¿Por qué esta generación reclama un signo?

Evangelio según San Marcos 8,11-13. 

Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla. 

San Gregorio II

San Gregorio II (715-731), considerado por algunos historiadores como el mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a quien se pareció en la alteza de miras que lo guió en todas sus acciones y en la magnitud de empresas en que tuvo que intervenir.

Procedente de una ilustre familia patricia nació en Roma, donde recibió la educación propia de la nobleza en el palacio de Letrán. De este modo se apropió ya desde un principio aquella erudición eclesiástica que luego lo distinguió y tan excelentes servicios prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten. En realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I (687-701) lo puso al frente de la tesorería pontificia y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, distinguióse Gregorio ya desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas y para defender a su Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje a Oriente, con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después del célebre concilio Quini-Sexto o Trullano II, del año 692. Tomó, pues, consigo como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían seguirse poco después.

No mucho después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido Papa y como tal tuvo que intervenir desde un principio en importantes asuntos de la Iglesia, en todos los cuales aparece siempre su extraordinaria virtud y el esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos eclesiásticos y pontificios.

Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en primer lugar, afianzó definitivamente el prestigio y posición del Romano Pontífice en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de los lombardos en Italia hacia el año 570, dos poderes se disputaban la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el norte con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde Justiniano I (527-565) dominaban el sur y centro de la Península. En medio de estas dos fuerzas se hallaba el Romano Pontífice, quien, territorial y civilmente, era súbdito del emperador bizantino, mas por un conjunto de circunstancias se fue desligando de él e independizando cada vez más. Precisamente en esto consiste el mérito especial de San Gregorio II, en haber sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes. Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo y formaba lo que se llamó patrimonio de San Pedro. Uno de los grandes méritos de San Gregorio Magno consiste precisamente en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de donde se sacaban los recursos económicos para sus grandes empresas.

Pues bien, Gregorio II se propuso desde un principio dar la mayor consistencia posible a la posición en que se encontraba el Romano Pontífice. Uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los muros de la Ciudad Eterna, para poderse defender contra las incursiones posibles de los lombardos. Al mismo tiempo restauró algunas iglesias y monasterios. Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos ciento cuarenta años antes. Para ello envió el año 718 algunos monjes de Letrán, a cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo surgió de nuevo el gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina. Gregorio II reconstruyó asimismo otros monasterios junto a San Pablo y a Santa María la Mayor, y, a la muerte de su madre, transformó su propia casa en convento en honor de Santa Agueda.

Esta actividad constructora y renovadora ayudó poderosamente al Papa para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero al mismo tiempo procuró fomentar la vida eclesiástica y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró el 5 de abril del año 721 un sínodo, al que asistieron numerosos obispos y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún prelados. Este prestigio romano fue aumentando a medida que los emperadores bizantinos se iban haciendo más impopulares en Italia. En efecto, empeñado León III Isáurico (717-741) desde el principio de su gobierno en reformar la administración del imperio, inició una serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias y en particular sobre Italia, que sus exarcas exigían con la mayor brutalidad. A esto se añadió poco después la violenta campaña contra las imágenes, que quiso extender asimismo a Italia e imponer por la fuerza al Romano Pontífice. El resultado fue un aumento creciente de la antipatía del pueblo italiano hacia el emperador bizantino y, por el contrario, un crecimiento cada día mayor del prestigio del Romano Pontífice.

Todo esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas instancias del Papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo, y entonces el mismo Papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo frente a las violentas acometidas lombardas. De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas para otras grandes empresas que iba acometiendo.

Efectivamente, el celo por la gloria de Dios y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección de San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos. Como San Gregorio Magno tiene el gran mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín con sus treinta y nueve compañeros, y con ellos la gloria de haber iniciado la gran empresa de la conversión de los anglosajones, de una manera semejante a San Gregorio II le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo a la gran obra de completar su evangelización y organización de sus iglesias.

Ya el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718 compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en la historia. A él, pues, le confió la gran empresa de completar la evangelización de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en Frisia y Hesse con la conversión de millares de paganos, se presentó de nuevo Bonifacio en Roma. Gregorio II lo consagra obispo y lo colma de facultades espirituales, de reliquias y cartas de recomendación para fomentar la evangelización germana, y durante los años siguientes continúa apoyando con todo su poder la gran obra realizada por Bonifacio en la gran Germania. En realidad, pues, esta obra se debe en buena parte al celo apostólico del papa San Gregorio II.

Roma misma se iba convirtiendo cada vez más en centro a donde afluían los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía eficazmente el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II. Los católicos anglosajones, cuya conversión y organización había quedado terminada hacia el año 680 por la obra de Teodoro de Tarso, arzobispo de Cantorbery, experimentaban una prosperidad extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa, como San Wilibrordo y Winfrido o Bonifacio. No contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio el famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga, quienes fundaron en Roma la Schola Anglorum. Asimismo recibió las visitas y homenajes del duque de Baviera y otros príncipes de la cristiandad.

Otro problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar claramente su ardiente celo por la gloria de Dios y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible persecución y la misma muerte. Nos referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución de las imágenes y de sus defensores, desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III Isáurico.

Las causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que ya en un edicto de 723 no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos. Por otra, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén era el obispo de Nacoleo de Frigia, Constantino. Este partido consiguió finalmente mover al emperador León III a publicar en 726 el primer decreto iconoclasta. Indudablemente, León III, que trataba de afianzarse definitivamente en el trono, perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta conducta, en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los musulmanes, y en el interior, implantar una política de absoluto dominio en lo civil y en lo religioso que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica,

Pero no, se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con más rigor, en todo el Oriente y aparecían los héroes de la ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno, el emperador se dirigía al Occidente y exigía en los territorios italianos sometidos a su dominio la admisión y aplicación del edicto iconoclasta. A esta intimación de León III respondió el papa Gregorio II con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Ante todo, según refieren algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de las imágenes y se probó con toda suficiencia su licitud. Luego, el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones en el terreno dogmático. Por otro lado, dirigió el Papa un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

Los acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses divinos, y por otra, la ceguera de León III, con lo que fue aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio bizantino. En efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias. Entonces, pues, levantáronse en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Ravena. La situación para el Papa era verdaderamente comprometida. Si se ponía de parte de los revoltosos o de Luitprando, comprometía su porvenir, pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

Pero la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los Papas. En lugar de agradecer a Gregorio Il su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena se dirigió a Roma el año 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el decreto iconoclasta. El Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo. Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos. El nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le adelantó, pues, con el único intento de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo y se puso a sí y al pueblo en sus manos. Conmovido éste entonces por la actitud humilde y caritativa del Romano Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con el Papa, depositó ante San Pedro su espada y sus insignias reales, y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo, a los romanos a prestarle auxilio, con el que se logró dominar a los rebeldes. Pero ni aun con tan repetidos actos de magnanimidad consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico, quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de los bizantinos en Italia.

El Liber Pontificalis le atribuye obras importantes de restauración de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y de San Pedro de Letrán. Asimismo, testifica que dejó "una suma de doscientos sesenta sueldos de oro para distribuir entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios; otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba. Finalmente, consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu, inflamado amor de Dios y de la Iglesia, fortaleza y constancia frente a las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre frente a sus enemigos.

San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia La Trinidad, libro 12, 52-53

¿Por qué esta generación reclama un signo?

Padre Santo, Dios todopoderoso..., cuando yo elevo la débil luz de mis ojos, ¿puedo dudar de que eso es tu cielo? Cuando contemplo el curso de las estrellas, su retorno en el ciclo anual, cuando veo las Pléyades, la Osa menor y la Estrella de la mañana y considero que cada una brilla en el lugar que tú le has asignado, comprendo, oh Dios, que tú estás allí, en estos astros que yo no comprendo. Cuando veo «las soberbias olas del mar» (sl 92,4), no comprendo el origen de esta agua, ni tampoco comprendo quien es que pone en movimiento su flujo y reflujo regular y, sin embargo, creo que hay una causa –ciertamente para mí impenetrable- en estas realidades que yo ignoro, y también allí percibo tu presencia. 

Si vuelvo mi espíritu hacia la tierra que, por el dinamismo de unas fuerzas escondidas, descompone todas las semillas que antes ha acogido en su seno, las hace germinar lentamente y las multiplica, después las hace crecer, no encuentro allí nada que pueda comprender con mi inteligencia; pero esta misma ignorancia me ayuda a discernirte, a ti, puesto que, si soy incapaz de comprender la naturaleza que ha sido puesta a mi servicio, sin embargo te encuentro a través de este mismo hecho de que ella está allí, para mi uso. 

Si me vuelvo hacia ti, la experiencia me dice que yo no me conozco a mi mismo, y te admiro tanto más por el hecho de ser yo un desconocido para mí mismo. En efecto, aunque yo no los puedo comprender, sí tengo experiencia de los movimientos de mi espíritu que juzga sus operaciones, su vida, y esta experiencia te la debo sólo a ti, a ti que me has hecho participar de esta naturaleza sensible que me da un gran gozo, aunque su origen se encuentra más allá de lo que alcanza mi inteligencia. No me conozco a mi mismo, pero te encuentro en mí y, encontrándote, te adoro.

Los verdaderos signos del amor
San Marcos 8,11-13. VI Lunes de Tiempo Ordinario. Ciclo A.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hoy me encuentro ante Ti, Señor; ante tu presencia. Estoy dispuesto a hablarte y a escucharte… aquí quiero estar.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces me doy cuenta que padezco de ceguera. Ceguera ante los signos del amor de Dios en mi vida.

Una irónica ceguera que no ve lo bueno de mi vida; sólo ve aquello que no va bien, que duele, que lastima…que incomoda.

Ceguera que no es capaz de ver lo maravilloso en lo sencillo…en los detalles de las cosas pequeñas, aun cuando siempre están frente a mis ojos.

Señor, esta ceguera la sanas de una manera muy sencilla, así como Tú eres. Me dices –sólo abre los ojos y observa. Ahí en lo sencillo y lo cotidiano. En las miradas, en los abrazos…en el deseo de amor… en el arrepentimiento. En la familia, en el trabajo. En el señor de la esquina, en la persona que está a mi lado. En la alegría de los días, aun en el sufrimiento… ahí estoy.

Los verdaderos signos de tu amor están escondidos en las cosas más sencillas. No sólo están en el caminar sobre las aguas o en la multiplicación de los panes; en el ordenar calma a los mares. Están en el acto de lavar los pies de los discípulos. En la cueva sucia y escondida de Belén; en el fracaso ante los ojos humanos de la cruz…Ésos son signos de Dios…son signos de amor.

Ante la búsqueda de lo maravilloso dame la gracia de abrir bien mis ojos, Señor, para que ahí…en lo sencillo, en lo insignificante pueda descubrir tu presencia. Hazme dócil a tu amor, Señor, para que pueda, en los actos cotidianos y comunes de mi vida, descubrir los signos de tu amor.

«Signo e instrumento de un encuentro. Eso somos. Atracción eficaz para un encuentro. Signo quiere decir que debemos atraer, como cuando uno hace señales para llamar la atención. Un signo debe ser coherente y claro, pero sobre todo comprensible. Porque hay signos que son claros sólo para los especialistas, y estos no sirven. Signo e instrumento. El instrumento se juega la vida en su eficacia —¿sirve o no sirve?—, en estar a mano e incidir en la realidad de manera precisa, adecuada. Somos instrumento si de verdad la gente se encuentra con el Dios misericordioso.»

(Meditación de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Antes de acostarme, hacer un repaso de mí día para ver los momentos en los que Dios se ha hecho presente.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué ha traído Jesús al mundo?
Me ha traído la esperanza, el perdón, la salvación, el Amor...me ha traído a Dios.

Cada generación se siente invitada a ponerse ante Jesús de Nazaret para preguntarse: tú, ¿quién eres?

Después de 2000 años, también nosotros sentimos la necesidad de resolver la pregunta sobre Jesucristo, sobre su Persona, sobre su Misión, sobre su Obra.

El Papa Benedicto XVI concreta aún más la pregunta para nuestro tiempo, para nuestro mundo sumergido en guerras, pobreza, injusticias, miedos. “¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?” (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, p. 69).

La respuesta surge desde una experiencia profunda, desde la oración que descubre en Jesucristo al Salvador del mundo. “La respuesta es muy sencilla: a Dios. [Jesús] ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se había ido revelando primero poco a poco, desde Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los profetas; el Dios que sólo había mostrado su rostro en Israel y que, si bien entre muchas sombras, había sido honrado en el mundo de los pueblos...” (“Jesús de Nazaret”, pp. 69-70).

Ante Cristo toda la historia humana adquiere su sentido más profundo, más pleno. Los reinos humanos, los imperios poderosos, los que triunfan en el dinero o en el poder, pasan y se esfuman, uno tras otro. En silencio, con una presencia humilde, con una fuerza pacífica, la gloria de Dios sigue entre nosotros, supera la contingencia del tiempo, ofrece esa salvación auténtica que cada hombre desea con ansiedad inextinguible.

Desde que Jesús ha traído a Dios, todo es distinto. “Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor” (“Jesús de Nazaret”, p. 70).

¿Qué ha traído Jesús al mundo? La pregunta puede hacerse en primera persona: ¿qué ha traído Jesús para mí, para mi familia, para mis amigos, para la ciudad y la nación en las que vivo? La respuesta también se hace en singular: me ha traído la vista, me ha traído la esperanza, me ha traído el perdón, me ha traído la salvación, me ha traído el Amor, me ha traído a Dios...

En la marcha diaria hacia lo eterno, Jesús nos acompaña, nos guía, nos levanta, nos cuida. Como el apóstol santo Tomás, abrimos el corazón lleno de alegría para decir, ante tanto Amor, unas palabras de fe humilde y total: “Señor mío y Dios mío”...

Francisco: María salud de los enfermos, garantiza la ternura de Dios a todos los hombres.
El Santo Padre envía un tweet por la Jornada mundial del enfermo, en el día de Nuestra Señora de Lourdes

ZENIT – Roma).- El papa Francisco envió hoy un tweet, en el que dice: “Deseo animarles a contemplar en Santa María, Salud de los enfermos, la garante de la ternura de Dios por todo ser humano”. Lo hizo en la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, que se celebra cada 11 de febrero, así como la XXV Jornada Mundial del Enfermo. En cambio en Francia, en el santuario de Nuestra Señor de Lourdes, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, y enviado del Papa Francisco para celebrar la 25° Jornada Mundial del Enfermo, con el lema “El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí” señaló a María como inspiración para los enfermos y para todos los que sufren. Durante su homilía en la eucaristía celebrada en la basílica del santuario pidió “ensanchar nuestro corazón para ganar nuestros combates personales contra los muchos miedos que, en los momentos de enfermedad, en los momentos de sufrimiento y en el pensamiento mismo de la muerte, provocan en cada uno de nosotros”. Y que es necesario “un diálogo con Dios para superar nuestras fragilidades”.“Esta celebración –concluyó– también tiene por objeto dar las gracias al Señor por todas las personas, cristianos, creyentes de otras religiones y no creyentes, que vienen a este lugar con el objetivo de encontrar alivio y esperanza”.

Distracciones durante la Santa Misa. ¿Cómo hacer para evitarlas?
«La dificultad habitual de la oración es la distracción» (n.2729).

Pregunta: Estimado Padre John, no me gusta admitirlo, pero me distraigo en Misa. Me encanta la Misa, creo en ella, ¡voy casi a diario!, me entusiasma ir, pero... me distraigo durante la celebración. Realmente desearía que no fuera así – Quiero adorar a Dios con perfección, como es debido hacerlo. ¿Puede usted ayudarme?

Responde el Padre John Bartunek, L.C.:
En tanto seamos humanos, siempre estaremos luchando contra las distracciones. El Catecismo lo deja en claro: «La dificultad habitual de la oración es la distracción» (n.2729). El primer consejo útil es, simplemente, no te preocupes. Acepta tus limitaciones y luego, poco a poco, aprende a recuperarte más rápidamente de las distracciones, cuando las percibas. Una vez más, el Catecismo ofrece una guía segura, sabia y realista:

«Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir». (CIC n.2729).

1.- Vigilando el corazón durante la Misa

Cuando se trata de mantener vigilante el corazón durante la Misa, un aliado poderoso es tener una comprensión más profunda del misterio que se está celebrando, de la naturaleza misma de la Misa. A largo plazo, el cultivo de esta comprensión más profunda dará mucho más fruto que ciertos trucos como llegar temprano a Misa para buscar el recogimiento, o concentrarse en los símbolos visuales en la Iglesia. Permíteme entonces, ofrecer algunas reflexiones sobre este misterio, desde el punto de vista que nos da la Carta a los Hebreos en el capítulo 10, el punto de vista de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote.

2.- ¿Está Dios contradiciéndose a sí mismo?

En cierto sentido, parece que este capítulo de la Escritura contradice las prácticas católicas. En un momento dado, en Hebreos 10,10-12, el escritor sagrado nos habla de la diferencia entre los sacrificios del Antiguo Testamento y el sacrificio del Nuevo Testamento ofrecido por Cristo en la cruz: «...Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo. Y, ciertamente, todo sacerdote (del Antiguo Testamento) está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. Él (Jesús), por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre».

Por tanto, el escritor de esta Carta a los Hebreos está diciendo que Jesús ya ofreció su sacrificio sacerdotal una vez para siempre y por tanto no tiene necesidad de ofrecer sacrificios diarios. Pero (y aquí viene la aparente contradicción), si ése es el caso, por qué la Iglesia Católica –de hecho, ¿por qué casi todas las parroquias católicas- ofrecen Misa todos los días? Es más, ¿por qué se ofrece Misa cada domingo si Jesús ya ofreció su sacrificio «de una vez para siempre»?

Después de todo, el Catecismo nos enseña que la Santa Misa, la Celebración de la Eucaristía, es de hecho un sacrificio. (CIC nn. 1359, 1360, 1365): «Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio...La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre...La Eucaristía es también un sacrificio de alabanza».

¿Ves la aparente contradicción? Por un lado, la Carta a los Hebreos nos dice que debido al sacrificio de Jesús en la cruz, hace dos mil años, nosotros no tenemos que «ofrecer sacrificios día tras día». Mientras que por otro lado, la Iglesia, al celebrar la Eucaristía cada día, está ofreciendo un sacrificio día tras día. ¿Qué es lo que pasa?

Ya estamos entrando en el misterio profundo presente en cada Misa. Si podemos llegar a entender por qué esta aparente contradicción no es en realidad una contradicción, nos encontraremos viviendo la Misa con una reverencia espontánea e incluso con gran asombro. Y será mucho más difícil que las distracciones aparten nuestra atención de la Misa.

3.- La presencia universal de sacrificio

A lo largo de la historia del mundo, todas las religiones han utilizado alguna clase de sacrificio para ayudar a establecer y mantener una relación sana con Dios. Éste fue el caso en la religión judía del Antiguo Testamento. Algunas religiones hacían sacrificios con parte de su cosecha o con una porción de lo que cazaban, o aún con seres humanos –enemigos que hubieran capturado durante la guerra, por ejemplo. Al sacrificar estas cosas valiosas, las destruían dentro de rituales, acompañados de oraciones a sus dioses. ¿Por qué lo hacían? Por dos razones.

4.- Sana dependencia, sana culpa: adoración y expiación

En primer lugar, ellos reconocían que su existencia dependía de las fuerzas divinas. Si el sol dejaba de brillar, por ejemplo, sus cultivos no crecerían, no habría cosecha y ellos morirían de hambre. Pero no tenían el poder para asegurarse que el sol continuara brillando –sólo los dioses podrían hacerlo. Así que les ofrecían sacrificios de algo valioso para ellos, con la esperanza que este acto de humildad y adoración complaciera a los dioses y los convenciera de seguir sosteniendo su existencia.

En segundo lugar, ellos reconocían que, frecuentemente, cometían el mal, lo cual desagradaba a los dioses. Reconocían que sus malas acciones, sus pecados, merecían ser castigados por los dioses quienes no toleraban la maldad. Por lo tanto, ofreciendo un sacrificio a los dioses de algo valioso para ellos, tenían la esperanza de expiar sus pecados, aplacar la ira de los dioses y asegurar su propia supervivencia.

Un círculo vicioso espiritual

Éstos eran los instintos religiosos presentes en la naturaleza humana, aun en las religiones primitivas, pero sabemos que los sacrificios de cabritos y novillos, o de maíz o vino, o de seres humanos pecadores, eran totalmente inadecuados. Estos objetos finitos eran limitados e imperfectos, creaturas pequeñitas que, en primer lugar, provenían de Dios, entonces, ¿cómo podían dar el honor y la alabanza debida a Dios? ¿O reparar por pecados de rebelión contra un Dios de infinita sabiduría y verdad? Simplemente no podían y sin embargo, la raza humana caída necesitaba adorar a Dios y expiar los pecados – de otra manera estaríamos separados de Dios y frustrados en nuestra búsqueda de la felicidad eterna, la cual consiste en vivir en comunión con Dios (para lo cual fuimos creados).

5.- Jesús al rescate

Dios mismo vino a rescatarnos y nos dio la solución a este dilema existencial. Él nos envió a su propio Hijo, Jesucristo, a través de la encarnación. Y Jesús, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tal como lo proclamamos cada semana en el Credo, podría ofrecer el sacrificio perfecto; un culto y una expiación, que eran, al mismo tiempo, totalmente humanos a causa de su naturaleza humana libre de pecado, y también infinitos, y de valor infinito, debido a su naturaleza divina.

Jesús ofreció el perfecto sacrificio de su propio cuerpo cuando permitió que lo crucificaran. A través de su crucifixión, tomó sobre sí mismo el castigo por nuestros pecados y se ofreció a sí mismo (verdadero Dios y verdadero hombre) como el acto perfecto de adoración y alabanza.

Jesús, en la cruz, es verdaderamente el sacrificio perfecto, «la víctima pura, santa, inmaculada», como el sacerdote lo describe durante la Misa en el Prefacio Eucarístico. Pero Jesús no sólo fue la víctima en el sacrificio perfecto, Él también fue el que ofreció a la víctima –en otras palabras, el sacerdote. Es por esto que la Carta a los Hebreos llama a Jesús el sumo sacerdote quien es «santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores». En toda la historia de la humanidad, sólo la auto-ofrenda de Jesús en el Calvario es un sacrificio que da culto perfecto a Dios y hace una perfecta expiación por el pecado, porque ambos, el sacerdote y la víctima, son perfectos; libres de pecado, totalmente humanos y totalmente divinos. Éste es el sacrificio perfecto, hecho «una sola vez» en la cruz del Calvario.

En nuestro próximo artículo sobre este tema, hablaremos sobre la conexión del sacrificio de Jesús en la cruz y el significado de la Misa como un memorial y de cómo respondemos nosotros...
Recomendamos:

¿Qué es aquello que nos ayudará a evitar las distracciones en la misa?
Explicación detallada de las partes de la Misa.
¿Y porqué faltar a misa el domingo es pecado? 

Cómo usan las sectas el miedo al fin del mundo
Mitos y verdades acerca del fin del mundo.

El cambio cultural en el que estamos inmersos afecta todas las dimensiones de la vida humana, también la religiosa. Varios analistas advierten que observar lo que sucede con la religión nos puede ayudar a comprender lo que sucede con la sociedad en su conjunto. En todas las crisis culturales y especialmente en cambios de siglo o de milenio, proliferan movimientos milenaristas y apocalípticos con nuevas y viejas doctrinas acerca del fin del mundo o de la inminente transformación del cosmos.

Desde los adventismos y movimientos apocalípticos de inspiración cristiana, hasta los fundamentalistas de todas las tradiciones, las diversas manifestaciones del gnosticismo en sus versiones optimistas y pesimistas, junto a la diversidad de formas esotéricas que se reinventan en cada siglo, asistimos a una reconfiguración de las creencias religiosas que presentan antiguas y nuevas formas de comprender el final del universo.

¿Cuánto han influido estos movimientos en la cultura contemporánea? Muchas de las creencias de estos grupos se nos presentan cotidianamente en los medios de comunicación, conferencias y publicaciones pseudocientíficas.

Profecías incumplidas
En distintas situaciones de crisis sociocultural y específicamente en cambios de siglo o milenio, aparecen siempre toda clase de profecías que fechan el inminente fin del mundo. Recientemente nos lo habían fechado para el 2012 con una ridícula interpretación del calendario Maya o con ilusos cálculos de números bíblicos, como el caso de H. Camping. El año 2000 estuvo rodeado de toda clase de profecías y todavía hoy muchos grupos de corte fundamentalista utilizan la predicación de un inminente fin provocando en sus seguidores una fidelidad mayor a los objetivos del grupo.

Ya en el siglo XIX los Adventistas predijeron el final para 1843 y luego para 1844, les siguieron los Testigos de Jehová prediciendo el fin del mundo para 1874, luego 1914, 1915, 1925, 1975 y así siguieron. En el siglo XX los Niños de Dios lo predijeron para 1993, la Misión Rama para 1975 y para el año 2000, la Iglesia Universal de Dios para 1936, 1947, 1972 y 1975; la Orden del Templo Solar para 1993 y 1994, Heaven’s Gate para 1997 y una interminable lista para el 2000 y el 2012.

Algunos grupos de origen católico inspirados en apariciones marianas y otras revelaciones privadas no aprobadas por la Iglesia, han fechado el fin o al menos asustado a sus seguidores con la narración de horrores advertidos por la Virgen para un tiempo no muy lejano.

Muchos de los grupos contactistas que presuponen el “contacto” con extraterrestres y revelaciones desde otras Galaxias, como la Misión Rama o el “estigmatizado” Giorgio Bongiovanni también dieron fechas y discursos de próximos finales. El grupo norteamericano Uranius predijo que llegarían los extraterrestres para el 2001, pero al año siguiente afirmaron que como no estábamos preparados, prefirieron esperar unos años más.

El llamado “Estado Islámico” (ISIS) también tiene un discurso de este tipo reforzado en una interpretación propia de la doctrina islámica. Anuncian que están llegando las últimas batallas antes del fin del mundo y la aparición del Mesías. De hecho uno de los fundadores de ISIS, mientras era miembro de Al Qaeda, consideraba que el Mesías iba a aparecer en el año 2006 y por eso había que fundar un califato para recibirle. Por otra parte, a partir de un dicho del profeta Muhammad (un hadiz) anuncian que un grupo elegido “aparecerá con banderas negras” en Siria y estará próximo el fin.

Grupos de corte orientalista y New Age, como el MISA, movimiento de Yoga esotérico fundado por el rumano Gregorian Bivolaru, afirman que cuanta más gente practique meditación durante más tiempo, se podrá frenar el “apocalipsis” que se avecina. Los movimientos gnósticos también han fijado fechas del fin del mundo, pero según sean optimistas (paso a una Edad dorada) o pesimistas (llegada de una destrucción total de la materia), varían sus profecías.

El clérigo Thomas Chase lo anunció para el 2007 basándose en la numerología, la Biblia y la astrología. Para marzo de 2013 algunos grupos afirmaron que se cumpliría la supuesta profecía de san Malaquías sobre el último Papa en la Iglesia católica. El canal History Channel, en uno de sus programas pseudocientíficos y de aire esotérico, afirmó que según la mitología vikinga el fin del mundo sería para el año 2014.

Podríamos seguir con una incontable lista de intérpretes de Nostradamus que también han visto el presente a la luz de la simbología encontrada en cualquier texto que les sirva de excusa. Lo cierto es que todos los que se pretenden apoyar en la Biblia olvidan que los mismos textos bíblicos advierten que “nadie sabe el día ni la hora“, solo Dios.

Apocalipsis y Harmagedón
El libro del Apocalipsis, al igual que otros textos de corte apocalíptico incluidos en los evangelios, son rodeados de una atmósfera de tensión y misterio. Muchos cristianos sienten miedo de leerlo y asocian la palabra “apocalipsis” con desastres graves y de amplio alcance, como sinónimo de “destrucción masiva”.

Cuando se habla de peligros relacionados con armas de gran poder de destrucción o de un posible asteroide que choque con nuestro planeta, se habla de situaciones “apocalípticas”. Sin embargo el término apocalipsis significa otra cosa. Es una palabra griega que significa “desvelamiento”, “correr el velo”, “revelación”, comunicar algo que hasta el momento era desconocido. Al mismo tiempo es un género literario propio del judaísmo cuya finalidad es dar una interpretación religiosa a los acontecimientos históricos desconcertantes o inexplicables, especialmente cuando hay grandes injusticias, como las persecuciones romanas a los cristianos.

Para interpretar estos textos adecuadamente hay que ubicar cualquier símbolo en su contexto específico y conocer la teología del autor. El género apocalíptico está cargado de símbolos extraños para nosotros: convulsiones cósmicas, seres fuera de lo normal, sueños y visiones, números con significaciones especiales, etc. Pero todos estos símbolos están al servicio de una lectura de la historia concreta a la luz de la fe.

Los hechos no se narran en su detalle concreto, sino que se busca expresar una lógica superior, un plan, una finalidad que da sentido a toda la historia, de la cual Dios es Señor. La dialéctica constante entre el bien y el mal no es de estilo maniqueo, como si fueran fuerzas del mismo poder, sino que Dios sigue siendo siempre el dueño absoluto de la historia.

El “Harmagedón” (que se debe escribir con H) significa el Monte Megidó, lugar de la llanura del Esdrelón en Galilea, donde se libraron varias batallas importantes narradas en el Antiguo Testamento. Pero el término ha sido utilizado por diversas sectas y grupos religiosos como el lugar de una batalla final entre Cristo y el Anticristo o entre Cristo y Satanás.

De aquí que tampoco es el “Harmagedón” un episodio de destrucción, sino un lugar de grandes batallas para Israel. Pero Testigos de Jehová, Adventistas, Mormones, La Iglesia de Dios Universal y los mismos Rosacruces lo han anunciado para diversas fechas como sinónimo de la Batalla Final.

¿Qué dice la Biblia sobre el fin del mundo?
Los cristianos no sabemos cuándo será la consumación de la tierra y de la humanidad ni la manera como se transformará el universo. La Biblia nunca habla del “fin del mundo”, sino del “fin de los tiempos”, expresando que no acabará del todo, sino que será transformado en un “cielo nuevo y una tierra nueva” en Jesucristo.

“En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe ni los mismos ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo de Dios. Solamente el Padre lo sabe” (Mt. 24, 36 y Mc. 13, 32). Jesús no dio fecha ni horario para que podamos agendarlo. “A ustedes no les toca saber cuándo o en qué fecha el Padre va a hacer las cosas que solamente Él tiene autoridad para hacer” (Hch. 1, 1-7).

¿Qué es la Iglesia?

Hoy en día hay muchas iglesias y denominaciones que dicen ser los verdaderos seguidores de Cristo

Hoy en día hay muchas iglesias y denominaciones que dicen ser los verdaderos seguidores de Cristo. Sin embargo, en los inicios del cristianismo no era así. Había una sola Iglesia y todos los cristianos permanecían unidos bajo las enseñanzas de los apóstoles.

Hoy hablaremos de cuál es esta Iglesia, y para qué funda Cristo una Iglesia.

Hay personas que encuentran, muchas veces, a la Iglesia como un obstáculo, incluso reconocen que prefieren ir a la Iglesia sólo cuando lo sienten. Otros, sostienen que en la Iglesia católica hay muchas normas y prefieren dejarla. Y hay quienes alegan que ellos prefieren confesarse directo con Dios, o que tratan de acomodar los Mandamientos de la Iglesia según su conveniencia.

¿Por qué Cristo fundó una Iglesia?
Hay muchos cristianos que encuentran a la Iglesia como un obstáculo por las normas, las reglas y la estructura; creen que los asfixia y sugieren entonces vivir algo espontáneo, sin lineamientos. Pero, si lo pensamos bien, no podemos vivir un auténtico cristianismo sin la Iglesia fundada por Cristo.

Sin la Iglesia, el cristianismo se hace inofensivo. La Iglesia traduce el cristianismo en un cristianismo real. Sin la Iglesia, el Evangelio sería como cualquier libro o como una plastilina en donde cada quien modelaría su propio cristianismo, el que quisiera, como más le convenga o le guste, haciendo a un lado aquello que le desagrada y exige.

Hay personas que pueden decir que son católicas, pero que nunca van a Misa, que no se acercan a la Iglesia y sus sacramentos, o que están lejos del Papa y los sacerdotes, representantes de Cristo, y no se dan cuenta que justamente la Iglesia es al Católico como la tortilla a un taco (valga la comparación sencilla): sin la tortilla no hay taco, pues sin la Iglesia no hay cristianismo.

Es la Iglesia la que traduce al cristianismo en un compromiso real y que pone lo rieles de nuestro tren para que sepa hacia donde ir; no puede ser un estorbo para un verdadero cristiano. Es un estorbo sólo para aquellos que quieren vivir el cristianismo como les viene en gana, y que deciden hacerla a un lado y fundar su "iglesia propia".

Por ejemplo, el joven que se escapa de la escuela, que dice sentirse muy feliz y contento por que no hay quien le exija, aún cuando sabe que su deber es estar estudiando; sólo se engaña a él mismo. Pues en nuestra religión, es la Iglesia la que nos pone las normas, la que hace que el cristianismo sea compromiso, la que nos motiva e impulsa a seguir, la que responde nuestras dudas, la que nos señala por donde ir, que nos da un espíritu de lucha, de superación, de esfuerzo, de exigencia, reto y autoconquista para transformarnos en otro Cristo.

Es gracias a la Iglesia que sabemos que lo importante no era tener el cabello largo, usar sandalias, y traer túnica para ser católico. Sin la Iglesia, el cristianismo no hubiera pasado de ser el club de amigos de Jesús de Nazaret. Fue la Iglesia la que propagó, perpetuó y creó ese movimiento de fe, amor práctico y compromiso de vida. Para eso Cristo creó su Iglesia para que perpetuar a lo largo del tiempo su mensaje.

¿Por qué, a veces, estorban las normas de la Iglesia? 
La única respuesta es por falta de amor. Por ejemplo, cuando tu amas a una persona estás dispuesto a hacer todo lo que ella te pide: hasta te sacas diez en el examen, o hasta te cae bien tu suegra. Dejas todo por corresponder a ese amor que te tienen, cumples con tus responsabilidades y hasta dejas el partido de fútbol por estar con esa persona.

Cuando se ama, aún el gesto más sencillo, un pequeño detalle lo sabemos apreciar. Si decimos ser cristianos y amar a Cristo, ¿por qué entonces no sabemos apreciar lo que Cristo hizo por nosotros al dejarnos concretamente, y sin fallas, todo lo que quiere que hagamos y como hacerlo?

Hay veces en que apreciamos más un detalle que nos brinda un desconocido, que el gran regalo que nos tiene Cristo; y hasta lo dejamos a un lado con el moño puesto.

Cuando hay amor no dejas a Cristo abandonado con los brazos abiertos por que te pidió que hicieras ciertas cosas: te das por completo aceptando las normas y condiciones. Como cuando una pareja se va a casar, la novia no puede pensar "me caso contigo y te entrego toda mi vida incondicionalmente, pero yo no plancho, ni lavo, ni hago de comer". Cuando amas lo das todo sin límites, y aceptas los requisitos sin límites.

Cristo fundó una Iglesia y estableció una jerarquía a ser respetada (El Papa, los Obispos); puso unas leyes y normas para que no estuviéramos cada año, cada tiempo y cada moda re-inventando la Iglesia, sino para que vivamos en la Iglesia como Él quiso, por amor a ella y así, formemos con ella un sólo cuerpo en Cristo.

¿Qué significa Iglesia?
Iglesia quiere decir "comunidad convocada". En este caso, convocada por Cristo.

Cristo dio ciertas características a la Iglesia para que la distinguiéramos como la verdadera. Entre estas características está la unidad.

En primer lugar, unidad de fe, que se muestra por el Credo que rezamos todos los Domingos, que es el mismo que rezaban los apóstoles y describe en pocas palabras en qué creemos como católicos.

En segundo lugar, unidad de comunión, pues formamos una sola Iglesia en todo el mundo, en donde nuestro jefe, nuestro rey es Cristo, y su vicario, la cabeza visible de la Iglesia es el Papa. Es la misma en todas partes del mundo, ya sea en Cuba, en México, o en España. Igual que en los primeros tiempos, en donde existía la misma Iglesia en Filipo o en Corintio. Unidad de comunión, también porque comemos del mismo pan y formamos un mismo cuerpo (Hechos 2:42).

Es necesario que colaboremos en esta unidad, que estemos unidos entre nosotros, unidos entre los grupos sin que haya divisiones, y después, estos grupos unidos al sacerdote; y él, a su vez, al obispo y al Papa. Y así, dar testimonio verdadero de que somos la Iglesia de Cristo y que en nosotros se cumple ese deseo de Cristo, la unidad. Esta es una característica que nos distingue a los católicos.

La Iglesia es llamada, también, Cuerpo Místico de Cristo, en donde Jesús es la cabeza y nosotros todo el cuerpo. Y está viva como el cuerpo de cualquiera de nosotros lo está; y siente dolor cuando una parte se enferma; y alegría cuando una parte se mejora. Cada uno de nosotros forma la Iglesia de Cristo, y es en nosotros, en los jóvenes, donde la Iglesia se mira a sí misma. "Vosotros jóvenes sois la esperanza de la Iglesia", afirmó hacia el comienzo de su pontificado, el papa Juan Pablo II.

Gracias a muchas personas, hoy tenemos nuestra fe. Desde los primeros tiempos hasta el día de hoy, desde los apóstoles, mártires, y tantos santos que, al dar su vida, nos mostraron el valor de nuestra fe. Ahora, el Santo Padre nos dice que nosotros, que cada uno de nosotros somos la esperanza de la Iglesia, porque ahora nos corresponde tomar la estafeta de nuestra fe y transmitirla, para continuar a través de nuestro testimonio esa gran labor que Cristo ha dejado: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio".

Hace poco, me dijo una amiga, que desde que se cambió de la Iglesia Católica a otra distinta, vive mejor y hace más cosas buenas, y hasta ha logrado deshacerse de vicios. Podemos con esto concluir que en muchas otras "iglesias" (recuerda que es el cuerpo místico de Cristo, y ni modo que tuviera varios cuerpos) algo bueno debe haber, y si aunque sea eso bueno se vive, se pueden lograr buenas cosas; pero es necesario hacer notar que si ella hubiera vivido todo lo bueno que tiene nuestra Iglesia, simplemente llegaría a niveles como el de la Madre Teresa de Calcuta: a la santidad.

Si nosotros la viviéramos, la conociéramos y la amáramos, nos daríamos cuenta de todas sus características y podríamos sacarle más fruto que cualquiera de las otras. Es importante que usemos los medios que nos ofrece la Iglesia Católica, como ir a Misa, confesarse, leer la Biblia, participar en grupos parroquiales, conocer la palabra y escritos del Santo Padre. Es importante conocer, amar y vivir lo que en ella se enseña.

Notas de la Biblia

1. San Juan 17, 20, nos habla de cómo Cristo es quien convoca la Iglesia, nos invita a que seamos una sola Iglesia.

2. Carta a los Efesios 4,4, nos describe la Iglesia que predicaba San Pablo, una sola.

En resumen:

- Cristo fundó la Iglesia, la única y auténtica depositaria de lo que Dios quiere de nosotros, y puso a Pedro y a sus sucesores, los Papas, para reconocerla como la verdadera y para guiarla.

- Un católico que no vive dentro de las líneas de la Iglesia, es como un tren que decide no seguir las vías... ¿has oído de las consecuencias de un descarrilamiento?

- Hay personas que hacen su propia iglesia porque no quieren seguir reglas ni obedecer; por comodidad.

- Un verdadero miembro de la Iglesia vive diariamente el mandato de Jesús: "Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio..."

- Si viviéramos en profundidad todo lo que la Iglesia Católica nos recomienda, llegaríamos al máximo nivel y plenitud que un hombre y una mujer pueden llegar: la santidad.

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