«¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

Evangelio según San Lucas 1,39-56. 

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 

Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz". Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! 

Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. 

Fiesta de la Visitación de la Virgen María

VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama. Por medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones. Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos los que la necesitan. Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.

Donde está María, allí está Cristo (1)

Fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001
SS Juan Pablo II

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)

Resuenan en nuestro corazón las palabras del evangelista san Lucas:  "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de "pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo. En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación:  la Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.

Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el don de Dios:  como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.

Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico. Es muy significativo que en el último día de mayo se celebre la fiesta de la Visitación.

Con esta conclusión es como si quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico.

A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros. (2)

El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador 
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo. El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con prontitud" (Lc 1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "¡Ya reina tu Dios!" (Is 52,7). Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino. La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51). En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40). San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías. Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"" (Lc 1,41-42). En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo. Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres", indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina (3)

(1) www.catholic.net 
(2) (©L'Osservatore Romano - 8 de junio de 2001)
(3) (L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96)

Una homilía griega del siglo 4º 
Atribuida, erróneamente, a S. Gregorio de Neocesarea, llamado el Taumaturgo, nº 2; PG 10, 1156s

«¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

«En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre e Isabel se llenó del Espíritu Santo.» Es así como obra la voz de María, que llena a Isabel del Espíritu Santo. Como una fuente eterna, con su lengua profética anuncia a su prima un río de gracias, y hace remover y saltar de gozo los pies del niño retenido en su seno: ¡Figura de una danza maravillosa! Cuando aparece María, llena de gracias, todo desborda de gozo. 

«Entonces Isabel dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» Eres bendita entre las mujeres. Eres el principio de su regeneración. Nos has abierto el acceso libre al paraíso y has disipado nuestros antiguos dolores. No, después de ti, la multitud de mujeres ya no sufrirá más. Las herederas de Eva ya no temerán más su vieja maldición, ni los dolores de parto. Porque Jesucristo, el redentor de nuestra humanidad, el Salvador de toda la naturaleza, el Adán espiritual que cura las heridas del hombre terrestre, Jesucristo, sale de sus sagradas entrañas.  «¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!»

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
Tiempo Ordinario. Las ideas no detienen la caridad de Cristo, los discursos no sofocan la realidad de su amor.

Oración introductoria
Señor, Padre mío, este momento de oración es tuyo. Ayúdame a darte la calidad y cantidad de tiempo que te pertenece. Déjame sentir tu presencia amorosa, aunque no soy digno de ello, para que descubra el camino que me puede llevar a la santidad.

Petición
Jesús, que sepa corresponder a la gracia de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Usted me pregunta también cómo entender la originalidad de la fe cristiana, ya que esta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, en comparación con otras creencias que giran entorno a la absoluta trascendencia de Dios. La originalidad, diría yo, radica en el hecho de que la fe nos hace partícipes, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios, que es Abbá y, de este modo, en la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluidos los enemigos, en signo del amor.

En otras palabras, la filiación de Jesús, como ella se presenta a la fe cristiana, no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y todos los demás: sino para decirnos que, en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión. Por cierto, de aquello se deduce también -y no es poca cosa-, aquella distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, que está consagrado en el "dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", afirmada claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente.

La Iglesia, por lo tanto, está llamada a diseminar la levadura y la sal del Evangelio, y por lo tanto, el amor y la misericordia de Dios que llega a todos los hombres, apuntando a la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le toca la difícil tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana» (S.S. Francisco, carta del papa al director del diario La Repubblica, 11 septiembre de 2013).

Reflexión
¿Qué es lo que está permitido hacer al hombre en cada momento? ¿El bien o el mal? ¿Acaso no hay tiempo para volver a amar? ¿Puede el católico guardase el amor al prójimo por las circunstancias que le rodean? Antes se litigaba sobre el sábado. Hoy en cambio vamos por lo fundamental, el amor. En el amor está la curación de todos los verdaderos males que existen en el mundo. En el amor se encuentra la felicidad que errantes buscamos todos los hombres. En el amor está la salvación. Y allí es donde radica la parte oscura de la felicidad... ¿se es capaz hoy de amar? No basta con decirlo, pensarlo e incluso desearlo. Hay algo más. Hace falta actuar.

Las ideas no detienen la caridad de Cristo; los discursos no sofocan la realidad del amor; las buenas intenciones no estancan la curación de un enfermo. Todos los enfermos sabemos lo que significa estar sano. Lo sabemos justamente porque estamos enfermos, fríos y sin amor. Necesitamos el calor que derrita nuestro hielo. Un calor que ha traído Cristo "para que el mundo arda".

Sólo que aún falta un requisito esencial: extender la mano. Quien no acerca la mano al fuego, jamás se quemará. Quien no se acerca a Cristo, no sufre con quien sufre y no extiende la mano al que lo necesita... Jamás quedará sano. Y Jesús vuelve a pedirnos que la extendamos, aunque sea sábado. ¿Acaso no la hemos extendido tantas veces para alejarlo? ...y hemos tirado la piedra y escondido la mano. Y hoy Jesús ha querido venir para hacernos de nuevo la invitación. No hagamos que se retire por el hecho de que no hemos querido extender la mano... al amigo, al necesitado y al prójimo.

Propósito
Pedir a Dios la sabiduría y la fuerza de voluntad para orientar todos mis esfuerzos a cumplir su voluntad.

Diálogo con Cristo
El catolicismo no es una religión para robots, ni para quien cree que ya no importa su decisión ni esfuerzo, porque ya está predeterminado su destino. Gracias, Padre bueno, por darme la inteligencia, la voluntad y la libertad para saber escoger siempre la mejor parte, aquella que me lleve a cumplir tu voluntad.

Cuando arrecia la tormenta
Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado.


Estaba tan tranquilo mi Señor, que pensaba que ya nada malo me podía volver a ocurrir. Tenía una alegría sincera, y no era la felicidad de tener todo bajo control, sino la extraña sensación de haber sido capaz de llegar a un puerto seguro. Como un barco que logra lanzar el ancla en una bahía abrigada de los vientos del mar abierto, para poder poner el pie en tierra y buscar el calor de una casa acompañada de buena comida y amigos. Amigos que me hagan sentir seguro, amado y esperado.

Y de repente, mi Señor, la tormenta se echó sobre mí con toda su fuerza, una vez más. Imprevistamente me encontré en mar abierto, arrancado del calor del hogar para sentir nuevamente la confusión de haber perdido la seguridad, la paz, el cobijante calor del hogar. No quiero pasar por esto, no estoy preparado, porque la herida que sufrí la vez anterior todavía no ha sanado, aun me duele y ya estoy nuevamente expuesto a una nueva herida, quizás peor que las anteriores.

La tormenta arrecia, por fuera y dentro mío también, aquí mismo. Los golpes se suceden uno tras otro, es difícil de explicar lo difícil que es sentir que me has abandonado Señor. A pesar de que te he visto a mi lado tantas veces, ahora estas tan lejos que ni siquiera tengo certeza de que pueda volverte a oír, y hasta me asaltan dudas de que realmente existas.

En el vacío del abandono, en medio de la noche más negra de mi alma, la tormenta hace destrozos y arranca sentimientos de enojo, de furia, que rápidamente se disipan para dar lugar al miedo, a la desesperación, a la muerte de la fe. El viento destructor es tan frio que mata todo lo que toca, deja una sensación de vacío y silencio interior semejante a una roca cubierta de escarcha y hielo. Toco y busco vida, pero el vacío en mi pecho parece decirme que todo está perdido, que ya no hay esperanza. Un corazón muerto, yermo.

En ese punto límite cuestiono todo lo que siempre me has enseñado, Señor. Hasta dudo de mis diálogos contigo, quizás fueron pérdida de tiempo y signo de locura. Si, empiezo a creer que Tus Caminos fueron un engaño, una falsa idea instalada en mi mente. Quizás Tu Palabra fue un espejismo de mi imaginación, porque aquí ya no hay nada, solo esta tormenta tremenda que arranca y rompe todo lo que me dio seguridad en el pasado.

Y justamente cuando más arrecia la tormenta, cuando he decidido solo confiar en mis propias fuerzas, es que veo el engaño al que he sido arrojado, una vez más. Ya no esperaba nada, solo me dejaba mecer por los golpes que una y otra vez me sacudían como una hoja muerta. Y sin embargo algo se encendió dentro de mí, una pequeña luz, una chispa en medio de la oscuridad. Creí que  era solo mi imaginación, pero no, allí estaba nuevamente. Un anhelo de seguir, una repentina ilusión de levantarme y hacer frente al viento arrasador. El hielo que cubre mi alma empieza a transformarse en agua, quiere derretirse ante el calor que asoma por debajo de la carne de mi corazón, que quiere volver a latir.

Esa luz repentina que pones en medio de la tormenta, ese calor casi imperceptible que hace latir nuevamente a mi corazón, ese renacer de la esperanza cuando todo está perdido. ¡Debes ser Tú, mi Señor! No hay otro que pueda hacer eso, nadie puede imponerse a la desesperanza como Tú, porque Tú eres la Esperanza misma. No es que no arrecie la tormenta, es solo que sé bien que Tú eres el Dios de las tormentas, Tú las haces y las deshaces y no hay fuerza o contrariedad que pueda superar a Tu Voluntad.

¡Señor, aquí está Tu siervo, Tu siervo Te escucha mi Señor, rescátame de este pozo de desesperación!

Y suavemente te digo al oído, cuando te pones a mi lado: Una Palabra tuya bastará para sanarme, Señor. No hace falta que entres a mi casa, porque mi fe se ha restablecido y ya no confiaréAncla en mis fuerzas, sino solo en Tu Poder, mi Dios. Mi alma canta, se alegra por todas Tus maravillas, porque iluminaste mi noche y te impusiste a mis miedos. ¡Ya no temo a la tormenta que ruge a mi alrededor! Sé que nada ocurre sin que Tú así lo permitas, o lo desees. Por eso confío en que nada me puede pasar, a mí que soy Tu siervo, Tu hermano, Tu hijo.

Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado. Los vientos arrasadores solo alimentan mi alegría de saberme amado por Ti, de saberme Tu hermano, de poder compartir el dolor del Dios del Dolor. Dame Señor de lo que necesito, Tú me conoces en lo más profundo de mi corazón, hurga en mi alma ennegrecida y pon allí el brillo de Tu Amor para que la aurora me encuentre aferrado a Ti.

El Papa en Sta. Marta: Quien no vive para servir, no sirve para vivir

En la homilía de este martes, el Santo Padre recuerda que el servicio y el encuentro hacen experimentar una “alegría” que “llena la vida”
Si aprendiéramos el servicio e ir al encuentro de los otros, “cómo cambiaría el mundo”. Así lo ha indicado el papa Francisco al concluir la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. Este martes, el Santo Padre ha dedicado su reflexión a la Virgen, en el último día del mes mariano. Servicio y encuentro hacen experimentar una “alegría” que “llena la vida”. Así, ha destacado la valentía femenina, capacidad de ir al encuentro de los otros, mano extendida en señal de ayuda, cuidado. Son ideas que el Papa traza del pasaje del Evangelio que narra la visita de María a santa Isabel. Este pasaje –observa– junto a las palabras del profeta Sofonías en la Primera Lectura y de san Pablo en la segunda diseña “una liturgia llena de alegría” que llega como una bocanada de “aire fresco” a “llenar nuestra vida”. Por eso, el Santo Padre ha advertido lo feo que es ver cristianos “con la cara retorcida”, “tristes”. De este modo ha asegurado que “no son plenamente cristianos”. Y ha añadido que “en esta atmósfera de alegría, que la liturgia de hoy nos da como un regalo” ha querido subrayar dos cosas: una actitud y un hecho. La actitud sobre la que ha reflexionado es “el servicio”. En esta línea, el Santo Padre ha precisado que el de María es un servicio que se lleva a cabo sin dudar. María fue “deprisa” y esto, ha explicado Francisco, a pesar de que estaba embarazada y corriendo el riesgo de encontrar ladrones en el camino. “Esta chica de dieciséis o diecisiete años, no más, era valiente. Se levanta y va”, ha observado. Al respecto, el Pontífice ha hablado de la “valentía de mujer”.

Las mujeres valientes que hay en la Iglesia son como la Virgen. Así ha precisado que son “estas mujeres que llevan adelante la familia, estas mujeres que llevan adelante la educación de los hijos, que enfrentan tantas adversidades, tanto dolor, que curan los enfermos…”. Valientes: “se alzan y sirven, sirven. El servicio es signo cristiano. Quien no vive para servir, no sirve para vivir. Servicio en la alegría, esta es la actitud que yo quisiera subrayar. Hay alegría y también servicio. Siempre para servir”. El segundo punto sobre el que se ha detenido el Papa es el encuentro entre María y su prima. “Estas dos mujeres se encuentran y se encuentran con alegría”, ese momento es “todo fiesta”. Por eso, ha advertido de que si nosotros aprendiéramos esto, el servicio de ir al encuentro con los otros, “cuánto cambiaría el mundo”. Al respecto, el Santo Padre ha observado que el encuentro es otro signo cristiano. “Una persona que se dice cristiana y no es capaz de ir al encuentro de los otros, de encontrar a los otros, no es totalmente cristiana”, ha precisado. Por eso ha recordado que tanto el servicio como el encuentro requieren salir de uno mismo: salir para servir y salir para encontrar, para abrazar a otra persona. Finalmente, el Papa ha señalado que el Señor está en el servicio, el Señor está en el encuentro”.

Visitación de la Virgen
Fiesta Litúrgica

Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.

Por medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.

Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos que la necesitan.

Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.

Visita también Dos mujeres excepcionales

Discursos de S.S. Bendicto XVI

Catequesis de Juan Pablo II sobre la Visitación

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