La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular
- 30 Mayo 2016
- 30 Mayo 2016
- 30 Mayo 2016
Evangelio según San Marcos 12,1-12.
Jesús se puso a hablarles en parábolas: "Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes.
Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros. Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. Pero los viñadores se dijeron: 'Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros. ¿No han leído este pasaje de la Escritura: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?". Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.
Santa Juana de Arco
Santa Juana de Arco, virgen
En Rouen, en la región de Normandía, en Francia, santa Juana de Arco, virgen, conocida como la doncella de Orleans, que después de luchar firmemente por su patria, al final fue entregada al poder de los enemigos, quienes la condenaron en un juicio injusto a ser quemada en la hoguera.
Hija de campesinos, Juana de Arco nació en 1412 en Donremy, Francia. Jamás aprendió a leer y escribir pero su madre que era muy piadosa le infundió una gran confianza en el Padre Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen María. A causa de los estragos de la invasión de los ingleses, Francia atravesaba una difícil situación. Por revelación divina, la santa supo cuál que su misión era salvar a su patria y al rey de las manos de Inglaterra. Sin embargo, sus familiares, amigos y oficiales de la corte francesa desoyeron su petición de sostener un encuentro con el rey. Al fin, luego de muchos intentos, Juana de Arco conversó con el monarca, quien se quedó impresionado de la sabiduría y revelaciones de la santa. Los ingleses habían invadido y dominado casi toda Francia; sólo faltaba una ciudad importante: Orleans, y por petición de Santa Juana, el rey Carlos y sus militares le concedieron el mando sobre las tropas, nombrándola capitana. Juana manda a confeccionar una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María y al frente de diez mil hombres se dirige hacia Orleans, donde logra un triunfo glorioso. Luego, se dirige a otras ciudades donde logra la victoria y la libertad del dominio inglés. Sin embargo, a causa de envidias y ambiciones entre los miembros de la corte del Rey Carlos VII, éste retira a Juana de sus tropas, cayendo herida y hecha prisionera por los borgoñones en la batalla de París. La santa fue abandonada por los franceses; pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, pagando más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran, siendo sentenciada a cadena perpetua. En la prisión, la santa sufrió las más terribles humillaciones e insultos, pero se mantenía adherida a la cruz del Señor y a la protección de la Madre del Cielo y de San Miguel Arcángel. Los enemigos de Juana la acusaron de utilizar brujería y conjuros para obtener sus conocidas victorias en Francia. Juana de Arco siempre negó todas las acusaciones y pidió que el Pontífice fuese el que la juzgase.
Todos desoyeron su petición, y la santa fue condenada a padecer en la hoguera. Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor. Era el 29 de mayo del año 1431.
Tenía apenas 19 años.
Fue declarada Santa, por el Papa Benedicto XV, en el siglo XX y no en 1454. En 1454, el proceso de nulidad, ordenado por el Papa Calixto III, encontró que Juana fue condenada a muerte injustamente y que sus revelaciones eran verdaderas, así como se recogió el milagro de que su corazón, después de que ella fue reducida a cenizas, quedó sin quemar y lleno de sangre.
Esto último, lo testificó Gean Masieu, quien la acompañó los últimos metros hasta la hoguera. Estoy interesada en encontrar libros que hablen de los milagros por los que se dieron la beatificación de Santa Juana de Arco, por el Papa San Pío X, y su canonización por el Papa Benedicto XV, ya que este es un caso curioso, en tanto que Juana es considerada mártir y en tal caso, no se suele pedir el milagro de los otros procesos.
Oremos
Concédenos, Señor, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste a Santa Juana de Arco, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa El Diálogo, 24
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador» (Jn 15,1)
[Dios ha dicho a santa Catalina:] ¿Sabes lo que yo hago cuando mis servidores quieren seguir la doctrina del dulce Verbo de amor? Les podo para que produzcan mucho fruto y para que sus frutos sean dulces y ya no sean más salvajes. El labrador poda los sarmientos de la vid para que produzcan un vino mejor; ¿no es eso mismo lo que hago yo, el verdadero labrador (Jn 15,1)? A mis servidores, los que están conmigo, les podo a través de muchas tribulaciones para que produzcan frutos más abundantes y mejores, y para probar su virtud; pero a los que se quedan estériles los corto y los echo al fuego (Jn 15,6). Los auténticos trabajadores trabajan bien su alma; arrancan de ella todo lo que es amor propio y remueven la tierra de su amor por mí. Así vuelven fértil y hacen crecer la semilla de la gracia que han recibido en el santo bautismo. Cultivando su viña, cultivan al mismo tiempo la de su prójimo; no pueden cultivar un sin cultivar la otra. Acuérdate que todo mal y todo bien se hacen siempre a través y por el prójimo. Por eso vosotros sois mis viñadores, salidos de mí, el eterno viñador. Soy yo quien os ha unido e injertado a esta vid gracias a la unión que he establecido con vosotros... Todos juntos sois una sola vid universal...; estáis unidos a la vid del cuerpo místico de la santa Iglesia de la que sacáis la vida. En esta vid está plantada la cepa de mi Hijo único sobre el que habéis sido injertados para tener vida para siempre.
Parábola de los viñadores
Marcos 12, 1-12. Tiempo Ordinario. Aceptemos con confianza y humildad la misión personal que Cristo nos pide.
Oración introductoria
Padre Bueno, gracias por darme y cuidar con tanto esmero mi vida. Hoy me acerco humildemente a esta oración, porque sé que te he fallado al desviarme del camino de la gracia que me puede llevar a la santidad.
Petición
Jesús, transforma mi vida, para que produzca los frutos para los cuales fue creada.
Meditación del Papa
Los viñadores matan al hijo precisamente por ser el heredero; de esta manera, pretenden adueñarse definitivamente de la viña. En la parábola, Jesús continúa: «¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros». En este punto la parábola, como ocurre también en el canto de Isaías, pasa de ser un aparente relato de acontecimientos pasados a referirse a la situación de los oyentes. La historia se convierte de repente en actualidad. Los oyentes lo saben: Él habla de nosotros. Al igual que los profetas fueron maltratados y asesinados, así vosotros me queréis matar: hablo de vosotros y de mí. La exégesis moderna acaba aquí, trasladando así de nuevo la parábola al pasado. Aparentemente habla sólo de lo que sucedió entonces, del rechazo del mensaje de Jesús por parte de sus contemporáneos; de su muerte en la cruz. Pero el Señor habla siempre en el presente y en vista del futuro. Habla precisamente también con nosotros y de nosotros. Si abrimos los ojos, todo lo que se dice ¿no es de hecho una descripción de nuestro presente? ¿No es ésta la lógica de los tiempos modernos, de nuestra época? Declaramos que Dios ha muerto y, de esta manera, ¡nosotros mismos seremos dios!. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 104.
Reflexión
Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos.recibe la misión de su Señor. Pongámonos en su lugar. ¿Qué pensaría?, ¿con qué actitud emprende el camino? Es una misión difícil, es más, sabe que llevarla a cabo le exigirá que lo maltraten y que lo despidan con las manos vacías. Así es nuestra misión. Desproporcionada a nuestras posibilidades. El solo verla ya nos hace dudar: no sirvo para este empleo, el estudio no es lo mío, esto de ser madre... cada uno ponga aquí su misión. ¿No es cierto que su peso nos aplasta? Ahora veamos a este siervo, ¿de dónde saca el valor, el coraje, la constancia para llevar a cabo su misión? Sale sin duda alguna de la confianza y humildad en su Señor. Confianza que nace del saber que su Señor lo conoce y por ello le encomienda una misión dura tanto así que lo llevará a la muerte y una muerte humillante. En nuestra vida de cristianos por tanto aceptemos con confianza y humildad la misión personal que Cristo nos pide. Misión de predicar y vivir la caridad, defender la vida, promover la oración entre nuestros familiares y amigos etc. Pidamos a Dios nuestro Señor que nos conceda esta confianza y humildad.
Propósito
En una visita al Santísimo, rezar un sincero acto de contrición y un propósito de enmienda.
Diálogo con Cristo
Señor, ¿cómo pudieron llegaron a pensar los viñadores que matando al hijo, iban a heredar la viña? El mismo sin sentido tendría el pretender vivir sin tu gracia, el hacer las cosas solamente para fines terrenos, pasajeros. Ayúdame a vivir de acuerdo a mi fe, a mi dignidad de hijo de Dios, llamado a la santidad.
Cristo es la respuesta verdadera
Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría mi fe.
En los hombres de hoy, es posible que la vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos:
Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción.
El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.
Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía.
Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte. ¡Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios¡
• Un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo.
• Una relación con Dios cercana y cordial.
Una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.
Fernando lll, Santo
Memoria Litúrgica, 30 de mayo
Rey de Castilla y León
Martirologio Romano: San Fernando III, rey de Castilla y de León, que fue prudente en el gobierno del reino, protector de las artes y las ciencias, y diligente en propagar la fe. Descansó finalmente en la ciudad de Sevilla († 1252).
Breve Biografía
Era hijo del rey Alfonso IX y primo hermano del rey San Luis de Francia. Fue un verdadero modelo de gobernante, de creyente, de padre, esposo y amigo. Emprendió la construcción de la bellísima catedral de Burgos y de varias catedrales más y fue el fundador de la famosa Universidad de Salamanca. San Fernando protegió mucho a las comunidades religiosas y se esforzó porque los soldados de su ejército recibieran educación en la fe. Instauró el castellano como idioma oficial de la nación y se esmeró para que en su corte se le diera importancia a la música y al buen hablar literario.
Sus enfrentamientos tuvieron por fin, liberar a España de la esclavitud en la que la tenían los moros, y por ende liberar también a la religión católica del dominio árabe.
Como todos los santos fue mortificado y penitente, y su mayor penitencia consistió en tener que sufrir 24 años en guerra incesante por defender la patria y la religión. En sus cartas se declaraba: "Caballero de Jesucristo, Siervo de la Virgen Santísima, y Alférez del Apóstol Santiago. El Papa Gregorio Nono, lo llamó: "Atleta de Cristo", y el Pontífice Inocencio IV le dio el título de "Campeón invicto de Jesucristo".
Propagaba por todas partes la devoción a la Santísima Virgen y en las batallas llevaba siempre junto a él una imagen de Nuestra Señora. Y le hacía construir capillas en acción de gracias, después de sus inmensas victorias. Este gran guerrero logró libertar de la esclavitud de los moros a Ubeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla. Para agradecer a Dios tan grandes victorias levantó la hermosa catedral de Burgos y convirtió en templo católico la mezquita de los moros en Sevilla.
Fue canonizado en 1671 por el Papa Clemente X.
El Juicio Final
Por: P. Michael Schmaus | Fuente: Mercaba.org || Teología Dogmática - Los Novísimos
1. Reflexión previa
Al fin del mundo Cristo aparece no en figura de siervo, sino en la gloria de la Resurrección y Ascensión. La vuelta de Cristo significa, por tanto, la revelación total del amor divino aparecido en Cristo. Así se entiende el anhelo del primitivo Cristianismo por la segunda venida o, mejor, por la pública venida del Señor. Pero esta definitiva manifestación de Cristo es a la vez juicio. Cristo viene como juez. El mundo será juzgado por El al fin de los tiempos. En este juicio final los juicios particulares no serán ni revisados, ni anulados, ni declarados definitivos; desde el primer momento son definitivos. En el juicio final serán confirmados. Al juicio final están sometidos los malos y los buenos (I Pe. 4, 14). Pero tiene significación distinta para los pecadores y para los buenos. Para los buenos significa confirmación de su comunidad con Cristo, para los pecadores significa condena y condenación. Para unos es juicio de gracia y de salvación y para otros es juicio de maldición. Ningún acusador tendrán los buenos (Rom. 8, 31-34; Jn. 5, 45; Apoc. 12, 10). San Juan dice en el Apocalipsis que a Satanás se le arrebatan para siempre los plenos poderes que le habían sido concedidos para acusar ante Dios a los "hermanos" a los cristianos mientras duraba la historia. Por ser hijos de Dios son conciudadanos de los santos y domésticos de Dios (Ef. 2, 19). Los elegidos de Dios no tienen por qué preocuparse de que un malvado los denuncie a Dios. San Juan oye el júbilo de los bienaventurados porque se ha puesto fin a las calumniosas acusaciones del diablo. Al fondo de esta descripción tal vez esté el hecho de las delaciones tan abundantes en tiempos del emperador Domiciano y que tantas víctimas cristianas tuvieron como consecuencia. La alusión del vidente sería así un consuelo para los cristianos. Cuando Cristo venga a juzgar no habrá por qué tener miedo a los delatores. Nadie los acusará (Rom. 8, 31-34). A los ateos, el juicio les acarreará desgracia y condenación, pero para los amigos de Dios será juicio de salvación y de gracia. Mientras que en la antigüedad cristiana, al profesar la fe en el juicio final, el acento recae sobre el hecho de que el día del juicio traerá la salvación definitiva a los buenos y la esperanza está, por tanto, en el primer plano de la conciencia creyente, en la Edad Media se va destacando cada vez más la idea -también contenida en la fe en el juicio final- de que Cristo volverá y examinará nuestras vidas. La antigua confianza en el día del Señor fue desplazada por la angustia y el miedo a ese día. Cuanto más se multiplicaron los pecados dentro de la Iglesia, tanto más tuvo que acentuar la Iglesia la seriedad del juicio. Y así empezaron los creyentes a hacerse la angustiosa pregunta: ¿Qué responderé yo, miserable? (Léase el himno Dies irae; la expresión más violenta de esta actitud son los frescos de Miguel Ángel sobre el juicio final).
DIES IRAE
(traducción al castellano)
Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
La trompeta, esparciendo un sonido admirable
por los sepulcros de todos los reinos
reunirá a todos ante el trono.
La muerte y la Naturaleza se asombrarán,
cuando resucite la criatura
para que responda ante su juez.
Aparecerá el libro escrito
en que se contiene todo
y con el que se juzgará al mundo.
Así, cuando el juez se siente
lo escondido se mostrará
y no habrá nada sin castigo.
¿Qué diré yo entonces, pobre de mí?
¿A qué protector rogaré
cuando apenas el justo esté seguro?
Rey de tremenda majestad
tú que, salvas gratuitamente a los que hay que salvar,
sálvame, fuente de piedad.
Acuérdate, piadoso Jesús
de que soy la causa de tu calvario;
no me pierdas en este día.
Buscándome, te sentaste agotado
me redimiste sufriendo en la cruz
no sean vanos tantos trabajos.
Justo juez de venganza
concédeme el regalo del perdón
antes del día del juicio.
Grito, como un reo;
la culpa enrojece mi rostro.
Perdona, Señor, a este suplicante.
Tú, que absolviste a Magdalena
y escuchaste la súplica del ladrón,
me diste a mí también esperanza.
Mis plegarias no son dignas,
pero tú, al ser bueno, actúa con bondad
para que no arda en el fuego eterno.
Colócame entre tu rebaño
y sepárame de los machos cabríos
situándome a tu derecha.
Confundidos los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos.
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.
Día de lágrimas será aquel renombrado día
en que resucitará, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdónalo, oh Dios.
Señor de piedad, Jesús,
concédeles el descanso. Amén.
2. Doctrina de la Iglesia
Respecto al hecho del juicio universal, es dogma de fe que después de la resurrección el mundo será juzgado. La Iglesia profesa este dogma siempre que confiesa la vuelta de Cristo. Hasta qué punto conforma la vida, se deduce del hecho de que la Iglesia ha recogido ese dogma en su oración diaria (Símbolos apostólico y niceno-constantinopolitano). Muchos juicios particulares preceden al juicio final; en ellos son determinados definitivamente los destinos de los hombres en particular. Los juicios particulares no serán ni revisados ni corregidos en el juicio universal, sino que serán confirmados y dados a conocer públicamente. En esto sentido, el juicio universal es llamado juicio final.
3. Testimonio de la Escritura en el AT
El juicio universal tiene una larga prehistoria que se extiende por toda la historia humana. El AT y NT dan testimonio de él.
a) El AT dice que el juicio de los pecados empezó el primer día de la historia humana, ya que los hombres pecadores fueron expulsados del Paraíso y un ángel con espada de fuego vigiló su entrada. Se continuó en el diluvio y a través de las catástrofes de los siglos. Cada vez se profetiza con más insistencia el día en que serán expiados todos los pecados. Es el "día del Señor"; atribulará a su pueblo y a todos los pueblos para vengar todas las injusticias; con estas palabras se alude en primer lugar a las catástrofes nacionales y caída de pueblos, estados, culturas y ciudades. Como todas las profecías viejotestamentarias, las amenazas de juicio deben ser entendidas con perspectiva. El juicio de Dios se hará por grados sucesivos a través de los siglos. Cada juicio particular es una fase en la ejecución del juicio final. Cada uno de ellos alude al futuro. Todas las tribulaciones son transparentes y detrás de ellas se ve irrumpir y ascender una nueva. Detrás de cada catástrofe se adivina una más terrible, hasta que llegue el día aludido por todos los anteriores días al día del juicio. Karl Barth describe estas relaciones de la manera siguiente:
"¿Qué significa "juicio" en el AT? El juicio se cumple primeramente de modo muy concreto y muy a menudo en forma de desgracias nacionales desde la plaga de serpientes en el desierto hasta la destrucción de Jerusalén. Sin el terrible primer plano de una concepción de esta especie, que, según el AT, a pocas generaciones de este pueblo va a poder ser ahogada sin la imagen realísima de una multitud de muertos y de las largas filas de exilados, no se sabe lo que es el juicio en el AT. Y, sin embargo, a la idea viejotestamentaria de juicio no le viene su seriedad y rigor de ahí. Pues detrás de todo eso hay algo más terrible: el fin del amor de Dios, el repudio y todavía más la abrasadora ira de Dios sobre todos los pueblos, el juicio universal. Esto no es presente, es futuro en el más estricto sentido. Pero ese futuro es lo que importa justamente en el presente. Más allá de las llamas encendidas por los enemigos y que devastan Samaria y Jerusalén, pero también en definitiva Nínive y Babilonia, ven los profetas esta otra llama inapagable. Y de ese segundo plano, del juicio futuro, hablaron al hablar amenazadores y decididos de aquel primer plano".
b) El "día del Señor" de que hablan los profetas viejotestamentarios es primariamente el día en que Dios mismo entra en la historia humana, el día de la encarnación. Juan Bautista le profetiza como día de juicio (Mt 3, 7-12). En Cristo alcanzan, pues, su punto culminante los juicios viejotestamentarios. En El empezó la fase del juicio que es la introducción del discernimiento definitivo de los hombres. Pues Cristo fue puesto para caída de algunos y resurrección de muchos (Lc. 2, 34). Lo empezado por Cristo se completa en el juicio final. Su manifestación, su palabra y su obra preparan el juicio final y lo introducen en la historia realizándose en el juicio que Cristo significa durante su vida terrena y a través de los siglos.
4. Testimonio de la escritura en el NT
Ya hemos explicado en qué sentido es Cristo un juicio para la humanidad. Quien se acerca a Cristo en la fe y a través de El se dirige al Padre, es libre de la maldición del pecado, pero quien lo rechaza, queda bajo la maldición; no necesita ya ser juzgado; ya está juzgado (Jn. 5, 24; 12, 37-48; 16, 11).
Por feliz que sea el mensaje de la Cruz para los creyentes, para los que se cierran a él y lo rechazan es catastrófico. Ahora están doblemente perdidos y caen en un juicio mucho peor. Se enmarañan mucho más en su soberbia, porque cuanto más cerca viene Dios, tantos más esfuerzos tienen que hacer para perseverar en su orgullo e independencia.
Desde la muerte de Cristo irrumpen en el mundo que rechaza a Cristo juicios punitivos siempre nuevos y siempre crecientes por culpa del pecado. Cuanto más intenso se haga el apartamiento de Dios, tanto más fuertes serán los juicios de Dios. En las catástrofes de toda especie, en la caída de reinos y ciudades, empezando por la destrucción de Jerusalén hasta la aniquilación de Babilonia, en el fuego que devora hombres, casas y animales, en el mar que se traga campos y bosques, en las guerras que matan ejércitos y pueblos, Dios juzga al mundo que desprecia su amor y reniega de la Cruz de su Hijo.
El sentido de todos los juicios divinos anteriores al juicio universal es la revelación de la gloria de Dios, que no permite que nadie se burle de ella, pero a la vez es la salvación de los hombres. Los juicios de Dios llaman a reflexión y guardan de la condenación del último juicio. Pero los hombres no se convierten. Se endurecen en su vanidad, egoísmo y orgullo, cuando los juicios de Dios se hacen más duros. Sienten que es la mano de Dios que se posa sobre ellos, pero maldicen a quien quiere salvarlos y terminan con la maldición en los labios, mientras podían haberse salvado diciendo una sola palabra de adoración (Apoc. 16, 19-21).
El Apocalipsis de San Juan describe los últimos juicios de Dios, antes del juicio final, en imágenes llenas de pavor y terror. La visión del capítulo 14 demuestra que las últimas tribulaciones deben ser interpretadas como juicios de Dios. San Juan la describe así (Apoc. 14, 14-20).
Como el cristiano sabe que a pesar de su comunidad con Cristo sigue siendo pecador, desea los juicios anteriores al final, para sustraerse a éste. Las tribulaciones de la vida son una forma de juicio. Pero hay otro espacio en que Dios hace sus juicios de amor; quienes los desprecian son condenados; es el ámbito del misterio, el mundo de los sacramentos.
El juicio final es, pues, preparado por múltiples y variados signos. Todos estamos suficientemente prevenidos de su implacable seriedad.
Durante su vida terrena Cristo ya aludió a esa su última palabra sobre la historia humana (Mt. 16, 27; Lc. 22, 30; Jn. 5, 22). El juicio al fin de la historia humana concede su importancia y responsabilidad a la misma historia. Vale la pena hacer cualquier sacrificio por escapar al juicio del último día. La condenación cae tanto sobre quienes se cierran al mensaje del reino de Dios como sobre quienes no configuran su vida según ese mensaje. "No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de iniquidad" (Mt. 7, 21-23).
En las profecías del fin del mundo da Cristo una descripción metafórica de la ejecución del Juicio (Mt. 25, 31-46). Cfr. Mt. 13, 24-43.
La profecía de Cristo sobre el juicio final es una parte fundamental de la predicación apostólica. Los Apóstoles tenían -como dice San Pedro- la misión de predicar al pueblo que Cristo ha sido nombrado por Dios Juez de vivos y muertos (Hch. 10, 42). También San Pablo predica en Atenas que Dios ha determinado un día para juzgar al mundo en justicia (Hch. 17, 31; cfr. 24, 25; Al Cor. 5, 10; II Tes. 1, 5-10; Tim. 4, 1. 8; Hebr. 6, 2; 9, 27; 10, 27; 12, 23; 14, 4, I Pe. 1, 17; II Pet. 2, 3; Jn. 4, 17; Stgo. 2, 13; Jud. 15; Apoc. 6, 10; 11, 18).
Dios retarda el juicio para dejar a los hombres tiempo de hacer penitencia. El tiempo que transcurre hasta la vuelta de Cristo es tiempo de conversión y arrepentimiento. Es signo de la paciencia que Dios tiene con el hombre (2 Pe. 3, 9). Cuando se pase ese tiempo, ya no habrá más plazos (Apoc. 10, 6). Quien pensando en la longanimidad de Dios haya perseverado confiadamente en sus pecados, tendrá que oír: "¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te atrae a penitencia? Pues conforme a la dureza y a la impenitencia de tu corazón, vas atesorándote ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras; a los que con perseverancia en el bien obrar buscan la gloria, el honor y la incorrupción, la vida eterna; pero a los contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen a la injusticia, ira e indignación" (Rom. 2, 4-8). Cfr. II Pe. 3, 9.
El día del Señor revelará las obras de todos ante todo el mundo (I Cor. 3, 12-15). Como antes dijimos, en la predicación apostólica del juicio universal se acentúa el hecho de que los cristianos son liberados de las tribulaciones que el pecado les depara, mientras que los incrédulos y pecadores son condenados. San Pablo cuenta con la salvación de quienes se someten obedientemente a Cristo (Rom. 8, 31-32, I Cor. 5, 5; cfr. también 1 Jn. 4, 17). Consuela a sus lectores diciendo que el Señor vendrá en su gloria y les aconseja que sufran de forma que se hagan dignos del Señor.