«Dichosos los pobres en el espíritu»
- 06 Junio 2016
- 06 Junio 2016
- 06 Junio 2016
Evangelio según San Mateo 5,1-12.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
San Marcelino Champagnat
San Marcelino Champagnat, presbítero y fundador
En Saint-Chamond, en el territorio de Lyon, en Francia, san Marcelino Champagnat, presbítero de la Sociedad de María, que fundó el Instituto de Hermanos Maristas de la Enseñanza, para la formación cristiana de los niños.
Marcelino Champagnat, sacerdote francés que fundó la congregación de los Hermanos Maristas. Nació el año 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey al sur de Lyon. Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos, Marcelino fue el noveno. Tenía 24 años, cuando con otros seminaristas compañeros de estudios, empezó a madurar la idea de fundar una congregación de Hermanos, dedicados a la enseñanza y a la catequesis de los niños. Tres años después fue ordenado sacerdote y lo destinaron a La Valla. En el pueblo los niños no tenían escuela ni catequesis, y los mayores apenas iban a la iglesia. Marcelino empezó a hablar con la gente, se hizo cercano a todos, y el pueblo lo aceptó de buen grado. Tras una fuerte experiencia con un joven moribundo, el P. Champagnat decide fundar una congregación de Hermanos que se dedicaran a la enseñanza y a la catequesis de los niños y jóvenes, especialmente los más necesitados. Enseguida dio los primeros pasos, y el 2 de enero de 1817 reunió, en una casita alquilada cerca de la parroquia, a dos jóvenes que le habían manifestado su deseo de ser religiosos. Se llamaban Juan María Granjon y Juan Bautista Audras.
Éste fue el principio de los Hermanos Maristas. Pronto acudieron otros jóvenes. Marcelino les ayudó a organizar su vida en comunidad: oración y trabajo, formación personal, sencillez y pobreza. Y una filial devoción a la Virgen María, bajo cuya protección se puso, desde el primer momento, la naciente congregación. Después de un periodo de formación, el P. Champagnat les dio un hábito religioso y los jóvenes firmaron sus primeros compromisos (votos) Al cabo de un año, Marcelino abrió una escuela en La Valla y enseguida se hicieron cargo de ella los Hermanos. Después de esta primera escuela vinieron muchas más. Los párrocos y alcaldes de los pueblos vecinos se disputaban a los Hermanos. Así, el Instituto de los Hermanos Maristas comenzó a crecer, no sin dificultades, y hubo que construir una nueva casa, porque en La Valla ya no cabían todos.
Murió en la madrugada del 6 de junio de 1840, a los 51 años, rodeado de sus Hermanos. Sus restos descansan en la capilla de Ntra. Sra. del Hermitage. En el momento de su muerte, la congregación tenía cerca de 300 Hermanos, 50 casas y escuelas, y alrededor de 7.000 alumnos. E P. Marcelino Champagnat fue declarado «Beato» en Roma, por S. S. Pío XII, el 29 de Mayo de 1955, domingo de Pentecostés. Tras un largo y detallado estudio, los expertos habían declarado la autenticidad de dos milagros obtenidos por su intercesión.
La ceremonia de canonización del P. Marcelino Champagnat fue celebrada el domingo 18 de abril de 1999, por Juan Pablo II. Sus pensamientos y su obra nos muestran el gran amor a Jesús y a María: « Todo a Jesús por María; todo a María para Jesús»
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Marcelino Champagnat para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Isaac de Stella (¿-c. 1171), monje cisterciense Sermón 1, para la fiesta de Todos los Santos
«Dichosos los pobres en el espíritu»
Todos los hombres, sin excepción, desean la felicidad, la dicha. Pero referente a ella tienen ideas muy distintas; para uno está en la voluptuosidad de los sentidos y la suavidad de la vida; para otro, en la virtud; para otro, en el conocimiento de la verdad. Por eso, el que enseña a todos los hombres, comienza por enderezar a los que se extravían, dirige a los que se encuentran en camino, y acoge a los que llaman a su puerta... Aquel que es «El Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6) endereza, dirige, acoge y comienza por esta palabra: «Dichosos los pobres en el espíritu».
La falsa sabiduría de este mundo, que es auténtica locura (1C 3,19), pronuncia sin comprender lo que afirma; declara dichosa «la raza extranjera, cuya diestra jura en falso, cuya boca dice falsedades» porque «sus silos están repletos, sus rebaños se multiplican y sus bueyes vienen cargados» (Sl 143, 7-13). Pero todas sus riquezas son inseguras, su paz no es paz (Jr 6,14), su gozo, estúpido. Por el contrario, la Sabiduría de Dios, el Hijo por naturaleza, la mano derecha del Padre, la boca que dice la verdad, proclama que son dichosos los pobres, destinados a ser reyes, reyes del Reino eterno. Parece decir: «Buscáis la dicha, y no está donde la buscáis, corréis, pero fuera del camino. Aquí tenéis el camino que conduce a la felicidad: la pobreza voluntaria por mi causa, éste es el camino. El Reino de los cielos en mí, ésta es la dicha. Corréis mucho pero mal, cuanto más rápidos vais, más os alejáis del término...»
No temamos, hermanos. Somos pobres; escuchemos al Pobre recomendar a los pobres la pobreza. Podemos creerle pues lo ha experimentado. Nació pobre, vivió pobre, murió pobre. No quiso enriquecerse; sí, aceptó morir. Creamos, pues a la Verdad que nos indica el camino hacia la vida. Es arduo pero corto; la dicha es eterna. El camino es estrecho, pero conduce a la vida (Mt 7,14).
La verdadera grandeza
Mateo 11, 25-30. Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús Ciclo A.
Oración introductoria
Dios mío, Tú eres rico en misericordia, al punto tal de entregarnos a tu Hijo Jesús, para librarnos del pecado. Me reconozco pecador, indigno y débil, humildemente imploro me acojas en esta oración porque quiero permanecer en tu rebaño.
Petición
Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por mis pecados, ten piedad y misericordia.
Meditación del Papa Benedicto XVI
Cuántas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro corazón. Pero aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger.
Queridos jóvenes, ¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdón a Dios acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Señor os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de su alegría: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte» (Benedicto XVI, Mensaje para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud).
Reflexión
En un estanque vivía una colonia de ranas. Y el sapo más viejo se creía también el más grande y el más fuerte de toda la especie. Cada mañana se posaba a la orilla del estanque y comenzaba a hincharse para atraer la atención de sus vecinas y para presumir su tamaño y su fuerza. Un buen día se acercó un buey a beber; y el sapo, viendo que éste era más grande que él, comenzó a hincharse e hincharse, más que en otras ocasiones, tratando de igualarse al buey. Y tanto se infló que reventó. Así sucede también a muchos hombres que, por su ambición, su soberbia y prepotencia tratan de igualarse a otro buey (y también se podría escribir con "g"). Ya muy bien lo decía san Agustín: "La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano".
Feuerbach y Nietzsche -dos filósofos ateos del siglo pasado- lanzaron sus teorías del "super-hombre" y del dominio del más fuerte. Ideas tan tristes que desembocaron en la prepotencia nazi, en un racismo aberrante y en todas las formas de totalitarismo ateo que perseguía todo tipo de religión, especialmente la católica; esas ideas fueron las causantes de la Segunda guerra mundial y originaron un abismo de inhumanidad que ni siquiera excluyeron los terribles campos de concentración y de exterminio. Esa triste "ley del más fuerte" impone muchas veces el criterio de comportamiento entre los hombres, ¡tan penosa y de tan lamentables consecuencias para la convivencia humana! Y es que el poder, la ambición desenfrenada y la soberbia prepotente pudre el corazón de los hombres y crea verdaderos infiernos.
Y, sin embargo, Jesucristo nuestro Señor nos viene a hablar hoy de humildad, de mansedumbre y de servicio: "Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas"... ¿No es un mensaje ya trasnochado y pasado de moda? ¿Acaso el que triunfa, hoy en día, no es el hombre "fuerte", el "grande", el poderoso?
El pequeño, el débil y el humilde ni siquiera es tomado en cuenta; más aún, muchas veces es ridiculizado y emarginado. El mismo Nietzsche se mofaba de la humildad, diciendo que era "un vicio servil y un comportamiento de esclavos".
En el Evangelio de la fiesta del Sagrado Corazón, se nos presenta Jesús en oración bendiciendo a su Padre: "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado los misterios del Reino a los sabios y a los poderosos, y se los has revelado a los pequeños". ¡Qué contraste tan abismal! Pensamos que las gentes felices del mundo son los ricos, los poderosos, los grandes, los fuertes y los sabios. Y, sin embargo, nuestro
Señor llamó "dichosos" precisamente a los de la parte opuesta: "Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los pacíficos, los que padecen persecución... porque de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 1-12). Y hoy, Jesús nos sale con otra de las "suyas", invitándonos a la humildad. ¿Es que Jesús está loco?
¡Con razón nadie le hace caso! Parece que Él va siempre "en sentido contrario", contra corriente. Pero, no nos viene mal preguntarnos quién es el verdadero loco. A Nietzsche, al final de su vida, "se le saltaron la tuercas" y acabó suicidándose.
Jesús siempre se presentó así: manso y humilde. Después de la multiplicación de los panes, cuando la muchedumbre quería arrebatarlo para hacerlo rey, Él se les esconde y se va solo, a la montaña, a orar. Y cuando curó al leproso de su enfermedad inmunda o devolvió la vista al ciego de nacimiento; cuando hizo caminar al paralítico, curó a la hemorroísa,resucitó a Lázaro o a la hija de Jairo, no se dedicó a tocar la trompeta para que todo el mundo se enterara... Y, finalmente, cuando se decide a entrar triunfalmente en Jerusalén, no lo hace sobre un alazán blanco o sobre un caballazo prieto azabache, rodeado de un ejército de vencedor, sino montado en un pobre burrito, que era señal de humildad y de paz.
¡Definitivamente, Jesús no hacía milagros para "ganar votos" para las elecciones, ni se aprovechó de su popularidad entre la gente para hacerse propaganda política y ocupar los mejores puestos, como muchos de nuestros gobernantes! Él no era un populista o un demagogo como los que abundan hoy en nuestras plazas y manifestaciones públicas. Él no conocía, sin duda, esa "picardía" y oportunismo interesado, ni sabía mucho de eso que nosotros llamamos "técnicas de publicidad y de imagen"...
"Aprendan de mí -nos dice- que soy manso y humilde de corazón". Sí. Él había dicho durante su vida pública que "no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10,45) y lo cumple al pie de la letra. ¡Aquí está la verdadera grandeza: no la del poder, sino la grandeza de la humildad, de la mansedumbre y del servicio!
Si seguimos su ejemplo, Él nos asegura los frutos que obtendremos: "Encontrarán descanso para sus almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera". La persona humilde goza de una paz muy profunda porque su corazón está sosegado. Ese yugo y esa carga se refieren a la cruz que tenemos que llevar todos los seres humanos. Pero Cristo nos llena de paz y de felicidad en medio del dolor porque su presencia y su compañía nos bastan y nos sacian. Él es nuestra paz. Y no importa que nos lluevan las persecuciones, las calumnias, las injurias y todo tipo de mentiras.
Diálogo con Cristo
No importan las persecuciones. Tu nos llena de paz porque tu yugo es llevadero y tu carga ligera. Nos advertiste que seríamos perseguidos porque también te persiguieron a Ti y te condenaron a muerte por calumnias. Llamaste "bienaventurados a los perseguidos", y contigo tenemos asegurada la victoria y el triunfo definitivo.
Propósito
Poner en mi agenda de actividades la fecha de mi próxima confesión.
El Papa en Sta. Marta: Las bienaventuranzas son el navegador de la vida cristiana
En la homilía de este lunes, el Santo Padre advierte sobre tres peldaños donde podemos resbalar: idolatría de la riqueza, de la vanidad y del egoísmo
El papa Francisco ha invitado a seguir y vivir las bienaventuranzas, que como “navegadores” indican a los cristianos el itinerario correcto de la vida. Lo ha hecho durante la homilía de esta mañana en la misa celebrada en Santa Marta. Del mismo modo ha advertido sobre los tres peldaños de la “anti-ley” cristiana donde se puede resbalar: la idolatría de la riqueza, de la vanidad y del egoísmo.
Y para no perderse, a lo largo del camino de la fe, los cristianos tienen un indicador de dirección muy preciso: las bienaventuranzas. Ignorar las ruedas que propone puede suponer resbalar por los “tres peldaños” de los ídolos del egoísmo, idolatría del dinero, vanidad, la saciedad de un corazón que ríe con satisfacción propia ignorando a los otros.
A propósito del discurso de la montaña, el Santo Padre ha afirmado que Jesús “enseñaba la nueva ley, que no cancela la antigua” si no que la “perfecciona” llevándola a su plenitud.
Así, ha precisado que “esta es la nueva ley, esta que nosotros llamados las bienaventuranzas”. Es la nueva ley del Señor para nosotros. “Son la hoja de ruta, el itinerario, son los navegadores de la vida cristiana. Precisamente aquí vemos, en este camino, según las indicaciones de este navegador, que podemos ir adelante en nuestra vida cristiana”, ha observado.
El Pontífice ha proseguido la homilía completando el texto de Mateo con las consideraciones que el evangelista Lucas pone al final del mismo pasaje de las bienaventuranzas, es decir, como lo llama, la lista de los “cuatro problemas”: ay de los ricos, de los saciados, de los que ríen, de los que todos hablan bien. En esta línea ha recordado que ha dicho “muchas veces” que las riquezas son buenas” mientras “lo que hace mal” es “el apego a las riquezas” que se convierte en una “idolatría”.
De este modo, ha precisado que esta es la anti-ley, es el navegador equivocado. Al respecto ha observado que es curioso, “estos son tres peldaños que llevan a la perdición, así como las bienaventuranzas son los peldaños que llevan adelante en la vida”. Y estos tres peldaños que llevan a la perdición son el apego a las riquezas, porque no necesito nada. La vanidad que todos hablen bien de mí y el orgullo que es la saciedad, las risas que cierran el corazón.
Para concluir la homilía, el papa Francisco ha seleccionado una entre las bienaventuranzas que, afirma, “no digo que sea la llave” de todas “sino que nos hace pensar mucho”. Bienaventurados los mansos.
“Pero, Jesús dice de sí mismo: ‘aprended de mí que soy manso de corazón’, que soy humilde y manso de corazón’. La mansedumbre es una forma de ser que nos acerca mucho a Jesús. Sin embargo, la actitud contraria siempre conlleva a la enemistad, las guerras… muchas cosas, muchas cosas feas que suceden. Pero la mansedumbre, la mansedumbre de corazón que no es una tontería, no: es otra cosa. Es la profundidad en el entender la grandeza de Dios, y adoración”, ha finalizado el Pontífice.
Norberto, Santo
Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Obispo
Martirologio Romano: San Norberto, obispo, hombre de austeras costumbres y totalmente dedicado a la unión con Dios y a la predicación del Evangelio, que instituyó, cerca de Laon, en Francia, la Orden Premonstratense de Canónigos Regulares, y luego, designado obispo de Magdeburgo, en Sajonia, se mostró pastor eximio en la renovación de la vida cristiana y en la difusión de la fe entre las poblaciones vecinas († 1134).
Fecha de canonización: El Papa Gregorio XIII lo reconoció oficialmente como santo en 1582.
Breve Biografía
Norberto nació en Xanten (Alemania) de la noble familia, de los Gennep, hacia el 1080. Como era costumbre para todo segundo hijo de la nobleza, a Norberto le correspondía seguir la carrera militar o eclesiástica. Prefirió el segundo camino, no por vocación, sino por simple oportunidad. En efecto, siendo diácono pudo gozar de los muchos privilegios al lado del gran elector de Colonia y del emperador Enrique V, que lo propuso para una importante sede episcopal. Pero Dios tenía otros planes. Durante un paseo a caballo por el bosque, lo sorprendió un violento huracán que lo derribó del caballo y, como Saulo en el camino de Damasco, dijo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.
La respuesta que cambió radicalmente su vida poco edificante fue: “Abandona el camino del mal y haz el bien”. Ese episodio fue el comienzo de su conversión. Abandonó los lugares mundanos y se puso a la escuela del abad benedictino de Siegburg y de los canónigos de Klosterrath; después siguió el ejemplo del ermitaño Liudolfo pasando tres años en penitencia y en oración. En 1115 fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Colonia, y comenzó su actividad misionera itinerante.
Quiso dar el ejemplo despojándose de todos sus bienes y distribuyéndoselos a los pobres. Conservó para él una mula y diez monedas de plata, pero después dejó también esto y continuó sus peregrinaciones a pie y descalzo. En Francia, cerca a Nimes, se encontró con el Papa Calixto II quien lo animó a continuar por ese camino. El obispo de Laon, para tenerlo en su diócesis, le propuso ser el guía de los Canónigos regulares que seguían la Regla de San Agustín, y a quienes se les había asignado el convento de Praemonstratum. Así nació la Orden de los premonstratenses. Mientras tanto Norberto había continuado su actividad de predicador ambulante.
Se encontraba en Magdeburgo asistiendo a los funerales del obispo de esa ciudad, cuando el clamor popular lo eligió como sucesor. Fue un obispo incómodo para muchos. Tenaz, buen organizador, se ganó aplausos y enemistades. El emperador Lotario lo nombró canciller del imperio para Italia y el Papa Inocencio II extendió su jurisdicción a Polonia. Pero Norberto no olvidó la regla monástica de la pobreza y del ejercicio del apostolado entre la gente humilde del campo, y vivió integralmente el ideal de vida activa y contemplativa de los premonstratenses aun en el fulgor de los altos cargos. Murió en Magdeburgo, de regreso de una misión de paz en Italia, el 6 de junio de 1134. Fue canonizado en 1582.
Gracias, papá, ya te puedes marchar
"Tu vida ha sido una tesis de la parábola de los talentos"
Gracias, papá, ya te puedes marchar
"Los pobres estarán a la puerta del Cielo esperándote para llevarte a tu rinconcito junto al Padre"
Jesús Bastante, 06 de junio de 2016 a las 11:01
Mamá y tú ayudasteis a crecer a cientos de chicos y chicas que hoy son padres, y tienen hijos, y les enseñan aquellas cosas imprescindibles para ser buena gente y que vosotros les metisteis en el corazón
(Jesús Bastante).- Estabas ya muy malito. Supongo que intuías que te quedaban pocos minutos. Habías empezado con pequeños espasmos, tenías la mirada perdida. Entonces me acerqué, te limpié la boca, y me atreví a susurrarte al oído las seis palabras que llevaba preparando desde hace algo más de un año. Gracias, papá, ya te puedes marchar. Gracias, papá, ya te puedes marchar. Has luchado sin quejarte, sin descanso, durante los dos años largos que ha durado esta maldita enfermedad que te fue dejando sin fuerzas y sin palabras, especialmente a lo largo de los últimos meses, cuando aún así tratabas de hacerte entender en mitad de un atardecer que iba tornándose cada vez más oscuro. Todavía te quedaban varias lecciones que darnos, como las que diste durante toda tu vida. Dando ejemplo, mostrando nuevos caminos, siempre con una sonrisa, aspirando la vida hasta el último sorbo. Y con una fe, irrenunciable y optimista, en el Dios de la vida que es la mejor herencia que jamás nadie podrá dejar. En las últimas horas, alrededor nuestro ha desfilado una riada de gente, una nebulosa de cariño, en forma de caricia, de abrazo, de lágrima, de presencia silenciosa.
¡Cuánta gente os quiere, papá, mamá! Se esfuerzan, con toda su buena voluntad, en recordarnos que en los últimos tiempos ya no eras tú. Que nos quedemos con el recuerdo de quien fuiste antes de la enfermedad. Pero no es toda la verdad, ¿a que no? La de cosas que hemos aprendido en estos últimos meses. Hasta las últimas horas te esforzabas por caminar, por canturrear las palabras que queríamos leyeras, por mirarnos a la cara e intentar imitar nuestros gestos, escrutar nuestros rostros, reconocernos en las nubes de la memoria. Hace justo ahora una semana pasaste quince minutos intentando chasquear los dedos y disfrutando cuando pensábamos que lo lograbas. Y un día antes conseguiste "construir" un estuche con un folio para guardar los lápices. Confieso que la última palabra que escribiste me dejó "tocado", pero ése será nuestro secreto. ¡Si hasta cuando ya no podías hablar y te costaba recordar conseguiste hacer amigos que hoy han venido a llorarte y a dejarte una sonrisa! Y es que siempre supiste ofrecer a quien se acercara todo lo que tenías. Tu vida, papá, ha sido una tesis práctica de la parábola de los talentos. Y tú tenías una asombrosa capacidad para sembrar. Has logrado vivir plenamente, y siempre has hecho lo que te ha dictado el corazón, que no es lo mismo que hacer lo que te diera la gana. Ha sido el corazón, y no el deseo o la cabeza, quien ha gobernado tu vida. Y has conseguido ser tú a lo largo de todos tus pasos sobre esta tierra. Menguado, azotado, pequeñito, frágil, asustado... pero siempre tú hasta el final. O hasta este nuevo comienzo, que no todo acaba en estas letras, en este cuerpo. He tenido la inmensa fortuna de seguir viendo al Higinio al que quiero y admiro hasta tu último latido. Y eso me hace, aun entre lágrimas, sentirme profundamente feliz. Cuando te diagnosticaron la enfermedad (todavía no sé si has tenido Alzheimer, Afasia o varias clases de dolencias "degenerativas" entrelazadas), tuvimos una conversación, la primera de muchas. Curiosamente, hemos charlado mucho más en este tiempo en el que tus dificultades eran evidentes que durante los 38 años de vida compartida con anterioridad. Siempre he hablado más que tú, esto no es causa de la enfermedad: al menos, no de la tuya, tengo que aprender a escuchar más. Ese día hicimos un pacto: tú ibas a esforzarte, a hacer todo lo que te pidieran los médicos, a trabajar todo lo posible, primero en casa, luego con los amigos de Afal, después (cuando no hubo más remedio) en la resi... y yo no te iba a engañar. Tenías una enfermedad que afectaría tus recuerdos, tu capacidad para hablar, para expresarte, que poco a poco conseguiría ir minando tus fuerzas... pero que íbamos a aprovechar el tiempo. Y hoy puedo decir que ambos cumplimos nuestro acuerdo... salvo alguna mentirijilla que no me tendrás en cuenta, ¿verdad? Lo que no llegaste a perder, papá, fue tu capacidad de emocionarte, de hacernos sentir que seguías aquí, con nosotros. Siempre lo has hecho, desde pequeños, cuando nos lanzábamos sin cuerda por los puentes de la vida, creyendo que siempre seríamos de goma, que no nos romperíamos, y que si lo hacíamos estaríais mamá y tú para recogernos y llevarnos de vuelta a casa, limpiarnos los mocos y las heridas y conseguir que todo volviera a estar bien. Y de mayores, o en esa edad en la que el mundo nos dice que somos adultos y serios y responsables y adustos y feos, y nos empeñamos en dar lecciones a todo el mundo, incluso a nuestros padres. Daba igual: mamá y tú siempre estabais ahí, más cerquita o un poco más lejos, dependiendo de si estirábamos o dejábamos correr nuestra cuerda. Porque de adultos ya no nos atrevemos a lanzarnos de los puentes sin arnés, casco o seguro de accidente. La vida es otra cosa, y tú lo sabes muy bien, mucho mejor que yo. La vida la marca el amor, y las personas que te encuentras por el camino. Y las decisiones que se toman antes de dar cada paso, aunque eso suponga tener que desgajarte de una parte de tu ser... al menos sobre el papel, o para los convencionalismos del mundo y sus carceleros. Por amor entraste en el seminario, por amor te hiciste cura, por amor Dios, después, os puso a mamá y a ti en el mismo camino. Los guardianes de un dios muerto os pusieron todas las trabas del mundo, os cerraron las puertas, os negaron el pan y la sal, pero el Amor (éste hay que ponerlo en mayúsculas) os hizo salir adelante y construir una familia, un hogar. Una casa en la que habitar, y desde la que seguir construyendo. Sin ningún tipo de rencor, sin el menor asomo de tristeza o de culpabilidad. Porque tú continuaste siendo sacerdote, porque ese misterio -que yo no alcanzo a entender- no se pierde porque te obliguen a firmar un papel renunciando a celebrar la Eucaristía o a perdonar los pecados, aceptando que se te "redujera" a un estado laical que, lejos de empequeñecerte, te hizo más grande. Porque tú siempre cumplías lo que prometías. A mí, al menos, me lo has demostrado con creces hasta el final.
La nuestra ha sido una casa abierta, donde todo el mundo tenía un hueco a la mesa. Esas cosas ya no pasan en nuestro mundo. Podemos echarle la culpa a las prisas, a que ya no conocemos a nuestros vecinos, a que la crisis, la vida, el tiempo.... Podemos poner cualquier excusa. Pero lo cierto es que mamá y tú ayudasteis a crecer a cientos de chicos y chicas que hoy son padres, y tienen hijos, y les enseñan aquellas cosas imprescindibles para ser buena gente y que vosotros les metisteis en el corazón. Los mismos que ayer, durante el velatorio y el funeral, sentían que se les había muerto un padre. Y es que, gracias a vosotros, mis dos "hermanos de sangre" y yo tenemos una manta de "hermanos postizos".
Trabajasteis con jóvenes, con matrimonios, con ancianos, con los campamentos y los grupos de vida. Prácticamente fundasteis Cáritas en la diócesis de Getafe. Ayer, Joaquín, el obispo, tomó a mamá entre sus brazos y le dijo que los pobres estarían a la puerta del Cielo esperándote para llevarte a tu rinconcito junto al Padre. Ya debes estar sonriéndonos desde allí. Tal vez uno de ellos sea aquel hombre al que encontramos tirado en el suelo hace 27 años. ¿Te acuerdas? Qué pedazo de bofetada de realidad, y de Evangelio, me diste aquella noche. Veníamos, ¿recuerdas?, de la Vigilia Pascual. Habíamos disfrutado de la liturgia del Fuego (tremenda la fogata que hacíamos en la plaza de San Sebastián), la del Agua, la de la Palabra. Habíamos cantado que nuestro Dios no es un Dios muerto, que había Resucitado y que estaba vivo en todos los hombres y mujeres del mundo. Que no había que buscarlo tanto en la Cruz, en el Viernes Santo, sino más bien en la luz del Domingo, en la del Sepulcro Vacío, en la de los seres que caminan entre nosotros. Recuerdo estar eufórico y querer llegar a casa para compartir con mamá, que se había quedado viendo la misa del Papa por la tele, y que cruzamos por "la calle de atrás" para ahorrar camino. Y entonces le vimos: un pobre borracho, tirado en el suelo, sin moverse. Te agachaste, pequeñito como eras (antes estabas un poco más gordo), le tocaste el hombro y le preguntaste si estaba bien. No respondía. Mis violentos y cobardes 13 años me hicieron tirarte del brazo y pedirte que nos fuéramos a casa, que ese tipo se había agarrado una borrachera del copón y que ya se levantaría después de dormir la mona. Que no era asunto nuestro.
"No has entendido nada", me contestaste, como un bofetón seco. "Si no entiendes que Jesús ha resucitado en cada hombre y mujer del mundo, y que eso nos hace responsables de cuidarnos los unos de los otros, no ha servido de nada lo que hemos vivido hoy. Jesús es este hombre". Zas, en toda la boca. Me soltaste en una frase toda una lección de Teología, y después me hiciste buscar una cabina (¿recuerdas el tiempo en que sabíamos vivir sin teléfonos móviles? Seguro que sí, tú nunca conseguiste acostumbrarte a ellos) para llamar a una ambulancia. Y me obligaste a quedarme allí hasta que llegaron los de Urgencias para llevárselo. Y allí me quedé con esa sensación de pedante sabelotodo que a veces, todavía hoy, me ronda. Tú siempre me has ganado, también, en esto de la humildad. Hoy el Cielo está límpido y yo escribo desde la terraza. Espero no llevarme un colleja ;) La mañana de este domingo es clara y calurosa, y al fondo se vislumbran las montañas. Gracias, papá, ya puedes irte. Pero no te marches lejos, porque vamos a seguir necesitándote. Que todavía quedan muchas dudas para afrontar, muchas cosas que aprender, y un mundo entero por construir. Ambos tenemos una letra horrorosa -curiosamente, tú entendías la mía, y yo la tuya-, y seguramente precise algo de ayuda para terminar de descifrar las instrucciones del mapa de vida que nos dejas. Has sido un padre alucinante, si no te lo digo reviento. Mamá ha tenido una suerte tremenda. Tú también con ella, reconócelo. Nunca dos seres tan distintos se complementaron tan bien. Nos habéis puesto el listón tan alto que será difícil acercarse. Pero tenemos toda la vida para intentarlo. Estoy triste, pero muy tranquilo. Y, me atrevo a confesártelo, porque seguro que tú sí que me entiendes, contento. Te has "ido" muy bien, cuando el sufrimiento comenzaba a ser insoportable para ti... y para nosotros. Has dejado que estuviera preparado para despedirme, para aprender las penúltimas lecciones de tu vida. Y, ojo, que hemos hecho muchas cosas. Anoche hablaba con mamá, estuvimos mirando fotos un buen rato. En estos meses, ya acompañados de la enfermedad, conseguimos viajar a Roma, ir de vacaciones con los niños y la familia, conocer Teruel, celebrar con todos los tuyos un grandísimo cumpleaños en tu tierra, junto a la senda de Don Quijote, en tus queridísimas Tablas de Daimiel, que lograste volver a ver plenas de agua y de vida; y en esas rejas del santuario de la Virgen de las Cruces que ayudaste a forjar con tu padre, el herrero. Tú nunca nos diste cuchara de palo.
Gracias por dejarme vivir esta vida a tu lado. Gracias por quererme tanto. Y gracias por mamá, pedazo de mujer que conociste y amaste. Nunca Dios fue tan feliz como cuando el cura y la monja pidieron su bendición para formar una familia. Algún día, si ella me deja, habrá que escribir vuestra historia. Nuestra historia.
Gracias, papá, y hasta dentro de un rato. Ya puedes irte. Hablamos pronto. Descansa y sueña. Dale un abrazo al Señor de nuestra parte. Dile que hombres como tú hacen posible hablar de un Dios de vida con mayúsculas. O, mejor, no se lo digas, el vanidoso soy yo. Total, Él ya lo sabe, te tiene al lado.
Gracias por querernos tanto. Y tan bien. Gracias, papá, ya te puedes marchar.