“¿Quién te ha dado esta autoridad?”

Evangelio según San Marcos 11,27-33. 


Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?". Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos: 'Del cielo', él nos dirá: '¿Por qué no creyeron en él?'. ¿Diremos entonces: "De los hombres'?". Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, 
respondieron a Jesús: "No sabemos". Y él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas".

San Germán Borgoña

San Germán. Germán, obispo († 576)  Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V.    No tuvo buena suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y hasta estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó envenenarle por celos.

Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo ordena sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario, su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los arrabales de la ciudad.    

Modelo de abad, con el ejemplo en la vida de oración, la observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad. Comienza a manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato.  Se había propuesto el santo abad que ningún pobre que se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes porque ya no había más; llegan al convento dos cargas de pan y, al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del monasterio.    

El obispo, celoso por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la cárcel sin motivo; las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la cristiandad con el apóstol,  Germán no se marchó antes de que el mismo obispo fuera a darle la libertad; con este episodio cambió el obispo celos por admiración.  

El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que sea nombrado obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola imposición de las manos.  

El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado preparar en san Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo -y se veneran- en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.


Oremos

Señor, tú que diste a San Germán la abundancia del espíritu de verdad, y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitan

San Atanasio (295-373), obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia 
Discurso contra los arrianos, 2, 78-79 (trad. breviario martes 6ª semana. rev.)


“¿Quién te ha dado esta autoridad?”

La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo -dice en efecto el salmo– lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él. 

    

Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo –posee también al Padre, dice la Escritura– y El que me recibe, recibe al que me ha enviado (Mt 10,40)... 

    

Mas, como, en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella. 

    

Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas... se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan (1,14), y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17,3). 

    

De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.

¿Quién te ha dado tal autoridad?


Tiempo Ordinario. A veces no reconocemos su poder y autoridad, pero tampoco su amor y su bondad. 



Oración introductoria


Rey y Señor mío, hoy renuevo mi fe en Ti. Creo y tengo la seguridad que, invocando tu Santo Espíritu, estarás hoy conmigo en mi oración. No permitas que me separe de Ti.


Petición


Sagrado Corazón de Jesús, hazme dócil a tus inspiraciones.


Meditación del Papa Francisco

Jesús nos hace misericordiosos hacia la gente, mientras quien tiene el corazón débil porque no está fundado en Jesucristo corre el riesgo de ser rígido en la disciplina exterior, pero hipócrita y oportunista dentro.

El Evangelio del día, en el que los jefes de los sacerdotes preguntan a Jesús con qué autoridad hace sus obras, la pregunta demuestra el corazón hipócrita de esta gente. A ellos no les interesaba la verdad, buscaban solo sus intereses e iban según el viento: conviene ir por aquí, conviene ir por allí... eran veletas. Tenían un corazón sin consistencia. Y así negociaban todo: negociaban la libertad interior, negociaban la fe, negociaban la patria, todo, menos las apariencias. A ellos les importaba salir bien en las situaciones. […]

Este es el drama de la hipocresía de esta gente. Y Jesús no negociaba, pero su corazón de Hijo del Padre, estaba muy abierto a la gente, buscando caminos para ayudar. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 15 de diciembre de 2014, en Santa Marta).

Reflexión


Aquellos hombres habían visto sus milagros, pero no pueden reconocerle. Todo el pueblo acude a Él y los enfermos vuelven curados... Y sin embargo, sus oídos están sordos, y la luz que a todos ilumina y sana, parece, en su caso, haberles cegado.
No reconocerán su poder, ni su autoridad, pero lo más grave es que tampoco verán su amor y su bondad. La razón la profetiza el mismo Jesús: Vosotros no queréis venir a mí para tener vida. (...) Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae (Jn 5, 40.44). A los hombres nos cuesta reconocer el derecho que Dios tiene a ser el dueño de nuestras vidas y a meterse en nuestros asuntos. Como sucedía con los escribas, celosos de su propia autoridad, no permitimos a Jesús entrar en ciertas parcelas de nuestra vida, sin darnos cuenta que con esta actitud impedimos al Señor su acción. Porque Él se adapta a nuestra libertad, y sólo puede hacernos más felices si renovamos nuestra fe, si acudimos a la oración humilde del que se siente necesitado, y si confiamos en que su gracia y poder divinos unidos a nuestras pobres fuerzas pueden lograr lo que deseamos de corazón.
Propósito
Reflexionar diariamente si mi oración de cada día me acerca la Padre y a Jesús.


Diálogo con Cristo


Querido Jesús, abre mi mente y, sobre todo mi corazón, para descubrir el tesoro de mi fe en tu Evangelio. Ayúdame a creer, aunque me duela, porque implique el que tenga que cambiar mi modo de pensar, mis ideas, donde me he «acomodado» para evadir toda exigencia. Dame la fuerza para dejar atrás mis prejuicios e inseguridades. ¡Muéstrame el camino de tu amor!



Las 5 cosas que hubiera agradecido que alguien me explicara antes de casarme

¿Qué tal está tu matrimonio?, 5 claves que te ayudarán en la convivencia matrimonial

Tim Parson ha escrito un interesante artículo sobre la convivencia matrimonial que ha sido traducido y adaptado por Miriam Aguirre para el portal Familias.com Por su interés lo reproducimos íntegramente:

Nuestro matrimonio estaba en crisis


«Nos pasa muy seguido que mi esposa y yo recibimos comentarios sobre nuestro matrimonio que nos hacen sonreír. “Se ven tan felices”, “se portan como recién casados”, “no entenderían nuestros problemas porque su matrimonio es excelente”, “ustedes nunca discuten”.
 »No sonreímos porque esto que nos dicen nos hace felices, sino porque muy pocas personas conocen nuestra verdadera historia. Y todas las parejas tienen una, incluso nosotros.
 »Hace no mucho tiempo, Consuela y yo estuvimos a punto de divorciarnos. Las cosas no iban bien y nuestro matrimonio estaba en crisis. No digo esto a la ligera. Estábamos en el punto de no retorno – o por lo menos eso pensábamos.
 

Restaurar el matrimonio


»Asistimos a terapia matrimonial con sacerdotes y consejeros matrimoniales que trataban de ayudarnos a restaurar lo que alguna vez fue nuestro matrimonio. Fue uno de los momentos más dolorosos por los que he pasado personalmente.
 

Cosas que se hubieran podido evitar


»Al reflexionar de nuevo en ese momento de mi vida, hay algunas cosas que sé que si yo ya las hubiera entendido plenamente cuando me casé, la crisis en la que nos encontrábamos se hubiese podido haber evitado. Aquí están cinco de ellas:
 

1. No existe un plan B


»Mi matrimonio es para toda la vida y sólo termina con la muerte. Suena un poco lúgubre, pero es verdad. Cuando hice la promesa de amar a mi esposa de por vida, me comprometí a hacer que nuestro matrimonio funcionara sin importar la situación en que nos encontráramos.
 »Mi mentalidad era que iba a dejar mis opciones abiertas. Si estar casado no funcionaba o si estar con Consuela no duraba o si ella no me hacía feliz, yo quería estar seguro de que tenía una salida o, peor aún, otra opción. Pero, en el matrimonio no hay un plan B. El tener un plan B y mantener abierta la puerta para escapar u otras posibilidades me privaban de comprometerme y dedicarme totalmente a mi esposa y a nuestro matrimonio.
 

2. El matrimonio no se trata de mi felicidad


»Muchas parejas cometen este error. Lo escucho todo el tiempo. Y yo mismo lo creía en el año 2000 cuando caminamos por el pasillo el día de nuestra boda. En mi mente pensaba: “Consuelo es mi esposa y su deber es hacerme feliz. Eso es lo que hacen las esposas. Y si ella no me hace feliz, entonces tendré que encontrar a alguien o algo que sí lo haga”.
 »La verdad es que el matrimonio se trata de mucho más que solo mi felicidad. Y ella no tiene toda la responsabilidad de mi felicidad. La felicidad es subjetiva y relativa y, como hombre, mi definición de la felicidad cambia tanto que no hay manera de que ella pudiera mantenerse al día con todas mis exigencias. El matrimonio es sobre el amor y el respeto mutuo y honrar a Dios por medio de nuestra fidelidad. No se trata de mi felicidad.
 

3. La comunicación es más eficaz que el silencio


»Soy una persona introvertida. También soy un hombre. Por lo tanto, hablar de mis sentimientos es tan extraño e incómodo para mí como pilotear un avión.

»Automáticamente, cuando algo me molesta o me hace enojar me aíslo y me quedo callado. Llega un punto en que reprimo tanto esos sentimientos, que empiezo a buscar formas perjudiciales de canalizar mi enojo, depresión o lo que sea que me está molestando.
 »De lo que me he dado cuenta es que nadie me ama y cuida de mí y nadie puede atenderme como mi esposa lo hace. Puedo estar seguro de que ella va a tratar mis inseguridades y emociones con delicadeza. Y si estoy molesto con ella, ella es la única persona que puede arreglarlo —entonces ¿por qué no hablar con ella?
 

4. Ayudarla a ella me beneficia a mí


»Siempre recomiendo el libro “Los 5 lenguajes del amor” a los que se van a casar o a los que ya están casados. Cambió la forma en que veía mi relación con mi esposa. Como es natural, tratamos de amar a los demás como queremos ser amados —pero si ese no es su lenguaje de amor, nuestros esfuerzos son en vano.

Lo que hago por ella me beneficia a mí
»Aunque ayudar a mi esposa es algo que debo y tengo que hacer para tener un matrimonio feliz y saludable —me di cuenta de un fenómeno interesante. Cuando yo hago algo por ella, realmente me beneficia a mí. No me malinterpreten, debemos servir no por lo que recibimos a cambio. Pero es muy bueno que nosotros recibamos algo a cambio cuando ayudamos a nuestros cónyuges. Me parece que cuando yo la ayudo (a lavar los platos, por ejemplo) eso llena su “tanque de amor” hasta el punto en que quiere hacer lo mismo por mí. Suena bien, ¿no?
 

5. Las diferencias no son un signo de disfunción


»En cualquier relación —de trabajo, familiar, de amistad, etc.— va a haber diferencias. Eso es normal y aceptable. Por alguna razón, muchos de nosotros ponemos al matrimonio en una categoría distinta.

Creemos que si nos peleamos o discutimos es porque debe haber algo mal en nuestro matrimonio. Inmediatamente saltamos a la conclusión de que nuestro matrimonio es disfuncional o está dañado de alguna manera.
 

»Y cuando pensamos que nuestro matrimonio es disfuncional, comenzamos a pensar en el plan B, dejamos de comunicarnos, y dejamos de intentar. Pero, el conflicto en el matrimonio es normal.
 

»La forma en que elegimos enfrentar los malos ratos es lo que determina qué tan saludable o dañado está nuestro matrimonio. Me he dado cuenta que el ver las diferencias como algo normal me ha ayudado a no enfrascarme en alguna ofensa, me ha ayudado a pedir perdón mucho más rápido, y a trabajar duro para resolver las diferencias tan pronto como sucedan.
 

»Como puedes adivinar por lo que puse al principio y los comentarios que recibimos regularmente – Consuela y yo tenemos un matrimonio espectacular, ahora. Es mejor de lo que era. Incluso es mejor de lo que era el día que nos casamos. Especialmente ahora que sé estas cinco cosas sobre el matrimonio.
 

»¿Qué tal está tu matrimonio? ¿Has encontrado similitudes en tu experiencia? ¿Qué añadirías a esta lista?».

María, la Virgen del amor misericordioso


Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.


Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.


Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.


María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.


El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.


Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor “buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un “buenas noches” cargado de solicitud y cariño. Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada “feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre.


Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo.


Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.


¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!


No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil.


Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada. ¡Qué corazón tan atento el suyo!


En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era desusual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad. Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas...


Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar.


Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.


Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete.

Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.


El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.


Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad.

En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!


María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.



MI ORDENACION SACERDOTAL

Era el 6 de Julio de 1974, el día de mi Ordenación Sacerdotal, en Huaraz, con un maravilloso Padre por Obispo, con un corazón grande y a la vez muy tierno Monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, hoy desde el Cielo. Se había iniciado la ceremonia de la consagración, Por mi parte perdido y lleno de una llegada sin saber a donde llegaba…. “Reverendísimo Padre, la Santa Madre Iglesia pide que ordenes presbítero a este hermano nuestro. ¿Sabessi es digno? Según el parecer de quienes lo presentan, después de consultar al pueblocristiano, doy testimonio de que ha sido considerado digno.Y el Señor Obispo rezó: Con el auxilio de Dios y de Jesucristo nuestro Salvador, elegimos a Este hermano nuestro para el orden de los presbíteros. Por mi parte, aunque tranquilo en apariencia, perdido… me preguntaba.

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