Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios

Evangelio según San Marcos 8,22-26. 

Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?". 

El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan". Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. 

Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo". 

San Claudio de La Colombière

San Claudio de La Colombière, religioso presbítero

En Paray-le-Monial, de Borgoña, en Francia, san Claudio La Colombière, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, que, siendo hombre entregado a la oración, con sus consejos dirigió a muchos en su esfuerzo para amar a Dios.

San Claudio de la Colombiere, sacerdote jesuita, fue el primero en creer en las revelaciones místicas del Sagrado Corazón recibidas por Sta. Margarita en el convento de Paray le Monial, Francia.  

Gracias a su apoyo la superiora de Margarita llegó también a creer y la devoción al Sagrado Corazón comenzó a propagarse.  San Claudio no solo creyó sino que en adelante dedicó su vida a propagar la devoción siempre unido espiritualmente a Sta. Margarita en cuyo discernimiento confiaba plenamente.  

Sacerdote santo y sabio que supo discernir muy bien la auténtica intervención divina en el alma de Sta. Margarita a pesar que hasta entonces todos los teólogos y las religiosas la  despreciaban y hasta algunos la tenían por posesa. El santo Claudio nació en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de Lyón, en 1641. Su familia estaba bien relacionada, era piadosa y gozaba de buena posición. No poseemos ningún dato especial sobre su vida antes de ingresar en el colegio de la Compañía de Jesús de Lyón.

Aunque sentía gran repugnancia por la vida religiosa, logró vencerla y fue inmediatamente admitido en la Compañía. Hizo su noviciado en Aviñón y, a los dos años, pasó al colegio de dicha ciudad a completar sus estudios de filosofía. Al terminarlos fue destinado a enseñar la gramática y las humanidades, de 1661 a 1666. Desde 1659, la ciudad de Aviñón había presenciado choques constantes entre los nobles y el pueblo En 1662, ocurrió en Roma el famoso encuentro entre la guardia pontificia y el séquito del embajador francés.

A raíz de ese incidente, las tropas de Luis XIV ocuparon Aviñón, que se hallaba en el territorio de los Papas. Sin embargo, esto no interrumpió las tareas del colegio, y el aumento del calvinismo no hizo más que redoblar el celo de los jesuitas, quienes se consagraron con mayor ahínco a los ministerios apostólicos en la ciudad y en los distritos circundantes. En 1673, el joven sacerdote fue nombrado predicador del colegio de Aviñón. Sus sermones, en los que trabajaba intensamente, son verdaderos modelos del género, tanto por la solidez de la doctrina como por la belleza del lenguaje.

El santo parece haber predicado más tarde los mismos sermones en Inglaterra, y el nombre de la duquesa de York (María de Módena, que fue después reina, cuando Jacobo II heredó el trono), en cuya capilla predicó Claudio, está ligado a las ediciones de dichos sermones. El santo, durante su estancia en París, había estudiado el Jansenismo con sus verdades a medias y sus calumnias, a fin de combatir, desde el púlpito sus errores, animado como estaba por el amor al Sagrado Corazón, cuya devoción sería el mejor antídoto contra el Jansenismo.

A fines de 1674, el P. La Chaize, rector del santo, recibió del general de la Compañía la orden de admitirle a la profesión solemne, después de un mes de ejercicios espirituales en la llamada "tercera probación". Ese retiro fue de gran provecho espiritual para Claudio que se sintió, según confesaba, llamado a consagrarse al Sagrado Corazón.

El santo añadió a los votos solemnes de la profesión un voto de fidelidad absoluta a las reglas de la Compañía, hasta en sus menores detalles. Según anota en su diario, había ya vivido durante algún tiempo en esa fidelidad perfecta, y quería consagrar con un voto su conducta para hacerla más duradera. Tenía entonces treinta y tres años, la edad en la que Cristo murió, y eso le inspiró un gran deseo de morir completamente para el mundo y para sí mismo. Como escribió en su diario: "Me parece, Señor, que ya es tiempo de que empiece a vivir en Tí y sólo para Tí, pues a mi edad, Tú quisiste morir por mí en particular". El P. La Colombiére fue beatificado en 1929 y su Santidad Juan Pablo II lo declaró santo en 1992. La Iglesia Universal celebra su fiesta el día 15 de febrero.

Oración  de San Claudio de la Colombiere S.J. JESÚS, AMIGO ÚNICO Esta oración está sacada de la 39ª de las "Reflexiones cristianas" (O.C. V, pág. 39); a propósito de S. Juan Evangelista, nos propone que recemos a Jesús, único. y verdadero.

Amigo. Jesús, Tú eres el Amigo único y verdadero; no sólo compartes cada uno de mis padecimientos, sino que lo tomas sobre Ti y conoces el secreto de transformármelo en gozo. Me escuchas con bondad y, cuando te cuento mis amarguras, me las suavizas.

Te encuentro en todo lugar, jamás te alejas y, si me veo obligado a cambiar de residencia, te encuentro allí donde voy. Nunca te hartas de escucharme;, jamás te cansas de hacerme bien. Si te amo, estoy seguro de ser correspondido; no tienes necesidad de lo mío ni te empobreces al otorgarme tus dones. No obstante que soy un hombre pobre, nadie (sea noble, inteligente o santo) podrá robarme tu amistad.

La misma muerte que separa a los amigos todos, me reunirá contigo. Ninguna de las adversidades de la edad o del azar lograrán jamás alejarme de ti; más bien, por el contrario, nunca gozaré con tanta plenitud de tu presencia ni jamás me estarás tan cercano, cuanto en el momento en que todo parecerá conspirar contra mi. Sólo Tú aciertas a soportar mis defectos con extremada paciencia. Incluso mis infidelidades e ingratitudes, aunque te ofenden, no te impiden estar siempre dispuesto a concederme tu gracia y tu amor, si yo las deseo.

 CALENDARIO DE FIESTAS MARIANASNuestra Señora de Paris, Francia (522).

San Teófilo de Antioquia (¿-c. 186), obispo Primer discurso a Autólico, 2,7: PG 6, 1026-1027

“Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”

El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona. De la misma manera, cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios... 

Pero puedes sanar, si quieres. Ponte en manos del médico, y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué médico es éste? Dios que sana y vivifica mediante su palabra y su Sabiduría. Pues por medio de la Palabra y de la sabiduría se hizo todo. “La Palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca, sus ejércitos” (Sl 32,6). Su sabiduría está por encima de todo: “Dios, con su sabiduría puso el fundamento de la tierra, con su inteligencia preparó los cielos. “ (Pr 3,19)... 

Si entiendes todo esto y vives pura, santa y justamente, podrás ver a Dios; pero la fe y el temor de Dios han de tener absoluta preferencia en tu corazón, y entonces entenderás todo esto. Cuando te despojes de lo mortal y te revistas de inmortalidad, entonces verás a Dios de manera digna. Dios hará que tu carne sea inmortal junto con el alma, y entonces, convertido en inmortal, verás al que es inmortal, con tal de que ahora creas en él.

Salir de la propia aldea es salir de los propios esquemas
San Marcos 8, 22-26. VI Miércoles te Tiempo Ordinario. Ciclo A.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro». (Proslogion, san Anselmo)
a nadie".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
El encuentro con Jesús renueva nuestra vida, nos da una nueva mirada y más allá de eso, nos da un nuevo corazón. Cambia en nosotros esa mentalidad complicada y nos da un corazón de niño.

Gracias a eso podemos ver las cosas con una pureza plena y ver en los demás las grandes maravillas. El Señor nos hace salir de nosotros mismos, de nuestros paradigmas y esquemas. Nos hace salir de nuestra “aldea” y nos lleva de la mano a un lugar nuevo. Es ahí donde podemos contemplar a Dios en su plenitud, donde podemos gozar de su presencia y donde podemos ser auténticamente felices.

El encuentro con Cristo transforma nuestras vidas. El encuentro con Cristo es el encuentro con el amor mismo. Es el encuentro con alguien que me ama desde toda la eternidad y me mira tal cual soy. Y esta experiencia consiste en darse cuenta que Jesús, me mira profundamente, en lo más profundo de mi alma. Me mira, sí, pero no con una mirada cualquiera sino con una mirada cargada de misericordia. Y es ahí cuando el hombre se siente amado. Y es justamente esto la experiencia de la misericordia. El darnos cuenta que somos amados antes que podamos hacer algo. Que somos amados por lo que somos.

Y el darnos cuenta de esto nos cambia la vida, nos hace ver que así como somos amados así podemos amar, pero que para amar como Dios me ama, tengo que dejar a un lado mis esquemas tan reducidos y ver en los demás, en todos, un hermano. Tengo que dejar mi aldea pequeña y limitada para ver como lo hace Jesús. Tengo que ser un misionero de la misericordia y llevar a los hombres al encuentro con Jesús, que los ama y los espera.
«Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios. Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento».

(Deus Caritas est, Benedicto XVI).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, Jesús, voy a hacer un acto de caridad con la persona que más me cueste.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Las consecuencias del pecado
Los pecados, aunque sean chicos, sobre todo si son habituales, frenan el crecimiento espiritual, y no dejan alcanzar la santidad.

–«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
–Ése es, según el P. Amorth, el octavo sacramento para la salvación.

Si pensamos que «en Dios vivimos, nos movemos y somos» (Hch 17,28), y que es Él quien «actúa en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13), pareciera que resistir en nosotros la acción de Aquel  que nos está dando el ser y el obrar, rechazarle, ofenderle, preferir nuestra voluntad a la suya, es decir, pecar, podría producir en nosotros el aniquilamiento de nuestro ser, una recaída en la nada. Sin embargo, no es así, sino que durante la vida presente, tiempo de gracia y de conversión, la misericordia de Dios aguanta nuestra miseria, ofreciéndonos siempre a quienes rechazamos su don por el pecado la gracia de la conversión y del per-don.

Ya en el párrafo anterior se expresa por qué y cómo el pecado causa efectos pésimos. Pero si describimos estos efectos, eso nos ayudará a entender la condición horrible del pecado. Es como si una persona nos explicara la fuerza destructora de una bomba. Lo entenderíamos más o menos. Pero si nos llevara a un lugar donde esa bomba, no más grande que una botella, redujo a escombros un edificio de veinte pisos, será entonces, viendo las ruinas, cuando acabemos de enterarnos del poder destructor de la bomba.

Consideremos, pues, las consecuencias del pecado, que siempre son terribles en sí mismas.

* * *

–El pecado original produjo en el hombre y en el mundo tremendas consecuencias, efectos que se ven actualizados en cierta medida por todos los pecados personales posteriores. El pecado, enseña Trento, dejó al hombre bajo el influjo del Demonio y enemigo de Dios; y «toda la persona de Adán fue mudada en peor, según cuerpo y alma» (Dz 1511; cf. Orange II: Dz 371, 400). Deterioró, pues, profundamente toda la naturaleza humana, despojándola de la santidad e integridad en la que había sido creada, inclinándola al mal, ofuscando la razón, debilitando la voluntad, trastornando gravemente las sensaciones, pasiones y sentimientos. Hizo del hombre un mortal, un viviente deudor de la muerte. Al mismo tiempo, la creación entera se hizo hostil al hombre, por cuyo pecado fue «maldita la tierra» (Gén 3,17), quedando sujeta a «la servidumbre de la corrupción» (Rm 8,21).

Por tanto, el pecado está siempre en el origen de los innumerable sufrimientos y maldades de la humanidad, y de cada hombre, a lo largo de los siglos. Y estará hasta que vuelva el Cristo glorioso y sujete todas las cosas «a quien a Él todo se lo sometió, y Dios sea todo en todas las cosas» (1Cor 15,28).

–El pecado mortal separa al hombre de Dios, y lo deja, si es cristiano, como un miembro muerto del Cuerpo místico de Cristo, como un sarmiento de la santa Vid que está muerto, sin vida y sin fruto; lo desnuda del hábito resplandecien­te de la gracia, y profana el Templo vivo de Dios. Por él se pierden todos los méritos adquiridos por las buenas obras –aunque la vuelta a la gracia puede hacerlos revivir (STh 111,89,5)–. El pecador, sujeto a Satanás, se hace por el pecado mortal merecedor de la condenación eterna. «Cayó la corona de nuestra cabeza. ¡Ay de nosotros, que pecamos!» (Lam 5,16)…

El pecado aniquila de algún modo la persona humana, al separarla de Dios, al desfigurar en ella la imagen de Dios. Los hombres por el pecado «sirvieron a las criaturas en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos» (Rm 1,25), y de ahí vinieron sobre él todos los males que les aplastan (1,25-33). El pecador, por su pecado, dice San Agustín, «se aparta de Dios, que es la luz verdadera, y se vuelve ciego. Todavía no siente la pena, pero ya la lleva consigo» (Sermón 117,5). «¿Te parece pequeña esta pena? ¿Es cosa baladí el endurecimiento del corazón y la ceguera del entendimiento?» (In Psalmos 57,18). «Como el cuerpo muere cuando le falta el alma, así el alma muere cuando pierde a Dios. Y hay una diferencia: la muerte del cuerpo sucede necesariamente; pero la del alma es voluntaria» (In Ioannis 41,9-12; cf. Rm 7,24-25).

El Señor le dice a Santa Catalina de Siena: «El que está en el amor propio de sí mismo, está solo, ya que está separado de mi gracia y de la caridad de su prójimo. Estando privado de mí por su pecado, se convierte en nada, porque sólo yo soy el que soy» (Diálogo II,4,3). Y la misma santa escribe: «La criatura se convierte en lo que ama: si yo amo el pecado, el pecado es nada, y he aquí que me convierto en nada» (Lettere, Florencia, Giunti 1940, I,105-106).

El pecado, con inexorabilidad ontológica, aplasta al hombre, lo atormenta, enferma y mata, al separarle de Dios, que es su vida. Con razón llora el salmista: «No tienen descanso mis huesos, a causa de mis pecados; mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas; mis llagas están podridas y supuran por causa de mi insensatez; voy encorvado y encogido, todo el día camino sombrío, tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi carne, estoy agotado, deshecho del todo» (Sal 37,4-9).

La condición monstruosa del pecador ha sido vista por los santos con gran lucidez. Santa Teresa escribe: «No hay tinieblas más tenebrosas ni cosa tan oscura y negra, que [el pecador] no lo esté mucho más… Si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar». Todo el hombre se ve profundamente trastornado: «¡Qué turbados quedan los sentidos! Y las potencias [razón, memoria, voluntad] ¡con qué ceguera, con qué mal gobierno!… Oí una vez a un hombre espiritual que no se extrañaba de las cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía» (1 Morada 2,1-5).

–El pecado venial no mata al hombre, pero le debilita y enferma; le aleja un tanto de Dios, aunque no llega a separarle de él. Las funestas consecuencias de los pecados veniales podrían resumirse en estas cuatro 1.–Refuerzan la inclinación al mal, dificultando así el ejercicio de aquellas virtudes que, con los actos buenos e intensos, debieran haberse acrecentado. 2.–Predisponen al pecado mortal, como la enfermedad a la muerte, pues «el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho» (Lc 16,10). 3.–Nos privan de muchas gracias actuales que hubiéramos recibido en conexión con aquellas gracias actuales que por el pecado venial rechazamos. Uno, por ejemplo, rechazando por pereza la gracia de asistir a un retiro espiritual, se ve privado quizá de unas  luces o de un encuentro personal que hubieran sido decisivos para su vida. Los pecados veniales no hacen perder la gracia de Dios, pero desbaratan muchas gracias actuales de gran valor. 4.–Impiden así que las virtudes se vean perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo. Es decir, nos frenan decisivamente en nuestro caminar hacia la perfección evangélica, es decir, hacia la santidad. Sobre todo, claro está, cuando son plenamente deliberados y más si son habituales o frecuentes. Insistiré en esto:

* * *

Los pecados, aunque sean chicos, sobre todo si son habituales, frenan el crecimiento espiritual, y no dejan alcanzar la santidad. Dios nos ha manifestado muy claramente que quiere que seamos plenamente santos; que crezcamos día a día en la vida de su gracia. Lo dice Yahvé en el AT: «sed santos para mí, porque yo, el Señor, soy santo» (Lev 20,26). Lo dice en el NT nuestro Señor y Salvador: «sed perfectos, como vuestro Padres celestial es perfecto» (Mt 5,48). Lo dice igualmente el Apóstol: «ésta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Tes 4,3). ¿Por qué, entonces, son numerosos los cristianos que dejaron de ser malos, y son no pocos los que perseveran habitualmente en la vida de la gracia y son buenos, pero son tan pocos los que van más adelante hasta ser perfectos y santos? La causa próxima es evidente:

Falta la buena doctrina y faltan guías espirituales idóneosque de verdad ayuden al cristiano para que, conociendo el pésimo efecto de los pecados, combata hasta los más chicos, comprendiendo que si no lo hace, nunca llegará a la santidad, por más que multiplique sus Misas, rosarios, oraciones, reuniones, apostolados, retiros y ejercicios espirituales, obras benéficas, etc. Cuántos cristianos hay que no conocen los caminos de la perfección evangélica, que les falta doctrina verdadera para adelantar por esos caminos, y que incluso son frenados por sus mediocres guías. Los grupos cristianos mediocres y los directores espirituales ineptos pueden ayudar a ser buenos, pero suelen frenar para ser santos. Recordemos, por ejemplo, el caso de Santa Teresa (Vida23,6-18; 30,1-7).

Ella cuenta que durante diecisiete años (¡17 años!, ya en el convento), «gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados… Lo que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era gravísimo mortal, que era venial» (5,3). «Los confesores me ayudaban poco» (6,4). Parecerá que, al menos las verdades más fundamentales, cualquier confesor o director las sabrá; «y es engaño. A mí me acaeció tratar con uno cosas de conciencia, que había oído todo el curso de teología, y me hizo harto daño en cosas que me decía no eran nada. Y sé que no pretendía engañarme, sino que no supo más; y con otros dos o tres, sin éste, me acaeció» (Camino Perf. 5,3). Mucho le duelen a ella aquellos años de andar extraviada: «Si hubiera quien me sacara a volar…; mas hay –por nuestros pecados– tan pocos [directores idóneos], que creo es harta causa para que los que comienzan no vayan más presto a gran perfección» (Vida 13,6; lo mismo dice San Juan de la Cruz, Subida prólogo 3; 2 Subida 18,5; Llama 3,29-31).

Ya se ve que si el paso de ser malo a ser bueno exige milagros de la gracia de Dios, conversiones admirables que con relativa frecuencia conocemos, el paso de ser bueno a ser santo requiere milagros aún mucho mayores, sin comparación menos frecuentes, pues los santos canonizables son muy pocos.

* * *

No se conoce el gran daño que los pecados pequeños causan en la vida espiritual. Se piensa que como son pecados chicos, causan perjuicio chicos. Y eso es falso, como bien lo explica el P. Lallement, S. J. (+1635):
«Es extraño ver a tantos religiosos» que no llegan a la perfección evangélica «después de haber permanecido en estado de gracia cuarenta o cincuenta años», con misa y oración diarias, ejercicios piadosos, obediencia, pobreza y castidad, etc. «No hay por qué extrañarse, pues los pecados veniales que continuamente cometen tienen como atados los dones del Espíritu Santo; de modo que no es raro que se vean en ellos sus efectos… Si estos religiosos se dedicasen a purificar su corazón [de tantos pecados veniales], el fervor de la caridad crecería en ellos cada vez más, y los dones del Espíritu Santo resplandecerían en toda su conducta; pero jamás se los verá manifestarse mucho en ellos, viviendo como viven, sin recogimiento y sin atención al interior, dejándose llevar por sus inclinaciones, descuidando las cosas pequeñas y evitando únicamente los pecados más graves» (Doctrina espiritual 4 pº,3,2).

Tengamos también conciencia de que nuestros pecados, aunque sean chicos, hacen mucho daño a los demás: a la comunión de los santos, debilitando su vitalidad y fuerza, y concretamente a nuestros hermanos más próximos. ¿Nos damos cuenta del daño que los mismos pecados veniales hacen a nuestros prójimos, tanto en lo espiritual como en lo material? Pondré algunos ejemplos.

Un cristiano practicante, de vida espiritual mediocre, con muchas concesiones al mundo, causa gran daño espiritual en los suyos. Un hombre, con su frivolidad, y a causa de ciertas ligerezas, puede perjudicar mucho a una muchacha, causándole graves daños. Una mujer, con su desorden, su impuntualidad o su charlatanería, un día y otro día, puede llevar a su marido al borde de la desesperación. Un jefe de taller o de oficina, que se deja llevar por sus manías, puede hacer que el trabajo sea diariamente para sus subordinados un verdadero purgatorio. Un negocio, levantado con grandes sacrificios familiares, puede ser arruinado por las pequeñas negligencias de un tarambana que lo dirige, o por su orgullo personal, que le impide consultar lo debido. El mal genio ocasional de un cura confesor puede alejar de la confesión e incluso de  la Iglesia a una persona de poca fe. Un joven, que por vanidad, conduce su moto con imprudencia, puede matar a un niño…

Las culpas pueden ser leves, pero los males por ellos causados pueden ser muy grandes. Es decir, la gravedad de los pequeños pecados puede ser apreciada por la importancia de los males que a veces producen. Y aún son mucho más terribles, por supuesto, los daños causados por los pecados mortales.

* * *

–Consecuencias del pecado en la vida presente. Son muy grandes. Por eso todos ellos, grandes o chicos, deben ser evitados como la peste. Y por eso es muy grande la importancia del examen de conciencia, del arrepentimiento intenso y de las obras penitenciales, pues cuanto más profunda es la conciencia del propio pecado, la contrición por el mismo y las penitencias realizadas para satisfacer por las culpas, más concede Dios la reducción o incluso la anulación de la pena temporal contraída por los pecados. La contrición, sobre todo, con la gracia de Dios, puede y debe aniquilar (conterere, triturar, despedazar) en el corazón la culpa, la pena eterna, y también la pena temporal. Por eso la compunción, es decir, la actualización frecuente del arrepentimiento, y la reiteración del sacramento de la penitencia tienen tanta importancia para el crecimiento espiritual.

–Consecuencias del pecado en el purgatorio, aunque la misericordia de Dios nos libre del infierno. Recordemos que en el purgatorio (purificatorio) han de expiarse todas las penas temporales no redimidas en esta vida, sean debidas a pecados mortales ya perdonados, o derivadas de pecados veniales, perdonados o no antes de la muerte, por muy leves que éstos fueren.

Enseña el Catecismo: «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, peroimperfectamente purificados, aunque estén seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (1030); es decir, para poder llegar a la visión beatífica de Dios. «Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8). Recordaré un caso:

Sta. Margarita María de Alacoque (+1690), muy devota de las benditas almas del Purgatorio, cuenta en su Autobiografía:  «Estando en presencia del Santísimo Sacramento el día de su fiesta, se presentó repentinamente delante de mí una persona, hecha toda fuego, cuyos ardores tan vivamente me penetraron, que me parecía abrasarme con ella. El deplorable estado en que me dio a conocer se hallaba en el Purgatorio, me hizo derramar abundantes lágrimas.

«Me dijo que era el religioso benedictino que me había confesado una vez y me había mandado recibir la comunión, en premio de lo cual Dios le había permitido dirigirse a mí para obtener de mí algún alivio en sus penas. Me pidió que ofreciese por él todo cuanto pudiera hacer y sufrir durante tres meses, y habiéndoselo prometido, después de haber obtenido para esto el permiso de mi Superiora, me dijo que la causa de sus grandes sufrimientos era, ante todo, porque había preferido el interés propio a la gloria divina, por demasiado apego a su reputación; lo segundo, por la falta de caridad con sus hermanos, y lo tercero, por el exceso del afecto natural que había tenido a las criaturas y de las pruebas que de él les había dado en las conferencias espirituales, lo cual desagradaba mucho al Señor».

Durante esos tres meses la Santa, ella misma lo cuenta, sufrió mucho, «obligada a gemir y llorar casi continuamente […] Al fin de los tres meses le vi de bien diferente manera: colmado de gozo y gloria, iba a gozar de su eterna dicha, y dándome las gracias, me dijo que me protegería en la presencia de Dios. Había caído enferma; pero, cesando con el suyo mi sufrimiento, sané al punto» (98). Ahí tienes ustedes las consecuencias de pecados a los que tantas veces apenas damos importancia.

–Consecuencias del pecado en el infierno. Recordaré escuetamente lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia:

«Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados se designa con la palabra infierno» (1033). 

Consecuencias del pecado en el cielo. Los efectos negativos del pecado llegan incluso al cielo, donde tienen una consecuencia eterna, aunque sólo sea en forma negativa. La glorificación de Dios, la bienaventuranza del justo y su poder de intercesión en favor de los hombres, tendrán un grado correspondiente al grado de crecimiento en la gracia alcanzado en este vida. En este sentido los pecados, también los veniales, que impidieron una mayor crecimiento en la santidad, aunque estén perdonados y purificados, pueden dar al bienaventurado un grado de felicidad eterna que, siendo plena en todos ellos, será menor que el de lo más santos… Apenas tenemos palabras para tratar de estos temas, pero aunque sea veladamente, estas verdades y realidades nos han sido reveladas:

Hablando San Pablo del «esplendor de los cuerpos celestiales» dice que «uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas, y una estrella se diferencia de la otra en el resplandor» (1Cor 15,40-41).

Para evangelizar necesitamos coraje, humildad y oración 
Homilia del Papa en Santa Marta esta mañana

Son las características que distinguen a los grandes heraldos que difundieron el cristianismo en el mundo.

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Las características que distinguen a los grandes heraldos que difundieron el cristianismo en el mundo son coraje, humildad y oración. Lo indicó este martes el papa Francisco en la homilía de la misa diaria que celebró en la residencia Santa Marta, hoy inspirada a la liturgia de los santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa y que hoy la Iglesia festeja.

Los santos Cirilo y Metodio fueron ‘sembradores de palabra’ además de ‘misioneros y verdaderos heraldos’ para formar al pueblo de Dios, hermanos intrépidos que fortalecieron a Europa, de quien son patronos.
La primera característica del enviado que lleva la palabra de Dios es la “franqueza” que incluye “fuerza y coraje”. Vale a decir que la Palabra de Dios no es una propuesta más: “bueno, si te gusta…”. O una idea filosófica o moral buena, sino que debe ser propuesta con franqueza, con fuerza para que la Palabra penetre -como dijo Pablo- hasta los huesos.

Quien no tiene el coraje espiritual en el corazón es porque no está enamorada de Jesús, porque de allí viene el coraje. Se podrá decir alguna cosa moral, filantrópica, pero no se llevará la palabra de Dios. Porque “solo la Palabra de Dios proclamada con franqueza, con coraje es capaz de formar al pueblo de Dios”.

El evangelio del día señala “Recen por lo tanto al Señor de la mies, para que envíe operarios a su mies”, o sea, indica el Papa, además del coraje es necesaria la oración.

“La palabra de Dios –prosigue Francisco– va proclamada junto a la oración. Siempre. Sin oración uno podrá hacer una hermosa conferencia, una bella lección: buena, buena, pero no es la Palabra de Dios”. Porque la oración hace que “el Señor riegue esta semilla para que brote”.

Una tercera condición señalada en el evangelio es que el Señor envía a los discípulos como corderos en medio a los lobos. O sea que “el verdadero predicador es aquel que es consciente de ser débil, que sabe no poder defenderse por sí mismo”. Y el Santo Padre cita a san Crisóstomo que reflexiona: ‘Si no vas como cordero, pero como lobo entre los lobos, el Señor no te protege, defiéndete solo”. Así recordó que supo de uno que “se vanagloriaba de predicar bien la Palabra de Dios y se sentía un lobo”. Y después de una hermosa predicación “fue a confesar y encontró a un ‘pez gordo’, a un gran pecador”. Este confesor “inició a llenarse de vanidad” y cuando le preguntó al pecador qué parte de sus palabras le habían tocado más, señalo: “Pasemos a otro tema”. Francisco indicó que no sabe si sea una historia verdadera, pero la cosa segura es que “se termina mal” si uno “se siente seguro de sí no como un cordero a quien el Señor defenderá”.

El Santo Padre concluyo su homilía invocando a los santos Cirilo y Metodio, para que nos ayuden para proclamar la palabra de Dios como hicieron ellos.

Francisco, en la audiencia de hoy

"Es un buen ejercicio decirse a uno mísmo: Dios me ama, Dios me ama"
El Papa reitera que "la esperanza no defrauda"
"La esperanza es un don extaordinario, del que estamos llamados a ser canales"

José Manuel Vidal, 15 de febrero de 2017 a las 10:06

Podemos gloriarnos y alegrarnos, porque por medio de la fe nos damos cuenta de que Dios siempre está presente en nuestra vida

(José M. Vidal).- "La esperanza no defrauda". El Papa Francisco repitió, una vez más, uno de sus latiguillos preferidos en la audiencia pública de este miércoles en el Aula Pabloa VI del Vaticano. En su catequesis, hizo una profunda explicación sobre la seguridad de que "Dios me ama", que es "la raíz de nuestra esperanza y de nuestra seguridad".

Algunas frases de la catequesis del Papa
"La esperanza no defrauda"
"Es un buen ejercicio decirse a uno mísmo: Dios me ama, Dios me ama"
"Ésta es la raíz de nuestra seguridad y de nuestra esperanza"
"El Espíritu Santo es el amor de Dios"
"Mantener viva la esperanza de que, incluso en los momentos duros y malos, Dios me ama"
"Esta seguridad que no nos la quite nadie: Estoy seguro de que Dios me ama"
"La esperanza que nos fue dada no nos separa de los demás"
"Es un don extaordinario, del que estamos llamados a ser canales"
"No se olviden: La esperanza no defrauda"
"¿De acuerdo? La esperanza no defrauda"

Saludo en español
El Papa saludó especialmente a los seminaristas de Orihuela-Alicante, que le cantaron un himno. El Papa, dirigiéndose a monseñor Murgui, señaló: "Monseñor, tiene un buen seminario"

Queridos hermanos:
En la carta a los Romanos, san Pablo nos dice que la esperanza no defrauda. El motivo es que está fundada sobre el cimiento más sólido que existe: el amor que Dios nos tiene, y que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Por eso podemos gloriarnos y alegrarnos, porque por medio de la fe nos damos cuenta de que Dios siempre está presente en nuestra vida; de que todo es obra de su amor. Si con fe acogemos su designio de salvación, que lleva a cabo a través de su Hijo Jesucristo, entonces estamos en paz con Dios y experimentamos la libertad.

Pero se trata de una paz que se vive aún en medio de preocupaciones, fracasos y sufrimientos. La esperanza es un don que nos ayuda a experimentar que, incluso en los momentos más duros y difíciles, Dios nos ama y no nos deja solos ni un instante. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española.

En particular a los formadores y alumnos del Seminario Diocesano de Orihuela-Alicante, acompañados por su Obispo Mons. Jesús Murgui. Pidamos a María, Madre de misericordia, que interceda por nosotros para que nos ayudemos mutuamente con el testimonio de nuestra fe y perseverancia, y crezca así nuestra esperanza. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

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