«El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mi y yo en él»

Evangelio según San Juan 6,52-59. 

Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. 

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

Damián de Molokai (Jozef De Veuster)

«Fue un ángel en el infierno. Abrasado de amor a Cristo, por quien quiso sufrir y ser despreciado, no dudó en entregar su vida junto a los leprosos de Molokai haciendo de aquél lugar, cuajado de desdichas, un pequeño remanso del cielo» Ante su vida enmudecen las palabras. Porque este gran apóstol de la caridad, que no abandonó a sus queridos enfermos, murió como ellos dando un testimonio de entrega conmovedor. Vino al mundo en Tremelo, Bélgica, el 3 de enero de 1840. Tenía manifiesta vocación para ser misionero. En las manualidades infantiles incluía de forma predilecta la construcción de casas que recuerdan a las que ocupan los misioneros en la selva. Su hermana y él abandonaron el hogar paterno con el fin de hacerse ermitaños y vivir en oración. Para gozo de sus padres, la aventura terminó al ser descubiertos por unos campesinos. Cuando tenía edad suficiente para trabajar, ayudó a paliar la maltrecha economía doméstica empleado en tareas de construcción y albañilería. También sabía cultivar las tierras. Era un campesino, y ese noble rasgo se apreciaba en su forma de actuar y de hablar. Tenía por costumbre realizar la visita al Santísimo y un día, mientras se hallaba en su parroquia, escuchó el sermón de un redentorista que decía: «Los goces de este mundo pasan pronto... Lo que se sufre por Dios permanece para siempre... El alma que se eleva a Dios arrastra en pos de sí a otras almas... Morir por Dios es vivir verdaderamente y hacer vivir a los demás». En 1859 ingresó en la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María de Lovaina. Admiraba a san Francisco Javier y le pedía: «Por favor, alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero como tú». 

La ocasión llegó al enfermar su hermano, el padre Pánfilo, religioso de la misma Orden, que estaba destinado a Hawai. Él iba a sustituirlo. A renglón seguido aquél sanó, favor que el santo agradeció a María en el santuario de Scherpenheuvel (Monteagudo). Ese día se despidió de sus padres a los que no volvería a ver. Inició el viaje en 1863. Fue una travesía complicada. Tuvo que hacer de improvisado enfermero asistiendo a los que se indisponían. Entre todos los pasajeros se fijó especialmente en el capitán del barco. Éste reconoció que nunca se había confesado, asegurando que con él habría estado dispuesto a hacerlo. Damián no pudo atenderle porque no era sacerdote, pero años después lo haría en una situación dramática inolvidable. Fue ordenado en Honolulu. Después, enviado a una pequeña isla de Hawai, su primera morada fue una modesta palmera. Allí construyó una humilde capilla que fue un remanso del cielo. Convirtió a casi todos los protestantes. Comenzó a asistir a los enfermos; les llevaba medicinas y consiguió devolver la salud a muchos. En esa primera misión advirtió la presencia de la lepra, una enfermedad considerada maldita, una de cuyas consecuencias era el destierro. Los enfermos del lugar eran deportados a Molokai donde permanecían completamente abandonados a su suerte. Sus vidas, mientras duraban, también iban carcomiéndose en medio de la podredumbre de las miserias y pecados. Enterado Damián de la existencia de ese gulag en el que yacían desasistidas tantas criaturas, rogó a su obispo monseñor Maigret que le autorizase a convivir con ellos. El prelado, aún estremecido por la petición, se lo permitió. Damián no era un irresponsable. Sabía de sobra a lo que se enfrentaba, y dejó clara la intención que le guiaba: «Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo».

Llegó a Molokai en 1873. Le recibió un enjambre de rostros mutilados. El lugar, calificado como un «verdadero infierno», estaba maniatado por desórdenes y vicios diversos, droga para asfixia de su desesperación. Le acogieron con alegría. Con él un rayo de esperanza atravesó de parte a parte la isla. No hubo nada que pudiera hacer, y que dejara al arbitrio. Lo tenía pensado todo. Puso en marcha diversas actividades laborales y lúdicas. Incluso creó una banda de música. Con su presencia desaparecieron los enfermos abandonados. A todos los atendía con paciencia y cariño; les enseñaba reglas de higiene y consiguió que, dentro de todo, fuese un lugar habitable. A la par enviaba cartas pidiendo ayuda económica, que iba llegando junto con alimentos y medicinas. Era sepulturero, carpintero de los ataúdes y fabricante de las cruces que recordaban a los fallecidos. Además, hacía frente a los temporales reconstruyendo las cabañas destruidas. El trato con los enfermos era tan natural que les saludaba dándoles la mano, comía en sus recipientes y fumaba en la pipa que le tendían. Iba llevando a todos a Dios. Las autoridades le prohibieron salir de la isla y tratar con los pasajeros de los barcos para evitar un contagio. Llevaba años sin confesarse y lo hizo en una lancha manifestando sus faltas a voz en grito al sacerdote que viajaba en el barco contenedor de las provisiones para los leprosos. Fue la única y la última confesión que hizo desde la isla. Un día se percató de que no tenía sensibilidad en los pies. Era el signo de que había contraído la lepra. Escribió al obispo:«Pronto estaré completamente desfigurado. No tengo ninguna duda sobre la naturaleza de mi enfermedad. Estoy sereno y feliz en medio de mi gente». Extrajo su fuerza de la oración y la Eucaristía: «Si yo no encontrase a Jesús en la Eucaristía, mi vida sería insoportable». Ante el crucifijo, rogó: «Señor. por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me irá carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo». Cuando la enfermedad se había extendido prácticamente por todo su cuerpo, llegó un barco al frente del cual iba el capitán que lo condujo a Hawai. Quería confesarse con él. Al final de su vida fue calumniado y criticado por cercanos y lejanos. Él decía: «¡Señor, sufrir aún más por vuestro amor y ser aún más despreciado!». Murió el 15 de abril de 1889. Dejaba a sus enfermos en manos de Marianne Cope. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de junio de 1995. Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.


Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa 
La oración de la Iglesia

«El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mi y yo en él»

El camino que conduce a la vida interior y a los coros de los espíritus bienaventurados cantando el eterno Sanctus, es Cristo. Su sangre es la cortina del Templo a través de la cual penetramos en el Santo de los Santos de la vida divina (Heb 9,11; 10,20). Por el bautismo y el sacramento de la penitencia nos purifica del pecado, abre nuestros ojos a la luz eterna, abre nuestros oídos para percibir la Palabra divina, abre nuestros labios para entronar el canto de alabanza, para orar la plegaria de reconciliación, de petición, de acción de gracias; y todas estas plegarias no son otra cosa que formas diversas de la única y misma adoración... 

Mas,por encima de todo,la persona de Cristo es el sacramento que hace de todos nosotros los miembros de su cuerpo. Participando en el sacrificio y a la comida sagrada, siendo alimentados con el cuerpo y la sangre de Jesús, nosotros mismos llegamos a ser su cuerpo y su sangre. Y es solamente cuando llegamos a ser miembros de su cuerpo, y en la medida en que lo somos de verdad, que su Espíritu puede vivificarnos y reinar en nosotros... Llegamos a ser miembros del cuerpo de Cristo «no solamente por el amor..., sino también, y muy realmente, siendo uno con su carne: y esto se realiza a través de la comida que él nos ha ofrecido para demostrarnos el deseo que él tiene de nosotros.  Por eso él mismo se ha abajado hasta llegar  nosotros  y es él quien modela en nosotros su propio cuerpo, para que seamos uno, al igual que el cuerpo está unido a la cabeza» (S. Juan Crisóstomo). En tanto que miembros de su cuerpo, animados por su mismo Espíritu, nos ofrecemos  nosotros mismos en sacrificio « por él, con él y en él» y unimos nuestras voces a la acción de gracias eterna.

Este es el pan bajado del cielo

Oración introductoria
Teniendo en cuenta que la fe vale más que la vida, pues de qué me servirían cien años vividos sin sentido profundo, al inicio de esta oración quiero aprender a creer. Recibe Señor mi oración arrodillándome en mi interior pues te reconozco como mi Padre, mi amigo, mi hermano, alguien que cuenta en mi vida. Mira mi alma que llega cansada de tanto bregar sola en las olas encrespadas de las preocupaciones y dolores de la vida. Ilumina mi entendimiento, suaviza mi corazón, enciende mi alma.

Petición
Cristo, amigo de mi alma que sienta la necesidad de tu compañía para que cuando te reciba en la comunión seas tú el que vivas en mí, que no reine la oscuridad de mi vida solitaria y triste.

Meditación del Papa Francisco
Esta fe nuestra en la presencia real de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, en el pan y en el vino consagrados, es auténtica si nos comprometemos a caminar detrás de Él y con Él. Adorar y caminar: un pueblo que adora es un pueblo que camina. Caminar con Él y detrás de Él, tratando de poner en práctica su mandamiento, el que dio a los discípulos precisamente en la última Cena: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”. El pueblo que adora a Dios en la Eucaristía es el pueblo que camina en la caridad. Adorar a Dios en la Eucaristía, caminar con Dios en la caridad fraterna.

Hoy, como obispo de Roma, estoy aquí para confirmaros no sólo en la fe sino también en la caridad, para acompañaros y alentaros en vuestro camino con Jesús Caridad. […] Os aliento a todos a testimoniar la solidaridad concreta con los hermanos, especialmente los que tienen mayor necesidad de justicia, de esperanza, de ternura. La ternura de Jesús, la ternura eucarística: ese amor tan delicado, tan fraterno, tan puro. Gracias a Dios hay muchas señales de esperanza en vuestras familias, en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos eclesiales. (Homilía de S.S. Francisco, 14 de junio de 2014).

Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en “signo” del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su cúlmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y su Sangre. Y la eucaristía, que Jesús nos deja con un fin preciso: que nosotros podamos convertirnos en una sola cosa con Él. De hecho dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (v. 56). Ese permanecer en Jesús y Jesús en nosotros.  La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro “sí”, nuestra adhesión a la fe. (Angelusde S.S. Francisco, 16 de agosto de 2015).

Reflexión 
¡Qué extraño nos parece la gente que habla de cosas que nadie entiende! Con razón los coetáneos de Cristo pensaron que Él se había vuelto loco: cómo estaba eso de comer su carne y beber su sangre, ¿no es esto un acto de canibalismo? Y todavía son más enigmáticas las palabras del Maestro que nos promete la verdadera vida por este Cuerpo y esta Sangre. Y es que muchas veces los discursos de Dios, en las lágrimas nunca enjugadas de una persona abandonada y explotada, en las decepciones y fracasos, en las ingratitudes e incomprensiones, nos parecen contradictorios. Es entonces cuando brillan las paradojas de Dios, que promete alegría sufriendo, paz al que es perseguido, gloria al que es despreciado.

Esto es lógico, pues sabemos por la Revelación que el pecado original vino a corromper la el orden entre nuestras facultades espirituales y sensitivas. Nos encontramos en contradicción muchas veces entre nuestras potencias irascibles concupiscibles y racionales. ¿Qué hacer? El Evangelio de hoy nos abre la puerta que comienza a iluminar nuestro camino sembrado de dolores y tinieblas: nos enseña el camino de la Fe.

Sólo a esta luz se puede contemplar este pasaje. Comer el Cuerpo de Cristo, significa saciar nuestra hambre de felicidad que tantas veces buscamos en lugares que lo único que nos traen es vacío y desengaño. Nuestra alma nuestra vida pide alimento y sólo Dios puede saciarlo, lo demás se acaba, se marchita, acaba por no saciarnos. Beber la Sangre de Cristo, participar de la Eucaristía es asistir al único momento aquí en la tierra donde es posible unir lo finito con lo infinito, el tiempo con la eternidad. Pidamos la fe, para que podamos hacer una verdadera experiencia de Cristo, pues uno nunca valorará lo que nunca ha conocido, ni podrá esperar en aquello de lo que nunca ha hecho experiencia.

Cada cristiano ha recibido desde su bautismo la hermosa misión de sembrar, nos abre a la dimensión del apostolado, que no significa otra cosa que compartir el tesoro más grande que hemos recibido. Mas nadie da lo que no tiene. Es un hecho que la gente está sedienta de Dios. Es evidente la falta de principios en la juventud, la falta de ideales. Hoy más que nunca nos da la impresión que la flor espléndida y lozana de la juventud se ha trocado en un museo de energía congelado o casi fosilizado. Es muy común encontrar personas que piensan que hubiera sido mejor no haber venido a la existencia. Es entonces cuando nuestra labor apostólica cobra sentido pues en esos momentos podemos compartir la convicción de que sólo aquel que ha hecho la experiencia de sentirse amado puede encontrar un sentido a su propia vida. ¿O no es esto el secreto en el matrimonio, en el noviazgo o la vida religiosa? Sólo la Eucaristía nos abre a la esperanza de una vida que no se acaba aquí abajo, que sólo se encuentra en quien ha aprendido a amar, es decir que ha entendido lo que significa caer en tierra cual semilla que lentamente se pudre para dar fruto.

Propósito
Hacer de mi próxima Eucaristía un momento de adoración y gratitud por tanto amor de Dios.

Diálogo con Cristo
Señor en este corto peregrinar de nuestra vida, ante las sombras que amenazan oscurecer nuestra verdadera alegría, ante la desorientación y la falta de luz en nuestras vidas y en la sociedad, concédeme la gracia de tener siempre encendida la antorcha de la fe, para que cada contacto con cada persona seas tú el que vuelva encender esa llama, ese fuego y esa pasión que nace de aquellos corazones que han hecho una verdadera experiencia del amor de un Dios que no se cansa de esperar ni de amar con locura.

Todo este anhelo está presente en el mundo de hoy, el anhelo hacia lo que es grande, hacia lo que es bueno. Es la nostalgia del Redentor, de Dios mismo, incluso donde se lo niega.(Benedicto XVI, 5 de febrero de 2010).

Perdonar no es olvidar, es recordar en paz

Y es que el rencor mata, corroe, esclaviza, asfixia. No hay nada mejor en el mundo que perdonar.

Es que el rencor mata, corroe, esclaviza, asfixia.

No hay nada mejor en el mundo que perdonar. Lo repito, nada hay mejor que perdonar. Y si no, hagan la prueba. No se lleven que yo lo dije, no. Hagan la prueba.

¡Haz la prueba! Decídete y perdona al que te ofendió o te causó algún daño. Si crees que el otro piensa que fuiste tú quien tuvo la culpa, pues igual, simple y llanamente pídele perdón, y asunto arreglado. Total, lo importante es lograr la paz, la convivencia, el poder saludar y sonreír y conversar con quien hasta hace poco le volteabas la cara, o le gruñías, o le deseabas el mal, o lo ignorabas, y arriba de eso afirmabas que no, que tú no habías dejado de quererlo, pero que no querías tener nada que ver con esa persona.

El problema es ese. Que lo que dice el Señor es muy distinto. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Difícilmente tu propia persona te sea indiferente.

A los que tengan algún tipo de rencilla, les ruego encarecidamente dediquen unos minutos y presten atención a lo que les voy a contar. Léanlo también los que como yo estamos en paz con el mundo, para la gloria de Dios, que les será útil para llevar este mensaje a los peleones.

Jesús relata la historia de aquel rey que perdona una gran deuda a uno de sus servidores, y al salir del palacio, éste se encuentra a un compañero que le debía unos centavos, y lo hace meter preso hasta que le pague. Al enterarse el rey, le recriminó su injusticia enviándolo a la cárcel. Concluye Jesús diciendo que “lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.

Entonces, te pregunto: De todas esas barbaridades que has cometido en tu vida, ¿recuerdas tan sólo una que Dios no te haya perdonado? ¿No? Y entonces, ¿quién eres tú para negarle tu perdón a alguien que mucho o poco te haya molestado, ofendido, irritado, perjudicado o llámese como sea lo que te haya hecho esa otra persona, y mucho peor si es un hermano?

No, mi querido amigo, no vale la pena vivir así. No hay tranquilidad. A mi me pasaba igual. Recuerdo una situación por la que viví, y a sabiendas de que a esa persona me la encontraba los domingos en misa, tenía la respuesta lista por si acaso se atrevía a saludarme: “¡Vade retro Satanás! ¡Retírate Satanás!” ¡Y eso se lo pensaba decir en plena iglesia!

Hoy, sin embargo, vivo tranquilo. A esa persona--¡y a tantas otras!--no tan sólo la perdoné, sino que le pedí perdón, porque estando ya en los caminos del Señor, me cuestioné seriamente si no habría sido yo quien la había ofendido. ¡Que bien se siente uno! Quise visitarla, y darle un abrazo, pero no quiso. Que pena. Siempre está presente en mis oraciones.

El perdón no borra lo sucedido. Lo hecho, hecho queda, y a menos que caigamos en Alzheimer, difícil es olvidar nuestra historia de vida. Pero qué distinto es recordar esos incidentes en paz. Ahí radica la gran diferencia. Perdonar no es olvidar, es recordar en paz.
Bendiciones y paz.


La finalidad salvífica de la creación

Los Cristianos católicos podemos acudir a dos fuentes de la teología para saber más sobre la creación y la historia de salvación, como lo son la sagrada escritura y el magisterio de la Iglesia

La finalidad salvífica de la creación
Al hablar de la finalidad salvífica de la creación, debemos entender primero que es la salvación, el Presbítero Juan Luis Martín Barrios lo define como:“la acción de Dios en la historia de unos determinados hombres, la intervención en sus vidas. Intervención dirigida siempre a sacarlos de la situación penosa en que se encuentran; a librarlos de la condición de esclavitud en que viven como herencia de su misma existencia humana, como consecuencia de su propia equivocación y malicia a lo largo de la historia; a hacerlos salir de su desesperada condición de hombres abocados a la muerte y a la ruina total. Esta es la intención primera y última del Dios que se revela y actúa en Jesucristo, y es el que pone en marcha toda la acción en la historia”.[i] Ahora bien, una vez definida lo que es salvación debemos hablar sobre que es la creación, la podemos definir como un misterio de fe, donde es un Don de Dios, que nos crea para que el hombre tenga vida, es una gracia de Él para con nosotros sus creaturas. Pierre Grelot lo define como: “Esos capítulos no quieren darnos una enseñanza científica para satisfacer nuestra curiosidad, quieren hacernos reflexionar sobre lo esencial: nuestra condición de hombres, nuestra situación ante Dios, nuestras divisiones trágicas, nuestro enfrentamiento con una naturaleza hostil y finalmente el sentido de una historia de la que somos a la vez espectadores y actores”. [ii]

Además, nos ilustra en la página Catholic.Net otra definición sobre creación como: “La producción del ser entero de las cosas o la producción de las cosas según toda su sustancia. En el acto creativo, Dios produce lo que existe en cuanto que existe. Dado que lo que existe es tal en virtud del acto de ser, que es perfección de toda perfección en todo individuo existente, producir lo que existe en tanto que existe significa producirlo totalmente”[iii]. Los Cristianos católicos podemos acudir a dos fuentes de la teología para saber más sobre  la creación y la historia de salvación, como lo son la sagrada escritura y el magisterio de la Iglesia; observamos en la Biblia que en el antiguo testamento hace referencia sobre la creación en cuatro libros sagrados, como lo es Génesis, Salmos, Sabiduría y 2 de Macabeos y en el nuevo testamento, en los evangelios sinópticos, escritos Joanicos y cartas Paulinas. En el libro del Génesis, en el primer capítulo y una parte del segundo nos muestra la creación del universo y del hombre por parte de Dios en 7 días, este relato bíblico, no es la explicación científica del origen del universo ni del hombre, los estudiosos del tema, manifiestan que el libro del Génesis fue inspirado por Dios y escrito por diferentes Hagiógrafos (autores Sagrados) para los siglos X y VI antes de Cristo, también debemos saber que para su realización el pueblo de Israel estaba pasando por una penosa situación como lo era encontrarse en el exilio, fue una manifestación de Dios para su pueblo regalarles estos relatos para aumentar la esperanza del pueblo en medio de la tristeza que se encontraban. Inicia la sagrada escritura, diciendo “en el principio creó…” (Gn 1, 1), a la palabra principio,

Dios quiere mostrarnos que es allí donde empieza todo su plan salvífico para con el hombre, su historia de salvación, es decir, hay un comienzo en esta historia y no es como hemos tenido el concepto erróneo que el plan de salvación o historia de salvación de Dios, empezó en el momento que Dios escoge a Abran (Gn 12, 1), posteriormente llamado Abraham (Gn 17, 5), para iniciar su pueblo elegido, que luego será llamado Israel (Gn 32 29), pero esta es la historia de la creación del pueblo de Israel, esta época la podemos llamar la era patriarcal. Pero Grelot lo explica de la siguiente manera como la  “apertura de la «historia sagrada» en que se despliega el plan de Dios, ese cuadro sirve para evocar su punto inicial, en la medida en que se deja vislumbrar a partir de sus consecuencias prácticas en la vida de los hombres”[iv]

La creación es el punto de partida del plan salvífico de Dios, donde nos enseña que nos crea, siendo así nuestro creador y nosotros sus creaturas. Siendo su finalidad recordándonos que hemos sido creado por él y hay un principio de todo su plan de Salvación como lo es la Creación del universo y culminando o siendo el centro esplendor de la creación y que es el hombre, donde dice la palabra de Dios, que “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bueno” (Gn 1, 31), en este pasaje bíblico se refiere que al crear Dios al hombre observo que allí culminaba su creación, pues lo había creado a imagen y semejanza de él, no siendo Dios sino siendo su creatura y Dios su creador. Es por eso que el plan salvífico de la creación es mostrar a Dios como nuestro creador, gracias a su infinito amor, nos ha creado, porque su infinito amor es inmenso, y nosotros solo debemos dar gracias a él, así como nos lo expresa el salmista en el capítulo 136, 1ss “¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor!”, no busca dar otra explicación de la creación sino agradecer por su amor para con nosotros por crearnos. Es así como lo menciona en el Concilio de Florencia, donde afirman que “Trinidad creadora de todo el mundo. Dios no ha creado el mal, todo lo que creó es bueno. Dios crea por su bondad y por amor todas las cosas de la nada. Creó las criaturas con una cierta libertad capaz de moverse hacia el bien y capaz de equivocarse”.

En el Magisterio de la Iglesia, debemos acudir a los diferentes Concilios que existieron, donde la Iglesia fue acérrima defensora del misterio de fe de la Creación, como lo fueron en el Concilio de Nicea, en el año 325, Concilio de Constantinopla en el año 553, Concilio de Letrán en el año 1215, Concilio de Florencia, en los años 1438-1445, Concilio Vaticano I, en los años 1869-1870, Concilio Vaticano II, en los años 1962-1965, pues hubo diferentes personas que atacaban la doctrina de la Iglesia y en este caso con el tema sobre la creación; entre las defensas sobre la creación dentro de los Concilios ya mencionado, quiero resaltar el Concilio de Nicea, existieron diferentes defensas de nuestra fe en ella, pero sobre el tema que nos ocupa, por inspiración de Dios y para preservar nuestras creencias, promulgaron nuestra profesión de fe, que como católicos conocemos hoy en día y lo profesamos en el sacramento de la Eucaristía, como es el CREDO, Donde “creemos en un solo Dios padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles”.

Ahora bien, la finalidad salvífica de la creación, es reconocer primero, creer en el misterio de fe como lo es la creación de Dios, como nuestro supremo creador, cabe aclarar que no es solo Dios Padre, sino es la santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, una misma naturaleza, una misma constitución y una sola divinidad, y no como pensaba y promulgaban algunas personas para la época de los Concilios de Nicea, Constantinopla y el de Letrán, una de estas máximas fue que “hay una enumeración Clara de la Santísima Trinidad. El Dios uno y tres es el Creador del universo. Se confiesa que hay un solo principio de todo lo que existe. De Dios todo procede, de las tres personas divinas, pero con un solo principio”.

Así mismo, recordemos que Dios tiene un propósito para nuestras vidas, que no solo nos crea, dándonos el don de la vida, sino que también nos tiene preparado un proyecto, un plan, una finalidad de salvación que empieza desde la creación, desde el mismo momento que Dios decidió crear al universo y al hombre, siendo Dios creador y salvador, al crearnos Él por su infinito amor, sigue su plan salvífico con el pueblo que más tarde escogerá. “La creación siempre la veremos en relación a la salvación, al misterio de salvación; el hombre ha sido creado para compartir la vida de Dios”.  Pero me pregunto ¿A caso Dios no sabía desde un principio su plan de salvación? Creo que todo tiene un propósito y Dios lo tiene siempre, desde el mismo momento de la creación empezó a trabajar en su plan de salvación, hasta su finalidad con su hijo Jesucristo.

La finalidad salvífica de la creación no es otra, que desde el mismo momento de la creación, Dios empieza a fraguar su plan, por ende, es de suma importancia este momento del plan de salvación porque es donde comienza toda su finalidad de salvación, es el principio del Plan de salvación de Dios para con nosotros.
                                        

El Papa en Santa Marta: ‘Dios permite al humilde levantarse con dignidad’

Francisco recuerda que Dios muchas veces envía humillaciones para que abramos el corazón y que tener celo por las cosas sagradas no significa necesariamente estar abiertos a Dios A un corazón duro que decide abrirse con docilidad, Dios da siempre la gracia y la dignidad de levantarse, llevando a cumplir si necesario, un acto de humildad. Lo explicó el papa Francisco durante la homilía de este viernes en la Domus Santa Marta, al comentar la conversión de San Pablo. El Santo Padre precisó que tener celo por las cosas sagradas no significa necesariamente tener un corazón abierto hacia Dios. Y recordó que Pablo de Tarso era fiel a los principios de su fe, pero con un corazón cerrado, sordo a Cristo, al punto que pidió ir a exterminar y encadenar a los cristianos que vivían en Damasco. Es la “historia de un hombre que le permite a Dios cambiarle el corazón”, así define el Papa el camino de Pablo a Damasco, cuando él es envuelto por una luz potente y siente una voz que lo llama, cae y permanece momentáneamente ciego. “Saulo el fuerte, el seguro cae al piso” comenta Francisco. Y “entiende que él no era un hombre como quería Dios, porque Dios nos creó a todos para estar de pié con la cabeza levantada”. La voz del cielo no le dice solo “¿Por qué me persigues?”, sino que lo invita a levantarse. Pero se da cuenta que está ciego, y se deja guiar. Los hombres que estaban con él lo llevan a Damasco y por tres días no ve ni toma alimentos. Saulo entendió que estaba por el piso y que tenía que aceptar esta humillación, porque la humillación es el camino que abre el corazón. “Cuando el Señor nos envía una humillación o permite que lleguen las humillaciones es para que el corazón se abra, sea dócil, se convierta al Señor Jesús”.El corazón de Pablo se abre. Dios invita a Ananía que le impone las manos y los ojos de Saulo vuelven a ver. El Papa subraya que “el protagonista de esta historia no son ni los doctores de la Ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo….”. Porque “el Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia que conduce al pueblo de Dios”, y “la dureza del corazón de Saulo, Pablo, se transforma en docilidad al Espíritu Santo”. ¡Es hermoso –concluye Francisco– ver cómo el Señor es capaz de cambiar los corazones”. Todos nosotros tenemos durezas en el corazón, recordó. “Pidamos al Señor –concluyó el Papa– que nos haga ver estas durezas que nos tiran a la tierra. Y nos envíe la gracia y si necesario las humillaciones, para que no nos quedemos en el piso y nos levantemos con la dignidad con la que Dios nos ha creado, o sea la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo”.

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