardo le respondía: “No fue la muerte del Hijo que le gustó a Dios, mas bien su voluntad de morir espontáneamente por nosotros”: “Non mors placuit sed voluntas sponte morientis” 5 . ¡No fue la muerte por lo tanto, sino el amor el que nos ha salvado!

El amor de Dios alcanzó al hombre en el punto más lejano en el que se había metido huyendo de él, o sea en la muerte. La muerte de Cristo tenía que aparecer a todos como la prueba suprema de la misericordia de Dios hacia los pecadores. Este es el motivo por qué esta no tiene ni siquiera la majestad de una cierta soledad, sino que viene encuadrada en aquella de dos ladrones. Jesús quiso quedarse amigo de los pecadores hasta el final, y por esto muere como ellos y con ellos.

* * *

Es la hora de darnos cuenta que lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza. Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, pero a la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Perdonando los pecados, Dios no renuncia a la justicia, renuncia a la venganza; no quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Jesús en la cruz no le ha pedido al Padre vengar su causa; le pidió perdonar a sus crucificadores.

El odio y la brutalidad de los ataques terroristas de esta semana en Bruselas nos ayudan a entender la fuerza divina contenida en las últimas palabras de Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Por grande que sea el odio de los hombres, el amor de Dios ha sido, y será, siempre más fuerte. A nosotros está dirigida, en las actuales circunstancias, la exhortación del apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12, 21).

¡Tenemos que desmitificar la venganza! Esa ya se ha vuelto un mito que se expande y contagia a todo y a todos, comenzando por los niños. Gran parte de las historias en las pantallas y en los juegos electrónicos son historias de venganza, a veces presentadas como la victoria del héroe bueno. La mitad, si no más, del sufrimiento que existe en el mundo (cuando no son males naturales), viene del deseo de venganza, sea en la relación entre las personas que en aquella entre los Estados y los pueblos.

Ha sido dicho que “el mundo será salvado por la belleza” 6 ; pero la belleza puede también llevar a la ruina. Hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos. Esa puede salvar, en particular, la cosa más preciosa y más frágil que hay en este momento, en el mundo, el matrimonio y la familia. Sucede en el matrimonio algo similar a lo que ha sucedido en las relaciones entre Dios y la humanidad, que la Biblia describe, justamente, con la imagen de un matrimonio. Al inicio de todo, decía, está el amor, no la misericordia. Esta interviene solamente a continuación del pecado del hombre. También en el matrimonio al inicio no está la misericordia sino el amor. Nadie se casa por misericordia, sino por amor. Pero después de años o meses de vida conjunta, emergen los límites recíprocos, los problemas de salud, de finanza, de los hijos; interviene la rutina que apaga toda alegría. Lo que puede salvar un matrimonio del resbalar en una bajada sin subida es la misericordia, entendida en el sentido que impregna la Biblia, o sea no solamente como perdón recíproco, sino como un “revestirse de sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de magnanimidad”. (Col 3, 12). La misericordia hace que al eros se añade el ágape, al amor de búsqueda, aquel de donación y de compasión. Dios “se apiada” del hombre (Sal 102, 13): ¿no deberían marido y mujer apiadarse uno del otro? ¿Y no deberíamos, nosotros que vivimos en comunidad, apiadarnos los unos de los otros, en cambio de juzgarnos? Recemos. Padre Celeste, por los méritos del Hijo tuyo que en la cruz “se hizo pecado” por nosotros, haz caer del corazón de las personas, de las familias y de los pueblos, el deseo de venganza y haznos enamorar de la misericordia. Haz que la intención del Santo Padre en el proclamar este Año Santo de la Misericordia, encuentre una respuesta concreta en nuestros corazones y haga sentir a todos la alegría de reconciliarse contigo en el profundo del corazón. ¡Que así sea!

1  Jacques-Bénigne Bossuet, “Sermon sur la Providence” (1662), in Oeuvres de Bossuet, eds. B. Velat and Y. Champailler (Paris: Pléiade, 1961), p. 1062.
2  S. Agustín, El Espíritu y la letra, 32,56 (PL 44, 237).
3  Martin Lutero, Prefación a las obras en latín, ed . Weimar, 54, p.186.
4  Cf. J. Ratzinger – Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 151.
5  S. Bernardo de Claraval, Contra los errores de Abelardo, 8, 21-22 (PL 182, 1070).
6  F. Dostoevskij, El Idiota, parte III, cap.5 

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