¿Me amas?
- 06 Junio 2014
- 06 Junio 2014
- 06 Junio 2014
Francisco, en Santa Marta
El Papa arremete en Santa Marta contra los que "terminan haciendo negocios en la Iglesia"
"Jesús jamás quiso que su Iglesia fuera tan rígida"
"Hay tantos carismas, hay una gran diversidad de personas y de dones del Espíritu"
Somos diversos, no somos iguales, gracias a Dios, de lo contrario ¡sería un infierno!
(VIS).- La Iglesia "no es rígida", la Iglesia "es libre". Lo subrayó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa Santa Marta. El Pontífice advirtió acerca de tres tipos de personas que pretenden llamarse cristianos: los que quieren la "uniformidad", los que pretenden las "alternativas" y los que buscan las "ventajas". Para estos, observó, "la Iglesia no es su casa", sino que la toman "en alquiler".
Jesús reza por la Iglesia y pide al Padre que entre sus discípulos "no haya divisiones ni peleas". El Papa se inspiró en el Evangelio del día para detenerse precisamente sobre la unidad de la Iglesia. "Tantos - observó Francisco - dicen que están en la Iglesia", pero "están con un pie adentro" y con el otro aún afuera. Se reservan, así, la "posibilidad de estar en dos lugares, "dentro y fuera". "Para esta gente - agregó el Papa - la Iglesia no es su casa, no la sienten como propia. Para ellos es un alquiler".
Y reafirmó que hay "algunos grupos que alquilan la Iglesia, pero no la consideran su casa". El Santo Padre enumeró estos tres grupos de cristianos: en el primero - dijo - están "aquellos que quieren que todos sean iguales en la Iglesia". "Martirizando un poco la lengua italiana" - bromeó Francisco -podríamos definirlos que se "uniforman":
"La uniformidad. La rigidez. ¡Son rígidos! No tienen esa libertad que da el Espíritu Santo. Y crean confusión entre lo que Jesús predicó en el Evangelio con su doctrina, con su doctrina de igualdad. Y Jesús jamás quiso que su Iglesia fuera tan rígida. Jamás. Y éstos, por tal actitud, no entran en la Iglesia. Se dicen cristianos, se dicen católicos, pero su actitud rígida los aleja de la Iglesia".
El otro grupo - prosiguió diciendo el Papa - está hecho de aquellos que siempre tienen una idea propia, "que no quieren que sea como la de la Iglesia, tienen una alternativa". Son - dijo el Papa - los "alternativos":
"Yo entro en la Iglesia, pero con esta idea, con esta ideología. Y así su pertenencia a la Iglesia es parcial. También éstos tienen un pie fuera de la Iglesia. También para éstos la Iglesia no es su casa, no es propia. En un determinado momento alquilan la Iglesia. ¡Al principio de la predicación evangélica había de éstos! Pensemos en los agnósticos, a los que el Apóstol Juan bastonea tan fuerte, ¿no? ‘Somos... sí, sí... somos católicos, pero con estas ideas'. Una alternativa. No comparten ese sentir propio de la Iglesia".
Y el tercer grupo - dijo Francisco - es el de aquellos que "se dicen cristianos, pero que no entran con el corazón en la Iglesia": son los "ventajistas", aquellos que "buscan las ventajas, y van a la Iglesia, pero por ventaja personal, y terminan haciendo negocios en la Iglesia":
"Los especuladores. ¡Los conocemos bien! Pero desde el principio estaban. Pensemos en Simón el Mago, pensemos en Ananías y en Safira. Estos se aprovechaban de la iglesia para su propia ventaja. Y los hemos visto en las comunidades parroquiales o diocesanas, en las congregaciones religiosas, en algunos benefactores de la Iglesia, ¡tantos, eh! Se pavonean de ser precisamente benefactores y al final, detrás de la mesa, hacían sus negocios. Y éstos tampoco sienten a la Iglesia como madre, como propia. Y Jesús dice: ‘¡No! ¡La Iglesia no es rígida, una, sola: la Iglesia es libre!'".
En la Iglesia - reflexionó el Papa - "hay tantos carismas, hay una gran diversidad de personas y de dones del Espíritu". Y recordó que el Señor nos dice: "Si tu quieres entrar en la Iglesia, que sea por amor", para dar "todo tu corazón y no para hacer negocios en tu beneficio". La Iglesia - reafirmó Francisco - "no es una casa de alquiler", la Iglesia "es una casa para vivir", "como madre propia".
El Papa Francisco reconoció que esto no es fácil, porque "las tentaciones son tantas". Pero puso de manifiesto que quien hace la unidad en la Iglesia, "la unidad en la diversidad, en la libertad, en la generosidad es sólo el Espíritu Santo", porque "ésta es su tarea". El Espíritu Santo - añadió - "hace la armonía en la Iglesia. La unidad en la Iglesia es armonía". Y observó que todos "somos diversos, no somos iguales, gracias a Dios", de lo contrario "¡sería un infierno!". Y "todos estamos llamados a la docilidad al Espíritu Santo". Precisamente esta docilidad - dijo el Pontífice - es "la virtud que nos salvará de ser rígidos, de ser ‘alternativos' y de ser ‘especuladores' en la Iglesia: la docilidad al Espíritu Santo". Y es precisamente "esta docilidad la que transforma a la Iglesia de una casa en alquiler en una casa propia".
"Que el Señor - dijo el Papa al concluir - nos envíe al Espíritu Santo y que cree esta armonía en nuestras comunidades, comunidades parroquiales, diocesanas, comunidades de los movimientos. Que sea el Espíritu el que haga esta armonía, porque como decía un Padre de la Iglesia: El Espíritu, Él mismo, es la armonía".
SEMANA DEL CENÁCULO
DÍA QUINTO: DON DE CIENCIA
“Cuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.” (Francisco, Audiencia, 21 de mayo, 2014)
SÚPLICA DEL DON DE CIENCIA, AL ESPÍRITU SANTO
Espíritu Santo, debido a mis conceptos y formas de entender las palabras, vuelvo a enfrentarme con el significado bíblico y teologal de tus dones. En este tiempo positivista y cientifista, con frecuencia muchos contraponen ciencia y fe, razón y fe, y aquello que, según ellos, no es demostrable científicamente, queda fuera de consideración.
¡Qué necesario es tu auxilio para no quedar atrapado en los argumentos lógicos, racionales, experimentables! Más que nunca necesito tu ayuda para que mi capacidad intelectual, humana, que es regalo y desbordamiento de tu gracia, se abra a la realidad trascendente e invisible, y trate la materia y la realidad, a todo ser creado, con la dignidad sacramental que le has conferido.
El don de Ciencia es considerar, comprender y tratar a las personas y a los instrumentos y herramientas, no de forma despótica y posesiva, sino con respeto, descubriendo a través de las cosas creadas a su Autor.
El don de Ciencia permite reclamar la presencia del autor del universo, al que sostiene todo lo creado, a quien da al hombre la capacidad de desentrañar la virtualidad que contiene la materia.
El don de Ciencia hace al ser humano humilde, respetuoso, sensible, considerado, agradecido, trabajador, colaborador, porque es consciente de quién es el principio de todo, y meta del universo.
Dame, Espíritu Santo, el don de Ciencia, por el que me preste gozoso a poner mis manos en la tarea del bien hacer en provecho de todos, y me sepa con la vocación sagrada de cooperar con el Creador en la obra maravillosa de volver cada vez más habitable la sociedad.
¡Ven, Espíritu Santo, con tu don de Ciencia, para que, por inconsciencia, no caiga nunca en trabajar de forma emancipada y pretenciosa. Que siempre te reconozca a la hora de valorar mis capacidades y destrezas.
Evangelio según San Juan 21,15-19.
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón 46, Sobre los pastores, §30 (trad. cf breviario viernes 25 tiempo ordinario)
¿Me amas?
Percibo a todos los pastores buenos en el Pastor único (Jn 10,14). Los pastores buenos, a decir verdad, no son varios; son uno en un único. Si fueran varios, estarían divididos; si el Señor le confió su rebaño a Pedro, era para poner la unidad como un valor en él. Los apóstoles eran varios, pero sólo le dijo a uno de ellos: "apacienta mis ovejas"...
Efectivamente cuando Cristo le confiaba sus ovejas como a sí mismo, quería que se hiciera sólo uno con él. El Salvador sería la Cabeza, Pedro representaría el cuerpo de la Iglesia (Col 1,18)... Así, pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: “Pedro, ¿me amas?” Él respondió: “Te amo”. Y le dice por segunda vez: “¿Me amas?” Y respondió: “Te amo”. Y le pregunta aun por tercera vez: “¿Me amas?” Y respondió: “Te amo”. Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad.
No fue por falta de pastores –como anunció el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia– que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas, como si dijera: “No tengo a quien encomendarlas”. Porque, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que es el único pastor, en el que todos los pastores son uno, dijo "Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor". Que todos se identifiquen con el único pastor y hagan oír la única voz del pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único pastor, y no a éste o a aquél, sino al único. Y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tenga cada uno su propia voz: "Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos". Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía, y que sigan.
UN DIFUNTO LLAMADO JESÚS
Hechos de los apóstoles 25, 13-21; Sal 102, 1-2. 11-12. 19-20ab; Juan 21, 15-19
En esta “ola de secularismo que nos invade” uno se va acostumbrando a hablar con indiferentes, es decir, personas que preparan su boda, bautizo o su celebración religiosa desde una cierta distancia, a los que hay que dar vueltas y revueltas para llegar a una conversación mínimamente espiritual, o sea, que se empiece a hablar de Dios y se dejen a un lado los adornos. Jesús se ha convertido en un difunto, del que de vez en cuando nos acordamos. Cuando alguien te plantea que quiere conocer a Cristo y bautizarse te llena de ilusión, está dispuesto a comenzar un catecumenado y, cuando llegue el momento, a bautizarse. Cristo sigue vivo y el Espíritu Santo sigue tocando el corazón de los hombres, aunque a veces, nosotros mismos, no queramos creérnoslo. “Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo.” Festo tiene mucha razón. Muchas de las discusiones que se provocan sobre al Iglesia no son de ningún “cargo grave.” ¿Que en la Iglesia hay pecadores? Si lo anunciamos desde el bautismo. ¿Que en la Iglesia hay divisiones? Comenzamos el año pidiendo a Dios por la unidad pues, realmente, nos duele. ¿Que en la Iglesia …? Seguramente sí, nada nos pilla de sorpresa. Vivimos con, entre y, desgraciadamente muchas veces, desde el pecado. Lo más triste, y en esto sigue teniendo razón Festo, es que hablamos como si Cristo estuviese muerto. A un cadáver se le recuerda, tal vez se añora la época en que estaba vivo, se le puede convertir en un mito, pero no se le quiere. Se habla desde la desafección, desde la distancia, desde la falta de fe y de cariño.
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Jesús no es un difunto. A un cadáver no se le quiere ni pide cariño. Los pastores (en sentido amplio: sacerdotes, padres de familia, amigos,…), no actuamos desde una doctrina o desde unas directrices, actuamos desde el amor a Dios y, desde el, el amor a los demás. El amor que Dios nos tiene, y al que podemos corresponder, es el que perdona los pecados, alienta en las luchas, anima en las pruebas y nos ayuda a aceptar y superar los retos. Si los cristianos no hablásemos desde la distancia, como si ni sintiésemos ni padeciésemos el amor de Dios sino sólo desde la soberbia o la prepotencia personales, las cosas serían muy distintas.
Nos acercamos a Pentecostés. El Espíritu Santo es el que nos hace conocer el amor de Dios y corresponderle. Tenemos que, como Pedro, caer de rodillas y con humildad responder: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
La Virgen nos muestra el amor más puro a Dios uno y trino. Que ella nos anime a volver al amor apasionado por Dios y a saber apasionar a los demás.
San Marcelino Champagnat
Marcelino Champagnat, sacerdote francés que fundó la congregación de los Hermanos Maristas. Nació el año 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey al sur de Lyon. Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos, Marcelino fue el noveno. Tenía 24 años, cuando con otros seminaristas compañeros de estudios, empezó a madurar la idea de fundar una congregación de Hermanos, dedicados a la enseñanza y a la catequesis de los niños.
Tres años después fue ordenado sacerdote y lo destinaron a La Valla. En el pueblo los niños no tenían escuela ni catequesis, y los mayores apenas iban a la iglesia.
Marcelino empezó a hablar con la gente, se hizo cercano a todos, y el pueblo lo aceptó de buen grado. Tras una fuerte experiencia con un joven moribundo, el P. Champagnat decide fundar una congregación de Hermanos que se dedicaran a la enseñanza y a la catequesis de los niños y jóvenes, especialmente los más necesitados. Enseguida dio los primeros pasos, y el 2 de enero de 1817 reunió, en una casita alquilada cerca de la parroquia, a dos jóvenes que le habían manifestado su deseo de ser religiosos. Se llamaban Juan María Granjon y Juan Bautista Audras.
Éste fue el principio de los Hermanos Maristas. Pronto acudieron otros jóvenes. Marcelino les ayudó a organizar su vida en comunidad: oración y trabajo, formación personal, sencillez y pobreza. Y una filial devoción a la Virgen María, bajo cuya protección se puso, desde el primer momento, la naciente congregación. Después de un periodo de formación, el P. Champagnat les dio un hábito religioso y los jóvenes firmaron sus primeros compromisos (votos). Al cabo de un año, Marcelino abrió una escuela en La Valla y enseguida se hicieron cargo de ella los Hermanos. Después de esta primera escuela vinieron muchas más. Los párrocos y alcaldes de los pueblos vecinos se disputaban a los Hermanos. Así, el Instituto de los Hermanos Maristas comenzó a crecer, no sin dificultades, y hubo que construir una nueva casa, porque en La Valla ya no cabían todos.
Murió en la madrugada del 6 de junio de 1840, a los 51 años, rodeado de sus Hermanos. Sus restos descansan en la capilla de Ntra. Sra. del Hermitage. En el momento de su muerte, la congregación tenía cerca de 300 Hermanos, 50 casas y escuelas, y alrededor de 7.000 alumnos. El P. Marcelino Champagnat fue declarado «Beato» en Roma, por S. S. Pío XII, el 29 de Mayo de 1955, domingo de Pentecostés. Tras un largo y detallado estudio, los expertos habían declarado la autenticidad de dos milagros obtenidos por su intercesión.
La ceremonia de canonización del P. Marcelino Champagnat fue celebrada el domingo 18 de abril de 1999, por Juan Pablo II. Sus pensamientos y su obra nos muestran el gran amor a Jesús y a María: « Todo a Jesús por María; todo a María para Jesús»
Oremos: Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Marcelino Champagnat para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Ven Espíritu Santo, enciende el fuego de tu amor
Os he de decir con todas mis fuerzas que la primera y suprema maravilla realizada por el Espíritu Santo es Cristo mismo. Y en esta carta deseo dirigir la mirada a esta maravilla. ¿Os habéis dado cuenta que fue decisiva su presencia en la Encarnación? Cuando hablamos del misterio de la Encarnación, al decir que el Verbo se hizo carne tenemos que subrayar que lo hizo en el seno de María por obra del Espíritu Santo. La humanidad del Hijo de Dios se formó en el seno de la Virgen por obra del Espíritu. Por ello, resulta normal que todo intento de conocer a Jesucristo requiera un conocimiento del Espíritu Santo. Nunca podemos entender lo que ha sido Cristo para nosotros independientemente del Espíritu Santo.
Penetrar en el misterio de Cristo nos hace entrar en el influjo que tiene el Espíritu Santo en la Encarnación y en toda la vida de Cristo: desde su infancia, en el inicio de la vida pública en el bautismo, en su estancia en el desierto, en la oración, en su predicación, en el dar la vida por nosotros en la crucifixión, hasta la Resurrección. El Espíritu Santo ha dejado la impronta en el rostro de Cristo de su personalidad divina.
También para todos los cristianos, nuestra relación con Cristo va unida íntimamente a nuestra relación con el Espíritu Santo. Para tener luz y no vivir en el “anochecer” con las “puertas cerradas” a Dios y a los demás, para quitar el “miedo”, es necesario que entre Jesús y nos diga “la paz con vosotros”. Y que nos muestre que Él es el Resucitado, para vivir como los primeros discípulos que “se alegraron del ver al Señor”, como nos dice el Evangelio de San Juan (cf. Jn 20, 19-20). ¡Qué bien se manifiesta esto en Pentecostés y cómo continúa manifestándose y mostrándose! Se mostró en Pentecostés y permanece durante toda la historia de la Iglesia y del mundo.
Tenemos que ser observadores y contemplativos de realidades que se nos hacen patentes: en el acontecimiento de la Encarnación, el Espíritu Santo se manifiesta visiblemente y envuelve la vida de María. Recordemos aquellas palabras del Ángel a la Virgen después de preguntar Ella “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34b). Las palabras del Ángel tienen una fuerza especial: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35a).
Podríamos decir también que, en Pentecostés, el Espíritu Santo, igual que a María, cubre a la Iglesia con su sombra. La Iglesia vive del Espíritu Santo, es obra del Espíritu y, por eso, puede realizar el deseo de Cristo: “como el Padre me envió, también yo os envío”. Y nos dice el Evangelio que “dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21b y 22b). En el corazón del Padre comienza la Iglesia: el Padre sintió amor y comenzó esta larga historia de amor en el tiempo; vino su Hijo y nos dio a conocer el amor del Padre. Y esta historia aún no ha terminado, continúa mostrándose a todos los hombres a través de la Iglesia que camina y obra por la fuerza del Espíritu Santo. ¿Sabéis la belleza que tiene nuestra vida de cristianos llenos del Espíritu Santo, siendo cada uno un eslabón de una inmensa cadena de amor? Sin el Espíritu Santo no comprenderemos nunca a la Iglesia, ni entenderemos esas palabras de Cristo: “como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21b). Somos enviados para mostrar, como Cristo, el amor de Dios a todos los hombres.
Por ello, podemos entender mejor que la Iglesia no crece con fuerzas humanas. Y cuando la hemos querido hacer crecer con las fuerzas de los hombres, nunca hemos conseguido lo que desea Cristo: que vean los hombres el rostro del Padre, el mismo que hizo ver Él a los hombres. Tenemos que reconocer que, a veces por razones históricas, hemos equivocado el camino.
Todo lo que no haya sido mostrar y vivir esta historia de amor de Dios con los hombres no hace crecer a la Iglesia. La Iglesia no es una ONG. ¿Sabéis lo que es? Una inmensa historia de amor. Y su fuerza es el Espíritu, el Espíritu Santo, el amor. Por eso, cuando mejor se entiende a la Iglesia es cuando la contemplamos y la vemos como una “madre”. Una “madre” que ama, que acoge, que quita miedos, que da seguridad, que abraza a todos y en la que todos encuentran lo que necesitamos para vivir. Es lo que tan bellamente decía San Juan Pablo II: “el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre” (RH 10a). Y, en ese sentido, lo tiene que seguir realizando la Iglesia. Por eso entendemos mejor sus palabras: “como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21b). La Iglesia siempre toma conciencia de que su mirada a los hombres es la mirada de una “madre” y descubre que los hijos, ante la mirada de una madre, siempre responden aunque en algún momento tarden en hacerlo.
En Pentecostés, después de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, “había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo… al oírles hablar en su propia lengua… todos estaban estupefactos y perplejos” (cf. Hch 2, 1-13). Era la Iglesia que se ponía en camino y mostraba el rostro de una “madre” que se ocupa de todos los hombres, que a todos quiere hacer llegar el amor de Dios manifestado en Jesucristo y sabe que este lenguaje lo entienden todos los hombres. Es verdad que, ante este amor expresado por los Apóstoles con la fuerza del Espíritu Santo, había reacciones diversas: unos creyeron, otros decían ¿qué significa esto?, otros se reían diciendo éstos `están llenos de mosto´. Y muchos, ante ese amor, dijeron, ¿qué hemos de hacer? La respuesta fue clara: convertíos y bautizaos y “recibiréis el don del Espíritu Santo”.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos: para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). De estas palabras, lo más importante es lo que dice después Cristo: “hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Aquella profecía se cumple en Él. Solamente Cristo está unido al Padre en el Espíritu Santo. Y de ahí deriva su misión: “me ha ungido para anunciar”.
Primero, consagración. Y luego, misión, es decir, una consagración para la misión. El Espíritu Santo es el principio interior, la fuerza y el dinamismo permanente de la misión evangelizadora de Jesús. Descubramos en dos conversaciones de Cristo esta raíz: 1) Con Nicodemo, un hombre noble y honesto, a quien la cercanía y las palabras de Jesús le producen tal sacudida que se le abre un horizonte distinto: Dios es quien envía a su propio Hijo y no para que juzgue el mundo, sino para que el mundo se salve por Él (cf. Jn 3, 17). La gracia es un don de Dios que se revela mediante el amor en su expresión máxima, dando la vida por amor, para que tengamos una vida nueva que nos viene por la acción del Espíritu Santo con esa imagen que Jesús utiliza con Nicodemo, “el viento sopla donde quiere”. 2) Con la Samaritana, a quien pide agua del pozo, pero a quien le desvela el misterio del agua viva que el hombre no saca del pozo sino que lo recibe como don de Dios mismo, y por ello responde “dame de beber”.
Con gran afecto, os bendice + Carlos, Arzobispo de Valencia
La lengua que todos entienden
Este año se cumplen 125 de la construcción de la Torre Eiffel, que en su día fue un edificio muy alto, como los rascacielos americanos, tanto que parecía imposible hacer otros que aún lo fueran más. En la actualidad las construcciones más elevadas están en Asia, donde se levanta actualmente una torre que superará los mil metros. Cuesta imaginarlo: ¡un kilómetro puesto en vertical! La Biblia nos trae noticias de un precedente famoso de estas construcciones: la Torre de Babel, que, situada entre la historia y la leyenda, se quería que «tocara el cielo». El relato bíblico señala que más que un desafío técnico aquello era una muestra del endiosamiento humano, y que acabó mal por intervención divina que castigó el proyecto sembrando confusión entre las lenguas de los constructores.
Lo que sucede en Pentecostés es justamente lo contrario. En el Cenáculo los apóstoles estaban encerrados por miedo, con el consuelo de tener a la Virgen María entre ellos, cuando descendió el Espíritu Santo. Entonces –comenta el papa Francisco- el Espíritu Santo, «les hace salir de sí mismos y les transforma en anunciadores de las grandezas de Dios».
En efecto, lo anuncian a personas venidas de todas partes, que les escuchan como si todos hablaran la misma lengua. ¿Qué lengua es esta que todos entienden? El lenguaje del amor. Lo que en la soberbia y el orgullo de Babel acaba en dispersión, en Pentecostés se traduce en unidad. Ya no hay divisiones, ni cerrazón de comunicación entre las personas, porque se han abierto a Dios. Como hace notar el mismo Papa, en el Credo, inmediatamente después de confesar nuestra creencia en el Espíritu Santo, decimos: «Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica». Y es que la creencia en el Espíritu no podemos desvincularla de la Iglesia.
Pienso especialmente ahora en quienes van a recibir el sacramento de la Confirmación, por el que el Espíritu Santo nos pone su sello para hacernos valientes en el seguimiento de Jesucristo. Confirma –como dice la misma palabra- a nuestros jóvenes en su pertenencia a la Iglesia, adquirida por el Bautismo, y les hace fuertes, también para ir a contracorriente, cuando las propias inclinaciones, o las solicitaciones de la sociedad pretenden apartarles de Cristo. ¡Qué alegría tengo cuando les confirmo, y cuanto rezo para que perseveren siempre en la vida de la gracia
† Jaume Pujol Balcells -Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Vivir a Dios desde dentro
Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual”.
El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón?
¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.
José Antonio Pagola
San Pablo dice que el Espíritu ayuda nuestra debilidad cuando no sabemos orar. Él nos suple, llamando a Dios confiadamente como Abba. También el Espíritu da voz a los pobres, con un grito desgarrador y entrañable. Es un lenguaje radical de una humanidad absoluta, exigiendo libertad y justicia. Dios reconoce este clamor del Espíritu. Y Dios nos lo da como Jesús y para Jesús. Tenemos la capacidad y la misión de escuchar y de interpretar estas tantas lenguas ... la lengua del hambriento, de las víctimas de guerra, los forasteros, los apaleados, los abusados, los niños del trabajo, de la mujer despreciada, los diferentes, los nadie ...!
En una visión global, la tierra es como una patera que circula por el universo solar a 40 Km por segundo, donde el pasaje no mira unos por otros, sino que cada uno procura su propio bienestar. El Espíritu que planeando sobre las aguas dio vida al mundo urge la orientación de la brújula hacia el bien común. Entre todos lo haríamos todo, sólo que cada uno cuidara suficientemente su entorno, su parcela.
Sin el Espíritu Santo, Dios es lejano, Jesucristo queda en el pasado, el Evangelio es como letra muerta, la Iglesia no pasa de una simple organización; la autoridad es una dominación, la misión, una propaganda, el culto, una evocación melancólica, la actuación cristiana, una moral de esclavos.
Pero en el Espíritu, el cosmos es exaltado y se percibe su gemido para dar a luz el Reino, Cristo resucitado está presente, el Evangelio es una potencia de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad se experimenta como un servicio liberador, la misión se convierte potencia de un nuevo Pentecostés, la liturgia es un memorial y una anticipación, la actuación humana es divinizada. (Ignacio Hazim, obispo ortodoxo oriental)
Ven, oh Santo Espíritu; Padre de los pobres, ven.
Sí, Señor, tú sabes que te amo
Juan 21, 15-19. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor.
Oración Introductoria
Jesús, Tú también me preguntas a mí: ¿Me amas?. Y yo quiero contestarte con toda sinceridad. Soy un hombre débil como Pedro que a menudo sólo piensa en sí mismo. Pero Tú sabes que te amo y que te quiero amar más.
Petición
Señor, te pido que enciendas mi corazón, a veces tan frío, con tu amor, y que me ayudes a apacentar las ovejas que has encomendado a mí para que ellas también te amen.
Meditación del Papa Francisco
La pregunta está dirigida a un hombre que, a pesar de las solemnes declaraciones, se dejó llevar por el miedo y había negado.
"¿Me amas tú?". "¿Eres mi amigo?".
La pregunta se dirige a mí y a cada uno de nosotros, a todos nosotros: si evitamos responder de modo demasiado apresurado y superficial, la misma nos impulsa a mirarnos hacia adentro, a volver a entrar en nosotros mismos.
"¿Me amas tú?". "¿Eres mi amigo?".
Aquél que escruta los corazones se hace mendigo de amor y nos interroga sobre la única cuestión verdaderamente esencial, preámbulo y condición para apacentar sus ovejas, sus corderos, su Iglesia. Todo ministerio se funda en esta intimidad con el Señor; vivir de Él es la medida de nuestro servicio eclesial, que se expresa en la disponibilidad a la obediencia, en el abajarse, como hemos escuchado en la Carta a los Filipenses, y a la donación total. (S.S. Francisco, 23 de mayo de 2013).
Reflexión
La experiencia del amor de Dios nos lleva a un compromiso. Nos cambia desde dentro y enciende en nuestro corazón un fuego que nos anima a compartir esta experiencia con los demás. Jesús invitó a Pedro a apacentar sus ovejas. La única condición es que Pedro ame a Jesús.
Jesús también tiene un rebaño de ovejas que ha encomendado a cada uno de nosotros. Son en un primer plano nuestros familiares y amigos. Nos hizo responsables para que ellos tengan alimento para su alma y se salven. No es necesario que seamos perfectos, hombres sin defectos. Pedro también negó a Jesús. Solo hace falta que seamos generosos con Dios. Solo hace falta que nos dejemos guiar por Dios cumpliendo su voluntad. A veces nos lleva a donde nosotros no queremos. Pero si hemos experimentado su amor y si sabemos que es nuestro Amigo y Padre, lo amamos también nosotros a Él y le seguimos a donde Él nos lleve para que apacentemos sus ovejas.
Propósito
Haré un acto de caridad para con mis familiares o amigos.
Diálogo con Cristo
Jesús, te quiero amar. La manera de amarte es cumplir tu voluntad. Tú sabes que muchas veces me cuesta el cumplimiento de tu voluntad. Pero solo así podré apacentar las ovejas que me has encomendado.
Nada se conoce perfectamente, si no se ama perfectamente (San Agustín, De diversas cuestiones, 83, 40)
Dulce huésped del alma
El Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma.
Dios, Nuestro Señor, es tan amoroso con todos nosotros que nos ha dado la conciencia. Esa voz de Dios que nos habla internamente. Ahí donde nada más estás tú y Dios, ahí es donde el Espíritu Santo te hablará. Sus llamadas amorosas no son con gritos, sino con suavidad. Se necesita que haya silencio para que podamos oírlo. Pero, nuestro mundo de hoy hace tanto ruido que no nos permitimos escuchar esa voz de Dios. Dejemos que Dios nos hable. Escuchemos sus gemidos de amor por nosotros. Esforcémonos por escucharle..
Leamos la Secuencia de la Misa de Pentecostés, que nos dice:
Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el Cielo tu luz, para iluminarnos.
Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.
Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo.
Eres pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto.
Ven luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran.
Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina.
Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas.
Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete sagrados dones.
Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.
Esta hermosa oración ha sido rezada por la Iglesia durante cientos de años. Ahí vemos la dulzura de Dios que, por medio del Espíritu Santo, inunda a las almas. Escuchemos una y otra vez esas hermosas palabras que decimos del Espíritu Santo, ese dulce huésped de nuestra alma.
Lo nombramos Padre de los pobres, pues Él es quien se identifica con ellos, con los que más necesitan, con los que tienen hambre y sed de Dios. Por eso, Santa Teresa decía: "quien a Dios tiene, nada le falta". Ahí estaba presente el Espíritu Santo.
Luz que penetra las almas: ¡Cuántas veces vivimos en la oscuridad del pecado, de la angustia y de la tristeza! Parece que nunca se va a hacer de día. Sin embargo, si pedimos a Dios que, por medio del Espíritu Santo nos ilumine, pronto las tinieblas de nuestro corazón se llenarán de esa luz amorosa de Dios.
Dador de todos los dones: Todos los dones que pueda recibir una persona, un alma, son originados por el Espíritu Santo quien, con el fuego de su amor, piensa personalmente en cada uno de nosotros.
Fuente de todo consuelo. ¡Cuántas veces parece que estamos inconsolables porque todo lo humano está en nuestra contra!
Dificultades con los miembros de la familia, los hijos, el cónyuge; en el trabajo, en la sociedad. Nada, parece, que nos puede consolar. Sin embargo, ahí está Dios quien, por medio del Espíritu Santo está en espera para consolarnos.
Amable huésped del alma. Sí, ese es el Espíritu Santo, ese amable, dulce y tierno visitante de nuestra alma, que habita en ella si nosotros se lo permitimos. Pero, nuestro egoísmo lo expulsa cada vez que optamos por el pecado. Dulce huésped, ¡quédate conmigo! No permitas que nada me separe de ti.
Paz en las horas de duelo. ¿Quién será quien nos levante el corazón cuando el dolor es fuerte? Ahí está el dulce huésped del alma, buscando consolar y dar paz en los momentos de duelo. Pero, ¿por qué no queremos escucharle?, ¿por qué nos hacemos sordos a su voz? Cuando el alma está atribulada, cansada, fatigada, ahí se presenta quien es pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto. ¡Sí! Ahí está el Espíritu Santo quien ha de confortar en todo momento.
Así podríamos ir hablando del Espíritu Santo, escuchando las palabras de esta oración que la Iglesia durante cientos de años ha recitado.
Sin embargo, esta maravillosa realidad del Espíritu Santo es muy poco conocida. Por algo se suele afirmar que el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. Dediquemos un tiempo para conversar amorosa e íntimamente con el Espíritu Santo, amable y dulce huésped del alma.
Recordemos algunas palabras que la Iglesia, por medio del Credo, nos dice sobre el Espíritu Santo. Recordemos que es el Señor y dador de vida. Por medio de Él, Dios vivifica al mundo, nos comunica la vida y lo santifica todo.
Los siete dones del Espíritu Santo son:
1. Sabiduría
2. Inteligencia
3. Consejo
4. Fortaleza
5. Ciencia
6. Piedad
7. Santo Temor de Dios
Los frutos del Espíritu Santo nos ayudan a saborear la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
1. Caridad
2. Gozo
3. Paz
4. Paciencia
5. Generosidad
6. Bondad
7. Benignidad
8. Mansedumbre
9. Fidelidad
10. Modestia
11. Continencia
12. Castidad
El pecado mortal es el peor enemigo del Espíritu Santo, pues si lo cometemos expulsamos de nuestra alma a su dulce huésped.
No tengamos miedo de ser testigos de Dios en la sociedad, pues si contamos con el Espíritu Santo, toda dificultad será vencida, todo cansancio refrescado y cada tristeza consolada.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
Amén.