«Ten piedad de mí, Señor, Hijo de Dios»

El Papa se hace un selfie con un grupo de jóvenes coreanos

Lombardi: "Su ministerio no tiene fronteras, y lo está demostrando"
El Vaticano define como "una gran fiesta de fe" el viaje del Papa por Corea del Sur
A pesar de la dificultad de la lengua, está consiguiendo una comunicación profunda

Redacción, 16 de agosto de 2014 a las 19:19

Provoca el júbilo por donde quiera que pasa

El Vaticano ha definido como "una gran fiesta de fe" el viaje del Papa Francisco por Corea del Sur, en alusión a la segunda jornada en el país, donde celebró una multitudinaria misa por la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María en el estadio de fútbol de Daejeon y fue aclamado por los jóvenes en el Santuario de Solmoe.

"Su ministerio no tiene fronteras, y lo está demostrando", ha detallado el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi en declaraciones a Radio Vaticano recogidas por Europa Press, en la que ha valorado positivamente esta segunda jornada de la gira asiática del Pontífice.

"Ha sido un día muy intenso, una gran fiesta de la fe", ha reiterado Lombardi, quien ha destacado, sobre todo, el encuentro del Santo Padre con los jóvenes en el que, "a pesar de la dificultad de hablar diferentes lenguas, ha habido una gran comunicación entre ellos".

Francisco se dirigió a los presentes primero en un discurso en inglés y posteriormente en italiano, unas intervenciones que no estaban previstas y que provocaron el júbilo entre los asistentes. (RD/Agencias)

Jesús es de todos

Una mujer pagana toma la iniciativa de acudir a Jesús aunque no pertenece al pueblo judío. Es una madre angustiada que vive sufriendo con una hija “atormentada por un demonio”. Sale al encuentro de Jesús dando gritos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. La primera reacción de Jesús es inesperada. Ni siquiera se detiene para escucharla. Todavía no ha llegado la hora de llevar la Buena Noticia de Dios a los paganos. Como la mujer insiste, Jesús justifica su actuación: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

La mujer no se echa atrás. Superará todas las dificultades y resistencias. En un gesto audaz se postra ante Jesús, detiene su marcha y de rodillas, con un corazón humilde pero firme, le dirige un solo grito: “Señor, socórreme”.

La respuesta de Jesús es insólita. Aunque en esa época los judíos llamaban con toda naturalidad “perros” a los paganos, sus palabras resultan ofensivas a nuestros oídos.: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Retomando su imagen de manera inteligente, la mujer se atreve desde el suelo a corregir a Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los señores”.

Su fe es admirable. Seguro que en la mesa del Padre se pueden alimentar todos: los hijos de Israel y también los perros paganos. Jesús parece pensar solo en las “ovejas perdidas” de Israel, pero también ella es una “oveja perdida”. El Enviado de Dios no puede ser solo de los judíos. Ha de ser de todos y para todos.

Jesús se rinde ante la fe de la mujer. Su respuesta nos revela su humildad y su grandeza: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! que se cumpla como deseas”. Esta mujer le está descubriendo que la misericordia de Dios no excluye a nadie. El Padre Bueno está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos.

Jesús reconoce a la mujer como creyente aunque vive en una religión pagana. Incluso encuentra en ella una “fe grande”, no la fe pequeña de sus discípulos a los que recrimina más de una vez como “hombres de poca fe”. Cualquier ser humano puede acudir a Jesús con confianza. Él sabe reconocer su fe aunque viva fuera de la Iglesia. Siempre encontrarán en él un Amigo y un Maestro de vida. Los cristianos nos hemos de alegrar de que Jesús siga atrayendo hoy a tantas personas que viven fuera de la Iglesia. Jesús es más grande que todas nuestras instituciones. Él sigue haciendo mucho bien, incluso a aquellos que se han alejado de nuestras comunidades cristianas.

José Antonio Pagola.17 de agosto de 2014. 20 Tiempo ordinario (A). Mateo 15, 21-28

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO “A”
(Is 56, 1. 6-7; Sal 66; Rom 11, 13-15. 29-32; Mt 15, 21-28)

LA UNIVERSALIDAD

Quienes disfrutan un tiempo de vacaciones y quizá han salido fuera de su lugar habitual de residencia, e incluso tal vez han cruzado distintas fronteras geográficas, culturales o religiosas, pueden recibir las lecturas de este domingo de forma muy viva, al comprobar que el Evangelio se ha expandido por toda la tierra, y que todos lso pueblos son destinatarios de la Buena Noticia.

Uno de los beneficios que se reciben al salir del propio territorio es el ensanchamiento de la mente, al observar la diversidad de modos de vida, de formas de vestir, y la pluralidad de costumbres, por lo que se derriban los muros endogámicos, se abandona la estrechez de la mirada y la posición defensiva.

En los diferentes textos que hoy se proclaman, encontramos elementos suficientemente significativos, en los que se hace referencia a la universalidad. El salmo responsorial ofrece la mejor antífona: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.

San Pablo se dirige a los “gentiles”, Jesús atraviesa los territorios paganos de Tiro y de Sidón, y el profeta Isaías adelanta en su visión la diversidad entre los que habitarán el Monte Sión, figura de la Iglesia: “A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza, los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración”.

Los pasajes que se nos proponen este domingo invitan, de alguna forma, a salir, al menos de nosotros mismos. Uno de los riesgos que sufrimos, cuando perdemos la perspectiva de la universalidad, es perecer en nuestros fundamentalismos ideológicos y religiosos. Si todos somos llamados al Monte Sión, no deberíamos atrincherarnos en nuestros microcosmos.

El tiempo de verano ayuda a practicar la acogida, la interculturalidad, la apertura, sin dejar de valorar por ello lo que sabemos que es bueno y esencial, que podría ser el riesgo de quienes mitifican lo extraño y desprecian lo propio.

Jesús defiende lo propio: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, pero se deja alcanzar por el grito de la mujer cananea, y llega a ponerla de modelo de fe: “Mujer, qué grande es tu fe”, Si el domingo pasado encarecíamos la intemperie como circunstancia propicia para el encuentro con el Señor, hoy se nos invita a ensanchar nuestras fronteras y se nos impulsa, como dice el papa Francisco, a atrevernos a llegar con el Evangelio a las periferias, a los diferentes. Jesús salió de los territorios de Israel. En Él tenemos el ejemplo para salir también hacia los que creemos fuera de la Iglesia, hacia los alejados de la fe.

ORACIÓN A SANTA MARÍA, ASUNTA AL CIELO

A ti, la gloriosa, Virgen y Madre, Santa María, a quien los discípulos de tu Hijo veneraron como a madre propia, por fidelidad al testamento del Crucificado, y a quien nosotros seguimos venerando del mismo modo.

A ti, la Bienaventurada, la llenada de gracia, según el saludo del ángel, elevada a lo más alto del cielo, a cuya casa los discípulos de tu Hijo sintieron la necesidad de acudir a la hora de tu tránsito para despedirte y sentir tu última mirada terrena, y a quien nosotros acudimos también para sentirnos mirados por tus ojos misericordiosos.

A ti, la Bendita entre todas las criaturas, como te saludó tu prima Isabel, que gozas de la gloria de tu Hijo y nos confirmas nuestro destino, a ti, a quien los primeros cristianos invocaron como a Madre de Dios y sintieron cobijo y defensa, y nosotros seguimos sintiéndolos cuando rezamos la invocación más antigua: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desoigas la oración de tus hijos, necesitados. Líbranos de todo peligro, Oh siempre gloriosa y bendita”.

A ti, la Reina de todo lo creado porque participas del triunfo de tu Hijo, a ti, a quien podemos invocar como abogada nuestra ante el trono de Dios, como lo fue ante el emperador Asuero la reina Ester en favor de su pueblo. Sabemos que intercedes por nosotros. Así te rezamos todos los días: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

A ti, esperanza nuestra, porque creemos que vives donde la humanidad tiene su destino, a quien cantan los monjes: “Dios te salve, reina y madre, esperanza nuestra”, desde que San Pedro Mezonzo compusiera la oración más popular, la “Salve”.

A ti, Nuestra Señora, y Señora de los ángeles, puerta del cielo, a quien san Bernardo cantó extasiado: “¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce siempre virgen, María!”, a ti, que nos dejas sentir la certeza de tu acompañamiento peregrino.

A ti, Asunta al cielo, que no quiere decir ajena a nuestra historia; por el contrario, te sentimos compañera nuestra mientras recorremos valles oscuros y de lágrimas. Sé tú nuestro consuelo, y aviva en nosotros la certeza de los peregrinos, que avanzan seguros hacia la meta luminosa, tú que eres estrella de la mañana, luz del alba, aurora de la vida.

Hoy, el día que veneramos y festejamos tu triunfo, al tiempo de felicitarte y de felicitarnos en ti dando voz a todos los que aún caminamos por este mundo, te pedimos que ruegues por todos a tu Hijo Jesús, para que un día alcancemos la gloria de la que tu ya gozas.

María, reina, asunta al cielo. Ruega por nosotros.


Evangelio según San Mateo 15,21-28.

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".

Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".

Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!". Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!". 

Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada. 

Guillermo de San Teodorico (c.1085-1148), monje benedictino y después cisterciense 
Oraciones meditativas, nº 2

«Ten piedad de mí, Señor, Hijo de Dios»

A veces, Señor, te siento pasar, pero no te detienes para mí, pasas de largo, y yo te grito como la Cananea. ¿Me atreveré todavía a acercarme a ti? Seguro que sí, los perritos echados fuera de la casa de su amo siempre vuelven a ella, y cuidando guardar la casa, reciben cada día su ración de pan. Echado, aquí estoy todavía; frente a la puerta, te llamo; maltrecho, suplico. Así como los perritos no pueden vivir lejos de los hombres, ¡de la misma manera mi alma no puede vivir lejos de mi Dios!

Ábreme, Señor. Haz que llegue hasta ti para ser inundado por tu luz. Tú, que habitas en los cielos, te has escondido en las tinieblas, en la oscura nube. Como lo dice el profeta: «Te has arropado en una nube para que no pasara la oración» (Lm 3,44). Me corrompo en la tierra, el corazón como en un lodazal... Tus estrellas no brillan para mí, el sol se ha oscurecido, la luna ya no emite su luz. Oigo cantar tus hazañas en lo salmos, los himnos y los cánticos espirituales; en el Evangelio, tus palabras y tus gestos resplandecen como la luz; los ejemplos de tus siervos..., las amenazas y las promesas de tus Escrituras de verdad se imponen a mis ojos y vienen a golpear la sordera de mis orejas. Pero mi espíritu se ha endurecido; he aprendido a dormir de cara al resplandor del sol; me he acostumbrado a no ver ya lo que se me pone delante así...

¿Hasta cuándo, Señor,  cuánto tardarás en romper tus cielos, en descender para venir a socorrer mi torpeza? (sl 12,1; Is 64,1). Que yo no se ya más lo que soy..., que me convierta y que, por lo menos, venga al atardecer como un perrito hambriento. Recorro tu ciudad; en parte aún peregrina sobre la tierra, aunque la mayoría de sus habitantes han encontrado ya su gozo en el cielo. ¿Encontraré también yo allí mi morada?

Vigésimo domingo - Is 56, 1.6-7;  Rm 11, 13-15.29-32;  Mt 15, 21-28

1-En el evangelio del domingo pasado, si lo recuerda, cuando Pedro caminaba sobre las aguas, Jesús le da la mano y le dice: «qué poca fe! »Y quien merece esta reprensión no es uno cualquiera, sino un discípulo que siempre había ido con él.

En cambio, hoy hemos escuchado una exclamación de Jesús totalmente diferente: "Mujer, qué fe que tienes!". Y, sorprendentemente, esto no lo dice de un discípulo, ni de un judío piadoso, sino de una mujer extranjera y de otra religión. Realmente, la fe es un misterio.

¿Qué clase de fe es la de mi vida? Si Jesús lo hubiera de definir, qué me diría: "qué poca fe!", O bien, "qué fe que tienes!"?

Cada uno lo sabe. Pero es una cuestión importante porque la fe marca la orientación de nuestra vida. Según cuál sea mi nivel de fe, viviré mi vida con alegría, con esperanza, con generosidad, con espíritu de solidaridad con los demás o falto plenamente de todo esto.

2- Fijémonos en la actitud de Jesús que describe el evangelio. Hay que reconocer que nos desconcierta un poco. Aquel Jesús siempre tan acogedor y bondadoso, hoy lo encontramos frío y, incluso, llevar en alguna de sus expresiones.

Primero se hace el sordo y luego rechaza la oración humilde de aquella mujer que pedía la curación de su hija, él que siempre había dicho: "Pedid y se os dará ...". ¿En qué quedamos?

Evidentemente, esto sólo es un recurso pedagógico para destacar mejor el resultado final. La fe de aquella mujer es tan grande, que supera todas las dificultades, se gana la admiración de Jesús y obtiene lo que pedía: la curación de su hija.

3-De este hecho, nosotros tenemos que sacar, sobre todo, una lección: la necesidad de la perseverancia. Pero hay que reconocer que esta actitud nos cuesta.

Nosotros somos "inmediatistas": lo que pedimos lo quisiéramos conseguir a la primera, al instante: ya! Y, si no lo conseguimos, dejamos la oración porque creemos que Dios no nos escucha.

Pero Dios tiene sus caminos, que son diferentes de los nuestros. Y, a veces, parecerá que hace el sordo. O, incluso, que se desentiende de nosotros.

Pero todo esto son apariencias. Dios siempre es el mismo: cuando me contesta y cuando calla; cuando me da el que le pido y cuando no me da; cuando lo siento cerca y cuando lo siento lejos. Él me ha amado desde siempre y no cambia.

Si mantenemos, pues, la fe y la confianza, al final también seremos escuchados: "Que sea como tú quieres": me dará lo que pido o, en todo caso, algo mejor.

Sé mantener una oración perseverante o me desanimo enseguida? Si fuera esto último, poco conseguiré ... 

4-Y otro aspecto importante: fijémonos que aquella mujer obtuvo lo que pedía porque la súplica que hizo a Jesús le salía de los fondos del alma. Era el dolor de una madre que siente como propio el sufrimiento de la hija y recorre con fe a Jesús. Y Él lo escucha, porque Jesús nunca rechaza una súplica sincera.

Supuesto esto, nosotros nos podríamos hacer una pregunta. Yo estoy inmerso en una familia y en una sociedad llena de carencias. En mi entorno hay necesidades, hay sufrimientos, hay tristezas, hay violencias ... Quizás muy cerca de mí.

No hay nada que me impresiona fuertemente? ¿No hay nada que haga nacer en mi corazón el impulso a hacer al Señor una súplica que, como la de la cananea, sea un clamor que me salga del fondo del corazón ?.

Sería una lástima que tuviera un corazón tan frío y tan insensible que no se conmoviera por nada de lo que pasa a mi alrededor. Sería realmente una lástima.

De hecho, es la actitud -bien diferente de la de Jesús- que toman los discípulos. Les molesta la insistencia de aquella mujer: "despacharla de una vez" -dicen-. No les conmueve la angustia de aquella madre. No son malas personas, pero lo que ellos quieren es estar tranquilos.

No nos vemos reflejados en esta actitud? ¿No nos pasa también que nosotros deseamos, por encima de todo, vivir sin problemas? Debemos reconocer con humildad que somos poco sensibles a las necesidades de los demás ...

Aprendamos de Jesús que fue capaz de apiadarse del sufrimiento de aquella madre.

Pidámosle que nos conceda un corazón compasivo, que es lo que nos hace más semejantes a Dios, nuestro Padre.

5- Finalmente aquella mujer dice: "También los cachorros (los perritos) comen las migajas que caen de la mesa de los amos".  Ella se contentaba de las migajas. Pero nosotros somos unos privilegiados: comemos en la mesa. Es decir, nosotros comemos plenamente de la Eucaristía y de los demás sacramentos: disfrutamos de los favores de los Señor. Incluso, en el orden material somos también unos privilegiados. Lo sabemos agradecer? Sabemos compartirlo?  No sé si siempre somos conscientes de que hay muchos hombres y mujeres que esperan que caigan de la mesa las migajas, porque no tienen nada ... Nada !.

17 de agosto 2014 Domingo XX Is 56, 1.6-7

Demasiadas veces hay una tendencia a creer que nuestra fe es algo muy exclusivo, como si por ser creyente nos hiciera falta una especie de carné especial; hoy se nos recuerda que «los extranjeros que se han adherido al Señor, que se ponen a su servicio por amor de su nombre y quieren ser sus servidores ... los dejaré entrar en la montaña sagrada ...» El extranjero, pues, es una persona como nosotros, que tiene acceso al misterio de la fe si, como nosotros, se pone al servicio de Dios por amor. ¿Como te miras los extranjeros? Señor, que tenga la amplitud de miras que tiene Tu corazón.


El Papa en la misa conclusiva de la juventud de Asia
"Atender a los necesitados no está reñido con estar cerca del Señor"
Papa: "El grito de la cananea es el de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús"

En la misa conclusiva de la juventud, invita a "despertar e llevar a Cristo al mundo"

José Manuel Vidal, 17 de agosto de 2014 a las 10:32

Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad

(José M. Vidal).- Delirio, emoción y profundo recogimiento religioso en la misa conclusiva de la VI jornada de la Juventud de Asia. En cuatro días Francisco conquistó el continente amarillo. En su último mensaje, el Papa invitó a los jóvenes a llevar a Dios a todo el Asia, recordó que atender a los "necesitados no está reñido con estar cerca de Dios" e invitó a escuchar el grito de la cananea que, hoy, es el de "los que sufren persecución y muerte en nombre de Jesús".

En su pequeño papa móvil blanco, el Papa entró en la enorme explanada coreana del Castillo de Haemi, abarrotada de fieles, especialmente jóvenes asiáticos, al son del himno "Franciscus, Franciscus". Saludos, fotos, besos y emoción juvenil.

Escenografía austera al estilo Francisco. Una simple cruz de madera preside el altar en forma de pagoda con tejados azules. En un costado una imagen de la Virgen blanca con el Niño Jesús. En el frontal del altar de madera, una bella composición de pintura y flores sobre la Asunción. Decoración sobria, pero elegante. Lógicamente, a lo oriental.

Día nublado. Amenaza lluvia, pero los coreanos llevan todos chubasqueros. Antes de comenzar la misa, el speaker ensaya con los jóvenes diversas partes de la misa en latín, como el "pax vobis" o el "confiteor".

Y comienzan los ritos de introducción de la eucaristía con el canto de entrada del himno mundial de la juventud: "Jesucristo, eres mi vida".

El Cristo procesional es de madera. Concelebran los obispos coreanos y los cardenales que acompañaron al Papa en su visita, entre ellos el Secretario de Estado, Pietro Parolin, y el prefecto Rylko.

Francisco luce una sencilla casulla blanca y el báculo de Juan Pablo II.

El Papa, como siempre, profundamente concentrado, inciensa el altar y a la Virgen blanca. Y comienza la eucaristía.

La asamblea canta el Kirye y lo escenifica con las manos. Y, a continuación, el Gloria, que suena diferente a los clásicos que suelen escucharse en las misas occidentales.

La primera lectura del profeta Isaías. Tras ella, un bello salmo responsorial cantado. La segunda lectura de San Pablo a los romanos.
Tras el canto del Aleluya, la lectura del Evangelio de Mateo, leído por un diácono. Es el pasaje de la mujer cananea, que pide a Jesús la curación de su hija.

El Papa comienza la homilía en inglés, traducida al coreano.

Algunas frases de su homilía
"Los cristianos tienen el derecho y el deber de participar en la vida de su sociedad"
"No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social"
"Amen todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus tradiciones"
"Muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas y percibir lo que es incompatible con la fe católica"

"Y qué aspectos son pecaminosos y corruptos y conducen a la muerte"
"Pensemos en la palabra juventud. Estás llenos de optimismos, energía y buena voluntad de esta etapa de su vida"

Que Cristo transforme su energía en voluntad moral"
"Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza"

"Su juventud será un don para la Iglesia y para el mundo"

"Como jóvenes cristianos no sólo forman parte del futuro de la Iglesia. Son también una parte apreciada del presente de la Iglesia". "Permanezcan unidos unos a otros". "Edificar una Iglesia más santa, misionera y humilde. Una Iglesia que ama y adora a Dios. "Una Iglesia que intenta servir a los pobres, a los enfermos y a los marginados"
"Tentación de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado"

"Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: 'Señor, socórreme'"

"La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor"

"Es el grito de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús". "Este grito surge, a menudo, en nuestros corazones"

"Atender a los necesitados no está reñido con estar cerca del Señor". "Amor, misericordia y compasión"
"Despierta, despierta". "Responsabilidad que el Señor les confía, para estar vigilantes"
"Belleza de la santidad y alegría del Evangelio". "Nadie que esté dormido puede cantar y alegrarse"
"Queridos jóvenes, nos bendice el Señor nuestro Dios"

"Vayan al mundo, vayan al mundo y lleven a Dios al mundo"

"Que todas las personas de este gran continente alcancen misericordia"

"Madre, ayúdanos a llevar a Cristo a los otros y a glorificarlo en este país y en toda Asia"

Texto íntegro de la homilía papal

Queridos amigos:

«La gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.

Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada -«Juventud de Asia, despierta»- nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas palabras.

En primer lugar, "Asia". Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.

Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte.

Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra "juventud". Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será un don para Jesús y para el mundo.

Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia. Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.

En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.

Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a "cantar de alegría".

Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.

Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén.

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