“Debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes”

Evangelio según San Mateo 5,13-16. 

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. 

San Roberto de Newminster

San Roberto, abad
En Newminster, en el territorio de Northumberland, en Inglaterra, san Roberto, abad de la Orden Cisterciense, el cual, amante de la pobreza y de la vida de oración, junto con doce monjes instauró este cenobio, que a su vez fue origen de otras tres comunidades de monjes.

Gargrave, localidad del distrito de Craven, en Yorkshire, fue el lugar de nacimiento de san Roberto. Tras de haber recibido las órdenes sacerdotales, fue rector en Gargrave durante un tiempo y después tomó el hábito de los benedictinos en Whitby. Algo más tarde, obtuvo el permiso de su abad para unirse a otros monjes de la abadía de Saint Mary, en York, quienes se habían agrupado, autorizados por el arzobispo Thurston, y en los terrenos que le habían sido cedidos, con el propósito de dar nueva vida a la estricta regla benedictina.

Ahí, en la mitad del invierno, en condiciones de extrema pobreza, sobre el desnudo suelo del valle de Skeldale, fundaron los monjes un monasterio que, más tarde, llegaría a ser famoso como Fountains Abbey (Abadía de las Fuentes), nombre que se le dio en relación con unos manantiales que había en las proximidades. Por su expreso deseo, los monjes estaban afiliados a la reforma del Cister, y Fountains se convirtió, con el tiempo, en una de las casas más fervientes de la orden. El espíritu de la santa alegría imperaba sobre una vida de ejercicios de devoción, alternados con los duros trabajos manuales. En un sitio prominente entre los monjes se hallaba san Roberto, en razón de su santidad, su austeridad y la dulzura inmutable de su carácter. «En sus modales era extremadamente modesto -dice la Crónica de Fountains-, lleno de gentileza cuando estaba en compañía, misericordioso en los juicios y ejemplar en la santidad y sabiduría de sus conversaciones».

Ralph de Merly, el señor de la región de Morpeth, visitó la abadía en 1138, cinco años después de su fundación, y quedó tan hondamente impresionado por la virtud de los hermanos, que decidió construir un monasterio para el Cister en sus propiedades. Para habitar en la nueva casa, conocida con el nombre de abadía de Newminster, lord Morpeth sacó de Fountains a doce monjes y, para gobernarlos, se nombró abad a san Roberto. El santo conservó el puesto hasta su muerte. A fuerza de trabajo constante, logró que la abadía floreciese de manera tan extraordinaria, que, para 1143, pudo fundar una segunda casa en Pipewell, en Northamptonshire y, más tarde, otras dos en Sawley y en Roche.

Como hombre entregado a la meditación y a la plegaria que era, escribió un comentario sobre los Salmos que, desgraciadamente, no ha sobrevivido. Se le habían otorgado dones sobrenaturales y tenía poder sobre los malos espíritus. Hay una anécdota que ilustra el espíritu de mortificación de que estaba dotado. Se sometía a ayunos tan rigurosos durante la Cuaresma, que, en una ocasión, al llegar la Pascua, ya había perdido enteramente el apetito. «¡Ay, padre mío! ¿Por qué no queréis comer?», le preguntó entristecido el hermano encargado del refectorio. «Creo que me comería un panecillo de avena con mantequilla», repuso el abad. En cuanto le trajeron lo que había pedido, no se atrevió a tocarlo, por considerar que, si lo hacía, era como ceder a la gula y, a fin de cuentas, ordenó que se diera el panecillo a los pobres. En la puerta del convento recibió el pan un joven y hermoso peregrino, quien inmediatamente desapareció, con todo y el plato. Cuando el hermano tornero trataba de dar explicaciones plausibles sobre la desaparición del recipiente, el mismo plato quedó de pronto sobre la mesa, frente al abad. Todo el mundo afirmó que el hermoso peregrino que se comió el panecillo era un ángel.

Afirman las crónicas que, en su juventud, san Roberto estudió en París, y registran un segundo viaje suyo al continente, cuando fue blanco de algunas críticas por parte de sus monjes, en relación con ciertos informes falsos sobre mala administración de su abadía, y decidió ir a visitar a san Bernardo para ponerle en claro las cosas. Pero éste, que evidentemente conocía a fondo a san Roberto, resolvió que no había necesidad de desmentir las necias acusaciones ni de defenderse contra los cargos. La mencionada visita debe haber tenido lugar en 1147 o 1148, puesto que por entonces y antes de regresar a Inglaterra, se entrevistó san Roberto con el Papa Eugenio III. El abad de Newminster visitaba a menudo al ermitaño san Godrico, por quien sentía particular afecto. La noche en que san Roberto murió, san Godrico vio ascender su alma al cielo como una bola de fuego. La fecha era el 7 de junio de 1159. La fiesta de san Roberto se conmemora en la diócesis de Hexham.

Nova Legenda Angliae de Capgrave,  en el Acta Sanctorum, junio, vol. II, no es más que un resumen de una biografía más extensa que se conserva en Lansdowne MS. 436, en el Museo Británico. Cuando Dalgairns escribió la vida de san Roberto para incluirla en la serie de santos ingleses que editó Newman, utilizó el manuscrito mencionado y agregó algunos detalles de otros relatos en existencia. Imagen: vidriera de 1518 en la capilla del Queen's College, de Oxford (en la colección de vidrieras de Lawrence, OP).

San Cromacio de Aquilea (¿-407), obispo Tratado 5, sobre San Mateo 5 (trad. breviario 11/06)

“Debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes”

El Señor llamó a sus discípulos “sal de la tierra”, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también “luz del mundo”, porque, después de haber sido iluminados por el, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas (Jn 1,5). Siendo él el “sol de justicia” (Ml 3,20), llama con razón a sus discípulos “luz del mundo”; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error. 

Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz (Ef 5,8) e hijos del día (1Tes 5,5); no lo sois de la noche ni de las tinieblas”. Con razón dice san Juan en su carta: “Dios es luz”, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz (1Jn 1,5-7). Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz.

Ustedes son la luz del mundo y sal de la tierra
Tiempo Ordinario. Si ya no alumbras, acércate a Cristo porque Él es la luz.


Oración introductoria
Dios mío, me has llamado a la santidad. Ilumina mi mente y mi corazón en esta oración para descubrir dónde se encuentra la verdadera felicidad, sólo ésta quiero desear y no las burdas imitaciones que me ofrece el mundo.

Petición
Señor, te pido que deje entrar tu luz a mi conciencia para ser sal que ilumine y dé sabor a la vida de los demás.

Meditación del Papa Francisco
¿Quiénes eran aquellos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús los mira con los ojos de Dios, y su afirmación se entiende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si seréis pobres de espíritu, si seréis mansos, si seréis puros de corazón, si seréis misericordiosos... ¡Ustedes serán la sal de la tierra y la luz del mundo!

Para comprender mejor estas imágenes, tengamos en cuenta que la ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada oferta presentada a Dios, como un signo de alianza. La luz, entonces, para Israel era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, el nuevo Israel, reciben, entonces, una misión para con todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda la humanidad.

Todos los bautizados somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertirnos en un Evangelio vivo en el mundo: con una vida santa daremos "sabor" a los diferentes ambientes y los defenderemos de la corrupción, como hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo a través del testimonio de una caridad genuina. Pero si los cristianos perdemos sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la efectividad.» (Ángelus de S.S. Francisco, 9 de febrero de 2014).

Reflexión
"Miren cómo se aman" decían de los primeros cristianos. Ése era su distintivo: el amor.

Parecería que Cristo nos está pidiendo que no seamos humildes: "Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras -pero es ahora donde viene lo importante:- y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

No dejemos de hacer el bien por esa falsa humildad, el secreto está en que no nos glorifiquen a nosotros sino a Dios, pero recordemos que somos luz, sal, estamos hechos para brillar, para dar sabor, que el mundo vuelva a sentir nuestra presencia, y que cuando nos vean tengan que exclamar asombrados: "Miren cómo se aman". Miren cómo brillan en el mundo, miren cómo iluminan el camino, son como una lámpara que hay que poner en lo alto, para que alumbre a todos. No se nos olvide que somos lámpara, llevamos la luz en nosotros, pero la luz es Cristo, es a Él a quien tienen que dar gloria. Se tienen que admirar de la luz, que es Cristo.

Cristo hace milagros. Dice el evangelio que si la sal se desvirtúa ya no sirve para nada, pero todo tiene solución mientras dura la vida porque Dios es omnipotente. Si tú, siendo cristiano, siendo sal de la tierra, crees que has perdido el sabor, confía plenamente en que hay uno que se lo puede devolver, confía en que hay uno que puede hacerte ser otra vez sal de la buena, de ser sal insípida a ser sal que da sabor. Si tú te consideras una lámpara sin luz, de esas que sí se tendrían que poner debajo del celemín porque ya no alumbran, acércate a Cristo porque Él es la luz, es Él el que da sentido a nuestra vida, Él nos hará ser lo que debemos ser y así prenderemos fuego al mundo entero.

Así podrán exclamar un día también de nosotros como exclamaban de los primeros cristianos: "Miren cómo se aman". ¡Ánimo! ¡Como los primeros!

Propósito. Ser el primero en disculparme u ofrecer una solución en alguna discusión que se presente.

Diálogo con Cristo
Jesús, me llamas a ser la sal y la luz para los demás, esto implica que mi testimonio de vida, palabras y acciones deben ser un reflejo de tu amor, de tu misericordia infinita. Tu gracia es la fuente para la felicidad. Ayúdame, Señor, a guiarme en todo por el Espíritu Santo, para que Él sea quien edifique, en mí, al auténtico testigo de tu amor.

Escuchaba con los ojos
Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona.


Había oído la expresión hablar con los ojos, pero nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una misa, en directo, en la catedral de san Agustín.

El P. Rene Robert hablaba a los sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a cada uno acomodándose a nuestro lenguaje.

El Señor se complace en aquellos que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is 55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se escucha a la vida.

Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. "Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas, y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho", dice Melloni.

Dios habla, se revela, pero hace falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la escucha.

El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: "Escucha, Israel" (Dt 6,4). "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios" (Jr 7,23). "Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo" (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.

Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha requiere confianza en los interlocutores.

Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado (St 5,4). Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios escucha sus palabras (Jn 8,47) y las pone en práctica (Mt 7,26). Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn 18,37).

Dios me habla hoy, a mí, en este mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad.

Quien quiera tener vida deberá alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo "hoy" y grabarlo en el corazón.

El Papa en Sta. Marta: La oración ilumina la vida cristiana

En la homilía de este martes, el Santo Padre recuerda que la vida del cristiano debe ser sal y luz, para dar a los otros y no para uno mismo


La pila del cristiano para alumbrar es la oración. Así lo ha indicado el papa Francisco en la misa matutina de Santa Marta, en la que ha advertido a los cristianos sobre ser sal insípida. Asimismo, ha añadido que es necesario vencer la tentación de la “espiritualidad del espejo” por la que se está más preocupado de iluminarnos a nosotros mismos que llevar a los otros la luz de la fe. Luz y sal. De este modo, el Santo Padre ha explicado al comentar el Evangelio del día que Jesús habla siempre “con palabras sencillas, con comparaciones fáciles, para que todos puedan entender el mensaje”. De aquí la definición del cristiano sobre ser luz y sal. Ninguna de las dos cosas es para uno mismo; “la luz es para iluminar a otro; la sal es para dar sabor, conservar a otro”. Al respecto, el Pontífice se ha preguntado cómo puede un cristiano hacer que no disminuya la sal y la luz, para que no termine el aceite para encender las lámparas. Así, ha explicado que la oración es la pila del cristiano para iluminar. “Tú puedes hacer muchas cosas, muchas obras, también obras de misericordia, tú puedes hacer muchas cosas grandes por la Iglesia – una universidad católica, un colegio, un hospital…- y también te harán un monumento como benefactor de la Iglesia, pero si no rezas eso estará un poco oscuro”, ha observado. Cuántas obras se convierten en oscuras, por falta de luz, por falta de oración. Lo que mantiene, lo que da vida a la luz cristiana, lo que ilumina, es la oración, ha advertido.

Del mismo modo ha especificado que es la oración “de verdad”, “la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de acción de gracias, también la oración de pedir las cosas al Señor, la oración del corazón”.  Ese es “el aceite, la pila que da vida a la luz”. En esta misma línea, ha precisado que la sal “no se da sabor a sí misma”. El Pontífice ha recordado que la sal se convierte en sal cuando se da. “Y esta es otra actitud del cristiano: darse, dar sabor a la vida de los otros, dar sabor muchas cosas con el mensaje del Evangelio. Darse. No conservarse a sí misma. La sal no es para el cristiano, es para darla. La tiene el cristiano para darlo, es sal para darse, pero no es para sí”, ha recordado. Al respecto ha observado una curiosidad: las dos, sal y luz, son para los otros, no para uno mismo. La luz no se ilumina a sí misma, la sal no se da sabor a sí misma. ¿Y hasta cuándo podrán durar la sal y la luz si continuamos dando sin pausa? El papa Francisco ha respondido a esta pregunta afirmando que es ahí donde entra “la fuerza de Dios, porque el cristiano es una sal donada por Dios en el Bautismo”, es “algo que te es dado como regalo y continúa a ser dada como regalo si tú continúas dándola, iluminando y dando. Y no termina nunca”. A este punto, ha hecho referencia a la Primera Lectura, en la que la viuda de Sarepta, que se fía del profeta Elías y así su harina y aceite no se termina nunca.

Así, el Santo Padre ha dirigido un pensamiento a la vida presente de los cristianos: “Ilumina con tu luz, pero defiéndete de las tentaciones de iluminarte a ti mismo. Esto es algo feo, es un poco la espiritualidad del espejo: me ilumino a mí mismo. Defiéndete de la tentación de cuidarte a tí mismo. Sé luz para iluminar, sé sal para dar sabor y conservar”. Por esto ha insistido en que la sal y la luz “no son para sí mismo”, son para dar a los otros “en buenas obras”. El Santo Padre ha exhortado en la homilía a que resplandezca “vuestra luz delante de los hombres” para que “vuestras obras buenas den gloria al Padre que está en los Cielos”. Es decir, “volver a Aquel que te ha dado la luz y te ha dado la sal”. Al finalizar, el papa Francisco ha deseado que el Señor “nos ayude en este tener siempre cuidado de la luz, no esconderla, dejarla de lado”. Y la sal, “dar la justa, la necesaria, pero darla” porque así crece. Estas –ha concluido– son las buenas obras del cristiano.

La pila del cristiano para alumbrar es la oración. Así lo ha indicado el papa Francisco en la misa matutina de Santa Marta, en la que ha advertido a los cristianos sobre ser sal insípida. Asimismo, ha añadido que es necesario vencer la tentación de la “espiritualidad del espejo” por la que se está más preocupado de iluminarnos a nosotros mismos que llevar a los otros la luz de la fe.

Luz y sal. De este modo, el Santo Padre ha explicado al comentar el Evangelio del día que Jesús habla siempre “con palabras sencillas, con comparaciones fáciles, para que todos puedan entender el mensaje”. De aquí la definición del cristiano sobre ser luz y sal. Ninguna de las dos cosas es para uno mismo; “la luz es para iluminar a otro; la sal es para dar sabor, conservar a otro”.

Al respecto, el Pontífice se ha preguntado cómo puede un cristiano hacer que no disminuya la sal y la luz, para que no termine el aceite para encender las lámparas. Así, ha explicado que la oración es la pila del cristiano para iluminar. “Tú puedes hacer muchas cosas, muchas obras, también obras de misericordia, tú puedes hacer muchas cosas grandes por la Iglesia – una universidad católica, un colegio, un hospital…- y también te harán un monumento como benefactor de la Iglesia, pero si no rezas eso estará un poco oscuro”, ha observado. Cuántas obras se convierten en oscuras, por falta de luz, por falta de oración. Lo que mantiene, lo que da vida a la luz cristiana, lo que ilumina, es la oración, ha advertido. Del mismo modo ha especificado que es la oración “de verdad”, “la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de acción de gracias, también la oración de pedir las cosas al Señor, la oración del corazón”.  Ese es “el aceite, la pila que da vida a la luz”. En esta misma línea, ha precisado que la sal “no se da sabor a sí misma”.

El Pontífice ha recordado que la sal se convierte en sal cuando se da. “Y esta es otra actitud del cristiano: darse, dar sabor a la vida de los otros, dar sabor muchas cosas con el mensaje del Evangelio. Darse. No conservarse a sí misma. La sal no es para el cristiano, es para darla. La tiene el cristiano para darlo, es sal para darse, pero no es para sí”, ha recordado.

Al respecto ha observado una curiosidad: las dos, sal y luz, son para los otros, no para uno mismo. La luz no se ilumina a sí misma, la sal no se da sabor a sí misma. ¿Y hasta cuándo podrán durar la sal y la luz si continuamos dando sin pausa? El papa Francisco ha respondido a esta pregunta afirmando que es ahí donde entra “la fuerza de Dios, porque el cristiano es una sal donada por Dios en el Bautismo”, es “algo que te es dado como regalo y continúa a ser dada como regalo si tú continúas dándola, iluminando y dando. Y no termina nunca”. A este punto, ha hecho referencia a la Primera Lectura, en la que la viuda deSarepta, que se fía del profeta Elías y así su harina y aceite no se termina nunca. Así, el Santo Padre ha dirigido un pensamiento a la vida presente de los cristianos: “Ilumina con tu luz, pero defiéndete de las tentaciones de iluminarte a ti mismo. Esto es algo feo, es un poco la espiritualidad del espejo: me ilumino a mí mismo. Defiéndete de la tentación de cuidarte a tí mismo. Sé luz para iluminar, sé sal para dar sabor y conservar”. Por esto ha insistido en que la sal y la luz “no son para sí mismo”, son para dar a los otros “en buenas obras”. El Santo Padre ha exhortado en la homilía a que resplandezca “vuestra luz delante de los hombres” para que “vuestras obras buenas den gloria al Padre que está en los Cielos”. Es decir, “volver a Aquel que te ha dado la luz y te ha dado la sal”. Al finalizar, el papa Francisco ha deseado que el Señor “nos ayude en este tener siempre cuidado de la luz, no esconderla, dejarla de lado”. Y la sal, “dar la justa, la necesaria, pero darla” porque así crece. Estas –ha concluido– son las buenas obras del cristiano.

Roberto de Newminster, Santo Abad cisterciense, 7 de junio

Martirologio Romano: En Newminster, en el territorio de Northumberland, Inglaterra, san Roberto, abad de la Orden Cisterciense, el cual, amante de la pobreza y de la vida de oración, junto con doce monjes instauró este cenobio, que a su vez fue origen de otras tres comunidades de monjes. ( 1157)

Nació en el distrito de Craven (Yorkshire), probablemente en el pueblo de Gargrave; murió el 7 de junio de 1159. Estudió en la Universidad de París, donde se dice que compuso un comentario a los Salmos; se hizo cura de Gargrave y luego benedictino en Whitby, desde donde se unió, con el permiso del abad, a los fundadores del monasterio cisterciense de Fountains.

Alrededor de 1138, encabezó la primer colonia mandada desde Fountains y estableció la abadía de Newminster, cerca del castillo de Ralph de Merlay, en Morpeth (Northumberland). En el tiempo que fue abad, se mandaron tres colonias de monjes y se fundaron monasterios: Pipewell (1143), Roche (1147) y Sawley (1148). La vida de Capgrave nos dice que sus propios monjes lo acusaron de mala conducta y que viajó al extranjero (1147-48) para defenderse ante san Bernardo; mas se duda de la veracidad de esta historia, que pudo haber surgido de un deseo de asociar personalmente al santo inglés con el máximo de los cistercienses.

Su tumba en la iglesia de Newminster se convirtió en objeto de pere

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