«El que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos»
- 12 Agosto 2014
- 12 Agosto 2014
- 12 Agosto 2014
Esperando el Papa en Corea
Francisco envía un video mensaje a los católicos del continente antes de partir de Corea
"Juventud de Asia, ¡álcense!"
Les invita a "una vida llena de fe, esperanza y amor, llena de la alegría del Evangelio"
Los jóvenes son portadores de esperanza y energía para el futuro; pero también son las víctimas de la crisis moral y espiritual de nuestro tiempo
El Papa Francisco ha enviado un video mensaje con motivo de su próximo viaje a Corea del Sur, del 13 al 18 de agosto, en el que invita a los jóvenes de Asia a "alzarse" y seguir el ejemplo de los 124 mártires a los que beatificará durante su visita.
"A los jóvenes les llevaré la llamada del Señor: 'Juventud de Asia, ¡álcense! La gloria de los mártires ha nacido sobre ti'.La luz de Cristo resucitado brilla como un espejo en el testimonio de Paul Yun Ji-chung y sus 123 compañeros, todos los mártires de la fe que proclamaré beatos el próximo 16 de agosto en Seúl", subraya.
En el videomensaje, que ha sido trasmitido en un primer momento por la emisora Korean Broadcasting System (KBS) y después por Radio Vaticana, el Papa recuerda a la juventud asiática que Dios les invita a "acoger su luz en el corazón para reflejarla en una vida llena de fe, esperanza y amor, llena de la alegría del Evangelio".
Para Francisco, los jóvenes son "portadores de esperanza y energía para el futuro" pero también son "las víctimas de la crisis moral y espiritual de este tiempo". Por ello, les invita a seguir a Jesús.
En cualquier caso, el Pontífice admite que la fe en Cristo "ha echado profundas raíces" en su tierra y ha dejado "frutos abundantes". Según ha advertido, "los ancianos son los guardianes de este legado" y "sin ellos los jóvenes se verían privados de la memoria", por lo que ha animado al encuentro entre ambas generaciones como "garantía del camino del pueblo".
El Papa también agradece a los habitantes de Corea del Sur su acogida y les invita a rezar con él para que este viaje apostólico "dé buenos frutos para la Iglesia y para la sociedad coreana".
Palabras del Papa en el video mensaje:
¡Queridos hermanos y hermanas!
En unos pocos días, con la ayuda de Dios, estaré entre ustedes, en Corea. Gracias de antemano por su acogida y los invito a rezar conmigo, para que este viaje apostólico dé buenos frutos para la Iglesia y para la sociedad coreana.
"Levántate, resplandece!" (Is 60,1): con estas palabras que el Profeta dirige a Jerusalén, yo me dirijo a ustedes. Es el Señor quien les invita a acoger su luz, acogerla en el corazón para reflejarla en una vida llena de fe, esperanza y amor, llena de la alegría del Evangelio.
Como ustedes saben, vengo en ocasión de la Sexta Jornada de la Juventud Asiática. Particularmente a los jóvenes les llevaré la llamada del Señor: "Juventud de Asia, álcense! La gloria de los mártires ha nacido sobre ti ". La luz de Cristo resucitado brilla como un espejo en el testimonio de Paul Yun Ji-chung y sus 123 compañeros, todos los mártires de la fe que proclamaré beatos el próximo 16 de agosto en Seúl.
Los jóvenes son portadores de esperanza y energía para el futuro; pero también son las víctimas de la crisis moral y espiritual de nuestro tiempo. Por esto me gustaría anunciar a ellos y a todos el único nombre por el cual podemos ser salvos: Jesús, el Señor.
Queridos hermanos y hermanas coreanos, la fe en Cristo ha echado profundas raíces en su tierra y ha dejado frutos abundantes. Los ancianos son los guardianes de este legado: sin ellos los jóvenes se verían privados de la memoria. El encuentro entre las personas mayores y los jóvenes es una garantía del camino del pueblo. Y la Iglesia es una gran familia en la que todos somos hermanos en Cristo. En su nombre vengo a vosotros, en la alegría de compartir con ustedes el Evangelio del amor y la esperanza.
El Señor los bendiga y la Virgen Madre los protegerá.
Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14.
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Santa Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa. Pequeño diario § 244
«El que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos»
De nuevo han comenzado los cotidianos días grises. Pasaron los instantes solemnes de mis votos perpetuos, pero esta gracia de Dios tan grande permanece en mi alma. Siento que soy toda de Dios, sé que soy su hija, siento que soy toda entera propiedad de Dios. Experimento eso incluso de manera física y sensible. En todo estoy completamente tranquila porque sé que pensar en mí es asunto del Esposo. Me olvido completamente de mí misma.
Mi confianza en su misericordiosísimo Corazón no tiene limites. Estoy continuamente unida a él. Me doy cuenta que es como si Jesús no pudiera ser feliz sin mí, ni yo sin él. Sin embargo comprendo muy bien que siendo él Dios es feliz en sí mismo, y que para su felicidad no tiene absolutamente ninguna necesidad de ninguna criatura, pero es su bondad que le fuerza a darse a su criatura, y esto con una inconcebible generosidad.
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, viuda y fundadora
fecha: 12 de agosto
fecha en el calendario anterior: 21 de agosto
n.: 1572 - †: 1641 - país: Francia
canonización: B: Benedicto XIV 1751 - C: Clemente XIII 1767
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que, primero madre de familia, educó piadosamente a los seis hijos que tuvo como fruto de su cristiano matrimonio y, muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección, dedicándose a las obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos, y dio inicio a la Orden de la Visitación, que dirigió también prudentemente. Su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al río Aller, cercano a Nevers, en Francia, el día trece de diciembre.
El padre de santa Juana de Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo para educarlos en la práctica de la virtud y prepararlos para la vida. Juana, que recibió en la confirmación el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin. El barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la beata Humbelina. El matrimonio tuvo lugar en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa fue establecer el orden en su casa. Los tres primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron después un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad a los ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas bendiciones del cielo. Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta y, si alguien le preguntase por qué, ella respondía: «Los ojos de aquél a quien quiero agradar están a cien leguas de aquí». Las palabras que san Francisco de Sales dijo más tarde sobre santa Juana Francisca podían aplicársele ya desde entonces: «La señora de Chantal es la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar en Jerusalén».
Pero la felicidad de la familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales sufrió un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y recibió los últimos sacramentos con ejemplar resignación. La baronesa había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector puede suponer fácilmente su dolor al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre le recordó sus obligaciones para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres y consagró su tiempo a la educación e instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a Dios que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde, al encontrar en Dijon a san Francisco de Sales. En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender que el amor divino tenía que consumir la imperfección del amor propio que había en su corazón y que se vería obligada a enfrentarse con numerosas dificultades.
La futura santa fue a pasar el año del luto en Dijon, en casa de su padre. Más tarde, se trasladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años.
Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly por un viejo castillo. A pesar de que su suegro era un anciano vanidoso, orgulloso y extravagante, dominado por una ama de llaves insolente y de mala reputación, la noble dama no pronunció jamás una sola palabra de queja y se esforzó por mostrarse alegre y amable. En 1604, san Francisco de Sales fue a predicar la cuaresma a Dijon y Juana se trasladó ahí con su suegro para oír al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente que de ordinario, san Francisco de Sales le dijo: «¿Pensáis casaros de nuevo?» «De ninguna manera, Excelencia», replicó ella. «Entonces os aconsejo que no tentéis al diablo», le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas én tanto que vivía con su padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: «Esta dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». De acuerdo con una estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela noches enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de san Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, en Saboya, y con quien sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que san Carlos Borromeo, «cuya libertad de espíritu tenía por base la verdadera caridad», no vacilaba en brindar con sus vecinos, y que san Ignacio de Loyola había comido tranquilamente carne los viernes por consejo de un médico, «en tanto que un hombre de espíritu estrecho hubiese discutido esa orden cuando menos durante tres días». San Francisco de Sales no permitía que su dirigida olvidase que estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano y, sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos y moderaba su tendencia a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca se beneficiaron de la dirección de san Francisco de Sales tanto como su madre.
Durante algún tiempo, la señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían, por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta que los dos mayores estaban ya en edad de «entrar en el mundo». En esa forma, lógica y serena, resolvió san Francisco de Sales todas las dificultades de la señora de Chantal. Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco de Sales, y se llevó consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera murió al poco tiempo, y la segunda se caso más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre. Juana Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos y le dijo: «No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por mí». La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de 1610, en una casa que san Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca fueron María Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento otras diez religiosas. Hasta ese momento, la congregación no tenía todavía nombre y la única idea clara que san Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y que las religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse con mayor facilidad a las obras de apostolado y caridad.
Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, «no demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes». Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra Señora", y santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. «Pero en la práctica -decía a sus religiosas- la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones». Para bien de santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el «Tratado del amor de Dios». Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de san Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos como para cumplir con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer imaginativa exclamó al verla: «¿Cómo podéis sepultaron en dos metros de tela basta? Deberíais hacer pedazos ese velo». San Francisco de Sales le escribió entonces las palabras decisivas: «Si os hubiéseis casado de nuevo con algún señor de Gascuña o de Bretaña, habríais tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese caso la menor objeción ...» Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges, san Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó llamar a la madre de Chantal para que fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, santa Juana Francisca consiguió fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor y la santa se ganó la admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia y mansedumbre. Ella misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo la dirección de san Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien no consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la Congregación de la Visitación. En 1622, murió san Francisco de Sales y su muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso Benigno en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la noticia con heroica fortaleza y ofreció su corazón a Dios, diciendo: «Destruye, corta y quema cuanto se oponga a tu santa voluntad».
El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería mucho) y el P. Miguel Favre, quien había sido el confesor de san Francisco y era muy amigo de las visitandinas. A estas pruebas se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos momentos eran casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca. Dios permite con frecuencia que las almas que le son más queridas atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de ellos las lleva con mano segura a las fuentes de la felicidad y al centro de la luz. En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de Montmorency en una misión de caridad. Ese fue su último viaje. La reina Ana de Austria la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones, con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue transladado a Annecy y sepultado cerca del de san Francisco de Sales. La canonización de santa Juana Francisca tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul dijo de ella: «Era una mujer de gran fe y, sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces. Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma la horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en la plena fidelidad que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas que me haya sido dado encontrar sobre la tierra».
Aparte de los escritos y la correspondencia de la santa y de las cartas de san Francisco de Sales, las fuentes biográficas más importantes son las Mémoires de la Madre de Chaugy. Dicha obra constituye el primer volumen de la colección Sainte Chantal, sa vie et ses oeuvres (1874-1879, 8 vols.). Las cartas de san Francisco se hallan en la imponente edición de sus obras (20 vols.), publicada por las religiosas de la Visitación de Annecy; naturalmente, las cartas de san Francisco son muy importantes por la luz que arrojan sobre los orígenes de la Congregación de la Visitación. Además, la fundadora tuvo la suerte de encontrar en los tiempos modernos, un biógrafo ideal: la Histoire de Sainte Chantal et des origines de la Visitation de Mons. Bougaud resulta ser una de las obras maestras de la hagiografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Concédenos Señor, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste a Santa Juana Chantal, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo. Padre, que iluminaste a Santa Juana Francisca para que peregrinara en este mundo por caminos de luz y santidad:; concédenos, por su intercesión, que viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos constantemente a las obras de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios. Por los siglos de los siglos.
FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (A)
6 de agosto de 2014 -2 P 1, 16-19; Mt 17, 1-9
¿Por qué no tiene éxito la propuesta de Pedro? Él, hermanos y hermanas, había propuesto hacer tres tiendas en la montaña donde el Señor se transfiguraba. Una para Jesús, otra para Moisés y uno en otra para Elías. Se encontraba tan bien, en aquella experiencia gloriosa, que la quería prolongar. Pero su propuesta no es acogida. es que la Transfiguración debía ser un momento puntual en la vida de Jesús y en la experiencia de los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, que la contemplaron. No se podía prolongar como Pedro quería. Porque el fin de la Transfiguración era preparar los discípulos para afrontar la pasión y la muerte de Jesús que vendrían dentro de poco. Viendo que les costaría comprender que Jesús tenía que pasar por el sufrimiento, Dios les descubre momentáneamente la gloria de su Hijo. Pero no se pueden instalar en aquellos momentos gloriosos, como Pedro quisiera. Hay que bajar de la montaña y afrontar el día a día. Hacerlo, eso sí, con Jesús. Pero no contemplando su dimensión gloriosa, sino su humanidad débil y mortal.
Hay que bajar de la montaña y afrontar el día a día con sus dificultades y con el drama de la pasión que tendrá, pero guardando bien adentro del corazón la voz gloriosa del Padre: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo. Es objeto de las complacencias el momento glorioso de la transfiguración y lo será arriba a la cruz. Todo en él es objeto de complacencia del Padre, porque todo en él es donación de amor, todo en él es obediencia libre y generosa. Jesús y los tres apóstoles, con Moisés y Elías que dan testimonio de él en tanto que representan la Ley y los profetas, no se pueden quedar en la montaña, tal como Pedro desearía. Hay que bajar e ir adelante en el plan de Dios, enriquecidos por la experiencia de saber quién es este Jesús que siguen y por la voz divina que les dice de escuchar porque su palabra les dará luz para entender la vida de cada día (cf. primera lectura).
Pedro tiene que renunciar a su deseo de prolongar largamente ese momento glorioso y ha de aprender que a lo largo de toda su vida tendrá que escuchar y seguir a Jesús, no en la transfiguración, sino por el camino de la cruz, que es el camino de la abnegación y de la donación total de la vida. Entre las palabras de Jesús que debe escuchar, hay ésta: si alguien quiere venir conmigo, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). Y aún: quien quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16, 25).
Esta renuncia que San Pedro tiene que hacer, nos es educadora en nuestro camino de fe y de seguimiento de Jesús. Podemos tener momentos de experiencia espiritual intensa, en la celebración litúrgica o en la oración individual Pero este momento no suelen durar. Es más, podemos pasar temporadas largas sin ninguna vivencia intensa; teniendo sólo la fe desnuda como soporte. La palabra divina dirigida a Pedro y a sus otros dos compañeros, nos enseña que, cuando cesa la fruición espiritual, no debemos perder la fidelidad al seguimiento de Jesús y debemos ver la cotidianidad iluminada por su palabra. Esta palabra y los momentos de intensidad espiritual, pocos o muchos según a pedagogía divina para cada uno, nos preparan para afrontar las dificultades de la vida de una manera coherente con el seguimiento de Jesús y al mismo tiempo nos anuncian la gloria gozosa de la vida futura en la casa del Padre.
El hecho de que Pedro propusiera construir tres tiendas en la montaña de la transfiguración evoca el sentido de la fiesta judía de las tiendas o tabernáculos, lo recuerda los cuarenta años que el pueblo de Dios vivió en tiendas en el desierto y como Dios había habitado en un tabernáculo más en medio de ellos. Y esto nos lleva a pensar que, efectivamente Jesús el Emmanuel -el Dios con nosotros- que ha plantado su tanda en medio de la humanidad (cf. Jn 1, 14). Pero no es una tienda plantada en una transfiguración visible, sino en la discreción invisible. Cristo, con toda su majestad santa, está presente en medio de nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20); lo es, pero, de una manera humilde que sólo es perceptible por la fe.
Las Misioneras de PAX VOBIS, desde que han oído la voz divina que nos presenta Jesucristo, nos complacemos en él. Y en nuestro itinerario de fe nos hacemos buscadores de la gloria de Cristo para alabarla, para adorarla y para comunicarla por PAX HD. Y, conscientes de nuestra debilidad, deseamos mediante el trabajo espiritual, poder llegar a contemplar el rostro glorioso de Cristo al término de nuestra vida mortal.
Mientras hacemos camino procuramos irnos identificando con él, amándolo por encima de todo.
Por ello, hoy celebramos en la semana de Santa Clara patrona de la televisión que por PAX con la ayuda de corazones de Misioneras y Misioneros va logrando su itinerario de Amor y de Servicio al Pueblo de Dios por poder extender su Palabra y su Reino de Paz a todos los corazones que lo requieran. Juntos damos gracias a Dios por la Iglesia haciéndonos suyas las palabras del salmista: Señor, heredado mi copa, tú me has elegido la posesión; la parte que me ha tocado es deliciosa, me encanta mi heredad (Ps 15, 5). Son conscientes de que la llamada a la vida Misionera es una iniciativa que viene del Señor, es él quien las ha elegido la posesión, es él quien las ha llevado a formar parte de esta realidad tan amada que es PAX VOBIS compartiendo la vida fraterna y el servicio a los demás con unas hermanas que el Señor les ha dado; y es el Señor, quien las sustenta en el camino y que devendrá su herencia para siempre en la vida del Reino de Dios. Una pregustada ya en la Eucaristía como celebración litúrgica, en la oración personal, en la fraternidad comunitaria. las acompañamos ahora con la oración en su donación diaria para ser transfiguradas por el Señor que es el deseo para llenar de su Amor a toda la COMUNIDAD DE JESUS. Con el vivo deseo de agradecer a cada corazón por su voluntad de servir y de apoyo espiritual.
12 de agosto 2014 Martes XIX Ez 2, 8 - 3, 4
Mientras los profetas Jeremías e Isaías recibían la palabra de Dios pasivamente, hoy Ezequías nos enseña un nuevo proceso, activo: el profeta debe comer un rollo escrito. Es una forma de indicarnos la interiorización. Comer siempre significa pensar, digerir, meditar y, bien asimilado, transmitir lo que te ha sido alimento. ¿Qué haces para interiorizar tu fe? Dame, Señor, buena inteligencia para comprenderte, voluntad para seguirte y valentía para hablar.
Asunción de la Virgen María
Idea principal: Hoy celebramos la fiesta del primer ser humano –María- que, después de Cristo su Hijo, experimentó la victoria total contra la muerte, también corporalmente. No estamos hechos para la muerte sino para la vida, para la resurrección (segunda lectura).
Resumen del mensaje: Este ha sido el último dogma proclamado por el Papa Pío XII el 1 noviembre de 1950: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Después de haber luchado contra todos los enemigos de nuestra alma (primera lectura) y gracias a que Cristo venció el último enemigo –la muerte- (segunda lectura), Dios nos concederá la resurrección de nuestro cuerpo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿qué significa que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma? María, como primera seguidora de Jesús, es la primera cristiana y la primera salvada por la Pascua de su Hijo; participa ya de la victoria de su Hijo, y es elevada a la gloria definitiva en cuerpo y alma. El motivo de este privilegio lo formula bien el prefacio de hoy: “con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo”. ¿Por qué este privilegio? Porque Ella fue radicalmente dócil en su vida respondiendo con un “sí” total a su vocación, desde la humildad radical (evangelio). Ella estuvo siempre con Jesús, hasta el final, luchando contra el dragón que quería devorar a su Hijo (primera lectura).
En segundo lugar, ¿qué significa para nosotros esta fiesta? En María se condensa nuestro destino. Al igual que su “sí” fue representante del nuestro, también el “sí” de Dios a Ella, glorificándola, es un “sí” a todos nosotros, que somos sus hijos. Señala el destino que Él nos prepara, si vencemos los dragones del mal que nos acechan (segunda lectura) y si caminamos en la fe y en la humildad como María (evangelio). Nuestro destino es la resurrección final en cuerpo y alma, como María que la obtuvo antes, como premio a su fe, humildad y a su vida sin pecado, y para poder abrazar a su Hijo querido y preparar junto con Él un lugar para nosotros.
Finalmente, esta fiesta nos infunde esperanza y optimismo en nuestra vida. El destino de nuestra vida no es la muerte, sino la vida. Toda la persona humana, cuerpo y espíritu, está destinada a la vida. Nuestro cuerpo tiene, pues, una grandísima dignidad; no podemos profanarlo ni mancharlo. Lo que Dios ha hecho en María, lo hará en nosotros. Lo creemos. Lo esperamos. Lo deseamos. Nuestra historia tendrá un final feliz. No terminamos en el sepulcro, sino en la resurrección de nuestro cuerpo. Y la Eucaristía que recibimos semanalmente o diariamente es un anticipo de lo que será nuestra gloria futura: “quien come mi Carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día”. La Eucaristía es como la semilla y la garantía de la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Lo que María consiguió –la glorificación definitiva-, nosotros también lo conseguiremos, como fruto de la Pascua de Cristo.
Para reflexionar: al pensar en la resurrección final, ¿me lleno de alegría y optimismo al saber por la fe que mi destino es la vida y no la muerte en el sepulcro? Ya aquí en la tierra, ¿estoy sembrando las semillas de la inmortalidad y resurrección en mi cuerpo, comulgando el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía? Esta fiesta de María, ¿me invita a llevar una vida de santidad, de fe, de humildad y de amor?
El más grande en el Cielo
Mateo 18, 1-5. 10, 12-14. Tiempo Ordinario. Él permite es lo mejor para nosotros, aunque muchas veces no lo entendamos con claridad
Oración introductoria
Espíritu Santo, dame tu luz en este momento de oración. Con la confianza de un niño pido también la intercesión de mi ángel de la guarda, de modo que tenga la docilidad para escuchar la Palabra y seguirla, como una oveja sigue a su pastor.
Petición
Jesús, concédeme el don de buscar, con la sencillez y la nobleza de un niño, el amor.
Meditación del Papa Francisco
Cuando un cristiano olvida la esperanza, o peor, pierda la esperanza, su vida no tiene sentido. Es como si la vida estuviera delante de un muro: nada. Pero el Señor nos consuela con la esperanza.
Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos a los corderos y hace recostar a las madres. Esa imagen de llevar los corderos sobre el pecho y llevar dulcemente a las madres: esta es la ternura. El Señor nos consuela con ternura.
Dios es poderoso y no tiene miedo de la ternura. Él se hace ternura, se hace niño, se hace pequeño. El mismo Jesús lo dice: "Así es la voluntad del Padre, que ni siquiera uno de estos pequeños se pierda". A los ojos del Señor cada uno de nosotros es muy, muy importante. Y Él se da con ternura. Y así nos hace ir adelante, dándose con esperanza. Esto ha sido principalmente el trabajo de Jesús. (Cf. S.S. Francisco, 10 de diciembre de 2013, homilía en la capilla de Santa Marta).
Reflexión
¿Quién no se conmueve ante la sonrisa de un niño? En cambio, si un joven es irresponsable, le acusamos de ser como un niño, un infantil, un inmaduro. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesús nos diga que debemos hacernos niños para entrar en el reino de los cielos?
El mismo Jesucristo en otro momento de su vida reconoce que un adulto no puede entrar en el seno de su madre y volver a nacer. En cambio, hay elementos de la etapa infantil que conviene mantener durante toda la vida y enriquecerlos con la madurez de la vida adulta.
La sencillez e inocencia del niño le lleva a confiar planamente en sus papás. Él sabe que sus padres le quieren mucho y buscan siempre lo mejor para su vida. Dios, como Padre de nuestras vidas, desea también que, como hijos suyos, confiemos en Él, con la certeza de que su amor cuida de nosotros y, por lo tanto, todo lo que Él permite es lo mejor para nosotros, aunque muchas veces no lo entendamos con claridad.
Para un niño es fácil entender que Dios se ayuda de sus ángeles para protegerle. Del mismo modo, el adulto ha de mantenerse en la sencillez del niño, para reconocer la necesidad que tiene de ayuda y para dejar actuar a su ángel custodio. ¿Creemos en nuestro ángel custodio o ya le hemos relegado a ser un objeto de superstición?
Propósito
Ante las tentaciones que se me puedan presentar hoy, pedir a Dios su gracia para evitar, incluso, el pecado venial.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por mi ángel de la guarda y por la gran esperanza que surge de esta meditación. La cultura admira a la persona que por su propio esfuerzo tiene éxito, y esto es bueno. Pero, como tu hijo, debo tener una visión más amplia: atesorar esa confianza y dependencia a tu gracia, que es la que realmente logrará la trascendencia de mi vida. Además, siempre recordar que hay muchas ovejas sin pastor que no deben quedarse atrás ni perderse, si en mí está el poder ayudarles a volver o encontrar el redil.
Un corazón libre es un corazón luminoso
Se puede tener sólo con los tesoros del cielo: el amor, la paciencia, el servicio a los demás, la adoración a Dios.
Fragmento de la homilía del Papa Francisco el viernes 20 de junio de 2014
Dinero, vanidad y poder no hacen feliz al hombre.
Los auténticos tesoros, las riquezas que cuentan, son el amor, la paciencia, el servicio a los demás y la adoración a Dios.
No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón». (Mateo 6, 19-23).
No acumuléis tesoros en la tierra. Es un consejo de prudencia. Tanto que Jesús añade: «Mira que esto no sirve de nada, no pierdas el tiempo». Son tres, en particular, los tesoros de los cuales Jesús pone en guardia muchas veces: El primer tesoro es el oro, el dinero, las riquezas. Y, en efecto, «no estás a salvo con este tesoro, porque quizá te lo roben. No estás a salvo con las inversiones: quizá caiga la bolsa y tú te quedes sin nada. Y después dime: un euro más ¿te hace más feliz o no?. Por lo tanto, las riquezas son un tesoro peligroso. Cierto, pueden también servir «para hacer tantas cosas buenas», por ejemplo: para poder llevar adelante la familia. Pero, si tú las acumulas como un tesoro, te roban el alma. Por eso Jesús en el Evangelio vuelve sobre este argumento, sobre las riquezas, sobre el peligro de las riquezas, sobre el poner las esperanzas en ellas. El segundo tesoro del que habla el Señor «es la vanidad», es decir, buscar "tener prestigio, hacerse ver". Jesús condena siempre esta actitud: Pensemos en lo que dice a los doctores de la ley cuando ayunan, cuando dan limosna, cuando oran para hacerse ver. Por lo demás, tampoco la belleza sirve, porque también... se acaba con el tiempo. El orgullo, el poder, es el tercer tesoro que Jesús indica como inútil y peligroso. Una realidad evidenciada en la primera lectura de la liturgia tomada del segundo libro de los Reyes (11, 1-4. 9-18. 20), donde se lee la historia de la «cruel reina Atalía: su gran poder duró siete años, después fue asesinada». En fin, «tú estás ahí y mañana caes», porque «el poder acaba: cuántos grandes, orgullosos, hombres y mujeres de poder han acabado en el anonimato, en la miseria o en la prisión...». He aquí, pues, la esencia de la enseñanza de Jesús: «¡No acumuléis! ¡No acumuléis dinero, no acumuléis vanidad, no acumuléis orgullo, poder!
¡Estos tesoros no sirven!». Más bien son otros los tesoros para acumular. Hay un trabajo para acumular tesoros que es bueno». Lo dice Jesús en la misma página evangélica: «Donde está tu tesoro allí está tu corazón». Este es precisamente «el mensaje de Jesús: tener un corazón libre». En cambio «si tu tesoro está en las riquezas, en la vanidad, en el poder, en el orgullo, tu corazón estará encadenado allí, tu corazón será esclavo de las riquezas, de la vanidad, del orgullo».
Un corazón libre se puede tener sólo con los tesoros del cielo: el amor, la paciencia, el servicio a los demás, la adoración a Dios. Estas «son las verdaderas riquezas que no son robadas». Las otras riquezas —dinero, vanidad, poder— «dan pesadez al corazón, lo encadenan, no le dan libertad».
Hay que tender, por lo tanto, a acumular las verdaderas riquezas, las que «liberan el corazón» y te hacen «un hombre y una mujer con esa libertad de los hijos de Dios». Se lee al respecto en el Evangelio que «si tu corazón es esclavo, no será luminoso tu ojo, tu corazón».
Un corazón libre es un corazón luminoso, que ilumina a los demás, que hace ver el camino que lleva a Dios, que no está encadenado, que sigue adelante y además envejece bien, porque envejece como el buen vino: cuando el buen vino envejece es un buen vino añejo. Al contrario, el corazón que no es luminoso es como el vino malo: pasa el tiempo y se echa a perder cada vez más y se convierte en vinagre.
Pidamos al Señor para que nos dé esta prudencia espiritual para comprender bien dónde está mi corazón, a qué tesoro está apegado. Y nos dé también la fuerza de «desencadenarlo», si está encadenado, para que llegue a ser libre, se convierta en luminoso y nos dé esta bella felicidad de los hijos de Dios, la verdadera libertad».