“Venid al banquete de bodas”

"Critican la sencillez de sus atuendos y su libertad litúrgica"
La oposición al Papa Francisco
"Entienden la misericordia de Francisco como laxitud moral"

Marco A. Velásquez, 20 de agosto de 2014 a las 16:47



Oposición al Papa

Hay quienes - amparados en el poder de su dinero, de sus privilegios y comodidades - han actuado eficazmente para silenciar la Evangelii gaudium

(Marco A. Velásquez, RyL)- No hay duda que el papa encuentra una férrea oposición dentro de la Iglesia. Los hechos están a la vista. Mientras unos expresan de manera cada vez más abierta sus diferencias, otros lo hacen sentir de manera menos visible y explícita.

En un comienzo lo criticaron por la sencillez de sus atuendos, luego por su libertad litúrgica, más tarde por su crítica al sistema económico. Ahora les molesta que visite a sus amigos -más bien que tenga amigos, peor aun sin son judíos, musulmanes o pentecostales. No les gusta que ría, que juegue, que sorprenda, que improvise, que dialogue, que telefonee, en resumen, que actúe humanamente.

En un plano más reservado, el descontento se acompaña de la felonía del chisme, donde la indignación con el papa cunde por su crítica y denuncia sistemática contra la corrupción del clero. No le perdonan que exponga públicamente sus debilidades, aunque con ello el papa busque contener el proceso de degradación que experimenta la noble y necesaria función sacerdotal.

En un nivel más elevado, y de manera más orgánica, se estructura una oposición dogmática contra el magisterio del papa Francisco. Silenciosamente va tomando fuerza una corriente teológica que, sin pudor, va enmendando la plana a los anhelos reformistas del papa.

Por un lado están quienes -amparados en el poder de su dinero, de sus privilegios y comodidades- han actuado eficazmente para silenciar la Evangelii gaudium. Sorprende que una exhortación pontificia tan incisiva no sea suficientemente socializada en foros, seminarios, jornadas u homilías; menos aun en tiempos de globalización de las comunicaciones.

Por otro lado, están quienes, convencidos de defender el buen Nombre Dios, advierten públicamente contra todo gesto de apertura o supuesta laxitud moral que pueda desencadenar la misericordia papal. En esta categoría caben los temas relativos a la comunión y confesión de las personas separadas o divorciadas vueltas a casar, los temas de la moral sexual, la ordenación de los viri probati y de las mujeres, así como los nombramientos de obispos, entre otros.

La oposición al papa se articula bajo la misma estructura piramidal de la Iglesia y opera en forma directamente proporcional al poder eclesial. Donde hay más poder, hay mayor oposición. Consecuente con ello, los núcleos de oposición están radicados en la jerarquía, y más precisamente, en no pocos obispos.

Quienes se aglutinan tras la oposición del papa son los obispos que han comprendido su ministerio episcopal bajo una concepción administrativa de ejercicio de poder eclesial. Son quienes han renunciado a asumir la tarea episcopal como un encargo evangélico orientado eminentemente al servicio del Pueblo de Dios. Son los obispos que se han dejado guiar por sus propios miedos y prejuicios, más que por la guía fiable del Espíritu Santo. Son quienes no confían en su clero ni en sus fieles, y que consecuentemente dedican gran parte de su tiempo a controlar, reprimir y sancionar. Son quienes se dejan interpelar más por el Código de Derecho Canónico que por los Evangelios. Son quienes no han asimilado esa gracia divina de la misericordia y que por tanto “dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas pesadas, imposibles de soportar, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo.” (Mt 23, 3b – 4). Son quienes, en definitiva, apagan el Espíritu y quienes han sumido a la Iglesia, de todos, en una crisis de grandes proporciones, habiendo tanto bien que compartir y tanto sufrimiento que contener.

Mientras ayer la Iglesia era remecida por vergonsosos escándalos provocados por algunos de sus ministros, en el presente aflora en la conciencia del Pueblo de Dios esa otra crisis, que persiste a través de la historia, es la crisis que provoca la tentación del ejercicio del poder en la Iglesia. Esta es la crisis que afecta de manera más incisiva al servicio apostólico del papa Francisco y que lo lleva insistentemente a pedir que el Pueblo de Dios lo sostenga con la oración. El papa, como fiel hijo de san Ignacio de Loyola, con su testimonio actualiza esa Guerra del Reino descrita en los Ejercicios Espirituales. La escena de un campo de batalla donde se enfrentan la vida y la muerte, el bien y el mal, y donde los hombres se disponen a luchar bajo una de Las Dos Banderas, la de Jesucristo o la de Santanás, es una adecuada escenificación para graficar las tensiones que afectan a la Iglesia y al papa. (EE 135-149). Tan fuerte es la tentación del poder que invade al ministerio episcopal, que San Agustín, como obispo bueno de Hipona, quiso advertir a sus contemporáneos y a sus sucesores de los peligros que encierran el ejercicio del episcopado, diciendo: “Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación.” Sermón 340.

No está lejano el día en que el Pueblo de Dios comience a sustituir sus reverencias por exigencias de conversión a sus pastores, porque nada alienta más a vivir la alegría del Evangelio que el buen ejemplo de esos hombres que están llamados a guiar a los hijos e hijas de la Iglesia. Mientras tanto, ese mismo Pueblo seguirá sosteniendo fielmente al papa Francisco con su modesta y agradecida oración.

El coche, Valeria, la esposa fallecida, y Emanuel Bergoglio

Su estado es grave y hoy será sometido a una nueva operación
Emanuel Bergoglio, el sobrino del Papa, pelea por su vida
Ingresó lúcido, con trauma severo abdominal, fractura de fémur y gran pérdida de sangre

Redacción, 20 de agosto de 2014 a las 08:39

Mueren la mujer y dos hijos de un sobrino del Papa en accidente de coche en Argentina

El mayor problema es el hígado, que no se puede solucionar con una extirpación

Emanuel Horacio Bergoglio, el sobrino del papa Francisco que sufrió un grave accidente automovilístico en la central provincia argentina de Córdoba, es sometido hoy a una nueva cirugía y su estado es grave, informaron fuentes médicas. "En este momento está en el quirófano, acaba de ingresar nuevamente por un sangrado en la zona del hígado", dijo Luciano Caponseli, jefe de terapia intensiva del hospital de la ciudad cordobesa de Villa María, donde fue ingresado el hombre de 38 años esta madrugada. En declaraciones al canal C5N, Caponseli dijo que al paciente ya le extirparon el baso en una primera operación tras el accidente, en el que murieron la mujer y los dos pequeños hijos de Emanuel.

"El mayor problema es el hígado, que no se puede solucionar con una extirpación", dijo el médico, quien, preguntado de 1 a 10 cuál es el grado de gravedad del paciente, respondió nueve. Precisó que el herido tiene "un trauma importante en abdomen y otro trauma importante en el tórax", con dos costillas rotas y un pulmón perforado del lado derecho. Emanuel Horacio Bergoglio y su familia sufrieron un accidente esta madrugada, al chocar el automóvil en el que viajaban con un camión que circulaba delante.

En el accidente falleció la mujer de Emanuel Horacio Bergoglio, Valeria Carmona (36 años) y José Bergoglio (8 meses), mientras que el otro hijo de la pareja, Antonio Bergoglio (2 años) murió en el hospital. Los restos de los tres fallecidos ya fueron trasladados a Buenos Aires.
El conductor del camión contra el que chocaron resultó ileso.

El siniestro, cuyas causas se investigan, se produjo en la autopista que enlaza las ciudades de Rosario y Córdoba, en el centro del país, en el kilómetro 594 -a la altura de la localidad de Villa María- cuando la familia regresaba a Buenos Aires tras un viaje de ocio.
El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, dijo que el papa Francisco recibió con gran tristeza y dolor la muerte de tres de sus familiares y rezó por ellos. (RD/Agencias)

Evangelio según San Mateo 22,1-14. 

Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos". 

Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en Estrasburgo 

Sermón 74, en honor de Santa Cordula     

“Venid al banquete de bodas”

“Todo está preparado”. Pero los invitados se excusan. “uno se iba a su campo, el otro a su negocio.” Se ve demasiado en nuestros días este asombroso afán por los negocios, esta continua agitación que mueve el mundo entero. A uno se le va la cabeza al considerar tantos vestidos, tanta comida, tantas edificaciones y muchas otras cosas, que con la mitad habría bastante y de sobras. Debemos alejarnos con todas nuestras fuerzas de esta exceso de actividad y de multiplicidad, a todo lo que no es estrictamente necesario, recogernos en nosotros mismos, dedicarnos a nuestra vocación, considerar dónde, cómo y de qué manera el Señor nos ha llamado, a uno a la contemplación interior, a otro a la acción, a un tercero más allá de los primeros, hacia un reposo interior afable, en el silencio tranquilo de las divinas tinieblas, en la unidad de espíritu. Pero si el hombre, llamado al silencio interior sereno y noble, en el vacío de la nube oscura (cf Ex 24, 18) quisiera abstenerse por ello, de toda obra de caridad, no haría bien. Este hombre también tiene que hacer las obras de caridad según las circunstancias le inviten a ello... “Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto...” (Mt 22,4) El festín es figura del reposo interior en el que uno goza de Dios como él goza de sí mismo, de manera activa, donde el amo, el rey, viene toda hora a hacerse presente en el banquete. Pero el evangelio cuenta, a renglón seguido, que el amo encontró uno e los comensales del festín sin el vestido de fiesta. El vestido nupcial que le faltaba al huésped es la caridad pura, auténtica y divina, la caridad que no quiere más que lo que Dios quiere...El amor y la intención de algunos no son del todo según Dios, sino que se buscan a si mismos. A éstos dice el Señor: “Amigo ¿cómo has venido aquí sin en el vestido de la caridad auténtica? Has venido a buscar más bien los dones de Dios que a Dios mismo.”

21 de agosto 2014 Jueves XX Ez 36, 23-28

La profecía de hoy fue pronunciada en Babilonia. El pueblo creyente se había ido adaptando culturalmente al nuevo país, y había perdido las auténticas raíces de la fe. De ahí que diga: «la santidad de mi nombre, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado entre ellos.» Y promete una purificación. Lo hará Dios mismo: «rociaré con agua pura, para que seáis puros ...» Te puede pasar que con las costumbres sociales hayas tomado actitudes que están muy alejadas de la doctrina de Dios? Purifícame, Señor, que me puedas contar entre tus fieles.

San Pío X

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy  quisiera detenerme en la figura de mi Predecesor san Pío X, cuya  memoria litúrgica se celebra el sábado próximo, subrayando algunos de  sus rasgos que pueden ser útiles también para los Pastores y los fieles  de nuestra época.

Giuseppe Sarto, así se llamaba, nacido en Riese  (Treviso) en 1835 de familia campesina, tras los estudios en el  Seminario de Padua fue ordenado sacerdote a los 23 años. Primero fue  vicepárroco en Tombolo, luego párroco en Salzano, después canónico de la  catedral de Treviso con el cargo de canciller episcopal y director  espiritual del Seminario diocesano. En estos años de rica y generosa  experiencia pastoral, el futuro Pontífice mostró ese profundo amor a  Cristo y a la Iglesia, esa humildad y sencillez y esa gran caridad hacia  los más necesitados, que fueron características de toda su vida. En 1884  fue nombrado obispo de Mantua y en 1893 Patriarca de Venecia. El 4 de  agosto de 1903, fue elegido Papa, ministerio que aceptó con vacilación,  porque no se consideraba a la altura de una tarea tan elevada. El  Pontificado de san Pío X ha dejado un signo indeleble en la historia de  la Iglesia, y se caracterizó por un notable esfuerzo de reforma,  sintetizada en el lema Instaurare omnia in Christo, “Renovar  todas las cosas en Cristo”. Sus intervenciones, de hecho, abarcaron los  diversos ámbitos eclesiales. Desde el principio se dedicó a la  reorganización de la Curia Romana; después dio luz verde a los trabajos  de la redacción del Código de Derecho Canónico, promulgado por su  sucesor Benedicto XV. Promovió, además, la revisión de los estudios y  del iter de formación de los futuros sacerdotes, fundando también  varios Seminarios regionales, equipados con buenas bibliotecas y  profesores preparados. Otro sector importante fue el de la formación  doctrinal del Pueblo de Dios. Desde los años en que era párroco había  redactado él mismo un catecismo, y durante el episcopado en Mantua había  trabajado para que se llegase a un catecismo único, si no universal, al  menos italiano.

Como auténtico pastor, había comprendido que la  situación de la época, también por el fenómeno de la emigración, hacía  necesario un catecismo al que todo fiel pudiera referirse  independientemente del lugar y de las circunstancias de la vida. Como  Pontífice preparó un texto de doctrina cristiana para la diócesis de  Roma, que se difundió después en toda Italia y en el mundo. El Catecismo  llamado “de Pío X” fue para muchos una guía segura en el  aprendizaje de las verdades de la fe por su lenguaje sencillo, claro y  preciso y por su eficacia expositiva. Notable  atención dedicó a la reforma de la Liturgia, en particular de la música  sacra, para llevar a los fieles a una vida de oración más profunda y a  una participación en los Sacramentos más plena. En el Motu Proprio Tra le sollecitudini (1903), afirma que el verdadero espíritu cristiano tiene su primera e  indispensable fuente en la participación activa en los sacrosantos  misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia (cfr ASS  36[1903], 531). Por esto recomendó acercarse a menudo a los Sacramentos,  favoreciendo la frecuencia cotidiana a la Santa Comunión, bien  preparados, y anticipando oportunamente la Primera Comunión de los niños  hacia los siete años de edad, “cuando el niño comienza a razonar”: dice así. (cfr S. Congr. de Sacramentis, Decretum Quam singulari : AAS 2[1910], 582). Fiel  a la tarea de confirmar a los hermanos en la fe, san Pío X, frente a  algunas tendencias que se manifestaron en el ámbito teológico a finales  del siglo XIX y a principios del XX, intervino con decisión, condenando  el Modernismo, para defender a los fieles de las concepciones  erróneas y promover una profundización científica de la Revelación en  consonancia con la Tradición de la Iglesia. El 7 de mayo de 1909, con la  Carta apostólica Vinea electa, fundó el Pontificio Instituto  Bíblico.

Los últimos meses de su vida fueron amargados por el estallido  de la guerra. El llamamiento a los católicos del mundo, lanzado el 2 de  agosto de 1914 para expresar “el acerbo dolor” de aquella hora, era el  grito sufriente del padre que ve a los hijos enfrentarse uno contra el  otro. Murió poco después, el 20 de agosto, y su fama de santidad empezó a  difundirse pronto entre en pueblo cristiano.

Queridos hermanos y  hermanas, san Pío X nos enseña a todos que en la base de nuestra acción  apostólica, en los diversos campos en que trabajamos, debe haber  siempre una íntima unión personal con Cristo, que hay que cultivar y  acrecentar día tras día. Éste es el núcleo de toda su enseñanza, de todo  su compromiso pastoral. Sólo si estamos enamorados del Señor, seremos  capaces de llevar a los hombres a Dios y abrirles a Su amor  misericordioso, y abrir así el mundo a la misericordia de Dios. ©Libreria Editrice Vaticana

Oremos: Dios todopoderoso y eterno, que,  para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo,  colmaste al Papa San Pío X de sabiduría divina y de fortaleza  apostólica, concédenos que, dóciles a sus instrucciones y ejemplos,  consigamos la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

EL CORAZÓN DE DIOS

Ezequiel 36, 23-28; Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19; Mateo 22, 1-14

“Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo”. Conocida es la expresión “bien te hará llorar el que te quiere”. Pero Dios no quiere nuestro sufrimiento, ansía, desde su corazón de Padre, nuestra conversión. Y esa transformación personal sólo es posible con el ejercicio de nuestra libertad… y ahí, te lo aseguro, Dios es “escandalosamente” escrupuloso por respetar esa libertad personal.

¿Cuántas veces hemos pensado que Dios podía hacer las cosas de otra manera?… evitar el mal, que el dolor desapareciera, que las guerras dejaran de existir… Sin embargo, y esto nos incumbe a ti y a mí (y lo digo con palabras de San Agustín): “Te quejas de lo mal que va el mundo, cambia tú y cambiará el mundo”. Hay mucho más de lo que nosotros queramos en la transformación de nuestros ambientes, que no unos “huecos” deseos que acaban en nada. Pero, para ello, hemos de vencernos verdaderamente. Como diría el Señor “El Reino de los Cielos es para los que se hacen violencia”. Y te concreto: Vencerse en el amor propio, vivir la generosidad con los demás, pensar en el sufrimiento de otros y poner medios, sonreír a aquel que me contraría… En definitiva, como decía San Juan de la Cruz, “para vivir hay que morir, para subir hay que bajar…”. Y eso exige, te lo aseguro, mucha humildad, mucha perseverancia… y saber esperar.

“Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos”. Para que Dios sea verdaderamente nuestro médico, hemos de acudir a su “consulta”. Es necesaria una verdadera aptitud de disponibilidad para que dejar a Dios que actúe en mi alma, y, en ocasiones, eso nos molesta, porque hemos de dejar atrás tanto egoísmo personal y tanta comodidad acumulada durante mucho tiempo. Lo que pueda hacernos un cirujano ante una dolencia o enfermedad, desde luego, no es agradable, pero es necesario para quedar sanos. La salud que nos propone Dios es vivir enteramente en sus manos, sabiendo que su Providencia es capaz de cubrir cualquier mal que pueda sufrir. Dios no es un tirano, es Padre que ama… incluso hasta el punto de morir por mi en la Cruz. Y eso no lo podemos olvidar nunca.

“El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”. De esta manera nos quiere Dios, pero hemos de poner los medios adecuados para acudir a ese banquete de la mejor de las maneras. Nuestra oración persona, acudir al sacramento de la reconciliación, participar en la Eucaristía con la pasión de un verdadero enamorado, buscar hacer el bien a los que me rodean… Todo eso es ir “vestido” con el traje que nos conviene para disfrutar de todo el bien que Dios me tiene preparado. Acude a la Virgen, ella dispuso su alma para ser la llena de gracia, y de su mano iremos a ese banquete en donde encontraremos el rostro de nuestro Padre Dios y le diremos confiados: “Hágase en mi según tu Palabra”.

El altar, puerto de llegada y de partida

Es el lugar donde está el Cuerpo y la Sangre, es navío donde se transportan nuestras intenciones al corazón de Dios.

Hay una criatura que me ha sorbido el seso. Es una criatura irracional. Más aún, es una criatura inanimada. 

Sin embargo, desde hace muchos años todos los días la beso dos veces. Una, cuando me acerco a ella; otra cuando me alejo y despido. Y lo hago porque así lo manda la Santa Madre Iglesia. A veces, incluso, la incienso. Esa criatura ¡…es el altar…! 

Es el centro del templo. El templo es un pequeño cielo en la tierra, pero lo que en el templo hay de más celestial y divino, es el altar. 

Es el polo más importante de la acción litúrgica por excelencia, la Eucaristía. 
El altar es, una cosa excelsa, elevada, no sólo por el lugar elevado que ocupa, sino por las funciones que sobre él se celebran. 

Es lecho donde reposa el Cuerpo entregado y la Sangre derramada. 

Es atalaya desde donde se divisan los horizontes del mundo, ya que «cuando yo sea levantado de la tierra – dijo Cristo – atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). 

Es navío por donde se transportan nuestras intenciones al corazón de Dios. 
Es faro que ilumina todas las realidades existentes, sin excluir ninguna, en especial las humanas, porque «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». 

Es pupitre porque en él la Santa Trinidad escribe en nuestras almas las más sublimes palabras de vida eterna. Es oasis en el que los cansados del camino renuevan las fuerzas: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28). 

Es base de lanzamiento de donde pasa la Víctima divina junto con nuestros sacrificios espirituales al altar del cielo. 

Es ágora, punto de encuentro y de contacto de todos los hombres y mujeres que fueron, que son y que serán. 
Es puerto de llegada y de partida. 
Es mástil y torreta de navío desde donde debe mirarse el camino a recorrer para no errar el rumbo. 

Es «fuente de la unidad de la Iglesia y de concordia entre hermanos». 
Es cabina de comando desde donde deben tomarse las correctas decisiones para hacer siempre la Voluntad de Dios. 

Es clarín que convoca a los que se violentan a sí mismos: «El Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo conquistan» (Mt 11, 12). 

Es bandera desplegada porque abiertamente nos manifiesta todo lo que Dios nos ama y, con toda libertad, nos enseña cómo ser auténticamente libres. 

Es ejército en orden de batalla, donde claudican las huestes enemigas. 
Es regazo materno, seguro cobijo para el desamparado. 

Es encrucijada de todas las lenguas, razas, pueblos, culturas, tiempos y geografías, y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad de toda creencia, porque «por todos murió Cristo» (2 Cor 5, 15). 

Es antorcha porque la cruz «mantiene viva la espera … de la resurrección». 
Es trampolín que nos lanza a la vida eterna. 

Es hogar, horno, brasero, donde obra el Espíritu, «el fuego del altar» (Ap 8, 5). 
Es mesa donde se sirve el banquete de los hijos de Dios, por eso se le pone encima mantel. Sobre él, se reitera el milagro de la Última Cena en el Cenáculo de Jerusalén. Se realiza la transubstanciación. 

Es «símbolo de Cristo», que fue el sacerdote, la víctima y el altar de su propio sacrificio, como decían San Epifanio y San Cirilo de Alejandría. 

Es el Altar vivo del Templo celestial. «El altar de la Santa Iglesia es el mismo Cristo». Es el propiciatorio del mundo. «El misterio del altar llega a su plenitud en Cristo». María está junto a Él. 

Es imagen del Cuerpo místico, ya que «Cristo, Cabeza y Maestro, es altar verdadero, también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa». San Policarpo amonesta a las viudas porque «son el altar de Dios». «¿Qué es el altar de Dios, sino el espíritu de los que viven bien?… Con razón, entonces, el corazón (de los justos) es llamado altar de Dios», enseña San Gregorio Magno. 

Es ara. Sobre todo, es ara. Sobre él se perpetúa, a través de los siglos y hasta el fin del mundo, de manera incruenta, el Único sacrificio de la cruz. 

Texto completo de la catequesis del Papa: Cristo no anula las culturas

Queridos hermanos y hermanas,

en los días pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy, junto a vosotros, doy gracias al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por el espíritu misionero, en un país donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio, se encuentran a las dos. Deseo nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos obispos de Corea, a la señora presidenta de la República, a las otras autoridades y a todos aquellos que han colaborado con mi visita. El significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras: memoria, esperanza, testimonio. La República de Corea es un país que ha tenido un notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados, y deben mantener la fuerza hereditaria de sus antepasados. En esta situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la que los adultos transmiten a los jóvenes la antorcha de la fe recibida por los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se convierte en nuevo testimonio en el presente y esperanza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos eventos principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se añaden a los que ya canonizó hace 30 años san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, en ocasión de la Sexta Jornada Asiática de la Juventud. El joven es siempre una persona buscando algo por lo que valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo. Es más, de Alguno por el que vale la pena dar la vida. Esta realidad es el amor, es Dios que ha tomado carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los jóvenes, el Espíritu del Señor Resucitado nos ha llenado de alegría y de esperanza, ¡que los jóvenes llevarán en sus diferentes países y que harán tanto bien!

La Iglesia en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los laicos ya sean en los albores de la fe, como en la obra de evangelización. En esta tierra, de hecho, la comunidad cristiana no ha sido fundada por misioneros, sino de un grupo de jóvenes coreanos de la segunda mitad del 1700, quienes quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y lo eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el Bautismo y después, este laico, bautizó a su vez a sus compañeros. De ese primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el inicio y durante casi un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por tanto, la Iglesia en Corea está fundada en la fe, en el compromiso misionero y el martirio de los fieles laicos. Los primeros cristianos coreanos tomaron como modelo a la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera cualquier diferencia social. Por eso he animado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: "Todo lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos pequeños, me lo habéis hecho a mí". 

Queridos hermanos, en la historia de la fe que se desarrolla en Corea se ve como Cristo no anula las culturas, Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que atraviesan los siglos y los milenios buscando la verdad y practican el amor por Dios al prójimo. Cristo no elimina lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, a cumplimiento. Lo que sin embargo combate Cristo y derrota es al maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría del dinero; que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes. Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su sacrificio de amor. Y si permanecemos en Él, en su amor, también nosotros, como mártires, podemos vivir y dar testimonio de su victoria. Con esta fe hemos rezado, y también ahora rezamos para que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan cumplir un camino de fraternidad y reconciliación. Este viaje ha sido iluminado por la fiesta de la Asunción de María. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene en los momentos de mayor cansancio, conforta a cuantos están en la prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su materna intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, les done paz y prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en esa tierra, para que sea siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio.

Gracias.

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