Construir sobre roca

Gracias Mamá por educarme con tus valores.

Por enseñarme a usar los "buenos días", las "buenas tardes", el "hasta luego" y las "gracias".

Por inculcarme el respeto a los mayores y a tratar a la gente con amabilidad.

Por acostumbrarme a pedir permiso, a saludar con una sonrisa y amar a las personas por lo que son y no por lo que tienen.

Por enseñarme a ser feliz con lo que tengo y con lo que puedo obtener.

Gracias por sacar lo mejor que había en mí.

Mamá aunque ya no estas a mi lado como estuviste todos los años de mi vida, siento tu presencia y tu recuerdo me acompaña siempre, especialmente este Día de las Madres. Descansa en paz

Tengo un ángel en el cielo que vela por mí, pero que extraño demasiado... hoy más que nunca en el Día de la Madre. Para ti Madre querida, mi madre del corazón, aunque hoy estas muerta, vivirás por siempre en mi corazón.

Para ti Madre querida, mi reina y mi adoración, Dios te llevo consigo, pero en mi mente y memoria guardo tu inmenso amor.

Yo tengo allá arriba entre las estrellas, a alguien que me quiso con todas sus fuerzas, a alguien que nunca olvidaré, mi Madre.

Para ti Madre que luchaste toda la vida sin descanso por tus hijos, te deseo que descanses en paz allá en el cielo y que Dios tenga un huequito a su lado donde puedas tener paz eterna.

Si puedes vernos desde allá estarás satisfecha al ver nuestra felicidad, que sin ti no hubiera sido posible.


En este Día de las Madres como siempre recuerdo al gran amor de mi vida.

A esa que me llevo durante nueve meses consigo, a su lado durante varios años y en su mente toda su vida.

A esa que solo vivía para mí, aunque a veces yo no lo apreciaba como debía.

A esa que murió y hoy no está conmigo, pero que guardo su memoria en lo más dentro de mí.

En este día te recuerdo Mamá y le pido a Dios que te tenga a su lado en la gloria, como lo mereces. Me gusta mirar al cielo, pensar en ti bajar la mirada y sonreír, cerrar los ojos e imaginar que estás aquí... Felicidades Mamá.

Felicidades Mama, sé que me sonríes desde el cielo un día como hoy, en que te recuerdo con más ansias. Después de haber vivido, haberme enamorado, querido y amado, he comprendido que nunca tuve un amor como el de mi madre. Un amor desinteresado, a prueba de desastres, incomprensión y olvido.

Un amor tan grande que no se puede expresar con palabras. Un amor modesto que solo se exteriorizaba con miradas furtivas. Ahora que ella no está y que yo he crecido, es que he comprendido la grandeza de su amor. Gracias Mamá por haberme dado tanto y por recibir tan poco de mí. Gracias Mamá por tu inmenso amor, al que solo puedo corresponder amando de esa misma forma.

Gracias madre mía en este día tan lindo para algunos y tan triste para mí, porque te perdí y no te volveré a ver nunca más.

Gracias madre mía, recordarte y agradecerte es lo único que me queda y pedirle y rezarle a Dios por ti.

Gracias madre mía, tienes mi amor eterno y en mis memorias siempre vivirás. En días como hoy es cuando más te extraño y cuando más me hacen falta tus consejos y tu apoyo, viejita linda. Felicidades Madre.

Para ti mi madre querida que hoy descansas en paz, luego de tantos años de sufrimientos y sinsabores por mi causa, llegue mi más sentido homenaje.

Cada día rezo al cielo para que Dios te tenga a su lado y desde allí puedas ver cuánto te admiro, te quiero, te agradezco y te recuerdo por lo que fuiste para mí.

Para ti mi Madre querida que ahora solo eres polvo y tierra llegue esta bella flor, símbolo de mi amor eterno por ti.



Gracias a Dios hay una sola madre porque no aguantaría el dolor de perderla dos veces...

Gracias Mamita linda por haberme dado la vida, por haberme querido tanto, por sacrificarte por mí y por hacerme quien soy.
Gracias por las noches de desvelo, por las privaciones que por mi culpa pasaste, por las diversiones que por mi renunciaste y por haber vivido solo pendiente de mí.

Por desgracia el Señor te llevó a su lado muy pronto y no esperó a que vieras la felicidad que tengo ahora con mis hijos, que ha sido posible solo gracias a ti y a tu esfuerzo.

Gracias Mamita linda, que descanses en paz por toda la eternidad, que yo te recordare y rezare por ti mientras viva. 
Una Rosa blanca para el amor de mi vida que ahora está en el cielo y no la olvidaré jamás. Mi Madre.


Ojalá extrañarte, te trajera de vuelta. Felicidades Madre, estés donde estés.

Quisiera viajar al pasado y no para evitar algunos errores, solo para abrazar a alguien que hoy ya no está, mi Madre.

Tengo a alguien que me cuida desde el cielo y protege todos mis pasos. Hoy lo que más quisiera es aunque sea por un momento, volverte a ver mi Mamá.

Llevo en mi corazón una pena muy profunda, yo me encontraba muy lejos cuando mi madre murió.

Hoy cargo con esta pena y dolor y llevaré toda mi vida, el pesar de recordar y extrañar a mi madre querida.

Evangelio según San Mateo 7,21.24-27. 

Jesús dijo a sus discípulos: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande". 

Beato Carlos de Foucauld

CARLOS DE FOUCAULD (Hermano Carlos de Jesús) nace en Francia, en Estrasburgo, el  15 de septiembre 1858. Huérfano a los 6 años, creció con su hermana Maria, bajo  los cuidados de su abuelo, orientándose hacia la carrera militar.

Adolescente, pierde la fe. Conocido por su gusto de la vida fácil él revela, no  obstante una voluntad fuerte y constante en las dificultades. Emprende una  peligrosa exploración a Marruecos (1883- 1884). El testimonio de fe de los  Musulmanes despierta en él un cuestionamiento sobre Dios: «Dios mío, si  existes, haz que te conozca ».

Regresando a Francia, le emociona mucho la acogida discreta y cariñosa de su  familia profundamente cristiana, y comienza una búsqueda. Guiado por un  sacerdote, el Padre Huvelin, él encuentra a Dios en octubre 1886.Tiene 28 años.  «Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra  cosa que de vivir sólo para El».
Durante una peregrinación a Tierra Santa descubre su vocación: seguir Jesús en  su vida de Nazareth. Pasa 7 años en la Trapa, primero N.S. de las Nieves, después  Akbes, en Syria. Enseguida después, él vive solo en la oración y adoración cerca  de las Clarisas de Nazareth.

Ordenado sacerdote a los 43 años (1901) parte al Sahara, primero Beni-Abbes,  después Tamanrasset en medio de los Tuaregs del Hoggar. Quiere ir al encuentro  de los más alejados, «los más olvidados y abandonados».Quiere que cada uno de  los que lo visiten lo consideren como un hermano, «el hermano universal». El  quiere «gritar el evangelio con toda su vida» en un gran respeto de la cultura  y la fe de aquellos en medio de los cuales vive. «Yo quisiera ser lo bastante  bueno para que ellos digan: “Si tal es el servidor, como entonces será el  Maestro...”?».

En el atardecer del 1° de Diciembre 1916, fue matado por una banda que rodeó la  casa.
Siempre soñó compartir su vocación con otros: después de haber escrito varia  reglas religiosas; pensó que esta «vida de Nazareth» podía ser vivida en todas  partes y por todos. Actualmente la «familia espiritual de Charles de Foucauld»  comprende varias asociaciones de fieles, comunidades religiosas e institutos  seculares de laicos y sacerdotes.

http://www.carlosdefoucauld.org/Oraciones/Oraciones.htm

Padre mío. Me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco.

Estoy dispuesto a todo,

Lo acepto todo,

Con tal que tu voluntad se haga en mí

Y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en tus manos.

Te la doy, Dios mío,

Con todo el amor de mi corazón.

Porque te amo

Y porque para mí amarte es darme, 

Entregarme en tus manos sin medida,

Con una infinita confianza, 

Porque tu eres mi Padre. 

(Carlos de Foucauld)

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón sobre San Juan, nº 7

Construir sobre roca

¿Es una cosa sorprendente que el Señor haya cambiado el nombre de Simón por el de Pedro? (Jn 1,42).  “Pedro” quiere decir “roca”; el nombre de Pedro es, pues,   símbolo de la Iglesia. ¿Quién está seguro sino el que construye sobre roca? Y ¿qué es lo que dice el mismo Señor? “Todo el que  escucha las palabras que yo digo y las pone en práctica es comparable a un hombre sensato que construye su casa sobre roca. Cae la lluvia, bajan los torrentes, los vientos soplan contra esta casa, pero ella no se ha hundido, porque estaba cimentada sobre la roca...” 

¿De qué le sirve entrar en la Iglesia al que quiere construir sobre arena? Escucha la palabra de Dios pero no la  pone en práctica; así es que construye sobre arena.  Si no escuchara no construiría, escucha pues, y edifica. Pero ¿sobre qué fundamento? Si escucha la palabra de Dios y la  pone en práctica, es sobre roca; si la escucha y no la pone en práctica, es sobre arena. Se puede, pues, construir de dos maneras distintas... Si te contentas con escuchar sin poner por obra lo que has escuchado, construyes una ruina... Si, por el contrario, no escuchas, te quedas a la intemperie, y serás arrastrado por el torrente de las tribulaciones... 

Estad seguros, hermanos míos: el que escucha la palabra sin obrar en consecuencia, no edifica sobra roca; no tiene ninguna relación con este gran nombre de Pedro al cual el Señor ha dado tanta importancia.

Haz en mí lo que quieras.
Mateo 7, 21. 24-27. Jueves. I Adviento. Ciclo A. No todo el que diga ¡Señor, señor!

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres de mí en este día? Me pongo totalmente en tus manos. Me pongo delante de tu cruz, en este rato de oración. Esa cruz que simboliza tu donación y entrega total a la voluntad de tu Padre. Y del mismo modo, hoy, me pongo en tus manos. Haz en mí lo que quieras.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Cuántas veces a lo largo del día nos preocupamos por un sinfín de cosas. Nos preguntamos si los demás pensarán bien de nosotros y procuramos no movernos mucho para no dar pie a que otros nos critiquen.

Tenemos miedo a que se piense o se hable mal de nosotros. Y por eso, tantas veces no somos libres del todo. Queremos agradar a todos, y nos afanamos en ello, pero… nos damos cuenta que es imposible. Al menor viento nos caemos, porque nos damos cuenta que no se puede tener a todos felices.

El ideal del cristiano es hermoso y motivador, pero vivirlo delante de los demás no siempre es fácil. Sabemos perfectamente, por ejemplo, que debemos hablar bien de todos, pero cuando alguien comienza a criticar a otros nos parece imposible decirle que eso está mal.  ¿Por qué? Porque en el fondo somos frágiles, en el fondo puede haber un cierto miedo ante el fracaso y ante la incomprensión. Hay ese respeto humano que nos impide ir contra corriente. Y se puede decir que, en parte, es normal. Vivimos con los demás y de cara a los demás. Pero esto podría ser una construcción hecha sobre arena. Porque unas veces nos presentamos de una manera y otras de otra.

Pero Jesús nos invita a confiar en Él, a no tener miedo. A ponernos en sus manos y empezar a construir en la roca de su voluntad. Aprender a escuchar y cumplir lo que Él nos pide en cada momento. Esto cuesta, pero tenemos a Jesús, nuestro guía y camino. Él en el huerto dijo «pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» y antes de morir, después de grandes humillaciones, dijo al Padre «En tus manos encomiendo mi espíritu».

«Cuando Jesús resucitado afirma: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”, nos está asegurando que Él, el Hijo de Dios, es la roca. No hay otro fuera de Él. Como único Salvador de la humanidad, quiere atraer hacia sí a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, para poder llevarlos al Padre. Él quiere que todos nosotros construyamos nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra.»

(Cf Homilía de S.S. Francisco, 26 de noviembre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a dedicar un rato de oración y leeré con tranquilidad el salmo 30. Reflexionaré en que este salmo es cómo Tú, Jesús: viviste la voluntad del Padre y es a lo que me llamas.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Para encontrar a Dios hay que tratarle
Un trato de corazón a corazón, fruto del amor y no de la costumbre, creando un ambiente de fe y amor.

Una mujer comenzó a ir con sus padres a Misa por costumbre. Después, al profundizar en la fe, vio que "empezaba a tener otro sentido, un sentido de compromiso, me sentí más implicada... descubrí el valor de la Eucaristía como un encuentro con Cristo..."

En nuestra sociedad actual, la asistencia a Misa depende de la costumbre del entorno familiar, de la fe que se ha recibido desde pequeños… y cuando se asiste a Misa por ejemplo en acontecimientos sociales o fiestas principales, incluso los que no saben "qué pasa ahí" sienten alguna motivación, el gusanillo de profundizar, pues no solo queremos vestirnos de fiesta sino que queremos participar en la fiesta, celebrarla. Como en las familias, que tienen un plato preferido para ciertas celebraciones.

Queremos tener una relación viva y personal, maravillosa, con Jesús. Qué lástima, escuchar palabras y cantos, pero no gozar plenamente de las emociones estéticas en la música o en la belleza de las celebraciones, al no vivir la esencia de la Misa y de la comunión... Recuerdo un compañero de estudios que iba a la catedral de Córdoba a escuchar la Misa del domingo fascinado por la belleza de la liturgia y la música. Es difícil entender a Bach sin su fe, pues muchas composiciones están unidas a un sentimiento.

Hemos de conocer lo esencial de la vida. Muchas veces vamos por la vida buscando la felicidad, y no la encontramos... más tarde nos damos cuenta de que estaba allí al lado, en las cosas pequeñas de cada día, en las cosas obvias, que son las que olvidamos más fácilmente, y así nos va... Como el sentido religioso, el sentido trascendente de las cosas. Olvidamos las cosas que no proporcionan un inmediato beneficio práctico con la excusa de que "no sirven para nada", cuando son las que más sirven. Cuando faltan estas cosas, nos damos cuenta de que la vida no sirve para nada. Cuentan de una araña que se dejó caer por uno de sus hilos desde un árbol, para anclar los soportes alrededor de una rama y tejer su telaraña, esa malla que va engrandeciéndose con sucesivas vueltas, hasta completar su obra. Entonces, paseándose por su territorio, orgullosa de su realización, mira el hilo de arriba y dice: "éste es feo, vamos a cortarlo", olvidando que era el hilo por donde empezó todo, el que sustentaba todo. Al cortarlo, la araña desmemoriada cayó enredada en su red, prisionera de su obra. Así nosotros, encerrados en la obra de nuestra inteligencia o en el cuidado de tantas cosas... podemos olvidar la esencial, cuando cortamos el hilo de soporte. ¡No prescindamos de Dios! Es el soporte de todo lo invisible, los valores de amor y respeto a los demás, en definitiva, de la felicidad. Esta dimensión invisible de la vida. Si no, nos enmarañamos en cosas que nos hacen perder la libertad.

La necesidad de dar culto a Dios está en lo más profundo de nuestro interior (y cuando no le hacemos caso, se proyecta en forma de supersticiones varias, idolatrías de todo tipo, sectas variopintas pero peligrosas algunas de ellas, o una apatía brutal por la que no se ve sentido a nada...) Estamos en una época de "complejidad", en la que hay avances técnicos de todo tipo (en el campo científico, en el genético, en la informática...) y en medio del estado de bienestar, muchos de nuestros compañeros de viaje están prisioneros de la angustia ante el futuro, tienen miedo, incluso miedo a vivir. ¿Por qué tanta inseguridad? Porque quizá hoy se absolutiza el bienestar y éste no da respuesta al sentido de la vida, impide volar hacia arriba, mirar el cielo, en ese horizonte no hay Dios; es el gran ausente.

Todo ello causa el sentimiento de "insoportable ligereza del ser". En medio del pensamiento moderno que tiene tantas cosas buenas tenemos al hombre enfermo de frustración y un deseo de búsqueda de Dios, de ahí las profecías de que el siglo XXI sería "místico", porque es la única forma de recuperar el norte. Se intuye que la medicina es la misma: recuperar la idea de Dios, que sirve para cultos e ignorantes, enfermos y sanos, pobres y ricos...

Pero para hallar a Dios hay que tratarle, darle culto. Y no externo, sino que implique la conciencia, un trato de corazón a corazón, fruto del amor y no de la costumbre, creando un "espacio interior" en nuestra conciencia, solos ante el espejo ante el cual encontramos el sentido de la vida, la seguridad que nos falta.

La religión pertenece a las cosas importantes de la vida. Cuentan de un barquero que llevaba gente de un lado a otro de un gran río, y un día subió un sabiondo que empezó a increparle diciéndole: "¿conoces las matemáticas?" -"no", contestó el barquero. -"Has perdido una cuarta parte de tu vida. ¿Y la astronomía?" -"¿Esto se come o qué?", contestó el pobre. "-Has perdido dos cuartas partes de tu vida". -"¿Y la astrología?" -"Tampoco", dijo el barquero. "-¡Desgraciado, has perdido tres cuartas partes de tu vida!". En aquel momento la barca se hundió, y viéndolo que se lo llevaba la corriente, le dijo el barquero: -"¡Eh, sabio!, ¿sabes nadar?" -"¡No!", contestó desesperado. -"Pues has perdido las cuatro cuartas partes de tu vida, ¡toda tu vida!" Pues para quien va por un río, lo importante no es saber tantas cosas sino saber nadar. Así las cosas esenciales de la vida, muchas veces olvidadas, son saber quién soy, de dónde vengo y adónde voy, y descubrir el sentido religioso y -como dice el viejo refrán- al final de la vida el que se salva sabe y el que no, no sabe nada. Los peces se ahogan sin agua y los hombres se asfixian sin aire, así nuestra alma sufre asfixia si no tiene saciada esta sed de Dios, pues el corazón del hombre está inquieto y sin paz hasta que reposa en Él.

La religión es una experiencia personal de la que no podemos prescindir, es una necesidad. Y también es social, constituye una de las tradiciones no sólo culturales sino también basilares de la misma familia: la familia que reza unida permanece unida, dice el refrán. Ante una crisis familiar, para resistir ante las dificultades, es importante ver el cielo, recordar el sentido divino del contemplar el cielo.

Rezar por los difuntos y enterrar a los muertos ¡La Misericordia debe continuar!

En la última catequesis sobre la misericordia, el papa Francisco explica que para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad, pero también un acto de gran fe.
 
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha concluido esta semana la serie de catequesis centradas en la misericordia. Este miércoles ha reflexionado sobre dos obras de misericordia, una espiritual y una corporal: rezar por los difuntos y enterrar a los muertos. De este modo, ha explicado que rezar por los difuntos es un signo de reconocimiento por el testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho. Asimismo ha precisado que la comunión de los santos indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su amor. Pero también ha asegurado que el recuerdo de los fieles difuntos no debe hacernos olvidar también de rezar por los vivos, que junto a nosotros cada día enfrentan las pruebas de la vida.

Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Con la catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado a la misericordia. Pero las catequesis terminan, pero ¡la misericordia debe continuar! Agradecemos al Señor por todo esto y conservémoslo en el corazón como consolación y fortaleza.

La última obra de misericordia espiritual pide de rezar por los vivos y por los difuntos. A esta podemos unir también la última obra de misericordia corporal que invita a enterrar a los muertos. Puede parecer una petición extraña esta última; en cambio, en algunas zonas del mundo que viven bajo el flagelo de la guerra, con bombardeos que de día y de noche siembran temor y víctimas inocentes, esta obra es tristemente actual. La Biblia tiene un hermoso ejemplo al respecto: aquel del viejo Tobías, quien, arriesgando su propia vida, sepultaba a los muertos no obstante la prohibición del rey (Cfr. Tob 1,17-19; 2,2-4). También hoy existen algunos que arriesgan la vida para dar sepultura a las pobres víctimas de las guerras. Por lo tanto, esta obra de misericordia corporal no es ajena a nuestra existencia cotidiana. Y nos hace pensar a lo que sucede el Viernes Santo, cuando la Virgen María, con Juan y algunas mujeres estaban ante la cruz de Jesús.

Después de su muerte, fue José de Arimatea, un hombre rico, miembro del Sanedrín pero convertido en discípulo de Jesús, y ofreció para él un sepulcro nuevo, excavado en la roca.

Fue personalmente donde Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús: ¡una verdadera obra de misericordia hecha con gran valentía! (Cfr. Mt 27,57-60). Para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad, pero también un acto de gran fe. Depositamos en la tumba el cuerpo de nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección (Cfr. 1 Cor 15,1-34). Este es un rito que perdura muy fuerte y apreciado en nuestro pueblo, y que encuentra repercusiones especiales en este mes de noviembre dedicado en particular al recuerdo y a la oración por los difuntos. Rezar por los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor porque nos los ha donado y por su amor y su amistad. Dice el sacerdote: «Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano). Un recuerdo simple, eficaz, lleno de significado, porque encomienda a nuestros seres queridos a la misericordia de Dios. Oremos con esperanza cristiana que estén con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en ese misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad porque es una promesa que Jesús ha hecho. Todos resucitaremos y todos permaneceremos por siempre con Jesús, con Él.

El recuerdo de los fieles difuntos no debe hacernos olvidar también de rezar por los vivos, que junto a nosotros cada día enfrentan las pruebas de la vida. La necesidad de esta oración es todavía más evidente si la ponemos a la luz de la profesión de fe que dice: “Creo en la comunión de los santos”. Es el misterio que expresa la belleza de la misericordia que Jesús nos ha revelado. La comunión de los santos, de hecho, indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su amor. Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión, es decir, unidos todos, ¿no?, como una unión; unidos en la comunidad de cuantos han recibido el Bautismo, y de aquellos que se han nutrido del Cuerpo de Cristo y forman parte de la gran familia de Dios. Todos somos de la misma familia, unidos. Y por esto rezamos los unos por los otros.

¡Cuántos modos diversos existen para orar por nuestro prójimo! Son todos válidos y aceptados por Dios si son hechos con el corazón. Pienso de forma particular en las madres y en los padres que bendicen a sus hijos por la mañana y por la noche. Todavía existe esta costumbre en algunas familias: bendecir al hijo es una oración; pienso en la oración por las personas enfermas, cuando vamos a visitarlos y oramos por ellos; en la intercesión silenciosa, a veces con las lágrimas, en tantas situaciones difíciles, orar por estas situaciones difíciles. Ayer vino a la misa en Santa Marta un buen hombre, un empresario. Ese hombre joven debe cerrar su fábrica porque ya no puede y lloraba diciendo: “Yo no puedo dejar sin trabajo a más de 50 familias. Yo podría declarar la bancarrota de la empresa, yo me voy a casa con mi dinero, pero mi corazón llorará toda la vida por estas 50 familias”. Este es un buen cristiano que reza con las obras: vino a misa para rezar para que el Señor le dé una salida, no solo para él, sino para las cincuenta familias. Este es un hombre que sabe orar, con el corazón y con los hechos, sabe orar por el prójimo. Es una situación difícil. Y no busca la salida más fácil: “Que se ocupen ellos”.

Este es un cristiano. ¡Me ha hecho mucho bien escucharlo! Y tal vez existan muchos así, hoy, en este momento en el cual tanta gente sufre por la falta de trabajo; pienso también en el agradecimiento por una bella noticia que se refiere a un amigo, un pariente, un compañero… “¡Gracias, Señor, por esta cosa bella!”, también esto es orar por los demás. Agradecer al Señor cuando las cosas van bien.  A veces, como dice San Pablo, “no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26). Es el espíritu que ora dentro de nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón, de modo que el Espíritu Santo, escrutando los deseos que están en lo más profundo, los pueda purificar y llevar a cumplimiento. De todos modos, por nosotros y por los demás, pidamos siempre que se haga la voluntad de Dios, como en el Padre Nuestro, porque su voluntad es seguramente el bien más grande, el bien de un Padre que no nos abandona jamás: rezar y dejar que el Espíritu Santo ore por nosotros. Y esto es bello en la vida: reza agradeciendo, alabando a Dios, pidiendo algo, llorando cuando hay alguna dificultad, como aquel hombre. Pero siempre el corazón abierto al Espíritu para que rece por nosotros, con nosotros y por nosotros.

Concluyendo estas catequesis sobre la misericordia, comprometámonos a orar los unos por los otros para que las obras de misericordia corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de nuestra vida. Las catequesis, como he dicho principio, terminan aquí. Hemos hecho el recorrido de las 14 obras de misericordia, pero la misericordia continua y debemos ejercitarla en estos 14 modos. Gracias.

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